━━𝟎𝟗
Después de esa última consulta, Chopper no tardó en acercarse a ella para preguntarle qué tal estaba. La chica le restó importancia, y le insistió en que todo estaba bien. El reno no dudó en ofrecerle su ayuda en todo momento, en cuanto la necesitase. Ella misma pensó que probablemente no le molestaría con nada por el momento. Además de ser por motivos que ella tenía en mente, ya estaba bastante ocupado tratando de averiguar qué demonios había en el agua del mar.
Algún otro mugiwara se acercó también con algo de preocupación, entre ellos Robin y Brook.
Pese a que ambos fueron muy amables, no podía evitar fijarse en la diferencia que había entre los dos, siendo de la misma tripulación. Brook era simpático, alegre y escandaloso; Robin también era simpática, pero tranquila como un mar sin olas.
Su sola presencia le curaba males, le quitaba parte del estrés y le hacía sentirse arropada. Robin era una de los mugiwara que más parecida veía a sí misma. Pese a no saber nada la una de la otra, se sentía segura, comprendida e identificada cuando le hablaba.
A pesar de ello, al final acabó más agobiada de lo que esperaba. Una cosa no quitaba a la otra. Seguía siendo incapaz de gestionar tantas atenciones.
Pasaron varios días desde su última consulta, y desde entonces, Law y ella habían vuelto a hablar en un par de ocasiones, aunque como médico y paciente.
Law la revisaba, le daba algunos consejos y le respondía algunas dudas que le iban surgiendo acerca de la arritmia. En todas esas veces, Erial hizo malabares para evitar coincidir con Chopper al mismo tiempo. Y no era solo para evitar distraerle de lo que estudiaba.
El chico notó que quería verle solo a él, y no pudo evitar preguntarse por y para qué, hasta que ella misma acabó por confesarlo.
Le preguntó despacio si Chopper también sabía sobre el problema cardíaco que tenía. Law enarcó una ceja, y reconoció que, en realidad, nunca comentaron nada. Supuso que Chopper se habría dado cuenta, aunque no podía asegurarlo, pues fue él mismo quién la auscultó cuando la rescataron.
Aquello le supuso un alivio en cierta manera. Law se quedó a la espera de una respuesta más a detalle.
Erial acabó pidiéndole que no se lo contara a nadie. No estaba muy segura de querer pedirle precisamente al Cirujano de la Muerte que le guardase un secreto, pero no le quedaba alternativa.
—No es nada vergonzoso —puntualizó Law.
Ella negó con la cabeza.
—¿Cuál es el problema? —Le preguntó, frunciendo un poco el ceño—. Mapache-ya acabará por darse cuenta, si no lo ha hecho a estas alturas. ¿Qué tratas de...?
No le dejó terminar.
—Tú hazlo —le dijo, tratando de suavizar la orden lo máximo posible—. Por favor. Que quede entre tú y yo... todo lo posible.
Law no comprendía nada, aunque no hizo amago de protestar por ello.
—No quiero que nadie más se preocupe sin necesidad —le explicó.
El chico chasqueó la lengua.
—¿Otra vez con eso? —Se quejó. Hizo una pausa—. Sinceramente, no acabo de entenderlo. Pero igualmente, de acuerdo, lo haré.
Erial asintió, satisfecha. Esperaba que realmente fuese a cumplir con su palabra. Al fin y al cabo... estaba pidiéndole un favor a un pirata. Imaginó que no podría esperarse gran cosa.
Quiso tener algo de fe aún así.
Por otra parte, no se vio venir que Law todavía no había terminado de hablar.
—Con una condición. Respóndeme algo.
La chica se dio la vuelta, con las cejas levantadas. Law se tomó su tiempo en continuar, como si estuviese midiendo sus palabras, o incluso pensando en la petición que iba a hacer en ese mismo momento.
Se inclinó hacia delante, apoyándose con los codos sobre las rodillas.
Sus ojos color metal se quedaron fijos en ella.
—¿Eres en verdad solo una mujer que está de viaje? ¿Eso es todo?
