Prólogo.
Del diario de Jericco Goldstein.
3 de enero del año 2000, MANHATTAN NEW YORK.
Mi nombre es Jericco Goldstein, nací en Baviera en el año 1913. Quizá estoy escribiendo la historia que nunca antes pude contar, ahora sé que esto será mi último suspiro, he sido perseguido por más de 60 años por gente peligrosa que lo único que ha querido es forzar mi silencio, temí alejarme del mundo pero esa fue la mejor decisión que tomé en estos 87 años de secretos y delirios. Lo que estará escrito de ahora en adelante será mi nota suicida, las palabras que he escrito desde el comienzo han empezado a consumir todo mis sentimientos al evocar los recuerdos que intenté olvidar, he sido víctima de mí mismo, supongo que las malas decisiones que tomaste en el pasado cobrarán vida como una venganza después de fluir ríos de sangre.
Yo sólo era un chico tímido e inseguro cuando joven, la tez que recubre mi cuerpo es blanca y soy de contextura hercúlea, mi estatura es normalmente alta-mediana como la de cualquier europeo; la tonalidad de mi cabello se deriva entre el rubio oscuro y castaño claro, mi cualidad masculina era profesionalmente primorosa, con una voz delicada y refinada que solía ser catalogada como afeminada por comentarios supeditados y sexistas, pero, mi vanguardia era avasallada por un oscuro pasado que intentaba ocultar con mi ego.
Recuerdo aquella lejana primavera del año 1942, sólo tenía 29 años cuando la segunda guerra mundial todavía se encontraba firme. Yo trabaja en un gran laboratorio que pertenecía al gobierno de Alemania en Frankfurt, protegido por la base militar más grande y recóndita de Europa.
Principalmente, mis comienzos surgieron después de obtener diversos títulos profesionales, como la medicina, ingeniería genética y nuclear, diseñaba armas atómicas como también experimentos genéticos con seres vivos; años más tarde, después de graduarme de una de las universidades más prestigiosas del mundo, obtuve mi primer trabajo en el área más conocido del planeta, la Zona 13, dicha área tenía una gran fama por reservar secretos de mucha importancia de la cual procedían a la polémica.
El desierto en donde se encontraba la base militar, algún día fue poblado por una antigua región campestre que fue eliminada, el ejército alemán había exterminado las personas que ocupaban esas tierras por el lejano desierto. Las nubes de radiación eran adecuadas para proteger los alrededores de la base, con la finalidad alguna de la seguridad confidencial del gobierno y sus militares, se realizaban numerosas autopsias a diversos seres no provenientes del planeta Tierra, solía relacionarse con las fuentes más altas en tecnologías de aquel entonces, la astrofísica comenzaba a crecer con sus preparaciones para enviar el primer hombre a la luna.
Se diseñaban proyectos de repulsión contra los hombres homosexuales, los sospechosos eran obligados a ingerir hormonas sexuales femeninas de la cual alteraba su cuerpo, el castigo se realizaba con el cambio de sexo en el que amputaban sus aparatos reproductores, debido a la alta discriminación. El gobierno experimentaba con judíos, testigos de Jehová, opositores, y comunistas; usándolos como prisioneros en el primer momento que fueron invadidos en sus hogares, luego, desde los campos de concentraciones hasta las cámaras de gases, en que se usaban ataques biológicos con gases letales y veneno, uno de ellos era el famoso gas mostaza (C4H8Cl2S).
El nazismo dominaba a Europa con holocaustos y avances biológicos, por lo que existía una gran evolución de nuestro laboratorio, una teoría surgida desde Berlín sirvió como fuente inagotable de ideas para la nación alemana, una de ellas era los experimentos más auténticos de esa década, usando la inseminación artificial a mujeres con semen de animales. Además de facilitar los intentos de procrear nuevos individuos a la humanidad, usábamos niños como base primordial para el uso de nuevas mutaciones de la especie humana.
Sin reclamo de los derechos humanos, los altos mandatarios simulaban una guerra actuada contra Norte América, dirigieron a miles de soldados para que batallasen en un campo donde se implantó una gran bomba nuclear, los soldados pensaron que la bomba no estaba formada de artefactos nucleares como les habían dicho. Los efectos tóxicos de la radiación quemaron los órganos de los soldados, los cuerpos quedaron abandonados sin derecho a ser sepultados dignamente.
Uno de los jefes a quién trabajaba siguiendo sus órdenes era el Doctor John Stephenberg, de la cual continuamente se encargaba de menospreciar mi trabajo, humillándome y criticándome por mis comienzos de novato. Era un sujeto de raza blanca, sus problemas de ira lo hacían reconocerse a simple vista, no obstante, la contextura gruesa y el cabello negro maltratado que estaban acompañados de aquel bigote en forma de candado, eran las cualidades más resaltantes del autoritario y machista Stephenberg.
Siendo un hombre de gran confidencial al imperio Nazi, no precisamente era conocido por ser un sujeto de buena caridad, aparte de ser un hombre arrogante y de mal carácter se conocía por estar relacionado con el tráfico de personas, la venta de drogas y órganos que llenaban sus bolsillos de incontables euros.
