𝑽𝑰 ━ black mist











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Capítulo VI
Niebla negra

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—Ottery St. Catchpole—

1993

La brisa helada del atardecer chocaba con sus mejillas ruborizándolas. Tenía puestas sus botas, un abrigo, una bufanda y un gorro de lana gris que amortiguaban un poco el frío de la última nevada del año presente. Apenas pasaba el ombligo del invierno, a pesar de no ser su estación favorita, amaba ver la nieve caer. Se encontraba sentada en las escaleras del pequeño pórtico de su casa, a solo un par de metros del buzón de correos.

Laia aún tenían sus cartas que habían llegado. La que había recibido de Polaris era bastante breve, pero se sentía como lo que escribiría Polaris. Le deseó un feliz cumpleaños y le expresaba que la extrañaba, pero le desconcertó un poco que no le contara cómo le estaba yendo en su hogar tal como lo solían hacer en las fiestas. Por otro lado, la carta de Cedric era bastante inusual pero especial, la releyó unas veces más mientras sostenía la fotografía de ellos mismos siendo unos pocos años más pequeños. Sintió una terrible nostalgia.

En ese momento, se oyó que alguien salió de la casa, rápidamente guardó sus cartas y la fotografía en el abrigo y fingió ver hacia el bosque. Quien había salido había sido su madre. Se acercó y se sentó a su lado con dos tazas de chocolate caliente. Le extendió una taza con una sonrisa.

—Pensé que te gustaría algo caliente.

—Gracias, ma.

Tomó la taza y no dudó en darle un sorbo. Era una bebida que siempre confortaba. No obstante, pudo sentir la mirada fija de su mamá observándola atentamente, como si estuviera intentando leer sus pensamientos.

—¿Qué pasa, mi niña?

—¿Por qué preguntas? —preguntó ella retirando su rostro de su mirada.

—Porque me pregunto si te la pasaste bien en tu día de cumpleaños. —replicó observándola. Suspiró y fijó su vista sobre su taza. —Sé que Rachel pudo decir cosas que te hirieran, ya conversamos sobre eso, pero no quiero que te afecten sus palabras.

Laia apretó los labios. Quería decir un par de cosas sobre Rachel que la molestaban, pero prefirió no hacerlo.

—Me da igual, Rachel siempre quiere ser el foco de todos en todo. No es nada nuevo.

—Bueno, tú no necesitas destacar para hacerte notar, hija. —dijo su madre sonriéndole y buscando que la observara. —Brillas sin intentarlo.

Laia se sintió tan extraña que quería esconder su rostro en el brazo de su madre y darle un abrazo.

—¿Y bien? —preguntó su madre dándole un sorbo a su taza —¿Te la pasaste bien?

—Gracias a ti, fue un buen cumpleaños, pero tener catorce se siente pésimo. —sonrió Laia. Irene rio ante el comentario. —Ojalá crezca rápido.

—No, por favor sé mi niña pequeña un poco más. —replicó su madre algo nostálgico mientras le acomodaba un mecho de cabello detrás de su oreja.

Laia guardó un momento en silencio, tomó un sorbo de su chocolate y le surgió una duda bastante particular, no sabía si debía preguntarle a su madre sobre eso.

—Mamá... ¿Extrañas el pasado?

—¿El pasado?

—Sí, como nuestro antiguo hogar, ser cuatro personas en casa o vivir cerca de los abuelos...

Su madre se acomodó mientras observaba a su taza nuevamente. Laia sabía que su madre le fue muy difícil los cambios repentinos de su vida, pero se preguntaba si extrañar el pasado estaba mal.

—Ohh, claro que lo extraño ¿Recuerdas el Cheese Kimpab de tu abuela? O ¿el famoso pudín Yorkshire de salchichas del abuelo? —Laia asintió imaginándose el sabor de la comida de sus recuerdos —Pero mudarse no estuvo tan mal ¿No? Al menos tenemos un bello paisaje ¿Qué opinas?

Laia estaba de acuerdo. No podía discutir que su lugar favorito de los últimos años se había vuelto ese pequeño bosque de cedros que despedían un rico aroma por las mañanas y los pastizales que estaban en las lejanías.

—Pero ¿sabes? A pesar de extrañar con mi alma todo eso y a tu padre, no me arrepiento de nada de lo que ha pasado.

