🦋 𝟬𝟬𝟮. El Otro Lado
🕯CHAPTER 𝐓𝐖𝐎🕯
𝐏𝐑𝐄𝐒𝐄𝐍𝐓𝐒...
❨The other side❩
᯽ ੈ‧₊🦉🕸
❝¡Sean totalmente bienvenidos a la
mansión de los peculiares!❞
𝐋𝐀 𝐂𝐔𝐄𝐕𝐀 𝐄𝐑𝐀 𝐔𝐍 𝐋𝐔𝐆𝐀𝐑 𝐎𝐒𝐂𝐔𝐑𝐎 𝐘 𝐅𝐑Í𝐎.
Las paredes rugosas parecían apretarnos, como si la cueva quisiera engullirnos. El eco de nuestras pisadas rebotaba entre las piedras, amplificando cada movimiento. Jacob iba adelante, siguiendo a Emma, a Olive y a los demás. Yo sentía la presencia invisible de Millard a mi lado.
—Es curioso, ¿no? —dijo Millard, rompiendo el silencio—. Un grupo de chicos raros guiando a un par de turistas despistados por una cueva oscura. ¿Qué podría salir mal?
Sonreí, aunque él no pudiera verme.
—¿Y si te dijera que no somos tan despistados? —le respondí, manteniendo mi voz baja.
Millard soltó una risita divertida.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es tu especialidad, señorita? ¿Leer mentes? ¿O acaso puedes hacer desaparecer a alguien mejor que yo?
Lo miré, aunque solo el aire vacío me devolvía la mirada.
—No te lo diría, aunque fuera cierto —dije, en parte, bromeando.
—Me gusta cómo piensas —respondió con entusiasmo—. Pero te apuesto a que Jacob se llevará la próxima sorpresa... Otra carrera por su vida en cuanto salga de esta cueva.
—Por favor, no —dije con un nudo en el estómago—. No pienso seguirlo de nuevo.
Mis palabras flotaron en el aire espeso, que parecía más pesado con cada paso que daba. Sentí como si el ambiente a nuestro alrededor se volviera más denso, como si algo estuviera esperando justo al otro lado. Mis sentidos se agudizaron, cada sonido, cada sombra se sentía más nítida, como si estuviéramos a punto de cruzar una frontera invisible.
Finalmente, vimos la luz del otro lado. Al salir de la cueva, el paisaje parecía exactamente el mismo: el mismo cielo, los mismos acantilados rocosos, y el sonido del mar estrellándose contra las piedras. Sin embargo, había algo que no cuadraba, algo que no lograba identificar, como si el mundo fuera una copia distinta del original.
Jacob se detuvo en seco, miró a su alrededor con ojos desorbitados y, sin decir una palabra, salió corriendo cuesta abajo hacia el claro.
—¡Te lo dije! —exclamó Millard desde su invisibilidad. Era obvio que se divertía con la situación—. Creo que correr ya es su nueva costumbre.
Solté un suspiro. No me lo podía creer.
—¡Jacob, espera! —grité mientras salía tras él, sintiendo la urgencia de no perderlo de vista.
Jacob y yo llegamos al pueblecito con paso apresurado, él aún no había notado lo extraño que se había vuelto el ambiente. Cruzó las calles que solíamos conocer, aunque todo se sentía fuera de lugar, como si el tiempo mismo hubiera dado un giro. Yo lo seguía de cerca, intentando mantener su ritmo, pero algo en el aire me hizo parar en seco en cuanto llegamos al umbral del hospedaje.
Mi amigo, demasiado apurado por llegar a su habitación, no se percató de lo que acontecía a su alrededor. Pero yo sí. Sentí las miradas de la gente clavándose en nosotros. Todo había cambiado. El lugar que antes conocíamos ya no existía, o al menos no como lo recordaba. El hospedaje ahora parecía una taberna, pero no uno común. Era un lugar antiguo, con un aire vintage, como sacado de otra época. Y la gente... vestían como si pertenecieran a otra era, como si hubiéramos cruzado un portal sin saberlo.
