Jailbreak
Notas antes de leer:
Está basada en la canción "Jailbreak" que canta Mafumafu (en un cover) que me encanta XD. Os recomiendo oírlo (está en la multimedia del cap pero no sé si se ve en todas las plataformas, en la móvil al menos sí) porque hay varias referencias al vídeo xD. Por si acaso lo dejo aquí igual.
Ya podéis leer en paz :)
Back then, we used to dream
That we'd surely find love
And human warmth
Beyond the confines of this cage
—Jailbreak, Mafumafu (cover)
La libertad, desde que llegó a ese lugar, era un bien escaso.
Podían salir. Podían recorrer los edificios llenos de gente extraña, podían correr por las calles de lo que denominaban su ciudad. Pero no podían seguir caminando más allá de los muros. Había una única puerta, solamente una, y solo podía pasar gente con autorización. Los muros eran demasiado altos como para escalarlos, y de hacerlo, los guardias subidos en sus altas torres lo verían.
¿Alguien sabía de la existencia de ese lugar? Probablemente la gente común no. Por lo que había podido ver mientras era trasladado, rompiendo como pudo una de las luces traseras, estaba en medio de un desierto. Un gran desierto. ¿Era Japón siquiera? No estaba seguro de que existiera un lugar así en su país.
En cuanto le bajaron del camión y le hicieron pisar ese lugar, tuvo muy clara una cosa: nadie le iba a ayudar.
Pero tampoco era como si esperase a alguien. Los que le habían cogido sabían a quién lo hacían: niños indefensos, sin familia, fugados de orfanatos y viviendo en la calle. Niños a quienes nadie echaría en falta.
Tal vez los que vinieron en el mismo vehículo que él sí esperaban algo. Quizá se habían creído las palabras de la gente que supuestamente les iba a dar una mejor vida.
Dazai ya había creído una vez en eso. Las sucias vendas que cubrían su cuerpo escondían las consecuencias. Pero no tenía opciones, nunca las tuvo.
Era vivir o morir, y Dazai no tenía muy claro por qué seguía prefiriendo la primera.
En cuanto entró a ese lugar, se fijó en que parecía una ciudad artificial, creada con regla sobre el papel, con edificios altos y oscuros, un oscuro contraste con la arena que sus descalzos pies sentían. Escuchó los engranajes de la enorme puerta cerrarse tras de él, y cuando miro atrás, el horizonte había sido bloqueado por un gran pedazo de metal.
Alzó la vista al inclemente sol y levantó una mano.
El cielo quedaba demasiado lejos.
En un principio, se dijo, jugando con un bolígrafo robado, era un misterio por qué les habían traído a ese lugar. Después de unos cuantos experimentos sumamente dolorosos, comprendió que estaban siendo usados como ratas de laboratorio.
—Quédate quieto, muchacho —le dijo un hombre vestido de blanco sobre ropas oscuras. Ojos morados y sonrisa cínica—. No te dolerá.
Dazai no se resistió. Dejó que hiciera sus comprobaciones y pinchazos a gusto, sin siquiera pestañear cuando las agujas se clavaban en su piel.
De reojo podía ver a los otros niños resistir. Llorar. Abrazarse a sí mismos y gritar por una ayuda que no llegaría. Todos menos uno. Uno que observaba el techo como si estuviera muerto. Sus pupilas azules estaban fijas en un punto concreto. Tanto que no parecía humano.
Tras unos segundos, sus ojos se cerraron. Dazai no pudo ver más su color azul, pero antes de caer bajo el efecto de lo que fuera que el hombre le había inyectado, distinguió su cabello rojo como el fuego.
—¡Dazai!
Como si fuera invocado por sus pensamientos, Chuuya apareció delante de él. Su cabello rojo se agitaba con el viento mientras su sonrisa iluminaba sus ojos, su rostro, todo él.
Era similar a una estrella.
—¿Qué ocurre, Chuuya?
La sonrisa del pelirrojo se volvió traviesa, y de su espalda sacó unos planos azules vacíos.
—¡Mira lo que tengo! ¿No es lo que todo el rato miras?
Planos de diseño. Dazai había visto muchos de esos antes, mientras era arrastrado de un lugar a otro en aquella mansión. No eran un buen recuerdo, pero eso Chuuya no lo podía saber.
—Sí... Gracias.
La sonrisa del más pequeño se desvaneció.
