2.17
────❛El plan B de Esther❜
ALARIC NO encontraba forma de cesar el llanto de Castiel que estaba en sus brazos, pataleando y gritando por su mamá. Temía porque su garganta raspase, ya que al pasar los minutos y que solo incremente su llanto, este se volvía doloroso y rasposo. Temía de misma forma que sus vecinos crean que lo estaba torturando.
—¡Por favor, Castiel, basta! Shh, shh —Trataba de sostener sus manos, queriendo limpiar su añiñado rostro de las lágrimas y el moco, la baba. Era un desastre por la desesperación —mamá vendrá, está ocupada. No llores.
Frustrado, lo puso en su cuna. Se apresuró a ir a sacar la leche tibia que se habia estado calentando y a buscar su ropa para bañarlo. Su cerebro era taladrado por los gritos del infante.
Incluso lo escuchó ahogarse con su propia saliva, pero eso no lo detuvo, siguió llorando.
Volvió sobre sus pasos, cargando la ropa y yendo a preparar el biberón, sus sentidos se alertaron y se quedó estáticos unos instantes cuando escucho que a Castiel le daba un ataque de tos. Suspiró, volteando preocupado, pero el alma salió de su cuerpo.
Desde las puntas de sus dedos, subiendo por sus extremidades, a través de los barrotes de la blanca cuna, pudo ver cómo al infante se le iba el color. Su piel levemente bronceada comenzaba a perder toda su pigmentación, volviéndose pálida cuál cadáver... O como un vampiro de naturaleza, su ascendencia paterna... O como un vampiro común, totalmente disecado y a punto de momificarse. La tos de Castiel empezó siendo ruidosa, mas decayó, siendo débil y con un pequeño hilo de sangre bajando por su nariz.
—¡No, no, no, Castiel!
Tiró todo lo que tenía, corriendo hasta casi sacudir la cuna por el agarre que lo detuvo. Miró paniqueado como algo parecía estar succionando la vida del bebé, como si la muerte estuviera sobre él y absorbiese su alma. Lo tomó en brazos, limpiando con la manda de su camisa su rostro, sus cosquilludas manos movieron su cabello cobrizo, en un intento desesperado de ver sus ojos que cambiaban constantemente de color, buscando lugar a donde enfocar.
—Cas, cas, no, no... —Buscó su telefono entre su pantalón, casi sin poder marcar el número de quién buscaba.
Su corazón se apretujaba en su pecho, con la imagen dolorosa del bebé sin color, respirando cada vez más lento. Pero eso era lo que sucedía cuando se canalizaba a un híbrido, mitad vampiro, mitad mortal. No podía caber en su mente como alguien tan cruel provocaría eso en un bebé, pero había gente así de malvada. Esther era una.
Puso su teléfono entre su hombro y su oído, oyendo los pitidos del teléfono. Corrió a tomar con que limpiar el rostro del bebé, colocando su dedo índice debajo de su narizita para sentir un mínimo de aire salir y que le indique que seguía respirando.
La sola idea de que Castiel muera en sus brazos estaba atormentando a Alaric.
CASANDRA MANEJABA su PickUp con un mal sentimiento en su pecho. No podía con su preocupación. Pensar en si su hermana podría salir herida después de todo lo que habían pasado, era su peor miedo y al que tenía que enfrentarse todos los días.
Imaginarse a su hijo sin ellos en un futuro no sabía si era igual o más doloroso que imaginarse a ella sin él. Esther le provocaba un peor miedo que él que los Volturi, James, Victoria o Laurent le habían dado jamás. Ella no podría soportar nada que tuviese que ver con verlos heridos de cualquier forma.
Y Klaus, oh, Klaus. De solo recordar, las escasas veces que lo vió llorar, su corazon en su pecho se encogia brutalmente de una forma dañina. Se le perforaba el pecho. Quería solo comenzar a llorar al pensar en que Esther podría volver a causarle daño al híbrido que solo había tenido la maldición de tener una pésima madre.
Sus manos se aferraron al volante, su respiración errática parecía aumentar y Elena lo notó, por lo que puso su mano sobre la suya. Logrando llevarla de vuelta a la oscura noche.
—Estaran bien —le dijo Elena, como si leyera sus pensamientos.