La chica de cabello azul la observó confundida.

—Ustedes son lo que necesito ahora. —La madre se volvió a su hija, le demostró con una sonrisa cálida, lo decía en serio. Eso la desconcertó aún más, le costaba entender que su madre aceptara tan fácilmente el hecho de la injusticia hacia su padre. Irene enrolló a su hija en un abrazo deseando transmitir esa misma esperanza que sentía por ese deseo lejano a Laia.








—Hogwarts—

1994

Las vacaciones de fin de año habían terminado. Su madre las acompañó a la estación, Laia le molestaba que las vacaciones hubieran pasado tan rápido, deseaba pasar más tiempo con su madre, pero debía esperar hasta el verano. Le hizo prometer que le avisaría por correo cuando le autorizaran ir a Azkaban y ver a su padre. Su madre le tomó de las manos prometiéndoselo y la abrazó fuertemente. Aunque no quería admitirlo, le emocionaba la idea que su madre vería a su padre nuevamente, pero sabía que no debía ilusionarse.

Durante el recorrido, se apartó de su hermana para buscar a Polaris por los vagones mientras iba por unas gragolas con la señora del carrito de los dulces, pero no la encontró. Le pareció que quizás estaba mucho más adelante del tren.

Al llegar al castillo, los prefectos de Slytherin reunieron por grupos a los estudiantes de su casa para llevarlos a su sala común. Rachel antes de irse con su casa le recordó que se mantuviera atenta por Sirius Black y que sonriera un poco porque según ella ese día tenía un semblante que lucía que quería congelar a todos de una mirada.

Cepheus era el prefecto de su grupo, estaba intentando ordenar a los chicos de primer curso, pero se veía que su paciencia se le acababa, Laia sin dudarlo se acercó a él para hablar.

—¡Oh! Hola, Laia. —masculló mientras le daba un leve empujón a un chico revoltoso de segundo curso que no quería quedarse quieto. —Quédate ahí, idiota. Si no quieres que Snape te suspenda. —suspiró —Disculpa, Laia, como verás estoy muy ocupado con estos engendros. Me castigarán si no hago que al menos me sigan al castillo decentemente.

—Dime una cosa ¿Por qué pensaste que funcionarías como Prefecto?

—¿Qué? Yo no quería serlo, el único motivo que tenía era los privilegios de serlo. —dijo mientras le dio la señal al otro prefecto que empezaran caminar hacia el castillo. A Laia no le sorprendió su respuesta.

Al llegar al castillo, Cepheus le indicó al otro prefecto que llevara al grupo mientras se colocaba al lado de Laia para seguir su conversación.

—Entonces ¿No has escuchado nada de Polaris desde hace dos semanas? —preguntó Laia al mayor.

—Mi madre frecuenta mucho la casa de los Malfoy. Hemos... —se aclaró la garganta algo incómodo —Hemos estado ocupados con unos asuntos y no la he visto en la mansión. En el Expreso tampoco la vi.

—¿Crees que vendrá luego?

—Oh, seguro ya está acá, el Expreso es muy grande. Quizá estaba con Malfoy u otro amigo.

Laia le pareció extraño que en el tiempo que llevaban en el castillo Polaris no había ido a buscarla o encontrarla entre el grupo al tiempo que estaban llegando a la mazmorra de Slytherin.

—Oh, no. Alerta de la mugre patrulla del ministerio. —masculló Cepheus al ver que se acercaba a las mazmorras la figura alta y autoritaria de Jae Kim; vestía su uniforme nuevo del Ministerio de Magia. Laia nunca había visto a Jae tan formal, hasta cierto punto se le hizo muy genial su vestimenta, porque era una gabardina de cuero negro con el emblema del Ministerio bordado, unos pantalones negros de tela a su medida y una botas negra relucientes. —Dime una cosa ¿por quieres ser una Aurora? Si son de lo peor.

—Porque es la única forma de limpiar el nombre de mi padre y de mi familia —replicó Laia mientras Cepheus decía la contraseña para abrir la mazmorra de Slytherin —. Además, en algo me debe de servir los duelos amistosos.

—¿Uniéndote a la misma élite de bola de mentirosos que enviaron a tu padre a la cárcel? —exclamó el mayor mientras vigilaba que todos los Slytherin entraran ordenadamente —¿Acaso piensas llegar al cuartel y vengarte o qué? Porque sería una buena idea.

