Capítulo 7


Se conocieron en el bar, el mismo lugar y el mismo día que Soobin conoció a Yeonjun. Para el oficial Choi San fue difícil flirtear con el oso panda, era una especie no sólo en peligro de extinción, sino que además le gustaba que le rogaran. Y, de hecho, San no le hubiese rogado si es que el muchacho no fuese tan lindo y adorable. Para WooYoung, el policía era una criatura hecha para provocar deseo y pasión en quien lo viese.

Surgió una curiosa amistad desde que se conocieron, y en pocas reuniones se volvieron cercanos, les gustaba coquetear un poco, pero nunca llegaron a enredarse entre las sábanas, aunque sólo era cuestión de tiempo.

Una noche en particular, Woo estaba en la cama de su recámara, en su departamento en el centro de Seúl, cuando un ruido en el lugar le llamó la atención, eran como pasitos cautelosos que repiqueteaban contra la madera del piso de la sala. La puerta de su habitación estaba cerrada, y hasta donde recuerda lo estaba también la de la entrada.

"No es nada, tranquilo", se dijo a sí mismo, pero sus pensamientos saltaron por la borda cuando algo se estrelló contra el suelo y causó un estruendo.

El joven tomó su teléfono y marcó el número de San.

—Panda, ¿qué necesitas? —inquirió el oficial con tono jocoso.

—Choi, hay alguien en mi departamento.

—¿Qué?

—Escucho las pisadas de alguien en mi departamento.

—¿Hay alguien más contigo?

—Se supone que sólo estaba yo... Por favor, ¿podrías venir? —pidió con la voz rota en súplicas que sobrecogieron al policía.

—Estaré ahí en unos minutos, no salgas de tu cuarto.

La llamada se cortó. Wooyoung se encogió en la cama con preocupación, la situación no le agradaba y le ponía en extremo nervioso. Por fortuna, sabía que la estación de policías no quedaba tan lejos, pero quizás el tráfico nocturno le jugase en contra. Los minutos pasaban y los movimientos fuera se continuaban escuchando, escalofriantes como en una película de terror. Revisó la hora en su celular, habían pasado diez minutos, y tuvo el impulso de llamar de nuevo al rubio, mas se detuvo cuando la puerta de su departamento fue abierta, debía ser él. El policía sabía donde el panda escondía la llave de repuesto, aunque claro, bajo una maceta no era el escondite más original.

La suela de los zapatos del oficial se deslizaba en silencio por el piso, en un intento por no alarmar al intruso, por ello conservó la luz apagada. En la diestra de San tenía su arma, lista por si algún delincuente aparecía en actitud belicosa. Recorrió la sala sin hallar nada, entonces se dirigió a la ventana abierta que había en la habitación, quizás por ahí entró el delincuente; continuó revisando el apartamento hasta que llegó a la pequeña cocina, y vaya sorpresa se llevó cuando encontró a un gato callejero hurgando entre el pequeño basurero. Exhaló un suspiro y encendió la luz. Un gato. Tanto alboroto por un gato. Por supuesto, no diría lo mismo si se hubiese tratado de un delincuente. Choi guardó su arma en el estuche y se dirigió a la habitación del panda y llamó a la puerta.

—Panda, he encontrado a tu delincuente.

La puerta se abrió pocos segundos después, y San pudo gozar la imagen del muchacho en un minúsculo short y una camisa de dormir algo grande.

—Ven —le pidió tomando la mano del joven pues se le notaba bastante alterado.

Lo llevó a la cocina y le enseñó al pequeño callejero que atacó su pobre departamento.

—¿Un gato?

—Pero ten cuidado, él podría hacerte mucho daño —se burló el oficial recibiendo un golpe en las costillas como reprimenda.

—Creí que era alguien más... yo... tuve mucho miedo —confesó avergonzado—. Lamento que vinieras por esto.

—Prefiero venir y encontrar a un gato callejero a que te arriesgues y te lastimen.

"Eres tan dulce conmigo, ¿lo serías también si sabes que yo, igual que ese gato, soy un callejero?", pensó con tristeza.

Una pequeña lágrima se deslizó por la mejilla de Wooyoung, y a esa le acompañaron un par más. San lo notó e inmediatamente abrazó el delgado cuerpo del panda, quizás panda desnutrido era apropiado para el jovencito. Suaves hipidos y disculpas salieron de labios de Woo estando aferrado al cuerpo del alto.

—No quise ser una molestia, sólo...

—¿Qué te hace pensar que eres una molestia? Me encantó que me llamaras, quiero que confíes en mi para protegerte.

Cargándolo como a un bebé alrededor de su cintura, lo llevó de vuelta a la sala, en el trayecto sintió que su pequeño osito se calmaba y el llanto cesaba. Tomó asiento en el sofá y dejó al muchacho sobre su regazo.

—Estoy aquí, voy a cuidarte —juró dejando un suave beso sobre los labios del otro.

—Gracias, de verdad, gracias.

—Cuando quieras, pandita, sólo llama y me tendrás aquí.

Wooyoung pasó sus manos por el cabello rubio del policía, e instintivamente dejó que sus labios se volviesen a encontrar con los ajenos, esta vez pasando de besos castos a unos mucho más pasionales, que hicieron temblar a ambos. La ingle de San se vio con un severo problema cuando su miembro chocó contra la bragueta, y sutilmente acarició el esponjoso trasero del panda.

—S-San —jadeó el muchacho, con las mejillas coloradas.

—Tantas veces contigo he tenido que contenerme, dime, ¿debo hacerlo esta vez también o puedo llevarte al cielo, pandita? —preguntó con un tono dulce y cariñoso que derritió el corazón ajeno.