Apoderado de la mafia, el hombre de 48 años mantenía una relación amorosa con una joven de tan sólo 15 años de edad, el Dr. Stephenberg se encargó de sacarla de la prostitución en donde anteriormente permanecía por sus bajos fondos, el nombre de la chica era Antonelli Crossford: Una rubia de ojos verdes olivos, era delgada y de baja estatura, su fisionomía era tan perfecta y reluciente como la Luna llena, la voz de Antonelli era angelical a pesar de la ronquera que siempre tenía, era normal verla llorando todos los días por la desgraciada vida que le tocó vivir. Esa chica vivió un largo martirio al caer en las garras del hombre con el que se casó, estuvo embaraza cuando cumplió los 15 años de edad hasta que un fuerte incidente le provoco el aborto con sus 9 meses de gestación.
Por otra parte, el soldado de origen austriaco Mach Rosse, residenciado en Frankfurt enviado desde Austria para unirse con la milicia alemana, con 22 años de edad abandonó a su país para relacionarse con la profunda guerra relativa, conocido en el pueblo por su pseudónimo Franz Pierre, era el centro llamativo de todas las chicas por su gran sentido del humor o también por su atractivo físico, un chico altamente musculoso de raza blanca con cabello dorado y una altura de 1.82 m. Aparte de ser el soldado más confidencial de Austria, sufría fuertemente de ataques cardiacos por el abuso de alcohol que le hostigaba masivamente.
Era un viernes por la noche a las 11:00 pm en el que se celebraba un día festivo en Frankfurt, la señorita Antonelli se encontraba con su esposo John Stephenberg promocionando los eventos políticos que se aproximaban. Después de que todo terminara mientras los invitados se iban a casa, la chica se encontraba despidiéndose de sus amigas antes de marcharse a su hogar, así que decidió irse a casa sin comunicarle a su esposo debido al cansancio del pesado día, Antonelli se dirigía en su vieja bicicleta por la oscura y solitaria carretera del pueblo en que usaban como atajo.
Al dirigirse a su casa por la oscura carretera, ella tuvo la sombría sensación de que la venían persiguiendo desde el evento, al detenerse en medio de la bruma observó que un auto se aproximaba lentamente al ver las luces. Ella sintió miedo y decidió manejar más rápido su bicicleta, Antonelli escucho un gutural grito que llamó a su nombre mientras ella conducía, ¿Esa voz es de Stephenberg? ─Pensó─ la chica se confundió al oír que un hombre de voz áspera la llamaba, Antonelli pensó por un momento que quizás era su esposo.
La joven se detuvo y bajó de su bicicleta para asegurarse de que era Stephenberg, el camino todavía se hacía más largo por lo que ya era agotador. El frío se apoderaba de la noche al bajar la neblina, Antonelli estaba exhausta y lanzó una mirada desconcertada a su amplio alrededor; ella sintió una ligera patada en su vientre, él bebe hacía retorcijones feroces que le provocaban dolores de contracciones a su madre.
– ¿Hola? –Dijo Antonelli quejumbrosa–
La chica lanzó su bicicleta a un lado, caminó lentamente hasta el coche que estaba a unos metros de distancia. Antonelli intentaba mirar al sujeto que estaba sentado en el asiento delantero, el hombre tocó la bocina del auto 2 veces y le hizo señas con su mano.
– Ven al auto –contestó la voz del hombre–
– Oh, John. No te veo, cariño. –Repuso Antonelli mientras sus ojos se deslumbraban–.
– ¡Ven al auto! Ya es tarde y hace mucho frío, –insistió el hombre perdiendo la paciencia–.
– Está bien, –concordó ella acercándose al auto–.
Antonelli confundió la voz de Stephenberg con la del extraño sujeto. Él aprovechaba de jugar con su inocencia turbada.
Antonelli llegó a la puerta del auto y sus ojos se dilataron, boquiabierta y vacilada ella se echó atrás lentamente para correr.
– Hola, señorita. –Dijo él con una perniciosa sonrisa que se iluminaba con su malicia–.
Mach Rosse estaba totalmente ebrio e iracundo, el austriaco se bajó de su auto mientras que Antonelli gemía de sobresalto.
– ¡AAAAAAHHHHHHHH!, ¡DÉJAME! ¡ALÉJATE! –Gritó Antonelli pasmada con la voz entrecortada–.
El hombre tenía una perversa sonrisa que no quería borrar de su rostro, él caminó espaciosamente observando a Antonelli voltearse para correr. Mach tocó sus entrepiernas y se levantó en un ligero impulso, introdujo su mano derecha en el bolsillo de su uniforme militar y sacó un filoso cuchillo del mismo.
– Ven, mi amor, –dijo Mach soltando un gemido placentero–, pasaremos esta noche muy delicioso.
– ¡Auxilio! ¡Que alguien me ayude! –Bramó Antonelli aterrada con la voz temblorosa–, ¡Un sujeto me está persiguiendo! ¡Socorrooo!
Nadie podía escuchar los gritos de clemencia, era una autopista desolada como un desierto. El único que estaba acompañándola era su próximo agresor, Antonelli sentía dolorosas contracciones cuando corría mientras tocaba su panza.
– ¡No grites más, perra! –Rugió Mach con su voz atronadora–, tu hijo disfrutará mucho de mi polla como tú también.
Mach corrió velozmente hacia Antonelli y la apresó forzadamente. Recordó que llevaba una pistola con él entre su pantalón y guardó el cuchillo, sacó la pistola con rapidez y la apuntó en la barriga de Antonelli.
– Por favor, no dispares, –clamó Antonelli nerviosa con continuas contracciones–, no le hagas nada a mi bebé, te lo suplico, ¡Por favor! Ten piedad de mí.
– Puedo matar a ese maldito parasito si quiero hacerlo, –le dijo Mach susurrándole en la oreja mientras la abrazaba–, eres mía, todo tu cuerpo me pertenece. Me encantas mucho, quítate la ropa.
