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El cielo se cortaba con relámpagos sin parar, luces violetas que dejaban entrever la figura colosal que serpenteaba. Una enorme criatura que se movía en el limbo del terrible cielo enmarañado de nubes y un mar agitado, como un animal rabioso.
Los truenos retumbaban y movían hasta las piedras. Eran cinco personas allí, y ella se veía como una más.
Siempre era igual, desde que empezó.
A partir de ese momento, todo se volvía difuso, todo se mezclaba y liaba de maneras que no podía comprender.
Veía sus brazos con cortes profundos y sangrantes, símbolos pintados de rojo carmesí en el suelo. La horrorosa criatura que nadaba en el agua emitiendo sonidos que, lejos de ser atronadores, hacían más bien temblar la tierra.
Ojos violetas.
Truenos, sangre.
Lluvia.
Un cataclismo, y un terrible sentimiento de culpa.
Hasta que de repente, todo se apagaba.
Le habían hecho ya algunos exámenes. Chopper había revisado escrupulosamente el cuerpo de la chica en busca de más heridas o contusiones, pero no encontró nada fuera de lo ordinario. Observado atentamente por Law, trató rápidamente la herida que la chica tenía en el costado. La limpió, cosió y vendó con la maestría de un verdadero artista.
En ese momento, Chopper se había marchado un momento, dando su labor por concluida. Ahora solo quedaba dejarla descansar y esperar a que se despertara. Lo más grave que padecía eran signos de deshidratación, lo cual era lógico.
Sin embargo, la debilidad con la que la habían subido a bordo no encajaba en absoluto con el cuadro médico que presentaba. No estaba tan desfallecida como para haber estado a punto de dejarse tragar por el mar.
Law se quedó en el consultorio, sentado en una silla en una esquina, con la kikoku apoyada sobre el hombro. Llevaba un rato allí, sintiendo entre curiosidad médica y desconfianza. Aquella mezcla había impedido que dejara el consultorio para comer junto a la tripulación de los mugiwara.
Fue pasando el rato y Law empezó a divagar. Estaba agotado. Había dormido fatal la noche anterior y no hacía más que darle vueltas desde hacía días a todo lo sucedido en Dressrosa. A pesar de todo, seguía sintiendo ese hueco, ese hueco que no podía ni podría nunca llenar con nadie.
Mientras miraba por una de las ventanas del consultorio, una fuerte respiración agitada se escuchó desde la camilla.
Law volvió a la realidad y miró rápidamente. La chica se había despertado y, como un animal salvaje, se había incorporado, revuelto en la camilla y encogido en sí misma. Por el contrario, Law no se inmutó. De hecho, le pareció graciosa la idea de intentar acercarse a ella a ver si le arañaba la cara o algo parecido, por el aspecto asalvajado que demostraba.
Descartó la idea por obvias razones. Además, no quería mostrarse tan... ¿desinhibido? Delante de ella. Al menos no todavía.
—Te recomiendo no hacer muchos movimientos bruscos —le dijo Law, con tranquilidad—. Se te pueden saltar los puntos y se te reabrirá la herida.
La herida...
La chica entonces se palpó el costado. Descubrió el vendaje y una extraña sensación de tirantez debajo de él. Tirantez que, por otro lado, no le resultaba desconocida, por desgracia.
Llevaba su ropa puesta, pero de golpe le asustó la posibilidad de que hubieran podido quitársela durante el reconocimiento que al parecer le habían hecho. No le daba miedo por el hecho de que la hubieran visto desnuda. Ni mucho menos.
Ese no era ni de lejos el motivo. Y sin embargo, no tenía forma de saberlo, y prefería ni preguntarlo. Quiso esperar que la respuesta no fuese afirmativa.
Observó detenidamente el sitio donde estaba, inconscientemente buscando su tridente. Estaba en un barco en el que, por alguna razón, se habían tomado la molestia de tratar sus heridas, aunque no eran especialmente graves. No estaba acostumbrada a tratar con gente tan altruista, y le dio curiosidad saber quiénes debían de ser.
