Capítulo 05. El mártir.
El mártir.
"Hoy desperté con la extraña sensación del mal augurio, en mi mente se enfureció un catastrófico remolino de rencores y malos recuerdos que volaron como pájaros negros en mi cielo, los vendavales de preocupaciones me perdieron en un laberinto de delirios y problemas."
Después de un día divertido y entretenido regresamos a la cabaña con las canastas vacías, eran las 6:00 pm cuando Elizeth decidió acompañarnos hasta el pueblo. Cesar estaba exhausto y hambriento, llegamos a la cabaña e insólitamente Aurora y Verónica desaparecieron mientras estábamos por fuera.
– ¿La cabaña está sola? –Preguntó Elizeth–, que extraño... Tu madre nunca sale con Verónica, espero y regresen pronto porque me preocuparé.
Cesar quiso mantener su tranquilidad.
– Pues, quizás se fueron de compras y no tardan en regresar, –supuso Cesar, pensativo–,
– Bueno, ojalá y sea así, –añadió Elizeth, apresurada–, chicos debo irme a mi casa antes que anochezca porque me da miedo salir sola por el pueblo
– Gracias por convencerme de ir a la montaña, –le dije a Elizeth–, fue un día estupendo. Espero verte pronto, cuídate mucho.
Elizeth Sonrió.
– Merecías divertirte, –dijo ella–, esto no es nada en comparación de lo que viene para nosotros. Verás que iremos a la playa, quizás la próxima semana.
– Por supuesto, –asentí–, me encantaría.
– ¡Suena genial! –Bramó Cesar–, Elizeth si puedes venir mañana por favor ven temprano.
– ¿Me necesitas? –Le preguntó ella–, es que tengo que hacer unas cosas en la mañana.
– Vale, –dijo Cesar–, entonces... Vienes cuando puedas tener un tiempo libre.
– Seguro, –concordó ella– ahora tengo que irme, ¡Que tengas unas buenas noches!
Cesar se despidió con un beso, Elizeth me besó la mejilla y salió por la puerta.
– ¡Adiós, Elizeth! –Ultimé–, cuídate.
Elizeth guiñó su ojo y cerró la puerta. Cesar resopló.
– Así que, ahora quedamos nosotros dos en la cabaña, ¿Todavía piensas en irte?
– Me iré esta misma noche, –respondí, indudable–, no quiero seguir viviendo aquí con la sensación de estar amenazado, no quiero sentirme así y la solución es terminar con esto de una vez por todas.
– ¡Como quieras! –Gruñó él–, te advierto que no nos haremos cargo de lo que te suceda cuando salgas de aquí.
– Mira, no sé si ya lo sepas, pero, tengo 29 años como para cuidarme por mi cuenta, –discutí–.
Cesar subió a su alcoba, furioso.
Salí al patio para tomar un poco de aire fresco y decidí darme un baño en la laguna, luego de un día caloroso me desnudaba para sumergirme en el agua y limpiar mi espíritu de lo impuro, el agua refrescaba mi cuerpo con burbujas al pasar las manos sobre mi piel. Ligeramente nadaba sobre la superficie como un pez, las algas sujetaban mis piernas mientras removía el agua con mis brazos, al salir de la laguna mi piel brillaba cuando sacudía mi cabello en aquel crepúsculo, se reflejaba la luz parda de los soles que iluminaban el marrón de mis ojos, era como regresar a la vida luego de flotar como una burbuja en aquella laguna encantada.
Permaneciendo desnudo palpaba mi cuerpo hasta secar la piel, acariciaba mi espalda rozando las manos por el abdomen que hacían estimular mis pectorales. Mis mejillas se enrojecían cuando el viento de la lluvia movía los olivos, los soles se ocultaban en el oeste dejando el atardecer enrojecido para que La luna y las estrellas salieran, cuando la Luna se asomaba mis labios se rompían con la mordida que ensangrentaba mi boca, saboreando la fruición de la Luna sangrienta.
Salí de la laguna y me quedé unos minutos en el patio, me senté en la silla de madera y me puse un abrigo de piel para la noche, me di la vuelta y cuando levanté la mirada hacia la puerta del patio estaba Cesar observándome raramente. Me sentí avergonzado y no sabía en donde ocultar la cara, Cesar estuvo mirándome todo el tiempo que nadé desnudo en la laguna, caminé con la cabeza abajo e hice un ademán con la boca cuando pasé a un lado de Cesar.
– Espera, –dijo Cesar en voz baja–, necesito hablar contigo.
– Confieso que esto es embarazoso, –dije, deteniéndome–, sé que estuviste observándome mientras me bañaba en la laguna y, quizás te haya parecido inapropiado que me metiese en la laguna sin tu permiso.