Mach estaba manoseando el cuerpo de Antonelli, la forcejeaba para que se desnudase, aunque ella esquivaba sus toques. Mach se enfurecía mucho al ver que Antonelli no obedecía a sus órdenes, metió la pistola bajo el vestido de la chica y le apuntó con el arma en la vagina.
– Quiero irme, señor, –imploró ella quejumbrosa–. Tengo mucho miedo, pronto daré a luz, déjame ir, se lo ruego.
– Hmmm, sí, –jadeó al hurgar la estrecha vagina de Antonelli–, acuéstate en el suelo y no le haré daño a tu bebé y saldrás viva.
Mach sacó lentamente la pistola de su vagina y haló del pelo a la adolecente, Antonelli lanzó una mirada de terror e hizo lo que Mach le pidió para la seguridad de su hijo.
– ¿Qué me vas hacer? –Preguntó Antonelli con el miedo avasallando en su mirada–, no quiero morirme, te lo ruego.
– Cierra la maldita boca, hija de puta, –dijo Mach acostándose encima de ella–.
– ¡NOOO! –Berreó Antonelli coléricamente–, ¡Apártate de mí! ¡No me toques!
– ¡Te mataré! –gruñó dándole un fuerte bofetón–, perra desgraciada. ¡A mí nadie me grita, pedazo de mierda!
Viendo que la joven gritaba desesperadamente él sostuvo su mano en la boca de ella para impedirlo, bajo los efectos del alcohol el tipo se encontraba alterado de forma violenta.
– ¡No me quites la ropa! –Rugió Antonelli con histeria, ¡Quítate encima de mí!
– Hmmm, eres mía, –gimió Mach–, ohhh, lo vas a disfrutar, todas las mujeres son débiles como tú.
El hombre seguía golpeándola en el suelo, quitó la ropa de Antonelli violentamente mientras ella luchaba por su vida en el frío pavimento de la carretera, pero, cada vez que la joven se defendía Mach la golpeaba con el filo del arma. Después de desnudarla, Mach decidió violarla cuando la joven ya no tuvo fuerzas; en las altas horas de la noche nadie iba a salvarla, Antonelli sólo pensaba en su bebé.
– ¡Noooooo! ¡Ayudaaaaaa! –Bramó ella sacudiéndose y pateando forzosamente en el suelo– ¡Ayúdenme! ¡Auxilio!
Mach levantó su vestido y lo rasgó con sus manos, se lanzó encima de ella y comenzó a besar su cuerpo mientras la toqueteaba. Mach se quitó los pantalones y la obligó a hacerle sexo oral.
– Veeeen, perra. Lameeee mi polla, ¡Vamos, hazlo! ¡Hazlo! Sólo muerde las venas de mi polla, –insistió Mach induciendo su maloliente pene en la boca de Antonelli–, chúpamela todo, abre la maldita boca o le volaré el cerebro a ese maldito feto, te haré abortar a cogidas maldita hija de mierda.
Mach obligaba a Antonelli con bofetadas y puñetazos, hurgando y estrujando la vagina de Antonelli con su pistola hasta provocarle sangrado.
– ¡AAAAHHH! ¡Mi hijooo! –Sollozó ella pateándolo con nerviosidad– ¡Auxilioooo!
Antonelli gemía con repulsión, con el pene atravesado en su boca le impedía seguir gritando.
– Sé que te gusta chupar vergas, –replicó él con su temible voz atronadora–, por eso eras una maldita prostituta barata ¿O quieres negármelo, putita?
– ¡Perdóname, Dios! –Imploró ella con soltando un grito ahogado–, ¡Perdón por haberte fallado otra vez! Sólo te pido que salves a mi bebé.
Antonelli le juró a Dios en el momento que salió de los prostíbulos que nunca más gestionaría actos de coitos con alguien que no fuese su marido.
– Ohhh joder, sí, que apetitoso se siente esto, me encantas, –resopló Mach penetrándola vaginalmente–, ¡Mira lo que hago con tu putita Diosito lindo! Ella es mía, tiene la vagina más suave del mundo.
Mach la ahorcaba con una mano, y, con la otra la golpeaba con su pistola en la barriga.
Mach la miraba a sus ojos con intimidación y cólera, sus ojos estaban dilatados y enrojecidos. Antonelli siguió gritando con llanto mientras el alcohólico disfrutaba.
– ¡Oh Señor Dios mío! –Exclamó Antonelli mirando al cielo–, con ánimo resignado y generoso desde ahora acepto de tus manos cualquier género de muerte que te plazca enviarme, –jadeó cansinamente–, con todos los dolores y angustias que la acompañen.
– ¡Aaayyy sí! –Bramó mordazmente, él temblaba de placer–, sigue creyendo que te van a salvar de este deleite, tú Dios está muerto. ¡Oooohhhh! ¡Me vengoooo! ¡Ohhhh, sí! ¡Qué rico es esto!
Después de patadas y maltratos, el morboso soldado eyaculó dentro de la adolescente. Después de hacerlo se levantó y se subió los pantalones con rapidez, Antonelli estaba acostada, temblorosa y llorosa en la carretera con debilidad, su boca estaba partida y la cara cubierta de moretones imborrables.
– ¡Por favor, déjame ir! T-t-tengo miedo, –tartamudeó ella resoplando de congoja–, n-n-no me hagas más daño.