Aunque a aquel hombre que tenía delante, le conocía. Le conocía por los carteles de recompensa que había repartidos, por lo que parecía, a lo largo y ancho de todo el mundo.
Esa gorra de piel, ese pelo oscuro y esos ojos grises enmarcados por la sombra de las ojeras...
Quizá se estuviese equivocando. De todas maneras, visto así, no le pareció un hombre tan amenazante, en cierta manera. Quizá lo fuera.
No tenía ni idea. Todo era muy confuso. Y sin el tridente, se sentía desvalida. Sensación que había aprendido a odiar.
—¿Dónde está mi tridente? —Preguntó la chica, colocándose el buff negro de nuevo por encima de la nariz.
Law se quedó un momento mirando fijamente a la chica, directamente a sus ojos verdes. Eran del verde más brillante que había visto en su vida, sumamente llamativos, imposibles de pasar por alto.
Hizo un gesto con la cabeza en silencio, señalándole una zona del consultorio. Apoyado detrás de algunos instrumentos médicos, su tridente seguía intacto, cubierto con esas vendas negras.
La chica se levantó de la camilla despacio y fue hacia el tridente. Law no sé inmutó, pero sí se quedó observando todos sus movimientos.
—¿Qué harás? —Preguntó Law, divertido, a pesar de que seguía serio como una piedra—. ¿Recogerás tu tridente y volverás a saltar al mar...?
Se quedó quieta después de colocarse de nuevo el tridente a la espalda. Era cierto que estaban navegando, se notaba por el vaivén del barco. No podría bajar de él hasta que llegaran a puerto, y tampoco sabía cuándo lo harían.
Su otra alternativa... No podía siquiera plantearse usarla. Bajo ninguna circunstancia. Además... Fantasma se lo había prohibido terminantemente.
Se dio la vuelta y miró al chico, entrecerrando sus enormes orbes verdes.
—¿Así de estúpida crees que soy? —Le preguntó.
Law no dijo nada durante un rato. La voz de la chica, aunque suave, tenía un punto de dureza que la hacía muy interesante.
Law dibujó por un momento lo que parecía un atisbo de sonrisa.
—Solo insinúo que quizá deberías ir con más calma. Descansar un rato más —le dijo él.
Ella, ignorando a Law deliberadamente, fue hacia la puerta del consultorio, aparentando la mayor compostura posible aún con el vendaje puesto. Miró ligeramente hacia atrás, y entonces Law se levantó de donde estaba.
—No hace falta que te preocupes tanto por mí —le dijo, divertida—. Ni siquiera me conoces...
Empujó la puerta del consultorio y salió, cubriéndose la cara ligeramente con una mano. Aún seguía sin acostumbrarse del todo a la luz directa del sol.
Law, por otro lado, tardó unos instantes en seguirla. Lo hizo cuando el ardor que notaba en sus mejillas se atenuó.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, apreció el exterior del barco. Era enorme, y sin siquiera tripulación a la vista rezumaba una cierta alegría desde algún lugar. El suelo de la parte baja era de césped, un césped brillante y bien cuidado que lucía más bien como una alfombra del pelo de algún animal extraño.
Ondeando con el viento, vio una bandera pirata. Y sus ojos se abrieron de par en par.
Una bandera negra, con una calavera, dos tibias y un sombrero de paja.
Sus ojos, a punto de salírsele de las cuencas, examinaron todo el barco con inquietud visible. No había ido a parar a un barco cualquiera. Había ido a caer en manos de la que podía ser, una de las tripulaciones piratas más famosas y con rumores más temibles orbitando a su alrededor.
Eran los Sombrero de Paja. Y el chico al que acababa de hacer el desplante era, en efecto, quién ella pensó desde un inicio.
Antes de que pudiera hacer movimiento alguno, se escuchó una voz jovial gritando desde un lateral. Ni siquiera se había percatado de que se había abierto una puerta.
—¡Oi, chicos! ¡Se ha despertado! —Se escuchó la estridente voz de un chico.
