━━𝟎𝟔

El Sunny los apartaba al pasar, creando un efecto a su alrededor, como si fuese el propio barco el que iba dejando una estela de peces muertos tras de sí.

Era una escena que resultaba macabra a más no poder. Algunos mugiwara se asomaron a la barandilla, aunque no dijeron nada.

Por otra parte, a Erial todo eso le estaba trayendo una amarga nostalgia. Su miedo, su incomodidad, no eran injustificadas después de todo. La tormenta en la que habían entrado, el olor del agua, como aguas estancadas... Y ahora los peces.

Se apoyó en la barandilla y cerró los puños, clavándose las uñas en las palmas de las manos. Hacía mucho que no había vuelto a tener ese impulso. Ese día no había podido evitarlo, estaba siendo un día completo. Demasiado.

Se preguntó entonces si la silueta que vio en medio de la tormenta en verdad se la imaginó.

Cerró los ojos y se subió el buff.

Tenía que bajar en una isla. Tenía que marcharse.

Un poco más allá, Zoro escuchó el escándalo que Chopper y Usopp estaban organizando. Dejó las pesas en el suelo y se movió hacia la barandilla. Estaban dejando constancia de lo terrorífico que les parecía el momento, volviendo loco a cualquiera que anduviese cerca. Aún así, era como si la tripulación ni los oyera, o directamente hubiesen aprendido a convivir con esos arranques de pánico.

El espadachín se asomó, sin decir nada a nadie. No se podía dilucidar qué estaría pensando. Su cara era tan neutra como la de Erial, cosa que no estaba segura de que le gustase demasiado. Tal vez Zoro la viese como una amenaza, lo cual era correspondido. Por parte de Erial mucho más que por la de Zoro, de eso estaba segura.

El cyborg sujetaba firmemente el timón. Hacía un rato que estaba en silencio, aunque no resultaba raro ni incómodo. Sin embargo, daba la impresión de que había estado analizando la situación. Fijándose en las aguas por las que estaban pasando.

—¿Qué demonios es esto...? ¿Dónde nos hemos metido...?

Su voz, más apagada de lo normal, dejaba ver que a él también había algo que no le encajaba.

Una zona en medio de una enorme tormenta, un lugar paradisíaco prácticamente. Era, como poco, para poder estar relajados.

Desde que se vieron envueltos en el temporal, un velo invisible había caído encima del barco. No era tranquilo, ni paradisíaco, ni cómodo.

En ese mar había algo mucho peor que los peces muertos.

Erial miró de reojo a Franky, pero él no se dio la vuelta. Se volvió de nuevo hacia los peces que flotaban en el agua. No era la primera vez que lo veía. Y volver a verlo, después de tanto, no hacía más que revolverle el estómago. Primero, por motivos obvios. Y segundo, por los nervios.

Aparentemente, no fue la única con aquella sensación.

Nami y Robin habían salido a la cubierta, alarmadas por el escándalo que estaban armando Usopp y Chopper. La navegante fue a reñirles, pero una arcada le cortó el discurso. Poco después estaba a babor, echada sobre la barandilla, vomitando.

Erial no la culpó. Estaba segura de que, de no haber convivido tanto tiempo con eso, ella también estaría haciendo lo mismo.

Recordaba con angustia la suave marea de la playa. Finas olas que se movían despacio sobre una arena oscura y bronca. Ella, de niña, metida hasta los tobillos, viéndola ir y venir. El mar, silencioso, trayendo peces como esos. Inocencia, de no entender qué era. De no sentir miedo, cuando quizás sí debía tenerlo.

—¡Yahooooooooo! —Gritó Luffy, llamando la atención de todos.

Erial parpadeó muchas veces seguidas para salir del trance. Se giró para mirarle, espantada.

Donde cualquiera vería algo repulsivo, Luffy veía una oportunidad para llenar la despensa. Aún así, Erial no le culpó tampoco. De nuevo, se sintió abrumada por una nostalgia bizarra.

El capitán estiró el brazo hacia atrás, alargando la goma para llegar lo más lejos posible.

—¡Luffy! —Vociferó Zoro.

—¡Mugiwara-ya! —Se le oyó decir a Law, levantándose del sitio.

No les iba a dar tiempo a detenerle.

Erial no podía estar segura de que esos peces estuvieran infectados con lo mismo que ella recordaba, pero no podía arriesgarse. Si lo estaban, ni ella sabía tratarlo.

