Capítulo 03. Pléyades, el nuevo mundo.

"La magia y la mitología me acompañaron en el nuevo nacer, la luz y la oscuridad nunca antes habían estado tan comprimidas como la materia oscura del espacio. Era un mundo errático con fronteras astrales que podían trasladarme a un infinito celeste."

Después de recorrer el empinado camino a la salida me detuve a observar el nuevo mundo que me contorneaba, había llegado a un extenso pueblo agrícola medieval llamado Núremberg, según un enorme letrero que colgaba desde un lejano monasterio feudal. Era un pueblo modesto de gente campestre y trabajadora, en el centro del pueblo se reunían los burgueses para establecer las ventas de cereales, carnes y otros alimentos en la plaza de mercado; aparte de burgueses los artesanos emprendían su puesto en el pueblo con la comercialización de herramientas, cerámicas e indumentarias de todo tipo de calidad, la burguesía empezaba a crecer con el clasismo que los más poderosos establecían.

Núremberg estaba rodeado de altas murallas que fueron construidas entre otras edificaciones para la protección del pueblo, contando con una fortaleza construida en su contorno llamada históricamente como ciudadelas, en el día las puertas estaban abiertamente al paso público de los aldeanos y por las noches cerradas. Núremberg era el recinto de palacios que pertenecían a nobles y burgueses, así como las altísimas catedrales renacentistas en donde frecuentaban los ortodoxos y eclesiásticos paganos.

El resto del conjunto se disponía de serpenteadas calles angostas, las casas de la gente modesta eran sencillas y pequeñas con una sola planta, construidas a base piedras o madera, tenían una terraza que estaba en el tejado y pocas estancias en donde la gente residía. Pero, las enormes viviendas del pueblo eran de los feudales y de algunos burgueses, tenían dos plantas con un patio interior de diversas estancias; las alcobas de los aldeanos se situaban en el piso superior de la casa, sin embargo, el mobiliario solía ser exiguo y para dormir sólo usaban colchones que se plegaban durante el día, no tenían armarios y guardaban sus ropas en viejos baúles que construían los artesanos. Los hombres se vestían con largas túnicas y calcetines rotos, las mujeres con vestidos largos y túnicas sin mangas.

Era un día soleado y caluroso, los nobles usaban chaquetas y pantalones cortos que les llegaba por las rodillas. Todos lucían joyas y pieles de animales, el invierno estaba por llegar y algunos ancianos salían con capas de piel de oveja y gorros o guantes de lana, muchos jóvenes tenían puesto sombreros elegantes que les ayudaba a mantener el cabello aseado por algunos días, no obstante, eran capaces de indicar que esas personas eran profesionales y de alto nivel social, habían de paja y de lino; muchas de las mujeres usaban velos y las nobles tenían pesados peinados elaborados a una altura, los más acaudalados sólo se vestían de seda y bordados de oro, y los soldados, usaban cotas de mallas sobre túnicas de lana y escudos de hierro, además de cinturones para sostener las espadas.

Mientras caminaba entre las personas recibía miradas de extrañezas y de disgustos, pues el desnudo estaba prohibido y se consideraba un tabú, sentía vergüenza al caminar en medio del pueblo con toda la atención en mi cuerpo. Cubrí mi zona genital con ambas manos y continué paseándome con la mirada hacia abajo, todos creían que era un simple mendigo sin vestir y sin comer que provocaba la lástima del pueblo.

Cada pueblerino emanaba un irrespirable olor pestífero, para nadie era un secreto que en las épocas medievales la gente no se duchaba con frecuencia, mayormente, las personas corrientes se bañaban en baños públicos o en algunos ríos, sólo los ricos podían darse el gusto de tomar un baño de agua tibia en la bañera de su palacio.

Ese mundo era extraño y diferente al de donde venía, las culturas de Núremberg me recordaban a las remotas historias del Medioevo. Había una gran diversidad de animales y plantas en todos los tamaños, aquel planeta de misterios y enigmas era un mundo paralelo al de donde yo venía, estaba atónito y estupefacto al ver que vivía en otra dimensión de la cual me esperaba un nuevo comienzo, el verdadero sentido de explorar lo desconocido me llevó al hermético y arcano mundo de Pléyades.