La pregunta caló en ella como un puñal. No supo por qué se sorprendió, después de todo, solo fueron dos o tres charlas dentro del consultorio. Era esperable que eso no fuese suficiente para hacerle cambiar de opinión. Por otra parte, se sintió dolida. Extraña e incomprensiblemente dolida.
Incluso ella acababa de verle como a un pirata incapaz de mantener una miserable promesa.
Y, aún así...
Respiró profundamente y se repitió lo que se dijo una y mil veces a bordo del barco de los mugiwara. No tenía que hacer amigos. No tenía que llevarse bien con ellos. Tenía que convivir, hasta que pudiese irse.
Apretó los puños.
Entonces, ¿por qué le dolía que no se fiara de ella?
¿Por qué debía de importarle mínimamente su opinión, o la de los demás?
La habían tratado bien... incluso él... de cierta manera. A su peculiar forma. ¿Pero eso en qué podía hacer la diferencia?
Uno no podía encariñarse en tan poco tiempo.
Depositó su atención en las preguntas que le hizo.
—¿Es una especie de chantaje, o algo así? —Contraatacó Erial.
Law bajó un tanto los párpados, sin dejar de mirarla.
—No es nada de eso —aclaró—. Tan solo necesito que me lo asegures. Tómatelo como... un intercambio.
Eran dos preguntas sencillas. Pero no acababa de gustarle la idea de que Law pudiese indagar más.
Tenía la opción de no responder, pero si no lo hacía eso le haría verse más sospechosa todavía. A fin de cuentas, no quería tener más ojos clavados en el cogote.
Por otra parte, no habría tenido inconveniente de haber sido solo una, sin la segunda. Era "¿eso es todo?". Ese era el problema.
Era pésima disimulando, mintiendo y ocultando cosas. Su punto débil eran las preguntas. Lo sabía mejor que nadie.
Inspiró y espiró.
De nuevo.
Otra vez.
Era una simple mujer de viaje. Que quería ver mundo. Quería ver mundo en memoria a alguien que quiso. Eso no era mentira.
Pero no era todo. En absoluto.
Se repitió que, todo lo demás, podía simplemente no existir más. Al fin y al cabo, la razón por la que viajaba, era justamente esa. Desdibujar ese pasado todo lo posible y dejarlo atrás, aunque fuese egoísta. Olvidarlo lo más que pudiera.
Inspiró y espiró.
Si lo veía de ese modo... sí. No había nada más.
—Sí —respondió, al fin—. Es todo.
Sintió el juicio de los ojos de Law en su alma. Ni tratando de sonar convincente lo había conseguido. Él seguía mosqueado.
Erial sintió un escalofrío de repente. Pensó en que ese chico era inteligente. Astuto, precavido. Tenía una intuición con ella, tal vez certera. Y no iba a parar hasta verificarlo por completo.
Ni asegurarlo serviría. Se olía algo. Y estaba en lo correcto al hacerlo.
Erial lo entendía en cierto modo. Ella misma sabía que lucía sospechosa. De hecho, lo hacía a propósito. No podía culparlo. Pero lo hacía por el bien de todos ellos, no por malicia.
Al final, la actitud de Law pareció suavizarse un tanto. Intercambiaron una mirada de aprobación mutua, aunque no del todo convencida.
Antes de que Erial se fuera, Law añadió:
—¿Qué son esas cicatrices que tienes en las piernas? ¿Quién te las hizo?
Se le tensó todo el cuerpo.
Se le helaron las manos.
La piel se le puso blanca.
Su peor temor. Lo había visto. Le quitaron la ropa cuando la subieron a bordo para reconocerla, ya tenía la confirmación que tanto miedo le daba. Había visto las cicatrices. No era la arritmia. Era eso también.
No era que fuese a saber más de la cuenta, es que ya lo hacía.
Se giró muy despacio, con la cara parcialmente tapada con el buff. Trató todo lo posible de que no se le notara la cara de terror absoluto que imaginó que debió de poner.
—Mapache-ya también lo sabe.
Era evidente. No era algo tan fácil de tapar estando tan a la vista.
Trató de tranquilizarse.
No tenía por qué contestar si encontraba la réplica perfecta. No tenía por qué...