—no puedo quedarme de brazos cruzados ¡Si algo le pasa a alguno...! —contuvo el aliento, viendo el cielo salpicado en estrellas comenzando a borrarse.
Nubes grises tapaban el cielo, a penas permitiendo que la luna ilumine su camino. Casandra creía que era una señal de Forks diciéndole que a todos lados la seguiría la preocupación, la lluvia y el temor a perder a quienes amaba. No sabía por qué, de entre tantas veces que estuvo en peligro, esa era la que más la asustaba. Volteó a ver la mano de Elena sobre la suya, notando el brazalete de angel que le regaló. Angel... Su ángel. Castiel era su mayor protección y debilidad y sentía, desde el fondo de su corazón de madre, que algo no iba a ir bien.
—si algo les pasa... Yo me muero, Elena —volteó a verla tragando saliva.
—nada va a pasar. —le dijo tan firme que le creyó.
Casandra estacionó el auto y trató de respirar antes de bajar, tomando las dos estacas que puso en sus botas.
—tengo náuseas —susurró queriendo vomitar.
Elena frenó abruptamente y la miró confundida. Casandra se mordió la lengua y siguió de largo. Un trueno resonó en el cielo.
—no digas nada.
Elena abrió los ojos sorprendida y la siguió de cerca, queriendo llar su atención, pero sin éxito alguno. Casandra no quería hablar de eso, no cuando tenía que estar concentrada en algo más importante.
—¡Casandra!
A mitad del bosque, Elena la tomó del brazo y la frenó, volteando a la castaña que la miró. Sus ojos comenzaban a empañarse lentamente y su piel se puso de gallina, se abrazó a su misma por el estómago y evitó ver a Elena que la miraba con una roca hirviendo en su pecho, sonriendo suavemente. Finalmente solo la abrazó.
Sin embargo, abruptamente como una sensación fría y aguda, un pinchazo llenó por completo la pierna de Casandra. Sus manos se aferraron a la espalda de Elena, sus uñas como afiladas garras se clavaron en su ropa y por reflejo la morena la contuvo. La sostuvo confundida, escuchando el grito de dolor en su oído.
—¿Cass? ¡Cassandra! —la sostuvo y ella se alejó, siendo el detonante para que sus lágrimas caigan. Miraron hacia abajo, notando una herida creciente en su muslo y la sangre brotando hasta manchar su pantalón. —Dios...
—ahora ya sabemos a quien se vinculó la muy perra.
Llevó su mano a su herida, confundida. Era como si le hubieran clavado un cuchillo. Otra vez la sensación de desconcierto de ver una herida y no saber de dónde provenía, pero si qué la provocaba, como aquella vez en la tienda con James y Rebekah. Está vez, Casandra sabía que Esther había usado su As bajo la manga.
Sintió como el cuchillo giraba y volvió a gemir, cayendo de rodillas con ayuda de Elena. Sus rodillas chocaron contra la tierra y comenzó a sollozar adolorida. Aguantando el grito de dolor. Su mano se manchó cuando la llevó a la fresca herida que ardía, y temblorosamente trató de cubrirla para que no se derroche.
Al mismo tiempo, Klaus se enfrentaba a los ojos iracundos de su madre que reía tal cual lunática en cuanto el grito de Casandra llegó a ellos. Damon y Stefan amagaron entrar a arrancarle su garganta pero ella estaba protegida dentro del fuego.
—dejala en paz ¡Ella no tiene nada que ver! —Elijah habló, siendo el primero en reaccionar. El cielo encapotado comenzaría a largar lluvia en cualquier momento.
La respiración de Klaus perdió la batalla del control, su cuerpo tembloroso comenzaba a querer explotar de la ansiedad y Rebekah lo observó. Ese no era el híbrido original, era Nik... Era el dulce niño que se asustaba. Que estaba aterrado. Cómo si le volvieran a arrancar una parte de su alma.
—¿Por qué involucrar a una inocente mujer? —Elijah cuestionó.
—ella no es inocente —Esther los miró con tristeza —perdió la inocencia en cuanto cayó en las garras de Niklaus. —miró a su hijo.