Jacob subió las escaleras con prisa, ignorando el murmullo de la gente y las miradas curiosas que seguían nuestros pasos. De repente, una voz fuerte lo llamó desde el bar:
—¡Eh!
Se detuvo en seco, girando la cabeza con sorpresa. El camarero, un hombre de aspecto robusto con un delantal manchado, le hizo un gesto para que se detuviera.
—¿Adónde crees que vas tan rápido, chico? —preguntó. No me gustó el tono de su voz.
Jacob titubeó, sus ojos reflejaban una mezcla de confusión y nerviosismo.
—A mi habitación. Me... hospedo aquí.
La gente nos miró con desconfianza, sus miradas estaban fijas en nosotros como si fuéramos intrusos en su pequeño mundo. Nuestra ropa, moderna y desentonada, contrastaba con sus atuendos de época, que parecían sacados de un viejo álbum de fotografías. La música que percibía era un suave tono de jazz, con matices melancólicos, proveniente de un viejo gramófono que giraba en una esquina, llenando el aire con una nostalgia palpable.
Mientras observaba a nuestro alrededor, noté que los hombres llevaban trajes bien ajustados y sombreros de ala ancha, mientras que las mujeres vestían vestidos de cintura ajustada, con encajes baratos, como si estuvieran en un baile de otro tiempo.
—¿Acaso tiene esto pinta de ser un hotel? —El hombre mostraba su ira lentamente.
Se oyó una breve carcajada. Lo demás, era todo silencio. Me sentía incómoda, no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.
—Pues sí —contestó Jacob aunque enseguida cambió de decisión al ver que un hombre se acercaba a nosotros—. Es decir, ¡no! Pero tengo una llave —Bajó las escaleras y se las entregó al que parecía el encargado del lugar—. De hecho, hable con el encargado, él le dirá todo.
El hombre le quitó las llaves con desdén y brusquedad, su rostro estaba surcado por una mueca de desagrado.
—Aquí el encargado soy yo —declaró, como si su autoridad estuviera por encima de todo.
Una mujer, acomodada en una de las sillas más cercanas, alzó la vista de su bebida.
—¿Será un soldado? —preguntó con el tono cortante como una navaja. Luego, me dirigió una mirada inquisitiva—. Y una espía. Seguro que son americanos. O tal vez..., alemanes.
Sus palabras resonaron en todo el lugar. Pronto, lo que rodeaba a la gente no era la incertidumbre, sino un aire denso de odio y desconfianza que los llenaba. Las miradas se endurecieron, y el murmullo que antes era suave se tornó en murmullos hostiles, como un grupo de lobos al acecho.
Me sentí acorralada. La mujer seguía observándome con desdén, como si pudiera leer mis pensamientos.
—¡Y una porra! —gritó el hombre que se había acercado a nosotros, señalándonos con un dedo acusador—. ¡Fijáos qué pintas llevan! Estoy seguro de que son espías.
Jacob rió con nerviosismo, intentando restarle importancia a la situación.
—¿Qué? ¿Cómo? No sé de qué estáis hablando... Nosotros solo...
—¿Solo qué? —interrumpí, sintiendo la necesidad de defendernos, aunque no sabía cómo—. Solo buscamos un lugar donde quedarnos, no queremos problemas.
La mirada del hombre se endureció, y el ambiente se volvió aún más tenso. La mujer que había hablado antes se acercó, con una sonrisa que no escondía su desdén.
—¿No queréis problemas? —replicó—. En este lugar, eso es lo que todos dicen antes de hacerlos.
—Venimos de lejos —añadí, tratando de sonar convincente—. No estamos aquí para causar alboroto. Solo queremos descansar y seguir nuestro camino.
—¿Así que venís de lejos, eh? ¡Claro que sí! ¡Puesto que sois alemanes o americanos! Lo noto en vuestro acento. —El encargado atrajo a Jacob hacia él, cogiéndolo de la chaqueta con fuerza—. Yo creo que lo mejor es que le saquemos la verdad a la antigua usanza.