No había duda. Cuando le miró, se topó con un chico joven de piel negra y pelo rizado, vestido con ropas anchas y llamativas. God Usopp, así era como le llamaban en los carteles de recompensa.
—Ya te han visto... Ya no hay marcha atrás —dijo el chico de ojos grises a su espalda.
Como una tromba, toda la tripulación salió de esa habitación, que aparentemente debía de ser la cocina. Uno a uno, los fue reconociendo a todos. Se quedó bloqueada en el sitio, pensando en qué sería lo que le ocurriría a continuación.
Qué harían con ella, con qué propósito la habrían subido a bordo.
Y lo más importante aún. Siendo una tripulación tan poderosa, ¿qué podría hacer ella contra ellos si la atacaban?
Unos brazos de goma aparecieron y se agarraron a la barandilla que la chica tenía a escasos centímetros de su espalda. Los brazos se contrajeron y llevaron consigo a un chico visiblemente muy joven, con un sombrero de paja y con una camisa roja.
La camisa, más bien, su color, llamó poderosamente su atención y ensombreció su rostro un tanto.
El chico se sentó hábilmente encima de la barandilla y, antes de que ella pudiera hacer nada, ya estaba completamente rodeada por la tripulación.
Sin quererlo, adoptó una pose de resignación.
Sin embargo, lo que ocurrió, desbarató completamente sus expectativas.
—¡Qué bien que estés viva! —Exclamó el chico del sombrero, con una enorme sonrisa.
—No spreocupaba que estuvieras más grave —explicó Usopp, con alivio—. Menos mal que no ha sido así.
Un reno de aspecto adorable se abrió paso entre la multitud, para verla en primera fila.
—¿Te encuentras bien? ¿Notas algo fuera de lo normal? —Le preguntó, preocupado.
La chica no supo qué contestar. No obstante, un chico rubio, vestido muy elegante para ser un pirata, intervino.
—No le culpes, él es quién te ha curado —dijo, con una risa relajada—. Él es Chopper, nuestro médico.
La chica, algo más tranquila, tuvo el atrevimiento de hablar por fin ante ellos.
—Un reno... ¿es vuestro médico? —Preguntó, entre curiosa y fascinada.
Chopper frunció el ceño.
—¡No soy un mapach...! —Espetó, pero se detuvo a mitad, sorprendido.
Era una de las escasas veces en las que acertaban con el tipo de animal que era, cosa a la que no estaba demasiado acostumbrado. Su enfado se transformó en sonrojo y, casi sin darse cuenta, estaba haciendo un bailecito extraño como celebración.
Usopp se echó a reír.
—Yo soy Sanji —se presentó el chico rubio, con una pequeña reverencia, como si estuviera presentándose ante un auténtico noble—. Soy el cocinero a bordo. ¿Podríamos tener el gusto de saber tu nombre, mi lady?
La chica pelirroja exclamó, con agobio.
—¡Se nos ha olvidado presentarnos! —Exclamó—. Perdona nuestros modales —dijo haciendo gestos con la mano, como para quitarle importancia.
—Me llamo Erial —respondió la chica finalmente.
La brillante caballerosidad de Sanji se vino abajo de un momento a otro. Se convirtió en un remolino de corazones, que hablaba exclamando cada palabra.
—¡Erial! ¡Qué hermoso nombre! —Dijo Sanji.
La tormenta de locura y corazones de Sanji fue neutralizada por un fulminante coscorrón que Nami le dio en la cabeza. El chico rubio pasó a segundo plano mientras se frotaba la zona, adolorido.
Todos se fueron presentando, aunque realmente no hacía falta, ya que los conocía gracias a los carteles. Sin embargo, ella no dijo nada en ningún momento.
—Yo soy Monkey D. Luffy, el capitán —dijo, orgulloso.
No resultaba nada amenazante visto así. De golpe, Erial se preguntó si los rumores acerca de esa tripulación no serían falsos. No aparentaban absolutamente nada de lo que se hablaba de ellos.