Esperando un grito de su parte, siendo la rabia siempre su emoción predominante, se sorprendieron cuando solo dejó caer sus lágrimas y retrocedió. En lugar de lanzarse contra su mamá, se giró sobre sus talones y corrió hacia el bosque, internandose entre las cortezas de los árboles y escuchando como los truenos resonaban y la tormenta comenzó con fuerza.
—¿de quién estás tomando energía? —Rebekah susurró al ver cómo el fuego tomaba más fuerza.
—de un pequeño ángel.
Klaus corrió por el bosque, usando hasta sus sentidos olvidados para encontrar al amor de su vida. A la chica que escaso tiempo se había colado en su corazón. Quien era dueña de sus sueños y de sus pesadillas desde el momento en que la besó bajo la luna rosa.
Sus pulmones comenzaron arder y requería de cada fuerza de su interior no transformarse en lobo por el enojo. Sus oidos eran llenados por los sollozos de Casandra, que no sabía si eran reales o su imaginación jugando en su contra. Sus ojos buscaban desesperadamente divisarla entre las gotas de lluvia que mojaron toda su ropa en instantes. Y su olfato trataba de percibir su perfume entre el aroma a bosque mojado.
Al frenar, miró a un costado y la vió. Arrodillada en el suelo, con su mano tratando de contener vagamente su sangre cuando otra herida le salió en su costilla izquierda y ahogó una exclamación de dolor al ver cómo ella gritaba. Sus lágrimas podrían ser fácilmente confundidas con la lluvia al admirar como Elena comenzó a llorar del miedo, llevando sus manos a su estómago para tratar de cubrir esa herida. Esther la estaba matando, con la única diferencia de que la bruja podía curarse gracias a su magia de un milenio de antiguedad.
—Cass...
Al oírlo, llamarla por su nombre como las pocas veces que puede contar con una sola mano, Casandra volteó. Intentó ponerse de pie pero acabó en un vago intento de acercarse, terminando casi arrastrandose. Elena la sostuvo y Klaus apareció en un parpadeo a su lado.
—Klaus... —lo tomó desesperadamente de su camisa.
—aquí estoy, amor —Tomó su rostro entre sus manos.
El teléfono de Elena comenzó a sonar, siendo su tono ahogado por el ruido de la tormenta que tomaba cada vez más fuerza y el llanto de Casandra. No iba a tomarlo, pero vió el número de Alaric en la pantalla y atendió con su miedo en la punta de su lengua.
—¡Elena! —escuchó su horror del otro lado de la línea. —Llamé a Bonnie, está tratando de ayudar, pero es Castiel...
Al oírlo, Casandra y Klaus voltearon a verla, con el desesperado sentimiento de preocupación y derrota en sus pechos. Sus corazones sincronizados y unidos estaban débilmente impotentes de no saber qué hacer. Habían prevenido varios movimientos de Esther, pero jamás que canalizaría a Castiel.
—Klaus. —Casandra volteó a él.
Pero en su mirada pudo ver un pequeño destello de desilusión que le demostraba que ya lo había visto venir. Siendo que Esther le había tirado todas sus cartas sobre la mesa.
—esta vinculada a ti, y está canalizando a Castiel... —acarició su rostro, su cabello húmedo goteaba y el suelo estaba lleno de sangre diluida —no podemos acercarnos. Tiene un circulo de protección, nada puede entrar. Una estaca rebotaría... —una lágrima suya se camufló con una gota de agua de lluvia y por el peso cayeron sobre el charco de sangre que se hacia debajo.
Casandra negó, sintiendo que estaba perdiendo la batalla. Se sentía impotente, se estaba quedando sin opciones a tomar. ¿Qué podría hacer, que calmaría la tormenta de su corazón? ¿qué salvaría a todos de ese embrollo?
Miró el charco que se hizo debajo de ella, en el reflejo pudo ver sus propios ojos. Colgando de su cuello y levemente manchado en sangre, el collar de Klaus. Detrás de ella, a través del agua que se movía por las constantes gotas que le caían, Elena. Sus ojos se dirigieron a su muñeca, donde su brazalete relucía.
El pequeño angel blanco que colgaba del brazalete tenía una mancha roja en gran parte de su figura. Su cuerpo débil se horrorizó ante la sádica referencia del destino, el cual le decía silenciosamente cuál era el único camino.