El otro hombre me agarró por el pullover y me atrajo hacia Jacob. Me intenté zafar.
—¿Y tú quién te crees? —gritó, con un tono de burla—. ¿Vas a jugar a la heroína ahora?
Sentí que la rabia me invadía, y con todas mis fuerzas, le empujé el pecho, separándolo de mí.
—¡Suélteme! —grité, plantándome firme y desafiando su autoridad. La rabia y la indignación ardían en mi pecho—. No somos enemigos, solo estamos de paso. No hay necesidad de que nos traten como si fuéramos espías. Solo somos turistas. ¿Así es como tratan a las personas que se atreven a darles una oportunidad?
El hombre me observó, parpadeando con incredulidad, como si no esperara que una chica se atreviera a hablarle de esa manera.
—Si lo que queréis es pasar un buen rato, no lo lograréis a base de amenazas —continué, sintiendo cómo mi confianza crecía a medida que hablaba—. Estamos aquí para explorar, no para causar problemas. Así que, ¿por qué no dejáis de actuar como si fuéramos vuestros enemigos y empezáis a comportaros como anfitriones?
Jacob me miró con una mezcla de admiración y preocupación en sus ojos. Pero el encargado y varias personas de allí me observaban con un profundo odio.
—¡Y encima se atreve a hablar así! —gritó uno de los hombres que estaba en la barra, arrugando la cara como si el simple hecho de oírme le provocara náuseas.
—¿De qué vas, niña? ¿Crees que puedes venir aquí para darnos órdenes? —añadió otro, acercándose con un brillo amenazador en los ojos. La tensión se acumulaba, y podía sentir cómo el ambiente se volvía eléctrico.
—Quizás deberías aprender a ser más respetuoso con los que te dan la bienvenida —respondí, sin apartar la mirada. El aire estaba cargado de hostilidad, y podía ver que Jacob estaba a punto de intervenir.
Pero antes de que pudiera decir algo, un estruendo resonó en la taberna. Algunos platos cayeron al suelo, y los vasos se estamparon contra las ventanas, lo que provocó un revuelo de inmediato. La gente gritó y se agachó, mirando hacia el origen del caos con miedo y confusión.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —gritó el encargado, su rostro estaba pálido de terror mientras buscaba el origen del ruido. La pelea quedó en suspenso, y todos nos volvimos hacia el desorden que cada vez iba en crescendo.
De repente, los cubiertos comenzaron a volar por el aire, como si una tormenta hubiera estallado en el bar. Los platos de la vasija se desprendieron de las mesas y se estrellaron contra el suelo y por encima de las personas, haciendo que el sonido del cristal quebrándose resonara en todo el lugar.
—¡Son brujos! —Nos señaló una mujer mayor—. ¡Dios se apiade de nosotros!
La gente gritaba, algunos se lanzaron al suelo, mientras otros corrían hacia la salida, creando un caos absoluto.
—¡Brujería! —chilló una mujer—. ¡Es brujería!
—¡Es una locura! —exclamó otro.
Mi corazón latía con fuerza por la adrenalina del momento. Sin embargo, una sospecha se formó en mi mente: podría tratarse de alguien que se movía en las sombras, invisible a los ojos de los demás.
Alguien que no podía ser visto.
Alguien como Millard.
—¡Esto no puede estar pasando! —gritó un anciano, tratando de superar el ruido. Pero en medio de la confusión, mi mirada se encontró con Jacob, y ambos supimos que teníamos que salir de allí, y rápido.
Salimos tan rápido como pudimos del caso. De repente, Olive apareció de la nada, se quitó los guantes negros y, con un gesto decidido, tocó la puerta y las ventanas del bar. En ese instante, comenzaron a arder y las llamas danzaban como si la propia ira del lugar se manifestara.
Pero eso no era lo peor.