– ¡Eres una prostituta de calle, no tienes sentimientos ni dignidad, sólo eres un objeto sexual como cualquier otra mujer! –Replicó irónicamente, estaba colérico–, ese bastardo que tienes metido en el vientre será un jodido marica, y sí es una zorrita también quiero cogérmela para bautizarla.
– ¡Cállateeee! –Gritó ella afligida–, no vuelvas a hablar así de mi bebé.
– ¿Por qué no? –Preguntó él apuntándola con la pistola en la barriga–, puedo matarte a ti junto a ese maldito parasito que está por nacer... Aunque, –él soltó una risa repugnante–, dudo que nazca, prepárate para lo que está por llegar porque estás arruinada.
– ¡Noooo, no me apuntes por favor no me dispares! –Exclamó Antonelli cubriéndose la barriga–, quiero irme a casa, te prometo por mi bebé que nadie sabrá lo que sucedió, por favor, te lo juro por lo más sagrado que tengo.
Antonelli se levantó lentamente y le imploró al soldado, pero, él la pateó en su barriga y la lanzó al suelo.
– ¡Vamos, levántate! ¡Que sea la última vez que me digas lo que tengo que hacer! –Gruñó impetuoso–, ¡Sé lo que debo hacer contigo!
Mach se agachó y la sujetó del cabello, luego la arrastró a las orillas de la carretera y se adentró al bosque con ella.
– ¡Aaaaahhhhh!, –berreó Antonelli deplorablemente–, ¿A dónde me llevas? ¿Qué vas a hacer?
– ¡Quiero hacer esto! –Respondió Mach disparando a todas partes–, pensaré que hacer contigo... Pero, no creas que saldrás de aquí tan fácil.
Mach no sabía que se encontraba en las tierras del canciller Isaac Growsberg, los campesinos que trabajaban en la hacienda escucharon los disparos y salieron a la carretera inmediatamente. ¿Podría salvarse Antonelli del sanguinario violador? Mach Rosse, estaba consciente del delito que cometió y por eso sabía que no era propicio para él dejarla con vida,
– ¡Sólo ten piedad de mí! –Rogó ella–. Dios, perdóname por todo lo que he hecho. Merezco esto, quizás no entendía las señales que me enviabas, ahora lo sé, soy una maldita basura, una miserable porquería a la que todos les hacen daño.
– ¡Silenciooo! –Tronó golpeándola en la cabeza con el arma–. ¡Vuelves a hablar y me comeré tus lombrices! Te abriré la vagina y extraeré tu embrión con mis uñas, me comeré la placenta y me masturbaré gustosamente sobre tu sangre.
Antonelli se desvaneció y se acostó en la tierra, Mach pensó inquietamente en destruirla lo más rápido posible. Estaba nervioso y ansioso, pero, dos vidas estaban en juego.
El soldado usó el arma caliente para penetrar el recto de la chica, después de introducir el arma en su ano ella soltó un quejido de aflicción. Mach apretó el gatillo... Disparó dentro del orificio anal y Antonelli gritó como nunca antes lo había hecho, ella tuvo dolorosas contracciones y pensó que ya estaba a punto de dar a luz.
La bala entró directamente a los intestinos de Antonelli y le traspasó los órganos, en un instante sufrió de una severa hemorragia que le ocasionó fuertes estragos. Mientras sufría de contracciones la sangre interna se derramaba a través de su ano, el fuerte desangre estuvo a punto de provocarle un terrible infarto para acabar con ella y su hijo.
No conforme a lo acontecido, Mach lamió el ano de Antonelli y se manchó la boca de sangre, se levantó suavemente y una fuerza frenética inmovilizó su mente hasta que comenzó a patearle el vientre con todas sus fuerzas, las mortales patadas que ella recibió le generó un aborto instantáneo. Antonelli esperó nueve meses para el nacimiento de su primer hijo, la criatura que llevaba en sus entrañas murió bruscamente hasta que tuvo un parto inesperado; expulsó la placenta por su vagina y el bebé salió sin vida de su vientre. Mach pisó el ser vivo que Antonelli iba dar a luz y le disparó unas 5 veces,
– ¿Por qué me haces esto? –Susurró Antonelli con los ojos en blanco y bañada de sangre–, mataste a mi bebé, ya no tendré a mi hijito entre mis brazos, mi bebé, mi bebé está muerto. ¡MATASTE A MI PRIMER HIJO! ¡AYUDENMEEEEE! ¡QUÉ ALGUIEN ME AYUDE, MALDITA SEA!
Antonelli hablaba con la voz ronca y entrecortada, soltando quejumbrosos gemidos de muerte.
– ¡Maldita sea! –Vociferó él al escuchar que alguien se acercaba–, debo irme, tengo que irme... Maldición, tengo que escapar.
Mach escapó, corrió rápidamente hacia su auto.
En ese momento llegaron los campesinos de la hacienda con linternas, era muy tarde para hacer algo por aquella madre sufriente y moribunda. De repente, los animales de la granja enloquecieron y empezaron a berrar aterrorizados, Mach regresó a su auto acobardado y con prisas lo encendió para irse del lugar, dejó a la chica en agonía y simplemente huyó de cobardía.
Los campesinos Pietro y Jobsorg, dos hombres africanos de tez oscura y altas estaturas, reconocieron a Mach con el seudónimo de Franz Pierre. Ambos estaban autorizados para estar armados en la hacienda, antes de salir llamaron a las autoridades Nazis e informaron de los disparos, al toparse con Antonelli en severas condiciones de salud se atemorizaron, toda la sangre que la chica derramaba era una pesadilla para ella y los hombres.