– No, no, –negó con la cabeza–, no es eso. No me molesta la verdad, la razón por la que quiero hablarte es porque necesito serte sincero...
Cesar se sonrojó, parecía nervioso. Quiso decirme algo íntimo hasta que se atragantó y esquivó su mirada.
– Lo-lo que vistes anoche fue, mi abuela, –tartamudeó–.
Lo miré con confusión y percibí su miedo al hablar.
– ¿Tú abuela? –Le pregunté, vacilado–.
– Así es, –gesto afirmativo con su cabeza–, fue ejecutada hace 18 años en su alcoba y esa es la misma en la que dormiste, era practicante de magia negra y la condenaron a la horca en su habitación.
Mi reacción fue neutral e insípida.
– ¿Qué me dices del espejo embrujado? –Le pregunté, abrumado–.
– Ese era un portal para comunicarse con espíritus de otras dimensiones astrales, –respondió él, estremecido–, desde ese entonces esta cabaña ha estado maldita.
– Hmmm, –bufé–, no sé qué decirte después de lo que me acabas de decir. Necesito estar solo, me sentaré junto a la chimenea para pensar con claridad lo que está sucediendo.
– Esta es tu casa, –dijo él–, tómate el tiempo que necesites para respirar.
Ya en la noche encendí las velas y me senté en el sillón frente a la chimenea, cerré las ventanas y pensé con angustia la forma de salir de la cabaña. La noche estaba helada y el fuego de la chimenea descongelaba mis malos recuerdos, me sentí decepcionado de mí mismo por vivir la vida de alguien más, la infelicidad me golpeaba al reconocer que dejé correr mi juventud hasta perderla en el tiempo.
Recordaba el desperdicio de mi otra vida, aunque ya no tenía algún sentido, la melancolía me ahogaba en la desolación, removía mi mente en el pasado hasta crear un espacio en blanco que se llenaba por un profundo océano azulado, donde nadaban los sentimientos perdidos en un naufragio tempestuoso. No paraba de pensar que hubiese ocurrido si habría elegido otro camino, sin saber a dónde llegaría por una mala decisión.
El antiguo reloj golpeaba la madera al tocar el paso de los segundos mientras recordaba lo que tuve de infancia, intentaba olvidar los traumas que hacían verme a mí mismo de 5 años escuchando los gritos de mi madre, aquellos que dejaron una oscura psicofonía para siempre aturdiendo mis oídos, el daño quedó marcado en mi cuerpo como un tatuaje.
Manifestaba sentimientos corrosivos cuando los pequeños detalles refrescaban mi memoria, –una lágrima de sangre derramé–, podía ser un sonido, una canción, una voz, un lugar, o un animal. Simplemente, imaginaba una y otra vez a ése niño que perdió su niñez siendo atacado por hienas, abusado por lobos y agraviado de los cuervos que dejaron un oscuro plumaje en su cabello, que oscurecieron sus rizos color cobre a un cabello áspero y maltratado.
Sin importar nada fue brutalmente atacado, sin tomar en cuenta lo mágico que hubiese sido vivir en un perfecto cuento de hadas, que involuntariamente se transformó a una biblia de escrituras satánicas. Fue una vida corta e inexpresiva, por cada año de sufrimiento derramaba una lágrima que vaciaba mi alma, no acostumbraba a llorar continuamente, mi madre evitaba verme lloriquear con una hermosa sonrisa que me devolvía la vida, ella siempre quiso verme sonreír a pesar de mis caídas más doloras, solía llenarse de orgullo cuando me levantaba con triunfo.
Cesar llegó a la sala, conservé la cordura con un resoplido para evitar que me viera llorar.
– ¿Qué te sucede? –Preguntó Cesar con la voz suave–.
Contuve mis lágrimas, Cesar se sentó a mi lado.
– Oh, cielos, –jadeé–, no sucede nada, Cesar.
– ¿Por qué lloras? –Preguntó, preocupado–.
– Quizás estoy constipado, –le respondí, afligido–, la laguna me ha resfriado.
– Puedo ver tu decadencia emocional, –dijo Cesar–, no sé si quieres hablarme de cómo te sientes ahora, pero, no te sientas solo porque no lo estás.
Cesar puso su mano en mi hombro.
– Gracias por entender algo que seguro no puedes lograr comprender, –murmuré, apesadumbrado–, eso vale mucho ahora y, siempre.
– Eres increíble, –agregó él, súbitamente–, nunca en mi vida había conocido a alguien tan sincero como tú. Todo pasará y recordarás este momento por toda tu vida, jamás permitiré que alguien intente atacarte porque yo atacaré en tu defensa, te apoyaré en todo lo que necesites, confía en mí.
