🦋 𝟬𝟬𝟭. Ecos del pasado

🕯CHAPTER ONE🕯

𝐏𝐑𝐄𝐒𝐄𝐍𝐓𝐒...
Echoes of the past

᯽ ੈ‧₊🦉🕸
El sol brillaba todos los días. La directora,
Miss Peregrine, era muy inteligente y solía fumar en pipa

                 
                      𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐅𝐀𝐍𝐀𝐓𝐎 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐍 𝐑𝐔𝐈𝐍𝐀𝐒.

El suelo crujía bajo nuestros pies mientras avanzábamos por el corredor principal del orfanato, ahora oscuro y desmoronado. Los ecos de nuestras pisadas resonaban en la quietud, amplificando el vacío de aquel lugar. Aunque todo estaba cubierto de polvo y sombras, era imposible no sentir la presencia de algo más, como si la historia misma del lugar nos vigilara desde las paredes agrietadas.

—Mi abuelo me contaba historias sobre este sitio —dijo Jacob, su voz resonaba en la penumbra. Estaba más serio de lo habitual, como si los recuerdos de su abuelo cobraran vida a su alrededor o tal vez porque pensara que no había nada de mágico allí—. Hablaba de niños especiales, de gente que podía hacer cosas imposibles... aunque claro, eran solo cuentos. En un principio, creía sus relatos hasta que descubrí que tenía demencia y poseía una visión distorsionada de la realidad.

Seguramente os estaréis preguntando qué nos ha traído hasta este recóndito lugar. Permítanme explicarlo. Todo comenzó el día del cumpleaños de Jacob. Su tía le había regalado un libro titulado Ensayos y otros escritos de Ralph Waldo Emerson, un ejemplar que su padre, el abuelo de Jacob, había querido que él heredara tras su repentino fallecimiento. O mejor dicho, de su asesinato. Dentro de sus páginas, Abraham Portman había escrito una dedicatoria en su caligrafía firme:

«Para Jake, por los mundos que aún
le quedan por descubrir».

Sin embargo, lo más extraño no fue la dedicatoria, sino lo que encontramos al pasar las primeras hojas: un retrato antiguo de un paisaje, un lugar remoto y misterioso en Cairnholm, una pequeña isla en la región de Gales. Al darle la vuelta, descubrimos un mensaje escrito en una letra fina y elegante, completamente distinta a la de su abuelo, propia de alguien con un gusto exquisito y una atención al detalle casi extravagante.

«Mi queridísimo Abe: espero que te encuentres bien.
Los niños y yo anhelamos tener noticias tuyas.
Nos encantaría verte muy pronto.

Con cariño, Alma Peregrine».

Me detuve frente a un viejo escritorio. Encima de él, cubierto de polvo y casi irreconocible, había un cuadro con un retrato antiguo. Al acercarme, mis dedos rozaron el borde desmenuzado, y con cuidado soplé el polvo que la cubría. Al principio, solo vi sombras, figuras borrosas. Pero, a medida que el polvo desaparecía, las imágenes comenzaron a cobrar vida.

Un par de gemelos vestidos de blanco. Sus rostros estaban ocultos por unas máscaras inusuales, como si pertenecieran a otro mundo.

Al lado de los gemelos, había ropa flotando en el aire: una chaqueta y pantalones que parecían moverse, pero sin nadie visible dentro. Un chico invisible. Me llevé una mano a la boca, incapaz de apartar la vista. Una chica de cabello pelirrojo y ojos grandes también estaba allí, con una expresión algo melancólica en su rostro. Y un poco más allá, una niña pequeña con el cabello rizado, tan castaño como la copa de los árboles, sostenía un muñeco entre sus manos.

—¿Estás viendo esto? —murmuré, con el corazón acelerado.

Jacob se acercó para ver la fotografía más de cerca. Los niños peculiares de los cuentos de su abuelo, inmortalizados en una imagen que parecía respirar, estaban ahí, esperándonos para ser descubiertos.