Laia se volvió a él con el ceño fruncido.

—¿...Vengarme?

Cepheus asintió y se encogió de hombros. Al ver que Jae se acercaba a ellos, el castaño no dudó dos veces en retirarse junto con los demás de la casa Slytherin.

Jae llegó hasta Laia con un semblante bastante serio.

—Buen día, Laia —dijo Jae. Laia ladeó la cabeza.

—Vaya ¿Ahora tienes código de saludos también? —replicó Laia intentando sonar divertida, pero Jae no parecía estar de humor esa mañana. —Supongo que buen día...

—Perdona... no ha sido una buena mañana. Hay una situación con Hagrid y su Hipogrifo. Además, nos pusieron en alerta con el caso de Sirius Black, los profesores creen que aún sigue en el castillo.

—Por Merlin... ¿Qué pasa con Hagrid?

Temió que fuera algo relacionado con Buckbeak, el hipogrifo y Draco.

—Oh, es una larga historia... Los Malfoy son un dolor de cabeza —replicó mientras se restregaba su entrecejo —Pero necesito un favor tuyo.

—¿Yo? —exclamó Laia sorprendida. Normalmente, Jae siempre le gustaba hacer muchas cosas solo, en especial con lo que se trataba de trabajo ¿en qué necesitaba de su ayuda?

—Sí. Me ordenaron entrevistar a los fantasmas del castillo y tener una mejor pista de donde podría estar escondido Black. La única que se me ha hecho imposible hablar es con Myrtle La Llorona y según recuerdo casi no sale de los baños de las niñas...

—¿Y pretendes que yo hable con ella? —exclamó Laia nada contenta. —¡Yo no puedo hablar con ella! Es intimidante esa chica, digo, fantasma.

—Vamos, Laia. Myrtle es algo extraña, pero hay maneras de hablar con ella —dijo Jae —. Yo no puedo partirme en dos para encontrarla y escabullirme en los baños de las niñas mientras que vigilo el castillo, por eso necesito tu ayuda.

—¿Por qué no le dices a Peeves que lo haga? O a Beatrice Haywood.

—¿A Beatrice?

—Sí, se ve que se llevan muy bien —comentó Laia. A Jae de repente le dio un extraño ataque de tos breve. Tuvo que aclararse la garganta para hablar de nuevo.

—Laia... por favor ¿Me harás pedírtelo de rodillas?

Laia suspiró. No tenía manera de salir de ésta. No es que no le cayera bien Myrtle, solo que era deprimente estar en el mismo lugar que ella, incluso húmedo de tantas lágrimas que derrama.  Era un fantasma bastante fastidioso, imposible de consolar y dramático. Supuso que no tenía otra alternativa.

—Bien, lo haré —dijo entre dientes.

Jae le agradeció con un fuerte abrazo y se fue un poco más contento. Parecía que su trabajo le daba algo de estrés.

Al entrar a la Sala Común de Slytherin, Laia no tuvo necesidad de ver más allá de recinto para encontrar finalmente a Polaris. Se le dibujó una sonrisa al verla, Polaris al verla también estiró las comisuras de sus labios al ver a Laia.

—Comenzaba a creer que no te vería hoy —dijo Laia acercándose hasta su amiga quien se encontraba sentada en uno de los sillones elegantes de la Sala.

—Boba ¿Crees que te dejaría toda la diversión a ti? —replicó Polaris con un tono juguetón.

Las clases dieron inicio al día siguiente, en la clase de Hagrid se experimentó una inusual actividad. Además de ver a Hagrid algo apagado, esa mañana no se la pasaron formados en una fila como lo era común en la clase, en vez de eso, estuvieron recolectado leña y hojas secas para mantener vivo el fuego de las salamandras que disfrutaban de las llamas. La hoguera de salamandras era de deleite del semigigante y de los alumnos.

Durante la clase de Runas Antiguas, Laia le pareció interesante que la primera lección del trimestre fuera la escritura de las runas en lugares para neutralizar la magia del oponente y únicamente el mago o la bruja que conjuró las runas puede utilizar su magia. Sin duda, era una forma de defenderse o proteger algo o alguien.

¿Alguna vez podré utilizar algo así? Se preguntó.

