Tu cabello


Poco más de once años:

—Hola, Bruno —saludó Stefany al subir a la camioneta junto con los mellizos.

—Odio tener que esperar a que venga por nosotros; si podemos volar, llegaríamos más pronto —comentó Curiel, acomodándose en el sillón de en medio.

—Ya sabes por qué; tenemos que respetar las reglas para no poner en riesgo a la familia —respondió Gaia.

—Qué aburrido. —El chico se puso los audífonos y comenzó a jugar con su celular.

Bruno observó a Gaia con rareza.

—¿Qué me ves? Solo me pinté el cabello. ¿Por qué todos me ven así?

Él sonrió, su móvil comenzó a sonar y contestó con la pantalla de la camioneta.

—Buen día.

—Hola, Bruno, ¿ya recogiste a los niños?

—Sí, señora Melissa. Vienen aquí conmigo.

—Excelente. ¿Quieres pasar por mí? Algo le pasó al auto. Ya se lo han llevado a reparar, pero no me quiero ir en taxi.

—Claro, señora. Ya vamos para allá. Le aviso cuando llegue.

—Vale. Adiós.

Una vez que llegaron al estacionamiento del hospital, los cuatro esperaron. A los minutos, un hombre en un auto de reciente modelo se estacionó frente a ellos. Las jóvenes rápidamente notaron su presencia; salió del coche y su larga cabellera negra y lacia se hizo notar sobre su espalda.

Los ojos de Gaia se abrieron aún más al reconocer a ese hombre.

—Es el hijo del doctor Raziel; estoy segura —dijo en susurro mientras se pegaba más a la ventana—. ¿Será que viene a buscar a su padre?

—Él también trabaja aquí. Regularmente trabaja los fines de semana, pero a veces viene entre semana por alguna cirugía importante.

—¿Cirugía?

—Sí. Aparte de ser genetista, igual que su padre es uno de los mejores cirujanos obstetras del país. A veces él nos acompaña a comer a mamá y a mí en la cafetería del hospital cuando voy a hacer servicio comunitario.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Por qué no me habías contado eso?

—Porque nunca has querido ir. Además, todos saben que mamá y él son muy amigos; no sé por qué te sorprende.

—¿Y qué es lo que haces exactamente ahí? —preguntó con gran interés.

—Servicio comunitario; ya te lo había dicho, pero nunca prestas atención. En el hospital «Una Sonrisa de Esperanza» repartimos comida a los familiares de los niños enfermos, les prestamos cobijas por las noches o festejamos el cumpleaños de los pequeños pacientes, entre otras cosas. A veces, mamá también me pide que les ayude a revisar documentos sobre los estudios socioeconómicos.

—Oh, creí que todo era en el hospital del señor Raziel.

—Como crees, ahí no lo necesitan. Es para pura gente adinerada. Mamá, con la ayuda del doctor Raziel, crearon el hospitalito para mujeres embarazadas y niños de familias de bajos recursos. Por supuesto, el joven Scott da su apoyo como especialista.

—Entiendo. ¿Crees que pueda ir a ayudarles este fin de semana?

—Claro. El que mamá sea la jefa de la pequeña asociación y que nuestros padres sean los que en su mayoría financian los gastos, nos da grandes ventajas.
🖤🖤


—Estoy muy contenta de que Stefany te haya convencido de ayudar, aunque sinceramente me sorprende que tu padre te dejara venir —comentó Melissa.

—Tuve que convencerlo con un par de lágrimas.

—Seguro no puede resistirse a las lágrimas de sus hijos y a las de su mujer. Bueno, las dejo; tengo muchos asuntos por atender. Mi amor, les mando un mensaje para comer.

—Sí, mamá —respondió Stefany.

Melissa besó la frente de su hija y luego la de Gaia. Las dos jóvenes se dirigieron con quien coordinaba a las chicas que prestaban el servicio comunitario.

Después de un rato de trabajo, Gaia por fin vio pasar por un pasillo el motivo por el que estaba ahí. Decidida de no perder su oportunidad para hablar con él, lo siguió, guardando una distancia prudente para esperar el momento adecuado y acercarse. El aroma que desprendía al caminar le provocaba un enorme deseo de ir hacia él; era suave y fresco como la menta.

Llevaba su clásica bata blanca de médico y su cabello negro hacia contraste con el color de su uniforme. Cayó en cuenta que no había visto a un hombre con ese largo; incluso su tío Isaías no lo tenía así.

Su caminar con la espalda recta junto a su semblante serio le daba un porte imponente. Intentó recordar la última vez que lo vio y cayó en cuenta de que ya hacía muchos años. Seguramente ya no la reconocería; sin embargo, él estaba igual. Era claro que su condición de híbrido lo favorecía; se veía como un hombre de no más de 30 años.

Lo vio entrar a una habitación; su corazón comenzó a latir a toda velocidad. Los nervios la hacían dudar, pero no se dejó inmutar. Con decisión, entró a la habitación y lo vio revisando el expediente de una mujer que hacía recostada en su cama con el vientre expuesto, claramente con un embarazo avanzado.

Con la adrenalina al tope, se acercó a él.

—Hola, perdón por molestar; pero es que me he perdido y...

—Ese color de cabello te hace ver mayor. Opaca la esencia tan peculiar que posees —dijo sin mirarle e interrumpiendo lo que intentaba decirle.

—¿Disculpa?

Él levantó la mirada, clavándola en los iris azules de Gaia.

—Incluso tus ojos se ven más oscuros.

—Mi... madre —titubeó—. Dice que me queda bien.

—¿Elizabeth?

Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios y volvió a bajar la mirada a los documentos.

—Ella siempre es tan ingenua; cree que puede esconderte con tan solo cambiar el color de tu cabello.