—... Te quiero... te quiero ahora.

Claro, esa frase era muy ambigua dada la situación, mas a pesar de ello, San interpretó aquellos dos significados y una gran sonrisa afloró en su rostro. Ese te quiero ahora, era más que pasional, era amoroso, y ambos lo sabían, pero el miedo de decirlo con firmeza hacía que incluyeran la frase en contextos diferentes.

Como un momento romántico, la ropa desapareció con calma, permitiéndoles gozar de aquella perversidad. La piel blanca de Woo, sus finas curvas marcadas, y ese esponjoso trasero que sería la perdición de Choi San.

—Eres el panda más hermoso que he visto.

—Q-quizás deberías ir a un zoológico, ahí hallarás pandas más bonitos que yo.

El alto sonrió, y le refutó con voz ronca:

—Ninguno, ninguno jamás podrá igualarte, y eso me encanta.

El cuerpo de Jung fue recostado sobre su sofá de suave gamuza gris, su desnuda piel gozando la sensación de la suavidad del material mientras un espectáculo glorioso se daba frente a sus ojos. A San podría irle bien como stripper. Sólo Dios sabe donde terminaron las predas de los dos, ocultas bajo su idílico romance nocturno.

El rubio levantó las piernas del contrario y las ubicó alrededor de sus caderas, con la intimidad del chico a la vista, tan virginal que le calentó aún más. El alto reparó en la humedad que de la punta del miembro de Wooyoung salía, y con malicia torturó el miembro apretando el glande hasta que más líquido pre-seminal salió, y con esa humedad envolviendo sus dedos, comenzó a meterlos en el agujero del ojeroso.

—Mmgh, ¡ah!

—¿Duele?

—N-no, se siente muy bien.

En efecto, así era, los dedos gruesos de San llenaban bien su agujero, lo estiraban sin pena como con sus propios dígitos no lograba. Aunque tenía una apariencia dulce, Wooyoung era un chico pervertido, algo que descubrió cuando era joven, y que disfrutaba en su soledad.

—No quiero esperar, por favor.

—¿Y si te lastimo?

—Entonces... sólo... bésame.

Y San lo cumpliría, porque aquellos belfos delgados eran tan adictivos como la mejor droga.

Retiró sus dedos de la entrada del chico y con cuidado comenzó a introducir su miembro en el cálido canal que con dificultad le permitió el acceso. Las piernas de Woo se tensaron alrededor del tronco de San, el dolor parecía soportable, pero aun así el contrario cumplió lo prometido y atacó esa dulce boca que le hacía pecar.

—Mmgh —gemía el chico en medio del beso.

—Voy a hacerte llorar de placer, pandita.

—Q-quiero tanto tu bambú —le dijo desvergonzado empujando sus caderas contra la ingle del otro—, lo quiero tan adentro.

—Es tuyo.

Lo jodió tan duro, salpicando la humedad de esa rosada entrada contra su ingle, un chapoteo exquisito que sonaba tan morboso mezclado con los besos, jadeos y gruñidos que de los amantes salían. Los brazos del muchacho envueltos alrededor del cuello del alto, aprisionándolo contra su boca sin dejarlo escapar.

—Se siente tan bien, ¡agh!

—Quiero llenar tu culo con mi semilla, ¿me dejarías? —gruñó ronco.

Wooyoung abrió lo ojos de golpe, y con firmeza apretó el brazo de San llamando la atención del rubio.

—No, tu no... yo soy...

San sonrió, entendiendo lo que el pequeño panda quería decir, aunque un calor en el pecho se le instaló e inevitablemente soñó con pequeños panditas.

—Entiendo, mi pequeño panda.

Las embestidas no cesaron, no cuando Woo chilló complacido salpicando líquido blanco contra el vientre de San, entonces el policía sacó su pene de aquella exquisita prisión y terminó por correrse sobre el vientre manchado de Jung.

—Eres un pandita adictivo —murmuró San antes de besarlo ferozmente hasta que el aire terminó por írseles.

Cuando el cuerpo del alto logró retomar la fuerza, cargó al panda hasta la recámara y lo dejó sobre la cama para luego unírsele entre las sábanas; abrazó el cuerpo de su osito hasta que ambas se quedaron dormidos. Cuando San abrió los ojos eran cerca de las siete de la mañana, y se encontró fuertemente abrazado por Wooyoung quien curiosamente estaba vistiendo su camisa, San se preguntó en qué momento de la noche se la robó. Sonriendo, dejó un beso en la frente del panda y con cautela se zafó del abrazo y se sentó en el borde de la cama. Para su mala suerte, se suponía que estaba de turno en la estación de policías hasta esa tarde, y como ya estuvo lejos la tarde, era hora de regresar a su trabajo.

—¿Te vas?

La vocecita dormilona del joven llamó su atención.

—Debo regresar a trabajar.

—Q-quiero que te quedes —susurró apenado.

—También quiero quedarme, pandita, pero prometo volver a verte.

Wooyoung asintió volviendo a acurrucarse en la cama con una sonrisa en la cara.

—Suerte encontrando tu ropa —le dijo burlándose de la situación futura.

—Ya te quedaste con mi camisa, no sé qué más puedo perder.

El bóxer, por ejemplo, que no logró encontrarlo cuando se vistió en la sala luego de tomar un baño que le hubiese gustado compartir con el oso dormilón que yacía en la cama.

—¿Volverás?

—Siempre que me llames aquí estaré, pandita. Siempre.

    

    


  

   

   

   

        

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