Miedos y confusiones
Melissa se recargó en la silla del escritorio principal de la sala de emergencias. Miró la hora en su celular y soltó un bostezo, pero alguien lo interrumpió metiendo un dedo en su boca y sacándolo rápidamente.
Ella se giró en la silla y observó a Scott. Él soltó una risa muy sutil. A ella le pareció muy atractivo escucharlo, ya que no era algo común en él.
—¡Oye!
—¿Tuviste guardia?
—Sí, ya casi voy a casa.
—Bien, te traje café —puso el vaso en el escritorio—. Sin cafeína para que puedas dormir.
Le sonrió, y Melissa lo miró extrañada, notando un brillo diferente en sus ojos bicolor.
—¿Qué te pasa? ¿No vas a morir, verdad?
—No, ¿por qué?
—Estás feliz, y eso no es algo normal en ti. ¿O será que estás enfermo?
Melissa se levantó y lo empujó, obligándolo a sentarse. Lo tomó del rostro y lo miró con atención, pero sus ojos se abrieron aún más. Se tapó la boca por la enorme sorpresa que se llevó.
—No lo puedo creer. ¿Quién es?
—¿Quién es qué?
—¿Quién es la mujer que se atrevió a fornicar con el témpano de hielo del doctor Scott
—¿Qué?
—Niégame que eso es un chupetón —señaló con el dedo acusador una marca en su cuello, cerca de la clavícula.
Scott se levantó rápidamente, acomodándose el cuello de la bata y su rostro cambió al clásico semblante gélido.
—Creo que es hora de irme. Espero que descanses. Nos vemos luego.
Melissa rió divertida al verlo salir despavorido. Dio un trago a su café y esperó la hora de salida.
Una hora después, llenaba algunos documentos. La puerta de entrada de la sala de emergencias se abrió, llamando la atención de una joven enfermera junto a ella.
—¡Uy! Yo quiero atender a ese papucho —dijo con una sonrisa pícara.
Melissa, sin mirar, soltó una risita.
—¿Qué no ibas a salir con Javier?
—No, ¿cómo crees? Él es un viejo verde. Yo quiero un hombre joven y vigoroso como esa preciosura. ¡Madre mía! ¿Cómo puede haber cosas tan ricas en este mundo? Y yo sin poder comerlas. ¿Qué buscas, amor mío? Ven, yo te puedo ayudar. ¿Será pariente del doctor Raziel? —dijo en voz baja.
Melissa volvió a reír y levantó la mirada para ver al joven deslumbrante. La sonrisa se le borró al ver que era Isaías.
—Es mi esposo —comentó, volteando a ver a la joven.
—¿Qué? Es una broma, ¿verdad?
—Es mi esposo y se llama Isaías —Melissa levantó la mano y lo saludó desde adentro. Él sonrió e hizo lo mismo.
—Lo siento, doctora. Es que... ¿cómo iba yo a saber? Él se ve muy joven y usted... No, no me malentienda, es que... —titubeó—. Ay, Dios, mejor me voy. Tengo unos pacientes que revisar.
La joven salió casi corriendo. Melissa terminó de llenar los papeles y los guardó en una carpeta. Se dirigió a la salida, donde la esperaba Isaías. Al verla llegar, él caminó hacia ella, la abrazó por la cintura y la levantó del piso.
—Te he extrañado mucho, mi diosa. Odio cuando tienes guardia de noche. La cama se siente muy fría.
Melissa sonrió y lo besó en los labios, pero algo la hizo mirar a su alrededor, dándose cuenta de que muchas personas los observaban.
—Bájame, las personas nos miran.
—¿Y eso qué?
—Soy una importante doctora y tengo que comportarme.
—Está bien, doctora Melissa.
Él la bajó, tomó su mano y fueron hacia el auto. En el camino, Melissa se miraba en el espejo mientras Isaías la observaba de reojo.
—¿Pasa algo, mi diosa?
—No, ¿por qué?