Se reunió con Polaris para tomar un descanso largo antes de la clase de Transformaciones. Caminaban directo al gran comedor mientras la castaña tarareaba en voz baja. Laia esperaba que hablaran un poco más, pero Polaris estaba muy callada lo cual era muy inusual.

La chica del cabello azul tuvo que aclararse la garganta para poder hablar.

—¿Sucede algo? —preguntó intentando no sonar invasiva. Polaris se volvió a ella.

—No realmente —respondió su amiga aportando su vista —. A decir verdad, tuve unas vacaciones bastante extrañas.

—¿Puedo preguntar por qué? —se atrevió a decir Laia.

—Sucedieron distintas... situaciones que me hicieron extrañarte.

Laia se conmovió.

—¿Tan mal estuvieron?

—No... solo me estoy involucrando más con la familia de alguna forma, pero extrañé tu compañía. —replicó dándole un leve conque de cadera con la de Laia —¿Qué haría sin tu presencia emo?

A lo que Polaris se rio y Laia solo pudo devolverle su gesto con un empujón similar. Sin embargo, un pensamiento se quedó flotando en la mente de Laia; tanto Cepheus y Polaris evadían decir realmente que hacían con sus familias.

Se preguntó porqué hacían eso si sabía que sus familias no son el ejemplar de la familia común mágica de Gran Bretaña, pero santos no eran.

Siguieron con su camino y fueron a desayunar. Cuando vieron que era hora de regresar a las clases, iban hacia el salón de Transformaciones cuando se detuvieron en seco al ver unos chicos dispersados por el pasillo observando lo que las hizo detenerse: una neblina negra salía del baño de niñas donde se escuchaban los sollozos de Myrtle la Llorona. Polaris y Laia intercambiaron miradas confundidas.

Laia sintió el repentino golpe del recuerdo que esa neblina ya la había visto antes durante el día de los partidos de Quidditch.

Se sentía una sensación rara pasar por ese pasillo, como si estuvieran los dementores cerca; era un sentimiento depresivo y solitario.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó Polaris observando la niebla. Ambas se acercaron a la entrada de los baños. Ahí se hacía más densa la niebla.

—Myrtle... puede que sea ella —dijo Laia recordando lo que le dijo Jae.

—No recuerdo que los fantasmas pudieran hacer este tipo de cosas —dijo una tercera voz. Dio un respingo y volvió a su costado derecho se encontró con Cedric Diggory; estaba ahí parado tratando de observar el interior del baño de niñas. —He visto fantasmas haciendo rabietas, pero ¿esto? Es como un tipo de neblina en hilos.

Laia dudó antes de responder.

—Se oyen sus sollozos, puede que sea ella. —replicó. Cedric se volvió a ella y luego apartó su vista para poner atención a los sonidos que surgían de los sanitarios. Frunció su entrecejo.

—Puede que tengas razón...

Laia no quería que muriera la conversación, se le ocurrió la idea más desesperada y tonta, pero quería intentarlo algo que la sacara de su zona de confort.

—¿Qué te parece una pequeña competencia?

—¿Competencia? —preguntó el mayor. Ella asintió.

—Si la niebla no ha desaparecido en dos días, tú y yo entraremos al baño de las niñas para ver qué sucede con Myrtle. Si es que ella tiene algo que ver y sabremos quién tiene razón. El ganador invita las cervezas de mantequilla.

Cedric aguardó silencio unos segundos, pero no tardó en esbozar una sonrisa y colocó su mano enfrente de ella.

—Acepto —Laia estrechó su mano. Por primera vez y después de mucho tiempo sintió algo de cercanía.

—¿Qué hacen todos reunidos acá? —era la voz de la profesora McGonagall llegando al pasillo —¡Largo de aquí! Vayan a sus clases, no hay nada que hacer aquí.

Se tuvo junto a lado de Cedric y miró hacia los baños.

—Otra vez Peeves haciendo de la suyas —musitó con enfado —Quizá Myrtle —se volvió a Cedric y le ordenó que siguiera su camino. Cedric tuvo que irse sin despedirse. La profesora no tardó en reprender a Laia y Polaris que seguían aún allí.

—Por un momento dejé de existir para ti ¿no? —dijo Polaris en el transcurso hacia el salón de Transformaciones.

—¿Qué? No fue así —replicó Laia sin detener el paso.

—¡Claro que sí! Diggory ni siquiera me notó —exclamó algo molesta —Les dije algo y siguieron con su conversación como si no estuviera ahí.