—Haces demasiadas preguntas a alguien que no sabe nada de ti, ni te conoce —le dijo, y luego añadió—: y de quien además, sigues desconfiando.
Las palabras de su viejo amigo salieron prácticamente por su cuenta, como un recuerdo que acabase de desenterrar.
Ya era demasiado.
Tenía que esquivar la bala en forma de pregunta como fuera.
—Ahora debería corresponderme a mí hacerte alguna a cambio, ¿no? Un intercambio —la ocasión perfecta de usar el argumento de Law a su favor—. O sino, dejar que sea el tiempo el que hable por los dos.
Law alzó las cejas. Era como si no fuesen sus propias palabras. Como si recitase algo que se hubiera aprendido de memoria.
Como si no se lo estuviese diciendo a él... ni fuese ella quien estuviera hablando.
A lo largo de los días que pasaron, Erial trató de poner una excusa tras otra para no comer o cenar con todos los mugiwara en la cocina. Fantasma, obcecado en que lo hiciera, trataba de empujarla. Ella sabía que lo hacía con un único propósito, exclusivamente en su propio beneficio. Por otra parte, se encontró pensando en que ojalá no sintiese la necesidad de estar huyendo. Ojalá todo el problema, sencillamente, desapareciera sin más.
Por más que Fantasma trató de llevarla hacia la cocina, ella no se movió. Tampoco cambió de parecer. Notaba tirantez a sus espaldas, más de lo normal, y no le hizo caso en ningún momento. Tenía tan interiorizada esa segunda alma que llevaba a cuestas, que había aprendido a ignorarla de la manera más deliberada posible. Y, al contrario de lo que quería dar a entender, muy en sus adentros sí quería prestar atención a lo que quería que hiciera.
Pero no fue Fantasma el que la llevó de cabeza a la cocina, sino el mismo capitán de los mugiwara. La chica trató de resistirse, y no sirvió de nada. Fantasma y Luffy le hicieron un combo mortal sin saberlo siquiera. Ella sabía manejar a Fantasma, pero Fantasma también sabía hacerlo con ella.
El espíritu tiró de ella desde su alma, impidiéndole escapar, y Luffy le enroscó su brazo de goma.
Apretó los dientes, maldiciendo a Fantasma para sus adentros. Esperaba tener un momento a solas pronto para poder decirle un par de cosas.
Cuando entró en la cocina y Luffy la soltó, se encontró un ambiente tan acogedor como escandaloso. Toda la tripulación estaba ya sentada. Franky charlaba con Brook y Robin, riendo y bebiendo cola de una enorme botella de plástico. Robin sonreía, sin añadir mucho a la conversación. Se saludaron discretamente, casi de forma cómplice. Luffy se sentó presidiendo la mesa y exigiendo comida, a lo que Nami respondió riñéndole y con un buen capón en la cabeza. Sanji estaba al fondo, junto a los fogones, con una de las sartenes en la mano. Lo que fuera que estuviese preparando (Erial no tenía ni idea de qué era), no sólo olía de maravilla, sino que era hipnótico ver cómo lo cocinaba. Sanji lo salteaba únicamente moviendo la sartén con una mano y, cuando a cualquier otro mortal se le hubiese desparramado todo por el suelo, para el chico rubio era una tarea de lo más ordinaria. No se salió ni una sola cosa de su sitio, y desde fuera era como si manejase la furia de un pequeño tsunami dentro del artilugio.
Cuando acabó, lo sirvió en un plato y se encontró a Erial mirándole fijamente. Ella parpadeó, e hizo el intento de disculparse, aunque por el escándalo que tenía a sus espaldas podría haber dicho cualquier cosa y Sanji no habría podido entenderlo.
Por su parte, él se puso colorado y sonrió, con el cigarrillo en los labios, y la invitó a tomar asiento y a que no se preocupase por todo lo que había que llevar a la mesa.
Eso era justo lo que ella temía. Y no tenía excusa para escabullirse esa vez. Se dio cuenta de que hasta Law estaba allí.
Ya no había forma de escapar.