—¿Ocurre algo? ¿No te gusta?
—No, no es eso. Simplemente estoy pensando.
—¿Y en qué estás pensando?
Chuuya era un niño muy curioso. A pesar de que era incluso mayor que Dazai, su comportamiento y estatura era más similar a la de un niño de siete años que a la de uno de once.
—En cómo escapar de aquí.
Chuuya le miró confuso.
—¿Hay algo más aparte de esto?
Dazai se sorprendió ante la sinceridad de su pregunta. No iba con segundas intenciones ni ironía. ¿Qué le pasaba a este chico? No le conocía desde hace más de un mes (¿más? ¿menos? No llevaba la cuenta del tiempo desde hacía demasiado), pero no le hacía falta más para saber que, de las pocas personas confiables, Chuuya era en quien más podía confiar.
Sin embargo, no le conocía demasiado. Y Chuuya a él tampoco.
—¿Qué quieres decir?
—Nunca he... Bueno, nací aquí y me crié aquí. No he salido nunca. Cuando me he colado en las torres, solo he visto arena, y arena, y más arena.
—Fuera hay... muchas cosas. Está el mar, el bosque, las ciudades...
—¿Mar? ¿Eso existe? ¿No es una leyenda de los cuentos?
—¡No! Claro que existe. Es... una gran cantidad de agua, como arena aquí. Y puedes nadar en ella. Y hay playas para jugar y...
Chuuya le miraba como si estuviera contándole una historia fantástica. Dazai entonces empezó a contarle sobre las ciudades, los festivales, la comida que era tan diferente de la insípida que les daban ahí. Le contó de las auroras, de la nieve, de las tormentas, y de todo lo que se le ocurría.
Los ojos azules de Chuuya brillaron con emoción al escuchar sus relatos. ¡Cómo no! Ni siquiera sabía lo que era un avión.
—¿Estás diciendo que podemos volar?
—Sí, bueno, es complejo. Depende del tipo de avión, puedes estar al aire libre o encerrado en una cabina.
—¡Pero podemos volar! ¡Como los halcones!
No había conocido a nadie tan entusiasmado por conocer (ni siquiera ver) un avión.
Sonriendo por primera vez desde su llegada, cogió un papel tirado por el suelo e hizo un pequeño avión.
—¿Ves? Esto es más o menos un avión.
Era algo muy básico, con dos alas y un pico, pero para Chuuya parecía ser la obra de arte nunca vista.
—Quiero ir.
—¿Perdón?
—Quiero ir contigo. ¿Me llevarás contigo, Dazai?
Le miró fijamente con esos ojos azules cielo esperanzados y se sonrojó. ¿Cómo podía decir que no?
—Está bien. Pero para eso primero tendríamos que diseñar un avión.
—¿Nosotros?
Dazai sonrió. La confianza que no había sentido desde hacía demasiado tiempo volvió a él en forma de desafío.
—Exacto. La única manera de salir de aquí es con avión que sobrevuele las murallas y nos lleve lo más lejos de aquí.
—¿Al mar?
—Por ejemplo.
Chuuya sonrió también con confianza.
—Entonces hagámoslo.
.
El primer paso era diseñar el avión.
Para ello, Chuuya le enseñó su pequeño secreto: una entrada a una inmensa biblioteca, toda llena de libros de diversos temas.
—Aprendí a leer gracias a esto. Todos los días vengo aquí para seguir aprendiendo, es lo que me exigen para ver mi evolución mediante pruebas de conocimiento.
Afortunadamente, había libros de absolutamente todo. Desde medicina a literatura, geografía y mecánica. No fue una tarea fácil para ninguno de los dos leerse los trescientos libros y comprender todo lo que conllevaba cada uno de los pasos, así que acordaron que uno aprendería la teoría y otro la práctica.
Tres años después, pudieron empezar a diseñar el prototipo de avión.
Ya tenían catorce, y eran de los pocos niños que Dazai conoció que quedaban con vida. Dazai tenía una gran resistencia al dolor al parecer, pero Chuuya no. Chuuya era una rara excepción. Llevaba más tiempo que Dazai en ese lugar, ¿cómo era posible que siguiera vivo y con tanta vitalidad?
No tenía cicatrices, no tenía enfermedades, no tenía absolutamente nada malo. Su piel era perfecta, sus ojos brillantes y hermosos, y su color de pelo de un rojo casi imposible. Dazai diría que no era humano si no fuera porque Chuuya era más humano que él mismo.