– Yo confío en ti, –añadí–, ya estoy listo para irme y quiero que sepas que pase lo que pase no dejaré de confiar en ti. Gracias por todo, probablemente sea esta la última vez que nos veamos y, no sé cómo decir esto... Eso es especial, esto es algo fantástico.
Me levanté del sillón y caminé hacia la ventana, dramático.
– ¿Es especial? –Preguntó él, pensativo–.
Cesar se levantó y camino hacia mí.
– Tú lo has dicho, –contesté mirando a través de la ventana–
Cesar quiso decirme algo cuando de repente, un fuerte estruendo sonó con estridencia y furia. Eran las 9:00 pm, las campanas de las catedrales empezaron a sonar y despertaron a las personas del pueblo.
– ¿Qué fue eso? –Grazné, confuso–.
Cesar cerró las ventanas y me empujó.
– ¡Apaga las velas, Jericco! –Gritó Cesar, agitado–, ¡Rápido, muévete! ¡Los inquisidores han decretado toque de queda!
– ¿Toque de queda? –Le pregunté, temeroso–, ¿Cuáles inquisidores? ¿De qué demonios me hablas?
Corrí a apagar las velas, Cesar estaba aterrorizado, se paró detrás de la ventana.
– Los inquisidores son parte de la jerarquía del Monarca Orión, –susurró Cesar–, escóndete y no te dejes ver por nadie en la ventana. Cuando las campanas de las catedrales suenan de noche es porque están buscando a alguien, los soldados salen a las calles del pueblo para intimidar a los aldeanos y así consiguen lo que quieren, ¡Demonios, olvidé decirte esto! Todas las noches hay toque de queda, nadie puede salir de sus hogares después de las 9:00 pm.
– ¿Por qué nadie puede salir? –Le pregunté en voz baja–, eso es absurdo.
– Muchas cosas suceden en este pueblo, –dijo Cesar, pasmado–, en este mundo nada es lo que parece. Los profetas de la basílica principal salen en la noche para reunirse con los más poderosos del pueblo, es una secta sangrienta y siniestra integrada por lo más recóndito de la iglesia ortodoxa, no obstante, los católicos y cristianos están aliados con una religión pagana que adora a una Diosa, es lo más retorcido y perturbador que podrías ver en este mundo.
– ¡Esto es una barbarie! –Proferí–, con lo que me acabas de decir me he sentido espeluznado. No sabía que había gente tan mal de la cabeza en este pueblo, no quisiera toparme con ninguno de ellos.
– Es peligroso que salgas esta noche de la cabaña, –dijo él, amedrentado–, hazlo por tu bien. No sé qué haría si esos hombres te agreden, son unas bestias carnívoras que no perdonan a nadie.
Todas las luces del pueblo se pagaron, la gente estaba estremecida en sus hogares. En Pléyades, era habitual que los inquisidores se encargaran sentenciar con castigos a sus pobladores, todas las personas debían levantarse por más temprano o tarde que sea, para que escucharan desde sus casas con la luz apagada lo que decía las autoridades.
Cesar y yo estábamos escondidos detrás de las ventanas, intentábamos quedarnos en silencio y no llamar la atención de cualquiera. De repente, las campanas de las catedrales dejaron de sonar y apareció un grupo de hombres altos y rústicos, los hombres estaban vestidos con túnicas negras y rojas que se cubrían de herraduras plateadas; estaban hostigando al pueblo fatalmente, golpeaban las ventanas con patadas y arrojaban pesadas rocas a las paredes para asustar, la gente estaba asustada con los ruidos que se escuchaban en las calles del pueblo, los niños se despertaban llorando con terribles alaridos de terror y consternación, los hombres se enfurecían al oír el llanto de los niños y empezaban a dispararles a las casas.
Era completamente imposible desafiar a cualquiera de su clan, la probabilidad máxima de morir era suficientemente alta como para levantarles la voz, los hombres se paraban frente en las ventanas de las casas, alumbrando con candelabros para asegurarse que todo estuviera en orden.
– ¿Quiénes son esos hombres? –Le pregunté a Cesar, murmurando–.
– Los que tienen túnica roja y armadura son los soldados del imperio, –respondió con un susurro–, y los de túnica negra con capirote en forma de cono son los verdugos del Monarca. Todos son pervertidos, sádicos y asesinos, los soldados y los guardias tienen el mismo mando en el pueblo, están al mando de la seguridad y la disciplina de Núremberg.
– Hacen atrocidades con la vida de los aldeanos, –musité–, acepto que esos sujetos son más tétricos de cerca, siento cobardía, ¿Por qué actúan como psicópatas?