Law se había sentado entre Zoro y Chopper. Había un sitio libre cerca.
Se dio cuenta de que el reno se comportaba educadamente en la mesa (más que Luffy, irónicamente), aunque se reía a distancia con el capitán, con alguna broma que ella no acabó de entender.
Se sentó junto a Chopper, y relativamente cerca de Usopp. Sanji fue trayendo platos y sirviendo a la tripulación, siendo las primeras las dos chicas. Sirvió también a Erial de las primeras, llevándose un agradecimiento de su parte, como siempre.
Cada vez podía evitar menos el fijarse en los detalles. Las cicatrices de Zoro y Luffy y el color rojo de la camisa de éste último. Los miembros mecánicos de Franky, y la gorra de Chopper.
Sin embargo, se fijó más aún en el cigarrillo de Sanji. Tenía entendido que el tabaco, para algunas personas, podía llegar a ser un modo de calmar la ansiedad. O eso había oído. El cocinero siempre estaba fumando, en contraste con su amable carácter. Erial pensó en si de verdad estaría permanentemente estresado por dentro y trataría de evitar que se notara.
No le daba esa sensación.
Aunque tal vez, un cigarrillo de esos sí podría ayudarla a ella...
Un golpe seco sobre la mesa interrumpió sus pensamientos.
Había llegado el caos. Sanji acababa de servir a Luffy y colocó otra botella de sake sobre la mesa, el golpe que acababa de escuchar. Erial se quedó más pasmada aún, con el tenedor en la mano. Fue incapaz de empezar a comer enseguida. Jamás había visto a nadie comer tanto ni tan rápido como Luffy, ni a nadie que fuese capaz de beber al nivel de Zoro. En esos casos, la transparencia de la chica jugaba en su contra, y varios en la mesa lo notaron. Franky soltó una risotada y Nami, algo abochornada, le hizo gestos con la mano para que los ignorase. No era tan fácil, y más aún teniendo en cuenta que Usopp tenía que apartar su plato para protegerlo de las manos de Luffy. No tenía bastante con lo suyo (que de por sí era una ración como para diez personas), también atacaba los platos de los demás.
Sanji se quedó de pie, apoyado de espaldas junto a la isla de la cocina. La chica no pudo evitar preguntarse por qué se quedaba ahí, por qué precisamente quien había preparado esos platos tan estupendos se tenía que quedar de pie. El cocinero la miró, y ella señaló un asiento vacío casi por inercia con la mirada. No pudo evitarlo, y Sanji le sonrió. Después negó con la cabeza amablemente y le hizo gestos para que no se preocupara por él. Según parecía, era elección propia quedarse de pie.
Comieron entre altercados con Luffy, quien era como una trampa para osos fuera de control. Cualquier cosa que cayera en sus manos, había que darla instantáneamente por perdida. Zoro no tardó en ponerse piripi. Estaba más contento de lo normal. Muchísimo más.
Al final, no fue tan malo como Erial creyó. Gracias al escándalo, ella pasó muy desapercibida. Agradeció incluso que Luffy agarrase cosas de su propio plato, ya que eso seguía enfocando las atenciones en él.
Logró echarle el guante hasta a una de las bolas de arroz de Law, quién se dio cuenta a tiempo y le agarró el brazo a la velocidad de la luz. Ahí, sobre la mesa, empezaron un forcejeo que acabó con Luffy llevándose la bola de arroz irremediablemente.
Acabó mucho más contenta de lo que esperaba. Más tranquila, podría decir incluso.
Intercambió alguna mirada fugaz con Law, pero muy poca cosa. A la vista estaba que él no sabía qué pensar de ella, ni ella de él. Aunque en ese momento, no le importó mucho.
La cocina se fue vaciando, hasta que solo quedaron Usopp, Chopper, Law, Erial y Sanji.
La chica se levantó de su sitio, con la intención de llevar su plato ala pila. Sin embargo, cuando el cocinero la vio, la detuvo en seco.
—Déjamelo a mí, Erial-chan —sus ojos azules se curvaron hacia abajo con una amable sonrisa—. Sal afuera y no te preocupes. Ya puedo yo con todo esto.