No lo pensó. No había que confundirlo con amabilidad, sino con sentido común, se dijo.

Ocurrió en menos de una décima de segundo. Quizás ni siquiera.

Erial apareció detrás de Luffy, y con un movimiento rápido, le agarró del brazo. El chico miró a su espalda, viendo los ojos tristes de Erial. Ella ni siquiera pretendía mirarle así, pero no podía evitarlo.

Desde los laterales, el resto de la tripulación se habían quedado petrificados. Zoro se había quedado con la boca entreabierta. Estaba en posición, listo para correr hacia Luffy para hacerle un placaje como mínimo. Su cuerpo parecía resentido por no haber podido terminar lo que había empezado.

Bastó incluso para cortar con los berridos de Usopp y Chopper.

Law terminó de bajar un escalón, con la kikoku apoyada en su hombro. Para él, todo había ocurrido igual de deprisa. Había pasado de verla al otro lado de la proa, justamente enfrente de él, a estar en medio de la cubierta, con un brazo levantado. Brazo que ninguno sabía cómo ni cuándo lo había alzado.

Lo inesperado de esa jugada le había hecho reaccionar con más efusividad de lo normal. Juraría que antes de toda la confusión, vio algo verde en la atmósfera, no supo decir el qué. Le encontró cierto parecido con su propio room, lo cual le resultó demasiado absurdo.

¿Qué era...? ¿Qué había hecho?

A Law, por motivos obvios, no le cabía más que una posibilidad. La chica acababa de hacer una primera demostración de su fruta del diablo, cosa que él ya sospechaba. Desde la debilidad que mostró con el agua marina al rescatarla, era algo que saltaba a la vista. Ahora había tenido una confirmación, aunque no la esperaba tan pronto.

Lo único que le faltaba era comprender en qué consistía.

¿Velocidad...? ¿Teletransporte...?

—¿C-cómo ha...? —Preguntó Usopp, con una voz muy tenue, señalándola a ella directamente.

Nadie le pudo responder.

Sanji se quitó el cigarrillo de la boca y sopló el humo. Era obvio que había sido una jugada arriesgada. Se había expuesto. Se había expuesto más de la cuenta. A Erial le latía el corazón más deprisa de lo que parecía.

Como siempre, medía las consecuencias tarde.

Expiró por la nariz, sonoramente. Sin cambiar un ápice su expresión facial, negó con la cabeza sin decirle una palabra a Luffy.

Su seriedad se contagió al capitán de los Sombrero de Paja, quien encogió parcialmente el brazo. Después del sonido de la goma retrocediendo, se hizo un silencio incómodo.

Luffy lo interrumpió, aunque no lo mejoró.

—Oi... ¿qué ocurre? —Le dijo a Erial.

Ella volvió a darle una negativa con un movimiento de cabeza antes de soltarle el brazo. No quiso resultar tan solemne de primeras, y ya era tarde para arreglarlo. A Luffy no le gustó aquella mirada tan triste. Le nacía preguntar qué pasaba, qué andaba mal y por qué él no se había enterado.

No obstante, antes de hacer nada, Zoro le detuvo.

—Luffy, déjalo.

El capitán volvió a mirar a Erial. ¿Qué demonios pasaba...?

Ella ahora estaba ligeramente cabizbaja. No añadió nada, dio media vuelta y buscó un sitio en sombra para sentarse.

Pese a que hacía sol, la atmósfera se sentía gris y oscura de repente. El silencio tardó un buen rato en desaparecer, e incluso el momento tan raro que habían vivido repercutió bien hondo en Luffy.

Erial, por su parte, miró un rastro que aún conservaba en el antebrazo y en la palma de su mano. A cualquiera le pasaría desapercibido, tal vez, a menos que supiera lo que era. Piel tirante, nada más. Una cicatriz más, una como otra cualquiera.

Sin embargo, esa en particular, fue la que la impulsó a ser tan poco cuidadosa. A sujetar la mano de Luffy, diciéndose que era por mero sentido común. Ella misma no se daba cuenta de sus intenciones, sus razones... Nada. O si se daba cuenta, prefería obviarlo. Contradecirse.

Creyó que era lo correcto, aunque tuviese que exponer sus habilidades de esa manera tan evidente. Lo que tenía en el brazo, era una quemadura.

