Cuando el alma duele

Ezequiel se recargó en el respaldo de su sillón de piel mientras hablaba por teléfono.

—¿Lo revisaste?

—Claro, hermano. Personalmente estoy revisando cada camión.

—Bien hecho Isaías. Llámame cuando termines.

—Sí.

Terminó la llamada, y casi al instante entró otra.

—¿Qué pasa, Curiel?

—Papá, hay un problema con Gaia.

—¿Qué está pasando?

—Ella se fue. Se fue con el hijo de Raziel. Parece que han estado viéndose a espaldas de la familia cuando va al hospital. Stefany me dijo que planea fugarse con él a Alemania.

—¡¿Qué?!

Ezequiel cortó la llamada y, rápidamente, llamó a Scott, pero él no respondió. Abrió el cajón de su escritorio, tomó un arma, la guardó debajo de su saco y salió furioso. Elizabeth lo vio salir a toda prisa.

—Ezequiel, ¿adónde vas?

—Voy a matar a ese hijo de perra que intenta llevarse a Gabi.

—¿Qué? ¿Quién?

—El maldito de Scott se va a llevar a nuestra hija —respondió sin detenerse, dejando a Elizabeth confundida.

Minutos después, Ezequiel llegó al hospital y entró por el techo. Recorrió el lugar y no tardó en encontrar a Raziel. Lleno de ira, se fue en su contra. Lo tomó del borde de su bata médica con agresividad y preguntó:

—¡¿Dónde está Scott?!

—Tranquilo, Ezequiel. ¿Qué pasa?

Al escuchar el alboroto, Scott salió de una de las salas.

—Tu bastardo loco se ha aprovechado de mi hija e intenta llevársela.

Los ojos de Raziel se desviaron hacia su hijo, que observaba la escena desde otro pasillo. Al notarlo, Ezequiel se giró y lo vio. Con grandes zancadas, avanzó hacia él.

—¿Cómo te atreviste a tocar a mi hija, maldita basura?

De la misma manera, lo tomó de la bata blanca que llevaba puesta y lo estampó contra la pared.

Scott mantuvo la mirada, y una ligera sonrisa llena de arrogancia se formó en sus labios.

—Ezequiel, no voy a pelear contigo, y voy a ser sincero: la verdad es que no me arrepiento de lo que hice. Haber desvirgado a tu hija fue realmente glorioso, y estoy dispuesto a pagar el precio.

Ezequiel gruñó, cegado por la rabia, comenzó a golpearlo con el puño.

—¡No permitiré que te la lleves!

Raziel intentó sujetar a Ezequiel, pero su ira era tan fuerte que no se lo permitió. Luchaba por zafarse mientras golpeaba a Scott, quien solo se cubría, como si no quisiera defenderse.

Finalmente, Raziel lo tomó de los brazos desde atrás, inmovilizándolo. En ese momento, una enfermera y algunos guardias de seguridad se acercaron corriendo.

—¡Doctor Raziel! Me informaron que la doctora Melissa ha sufrido un accidente.

Todos miraron a la mujer, y Raziel soltó a Ezequiel, quien ahora prestaba atención a la noticia.

—¿Cuál es su estado?

La enfermera se quedó en silencio, como si no quisiera responder. Miró a los presentes y luego a Raziel.

—Está en el piso del doctor Jonathan.

El rostro de Raziel palideció, y sus ojos viajaron hacia Ezequiel, para luego posarse en Scott. Este último, con el rostro lleno de sangre, mantenía una expresión de desconcierto.

—¿Qué? No puede ser. —Negó el joven, comenzando a caminar a paso rápido mientras limpiaba la sangre de su nariz y boca con un paño que sacó de su bolsillo.

—¡¿Qué está pasando?! —exigió Ezequiel, incapaz de entender, pero con la certeza de que algo terrible ocurría.

—Es el forense del hospital. —Respondió Raziel con voz grave mientras seguía a su hijo.

—¿A qué te refieres con eso? —Ezequiel lo alcanzó, lo tomó del brazo con fuerza y lo detuvo agresivamente—. Sé más específico, Raziel. ¿Qué demonios está haciendo ahí?

Los ojos grises de Raziel se clavaron en los azules de Ezequiel. Su semblante era serio, pero se podía ver en el, la preocupación.

—Si está ahí, es porque la han declarado muerta. Probablemente en el lugar. Le harán una autopsia de rutina: es para examinar su cuerpo y determinar la causa de su muerte.

Intentando procesar lo que acababa de escuchar, soltó el brazo de Raziel, aturdido. El médico continuó caminando, mientras Ezequiel sacaba su celular y marcaba a Isaías.