Le quitó suavemente el plato de la mano, y Erial se quedó clavada en el sitio. Se sentía mal por no ayudar en nada. Quería hacerlo, pero tampoco quería parecer insistente. Al final, viendo que todos salían a cubierta, ella pensó en seguirlos.
Caminó despacio hacia la salida, no sin darse de nuevo la vuelta para mirar al chico rubio. Él no cambió de parecer. Volvió a dedicarle la misma sonrisa cálida de antes, y de otras veces. Una sonrisa que le traía una nostalgia amarga. Hacía mucho que nadie la trataba así, y no alcanzaba a entender por qué tenía que ser justamente ahora.
Sus ojos verdes se tiñeron con una sombra extraña, y fue ella quien rompió el contacto visual con Sanji. El chico deshizo la sonrisa cuando la vio salir y cerrar la puerta. Se sintió afligido, aunque decidió no preguntar nada.
Erial estaba triste, y se sintió dolido.
No solo por ver triste a una mujer (que ya de por sí era dramático a sus ojos), sino por ver que ella había puesto un muro que la mantenía alejada de todos.
Law y Zoro no eran los únicos que habían visto cosas.
Sanji no desconfiaba de ella, a pesar de todo. Pero sí sentía curiosidad.
Dejó otro plato en la pila de platos limpios y siguió lavando el resto.
Law estaba en su derecho a pensar como lo hacía. Era obvio que Erial no era una turista.
Ojalá, pensó, algún día pudiera confiar lo suficiente en ellos como para decir qué era lo que pasaba. Fuera lo que fuese.
Después de la bulliciosa comida, Erial decidió hacer algo de ejercicio para mantenerse en forma, tal y como Law le recomendó. Si bien no debía sobreesforzarse, era buena idea que mantuviera su forma y su agilidad.
Subió a popa, y se puso a entrenar junto a los árboles de mandarinas de Nami y las flores que Robin tenía plantadas. Allí se sintió cómoda, más libre y con menos ojos a su alrededor.
Aprovechó el mástil de la popa, y algunos maderos resistentes atravesados para hacer dominadas. Durante todo el tiempo que estuvo allí arriba, no fue capaz de desprenderse de su tridente ni un segundo.
Se extendió con las dominadas más que con cualquier otro ejercicio. A veces se acordaba de lo mucho que le costaba hacerlas al principio, y no podía evitar compararlo con la actualidad. Era prácticamente un ejercicio de meditación para ella.
Meditación y una manera de matar el estrés que se la comía por dentro.
Inspiró, se impulsó, subió.
Bajó, soltó el aire.
Desde el observatorio, Zoro se la había quedado mirando de forma bastante descarada (gracias a la alegría del alcohol), aunque ella no se percató.
Al cabo de un rato, Nami salió a observar el panorama que tenían entre manos. La tormenta aún les rodeaba, y para cualquiera que no entendiera de meteorología, seguía estando como al principio. Sin embargo, la pelirroja vio algo que no tardó en comunicar a la tripulación. Para alegría de todos, fueron buenas noticias.
La tormenta se estaba disipando, y posiblemente al día siguiente podrían tratar de atravesarla.
La noticia fue celebrada por todos. Se escucharon risas y gritos de alegría, aunque otros miembros de la tripulación solo sonrieron satisfechos. Law no pareció inmutarse, aunque sí que agradecía abandonar ese cúmulo de nubes por fin. No sabía por qué, pero había algo que no terminaba de gustarle, por muy en calma que estuviese la zona.
Erial se quedó en un limbo incómodo. Ya no sabía qué pensar. Había temido a la tormenta al entrar, pero se había acostumbrado a estar dentro de ella. Le daba la sensación de que, a través de esas nubes, no pasaría nada... ni nadie. Como si las nubes fuesen algún tipo de escudo del mundo exterior.
Maldijo para sus adentros. Claro que lo sentía así. Era su zona de confort, cómo no. Apretó los puños.
La tormenta era como la niebla de la isla de la que ella venía. Claro que se sentía segura. Claro que los peces muertos le recordaban a ese sitio del que tanto quería escapar. Llevaba toda su vida viendo nubes que la protegían del mundo.
