Cuando el alma duele parte: 5
El rechinido de los escalones advirtió la presencia de Ezequiel en aquel sótano, bajo su residencia. Scott lo miró de soslayo y luego regresó la vista a la joven demonio que tenía frente a él.
—¿Ha dicho algo?
—Nada que nos sirva —respondió Scott.
La chica permanecía sentada en una esquina del lugar, abrazando sus rodillas y, en ocasiones, ocultando el rostro en ellas. Su largo cabello castaño y lacio, cubría su espalda y sus brazos como un suave velo de seda. Sus pequeñas alas estaban expuestas; la derecha tenía cicatrices que evidenciaba que había sido rota y cortada. Estaba ligeramente deforme por falta de atención médica en su momento.
Ezequiel hizo un leve movimiento de cabeza dirigido a un híbrido que estaba junto a ella.
El hombre la tomó del cabello y la jaló, obligándola a ponerse de pie. Ella soltó un jadeo, apretó los ojos y se aferró a la mano de su agresor.
Ezequiel la sujetó por la mandíbula con agresividad y acercó su rostro al de ella.
—¿Dónde está mi hija? —preguntó.
—No lo sé —respondió sin mirarlo.
—¡Mírame cuando te hable!
Levantó la voz, y ella, de inmediato, abrió sus enormes ojos verdes y los cruzó con los azules de Ezequiel.
—No te hagas la estúpida. Sé que intentaron llevársela y que la vigilaban. ¿Por qué?
—Porque Raiver decía que si se la llevábamos a los arcángeles dorados, podríamos usarla como intercambio por su pareja y mi madre. Pero nuestro plan se echó a perder cuando nos dimos cuenta de que ellos ya la protegían. Nos atacaron cuando intentamos llevarla con nosotros, y yo salí corriendo, apartándome de ellos. Desde entonces, no volvió a verlos. Ya se los he dicho una y otra vez. Créame, señor, digo la verdad.
— ¿Dónde se esconden?
—No lo sé.
—Aún no lo has entendido, ¿verdad? Si no cooperas, morirás.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la joven. Desvió la mirada hacia un lado, evitando el frío contacto visual con Ezequiel.
Él la soltó y dio unos pasos hacia atrás, quedando a un lado de Scott. Cruzó los brazos e hizo otro movimiento de cabeza.
Su subordinado le propinó una fuerte bofetada que la hizo caer. La tomó del cabello, la levantó de un tirón y enseguida la golpeó otra vez. Esta vez, la joven se estrelló contra la pared. Quedó frente al frío muro, apoyando su frente contra él mientras lloraba en silencio.
El hombre la sujetó del brazo, la giró y luego la tomó del cuello, apretándolo con fuerza.
—¿Vas a hablar o quieres que te siga golpeando?
La chica soltó un quejido ahogado. Apretó los ojos mientras las lágrimas seguían corriendo por su rostro.
—Lo... ss... —intentó hablar sin aliento.
El hombre la soltó y ella cayó de rodillas, tratando de recuperar el aire.
—Lo siento... lamento no ser útil para ustedes —dijo en dirección a Ezequiel y Scott.
El híbrido junto a ella le dio una fuerte patada, haciéndola caer al suelo por completo. La joven se acurrucó en posición fetal.
Ezequiel soltó un suspiro, se dio la vuelta y se dirigió a la salida.
—Déjala ya. Solo mantente atento —ordenó Scott antes de seguirle el paso a Ezequiel.
Una vez que salieron del sótano, se dirigieron a la sala principal de la casa. Al llegar, Ezequiel detuvo su paso al encontrarse con una escena que le comprimió el corazón: Elisabeth lloraba en silencio mientras abrazaba a su hijo, dándole consuelo.
Stefany dormía en el sillón, su cabeza descansaba sobre las piernas de Ashley, quien le acariciaba el cabello blanco con delicadeza.
Elizabeth levantó la mirada y su ceño se frunció. La furia al ver a ese hombre que en el pasado le habia hecho tanto daño, la impulsó a levantarse y atacarlo, provocándole un profundo rasguño en el rostro con sus garras.
—¡No...! ¡Mi hija no! ¡Solo haces daño! —gritó mientras su hijo intervenía para detenerla.
—Mamá, tranquila.
Ezequiel la envolvió en sus brazos, y ella, sin poder contenerse, rompió en llanto sobre el pecho de su esposo.
—La encontraré y la traeré de vuelta a casa, así como lo hice contigo. Te lo prometo —susurró muy cerca del oído de su mujer.
Scott, al ver la escena frente a él, siguió su camino. Sacó un pañuelo del bolsillo de su saco y limpió la sangre que escurría de su mejilla mientras salía de la residencia.