—Estás demasiado callada.
—Nada importante.
—Yo creo que sí es importante, porque te tiene muy pensativa.
—Ahora no quiero hablar de eso. Tengo un poco revuelta la cabeza. Hablemos en casa.
—Claro —él le dedicó una sonrisa y puso su mano sobre la de ella, que descansaba en su pierna izquierda.
En todo trayecto continuaron en silencio. Al llegar, Melissa fue directamente a la habitación. Isaías la siguió. Ella dejó su bolso sobre el tocador y se miró el rostro en el espejo por más de un minuto. Isaías la observaba, recargado en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
—Voy a inyectarme bótox... No, mejor me haré un estiramiento facial.
—¿Por qué? ¿Quién te metió eso en la cabeza?
—Nadie, me he dado cuenta de que la gente nos mira. Me estoy haciendo vieja y tú sigues igual. Ya soy una cuarentona y tú pareces de 25. ¿Sabes lo horrible que se ve eso?
—Me gustan las cuarentonas; son las mejores en la cama —dijo con una sonrisa pícara. Caminó hacia ella, pasó las manos por debajo de sus glúteos y la volvió a levantar.
—Es en serio. Me convertiré en una anciana y tú seguirás igual.
—¿Y eso qué? Eres mi esposa, y así te voy a amar.
—¡Bájame y escucha lo que te estoy diciendo! Voy a ser una maldita anciana arrugada y no serviré para nada. ¡Tendrán que cambiarme el pañal porque ni siquiera seré capaz de ir al baño!— Él frunció el ceño y obedeció.
—¡Escucha tú también! ¡Que no me importa si tengo que cuidarte y hacer eso, carajo!
—No, por favor, no sería capaz de hacerte eso. Me dejarás ir a un asilo y buscarás a una bella joven de tu mundo.
—¿De qué hablas?
—Prométeme que en unos años más me llevarás a un asilo. O, si muero, te buscarás una bella joven.
—Tal vez muera yo primero.
—Solo promételo.
—No haré eso.
Melissa se sentó en el borde de la cama y comenzó a llorar.
—No me perdonaría si te hago pasar por eso. Tienes que prometer que me dejarás ir. Por favor.
Isaías soltó un suspiro, se acercó a ella y dobló las rodillas, apoyando una en el suelo para estar a su altura.
—Mi diosa, no hables de eso. Cuando llegue el momento, ya lo hablaremos y tomaremos una decisión junto a nuestra hija.
—No, Isaías. Tienes que respetar mi deseo para que pueda estar tranquila.
—De veras que eres terca, Melissa. ¡Bien, lo haré! ¿¡Feliz!? —alzó la voz y se puso de pie.
—Es enserio.
—¡Por Celeste! —dijo frustrado mientras pasaba la mano por su cabello y le daba la espalda—. ¿¡Sabes qué me molesta más!? Que tú creas que soy un imbécil y que no tenga en cuenta eso. Yo te elegí como mi esposa sabiendo lo efímera que es tu vida y las distintas etapas. Por eso, cada momento que estoy a tu lado intento que sea especial para ti. Sé que llegará el momento en que te marchitarás, en que tendré que sostener la cuchara para alimentarte y cubrir tus piernas con una frazada. Pero no me importa. No pienso permitir que me arrebates esa etapa de tu vida. Te guste o no, pienso estar ahí cuidándote hasta el último momento. Y eso no lo decides tú, porque yo lo decidí desde el momento en que te tomé como mi compañera. Llevas toda tu vida rodeada de seres de Celeste, y aún no te das cuenta de que no somos como los humanos. Nosotros nos enamoramos de las almas, no de los cuerpos. ¡Entiéndelo de una vez, maldita sea, Melissa!
Ella levantó el rostro para mirarlo, y las lágrimas caían por sus mejillas.
—¿Será que existen los vampiros? —comentó y soltó una risa entre lágrimas.