En el cielo, una formación en V de aviones surcaba las nubes, dejando en el aire la pregunta: ¿eran alemanes o aliados? Fue entonces cuando Emma nos llamó, apareciendo sobre un carruaje tirado por dos caballos.
—¡Vámonos!
Subimos al carruaje mientras algunos hombres y soldados corrían hacia el bar para apagar el fuego.
—¿Qué ha pasado? —gritaron algunos, confundidos y alarmados.
—¡Brujería! —gritaron otros.
El carruaje avanzaba con rapidez, pasando junto a la costa, la misma que habíamos visto en nuestro... mundo. Las casitas pintorescas y los jardines florecidos se deslizaban a nuestro lado, pero todo tenía un aire diferente, casi onírico. La brisa marina traía consigo el olor salado del mar, mezclado con la sensación palpable de peligro que nos seguía como una sombra.
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𝐂𝐎𝐍𝐓𝐈𝐍𝐔𝐀𝐌𝐎𝐒 𝐀𝐒Í 𝐃𝐔𝐑𝐀𝐍𝐓𝐄 𝐔𝐍 𝐁𝐔𝐄𝐍 𝐓𝐑𝐄𝐂𝐇𝐎, el sonido del carruaje resonaba sobre la carretera empedrada, hasta que finalmente perdimos de vista a la población.
Más tarde, entramos en un pequeño bosquecito verde, donde los árboles altos y frondosos nos ofrecieron un alivio temporal de la tensión que habíamos dejado atrás. Las hojas susurraban con la brisa, creando un ambiente casi mágico, pero la adrenalina aún corría por nuestras venas. A medida que el camino se volvía más angosto y serpenteante, Jacob decidió hablar.
—De modo que sois reales. —Ahora estaba fascinado y asombrado—. ¡Sois reales!
—Por fin te das cuenta... —susurré a media voz, acostumbrándome a la luz del sol.
—Estábamos tratando de decírtelo... —le reprochó Emma—. Pero parece que necesitabas un poco de evidencia para creerlo.
—Al menos ya sabemos que soy especial, todo este caos sirvió para algo. —La respuesta de Jacob me tomó por sorpresa.
—¿Qué? —Alcé los ojos hacia él. Que yo sepa, Jacob no tenía ninguna peculiaridad especial.
Tanto Olive como Emma estaban tan extrañadas como yo.
—En la taberna. Olive, Leonore. —Nos dirigió la mirada como para buscar una afirmación por parte nuestra. Yo le mantuve la mirada pero Olive, la bajó—. Todo volaba por los aires y se rompía. Yo lo hice. ¡Fui yo! Con la mirada o a lo mejor, con el poder de mi mente.
Me pareció escuchar una leve sonrisa por parte de Emma.
—Jacob... —Debía de ser yo quien le dijera la verdad o al menos, lo que sospechaba. Lo cierto era que no veía a Millard por ningún lado, bueno, no veía la vestimenta que siempre llevaba puesta.
A no ser que...
—No. —Escuché una voz familiar al lado mío—. Ese fui yo.
Miramos al aire.
A Millard.
—¿Millard? —preguntó Jacob con un deje de decepción.
—¡SÍ! —exclamó Millard, lleno de entusiasmo.
—¿Estás desnudo? —Jacob siempre señalaba lo más obvio, como si lo hubiera encontrado en un manual de supervivencia.
—¡SÍ! —respondió Millard, como si eso fuera lo más normal.
Me alejé un poco de donde se suponía que estaba él, arrugando la nariz.
Emma le lanzó la ropa a Millard con un gesto de urgencia. Jacob miró hacia otro lado, claramente asqueado por la situación, mientras Olive, con su habitual delicadeza, colocaba la vestimenta cuidadosamente sobre lo que se suponía que eran las piernas de Millard.
Las distintas prendas comenzaron a moverse lentamente, como si tuvieran vida propia. Los pantalones se arrugaron, la camisa se sacudió, y la boina, aún en el aire, parecía deliberar si quería aterrizar en la cabeza de Millard o hacer un salto acrobático hacia el suelo.