***
—Pequeña madre, lamento mucho lo sucedido. No debía hacer enojar al joven supremo —dijo la anciana mientras hundía un pedazo de tela en un recipiente con agua.
Gaia, sentada en el borde de la cama con la mirada clavada en la nada, ignoró sus palabras. La mujer se acercó y comenzó a limpiar sus heridas. El ardor en su rostro la hizo reaccionar, rodando los ojos hacia quien tenía enfrente.
—Si no me hubieran bloqueado el poder, los mataría a todos.
—Sé que es difícil y que no lo entiende ahora, pero usted es muy importante para este mundo. Usted nació para estar aquí.
—Por mí, este mundo y todos ustedes pueden irse al infierno. No, es mi problema.
—No tiene opción. Negarse solo le hará mas dificil todo.
—Juro que si llego a tener un bebé de ese monstruo, me mataré antes de parirlo.
—No diga eso. Si la escucha, volverá a golpearla.
Gaia se levantó y golpeó la mano de la anciana, haciendo que soltara el pedazo de tela.
—¡Quiero darme un baño y quiero quitarme esto!
Como si entrara en pánico, se arrancó el vestido y se quitó de su cabello unos adornos dorados, quedando desnuda.
—¡¡¡Quiero lavarme!!! —gritó histérica.
Una tos incontrolable comenzó a atacarla, impidiéndole respirar. Seguido de fuertes arcadas, y sin poder controlarse, el vómito salió disparado. Se inclinó para desahogar todo lo que su cuerpo rechazaba.
La anciana, preocupada, salió en busca de ayuda. Gaia quedó de rodillas, intentando recuperarse. Como si algo la golpeara, respiró hondo.
Ahí, inmóvil, en el frío suelo y de rodillas, abrazando su propio cuerpo, sollozó y, por fin, se permitió llorar. Lloró tan fuerte que su llanto resonó por todo el lugar. El dolor que sentía era tan profundo que le calaba hasta el alma. No sabía cuánto más podría aguantar antes de que los arcángeles terminaran de romperla.
—Papá, mamá, Curiel, ¿dónde están? ¡Lo siento mucho! ¡Scott, vengan por mí! Por favor... —murmuraba en un llamado desconsolado.
***
El silencio de la noche hacía que los pensamientos de Ezequiel resonaran aún más fuertes en su cabeza. La impotencia de no poder hacer nada lo carcomía. Desde el balcón de su residencia, observaba atentamente la arboleda frente a él, como si en algún momento fuera a encontrar una respuesta en ella.
— ¿Cómo está tu madre? —preguntó sin mirar atrás al sentir la presencia de su hijo.
—Se ha quedado dormida. Estaba muy cansada, no había parado de llorar desde que desapareció Gaia y murió tía Melissa —respondió el joven Curiel, deteniéndose en el marco de la puerta.
— ¿Le dieron los tranquilizantes que trajo Raziel?
—Sí... Papá, tengo que decirte algo.
—Te escucho.
—Papá... yo sabía que Gaia se escapaba de la escuela y no dije nada porque fui un cobarde. Tenía miedo de que ella evidenciara la relación que tengo con Stefany. Yo...debí informarte.
—Ven aquí —ordenó Ezequiel aun con la vista al frente.
El joven se acercó a su padre, quedando a su lado, atento a su rostro, esperando que en cualquier momento se girara y comenzara a gritarle. Pero en vez de eso, Ezequiel lo miró y acarició su mejilla con su dedo pulgar.
—Lo que haya pasado ya no importa. Nadie tiene la culpa.
—Yo tenía que protegerla...
—Tranquilo. Las personas hacen cosas de las que no somos responsables. Ella está enamorada de ese imbécil, y si yo me hubiera enterado, la habría alejado de él. Seguramente, eso habría dado el mismo resultado. Sabe cómo es tu hermana: tan terca que, de igual forma, se hubiera escapado para estar con él.
Abrazó a su hijo. El joven correspondió al abrazo de su padre, ocultando su rostro en su cuello. Sin poder contener las lágrimas, comenzó a llorar.
—Papá, me duele mucho... Sé que le están haciendo daño, puedo sentirlo. Tenemos que encontrarla.
—Eso no lo dudes, hijo.
El sonido del celular de Ezequiel interrumpió ese momento íntimo entre padre e hijo. Él lo sacó de su bolsillo y respondió.
— ¿Qué pasa? —hubo un largo silencio—. Bien, iré para allá.
—¿Pasa algo?
—Llama a Raziel. Dile que lo veremos en el lago, cerca de la cabaña de descanso. Necesito que revise a tu tío Isaías. Lo han encontrado y parece que no está bien. Y trae a Stefany; tal vez nos sirva de algo su presencia.