– ¡Niñaaaaaa, esto no es cierto! ¡Esto es una pesadilla! –Lloriqueó Jobsorg atónito, se quedó mudo y respiró con un quejido–, ¿Qué sucedió? ¡Oohhhhhh! Mírala Pietro... Pobre jovencita, he reconocido el rostro del hombre que acaba de irse, sé quien es ¡Fue ese vanidoso soldado!
– ¡Franz Pierre! –Concordó Pietro levantado a la chica–, ¡Cielos, no sé qué debemos hacer con esto! ¡Estoy brutalmente impactado! Esto me rompe el corazón. Ha perdido a su bebé, nunca antes había visto algo tan macabro en estas tierras.
– Allí vienen las patrullas, –señaló Jobsorg al escuchar la sirena de una ambulancia–, no me imagino la reacción que tendrá el Doctor Stephenberg con esta tragedia.
– Mi bebé, –susurró Antonelli con la voz desentonada–, he perdido mi hijo, él lo mato, él mató a mi hijo.
– ¿Era esta chica la prostituta del bar? –Jobsorg se acercó a Pietro y le habló en la oreja–-.
– ¡Shhh! Allí viene el comisario Lous Amberg, –contestó Pietro discretamente–.
– ¡Buenas noches, caballeros! –Dijo el comisario bajando de la patrulla–.
El comisario era un hombre obeso, de baja estatura, tez blanca y cabello castaño; además de ello, el sujeto era alguien lleno de resentimientos e infelicidades, muchas personas le temían por su forma de actuar contra los delincuentes.
– ¡Señor comisario! –Bramó Pietro acercándose al sargento–, que bueno que usted ha llegado.
– ¡Señor Lous! –Exclamó Jobsorg–, han violado a esta joven cruelmente y estaba embaraza, e-e-ella está muy mal herida.
– ¡Aléjense de la señorita y bajen sus armas! –Gruñó el comisario, los apuntó con la escopeta y les proyectó una mirada desafiante–, ¿Acaso creían que me engañarían con esa mentira? ¡Nadie cree en los negros! ¡Ustedes son un par de criaturas anómalas en Alemania! ¡No entiendo porque Europa tiene que vivir con el mal olor de ustedes, malditos negros homosexuales!
Los hombres se miraron confundidos entre sí, Pietro se atragantó con los ojos lacrimosos y bajó la pistola con los brazos extendidos, la dejó en el suelo. Jobsorg se enfadó al sentir que el sargento estaba juzgándoles de aquel trágico delito, él lanzó su pistola en la carretera con furia y cruzó sus brazos soltando un berrido de contrariedad.
– Perdóneme usted, comisario, –dijo Jobsorg–. Y déjeme decirle que usted está malinterpretando esta delicada situación, primeramente, Pietro y yo llegamos hace menos de cinco minutos después de haber escuchado un escándalo, corrimos de inmediato a la carretera y nos topamos con esta jovencita moribunda.
– ¡No somos delincuentes! –concordó Pietro–, somos hombres dignos y trabajadores.
En ese momento llegó la ambulancia, los paramédicos se bajaron de ella con una camilla y se llevaron a la chica para el hospital más cercano.
– ¡Malditos difamadores! –Bramó el comisario todavía apuntándolos–, guárdense sus mentiras negras para cuando sean enviados a Auschwitz... Allá habrá más parásitos de sus especies.
El comisario sacó sus esposas e hizo que ellos mismos se colocarán los grilletes entre sus manos. Los obligó a subirse en su patrulla y los trasladó a la comisaría sin hablar nada en el camino.
¿Qué podrían hacer esos inocentes para salvarse? ¡Era un crimen inclemente! Los campesinos jamás podrían haber sido escuchados en ese entonces, pues, cuando se trataba de diferencia racial nadie querría escuchar la verdad de los detenidos. Antonelli estaba mucho peor en la ambulancia mientras intentaban detener la hemorragia interna, los paramédicos se comunicaron con Stephenberg y él no se demoró en buscar al culpable, en esa noche se decretó toque de queda después del intento de asesinato a la joven y la pesadilla comenzó.
Dos días después... Antonelli fue sometida a una cirugía mortal en el hospital de Frankfurt de la cual se esperaba malas noticias, Stephenberg decidió no participar en la cirugía y quiso esperar afuera del quirófano en donde confió plenamente en su colega Lexburk. Pensativo y turbado se golpeaba la cabeza contra la pared mientras halaba su cabello, Stephenberg comenzó a beber en el hospital hasta que se embriagó totalmente, de repente, la puerta del quirófano se abrió y el cirujano Lexburk salió con una sonrisa forzada.
– ¡Diablos, Stephenberg! –Increpó Lexburk–, has estado bebiendo mucho alcohol. Antonelli ha sobrevivido de la cirugía, dada las fuertes condiciones en que estaba la joven pudimos salvarle la vida... Sólo que, –bufó intranquilo–, una de las balas traspasó su medula espinal y la chica quedará invalida para siempre, sin embargo, ha quedado estéril después de que estuvimos en la obligación de extraerle sus órganos sexuales. Y ya sabes, olvídense del hijo que estuvieron esperando, los asesinos lo trituraron. Los milagros no existen, ojalá y Hitler termine con todos los negros de Europa, ellos son los responsables de esta vil calamidad.
Stephenberg dejó escapar un gemido lastimero y quejumbroso, al escuchar todo aquello que Lexburk le dijo no pudo contener sus lágrimas y un par de gritos coléricos. Lanzó la botella de vidrio contra la pared y se lanzó al piso de cabeza.