Klaus miró sus ojos, sus orbes del color de sus preciados alfajores que estaba seguro que no podría volver a ver sin acordarse de ella, notó su chispa. Una chispa apagándose con calma y lentitud. Sintió como su corazón y su alma se rompían en mil pedazos, con un frío desgarrador cada parte caía como una avalancha y arrasaba con toda su cordura. Su cuerpo estaba helado y mojado por la lluvia, a penas sentía sus extremidades. Pero las llenas de sus dedos acariciaron las mejillas de Casandra, negando para si mismo al saber lo que ella pedía a gritos en su interior.
Se sentia indefenso, como si su propia avalancha lo estuviera arrastrando consigo, como si no pudiera nadar contra la helada corriente que lo llevaba con una dolorosa fuerza. El tiempo se escapaba de sus manos, Casandra se escapaba de sus manos. Todo a causa de Esther, la mujer que lo trajo al mundo lo estaba matando lentamente al meterse de esa forma con lo mas preciado para su adolorido corazón.
—Klaus... —su débil susurró fue frío, el vapor se escapó de entre sus labios y llegó hasta los oidos de él, haciendo un recorrido que podría congelar hasta un Dios si tan solo ese temor recorriera sus venas. Él negó nuevamente, sabiendo lo que iba a pedirle. Sabiendo que era su última opción. —Escuchame... Debes cuidar de Bella, de Castiel, tu eres su papá ¿Si? Que lleve tu apellido como me pediste, no pelearé...
Tomó su rostro, manchando su mejilla con su sangre. Cada particular de su alma, de su ser, deseaba que ese horroroso momento no estuviera sucediendo, que no fuese real. Ese era el infierno personal de Klaus que jamás creyó que tendría que afrontar. Era como si, en cuestión de segundos, todas sus esperanzas, sueños y deseos de estar con la persona que realmente amaba se desvanecieran delante suya. Cómo si todas las promesas, en especial las de un futuro juntos, con una vida plena a su lado, con un amor profundo y eterno... Fueran arrancadas de su corazón. Siendo imposibles conservarlas.
—no. —negó seguro, Casandra sonrió suavemente. Su cuerpo temblaba, pero ella trataba de fingir que era por frío y no por miedo —¡No!
—Klaus...
Ella sonrió, triste.
—esta bien, está bien... —susurró acariciando su mejilla. Él evitó verla. —Es la única forma. Si ella está matando a Castiel, no tenemos tiempo...
—¿Cass? —Elena la llamó, su voz se cortó así que no pudo seguir.
Con una sola mirada, Elena entendió. Entendió ese sentimiento que las había unido, el de la necesidad de dar o recibir protección, todo por su familia. Entendió que era el único camino que veían y el que estaba dispuesta a tomar. Así que solo bajó la cabeza, comenzando a sollozar y jugando con su brazalete. Queriendo estar ahí para ella, prometiendole con una suave y dolorosa sonrisa que cuidaría de todos por ella. Sin embargo, como si fuera más fuerte que ella, retrocedió hasta pegar su espalda a un árbol y abrazó sus rodillas contra su pecho, dudando si querer ver lo que venía a continuación.
Casandra volteó a ver a Klaus otra vez y, como aquella primera noche juntos, pego sus narices y con un leve roce giro su cabeza de lado a lado, rozando las puntas y causandole un pequeño cosquilleo. Luego dejó un doloroso beso, que por más que haya querido, Klaus no pudo responder. Solo dejó que lo haga.
—hay que matarla, y si no podemos hacerlo desde afuera, hay que hacerlo desde adentro —puso las manos de Klaus en su cuello, presionandolas ahí. Su voz temblaba. Klaus no podía dirigir sus ojos verdes a ella, le ardía mantener el contacto visual. —Está bien... Estoy en los brazos del hombre que amo, quien me dió luz cuando me sentí perdida y contra todo pronóstico se volvió una de las cosas más importantes. Tienes que hacerlo tu... Por favor.
Klaus sollozó incontenible y dejó un débil beso en sus labios, juntando sus frentes y apretando sus manos a los laterales de su cabeza. Casandra sonreía, llorando en silencio.
—te amo —le susurró dulce. Klaus tragó saliva.
—te amo, Casandra... Por siempre y para siempre.
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