Y el capitán el que menos.
—Trafalgar Law —dijo el chico de ojos grises, a un lado. Efectivamente, tal y como ella pensaba—. No soy de esta tripulación. Estoy de paso, formé alianza con ellos.
—¡Somos amigos! —Exclamó Luffy, tan contento.
—¡Somos aliados, no amigos! —Gritó Law, haciendo hincapié en la palabra "aliados".
—Para Luffy , las dos cosas significan lo mismo —puntualizó Franky, el enorme cyborg. Seguido de su explicación, se echó a reír.
Erial no dijo nada mientras todos reían y festejaban alegremente. Entre medias, se presentó Brook. De no haberle visto en aquellos carteles de recompensa que parecían más bien los anuncios de un futuro concierto, habría pensado que era un muñeco o algo por el estilo. Lo último que alguien esperaba era que un esqueleto fuese capaz de moverse y hablar. Y ya de paso, formar parte de una tripulación de piratas.
El Rey del Soul se presentó con suma cordialidad, pero estropeó sus modales de una forma similar a la de Sanji.
Le preguntó a Erial sin rodeos, al mismo tiempo que con una solemnidad impropia para la petición, si podría enseñarle sus bragas. Erial se quedó seria y no contestó, esperando inocentemente que estuviera de broma. El capón que Nami le dio en la cabeza confirmó justamente lo contrario, y Brook pasó al grupo de los adoloridos junto con el cocinero.
La chica estuvo unos segundos tratando de entender por qué Brook podría sentir dolor, hasta que imaginó que no obtendría respuesta de ninguna manera. Quizá era mejor no preguntar demasiado.
Ya estando Sanji recuperado del golpe de Nami, alzó una pierna como un bailarín, para darle golpecitos con la puntera del zapato en la sien al único de ellos que no había dicho una sola palabra.
El espadachín, con los brazos cruzados, no parecía tener el menor interés en hablar, pero Sanji se encargó de recriminárselo.
—Tú, preséntate al menos, ¿no? —Le dijo, casi como si le estuviera gruñendo—. Estúpida alga sin modales...
Al principio no sé inmutó, luego apartó de mala gana la pierna de Sanji de su camino casi con un manotazo. Lanzó a Erial la mirada más fría que ella había visto en mucho tiempo y, sin ningún énfasis, dio su nombre.
—Roronoa Zoro.
Sanji chasqueó la lengua.
—No te lo tomes como algo personal, Erial-chan —le dijo el cocinero, haciendo una pausa para darle una calada al cigarrillo—. Es así de mustio con todo el mundo, no solo contigo.
—Que se lo tome como quiera —dijo Zoro, con desgana. Acto seguido le hizo un gesto con la cabeza despreocupadamente a Erial, señalándole al cocinero de forma despectiva—. No le hables más de la cuenta, o se desangrará.
—¡¿EEEEEEEH?! —Protestó Sanji.
En menos de lo que se tarda en parpadear, el cocinero y el espadachín estaban envueltos en una nube de patadas y cortantes sonidos de katanas, acompañados de gritos y toda clase de insultos.
Erial no salía de su asombro. No le daba tiempo a entender una cosa cuando ya estaba sucediendo otra.
—No les hagas caso —le dijo Usopp—. Siempre están igual, ya se les pasará.
Mientras unos peleaban, los otros casi festejaban y pasaban de ellos. Aquello parecía una situación de comedia. Esa tripulación era totalmente algo que se salía de lo que ella había visto hasta el momento.
—¡Oi, Erial! —Le dijo Luffy de golpe—. ¿De dónde eres?
Erial dio un pequeño respingo. Se lo estaba imaginando en verdad, pero no se lo esperaba tan pronto.
—Hace un bochorno espantoso... —se quejó Franky—. Luffy, aquí de pie bajo el sol no hacemos nada, y Erial encima está herida. Vayamos a la sombra antes.
A todos les pareció buena idea, y se sentaron en el banco que adornaba la parte baja de un árbol que había plantado en la cubierta. Erial se acomodó el tridente a la espalda para poder sentarse bien sin quitárselo. Quería tenerlo a buen recaudo y controlado en todo momento.