Era octubre del año 1513 para Pléyades, se estaba viviendo un año difícil de la cual era el mismo dilema que se robusteció en la Tierra. Núremberg era exactamente igual a la Europa medieval, aquellos altos castillos de elevadas torres me trascendieron a un viaje por el tiempo para recordar a mis tierras.

¡TIERRA DE GRACIA, COLOR Y MAGIA! No podía creer que estuve viviendo un hipotético caso de la vida en otro planeta, la felicidad arrebataba las palabras de mi boca, la evolución biológica era totalmente extraordinaria y extrema, era como estar en el paraíso perdido de Dios. Lo que se hacía más increíble, era que estos seres vivos estaban familiarizados físicamente con los habitantes del mundo del que venía, al adentrarme al pueblo como un nuevo aldeano pude tener la dicha de sorprenderme con un dato asombroso, ¡Pléyades poseía una maravillosa combinación de criaturas bíblicas y mitológicas!

Permanecía vulnerable y sumiso ante los Pleyadianos cuando lo inesperado acertó, de improvisto, una legión de corpulentos centauros desfiló en medio de la carretera. Tan pronto que los vi corrí sobresaltado lo más lejos que pude, me estrellé con una pared de piedras y los aldeanos me miraron extraño como si se tratase de un peligroso maniático.

¡Esas criaturas eran temibles! No me esperaba toparme con criaturas místicas en el pueblo, aquellos seres mitad caballo y mitad hombre demostraban su naturaleza agreste, algunos estaban alimentándose de carne curda y otros se preparaban para irse de caza con troncos y piedras, las mujeres los miraban y se apartaban con terror al temerle por diversas circunstancias, había mujeres que preferían mantenerlos alejados cuando estaban bajo los efectos del vino.

Los centauros estaban acostumbrados a estar alejados de otras tropas, tenían todo para ilustrar el pánico de los pobladores con su obscuridad alterna. Núremberg tenía hermosos sitios que se conectaban con la naturaleza, las aves encantaban el lugar con arcoíris y mariposas que abrían paso a la cascada que bajaba con vitalidad, hasta que confluía en aquel precioso manantial de agua cristalina, las valquirias y los mosqueteros de sofisticada armadura protegían una zona de numerosos minerales, piedras y joyas que destacaban su belleza con un brillo perfecto.

Los aldeanos extraían oro de un lago que reflejaba el azul brillante del cielo, pescando y remando en aguas tranquilas bajo los tres soles que iluminaban este prodigioso mundo. Las sirenas definían el significado de la perfección, dándoles el toque más dulce a Núremberg con cantos angelicales que armaban una hermosa sinfonía de color caramelo, que hacían sonar su encanto con el latido de mi corazón durante el renacimiento.

5 horas después de una larga caminata por Núremberg me senté afuera de una altísima catedral románica, me encontraba hambriento y tenía los pies rotos de tanto caminar sobre el calor del ardiente pavimento. Recibí miradas amenazantes por mi desnudes, era un pecado ante la iglesia y un delito ante la ley que pudo llevarme a las consecuencias.

Un chico de 19 de años paseaba con su madre por las afuera de la iglesia románica, su madre era una mujer joven de cabello marrón y tez blanca pecosa. El joven tenía el cabello castaño claro y su piel enrojecida, al mirar aquellas condiciones deplorables en las que me mantenía me lanzaron una mirada compasiva, se miraron uno al otro y caminaron hacia mí.

– Hola, señor, –dijo el chico–, ¿Podría aceptar nuestra humilde ayuda?

Cesar sacó de su bolsillo cuatro monedas de oro y las puso en el suelo.

– No, –negué con la cabeza, gruñendo–, no soy el indigente que estás pensando, no necesito colaboraciones de nadie.