Chuuya lloró todas y cada una de las muertes de los niños que venían a morir. Chuuya le acompañaba a cualquier lugar, le hacía reír, le hacía sentir que ese lugar era un poquito mejor simplemente porque él existía.
Dazai nunca había sido especialmente bueno a la hora de contar historias, pero gracias a Chuuya se había vuelto un experto. Le contaba acerca del mar, de las montañas, de la nieve, de las estrellas que apenas podían ver, de las auroras boreales que solo conocía por libros, de las estrellas fugaces que concedían deseos, de las personas que vivían sus vidas normales en las ciudades, estudiaban, se divertían, escuchaban música, y vivían una vida feliz.
Dazai no hablaba por experiencia, sino por haberlo visto. Desearía tener una vida así, pero al parecer ese no había sido su destino.
—¿Has visto todo eso?
Chuuya solo podía hacerse una idea. Nunca había salido de esas murallas en las que parecía haber nacido. Solo podía soñar con tocar nieve entre sus dedos tras una imagen, pero nunca sentir el frío de esta.
—Nací en Aomori, hacía mucho frío.
—¿Aomori?
Chuuya miró hacia el techo, tratando de recordar el mapa de Japón que había memorizado a conciencia.
—Sí, en el norte.
—Oh, ya sé cuál es. ¿Y es bonito?
—Podría decirse.
Aomori no era un buen lugar para recordar. Su madre murió ahí, y la persona que lo recogió después... Mejor no mencionarlo.
—¿Cuando construyamos esto me llevarías?
Dazai asintió, y Chuuya alzó el dedo meñique.
—Vamos, es muy infantil —rio.
—Promételo o no te creeré —se quejó el pelirrojo.
Con un suspiro, sus dedos se entrelazaron.
Poco sabía él en aquel entonces, pero no iba a poder cumplir su promesa.
🛩🛩🛩
—¡Dazai, escúchame!
Pasó de largo, ignorando sus llamadas. Cerró los ojos, tratando de no mirar.
Si miraba, caería en sus ojos azules otra vez.
—¡Dazai, vuelve! ¡Sea lo que sea lo que te han dicho, podemos arreglarlo!
Chuuya no lo entendía. No entendía nada. No lo culpaba, era normal que no lo hiciera.
—¡Prometiste que estaríamos juntos! ¡¿Ya no lo recuerdas o qué?!
El sonido de metal moviéndose violentamente no hizo que mirase hacia atrás.
Había pasado un año, un año desde que supo la verdad, y Chuuya seguía pensando que era el mismo que antes. Nunca dejaría de hacerlo, ¿verdad? Tan terco... Pero era por su bien.
Todo era por su bien.
Dio media vuelta como siempre. Era su responsabilidad guardar que Chuuya estuviera bien y a salvo mientras los efectos de la inyección durasen.
—Dazai, háblame. Llevas un maldito año sin siquiera dirigirme la palabra, ¿qué pasó? ¿Por qué todo esto?
Le dolía escuchar a Chuuya así, encerrado en una jaula como un pájaro incapaz de volar.
—Teníamos sueños juntos. ¿Por qué romperlos así? ¿Qué te han hecho?
Chuuya no lo entendía, pero no podía entenderlo. Le rompería por dentro, más que el hecho de que Dazai se hubiera distanciado de él. Tenían quince años, ¿qué otra cosa podía hacer? Estaba atado de pies y manos.
—Dime, Dazai. ¿Por qué has roto todo lo que teníamos?
No podía hacerlo.
No quería destruirlo más por dentro.
—A5158. Más conocido como Chuuya, ¿qué avances ha habido acerca de él?
Oír el nombre de Chuuya alarmó a Dazai. Se escondió detrás de la puerta entreabierta, evitando ser visto para poder escuchar.
—Favorables. Crece como un niño más.
—¿Y respecto a su compañero?
—Él es nuestra baza. Todo lo que le inyectamos no sirve contra él. Parece tener algo interno que lo anula, así que con él podemos controlar el experimento si se llega a descontrolar.
¿Estaban hablando de él?
—¿Riesgo de descontrol?
—Mínimo. Pero hay un problema.
—¿Cuál?