Recordó de nuevo el agua gris, trayendo con oleadas tranquilas un pez muerto a la playa. Recordó como ella, de niña, lo recogió. Vio la oportunidad de cocinarlo, de comer algo mejor. A pesar del olor. Tal como Luffy había pensado.

Y recordó, más que ninguna otra cosa, el fluido pringoso y violáceo que se le pegó a la piel al tocar el pez, un ácido tan corrosivo como difícil de quitar. Se acordaba de la sangre, del escozor, la fiebre y del dolor cortante en la carne. De no haber estado aquella persona allí...

Erial cerró los ojos.

Si él no la hubiese socorrido, ese día le faltaría un brazo. O quizás ni siquiera estaría en el Sunny.

Los niños hacía rato que estaban acostados, por lo que entró muy despacio en el dormitorio, tratando de no despertarlos. Caminó de puntillas sobre las tablas del suelo, procurando no hacerlas chirriar de más.

Se habían dejado la ventana abierta, y no era una noche precisamente como para mantenerla de par en par. Era una de esas típicas noches de Madas, muy suya, muy típica. Lluvia, viento, humedad, frío. Verano o invierno, siempre tenían ese clima triste y variable.

Con el candil en la mano, llegó hasta el fondo de la habitación. Lo dejó sobre el escritorio, cerró la ventana y dejó las cortinas sin correr del todo. La fina luz de la luna, lo que lograba pasar a través de las nubes, iluminó su silueta. Era una mujer fina, que caminaba con la espalda tan recta que daba la sensación de no haberla doblado jamás. Su ropa era típica de la isla, sencilla, austera. Un vestido sin escote, de cuello alto, negro, de corte victoriano. Su cabello castaño parecía largo y lustroso, y hubiera lucido mejor si no acostumbrara a llevarlo siempre recogido en un apretado moño. La tirantez del peinado hacía que su rostro resultase más largo.

Se quedó mirando por la ventana, suspirando casi más para sus adentros. Los oscuros adoquines de la calle brillaban con la lluvia, y el silencio de vez en cuando lo interrumpía el traqueteo de los últimos carruajes que circulaban a esas horas. Incluso ya pudo ver al farolero, yendo y viniendo de un lado a otro con la escalera de mano, iluminando las calles y empapándose con la lluvia.

La mujer estuvo a punto de dar media vuelta cuando le vio, para no dar una impresión extraña a través de la ventana. Sin embargo, algo impidió que se marchara de allí.

Entrecerró los ojos para verlo mejor.

El farolero siguió su camino hasta haber terminado de encender todas las luces de esa calle. Cuando se marchó, dejó a la mujer en la ventana, y a una silueta iluminada también por la luna en la distancia, muy quieta.

Gracias a las cortinas (por alguna razón) se sintió más protegida. Algo en su corazón le susurraba que no era un habitante de Madas. Ni siquiera una persona convencional.

Trató de ignorar todas esas suposiciones.

Era una silueta con un traje muy largo. No distinguía cara, ni brazos, ni piernas. Parecía más bien una especie de abrigo con vida propia. No tenía ningún sentido.

No se movía. Quizás era un bulto, algún saco, o alguna cosa que alguien se dejó en la calle. Con la neblina de la lluvia, era fácil confundirse. Quiso imaginarse eso, y desvió la mirada para recoger el candil y salir de allí.

No pudo evitar dar un último y distraído vistazo, que casi le hizo soltar el candil de golpe y provocar una catástrofe.

Lo que fuera esa silueta, se había movido.

La mujer se tapó la boca para no emitir ningún sonido, más alto o más bajo. Ahora podía distinguirlo mejor. No era un bulto. No era un objeto. Era una persona, o lo parecía. No se distinguía nada debajo de la ropa. Y, por otra parte, esa cosa la había visto a ella. Detrás de las cortinas, sola en su casa, a cargo de sus hijos.

En otras circunstancias, se habría refugiado de alguna forma. Estaba muerta de miedo, no podía negarlo. No obstante, sus hijos estaban con ella. Esa noche, su marido volvería tarde a casa una vez más.

Maldijo entre dientes la casa de apuestas, la arena, la subasta, todo. Todo lo que hacía a su marido dejarla sola prácticamente cada noche.

Trató de no pensarlo. Si él no estaba, debía ser ella. No podía dar un paso atrás.

Salió de la habitación de los niños y fue ganando aplomo a más avanzaba por el pasillo. Se encaminó directa a la puerta, dejó el candil encima de una mesa y tiró todo lo que había colgado en el perchero de forja de la entrada.