Agradeció mentalmente que Franky cambiara abruptamente de tema, e imaginó que sería definitivo. No obstante, cuando se sentaron a la sombra, Erial descubrió que no era así.
Toda la tripulación, especialmente Luffy, esperaban una respuesta a esa pregunta. El tener tantos ojos mirándola la puso nerviosa. Nico Robin lo notó enseguida.
—Si es demasiado personal, no es necesario —le dijo, con una sonrisa amable.
Erial miró a Robin y negó con la cabeza. Había algo en esa mujer que le transmitía una paz inexplicable y maravillosa.
Con la cabeza gacha, se pensó una respuesta. No quería ni podía mentirles... Y tampoco quería contar nada.
Law, sentado algo más alejado que antes, la miraba discretamente oculto bajo la sombra de su gorra. Había notado eso desde que despertó, aunque no en todos. Había desconfianza en sus ojos. Y esos segundos de duda, estaban haciéndola crecer exponencialmente. No sabía cuánto tardarían en llegar al próximo puerto, por lo que, lo que menos le convenía era generar un mal ambiente a su alrededor. La travesía, por muy corta que fuese, podría convertirse en un infierno.
Se acomodó, fingiendo dolor y adoptando la pose más modesta posible, encogiéndose de hombros.
—No hay mucho que contar... No soy nadie en especial —contestó al fin—. Solo salí al mar... Ni siquiera soy una pirata.
Parecían sorprendidos. Evidentemente lo estaban. Sus pintas no decían de ella no ser nadie especial. No discutían que no fuese una pirata, pero tenía aspecto de cualquier cosa menos de una persona ordinaria.
—¿Qué te pasó...? ¿Por qué estabas en un trozo de madera a la deriva...? —Preguntó Chopper.
No veía nada de malo en contarles esa parte, por lo que se acomodó contra el respaldo del asiento y se cruzó de piernas.
—No tuvo nada que ver conmigo... —suspiró—. Pero me vi involucrada. Me subí de polizón en el barco incorrecto, y la Marina lo derribó.
La dureza de la mirada de Law mutó y empeoró. Entrecerró los párpados y frunció el ceño, dejando sus iris grises casi completamente ocultos. Sin intercambiar palabra con él, supo lo que estaba pasándosele por la mente.
Un poco más allá, unos ojos verdes también la miraban de manera similar a la de Law. Sanji y Zoro habían dejado de pelear y habían escuchado sus respuestas, el espadachín más de lejos que el cocinero.
Agachó la cabeza. No era nada malo. No era nada malo mientras no preguntasen más.
—Salí al mar a ver mundo —se explicó—. Fue la promesa que le hice a un viejo amigo. No tengo tripulación, ni barco... Ni dinero. Así que, mi única manera de viajar de una isla a otra era meterme en los barcos entre la mercancía... Y contar con que, con suerte, no me viese nadie.
—Una jugada un poco arriesgada... Teniendo en cuenta los mares en los que navegamos —intervino Law, de golpe.
—Pero tampoco le ha pasado nada... —dijo Luffy, recostándose cómodamente contra la pared y quitándole importancia; le había entusiasmado el ánimo de Erial por ver mundo.
—Derribaron el barco en el que iba y lo destrozaron, ¿eso te parece nada? —Protestó Nami.
—¡Pero fue la Marina, no los piratas! —Justificó Luffy.
—Creo que lo que Luffy intenta decir es que, aunque haya pasado por eso, está sana y salva —añadió Robin, con diplomacia. En verdad ella sabía que Luffy no había querido decir eso.
—Estoy de acuerdo —dijo Sanji, poniéndose en pie. Había estado en cuclillas—. Y estando a la deriva vete a saber cuánto, imagino que debe de estar muerta de hambre. Y ya que ha sobrevivido a un bombardeo, sería una pena que se nos muriera de hambre. Mientras yo esté aquí, eso no sucederá jamás, Erial-chan.