—¿Dime? —Respondió un par de tonos después.

—¿Has terminado?

—Sí, los camiones están listos para salir. Estoy esperando a que salga el último.

—Deja eso y vuela hacia aquí de inmediato.

—¿Qué? ¿Por qué? Es un camino largo y agotador. Ya compré un vuelo de regreso, en cuatro horas salgo para allá.

—No, Isaías. Regresa ahora. Deja todo eso y vuela para acá, ya.

Hubo un silencio por un momento, Isaías se percató que algo no andaba bien. Sin preguntar respondió:

—Entendido, voy para allá.

Isaías cortó la llamada. Ezequiel, con preocupación, marcó otro número. Esta vez, llamó a su esposa.

***

El sonido de una llave girando en la cerradura alertó a Gaia. Sobresaltada, se levantó al ver entrar a dos jóvenes ángeles junto a una anciana de rostro severo. Antes de que pudiera reaccionar, los ángeles la tomaron de los brazos y, a la fuerza, la llevaron hacia el cuarto de baño.

—Te darás un baño, o ellos lo harán por ti —sentenció la anciana con frialdad.

—¿Qué? ¡Ayúdeme a salir de aquí! Ellos me trajeron a la fuerza —suplicó Gaia, desesperada.

—Niña, haz lo que te digo o ellos te obligarán —respondió la mujer.

—No quiero, quiero irme de aquí.

Sin decir más, la anciana hizo una señal con la cabeza a los ángeles. Estos dieron un paso al frente y volvieron a sujetarla con fuerza.

—¡Está bien, lo haré yo misma! —cedió Gaia, con lágrimas de frustración.

La mujer repitió la señal, y los ángeles abandonaron el baño.

—Déjeme sola —pidió cruzándose de brazos.

—No puedo hacer eso. Estoy aquí para asegurarme de que estés lista para el joven supremo.

—¡No lo haré con usted aquí!

—Entonces los llamaré de nuevo para que ellos lo hagan por ti.

—No, lo haré yo.

Comenzó a desvestirse, sintiendo cómo la humillación y el miedo la ahogaban. Entró en una gran tina de baño llena de agua tibia, mientras la anciana se acercaba con jabón y una esponja. Los tomó sin decir palabra y comenzó a lavar su cuerpo, sintiendo cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Cuando terminó, salió de la tina. La anciana tomó una toalla y, sin preguntar, comenzó a secarle el cuerpo.

—¿Por qué me han traído aquí? —preguntó con voz quebrada.

—El joven supremo cree que podrías darle hijos de alas doradas —respondió la anciana sin rodeos.

—Esto es una locura. Yo solo quiero irme. Ellos le han hecho daño a mi tía Melissa. Necesito saber si está bien.

La anciana la miró con una mezcla de compasión y dureza.

—Te daré un consejo, niña: ahora estás aquí, y te conviene mantenerte callada. Obedece lo que se te pide y no te resistas, porque si lo haces, el joven supremo puede llegar a ser muy cruel. No lo hagas enojar. Tu lugar es aquí, y tu obligación es dar crías de alas doradas. Olvídate de lo que tenías allá afuera, o todo será mucho más difícil para ti.

Gaia bajó la mirada, resignada. La anciana la guió de vuelta a la habitación, donde le ayudó a ponerse un vestido largo blanco adornado con detalles dorados.

***

Raziel y su hijo salieron de la sala de examen post mortem con rostros sombríos. Ezequiel los observó y no necesitó que le dijeran nada; lo sabía. Pasó ambas manos por su rostro repetidamente, intentando procesar lo que acababa de suceder.

En ese momento, llegaron Elizabeth, Ashley y Elliot. Elizabeth buscó los ojos de su esposo y notó cómo reflejaban una tristeza profunda, una que no veía en él desde hacía mucho tiempo.

—No sé cómo se lo voy a decir… Esto lo va a destrozar —dijo, con la voz cargada de dolor.

Elizabeth lo abrazó, dejando que el llanto la consumiera. Sus lágrimas caían sin consuelo mientras él permanecía inmóvil, atrapado en su propia tormenta de emociones.

Pocos minutos después, uno de los jóvenes que trabajaba para él se acercó.

—Señor, su hija no está en el departamento del doctor.

Ezequiel levantó la cabeza de golpe, buscando a Scott con la mirada. Lo encontró a lo lejos, hablando con su padre. La conversación entre ellos parecía tensa, una discusión evidente. Sin pensarlo, Ezequiel avanzó hacia ellos, interrumpiendo bruscamente.