—Os cayó una bomba encima en 1943 —explicó Jacob, aún ingiriendo toda la información.
—Exactamente —respondí, intentando ordenar mis pensamientos mientras observaba el entorno que nos rodeaba—. O eso parece, lo digo por los distintos detalles que he visto; la arquitectura, los coches, la moda. La ropa que llevaba esa gente es de otra época, y no solo por lo que parece.
Me emocionaba compartir mi pasión por la historia, incluso en un momento tan confuso.
—Siempre me ha fascinado cómo los pequeños detalles pueden contarte tanto. Los carteles en las paredes, el estilo de los muebles... incluso la música que sonaba en la taberna.
—Miré a Jacob, que parecía procesar todo esto con asombro, mientras los demás me observaban con curiosidad. Sentí el calor subirme al rostro y me ruboricé ligeramente—. Lo siento, creo que me dejé llevar.
Olive me dedicó una pequeña sonrisa, como si entendiera mi emoción.
—Es solo que... estamos viviendo un momento que para mí siempre ha sido parte de los libros de historia, y ahora lo siento tan real.
Millard dejó escapar una carcajada.
—Bueno, si alguna vez te aburres de los libros, ya sabes a quién pedirle un recorrido histórico en vivo —dijo mientras se ajustaba la boina—. Solo que no prometo estar vestido para la ocasión.
Los demás soltaron risitas, y yo rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír ante sus palabras.
—Pero sí, es correcto —prosiguió el chico invisible—. Estamos justamente en el 3 de septiembre de 1943. Aunque en verdad, vivimos esa fecha todos los días del año.
Jacob y yo lo miramos con confusión.
—Es un bucle —intervino Emma—. Vivimos ese día y lo volvemos a repetir constantemente.
Mi mente no podía procesarlo del todo. ¿Vivir el mismo día una y otra vez? Me pregunté cómo no se aburrían de revivir siempre las mismas horas, los mismos momentos. ¿No se cansaban de saber exactamente lo que pasaría después? Yo ya me estaba inquietando solo con imaginarlo.
—¿Y nunca os cansáis? —dije en voz alta, sin poder evitarlo.
Millard, invisible como siempre, respondió con su tono sarcástico:
—Solo cuando Olive no para de hablar sobre lo encantador que es Enoch con su lado investigador —me respondió—. Esa fascinación suya por diseccionar cosas.
Olive frunció el ceño y cruzó los brazos, claramente molesta, pero antes de que pudiera responder, Emma intervino.
—Y tú no te cansas de ser invisible y hacer bromas, ¿verdad?
La risa de Millard se escuchó en el aire mientras el grupo seguía caminando.
—¿Y quién es Enoch? —preguntó Jacob con un tono desconfiado.
—¿Has dicho diseccionar cosas? ¿Qué tipo de cosas? —intervine yo, alarmada.
Olive, Millard y Emma soltaron una carcajada simultánea.
—Pronto lo averiguaréis —respondió Emma.
Millard añadió en tono jocoso:
—Solo espero que no seamos nosotros los que termine estudiando.
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𝐀𝐋 𝐆𝐈𝐑𝐀𝐑 𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐒𝐄𝐍𝐃𝐄𝐑𝐎, la vista de la mansión emergió entre el follaje como si se hubiera estado ocultando a propósito. El jardín que la rodeaba era un océano de flores en todos los colores posibles: lilas, azules, rosas y amarillos, moviéndose suavemente con el viento, como si susurraran secretos antiguos. Los árboles, altos y robustos, se entrelazaban sobre nuestras cabezas, formando un dosel natural que dejaba entrar finos rayos de luz, dándole al lugar un toque mágico.
La mansión en sí parecía sacada de un cuento de hadas, pero con un aire sombrío que le daba un toque misterioso. Su fachada era castaña con pinceladas grises que recorrían las ventanas y puertas, adornadas con detalles ornamentales desgastados por el tiempo. A pesar de su antigüedad, no parecía en ruinas, sino llena de vida. Las enredaderas trepaban por las paredes, abrazando cada rincón de la casa.