Pesaba como un demonio, pero la adrenalina hizo el esfuerzo por ella. Tomó el perchero, abrió la puerta y la lluvia la recibió.

La figura seguía allí, de pie, casi como si estuviese desafiándola.

Le pareció notar el amago de que volvía a moverse, y esa vez no pudo evitarlo.

—¡EH! —Le espetó.

No hubo respuesta.

La lluvia tardó poco en calar toda su ropa y aflojar su moño. Ella no puso objeción en parecer más o menos desaliñada. En esas circunstancias, era la menor de sus prioridades.

Comenzó a caminar hacia la figura. ¿Qué pasaría una vez se acercase...? ¿Tenía fuerza para hacer algo con semejante armatoste entre manos...?

¿Y si esa cosa entraba en su casa más deprisa que ella?

La mujer se detuvo en seco. Actuó sin pensar.

Sin embargo, sus preguntas no obtuvieron respuesta. Como si la lluvia lo hubiera diluido, la silueta desapareció en las sombras, dejando a la mujer descompuesta, empapada y sin aliento.

Soltó el perchero sobre los adoquines, retumbó por toda la calle.

Su casa. Su casa. ¿Y si había entrado?

Regresó corriendo. El eco de su taconeo recorrió también la calle. A esas alturas, el vecindario ya sabía que algo sucedía, desde hacía rato.

La mujer entró en su casa y se la recorrió de una punta a la otra. Habitación por habitación, bajo las camas, dentro de los armarios, detrás de las puertas. Nada. No había nada, ni nadie.

Después, cerró la puerta y estuvo tentada de atrancarla con algún mueble de no haber sido porque su marido no podría entrar por la mañana.

Sentía que hiperventilaba y, con una mano sobre el pecho, se sentó en un sillón frente a la ventana del comedor. Necesitaba tener las afueras controladas esa noche. ¿Había visto bien? ¿Se lo había imaginado?

Ya ni confiaba en sí misma.

¿Qué era eso...? ¿Por qué se sentía tan mal...?

Así, entre preguntas confusas y nervios, la mujer pasó las horas en el sillón hasta ver despuntar el alba en el horizonte. La luz azulada la calmó un poco.

Fue incapaz de conciliar el sueño. Simplemente no pudo.

Sanji se acercó a Erial antes de marcharse a la cocina. Le preguntó si estaba bien, si ocurría algo. Erial le respondió que no se preocupara. No estaba acostumbrada a que fuesen tan amables con ella, y a veces no sabía bien cómo reaccionar a según qué comentarios.

Se sentó bajo el árbol de la cubierta, a un lado. Se refugió en su sombra, viendo como el sol empezaba a caer. Pese a que le gustaba ver el sol cada día, lo cual era un regalo en su situación, era inevitable que lo soportase más bien poco encima de ella. Al final... nunca tuvo esa luz tan potente y directa dándole calor.

Movía la pierna, con un temblor nervioso del que casi no era ni dueña. Estaba nerviosa otra vez. Y más que las anteriores. No dejaba de darle vueltas a la tormenta en la que estaban, a los peces, el agua, el olor del ambiente... Y lo que vio antes de que quedaran atrapados en la zona de calma.

Se movió hacia la parte de dentro. Trató de esconderse todo lo posible. Después de exponerse tanto, casi no se atrevía a dar la cara.

Pasó un rato así, moviendo la pierna de manera incontrolable, intentando calmarse. Normalmente, lo lograba manteniendo su mente ocupada. Había intentado meditar, pero no funcionaba. Nunca lo hacía. ¿Por qué seguía intentándolo...?

Recordó la música que él tocaba en la isla. Esa música si lograba evadirla de todo.

Bajó la cabeza y cerró los ojos. Recordarle tanto solo empeoraría la situación.

Alguien se sentó al otro lado del árbol. Erial lo notó, pero no hizo nada por averiguar quién era. No se atrevía a comenzar la conversación, independientemente de quién fuera.

Se echó hacia delante y apoyó los codos sobre las piernas. Trató de frenar el tembleque de la rodilla y respiró hondo. ¿Qué imagen estaba dando...?

¿Quién había ido a hacerle compañía? ¿Sería Robin? ¿Luffy? ¿Sanji?

¿Por qué?

¿Tanto se notaba?