– ¡Oh, perdóname muchacho! –Imploró la mujer–, fui yo la de la idea. La verdad es que me rompe el corazón ver a jovencitos como tú en la calle, tengo un hijo de tu edad y eso me afecta más.

– ¿Qué edad crees que tengo, señora? –Le pregunté, malhumorado–, ni siquiera sé quién soy en este mundo...

La mujer se puso el puño en la boca e hizo un gesto de preocupación.

– Quiero presentarme ante ti, –replicó el chico–, mi nombre es Cesar... Cesar Scrooket, vivo con mi madre por esta calle.

– Yo soy Aurora Scrooket, –repuso la mujer, amablemente–, puedes decirme Aurora con toda la confianza. ¿Cuál es tu nombre?

– Es un placer, pues, creo que mi nombre es Jericco si no lo dudo, –rezongué, encogiendo los hombros–, ahora me tienen lástima, supongo.

Aurora se apoyó en los hombros de Cesar.

– ¡No, por supuesto que no! –Exclamó Cesar–, de hecho, mi madre y yo estaríamos muy contentos de invitare a nuestra cabaña.

– Sé lo mal que te sientes ahora, cariño, –habló la voz de aurora, piadosa–, por favor acepta nuestra invitación de hospedar el tiempo que quieras en nuestro pequeño hogar, ¿Sí?

Los miré pensativo y confundido, con la percepción entrecortada al sentir aquella compasión. ¿Por qué un par de extraños me ofrecerían eso? –Pensé–.

– ¿Hmmm? Está bien, –moví la cabeza, afirmativamente–, con la única condición de ser tratado normal al igual que todos aquí.

– ¡Te sentirás como si fueras parte de la familia! –Gritó Aurora, soltando una risa–, ahora vámonos de aquí porque sería peligroso que los sacerdotes te vean desnudo.

Cesar sonrió y se quitó su abrigo para cubrirme, junto a su madre me levantaron y me llevaron caminando hacia la cabaña.

El hogar de los Scrooket era una humilde cabaña rustica construida con cañas y madera, tenía dos pisos y una enorme chimenea en el centro de la estancia en donde se reunía la familia, Cesar tenía algo que me hizo sentir que lo conocía desde siempre, su madre era generosa y muy solidaria con las personas; Aurora tenía una hija llamada Verónica que trabaja en el campo con su prima Elizeth, se dedicaba a tejer y a cocinar para los campesinos más pobres del pueblo, la chica tenía 20 años de edad y tenía un gran parecido a su hermano Cesar.

Dos días después de haber llegado a Núremberg las cosas marchaban bien en la cabaña, me hice bastante amigo de Cesar y deposité en él toda mi confianza. En una mañana muy nublada de octubre desperté temprano para desayunar con la familia, me senté en el balcón a mirar la laguna que estaba el patio y esperé que todos despertasen, la cabaña tenía una impresionante vista natural que me tranquilizaba con el sonido de las aves.

– Buenos días, Jericco, –me habló Cesar, sonriente–, ¿Dormiste bien? Te has levantado de la cama muy temprano.

Cesar se acercó con dos tazas de leche de cabra sobre un plato de cerámica y se sentó a mi lado. Estiró la mano y me dio una taza caliente.

– ¡Hey, muchas gracias, la verdad es que hace mucho frío! –Le respondí a su saludo, devolviéndole una sonrisa–he dormido muy bien, ¿Cómo pasaste la noche?

– Eso es genial, –concordó–, afortunadamente, dormí toda la noche. En esta temporada el invierno nos hace sumisos, todos nos abrigamos y evitamos salir de nuestros hogares para descansar del otoño.

– Supongo, pero déjame decirte que este pueblo es realmente encantador, –añadí–, nunca antes había estado en un lugar rudimentario como éste.

– ¡Qué bueno que te guste! –Vociferó, apaciblemente–, no puedo esperar más para que nos vayamos de viaje el próximo mes.

Sujeté la taza caliente con ambas manos y tomé de ella.

– ¡Vaya! Me fascinaría irme de viaje, –dije, fascinado–, la pasaríamos divertido, ¿Lo imaginas? ¡Mi primer viaje en Pléyades!