El techo de tejas oscuras se curvaba de manera extraña, y las ventanas, enmarcadas en marcos antiguos, parecían ojos que nos observaban desde una distancia segura, como si la casa misma fuera un personaje. Todo, desde el camino de piedras irregulares hasta los postes de hierro forjado que rodeaban el jardín, irradiaba una belleza encantada, colorida y cautivadora, pero con esa chispa de oscuridad que te hacía sentir como si algo más, algo oculto, estaba esperando ser descubierto.
Nada que ver con el estado en el que estaba el orfanato de la actualidad.
Subimos las escaleras de piedra que crujían ligeramente bajo nuestros pies, un eco que se perdía en el aire mientras nos acercábamos a la puerta de la mansión. Apenas tuve tiempo de respirar hondo antes de que la puerta se abriera con un suave chirrido, y ahí estaba ella: Miss Peregrine.
Se erguía en el umbral con una presencia que era imposible ignorar, su figura esbelta con un impecable traje oscuro que parecía sacado de otra época. Tenía un aire extravagante, elegante, casi altivo. Sus ojos, de un azul intenso, se posaron en cada uno de nosotros con una mezcla de curiosidad y control absoluto. Su cabello negro, recogido en un moño perfecto, no dejaba un solo mechón fuera de lugar. Parecía como si el tiempo no hubiera dejado marca en ella.
Me dio curiosidad la pipa que llevaba en la boca, de la que salía una ligera voluta de humo, y sus labios apenas se movieron cuando nos observó. Desde que nos vio en el umbral, no dejó de mirar de reojo un pequeño espejo de cadena que llevaba colgado del cinturón, como si aquel objeto fuese tan importante como nosotros. Sus uñas, largas y negras, se curvaban elegantemente al sujetar el objeto entre sus dedos, añadiendo un toque aún más peculiar a su presencia.
—Justo a tiempo —anunció para después quitarse la pipa y guardar el reloj en su bolsillo con un movimiento fluido—. Yo soy Miss Peregrine, aunque supongo que ya lo sabéis. —Estiró el brazo para saludarnos—. Es un inmenso placer conocerlos finalmente.
Le estrechamos la mano.
Luego miró a Emma y a Olive.
—Espero no tener que recibir de nuevo al tabernero acompañado de la policía —dijo, poniendo la pipa en su mano derecha—. Los he matado dos veces este mes, es de lo más inoportuno.
Jacob y yo compartimos una mirada, tanto de asombro como de pavor. ¿De verdad dijo que los mató? ¿Dos veces? ¿Cómo es eso posible?
Emma tragó saliva.
—Millard solo rompió un par de cosas, no muchas —mintió, haciendo una pausa para observar a Olive—. A lo mejor, Olive incendió... un poco la taberna.
Miss Peregrine dio una calada a la pipa.
—Pero fue para ayudar a Jacob y a Leonore —añadió a toda prisa. Acto seguido, nos empujó hacia dentro.
La mujer se apartó con gracia, examinando a Jacob con un orgullo palpable en cuanto estuvo a su altura.
Yo entré antes que él, acompañada por los demás.
—La última vez que Abe me envió una foto tuya, aún andabas a gatas. —Le escuché decir a Jacob—. Pero por favor, no te quedes ahí; pasa adelante. —Cerró la puerta con un suave clic—. En fin. ¡Sean totalmente bienvenidos a la mansión de los peculiares!
Con un gesto dramático, alzó las manos hacia el techo, como si quisiera abrazar el aire que nos rodeaba, dejando que su voz resonara en la habitación. La luz suave iluminaba sus rasgos peculiares, y el encanto de la mansión parecía cobrar vida a su alrededor, dándonos la bienvenida a un nuevo mundo que estábamos a punto de descubrir.
¡Muchas gracias por el apoyo,
los votos y los comentarios!
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Ya sabéis que entre más interacción haya
en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones.
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