Erial miró hacia un lado, y vio la tormenta girando despacio, en la distancia. De repente, dejó de oír las celebraciones que había a bordo. Sin querer había vuelto al punto de partida. Aterrada con la idea de atravesar las nubes. Aterrada solo de pensar en descubrir lo que habría por detrás de ellas.
Quería salir de la tormenta, pero... ¿qué había allí afuera?
¿Seguiría estando a salvo?
No podía creerlo. Tanto trayecto para nada, pensó. Se había recorrido parte del mar para seguir teniendo miedo a lo mismo que antes de empezar el viaje.
Aunque no era eso exactamente. No quería ni pensarlo.
Era más bien... miedo a que la encontraran a ella.
Hace mucho, fueron criaturas que convivían con ellos, los humanos. Sin embargo, la extraña radiación que circulaba por ese mar, ese aura particular que tenía el ramal de islas que conducían a Madas, los había convertido lentamente en una raza hostil. Y el apelativo "raza" era por llamarlos de alguna forma.
Principalmente eran los escasísimos habitantes de Darzad quienes controlaban los mares, el curso de los barcos, las criaturas enloquecidas en el mar y el comportamiento errático de esta pequeña raza. No obstante, ellos mismos también sabían pelear con los seres del mar que atacaban a las embarcaciones.
Eran muy raros.
Normalmente no sabían bien cómo responder ante ellos. Los habitantes de Darzad habían optado por mantener una especie de relación cordial a distancia. Los veían, pero no les decían nada, ni les agradecían por evitar según qué cosas. Tal vez no hicieran nada, o tal vez los atacaran. Eran impredecibles. Unas veces ayudaban, otras entorpecían. Y los humanos de Darzad no querían exponerse a que les rompieran los trajes antirradiación.
Durante mucho tiempo, se especuló de dónde y cómo podían haber salido esos seres. Eran blancos como el papel. Tenían formas humanoides, aunque algunos las recordaba mucho más vagamente que otros. En un principio creyeron que eran una suerte de humanos convertidos en corales blancos, o algún tipo de híbrido producto de la radiación tan poderosa de esa parte del mar. Tiempo después, llegaron a la conclusión de que, más bien, era justamente al revés. Estaban huecos, y no podían ni hablar siquiera. Sus caras eran planas, sin facciones, pero se orientaban de alguna manera que aún nadie sabía explicar. Algunos daban señales de querer razonar algo, otros ni eso. Eran corales, que por la misteriosa e incierta influencia de la radiación, habían cobrado vida y salido a la superficie.
Salieron de las profundidades, imitaron la forma que más veían caminando por tierra firme. Y, a pesar de ello, atacaban también a los humanos.
En Darzad era relativamente común verlos, ya que su base, una isla artificial a varios metros sobre el nivel del mar, estaba cerca de allí. A fuerza de pelear, acabaron aislados en una penosa estructura metálica, oxidada y chirriante en mitad del océano. Al parecer, fue una plataforma petrolífera en otro tiempo, hasta que la abandonaron por el pésimo temporal del lugar.
Desde que estos seres se adueñaron de la base, nadie había vuelto a acercarse más que a un par de cientos de metros de distancia. Y era mejor no correr el riesgo de aproximarse mucho más.
Vivían envueltos en temporales tormentosos, entre el aire y el frío, como en un nido en medio de la oscuridad absoluta. No daba la impresión de importarles mucho el clima horrendo que les rodeaba, es más, incluso se sentían cómodos con él. Esa forma de vivir en medio de las tinieblas les dio, con el tiempo, su nombre: umbrales.
Dada su conducta hostil, su impredecible comportamiento y su facilidad para moverse por el agua y la tierra firme, se convirtieron en depredadores en esa zona del Nuevo Mundo, tan desconocida como peligrosa.
Se convirtieron en una especie de inusuales piratas, fuera de todo registro, y mucho más animales que cualquier otra tripulación conocida. No estaban sujetos a normas morales de ningún tipo. Era, por así decirlo, la plaga de esa zona del océano.
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