Él también sonrió. Tomándola de las manos, la obligó a levantarse. La abrazó y volvió a levantarla. Ella rodeó su cintura con las piernas, y comenzaron a besarse con la enorme pasión y adoración que sentían el uno por el otro. Él la recostó en la cama y empezó a desabrochar su blusa.
—Yo solo quiero que mi diosa me dé un poco de amor y me deje tomarla todos los días hasta que ya no pueda más.
Ella lo tomó de cada lado del rostro y besó su frente con ternura.
—¿La niña no está?
—No, se ha ido a la universidad.
—Bien, entonces quiero que me hagas gritar como una actriz porno.
—Lo que desee mi diosa.
Sonrió malicioso y sin dudarlo le quitó el pantalón y luego rompió su ropa interior, se inclinó hundiéndose en lo más íntimo de su amada.
***
Gaia mordía su lápiz junto a Stefany, ambas sentadas en el césped del jardín de la escuela.
—¿Ya me vas a contar?
—¿Qué?
—Sobre Sc...
—¡Shh! No digas su nombre —la interrumpió con rapidez.
—No ha pasado nada.
—Bien, si no quieres decírmelo... No soy como tú, no lo usaré en tu contra. La verdad, ni me importa. —Stefany se levantó y comenzó a caminar.
—¿Adónde vas?
—Voy a la cafetería.
Gaia se dejó caer por completo en el pasto. La luz del sol lastimaba sus ojos azules, así que se giró de lado. Mientras tanto, observó cómo dos hombres y una joven se acercaban. Se reincorporó, y su atención se fijó en la joven, quien vestía algo muy similar a la indumentaria árabe: llevaba un vestido negro largo y un hijab que cubría su cabello. Los tres mantenían sus miradas clavadas en ella.
Cuando estuvieron más cerca, Gaia sintió un escalofrío; no eran humanos, eran demonios.
—Levántate —dijo uno de los hombres mientras el otro se posicionaba detrás de ella y acercaba la punta de una daga a su nuca.
Ella obedeció y comenzó a caminar hacia la salida del plantel.
—¿Qué quieren?
—Camina y no hagas algo estúpido.
La llevaron al estacionamiento, donde la obligaron a entrar en un auto. Gaia ocupó el asiento del pasajero junto al demonio que la amenazaba con la daga. La joven del hijab se sentó en el asiento del copiloto. Gaia notó que esta última parecía muy nerviosa; sus miradas incluso se cruzaron varias veces.
Cuando el auto estaba a punto de arrancar, un golpe rompió el cristal de la ventana junto al demonio que custodiaba a Gaia. Los fragmentos volaron por todas partes. Una mano lo tomó con fuerza y lo lanzó al suelo con violencia.
Al ver eso, la joven demonio salió corriendo aterrorizada. Antes de que Gaia pudiera reaccionar, alguien la jaló del brazo, sacándola del auto. La sostuvo por la cintura y la elevó en el aire con la ayuda de unas enormes alas doradas. Gaia soltó un grito asustada.
—Tranquila, pequeña emperatriz. Estás a salvo.
Gaia levantó la mirada y reconoció al arcángel de la librería. Él la llevó de regreso al plantel, depositándola con suavidad en la parte trasera de una de las canchas deportivas, donde en ese momento no había estudiantes.
—Me has ayudado... gracias —dijo ella, aún temblando.
—No te preocupes. Sé que tu familia te ha llenado la cabeza con cosas negativas sobre nosotros y entiendo que estés a la defensiva. Pero tranquila, no es mi intención hacerte daño. Solo disfruto mirarte de vez en cuando.
Le dedicó una sonrisa, Gaia no pudo evitar sonrojarse.
—Iré a buscar a esos malditos para asegurarme de que no vuelvan a molestarte. Me alegra verte bien.
—Gracias —susurró ella, apenas audible.
El arcángel volvió a sonreír, acarició su mejilla con delicadeza y comenzó a alejarse, dejando a Gaia con el corazón latiendo a mil por hora.
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