Cesar se terminó la taza de leche y la puso sobre plato, me miró extrañado y dejó sonar un golpe con la vajilla.

– ¿A qué te refieres con tú primer viaje en Pléyades? –Preguntó Cesar, pensativo–. Lo que acabas de decir ha sonado extraño, de hecho... La iglesia podría penalizarte con sólo esa palabra si un clérigo te escucha.

– ¿Qué? –Le dije como respuesta, confuso–, creo que si te digo la verdad no me creerías porque es una locura y, quizás pienses que soy un completo demente marginal que sólo quiere la atención de un adolecente.

Cesar hizo un ademan con su boca y frunció el ceño.

– No, no estás loco porque sé lo que intentas decirme, –replicó Cesar–, sólo dilo. Puedes confiar en mí para lo que sea, y además puedo ser tu mejor amigo... Si así lo quieres.

Cesar levantó la mano y la apoyó sobre mi hombro.

– Ehmm... ¿Gracias? ¡Gracias! –Grazné, apenado e impreciso–, por hacerme sentir apoyado, –dije, apenado–, pues, podría ser un enigma lo que escucharás a continuación así que, te lo diré sin más rodeos. Cesar, no pertenezco a este mundo y ni siquiera sé quién soy aquí.

Cesar me lanzó una mirada extrañada y soltó un resoplido.

– ¿Estás deprimido? –Preguntó, confundido–.

– ¡No, no quiero decir eso por Dios! –Exclamé, irónico–, pensé que sabrías lo que escucharías.

Cesar río.

– ¡Hahahaha! –Tronó una carcajada, soltando una tos atorada–, no era eso lo que esperaba que escucharía de ti.

Aurora apareció detrás de nosotros y me miró petrificada, tenía la cara pálida y sus labios morados.

– Yo si entiendo lo que quieres decirle a Cesar, –dijo Aurora, dejando escapar un bostezo–, te entiendo perfectamente y sé lo que sientes con eso.

Aurora se encorvó y se inclinó a mi lado.

– Buenos días señora Scrooket, –le dije, mirándola amedrentado–, perdón por hablar de algo que no tiene sentido, mejor olviden lo que dije.

– ¡No, no, no lo olvidaremos! –Insistió ella, negando con la cabeza–, ¡E-e-eres un mortal, todo este tiempo los has sido! ¡Tú estás muerto en la otra dimensión, y ahora renaciste en este mundo con tu viejo cuerpo!

Cesar quedó atónito y petrificado, se levantó de la silla de golpe y se ahogó en sus dudas.

– ¿Está muerto? ¡Eso es una ridiculez! –Exclamó Cesar, mirándome con miedo–, mamá por favor deja de decir cosas estúpidas como esas.

– ¿Cómo sabes estas cosas? –Le pregunté a Aurora–.

No sabía cómo reaccionar, ambos me miraban extraño.

– ¡Sé más de lo que tú crees! –Contestó ella–, no tengas miedo porque no te delataremos. Tú secreto está a salvo con nosotros, es un honor para mí tenerte en mi hogar después de todo los que has vivido.

Aurora se levantó y me dio un abrazo. Acarició mi cabeza y luego Cesar se acercó a mí, me palmeó la espalda y miró a su madre confundido.

– ¿Harían eso por mí? –Les pregunté, temeroso–, no quisiera que me vean raro después de ahora.

Aurora me soltó y me miró apiadada.

– Haríamos eso y muchas más cosas por ti, –respondió Aurora–, eres más de lo que crees como para ser mirado diferente. Te miraremos distinto porque te apreciamos de una forma increíble, nunca te decepcionarías de mí y puedo prometerlo.

Cesar miró a su madre y desvió la mirada.

– Te prometo que nunca esperarás una traición de mi parte, –dijo Cesar–, te apoyaré en todas las decisiones que tomes y siempre te animaré a seguir con la frente en alto.

Bajé la cabeza e intenté sonreír después de los consuelos.