—Se supone que, si es cierto, estos son los peculiares, antiguos amigos de mi abuelo, donde vivió casi toda su infancia. Aquí. Decía que era un lugar precioso; mágico. —Miró a su alrededor, ya no había nada de precioso ni de mágico, todo estaba en ruinas, productos de tragedias pasadas—. El sol brillaba todos los días. La directora, Miss Peregrine, era muy inteligente y solía fumar en pipa, tenía la habilidad de convertirse en un pájaro y controlar el tiempo.

—Entonces tu abuelo no mentía ni se lo inventó, si existía el lugar para niños especiales —susurré, observando y estudiando cada uno de sus rostros—. Siempre ha existido.

Junto a los demás, había una chica rubia, con el cabello cayendo en suaves cascadas doradas. Su mirada, fija en la cámara, era serena, pero había una tristeza latente en su postura. No era solo el reflejo de alguien siendo observado a lo largo del tiempo, sino más bien el de alguien que aguardaba... esperando a una persona que sabía, en lo más profundo de su alma, que jamás volvería. Era como si contemplara un futuro que ya se le había escapado, congelada en un anhelo eterno, atrapada entre el pasado y la promesa rota de lo que nunca sucedió.

—Ella es Emma. —Su dedo se posó en la chica con las ondas rubias—. Era más ligera que el aire. Mi abuelo le tenía mucho afecto. Me contó que llevaba unos zapatos especiales hechos de plomo para evitar salir volando.

—La noto triste —susurré, sin poder apartar la mirada de los ojos de Emma en el cuadro. Había una sombra en su expresión, como si la alegría hubiera quedado atrapada junto con el tiempo que los congelaba.

Jacob frunció el ceño, acercándose un poco más al retrato.

—Mi abuelo me contó que Emma siempre se mostraba fuerte para todos los demás. Era un pilar fundamental en el grupo. Y por la forma en la que me narraba sus momentos con ella, le tenía un gran afecto, como si formaran un vínculo especial entre ellos.

Con sus palabras todavía navegando en mi mente, decidí subir las escaleras polvorientas, dejando el cuadro donde estaba. Las escaleras crujían bajo nuestros pies como si protestaran por el peso de los años. La luz que entraba por los ventanales rotos apenas iluminaba el corredor, dándole al lugar un aire marino, como si estuviéramos caminando bajo la superficie de un océano encantado. Las sombras de los árboles exteriores se proyectaban en las paredes, ondulando como si fueran algas enredadas en un mundo sumergido y olvidado.

El segundo piso estaba aún más desmoronado que el primero, pero había algo en el aire, una sensación de magia desvanecida, de cuentos no contados. Todo a nuestro alrededor parecía detenido en el tiempo, como si esperara a que alguien desentrañara sus secretos. No podía explicar por qué, pero algo de allí me incitaba a investigar más sobre la zona. Se supone que había sido bombardeada por los nazis, justamente el 3 de septiembre de 1940.

Era extraño no notar las sombras de aquellos que ya no estaban, sus auras flotando, extraviadas entre lo que fue y lo que nunca será. Todo lo que había allí, a pesar de estar abandonado, era vida. Como si ese lugar hubiera sido olvidado incluso por los muertos.

Ver a los espíritus ha sido parte de mi vida desde que tengo memoria. Es como una habilidad que me acompaña, una ventana a un mundo que pocos pueden percibir. Sin embargo, nunca se lo he dicho a nadie. Ni siquiera a Jacob. No sé por qué, tal vez porque temía que no me creyera... o porque no quiero que me vea como una especie de fenómeno. Ver a los difuntos puede parecer algo interesante o aterrador, pero para mí, era una constante que prefería mantener en silencio.

Conocí a Jacob trabajando en el supermercado del pueblo. Él siempre fue solitario, callado, y parecía cómodo en su propia burbuja de silencio. Pero yo no podía evitar sentir una conexión con él. Había algo en su timidez que me invitaba a ofrecerle mi compañía, y poco a poco fuimos entablando una amistad peculiar. Yo hablaba y él escuchaba. No necesitábamos decir mucho para entendernos.