Ahora que sabía que había alguien al otro lado del árbol, se había construido un silencio incómodo. De repente, tuvo cierta urgencia por romperlo, por algún motivo. No se suponía que tuviera que interesarle hablar con esa tripulación. Cuanto menos, mejor. Así... no le costaría dejarlos atrás.

Entrelazó los dedos.

—¿Qué... ha ocurrido antes?

Erial dio un respingo.

Era quien menos se esperaba. Su voz le puso los pelos de punta. Sonó calmada, suave y profunda. Inconfundible.

Cuando la voz del cirujano se disipó, Erial no supo qué contestarle. ¿Qué iba a hacer, mentir? Si ni siquiera eso sabía hacer...

—Luffy iba a hacer una locura —respondió, con un hilo de voz—. Solo lo he evitado.

Sin verlo, sintió cómo Law se recostaba contra el árbol. Era como si estuvieran espalda contra espalda.

—Ya...

Era extraña la presencia de ese chico. Extraña la sombra sobre sus ojos, que le resultaba demasiado familiar. Extraña, porque la ponía en alerta. Extraña, porque la sacaba de quicio en ocasiones.

Extraña, porque incluso le gustaba sentirla. ¿Por qué?

De repente se le vino a la cabeza el hecho de que, posiblemente, la desnudara en el consultorio cuando la rescataron, para examinarla.

Se puso roja. ¿Qué demonios le pasaba?

Suerte que él no la estaba viendo.

—No me refería a eso —puntualizó él.

Sus ojos verdes se abrieron como platos. Rodaron despacio hasta el rabillo. No le veía desde ese punto de vista.

Lo había dejado muy claro. En otras circunstancias, no tendría importancia. Pero, dado que lo que pretendía era que supieran lo menos posible sobre ella...

Idiota, idiota... Siempre le pasaba lo mismo. Pensaba las cosas después de hacerlas.

—¿Cuál es tu fruta del diablo? —Sin rodeos.

—¿A quién le importa? —Respondió ella.

Law guardó silencio un par de segundos.

—A mí —sonaba como si hubiese terminado de hablar. Sin embargo, carraspeó y procedió a puntualizar—: y seguramente a los mugiwara también.

—¿Y la tuya...? —Replicó ella—. ¿Cuál es?

—¿Por qué deduces que también soy usuario?

—Porque he oído hablar de ti. De vosotros.

Erial no lo vio, pero Law sonrió de forma pícara.

—¿Ya nos conocías de antes...? Vaya. En ese caso, ¿qué tal si nos cuentas más sobre ti? Para que sea justo.

—¿Qué más hay que decir...?

—Tus habilidades, por ejemplo —insistió él.

De repente, Erial se sintió más relajada. La conversación estaba resultando, en cierta manera, divertida.

Como no sabía mentir, su estrategia era la evasión. Eso restaba presión, al menos a ella.

—¿Y las tuyas? —Repitió Erial.

Law se movió en el asiento.

—Ya me conoces, ¿no?

—Que haya oído hablar de vosotros no significa que os conozca.

Joder.

—Pero yo he preguntado primero —respondió él.

Sonó tan infantil que a Erial estuvo a punto de darle la risa. Se reprimió a tiempo. Law, por su parte, apretó la mandíbula. Después se bajó la gorra.

De nuevo, se hizo el silencio, aunque por poco rato.

—¡Oi! ¡Erial!

Era Luffy. La chica levantó la cabeza.

Luffy correteó por la cubierta, hasta que al fin la encontró. Estiró sus brazos, se agarró al tronco del árbol y fue hasta allí aterrizando a lo bestia sobre el asiento.

Law chasqueó la lengua.

—Mugiwara-ya, ¿no sabes ser normal ni un solo minuto?

Luffy solo se rio.

—Oi, Erial, Chopper te necesita.

Erial se sintió confundida y sorprendida.

—¿A mí? ¿Para qué?

—Quiere hacer un experimento con los peces.

—¡LUFFY! —Le riñó Chopper más allá, corriendo hacia ellos.

—¿Qué pasa? —Preguntó el capitán.

—¡No seas tan directo! —Le espetó, sonrojándose.

Luffy resopló, fastidiado.

—¿Y qué iba a hacer? Tú no te decidías...

Chopper siguió protestando y haciendo aspavientos nerviosos en el aire, hasta que Erial le interrumpió.