—Lo siento, Pol. Juro que no fue mi intención.

Polaris solo se encogió de hombros.

—¿De verdad harás esa apuesta con él?

Laia claro que quería seguir con la apuesta.

—Diggory cree que siempre tiene la razón —dijo —No perderé esta oportunidad para demostrar que no soy una niña ignorante.

Polaris frunció el ceño, extrañada.

—¿Y eso a qué viene?

—Te cuento durante la clase.

Intentando no las atrapara la profesora McGonagall, Laia intentó contarle lo que había pasado con su hermana, Cedric y el señor Diggory mientras intentaban transformar un erizo en un alfilero. Polaris no se mostró sorprendida pero tampoco mostró que más que una mueca.

—Por eso los Hufflepuff se llevan bien con los Ravenclaw —dijo con un tono raro en su voz. —. Son igual de falsos y sabelotodos.

—No dirías eso si se tratase del profesor Lupin —comentó Laia intentando no reír. Polaris se puso roja hasta las orejas.

—Él ni debe ser Ravenclaw.

—Eso no lo sabemos, pero si es Ravenclaw...—dijo Laia mientras volvía a su estado natural al pequeño y malhumorado erizo, intentaba retar a Laia apuntando sus pequeñas púas— la única diferencia que hay es que él no es como mi hermana.

De camino a la clase del profesor Lupin, volvieron a pasar enfrente del baño de niñas del segundo piso. La niebla había desaparecido del pasillo y del baño. Continuaban algunos alumnos curiosos deteniéndose para observar de donde había surgido esa niebla. Incluso el señor Flitch, el celador del colegio, con su gata no se atrevían a observar hacia adentro, seguramente se imaginaban algo asqueroso brotando de alguno de los sanitarios.

Sin duda, las vacaciones no le favorecieron al pobre profesor Lupin, lucía aún más enfermo y cansado que antes de las festividades. Laia le dio la sensación de que sentía dolor por cada paso que daba cuando se paseaba por la clase dando su lección del día. Sin embargo, a pesar de su extrañamente largo quebrante de salud, hizo que la clase fuera muy interesante y mantuvo a todos atentos que ninguno de los que estaban en contra de su cátedra dijo algo al respecto.

Al día siguiente, Laia decidió visitar la biblioteca para buscar un nuevo libro interesante para investigar un poco más sobre los fantasmas. Empezaba a ver que sabía solamente lo básico de ellos, tenía que estar un paso más adelante si quería demostrar que también tenía experiencia con lo paranormal. Después de un par de horas se dio cuenta que no había nada sobre nieblas misteriosas en los libros de fantasmas, pero estaba determinada a encontrar algo al respecto.

Pero lo admitía, estaba tan errónea al creer que podría ganar tal competencia.

Qué estúpida.

Después de divagar por los libreros, encontró una página rota de un artículo de un periódico muggle que tenía un titular llamativo:

"HUMO NEGRO EN LOS CIELOS DE PARIS"

¿Una posible amenaza?

El periódico extranjero tenía una fotografía de algo que parecía como una gran bola de arena negra o algún tipo de mancha negra, pero lucía demasiado inmensa. Buscó por ambas caras de la página, pero en ninguna parte decía en qué año había sido publicado ese artículo. No le quedaba duda que era muy antiguo porque casi se desintegraba en sus manos. Lo dejó dentro de uno de los libros y decidió llevarse otro par de libros sobre fantasmas, los dos volúmenes de "La materialización de un fantasma".

Cuando salió del pasillo de esa sección de libros se detuvo en seco al ver que Leto, el chico de primer año de Gryffindor, estaba sentado en una de las mesas leyendo algún libro. Su postura parecía decaída. El chico de cabello rizado se levantó y Laia pudo ver que tenía aún un semblante triste; él tomó su libro y se dirigió a la sección próxima a la que estaba Laia. No la notó, se mantuvo inmóvil para no alertarlo, pero unos chicos se levantaron de sus asientos cuando lo vieron acercarse. Ella pudo percatarse que se trataba de unos chicos de Slytherin de primer año, eran los mismos que vivían tras él para molestarle.

Leto al verlos se detuvo y quiso dar la vuelta de regreso, pero los chicos lo interceptaron.