– Esto se los agradeceré hasta el último día de mi vida, –dije, soltando un bufido–, han sido las primeras personas en las que he confiado infinitamente y eso es lo más valioso que tengo.

– No tienes de qué agradecernos, –dijo Aurora–, invité a cenar a algunos familiares para esta noche y créeme que están ansiosos por conocerte.

– ¿Ah, ¿sí? –Pregunté, impreciso–, ehmm, me parece bien.

Aurora acarició mi cara y sonrió, luego se dio la espalda y bajó a la cocina.

– Creo que mi madre olvidó decirnos que el desayuno está listo, –comentó Cesar–, bajemos a comer.

Me levanté de la silla y bajé con Cesar al primer piso.

Ellos tuvieron la oportunidad de conocer mi historia, después de su acto de caridad merecían saber mi verdad con todo el derecho, fue un compromiso de lealtad en no guardarles secretos. Sin embargo, pensé que mi historia les iba a parecer algo inaudito y apócrifo, aparte de ello Cesar obsequió una botella que contenía el mapa de todo Pléyades.

Antes del anochecer meditaba de lo sucedido en mi nuevo hogar, perdí la memoria de lo que sucedió antes de llegar a Pléyades, dedicaba todo mi tiempo para continuar ante las nuevas condiciones de vida, entablándome a la mejor calidad de vivir dejando atrás todo el dolor de los malos recuerdos. Me sentía como en casa, dedicaba un tiempo a solas conmigo mismo para procesar lo sucedido; en Pléyades sucedía algo extraño, las noches solían ser mucho más largas que el día entero.

Ya era la hora cenar y los invitados llegaron a la cabaña, sentía cierta vergüenza de bajar de mi alcoba que estaba en el segundo piso. Nunca antes había tenido una cena familiar, además, tenía miedo de que los invitados tuviesen una mala imagen de mí.

Mientras que Cesar preparaba la mesa con su madre, los familiares estaban esperándome sentados en el comedor frente a la chimenea. En mi alcoba había un enorme espejo antiguo clavado en la pared, observaba mi reflejo con la sensación de que algo diminuto había cambiado en mi físico; parecía que ya no era él mismo de antes, los minutos transcurrían y seguía demorándome frente al espejo al pensar lo que dirían de mí, sin pensarlo más decidí salir de la habitación y bajar para presentarme ante todos.

Abrí la puerta de mi alcoba y salí al corredor en donde estaba la habitación de Cesar y la señora Scrooket, de pronto, el chirrido de una puerta resonó al final del pasillo y miré rápidamente con la sangre helada. La puerta de la alacena se estaba abriendo sigilosamente por sí sola, las paredes se rasgaron como si unas enormes garras las hubiese hecho rechinar, había una lóbrega tensión en el pasillo que hacía que la temperatura descendiera a lo más bajo.

Tuve la impresión de haber visto a una anciana jorobada entrar en la alacena con una vela encendida, tenía aspecto hosco y una cara transmutada en algo furioso que hacía su rostro constreñido. Al escuchar unos quejumbrosos lamentos y gritos de terror venir desde la alacena me dirigí hacia ella,

– Ven, ven aquí, acércate a más a mí.

Susurró una voz femenina y trémula, sonando con cierta malicia.

Por cada uno de mis pasos sentía que recorría hielo por mi torrente sanguíneo, los alaridos de llanto no cesaron y los escalofríos estremecieron mi cuerpo. Eran voces amenazadoras y furibundas que provocaban tormentos en el silencio, al llegar a la puerta mis ojos quedaron estupefactos al intentar dominar la impresión que me estremecía.

El suelo estaba impregnado de sangre viscosa y renegrida, las paredes tenían vomito amarillo y habían marcas de manos cubiertas de excremento diarreico, en un rincón de la alacena estaba una montaña de vísceras podridas y huesos rotos. Con el ceño fruncido hice una mueca repulsiva cuando sentí náuseas al dejar sonar una tos ahogada, las velas que estaban encendidas dentro de la alacena se cayeron de un lado repentinamente, y de pronto, apareció una criatura con los ojos rojos y brillantes que trepaba la pared como una araña.