—Está bien, Chopper. No hay nada de malo. No tienes que tenerme miedo —tenía que reconocerlo: le daba lástima que ese doctor tan adorable tuviese miedo de hacerle una mísera pregunta.

—O quizás sí... —Masculló Law.

Erial torció la mirada. Law sonrió bajo la gorra.

—Habló el señor tenebroso... —contestó Erial. Después se tapó la boca. No lo había podido evitar.

Eso le arrancó una risotada a Luffy.

—¡Mugiwara-ya, no te rías! —Protestó casi gruñendo.

—¿Qué os pasa a vosotros dos? —Preguntó Luffy, aún riéndose.

—¿Qué ocurre, Chopper? —Cortó Erial

Chopper se calló de golpe y se puso muy serio. Parecía estar buscando las palabras adecuadas.

—Me gustaría saber qué hay en el agua para que a los peces les haya pasado esto —se explicó—. Necesito saber si hay algo en el ambiente, lo que sea, que pueda ser nocivo también para nosotros.

Erial estuvo tentada de preguntar qué pintaba ella en todo eso, para hacerse la distraída, pero no tuvo oportunidad.

—Y dice que puede que tú sepas algo —añadió Luffy.

Erial abrió la boca para replicar, pero tardó un rato.

Law se quedó expectante.

—Aunque lo parezca, en realidad sé poco más que vosotros —respondió ella.

Ninguno dijo nada. De fondo, Zoro había vuelto a empezar con su circuito de ejercicios, y un delicioso aroma salía de la cocina, solapándose con el olor del mar.

—¿Y... Entonces qué...? —Intentó preguntar Luffy.

—Solo te detuve por... Por si acaso —interrumpió Erial, entrelazando los dedos otra vez, nerviosa—. No puedo estar segura. Preferí no dejar que te arriesgaras.

—Es decir, que ya has visto esto antes —sentenció Law.

Erial se lo pensó un momento. Evadirlo no iba a servir de nada. Y al final... Tampoco decía mucho de ella una cosa así. Era mejor que lo supieran antes de que hubiese alguna desgracia.

En resumidas cuentas, no se lo pensó demasiado. Otra vez.

—Sí —acabó por admitir—. Y, a diferencia de Luffy, yo sí llegué a coger uno con las manos.

—Oi, ¿y qué pasó? —Preguntó Luffy, en cuclillas sobre el asiento. Parecía genuinamente interesado y preocupado por la chica.

—Bueno, a ver... —Erial se llevó una mano a la nuca por debajo de la capucha. No le devolvió la mirada ni a Luffy ni a Chopper—. Yo era muy pequeña. Una corriente los trajo...

Carraspeó.

Estaba soltando más detalles de la cuenta.

—Al cogerlo, desprendió ácido —concluyó.

—¿¡Qué!? —Exclamó el capitán.

—El ácido me subió por la mano... Fue horrible —continuó—. Eso sí se me quedó grabado a fuego...

Chopper se quedó pensativo. Luffy se había quedado con la boca ligeramente abierta.

—Pero no ocurrió nada después... ¿o sí? —Intervino Law.

Erial volvió a inclinarse hacia delante. Luffy vio cómo bajaba la cabeza.

—Sí —añadió, con la voz más apagada—. Me salvó...

Se le cortó la voz antes de proseguir.

—Me salvó una persona —terminó.

Definitivamente estaba dando más detalles de los que había querido en primer lugar.

—¿Recuerdas cómo lo hizo, Erial? —Preguntó Chopper.

La chica se había quedado algo dispersa después de decir eso último. Contestó casi en piloto automático.

—Lo tengo algo... distorsionado. Tendría que hacer memoria.

¿Cómo se llamaba...?

¿Cómo era posible que hubiese estado escuchándolo toda la vida y ahora no se acordase del nombre...?

—¿Qué pasaría si intentáramos subir uno a bordo? —Dijo Chopper.

—Erm... —Erial aún trataba de aclararse las ideas—. Seguramente no llegaría arriba. No podríais. Claro está... Si es como los que yo he visto. Si es así... Ese ácido lo corroe todo. Piel, carne... Madera, metal...

—¿Y cómo es posible que una cosa así salga de un animal sin que salga perjudicado? —Intervino Law.

—Eso es lo que quiero averiguar —explicó el reno—. Nunca he visto algo parecido. Prefiero, aunque sea, descartar cosas. Tenemos que estar prevenidos.