—¿Dónde está mi hija?

—La dejé en mi departamento, ya te lo dije.

—Ella no está ahí.

—Entonces debió ir a la escuela.

Elizabeth intervino, con la voz quebrada por el pánico. —No está ahí. Fui por mis niños y tampoco está con ellos.

—Ruega porque mi hija esté bien, o tú pagarás las consecuencias.

Raziel miró a su hijo con una mezcla de decepción y preocupación. —¿Qué has hecho, Scott?

Scott no respondió. Simplemente se giró y salió del lugar apresuradamente.

Ezequiel lo siguió con la mirada. Scott se dirigió a su departamento, para confirmar por sí mismo que la joven no estaba allí.

***

—El hospital tendrá que dar informe a la policía —comentó Raziel, dirigiéndose a Ezequiel y su familia mientras esperaban en una sala privada del hospital.

—No. Usa a tus malditos abogados, y yo también usaré los míos para que esto pase lo más desapercibido posible. Si hay algo que investigar, lo haremos por nuestra cuenta, y personalmente haremos pagar al culpable.

Raziel iba a responder, pero Eli llamó a su esposo. Ezequiel se giró hacia ella y rápidamente siguió la dirección de su mirada.

Stefany y el joven Curiel se encontraban en la puerta, confusos y desconcertados. Los habían sacado de la escuela y llevado al hospital por trabajadores de la familia.

—Papá, ¿qué está pasando? —preguntó Curiel, con el ceño fruncido.

Ashley y Elizabeth abrazaron a Stefany y la llevaron a sentarse en uno de los sillones. Ezequiel se acercó, se puso en cuclillas frente a ella y tomó sus manos con ternura. Luego acarició su mejilla.

—Stefany, cariño… tu madre ha sufrido un accidente.

Los ojos de la joven híbrida se abrieron de par en par y buscaron a Elizabeth y Ashley. Al ver las lágrimas en los rostros de ambas mujeres, entendió de inmediato el desenlace.

—¿Mami murió? —preguntó, su voz rota.

Ezequiel asintió con pesar.

El llanto de Stefany llenó la sala. Las dos mujeres a su lado la abrazaron con fuerza, compartiendo su dolor. Ezequiel se levantó y su mirada se encontró con la de su hijo, quien luchaba por contener sus propias lágrimas.

—No, Curiel, no te contengas. Llora. Ella era parte de esta familia, y todos la amábamos —dijo, mientras envolvía a su hijo en un abrazo, permitiéndole desahogarse sobre su hombro.

***

Gaia se miró en el espejo de la habitación. Su cabello blanco brillaba con las joyas que adornaban su cabeza, pero la tristeza en sus ojos contrastaba con su apariencia. La puerta se abrió de golpe, y un hombre de alrededor de cincuenta años entró acompañado de varios subordinados. Su mirada de desdén recorrió a Gaia de pies a cabeza.

—¿Cómo se atrevió a desobedecerme y traer a esta asquerosa híbrida? —dijo, dirigiéndose a uno de los presentes.

—Padre, todo su consejo está de acuerdo. Creemos que el hermano supremo tiene razón: las probabilidades son altas de que esta joven híbrida, unida a un portador del abolengo supremo, pueda engendrar crías con las características y el gran poder de la familia suprema.

—¡No! No voy a permitir que la sangre de esa asquerosa demonio sea parte de mi descendencia.

—Pero está claro que la sangre de su linaje es la que predominará —replicó otro de los consejeros.

—No tenemos opción, padre. Si no lo intentamos, la casta suprema de alas doradas desaparecerá —añadió otro.

El hombre suspiró con furia contenida.

—Está bien. Pero no quiero verla por el palacio, ni oír más del asunto, a menos que tengan buenas noticias.

Giró para salir, pero Gaia, desesperada, intentó ir tras él. Sus acompañantes la detuvieron.

—¡Ayúdeme! Me han traído en contra de mi voluntad.

El supremo la miró con asco y continuó su camino sin responder.

—No vuelvas a dirigirle la palabra si no quieres que te corten la cabeza —dijo uno de los hombres, antes de empujarla con fuerza al suelo.

***

En la sala del hospital, Stefany lloraba desconsolada sobre el pecho de Ezequiel, quien la envolvía con sus brazos mientras descansaba el mentón en la coronilla de la pequeña.

De pronto, levantó la mirada. A través del cristal de la ventana, sus ojos azules se encontraron con los grises de Isaías, que acababa de llegar al lugar.

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