Rápidamente, me eché hacia atrás espantado cuando la criatura empezó a mugir con sufrimiento y cólera. Perdí el apetito al respirar aquella putrefacción, halé la manilla de la puerta y la cerré de prisas sonando un estruendoso golpe; de inmediato, alguien subió las escaleras con rapidez y caminé boquiabierto en reversa sin mirar atrás.

Me detuve cansinamente y sudado hasta que choqué con alguien que venía detrás de mí, solté un grito de horror y dejé escapar un manotazo que golpeó a Cesar que apareció de improvisto.

– ¡Oyee, oyeee soy yooo! –Exclamó Cesar, sorprendido y alertado–, tranquilízate. ¿Qué sucede contigo? ¿Estás bien?

Cesar me sujetó de las manos.

– ¡Demonios, perdóname! –Bramé, estremecido–, sólo tuve un pequeño susto.

– ¡Tranquilo, respira hondo, relájate! ¿Seguro que estás bien? –Preguntó Cesar, desconfiado–, ¿Por qué te has demorado tanto?

Cesar soltó mis manos y puso sus manos sobre mis hombros.

– Sí, sí, todo está bien, –insistí, nervioso–, me quedé dormido por un largo rato, mejor vamos a bajar.

– Está bien, –bufó Cesar–, todos esperan por ti.

Al bajar las escaleras me petrifiqué al ver a los invitados, aquellas personas tenían un alto grado de desnutrición y los rostros pálidos, todos me miraron fijamente y se levantaron de sus asientos simultáneamente.

– Buenas noches, queridos familiares, –dijo Cesar en voz alta–, les presentó al nuevo integrante de nuestra familia que estará con nosotros a partir de ahora.

Aurora aplaudió y los otros también lo hicieron.

– Él es Jericco, –concordó Aurora–, será nuestro gran orgullo. Estoy muy feliz de tenerlo con nosotros, por favor háganlo sentir como en casa.

Los invitados se sentaron y Cesar me habló en voz baja.

– Te presentaré a cada uno de ellos, –susurró–, primero te mencionaré los nombres de mis tías: Grace, Amber, Florence, Maggie, mi prima es Elizeth y bueno, ya conoces a mi hermana Verónica, y mis tíos, son Harry, Carl, Abraham y Charlie.

– Parecen muy amigables, –fingí con un ademán–, espero conocerlos más.

Me senté a un lado de Elizeth, Cesar se dio la vuelta y se sentó justo a la derecha de Verónica. La mesa estaba cubierta de platos y copas de vino, los platos tenían piezas de carne de pollo y cerdo, había arroz y trozos de panes bañado en miel, frutos secos como nueces y legumbres.

Después de comer asqueado con lo que vi en la alacena quise distraerme con la conversación de Cesar y Elizeth, estaban planeando acampar en las montañas de Núremberg los próximos días, Elizeth era una chica arrogante y hosca cuando se encontraba en un sitio social. Ella estaba mirándome de forma insólita, no había un momento en el que me hubiese apartado de sus miradas profundas.

– Eres muy extraño, –me dijo Elizeth–, aunque seré sincera... Eres muy atractivo, ¿Estás casado o algo por el estilo?

Elizeth parpadeó con coquetería y se onduló el cabello.

– ¿Qué está mal con tu cabeza? –Protestó Cesar–, toda la familia está escuchándote.

Verónica se burló.

– No la presiones Cesar, –dijo Verónica–, tú amigo es realmente guapo. Estoy segura que harían una linda pareja, que lindos hijos tendrían, ¡Ohhh!

Me ruboricé e hice un gesto con mi nariz, todos me estaban mirando y era embarazoso.

– Él es un chico bastante tímido, –agregó Cesar–, ya no lo hagan sentir avergonzado.

– Jericco, Jericco, escúchame, quiero preguntarte algo, –dijo Elizeth, risueña– ¿Podría hacerte una pregunta sin que te avergüences? ¿Tienes amigos alquimistas? ¿Te gustaría ser un rabino? ¡Eres tan perfecto, no sé cómo decirlo, pero, me encantas! ¡Aaaaahhhhhh!