Acto seguido, le hizo un gesto para que le siguiera hacia la cocina. Erial dudó, pero al final obedeció. Zoro chasqueó la lengua, no se sabía bien si por lo empalagoso que resultaba el cocinero, o por otros motivos.
Los demás decidieron esperar fuera, hablando animados sobre la chica, su aspecto y toda clase de teorías acerca del lugar del que vendría.
A Law aquel tema no le parecía nada divertido. Y a cierto espadachín de pelo verde tampoco.
Sanji preparó algo sencillo y suave. Invitó a Erial a sentarse a la mesa, mientras él se disponía a ir hacia los fogones. Se veía a un lado una pila entera de platos secándose al aire, los platos que había usado el resto de la tripulación mientras comían.
De repente, la inundó un malestar sumamente incómodo y, sin casi darse cuenta de lo que hacía, se puso en pie para tratar de ayudar a Sanji.
El cocinero se giró y negó rotundamente con una mano.
—¡Ah, ah, ah, ah! —Dijo para detenerla—. De esto me encargo yo. Déjamelo a mí, Erial-chan. Tú solo espera y siéntate tranquila, no te preocupes.
La chica obedeció y volvió a sentarse, metiendo la cara hasta el fondo de su buff para disimular el sonrojo, ahora que Sanji estaba de espaldas.
Definitivamente tenía que bajar en el siguiente puerto que pisaran. Tenía que irse... Se conocía mejor que nadie y no quería pasar por algo así otra vez.
No tenía por qué pasarlo, se dijo. Ellos eran piratas con sus preocupaciones y motivaciones. Seguramente estarían deseando ellos también que se marchara de su barco. No podía dejarse engañar por tanta hospitalidad. Eso no significaba nada...
Un plato humeante apareció ante sus ojos. Parecía una tortilla, de un color amarillo casi sin imperfección alguna, y varias cosas más pasadas a la plancha que juraría nunca haber visto.
Cuando sus ojos se posaron en el plato, sus pensamientos pusieron inevitablemente un punto y final, al menos por el momento.
—Espero que te guste, Erial-chan —le dijo Sanji, quedándose de pie junto a la isla de la cocina—. He pensado que es mejor que comas algo ligero. También recomendación de Chopper... Ya tendré tiempo de prepararte los platos que más te gusten.
El cocinero le dio una calada al cigarrillo y soltó el aire despacio, desdibujando la silueta de su cara entre humo por unos segundos.
Erial se quedó tan sorprendida con la comida como con lo último que Sanji le había dicho.
Cuando empezó a comer, fue cuando se dio cuenta realmente del hambre que tenía. Contuvo sus ganas de devorar el plato, como siempre, para poder disfrutarlo y saborearlo.
Para ser algo tan sencillo, que había preparado tan deprisa, era una auténtica exquisitez. Era como si Sanji hubiese hecho magia con la comida. Tenía su punto justo de sal, pero un regusto dulce a la vez. Todo era tan suave como parecía, todo estaba cocinado con un mimo abrumador, tanto que daba incluso pena destrozar la composición del plato.
Antes de lo que le hubiera gustado, Erial vio la porcelana del plato vacía y sintió lástima. Se sintió casi como cuando era pequeña... en cierta manera. Mirando un plato vacío que no había querido que se acabase tan pronto.
Sanji se lo quitó de delante y se lo llevó a la pila para lavarlo, con una sonrisa. Erial se quedó allí, casi con ilusión infantil. Hacía muchos años que nadie había cocinado para ella con ese mimo y cuidado. Hacía mucho, en verdad, que nadie la miraba de la forma que muchos allí a bordo lo habían hecho en pocos minutos.
Entonces, su rostro se ensombreció de golpe y el verde de sus ojos casi se apagó por un momento.
Era justamente eso... se dijo. Era justamente lo bien que se conocía a sí misma como para saber lo que sucedería si no se iba. Siendo tan pronto... y ya la habían hecho sentir tan bien, por algún motivo...