– ¿Por qué? ¿Por qué a mí? –Graznó con arrebato–, ¡Mi hijo ha sido asesinado, y mi mujer será una inservible pudrición!
– Entiendo tu dolor, amigo, –dijo Lexburk indulgente dándole unas palmadas en la espalda–. Espero que puedas procesar este dolor, será mejor que te busques a una mujer que si valga la pena. Esta jovencita que tú quisiste salvar, prácticamente está muerta, olvídate de ella. Mis orgasmos anales son más grandes que los orgasmos que ella tendría después de esta inolvidable tragedia.
Stephenberg le lanzó una mirada irritada a Lexburk y emitió un berrido, cuando Stephenberg se levantó del suelo para retirarse del hospital llegó el comisario Amberg.
– Buenos días, Doctor Stephenberg, –saludó el comisario con apatía–. Ya tenemos los únicos responsables de lo que sucedió con su esposa, la madre del hijo al que tanto esperaba.
Stephenberg se atragantó y jadeó, intentó tranquilizarse y le contestó al comisario.
– ¿Qui-qui-quiénes su-son los bastardos? –Preguntó Stephenberg enfurecido con los ojos enrojecidos–.
– ¡Un par de campesinos, trabajaban en una hacienda! –Respondió con firmeza y seguridad–, oh, casi lo olvidaba... Son de raza negra.
Stephenberg se sintió sugestionado al saber quiénes serían sus próximas víctimas, la maldad en su rostro lo hizo sonreír y luego cambió el semblante.
– ¿Razaaaa negraaaa? –preguntó asombrado pareciendo contento–.
– Así es...–Respondió el comisario–.
Lexburk regresó al quirófano y lanzó la puerta fuertemente en la cara de Stephenberg.
– Eso es Fascinante, –pensó él–, yo-yo-yooo mismo, yo mismo, me haré cargo del castigo que recibirán, trasladen a esos domables mulatos a la Zona 13 y luego iré a verlos. No tendrán derecho a juicio, nadie puede entender lo que siento ahora, e-e-estoy muertooo, muerto en vida, –tartamudeó bajo los efectos del alcohol–.
Stephenberg estaba caminando con la vista nublada y ahogado en una laguna mental, el pobre Nazi no podía continuar con su estado de ebriedad. Vomitando las paredes y las puertas del hospital se vio obligado en apoyarse en el comisario, éste lo ayudó a bajar las escaleras del hospital mientras su piel se ponía pálida; subieron al auto del comisario y fueron al laboratorio de Stephenberg, algo malo se avecinaba para los campesinos.
Una semana más tarde...
Mach Rosse se dirigió a la catedral principal de Frankfurt donde se reunió con el sacerdote Job Besttruw, el soldado creció en una familia católica que le sembró valores religiosos en la vida del mismo. Mach Rosse reconoció su pecado mortal, sin embargo, era el sospechoso menos pensado por las autoridades Nazis de Frankfurt; el sacerdote Besttruw era un anciano bondadoso y carismático, lo reconocían por su cabello blanco y la piel arrugada y pecosa de su rostro.
– Buenas tardes, padre, –dijo Mach saludando al sacerdote cortésmente–, necesito confesar algo terrible que hice hace unos días atrás.
– Hola, hijo mío, –saludó el sacerdote–, ¿Qué es eso tan terrible que hiciste? No creo que los blancos tengamos tantos pecados como los de la raza oscura.
– Cometí un crimen, –respondió tembloroso–, quise venir a la iglesia porque sé que tú más que nadie podría delatarme.
El sacerdote soltó una tos ahogada y se sintió nervioso.
– ¿Qué hiciste? Puedes hablar con Dios a través de mí. –Dijo el sacerdote intrigado–.
– Violé a una adolescente embarazada, –contestó rápidamente–, ocasioné que abortase y luego la golpeé fuertemente en su estómago. Extirpé el hijo que estaba esperando y le disparé, creo que han inculpado a otros inocentes por mi culpa, ¡Pe-pe-ro! ¡Yo estaba ebrio, no sabía lo que hacía!
Besttruw se horrorizó y resonó un grito de pánico, salió del confesionario y lo miró con terror hasta que huyó de la iglesia. Mach Rosse lo miró extrañado y lo siguió, pero el sacerdote salió de la iglesia muy rápido y se perdió en la multitud de personas que caminaban afuera de la iglesia.
El sacerdote sabía quién era el soldado, Besttruw no quería ser el cómplice de un agresor tan despiadado como Mach Rosse, el sacerdote acudió a las autoridades lo más rápido que pudo mientras que Mach salió de la catedral y escapó en su auto.
La vida de los campesinos inocentes dependía del sacerdote, los africanos ya habían sido trasladados al laboratorio días antes. En ese mismo día el soldado austriaco fue capturado cuando el sacerdote aportó su testimonio, fue enviado a un campo de concentración y murió luego de ser cremado en la cámara de gas.
¿Qué sucedió con Stephenberg? ¡Pues, estaba satisfecho con los africanos en el laboratorio! Anteriormente estaba buscando victimas para experimentar con ellos hasta la muerte, él sabía perfectamente que Jobsorg y Pietro eran más que inocentes. ¡Antonelli murió después de ser abandonada en el hospital! Stephenberg pagó un alta suma de dinero a otros doctores para que la dejasen morir sin medicamentos y cirugías urgentes.
Queridos colegas de Frankfurt, esta carta ha sido escrita por el Doctor Stephenberg con la finalidad de dirigirme a ustedes con un mensaje importante.