—Si.
Minutos más tarde, los tres descendieron al lugar. Ezequiel le hizo una señal a su hijo para que esperara ahí, mientras sus subordinados lo guiaban.
Isaías estaba sentado en el suelo, inclinado como si descasara su cabeza en sus rodillas, dentro de una enorme burbuja de energía. No se podia ver con claridad su posición porque sus alas lo envolvían, apenas dejando a la vista los pies de Melissa, quien parecía descansar entre sus brazos. Sus enormes alas blancas los cubrían como si intentaran protegerse del aire frío del lugar. Su cabello flotaba con suavidad, como si estuviera sumergido en el agua, como si dentro de aquella burbuja de luz blanca no existiera la gravedad.
Ezequiel caminó decidido a cruzarla, pero uno de los jóvenes lo detuvo.
—No se acerque señor; a Mat, casi le vuela la mano.
En ese momento llegó Raziel. Se acercó y observó la escena con atención.
— ¿Qué está haciendo? —preguntó Ezequiel.
—Está muriendo. Intenta desintegrarse. ¿Ves ese vapor que emana de su cuerpo y de sus alas? Es su energía... poco a poco está intentando desaparecer. Probablemente no lo hace de manera consciente, pero su deseo de escapar del dolor lo está llevando a autodestruirse.
Ezequiel pasó las manos por su rostro un par de veces y luego se las llevó al cabello, frustrado por no saber cómo ayudarlo.
—No, hermano... No hagas esto. Te necesito —suplicó.
Se puso en cuclillas, muy cerca, e intentó ver hacia el interior de la burbuja, buscando algún movimiento. Pero Isaías permanecía inmóvil. Incluso su ropa comenzaba a deshacerse.
Ezequiel se quedó unos minutos observándolo, analizando la situación, tratando de idear una manera de ayudar a sobrellevar aquel dolor insoportable.
—Isaías, hermano... —por fin comenzó a hablarle—. ¿Qué estás haciendo? No dejes que el dolor te consuma... Aún tienes algo muy importante de Melissa. Aquello que ella amó más que a su propia vida.
Notó un ligero movimiento en sus alas. Ezequiel miró a Raziel, esperando que él también lo hubiera visto.
—Sigue hablándole. ¡Traigan a la niña! —ordenó el arcángel.
—¿Ya lo olvidaste? Maldita sea, hermano... ¿Vas a abandonar a tu hija? Melissa no te lo perdonaría. Ella es el resultado del amor de ambos. Es una parte de ti y de ella... de tu diosa.
—Stefany... —susurró Isaías, aún envuelto en sus propias alas, con el rostro hundido en el cuello de su amada.
La pequeña Stefany, con los ojos llenos de lágrimas, miró la escena y luego buscó la mirada de Ezequiel. Él extendió su mano para que la tomara y la guió hasta su lado. Se sentó sobre sus propios talones y, con un evidente dolor en la voz, llamó a su padre.
—Papi... ¿qué pasa?
—Isaías... Aquí está tu cría, el ser que creaste con tu diosa... el fruto de ese gran amor que compartían.
—Papi... extraño a mamá. Necesito que estés conmigo... No me dejes sola.
Las lágrimas de la joven híbrida no dejaban de caer. Su rostro reflejaba la agonía por la que estaba pasando. Soltó un fuerte sollozo y cubrió su rostro con ambas manos al no poder contener el llanto.
—Papi... no me dejes tú también...
Isaías abrió sus alas y levantó el rostro dentro de aquella burbuja. Sus ojos, completamente blancos, se clavaron en su hija. Poco a poco, la luz que lo rodeaba comenzó a desvanecerse.
Su mirada volvió a la normalidad y permaneció fija en Stefany.
—Stefany... mi pequeña cría...
La joven se lanzó hacia su padre y lo abrazó.
Ezequiel se acercó y cargó el cuerpo de Melissa, permitiendo así que padre e hija se sumieran en un abrazo donde compartían el profundo dolor por su ser amado.
Ezequiel, entregó el cuerpo de su amiga a Raziel. Él, sin decir nada, la recibió con sumo cuidado.
—Tranquila, yo me encargaré de ellos —dijo Ezequiel mientras acariciaba el rostro de quien había sido su gran amiga.
Besó su frente en señal de despedida, luego miró a Raziel y asintió. El arcángel desplegó sus enormes alas doradas y emprendió el vuelo, perdiéndose en el oscuro firmamento.
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Gracias por seguir leyendo. Los invito a dejar sus votos; eso es lo que nos motiva a seguir escribiendo.
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