Se puso de pie, mientras Sanji se secaba las manos con un paño.
—Gracias, Sanji. Estaba delicioso —le dijo.
Sanji casi se volvió loco con aquella frase, pero Erial hizo un esfuerzo por no mirar atrás y hacer cualquier otra cosa más efusiva.
Salió de la cocina y se topó con el resto de la tripulación, ya más desperdigada que hacía rato.
Nada más la vieron aparecer en la cubierta, Luffy la llamó a lo lejos para hacerla ir hasta allí. Con él estaban Brook, Nami y Usopp.
El capitán ni siquiera esperó a que estuviese cerca de ellos para gritar lo que le iba a decirle. Cosa, que hizo pensar a Erial en por qué ir en primer lugar si se lo iba a decir a voces desde el otro lado del barco. Igualmente, se acercó al grupo.
—¡Oi, Erial! ¡Únete a mí tripulación! —Exclamó, haciendo que la chica dejase de caminar y se quedara momentáneamente bloqueada en el sitio.
Usopp hizo algunos aspavientos con las manos y Brook le chistó.
—Luffy-san, no seas tan directo —le dijo el esqueleto.
—Eso no es lo que le íbamos a proponer —explicó Nami.
—¡No importa! ¡Se parece mucho! —Contestó el capitán—. Además, si ella quiere...
Cuando Erial ya estuvo cerca del grupo, fue la navegante la que continuó la explicación, en vista de que Luffy iba a enredarlo todo mucho más aún.
—Hemos pensado que, ya que tú quieres recorrer el mundo por esa promesa que hiciste y nosotros viajamos hacia la última isla del Grand Line... Bueno, pasaremos por muchas más islas por el camino —empezó Nami.
—Vamos a hacer más o menos lo mismo —dijo Usopp, guiñando un ojo—. Por lo que... ¿qué tal si te quedas y viajas con nosotros?
Erial abrió los ojos como platos. Los presentes la miraban expectantes, con un ánimo que pocas veces había visto en nadie.
Ese entusiasmo en sus ojos -incluso en las cuencas vacías de Brook-, debilitó sus esquemas por completo. Ella tenía otros planes, pero de golpe, el dar un no como respuesta le parecía completamente imposible.
—Será divertido —dijo Luffy, con una sonrisa.
Al final, las barreras de la chica se vinieron abajo con mucha más facilidad de la que esperaba.
—Lo que menos quisiera es suponer una molestia... —dijo tímidamente.
—¡En absoluto! —Exclamó Nami rápidamente—. Puedes quedarte el tiempo que quieras.
—Además, aquí no te vas a aburrir nunca —añadió Usopp.
—¡Yohohohohohohoho! —Rió Brook.
Ni siquiera fue consciente del momento en el que aceptó navegar a bordo de su barco. Ni siquiera a la velocidad a la que había ido todo, ni el afán que demostraban, sin conocerla, en integrarla en su grupo.
Era una sensación cálida y halagadora, que en lo más hondo de su corazón, la llenaba de felicidad. Le hacía tener ganas de volver a sonreír. Sonreír como en aquel tiempo en el que lo hacía siempre.
Pero por otro lado, era abrumador.
Después de aceptar navegar con ellos, se fue a una esquina del barco. Se sentó en una de las barandillas en las que ahora daba la oscilante sombra de una de las velas. Al poco rato se recostó.
Quería sentirse así cada día, ser feliz... pero no podía quedarse.
No podía pasar por lo mismo una vez más.
¡Siento mucho la tardanza brutal de las actualizaciones de este fic!
Para reescribirlo, decidí hacerlo en un orden distinto al de la primera vez, y he estado un par de meses trabajando en el pasado de la protagonista, para poder entenderla mejor y que resulte un personaje como Dios manda.
Ahora que por fin he terminado esa parte, ya me veo capaz de seguir con el resto de la historia por lo que, esperad más actualizaciones muy pronto ^^. Eso sí, irán lentas, pero no tanto como esta última xD
Gif suculento de Law...
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