Cuando falleció su abuelo, yo estaba ahí, a su lado, porque sus padres no eran muy cercanos con él. Cuando Jacob leyó el libro que le dio su tía por parte de su abuelo, decidió contarle a sus padres lo que descubrió, sobre Miss Peregrine y les habló sobre el viaje que le gustaría hacer para conocerla. No creía del todo sus historias, no después de haber perdido la esperanza de que los peculiares sean reales por culpa de las burlas constantes de los alumnos de su clase, pero sí confiaba en que Miss Peregrine existía.

Sus padres se preocupaban por su estado mental y su madre no podía dejar el trabajo para llevarlo a Gales pero Jacob aprovechó la oportunidad al ver que a su padre le gustaba observar aves para poder trabajar en el avance de su libro. La psicóloga le dio el visto bueno pues sabía que si tuviera la oportunidad de conocer el orfanato y separar la fantasía de la realidad, eso le ayudaría. Y además, el viaje le permitiría despedirse formalmente de su abuelo.

Así que allí estábamos. Por supuesto, no pude negarme a su oferta de viaje. Jacob era mi único amigo, y sabía que me necesitaría, sobre todo si su padre se dedicaba a pasar todo el tiempo en la playa, observando la vida de las aves para su libro.

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                        𝐕𝐎𝐋𝐕𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎 𝐀 𝐄𝐒𝐄 𝐈𝐍𝐒𝐓𝐀𝐍𝐓𝐄, tras ver que solo había silencio, decidimos adentrarnos en una pequeña sala. Las puertas crujieron al abrirse, revelando un espacio sombrío que parecía haber quedado suspendido en el tiempo. En el centro, había una larga mesa cubierta de polvo y en ella descansaban todo tipo de frascos, algunos aún llenos de líquidos oscuros que no me atrevía a identificar. El lugar tenía un aire de laboratorio abandonado, con viejos instrumentos oxidados dispersos por las estanterías. Unos tubos de ensayo descansaban sobre una bandeja de metal, junto a un microscopio cubierto de telarañas.

Había cuadernos abiertos con páginas amarillentas y garabatos ininteligibles, como si alguien hubiera dejado su trabajo a medio hacer antes de desaparecer. Los frascos, algunos etiquetados con nombres extraños y fechas que se remontaban décadas atrás.

—¿Qué crees que hacían aquí? —susurró Jacob, rompiendo el silencio, su voz resonó entre las paredes cubiertas de moho.

Me acerqué a uno de los frascos, mis dedos rozaron su superficie polvorienta.

—Experimentos, tal vez... Algo más que simples juegos de niños —respondí, sintiendo una extraña mezcla de curiosidad y temor...

Antes de que pudiera seguir hablando, sentí una corriente de aire frío a mis espaldas. Al darme la vuelta, la sensación de que no estábamos solos se hizo más intensa, y una figura se deslizó desde las penumbras. Justo en la gran ventana, una joven con un vestido azul y botas pesadas se nos quedó mirando.

Era Emma.

La miré, intuyendo que se podía tratar de un espíritu. Pero no, no lo era. Jacob dio un paso atrás cuando la vio, sobresaltado.

—¿Abe? —La voz le tembló ligeramente mientras miraba a Jacob, con una mezcla de emoción e incredulidad en sus ojos—. ¿Eres tú?

La confusión de Jacob fue palpable. Recordé que Abe era el diminutivo cariñoso de Abraham, el abuelo de Jacob, pero aquello no tenía sentido... ¿Cómo podían confundirlo con él?

Jacob, que no estaba acostumbrado a este tipo de sobresaltos, se puso pálido de inmediato. Antes de que pudiera reaccionar, salió corriendo, sin mirar atrás, como si quisiera escapar de una realidad que aún no comprendía.