La miré con desconfianza y sonreí fingidamente.

– Respondiendo a tus preguntas alternas, –contesté–, no tengo hijos y tampoco estoy casado. Tengo que confesar que no conozco alquimistas y no me gustaría ser un rabino, siempre he optado a ser alguien desapercibido y de tener un perfil bajo.

Verónica se cruzó de brazos y me miró fijamente, Elizeth soltó una risa nerviosa y se lanzó encima de mí con un beso en la mejilla.

– ¡Basta, actúas como una zorra! –Increpó Cesar–, al menos ten un poco de respeto contigo misma.

Cesar golpeó la mesa y arrugó la frente.

– ¿Estás celoso? –Le preguntó Verónica–, no creo que a tu amigo le gusten los aburridos como tú.

Aurora escuchó a Verónica y le lanzó una mirada de furor.

– ¡Verónica, compórtate! –Amonestó Aurora–, no le hables de esa forma a tu hermano.

Aurora se dio la vuelta y volvió a hablar con la familia.

– No te avergüences por esto, –me dijo Elizeth–, esto siempre suceda en nuestro problemático hogar. Oye, pareces un hechicero con el misterio que traes en tu mirada, tu boca de vampiro me vuelve loca.

Verónica le pegó en la cara a Elizeth.

– Elizeth ten cuidado con lo que hablas, –murmuró, colérica–sí alguien de la iglesia te escucha mencionando esas palabras podrían hacerle daño a Jericco, recuerda que la hechicería está prohibida y nadie puede incitar a las malas interpretaciones

Me levanté de la silla para subir a mi alcoba y Verónica tocó mi mano, Cesar me mirón a los ojos y guardó silencio.

– ¿Ya te vas? –Preguntó Cesar, rompiendo el silencio–, perdón por todas estas locuras que has escuchado.

– No, no es eso, –negué con la cabeza, mansamente–, descuida. Quiero dormir, no sé por qué estoy tan exhausto.

Elizeth me miró y guiñó su ojo.

– ¿Quieres que te acompañe? –Arrulló Elizeth–, hace mucho frío allá arriba. Quizás quieras calentarte un poco, estaría más que complacida en cantarte una canción de cuna.

Elizeth se tocó los pechos y me miró con sensualidad, aquellos ojos azules eran un tanto seductores.

– ¡Cálmate, por todos los cielos! –Detonó Cesar con furia–hasta mañana Jericco. Duerme bien, no creo que está mujer entré a tu alcoba.

– Hahaha, –reí apócrifo–, no tengo por qué molestarme con ustedes.

– ¿Ya te dijeron lo que sucede en las noches en este pueblo? –Graznó Verónica, repentinamente–, Jericco, ten cuidado con lo que vez o con lo que sientes. Nada es lo que parece, te recuerdo que Núremberg guarda muchos secretos por sí no sabías nada.

Cesar la miró furioso y le dio un pellizco.

– ¿Qué te pasa? –Le susurró–, deberías ser más precavida con lo que hablas. Sabes que no puedes hablar algunos temas con las personas, sólo cierra la boca y estaremos bien.

Cesar se apartó de Verónica y me miraron con simulación.

Eso me llenó de incógnitas, el misterio que había en aquella cabaña era descomunal. No sabía lo que hablaban entre señas y gestos hasta que me despedí de los invitados.

– Muchas gracias a todos por esto, –dije en voz alta–, con el permiso de ustedes me iré a dormir. Buenas noches, nos vemos luego.

– ¡Descansa, Jericco! –Exclamó Aurora–, dulces sueños.

Los invitados me miraron extraño y sonrieron con perversidad, Cesar chocó mi mano con la suya y Elizeth me lanzó un beso. Verónica hizo un gesto con su cara como despedida y me acarició la espalda, subí las escaleras con el recuerdo de aquellas miradas despiadadas y corrí a la alcoba sin mirar a la alacena.  

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