—El niño manifiesta demasiadas emociones humanas —escuchó el sonido de un teclado—. No estaba diseñado para ello.
¿Diseñado? Dazai no entendía nada.
—Es un mero envase, ¿cómo es posible?
—No lo sabemos. Obviamente tiene consciencia de sí mismo, recuerdos y funcionalidad lógica y lingüística pero no insertamos en ningún momento nada relativo a los sueños ni a los deseos.
—¿Quieres decir que ha evolucionado por sí mismo?
—Puede tener relación con Arahabaki. No lo sabemos. Sin embargo, es improbable. Arahabaki desea, sí, pero destrucción y violencia. El niño manifiesta lo contrario.
¿Arahabaki? ¿Qué es eso? ¿Y qué tiene que ver con Chuuya?
—¿Puede tener algo que ver su interacción con el resto?
—Está muy apegado a su compañero, pero siente tristeza por el resto. Derrama lágrimas aunque no le duela físicamente.
—Eso quiere decir que hay un riesgo de descontrol por emociones.
—Exacto.
—¿Habéis tratado de regularlo?
—Sí, pero no ha servido.
—De acuerdo, dejadle como está. Veremos cómo funciona en función al tiempo y la interacción.
Se dispuso a marcharse y contarle a Chuuya lo que había escuchado, pero una mano en su hombro le detuvo.
Un par de ojos morados le miraron desde arriba, sonrisa siniestra y rostro falsamente amable.
Un experimento.
Un humano modificado para albergar un dios destructivo.
Un objeto que no podía salir de ese lugar en medio de un océano de arena, porque si se alejaba demasiado del centro de ese prototipo de ciudad, el dios que llevaba dentro se descontrolaría y lo acabaría matando.
Someter a un dios en el cuerpo de un niño... Un niño que no tenía ni idea del peligro que albergaba en su interior.
Necesitamos que lo vigiles. Eres el único que puede hacerlo.
Al parecer, Dazai había sido una maravillosa casualidad. Todos los demás habían muerto al intentar hacerles lo mismo que a Chuuya, pero en él ni lo mataba ni le hacía capaz de soportar un dios.
Simplemente, no hacía nada. Su cuerpo anulaba todo lo que entraba.
De esa manera, podía anular el poder del dios si por algún casual el sello que lo mantenía en el interior de Chuuya fallase. Los sentimientos de Chuuya, por ejemplo, podrían ser una vía de escape para ello.
No sabían exactamente la conexión de Chuuya con Arahabaki, el dios de la destrucción. Por el momento, solo podían estar seguros mientras la central siguiera funcionando como hasta ahora y confiar en que Chuuya ni siquiera supiese de su existencia en el interior de su cuerpo, para que no tuviera manera de dejarle salir de manera voluntaria.
Pero siempre estaba la involuntaria. Y ahí estaba Dazai, uniéndose a aquellos que lo habían secuestrado, torturado y engañado, solo para protegerlo.
El único problema era que no podía mirar a la cara a Chuuya y seguir mintiéndole. Algo en su interior se revolvía cada vez que le decía una mentira, no sabía muy bien por qué, así como tampoco sabía por qué existía esa necesidad en él de protegerlo a toda costa.
Se alejó de él en cuanto supo la verdad, consciente de que Chuuya nunca cumpliría sus sueños. Nunca vería el mar, nunca vería una aurora boreal, nunca subiría a un rascacielos, nunca vería un coche, nunca escucharía a un gorrión, ni vería los cerezos en flor...
Y por eso callaba. Para no herirle, para no ver sus lágrimas. Él le había llenado de esperanzas y sueños y ahora era él quien se las robaba.
Qué desgracia de ser humano estaba hecho.
—¡Dazai!
Se seguía alejando, aunque su voz no dejase de llamarle. Cuando su turno terminó y dejaron finalmente salir a Chuuya, decidió dar una vuelta por los alrededores para evitar cruzarse con él.
Pero era imposible no hacerlo. Siempre había estado atraído a su alrededor como el metal a los imanes. Le había visto crecer, tenían dieciséis años para entonces, y cada día Chuuya era más y más atractivo.
Su pelo rojo brillaba con el inclemente sol, pero hacía que incluso el calor fuese más soportable con su simple presencia. Vio los últimos rizos de su pelo desvanecerse en un callejón y decidió seguirle, aunque fuera solo para verle desde la distancia como llevaba haciendo el último año.