—¡Jake! —grité, corriendo tras él mientras dejaba atrás a la figura femenina, que seguía observándonos desde la penumbra—. ¡Jacob, espera!

Mi voz se quebró en el eco del pasillo vacío, pero él no se detuvo hasta llegar al primer piso, donde se frenó de golpe. Casi me choco con su espalda. Mientras trataba de recuperar el aliento, entre las enredaderas y las puertas desmoronadas, vislumbré una figura en la penumbra: una chica de cabello pelirrojo, acompañada de una niña pequeña que se encontraba más a la derecha.

Mi corazón se aceleró al notar a dos gemelos, completamente vestidos de blanco, con máscaras igualmente blancas que ocultaban sus rostros.

No eran espíritus. Jacob también los vio.

Eran los chicos peculiares del cuadro.

—¿Sois vosotros...? —comencé a preguntar casi de forma automática, pero mis palabras se interrumpieron por unos pasos resonantes que provenían del piso de arriba. Cada eco de las pisadas hacía temblar el lugar, levantando nubes de polvo que flotaban a nuestro alrededor, como si el orfanato mismo estuviera reaccionando a la presencia de alguien.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras miraba a Jacob, cuya expresión reflejaba la misma mezcla de miedo y asombro que sentía. En poco tiempo, echó a correr de nuevo.

—¡No! —exclamó mientras intentaba llegar a la salida—. ¡Esto no es real!

—¡Jacob, por favor! —grité, volviendo a correr tras él, aterrorizada por la posibilidad de que se hiciera daño.

Justo cuando mis peores temores parecían hacerse realidad, él tropezó con una enredadera y se golpeó la cabeza contra el suelo.

—¡No! —exclamé, viendo cómo su cuerpo caía inerte. Un torrente de pánico me invadió mientras me agachaba a su lado, sintiendo que el mundo a nuestro alrededor se desvanecía.

Mientras intentaba sacudir a Jacob de su estado de inconsciencia, una niña apareció de la nada, vestida completamente de blanco, incluidos sus zapatos. Tenía el cabello rizado y su mirada reflejaba una extraña mezcla de determinación y picardía.

—Voy a recogerlo —anunció con confianza—. Puedo con él y contigo, si estás cansada de caminar.

—Yo...no... estoy cansada, puedo sola pero... ¿gracias, supongo? —Era imposible pensar que una niña tan pequeña podía con el cuerpo de Jacob.

Pero recordé que eran peculiares.

En ese momento, otra figura emergió de las sombras: era Emma, que se acercó con un deje de preocupación al ver a mi amigo en ese estado.

—Disculpadme, no pretendíamos asustaros. Pensábamos que este chico era... —Emma no podía pronunciar el nombre que quería decir.

—Pensábamos que era Abe —le ayudó la chica pelirroja—. Yo soy Olive y ella es Emma —continuó sonriendo mientras estiraba la mano enguantada de negro para estrecharla conmigo—. Y ella es Bronwyn, quien transportará sin ningún tipo de esfuerzo a Jacob para que se recupere. —Observó a la primera niña que vi después de que Jacob cayera.

¿Transportarlo? ¿Adónde? ¿Al pueblo?

Le estreché la mano con un deje de confusión aunque, sentí la suavidad del guante negro y la calidez de su sonrisa. Había algo reconfortante en su toque aunque cálido, muy cálido.

—Yo soy Leonore.

—Sentimos mucho la confusión —se disculpó Olive. Otra niña apareció entre nosotros. Era la más pequeña que había visto, no debía tener ni diez años. Su cabello tenía innumerables ondas antiguas, acompañadas de un lazo rojo. Además, portaba una vestimenta bastante elegante y coqueta. Junto a ella, aparecieron los gemelos. Fue entonces cuando noté algo extraño en sus máscaras. En lugar de ser simples decoraciones, las caretas tenían una boca diminuta y dos ojos negros acompañados de dos cejas curvadas. Sus ojos parecían seguir cada uno de mis movimientos. Me dio un escalofrío—. ¡Oh! —Olive sonrió tímida—. Te presento a la pequeña Claire y a los gemelos: Thomas y Joseph Odwel.