—¿A dónde vas, troll? —susurró uno de ellos con un tono molesto— ¿Ya terminaste de leer tus libros de lagartijas voladoras?

—¡N-no son lagartijas! —musitó Leto sosteniendo el libro fuertemente contra su pecho.

—¿Ah no? Pues no nos importa qué es lo que sean —masculló otro—. Pero si nos importa que no cumpliste tu palabra.

El chico de cabello moreno retrocedió un par de pasos al oír esas palabras.

—Dijiste que nos mostrarías a las sirenas del lago y que conseguirías branquialgas, pero ¡Nos distes unas simples algas! —gruñó sacando de su bolsillo unas algas bastante secas y las tiró con agresividad sobre la mesa que estaba a su costado.

Leto observó las algas con terror.

Laia buscó con su vista frenéticamente la presencia de la señora Pince, pero extrañamente no estaba.

Naturalmente, cuando la necesitas no está para callar a la gente. Pensó.

Sabía que ese chico se había metido en graves problemas. Decidió permanecer en su lugar.

—Es que no las conseguí —musitó Leto con una pizca de miedo en su voz tenue.

—Pues te conseguiste tu perdición, DeVries —masculló el chico que parecía ser el líder del grupito. Le arrebataron su libro que tanto se aferraba y lo tiraron al suelo—. Golpéenlo, no puede usar su varita ni para defenderse.

Uno de ellos lo empujó tan fuerte que lo lanzó al suelo.

—Porque es un maldito raro. —masculló Silas, quien había llegado para unirse al grupo. Éste sacó su varita y la apuntó hacia Leto. Al parecer usó un maleficio porque hizo que el pobre chico le brotaran mocos por la nariz como si fuera una cascada.

—¡Que asco! —exclamó un chico de grupo. Leto no sabía qué hacer para detener esa asquerosidad de su nariz. Intentaba frenéticamente taparse con sus manos para detener el fluido, pero era en vano.

Uno de los chicos se acercó para propinarle un buen golpe en la mejilla derecha. Silas se arrodilló enfrente de él con una mueca que mostraba satisfacción.

—Eso fue para que aprendas que jamás nos verás las caras de idiotas.

Laia no sabía qué hacer. No deseaba intervenir, pero no podía ver que le hicieran eso a ese chico. Dejó sus libros en la estantería y soltó un pesado suspiro.

Me arrepentiré de esto. Pensó.

Sacó su varita y conjuró el maleficio que le había prometido a Jae que jamás haría de nuevo. Ese grupito quedó colgado de cabeza en un instante.

—Él no, pero yo sí. ¡Accio varitas! —replicó ella colocándose en frente del chico, atrapó las varitas de los chicos y las dejó caer al suelo—. Espero que también les guste el sabor de su sangre en sus bocas.

En ese momento, apareció Beatrice Haywood horrorizada por la escena que veía. Varios otros chicos observaban también la situación. Algunos reían de los Slytherins colgados y otros se veían sorprendidos.

Beatrice se acercó a Leto y detuvo sus fluidos con su varita. Se volvió a Laia notablemente molesta.

—¿Qué demonios pasa aquí? ¡Bájalos ahora mismo!

—Ellos estaban molestando a este chico y no pude quedarme de brazos cruzados —replicó Laia bajando su varita y los chicos cayeron abruptamente al suelo. Cuando Beatrice escuchó eso, su semblante se relajó.

La señora Pince llegó hasta ellos abriéndose paso entre los alumnos que los rodeaban. Observó a Leto embarrado por su mucosidad, a los Slytherin retorciéndose de dolor, a Laia en medio con su varita en mano y las varitas de los chicos en el suelo, y como si no fuera suficiente, el libro que llevaba Leto tirado en el suelo con sus hojas dañadas.

Cómo era de esperarse, no estaba nada contenta.

—¡Miren cómo dejaron mi biblioteca! Son unos bárbaros —exclamó indignada— ¡Todos irán a la oficina del director! ¡En especial tú!

Pince señaló a Laia con odio y se dio media vuelta.

—¡Pero yo no fui quien...!

—¡Chst! —se volvió la señora Pince hacia ella muy enfadada y volvió a darse media vuelta ora seguir su camino.

Por alguna razón, todos terminaron yendo a la oficina de la profesora McGonagall, todos estaban esperando sentados a que ella llegara con el jefe de la casa Slytherin y con el director Dumbledor.