Erial asintió despacio. No podía decir que no estuviese interesada en saberlo. Después de tanto, quizás Chopper lograse averiguar alguna cosa que ella tuvo cerca demasiadas veces en su vida.

De repente, los ojos de Chopper se abrieron de par en par.

—Si tuvieran el mismo ácido... ¿Qué pasaría si uno tocase por casualidad el casco del Sunny? —Preguntó—. ¿Nos hundiríamos?

El reno se llevó las manos a la cabeza. Su pánico hacía un contraste curioso con la calma del capitán.

—Incluso es posible que estemos hundiéndonos ya —añadió Law, sombrío.

Chopper entró en pánico totalmente, hasta que Erial intervino. Estuvo tentada de darle las gracias a Law por los ánimos, pero no lo hizo.

—Es poco probable. Además no avanza tan deprisa.

—Ah... —dijo Law—. Mapache-ya, ¿qué propones?

—Pensaba subir uno a bordo para estudiarlo en el... —todo iba bien hasta que se percató de cómo le había llamado—. ¡No soy un mapache!

Luffy se echó a reír. Eso relajó algo la atmósfera.

—Es mejor que no lo hagas. Aunque con que un anzuelo toque uno bastaría —dijo Erial.

—Claro... —Chopper se llevó una pezuña a la barbilla.

—Ojalá no fuesen lo mismo, pero... —se lamentó Erial.

—¡Bien! ¡Busquemos una caña de pescar! —Exclamó Luffy, levantándose de un salto.

—Quizás sería buena idea pedírselo a God —propuso Law—. Por la puntería. Acabaría antes.

En realidad, era más bien porque no se fiaba de Luffy en ese tipo de situaciones. Conociéndole, acabaría antes en el agua que subiendo un pez de esos o alcanzando a alguno con el anzuelo.

Por otro lado, Erial le daba vueltas al nombre.

¿God? ¿Quién era ese?

Luffy salió corriendo para buscar a Usopp a lo loco, sin tener ni idea de dónde podía estar. Law soltó un bufido, preguntándose cómo podía haber llegado tan lejos un capitán tan descerebrado como él.

Por el camino, el chico de goma interrumpió (por tercera vez ese día) el circuito de ejercicios de Zoro, haciéndole perder el equilibrio con una pesa a hombros. Le gritó a sus espaldas, pero no le hizo ningún caso.

Al final, el espadachín decidió concluir el circuito allí. Sanji poniéndose en medio, la interrupción por culpa de los peces muertos, el jaleo, y ahora Luffy cruzándose. Estaba claro que hoy no era su día.

Se puso una toalla pequeña sobre los hombros, y se sentó sin camiseta en la hierba, aprovechando para estirar un poco. Sus músculos bien tonificados color café brillaron con la luz que ya se tornaba crepuscular tras la tormenta.

Erial lo vio desde ese ángulo mejor que ninguno. Parecía un toro. No podía dejar de pensar en la fuerza que tendría ese cuerpo tan bien trabajado. En la fuerza que descargaría sobre quien fuera, con solo dar un puñetazo...

Tragó saliva.

Y ella ni siquiera sabía pelear.

Definitivamente no quería tener problemas con Zoro. No debería mirarle tan fijamente.

Torció la cabeza, aunque no pudo evitar mirarle por el rabillo del ojo. No pudo evitar fijarse en sus cicatrices. Sobre todo en la que le surcaba todo el torso. Luffy también tenía una cicatriz terrible enel pecho. Y ambos iban mostrándola sin miedo, como un motivo de orgullo, un trofeo personal.

Bajó la mirada al suelo. Eso le trajo recuerdos amargos, junto con el color de la camisa del capitán.

Una fina brisa bañó la cubierta del Sunny, despacio, silenciosa. El césped, las hojas del árbol, el cabello de Zoro que casi era del mismo color. Su capa negra, descubriendo sus tatuajes, como enormes zarpazos negros en la espalda.

¿Ellos también lo creían? Las cicatrices eran, ¿orgullo? ¿Una muestra de fortaleza...?

¿Haber sobrevivido a la muerte misma...?

Cada día se acordaba del hombre que le salvó la mano del ácido de aquellos peces. Y de tantas otras cosas. El mismo hombre que le hizo perder el miedo a las heridas y le dijo que las cicatrices contaban historias.

Se llevó una mano al hombro, y paseó sus dedos por la tinta.

 ¿Qué diría de esos tatuajes si pudiera verlos...?

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