—¡Y no te olvides de mí! —exclamó una voz burlona desde un rincón oscuro—. Yo soy Millard, es un gusto, señorita.

Era el chico invisible, con sus pantalones antiguos y una chaqueta marrón que parecía sacada de otra época. Su pullover de lana, decorado con figuras geométricas carmesí, le daba un aire nostálgico y encantador. Una boina flotaba aunque claro, era obvio que se posaba sobre su cabeza, acentuando su estatura, que era un poco inferior a la mía. La manera en que se presentó, casi como si hiciera un acto de magia, me hizo sonreír.

—Encantada, Millard. —Me encantó su voz alegre y despreocupada—. Es un placer conocerlos a todos —dije con una sonrisa aunque por dentro, estaba confusa. Jacob tenía que ver esto.

—No a todos —dijo Emma, agachándose para evaluar la situación de Jacob. Su mirada se volvió seria y meticulosa, como si estuviera analizando cada detalle—. Aún os quedan algunos por conocer. Vaya, respira. Menos mal.

Con movimientos cuidadosos, comenzó a controlar su pulso, asegurándose de que su respiración se estabilizara. Le dio la vuelta con destreza, y mientras lo hacía, no pude evitar observar sus rasgos.

—Es sorprendente cómo se parece a él; la forma de su mandíbula, la curva de sus labios... Es evidente, debe de ser su hijo o, incluso, su nieto. —Emma levantó la vista hacia mí—. ¿En qué época nos encontramos?

La miré extrañada.

—Pues... estamos en 2016.

—Su nieto... —murmuró con un deje de nostalgia para volverse hacia una de las niñas—. Vamos, Bronwyn. Debemos llevarlo junto a ella.

Bronwyn se acercó y levantó a Jacob con una facilidad sorprendente, como si fuera un simple alfiler. Su fuerza era asombrosa, casi mágica.

—¿Junto a ella? —pregunté, tratando de mantener la compostura, aunque la habilidad de la niña me dejó sin palabras.

—Junto a Miss Peregrine, por supuesto. —Emma me sonrió—. Ella nos contó que vendrían dos personas nuevas. Tú debes de ser la segunda. Ya verás, te va a encantar nuestro hogar. Supongo que también eres peculiar ¿verdad?

Su pregunta me dejó un nudo en el estómago. Sabía a lo que se refería, pero no estaba dispuesta a revelar nada sobre mi don. Y en cuanto a Jacob, que yo sepa, él no tenía ningún poder. Era solo un chico normal, como cualquier otro, y quería protegerlo de cualquier complicación.

—No, no soy como ustedes —respondí con un tono ligero, intentando ocultar la verdad tras una sonrisa.

Emma me miró confusa pero no dejó de sonreír.

—Está claro que Bronwyn puede levantar hasta un elefante, pero si seguimos aquí parados, ¡pronto necesitará una palanca para movernos a todos! —bromeó Millard, poniéndose delante nuestra—. ¿Podemos marcharnos ya, señoritas?

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                        𝐁𝐑𝐎𝐍𝐖𝐘𝐍 𝐓𝐑𝐀𝐍𝐒𝐏𝐎𝐑𝐓Ó 𝐀 𝐉𝐀𝐂𝐎𝐁 𝐏𝐎𝐑 𝐓𝐎𝐃𝐀 𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐒𝐓𝐀, sus piececitos blancos se deslizaban con gracia sobre el terreno verde. A medida que nos adentrábamos más en aquel lugar, los acantilados rocosos se erguían a nuestro alrededor, creando un aislamiento que nos alejaba del mundo exterior. La brisa marina traía consigo el murmullo de las olas.

Jacob se despertó lentamente mientras Bronwyn lo llevaba a cuestas, sus brazos firmes y seguros tenían la misma fortaleza que la de un tronco de un árbol. La suave brisa del mar acariciaba su rostro y el murmullo de las olas parecía cantar una melodía de bienvenida. Abrió los ojos con dificultad, intentando enfocar la realidad que lo rodeaba. La luz dorada empezó a menguar, se acercaba la noche.