Laia estaba sentada a lado de Leto y al otro costado de la oficina estaban sentados los cuatro chicos de Slytherin. Silas fulminaba a Laia con su vista. Ella solo bufó cruzándose de brazos.

—No debiste defenderme... —susurró Leto. Laia se volvió a él sin haber alcanzado a escuchar lo que había dicho.

—¿Cómo?

Leto se encorvó bajando su cabeza, posiblemente intimidado y asustado.

—N-no era necesario que me defendieras...

—Descuida, jamás volveré a hacer eso —masculló Laia. De reojo, pudo notar que en el rostro de Leto había una pequeña sonrisa.

—Gracias. —dijo y desapareció su sonrisa. Laia exhaló, admitía que le hacía feliz que él se sintiera agradecido y que le hubiera dirigido la palabra por primera vez luego de aquella clase con Flitwick.

En ese instante, entraron los profesores y el director Dumbledore a la oficina. McGonagall no estaba nada feliz y el profesor Snape tenía su típico semblante frío e inexpresivo. El director los observó detenidamente manteniendo su rostro relajado.

—¡Esto es inaceptable! —exclamó McGonagall. —¡Park utilizó un maleficio con estos niños de primer año! Espero que tengas una explicación, jovencita.

—Esto será interesante... —masculló el profesor Snape.

—Yo no quería intervenir, pero... —replicó Laia, pero la voz de Leto la detuvo.

—¡Es cierto! Ella no tiene nada que ver en esto. —exclamó Leto con voz quebrada. —Ellos me lanzaron un maleficio y me golpearon. Ella solo trataba de detenerlos.

—¿Es eso cierto, señorita Park? —le preguntó Dumbledore. Laia asintió. —Bueno, concuerda con la versión de la señorita Haywood. No veo porqué proseguir con esto.

—Pero Albus ¿Qué haremos con estos chicos? —masculló la profesora indignada volviéndose al grupito de Slytherin —No se quedarán sin un castigo.

—¿Severus?

El profesor Snape descargó un suspiro pesado, sabía que eso no le beneficiaba nada a la casa.

—Limpiar la lechucería por un mes es suficiente castigo y menos cinco puntos menos a la casa —dijo—. En cuanto a Park, se le suspenderán sus salidas a Hogsmeade hasta finalizar el curso.

Estupendo, a este paso jamás disfrutaré de Hogsmeade. Pensó.

—Mmm, me parece justo —dijo la profesora.

—¡Muy bien! —exclamó el director Dumbledore con optimismo —¿Se les antoja un chocolate caliente?

A la mañana siguiente, en la sala común se podía sentir la tensión y la incomodidad, algunos Slytherin la miraban con desprecio. No le sorprendió que ya todos se hubieran enterado de lo que había pasado en la biblioteca.

—Ahora a Silas no le caes nada bien... —comentó Polaris desde su cama.

—No pretendo caerle bien a la gente.

—Bueno, al menos solo los de primer curso serán tus enemigos ahora. Escuché a Pansy decir que quería aprender el maleficio que les hiciste—dijo la castaña —¿Cómo lo aprendiste?

—Mi hermana me lo hizo una vez que peleamos en casa —dijo Laia tomando a Sugar Quill para cepillar su pelaje—. Mi padre supo de eso y me enseñó cómo invocar ese hechizo.

—Súper. Deberías considerar enseñármelo a mí también.

—Si convences a Snape que me quite el castigo de no ir a Hogsmeade, te lo enseño.

—¿Qué? ¡¿Otra vez no podrás ir?! —exclamó su amiga decepcionada —No prometo que logre ablandar ese corazón de hielo que tiene Snape.

Laia le causó gracia pensar de porqué sabía su padre ese tipo de maleficios.

—Prometo enseñarte luego, solo quiero terminar estos libros... —dijo Laia retomando su lectura de los volúmenes de "La materialización de un fantasma".

—Estás muy empeñada a competir contra Diggory ¿no? —comentó recostándose en su cama.

—No, sólo me interesa qué produce esa niebla negra.

—Por supuesto.