¡Asesinen a esa prostituta, no quiero saber más de alguien infértil y absurdo como lo es ella!
John Stephenberg.
Pietro y Jobsorg no se alimentaron correctamente en una semana, estaban encerrados en una enorme jaula como si fuesen conejillos para los experimentos que se planearon, por una semana los hombres estuvieron desnudos y sedientos mientras comenzaban a enfermarse.
Se les inyectó la sangre infectada de otros pacientes con sífilis, SIDA y tuberculosis. En nuestra zona de trabajo pudimos formular medicamentos a base de los experimentos con los mulatos, con la ayuda de farmaceutas veteranos se crearon nuevas fórmulas químicas que se inyectaron en los hombres; Pietro y Jobsorg estaban deshidratados, cada tres días se les ponía un pequeño trozo de carne podrida para que se alimentasen.
El último de los experimentos fue la obra maestra de Stephenberg, a ese se les llamó con el nombre de los Gemelos Siameses. Siguiendo una serie de procedimientos para obtener el objetivo del experimento, Stephenberg se unió con el Doctor Josef Mengele quien llevaba el apodo "Ángel de la Muerte", Jobsorg y Pietro fueron sometidos a una operación en el que se unieron de espaldas uno al otro, las cirugías fueron realizadas sin el uso de anestesias que impidieran el dolor, rasgamos con bisturíes la carne de los hombres y se cocieron ambas espaldas de tal manera que sus costillas se tocaran.
Jobsorg y Pietro sufrieron lentamente hasta que murieron desnutridos e infectados después del éxito de la cirugía, no obstante, se crearon nuevas enfermedades que ayudar a terminar con la vida de los africanos. Así como también se pudo experimentar con innumerables judíos en la Zona 13, amputamos muchas veces las extremidades de algunas personas para luego intercambiarlas con otras.
Una semana después, una pelirroja judía de 36 años de edad llamada Bella Bamberg, fue llevada a la Zona 13 como sentencia de muerte; tenía siete meses de embarazo y fue arrestada por los Nazis cuando invadieron su propiedad en la madrugada, fue el caso más aterrador que nunca antes presencié en mi trabajo. Stephenberg usó una navaja para abrirle el vientre a Bella y extraerle a su bebé, ¡El recién nacido estaba con vida hasta que murió de tres convulsiones! Luego de interrumpir su proceso de gestación pusieron al bebé en una incubadora dentro de un horno, el pequeño recién nacido fue incinerado y sus cenizas se colocaron en un cofre de oro.
A Bella se les amputó las piernas con un hacha y las cenizas de su hijo fueron espolvoreadas en sus heridas sangrantes, finalmente, se le prendió fuego en su silla de ruedas y murió con mucha lentitud.
Un mes después de lo sucedido conocí a Dalton Ernst, un periodista de Berlín que vendía información privada de Alemania a Rusia y a los Estados Unidos de Norteamérica. Me convertí en su cómplice al venderle el formulario de las armas nucleares y biológicas de Alemania, así mismo los soviéticos se preparaban con armamentos 100 veces más potentes que los de Alemania.
Junto a Dalton viaje a Francia y Polonia para visitar a los campos de concentraciones, recibí una millonaria suma de dinero después de fotografiar los holocaustos para que luego llegasen a los periódicos americanos. Ya Alemania no podía ocultar las atrocidades realizadas contra los humanos, Hitler estaba en un buen camino al éxito y nadie podía superarlo con rumores o escándalos.
Regresé del extranjero con la frente en alto, toda la ciudad de Frankfurt tenía altas sospechas con mis viajes repentinos a Polonia. Los militares pusieron cámaras ocultas de seguridad en el laboratorio sin anticiparme, después de indagar todos mis movimientos y grabar conversaciones privadas me apresaron en el laboratorio.
Las alarmas del área empezaron a sonar, tan pronto que las escuché estallé en pánico e intenté huir lo más rápido que pude, las puertas de seguridad se estaban cerrando lentamente hasta que me bloquearon todas las salidas. Las luces rojas de los pasillos titilaban con las sirenas, las tropas de militares alemanes prepararon sus rifles y se dirigieron a la sala del laboratorio.
Corrí a esconderme en el depósito de cadáveres, en ese lugar era donde incineraban los restos humanos por medio de hornos radioactivos. Era una decisión letal y retorcida, podría haber quedado desecho con todas las personas que asesiné junto a Stephenberg,
De pronto, el Doctor Stephenberg llegó acompañado del comisario Amberg y el escuadrón militar. Los soldados entraron con los rifles entre sus voluminosos brazos, evitaron mi fuga y me retuvieron al instante que me vieron.
– ¡Alto ahí! –Bramó Amberg apuntándome con una escopeta–.
– ¡Las investigaciones fueron completamente exitosas! –Gritó Stephenberg irascible–-, ese hombre ha transgredido la constitución de Alemania, ¡Perjurio y traición!
– ¿Qué piensas hacer? –Le peguntó Amberg–.
– Todo quedará en mis manos, –respondió Stephenberg tranquilo, conservando una sonrisa misteriosa–.
– ¿Está seguro? –Volvió a preguntar Amberg–.
– Exactamente, estoy más que seguro de lo que haré con este individuo. –asintió con la cabeza soltando una mirada enfermiza–.
– Eso es excitante, –concordó Amberg–, todo tuyo.
– Exijo que esto quede entre nosotros amigos míos, –le dijo Stephenberg a los militares–, me gusta ser el indicado para este tipo de cosas.