Ella sintió como el calor la envolvió; sus mejillas se tornaron rojas y su corazón golpeaba con fuerza su pecho.

Él volvió a levantar la mirada y notó el sonrojo en su rostro.

—Disculpa; creo que ha sido inapropiado mi comentario. No quise incomodarte. Perdón, ¿qué me decías?

—Bueno, es que... yo... aah—titubeó de nuevo—. Me he perdido y no encuentro la salida.

—Y por qué no llamas a la hija de Melissa; ella conoce muy bien el hospital.

—Bueno, es que olvidé mi móvil.

Los ojos con heterocromía viajaron a la bolsa del pantalón de Gaia, dónde se asomaba una parte de su celular. En un acto inconsciente, ella con rapidez bajó su mano intentando ocultarlo.

—Hay, no; mejor me voy.

La joven se dio la vuelta y salió a grandes sacadas de la habitación.

Él solo la miró marcharse, confundido, arrugó el entrecejo.

Ella buscó a Stefany hasta que la encontró.

—¿Dónde estabas? —preguntó su prima. Rápidamente se dio cuenta de lo ansiosa que estaba—. ¿Qué te pasa; qué tienes?

—Soy una idiota; solo hago el ridículo.

—¿De qué hablas?

—Olvidalo, me doy pena.

Las dos siguieron haciendo lo que se les encargó. Al mediodía, Melissa les llamó para ir a comer. Una vez ya en la mesa, llegó Scott, saludó con cortesía y se sentó en medio de Melissa y Gaia.

—¿Cómo va todo? —preguntó Melissa a él.

—Tengo una cirugía en 30 minutos, así que tengo 10 minutos para comer algo.

—Excelente.

Stefany miraba en repetidas ocasiones a su prima, había notado su nerviosismo.

—¿Estás bien? —preguntó bajo.

—Sí, no te preocupes —respondió de la misma manera y le dio una ojeada a Scott.

Él comía sin prestar atención a su presencia. Mantenía la misma postura recta incluso para comer. Observó sus manos; no se quitaba los guantes de tela ni para comer, pero aún así manejaba los cubiertos desechables con suma delicadeza.
🖤

El siguiente fin de semana no lo vio. Por la tarde, los mellizos y su prima fueron llevados por su chófer a la librería. Gaia se separó un poco de Stefany y de Curiel buscando a su autora favorita: Cauretina. Ella gustaba de las historias de época. Intentaba alcanzar el tomo más nuevo: Valko, Cenizas color plata.

Se paró de puntitas y se estiró un poco, pero le fue inútil; las yemas de sus dedos solo rozaron el ejemplar. Una mano por detrás de ella lo tomó; se dio la vuelta y miró a un hombre que llevaba una sudadera con el gorro puesto; debajo salían algunos cabellos blancos, ligeramente ondulados. Sus ojos grises al instante se encontraron con los de ella. La similitud a su tío Isaías la puso alerta. Lo vio bajar la mirada para ojear el libro en sus manos y una media sonrisa se formó en sus labios.

—Interesante gusto —dijo y le entregó el libro.

—Gracias.

—No me gusta el color de tu cabello, Gaia; luces tan básica.

—Ah, bueno, qué lástima que no le guste, pero me importa una mierda. Será mejor que me vaya.

Él la tomó del brazo para detenerla y ella se tensó.

—Tranquila, no voy a hacerte daño.

—Suéltame, sé quién es usted.

—¿Y quién soy?

—Eres un arcángel.

—Sí, lo soy, y tú eres una de nosotros; tú eres nuestra reina, como las de esas historias. Del otro lado de la sombra de este mundo, hay un palacio enorme que espera por la madre de nuestro imperio, por el arcángel dorado más hermoso.

Como si el gris de su iris tuviera una especie de poder, ella se quedó inmóvil mirándolos. Él la soltó del brazo y acarició su mejilla; una luz salió de su mano y la envolvió, sintió una energía cálida que recorrió su cuerpo y su cabello volvió a tomar ese color plateado.

Él se inclinó un poco y hundió su nariz en su cuello.

—Tu aroma es exquisito; ya estás casi lista. Te has vuelto tan hermosa; no cabe duda que llevas el abolengo de un arcángel supremo. Pronto vendré por ti, mi hermosa emperatriz.

Volvió a inclinarse y unió sus labios a los de ella en un rápido beso. Las mejillas de Gaia se tornaron rojas e intentó decir algo, pero no pudo.

Se reverencio, le dio la espalda y comenzó a caminar entre los pasillos llenos de libros, topándose con el joven Curiel. Al verlo el joven preocupado corrió en busca de su melliza.

—Gaia, ¿estás bien? ¿Qué le pasó a tu cabello? ¿Por qué ha vuelto a su color?

—No lo sé, pero estoy bien —respondió con la mirada aún fija en dónde se había ido aquel extraño.

—Estoy seguro que vi a un arcángel.

—Sí, estuvo aquí y no me ha hecho daño.

—Recuerda lo que dijo tío Isaías; ellos son muy peligrosos.

—Pues, no lo fue conmigo —dijo aún confundida.

Ella caminó y pasó por un lado de su hermano para ir a la caja, donde ya los esperaba Stefany quien también notó el cambio de color de su cabello y su expresión pensativa.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación.

Ella asintió con la cabeza, pero su mirada aún estaba perdida en pensamientos.

—Vamos a casa.

Gaia siguió a su hermano y a su prima en silencio, con la mente aún ocupada en el extraño encuentro con el arcángel.

¿Qué significaba todo eso? ¿Por qué la llamó "reina" y "emperatriz"? Las preguntas se acumulaban en su mente. Al parecer había algo más que sus padres no le habían dicho.

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