En ese preciso momento, recordó que Jae le había pedido que hablara con Myrtle la Llorona sobre Sirius Black. Le pareció buena idea ir a verla y también chequear si la niebla había regresado. Dejó sus libros y abandonó la mazmorra de Slytherin. Al llegar al segundo piso, el pasillo que daba al baño de niñas estaba desolado y cubierto de esa niebla densa y oscura. Le causó tanto frío y desconfianza que se arrepintió no haber traído a Polaris y una bufanda. Se acercó a la entrada de los baños y en el interior se veía aún más densa, revoloteaba los residuos oscuros en el aire.

—Tenías razón. Aún sigue aquí —dijo una voz tenue. Laia dio un respingo del susto. Se trataba de Cedric quien se había acercado demasiado a ella y se encontraba muy interesado en la niebla. Notó que había asustado a la chica. —Lo siento, no pretendía a asustarte, pero no me da confianza hablar en voz alta.

—Creo que en voz alta hubiera sido peor —replicó Laia dando un paso de distancia, pero se preguntó una cosa que no dudo en decirla —¿Por qué veniste aquí?

—¡Oh! Bueno, quedé con alguien, pero no pude evitar venir a ver si estaba la niebla —dijo— ¿Qué hay de ti?

—Quería a hablar con Myrtle, pero no se me antoja ahora —dijo mientras contemplaba la niebla que los rodeaba.

—¿Sobre esto?

—No, sobre Sirius Black —dijo. Cedric frunció su entrecejo.

—¿Por qué querrías saber sobre él?

Laia sólo se encogió de hombros. Sabía que Cedric no tenía malas intenciones, pero no tenía la suficiente confianza como para decirle que Jae era quien quería saber sobre el paradero de ese fugitivo.

Él asintió entendiendo que Laia ya no quería hablar más. Hubo un silencio incómodo que combinaba con la atmósfera lúgubre del pasillo. Sin embargo, Cedric trató de decir algo.

—Laia, perdón por las palabras de mi padre. Él... es algo torpe con lo que dice.

—¿De qué parezco que estoy ciega? —preguntó ella. Cedric asintió apenado —No me molesta.

—Supuse que sí. No aceptaste nada de mí después de eso durante el trayecto hasta llegar con tu madre.

—No fue así —masculló—. Me molestaba otro tipo de cosas...

Me trató como un cachorro ¿cómo se suponía que debía sentirme? Pensó.

Cedric estaba a punto de decir algo más, pero los sollozos que provenían del baño lo interrumpió. Eran sollozos más fuertes que la última vez, se oían tristes y desolados. Laia reconocía ese tipo de sentimiento, uno que no se quitaba con solo llorar.

—Otra vez esos sollozos... ¿Será Myrtle? —preguntó Cedric volviendo su vista a la entrada de los baños.

—La única forma de saberlo es... entrando.

Ambos se congelaron observando la entrada. No les inspiraba confianza para nada.

—No creo que sea buena idea entrar ahora —dijo Laia alejándose de la entrada.

—Tienes razón —dijo Cedric—. Será mejor entrar de noche.

Laia miró a Cedric confundida. Él notó que Laia no estaba en la misma sintonía.

—Los fantasmas están más activos por la noche. Tendremos que escabullirnos para venir acá —comentó— ¿Podrás evadir a los de tu casa?

—Sí, pero ¿Tú rompiendo las reglas? —replicó Laia no pudiendo esconder su sorpresa. Cedric ladeó la cabeza.

—No si se trata de fines de investigación para la seguridad del colegio —bromeó —Entonces ¿puedes o no?

Para Laia, eso era poner otra vez a prueba su experiencia de escabullirse para ir a encontrase con Jae en la sala de trofeos. Pero, estaba harta de que la trataran como si fuera una niña y si Cedric no creía que fuera capaz de escabullirse, estaba muy equivocado.

—Tenlo por seguro —dijo— Te veo a medianoche.






🍂Nota de la autora🍂

Finalmente pude publicar un capítulo. 😭
Les pido una disculpa, me puse a escribir en cuanto tuve tiempo libre e inspiración. Creí que no lograría publicar un último capítulo antes de terminar el año.

¿Qué les pareció?

Gracias a los lectorxs que han sido fieles a la historia a pesar de publicar contadas veces en el año. Espero cambiar eso el próximo.

Les agradezco su apoyo, votos y comentarios sobre la historia. 🤍 prometo seguir adelante con la historia, no quiero dejarla de escribir, me divierte mucho haciéndolo.

¡Gracias por leer!

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