Chuuya entró a uno de los almacenes abandonados donde antes de una gran explosión química se usaba como trastero y ahora sólo contiene utensilios de construcción para los edificios, desguace y poco más.
¿Qué hacía Chuuya ahí?
Entró tras él y vio que estaba bastante cambiado. Más limpio que la última vez que vino (la primera también, cuando recién llegó ahí).
Dazai miró al suelo, y entonces vio, entre tornillos, metal, y un millón de herramientas más, los planos que diseñó antes de todo eso.
¿Chuuya pretendía...?
—No hace falta que te escondas. Sé que estás ahí, Dazai.
—¿Te gusta? Es el mismo que diseñaste.
Dazai salió entonces de su escondite. No tenía mucha escapatoria al fin y al cabo.
—Sabes que no debería permitirte esto, ¿verdad?
—Oh, ya sé que ahora eres capitán, pero ¿me lo vas a prohibir? ¿De verdad?
Dazai sacó su pistola y le apuntó.
—No dudaré en hacerte daño si lo necesito.
Chuuya rio. Su mano temblaba.
—No seas absurdo. Ven conmigo.
Y extendió una mano. En la otra, sostenía un cuchillo.
—Podemos ser libres. ¿No era eso lo que siempre soñamos? Salir de esta jaula.
Dazai siguió su mirada hacia una estantería, donde había un pequeño prototipo de avioneta de madera que Chuuya siempre tuvo en mano durante mucho tiempo.
Pero Dazai no bajó el arma. Y Chuuya entonces sonrió y el cuchillo que sostenía se clavó en la pared que tenía al lado.
—¿Quieres encerrarme? Pues tendrás que atraparlo primero.
Y tras colocarse sus gafas de aviación, esas que Dazai le regaló tras robarlas de un almacén, echó a correr hacia unas escaleras.
Dazai le siguió, pero Chuuya siempre había sido más rápido que él. Y mientras subían esas escaleras, era como si nada hubiera pasado. Como si fueran dos niños jugando.
Dos niños riendo.
Dos niños soñando.
Cuando llegó al final de las escaleras, el viento le recibió casi echándole hacia atrás. El sonido de un motor, la luz del sol...
—¡Chuuya, no...!
Todo pasó tan rápido que solo pudo ver la sonrisa de Chuuya antes de que la avioneta despegase por completo. Inútilmente, Dazai intentó atraparlo con su mano.
Lo último que escuchó antes de la explosión, fue su risa.
Dazai vio el fuego, el humo ascendiendo hacia el cielo, y gritó. Bajando lo más rápido que pudo, corriendo con las fuerzas que ya no le quedaban, solo alcanzó a ver los restos mecánicos bastante quemados y la silueta de Chuuya siendo rodeado por varios médicos.
—Es inútil, no va a sobrevivir. Con o sin un dios dentro, sigue siendo un cuerpo humano.
Dazai no atendió a razones. Les apartó y se puso al lado de Chuuya, las lágrimas cayendo por sus mejillas.
—Dazai...
Seguía vivo.
Pero había demasiada sangre. Tanta, que era un milagro que pudiera seguir hablando.
—Hey, escucha, te pondrás bien, de verdad...
Chuuya sonrió.
Pero era tan débilmente que no brillaba como siempre. Como si fuera una estrella que se apagaba.
—¿No te es... familiar? Todo...
Tosió sangre. Su cara tenía una mezcla de rojo y negro que limpió con su mano, tratando de borrar lo inevitable.
—No hables, es peor, enano tonto...
—He volado... Y estás aquí. Es... todo lo que quería.
Sus ojos azules iban apagándose mientras hablaba. Dazai no tenía manera de volver a hacerlos brillar.
—Volvamos... a vernos, Dazai... —no sabía con qué fuerzas lo consiguió, quizá con las de la divinidad en su interior, pero logró levantar una mano y acariciarle la mejilla—. Aunque sea... solo una vez más.
Su brazo cayó al mismo tiempo que sus párpados, y lo único que se mantuvo fue su sonrisa.
Y, como si fuera su deseo haciendo posible lo imposible, pasaron semillas de diente de león volando fugazmente con el viento.
Even if my whole being were blasted
Away to some unknown place
That wouldn't be so bad
Cause I already have what I wanted
—Jailbreak, Mafumafu (cover)
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