¿Qué sucederá conmigo? –Pensé amedrentado–, no podía esperar algo similar a todo lo que había sucedido en mi presencia. Los militares se lanzaron encima de mí y me cargaron hasta que me llevaron a una camilla, me ataron con una soga a la camilla e hicieron un nudo en mi boca con un trapo para que yo no gritase.
¿Qué puedo hacer? ¿Cómo podré escapar de esto? –Seguí pensando tembloroso–, hubiese preferido ir a un campo de concentración, la tranquilidad de Stephenberg me provocaba pánico. Amberg y los militares abandonaron el laboratorio, Stephenberg se acercó a la camilla en donde estaba aprisionado y cogió un martillo de su escritorio.
– Siempre me he divertido con los niños malos, –murmuró él con aquella mirada despiadada–, nunca pensé esto de ti... Pensé por mucho tiempo que eras el chico más correcto y decente de Alemania, pero, ¡Me equivoqué!
Stephenberg se paseaba alrededor de la camilla, de pronto, se detuvo con una sonrisa macabra y soltó un par de martillazos en mis pantorrillas.
– ¡Aaaaaahhhh! –Berreé doliente–, me retorcí en la camilla del dolor y emití un estrepitoso clamor de sufrimiento.
– ¿Te gusta? –Preguntó con su sonrisa perversa–.
Rápidamente, se acercó hacia mí y levantó la mano con el martillo hasta que lo estrelló muchas veces sobre mi cráneo. Los golpes me provocaron una alucinación cuando mi vista se nubló, no pude gemir del dolor cuando tuve un desmayo que me adormeció.
Más tarde abrí los ojos y vi que Stephenberg preparaba una sustancia colorida dentro de un recipiente, la succionó con una jeringa de insulina y la levantó a la altura de sus ojos dilatados.
Al verme despertar caminó espaciosamente resonando sus pasos en el suelo, abrió mis parpados de forma forzada y preparó la jeringa con su otra mano. La sustancia colorida comenzó a regarse y luego la inyectó en mi ojo derecho, no podía moverme para expresar el intenso ardor que traspasaba mi vista, estaba sudoroso y paralizado en la camilla mientras él inyectaba en mi otro el colorante; las membranas estaban quemándose, sentía como mis ojos se derretían con la sangre colorida que caían en lágrimas de sufrimiento.
Stephenberg prefería torturar de esa manera a las personas para intentar modificar la especie humana, además golpeó mi cráneo para ver lo mucho que podía soportar un cráneo humano. ¿Por qué ya no siento dolor? –Me dije a mí mismo–, estaba lo suficientemente drogado y envenenado como para sentir dolor, Stephenberg dejó caer de su mesa un frasco de vidrio en el que conservaba los ojos de los pacientes que asesinaba, cogió uno de los ojos humedecidos de alcohol y lo introdujo en su boca hasta que lo masticó, se lamió los dedos con delicia y preparó más jeringas de venenos y narcóticos enérgicos.
Después de unos minutos, Stephenberg dio su toque final en mí cuando inyecto de cloroformo en mi brazo izquierdo, la sustancia viajó rápidamente a través de mi torrente sanguíneo hasta que llego en mi corazón. Continuó inyectando narcóticos y compuestos venenosos que me adormecieron, ente ellos: Arsénico, Mercurio y Polonio, Stephenberg me dejó sedado y se fue a dormir al otro lado del laboratorio.
Estuve drogado por largas horas en que todavía no moría, anhelaba la muerte como el agua, mi última noche en la Zona 13 fue la más aterradora de toda mi vida. En medio de la sobredosis alucinaba recordando las personas a las que torture siguiendo órdenes, a las 2:00 am un extraño suceso me estremeció con una alucinación viva y real, la puerta del depósito de cadáveres se abrió lentamente por sí sola dejando resonar un rechinamiento, sigilosamente, una mano negra de uñas afiladas y partidas sobresalió en el borde de la puerta de madera, de pronto, todos los cadáveres salieron del depósito en fila recta y caminaron hacia mí con pesadez, algunos se arrastraban en el suelo como serpientes y otros brincaban como sapos torturados.
¡Maldita sea! ×Bramé horrorizadoØ, pude verme en mi mente cuando participaba en las atrocidades contra muchos seres humanos, ¿Quimera o realidad? Estaba sufriendo temblores, sudoración, cólicos, calambres, vómitos, caía en un doloroso abatimiento que me impedía diferenciar la realidad y la utopía.
Creí que estaba enloqueciendo con todo lo que veía y sentía, rápidamente, los campesinos siameses aparecieron y saltaron a las paredes con sus cuerpos adheridos caminando como arañas. Viviendo el consternado delirio nocturno, los cadáveres seguían multiplicándose cada vez más cuando salían del depósito, de improviso, tuve una gran impresión en el momento que Bella Bamberg apareció detrás de mí comiéndose las vísceras de su hijo, su fantasmagórico aspecto resalto en mis ojos el terror y la impotencia de estar narcotizado.
Los muertos se subieron encima de mí y apretaron sus manos en mi cuello, sentía que me estrangulaban, aunque no tenía tiempo para pensar en lo malo que les había hecho. Fue entonces cuando Stephenberg entró a la sala e instaló un dispositivo de electricidad en mi cuello, él se quedó con el control remoto y oprimió muchas veces un botón rojo mientras recibía descargas eléctricas, por cada grito que soltaba con pavura y dolor me arrepentía de haber llegado a ese lugar.
Mis ojos se cerraron lentamente y mi mente quedó en negro por un indefinido tiempo perplejo.
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