—¿Dónde estoy? —murmuró Jacob, aún sin adaptarse a la realidad.

—Por favor, no salgas corriendo de nuevo —le dije a modo de saludo.

Los ojos claros de Jacob se adaptaron al recuerdo cuando Bronwyn lo tiró al suelo sin miramientos para llegar hasta Olive y darle la mano.

Él gimió de dolor, pero en cuanto notó las miradas curiosas de aquellos peculiares sobre él, se incorporó de un salto, como si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo. La sorpresa y el alivio se mezclaron en su expresión, mientras trataba de recuperar la compostura. Los rostros inusuales que lo rodeaban lo observaban con atención.

—Pero ¿qué...?

Le puse una mano sobre el hombro más cercano.

—Son gente buena —le comenté—. No temas.

Jacob contempló cada rostro presente y el miedo se le fue yendo poco a poco.

—Tú... tú debes de ser Emma —dijo, mirando a la chica con sorpresa—. Y los gemelos. Y Olive. Oh, y Bronwyn. Claire. Ah, ¡y él es... Millard! —A medida que enumeraba, su temor se desvanecía, transformándose en curiosidad. El aire fresco y abierto del entorno parecía disipar las sombras de su miedo.

Millard se llevó un brazo a la cabeza en un saludo exagerado y dijo con un tono divertido:

—A sus órdenes, mi señor.

Sonreí, empezaba a caerme bien el chico invisible.

—Pero no puede ser, estáis muertos —sentenció Jacob—. Todos estáis muertos. Bueno, él es invisible, pero también está muerto.

—No estamos muertos —le respondió Millard—. Puedes estar tranquilo, no somos espíritus vengativos ni posesivos.

—Entonces, yo estoy muerto —fue la respuesta de Jacob.

—Yo aún sigo viva —le dije con sinceridad—. Aún siento dolores de la caída en bicicleta de la última vez, pero se supone que cuando mueres...

—¡Te conviertes en fantasma y dejas de sentir dolor! —interrumpió Millard, soltando una risita—. Así que, ¡no te preocupes! A menos que hayamos fallado en nuestra misión de ser fantasmas y terminemos como unos malos chistes, deberías estar perfectamente bien.

—No estás muerto, Jacob. —Emma lo miró extrañada pero le contestó con suavidad para tranquilizarlo—. Estás vivo. Y nosotros también.

Jacob nos miró con confusión para luego prestar atención a Emma, quien en ese momento sostenía la mano de uno de los gemelos.

—Tú antes me has llamado Abe, en la casa. ¿Por qué?

Emma se puso incómoda pero contestó antes de que Olive respondiera por ella.

—Solo te parecías a él. —Su tono, esta vez, fue cortante—. Solo por un momento, antes de que empezaras a gritar, a correr y a desmayarte.

Me mordí la lengua para no reírme.

—Espera, ¿qué está pasando? —Jacob hizo como que no oyó eso último.

—Estamos esperando a que no haya nadie para entrar en el bucle —nos explicó Emma. Olive aprovechó para acercarse a nosotros—. Por si acaso.

—Siempre puede haber alguien mirando. —Olive nos dio la mano y nos empezó a dirigir, no sin apartar la mirada de los alrededores. Nos estaba dirigiendo a la entrada de una cueva media oculta tras los salientes.

—Espera, ¿para entrar? ¿Para entrar a dónde? —Jacob formuló la misma pregunta que daba vueltas en mi cabeza.

—Por favor, solo confía en nosotros. Miss Peregrine os espera, os vio en el ferry y nos envió a buscaros. —Emma llevó a los gemelos dentro y los demás seguimos tras sus pasos.

En pocos segundos, nos encontrábamos dentro de la cueva.

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Ya sabéis que entre más interacción haya
en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones.

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