– Cada uno de los patibularios son pacientes psiquiátricos, –respondió–, fueron obligados a abandonar el manicomio de un pueblo cercano que se conoce como Sodoma, hace años para que trabajasen en el reino de Orión, se les alimentaba con carne cruda de gato negro. Algunos morían en el internado sin ser dignamente sepultados, de esta forma servía como aperitivo entre ellos mismos para los actos de canibalismo.
– ¡Maldición, eso es una locura! –Grazné de repente–.
Cesar me golpeó en el brazo.
– ¡Shhhh! Creo que te escucharon, –susurró él–, ahora allanarán la cabaña.
Un hombre gordo y enano se acercó a la ventana.
– ¿Quién es este hombre? –Murmuré–.
– Charles Bloembergen, –respondió en voz baja–, es un soldado de muy mal carácter. Es el cabecilla de la tropa, apártate de la ventana y no respires.
Rápidamente, me escondí entre la cortina.
– ¡Recibimos la noticia de que un impostor se ha colado en el pueblo! –Gritó la voz atronadora de Charles–, un hombre ha venido de muy lejos para apoderarse de nuestras tierras. Ha corrido un fuerte rumor por todos lados y llegó a nuestros oídos, se dice que es un mortal y otros dicen que el forastero es el futuro príncipe de las tinieblas, es un joven de mente retorcida que tarde o temprano acabará con sus malditas vidas, está escrito en las profecías.
Tras escuchar esas palabras Cesar me observó abatido y preocupado, me sentí inquieto y abrumado al saber que hablaban de mí.
– Tranquilo, –me dijo Cesar, compasivo–, todo estará bien.
– ¡Si saben quién es ese sujeto o si él está escuchándome justo ahora, será mejor que se entregue antes del amanecer! –Exclamó Charles–, tendrá que salir de su guarida porque se arrepentirá.
Los otros soldados seguían intimidando a los pueblerinos y los verdugos invadiendo los hogares.
– Me entregaré antes de que alguien salga herido, –dije a punto de salir por la puerta–.
Cesar me haló del brazo.
– ¿Estás demente? –Murmuró–, ni se te ocurra salir de la cabaña porque te harán sufrir hasta que ellos se cansen.
– No quiero que un inocente caiga por mi culpa, –susurré–, por primera vez quiero hacer las cosas bien y no arrepentirme.
– Si lo haces también caerá mi familia y yo, –dijo Cesar–, seríamos cómplices y nos condenarían a la hoguera en el patíbulo de los olvidados. ¿Quieres eso?
– No, –negué con la cabeza–, nadie merece sufrir por esos despiadados.
– Entonces quédate calmado y piensa en lo mejor, –dijo él–, estás protegido en este hogar y nada malo te pasará. Maldición, Israel Hemsley está con toda su manada de psicópatas.
– ¿Quién es Israel Hemsley? –Le pregunté–.
Cesar miró cuidadosamente a la ventana.
– ¿Puedes ver a ese sujeto de piel oscura y de ojos color miel? –Señaló Cesar–, ese hombre tiene la mente más retorcida y enfermiza del mundo entero. Fue él quien asesinó a mi abuela en su alcoba, es alguien apoderado y con muchos patrimonios en algunos pueblos, no creerás la clase de basura que es.
– ¿A qué se dedica? –Le pregunté, intrigado–, la verdad es que sí parece un enfermo mental.
– ¡Él está a cargo de un prostíbulo infantil muy popular en el pueblo! –Exclamó, cauteloso–, es el proxeneta de niños de tan sólo 5 a 11 años de edad. Los pobres sufren muchos en ese burdel, lo peor es que muchos sacerdotes visitan el prostíbulo constantemente.
– ¿Prostitución infantil? –Bramé, soltando un bufido–, no puedo creerlo.
– Se conoce como el Palacio de los Deseos, –respondió con un susurro–, ha invertido increíbles sumas de dinero en ese lugar. ¡Jah! Y no creerás de donde viene todo ese dinero negro, toda esa fortuna es recaudada desde las catedrales por los patriarcas, pero, nunca podré explicar el odio y la repulsión que mi familia y yo sentimos hacia él.
– ¿Por qué lo odian? –Cuestioné–.
– Ya te dije, fue él quien dio la orden de persecución para mi abuela, –respondió, afectado–.
Reconsideré.
– Oh, cierto, lo siento mucho, –dije, comprensivo–.
Empecé a sudar frío y a temblar de terror, sentí la piel erizada y el corazón rebotaba en mi garganta. ¿Ahora a dónde voy? –Pensé, amedrentado–, algo me decía que no podía continuar en la cabaña por mí bien. Miraba a Cesar con una sensación de mal augurio, era un maligno presentimiento de que sucedería lo peor si me quedaba en la cabaña.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top