Cruzando los límites

Isaías tomó la esponja y le puso un poco de jabón. La pasó con suavidad por el pie de su esposa, que asomaba por encima del agua de la tina de baño.

—Mi diosa, ¿la cría de Ezequiel fue al hospital este fin de semana?

—Sí —respondió con los ojos cerrados, recostada—. ¿Por qué la pregunta?

—La semana pasada vino Scott a ver algunos asuntos con Ezequiel, y la reacción de la cría al verlo me llamó mucho la atención.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? —Melissa se sentó en la tina con interés.

—Su rostro se tornó rojo y su cuerpo se tensó. Vi en ella una clara intención de seguirlo o confrontarlo, solo que se detuvo al darse cuenta de que yo estaba ahí.

—¿Y él? ¿Qué hizo?

—Ni siquiera la miró. Sabe disimular muy bien, pero en cualquiera de los casos, sus reacciones fueron excesivas. Seguramente no la miró porque sabía que yo estaba observando, y la cría no sabría disimular sus emociones.

Melissa se quedó un momento en silencio, recordando pequeños detalles a los que no había prestado atención: como cuando desaparecía, su silencio durante el desayuno cuando él estaba presente e incluso la última conversación que tuvieron.

—Dios mío, creo que ellos tienen algo. Hablaré con Stefany para ver si ella sabe algo.

—No creo. Seguramente las crías están en alianza y no te dirá nada. Por ahora, mantente atenta hasta no estar seguros.

Melissa solo asintió. Isaías la tomó de la cintura y la obligó a sentarse sobre él a horcajadas dentro de la tina.

—¿Mi diosa me dará un poco de amor? —dijo mientras besaba su cuello y acariciaba su espalda.

—Mi ángel nunca se cansa —comentó entre sonrisas.

Él negó con la cabeza. Ella se acomodó y comenzó a mover sus caderas, haciendo que el agua se derramara de la tina.

***

Gaia se asomó por la ventana de su habitación. Desde allí podía ver, a lo lejos, las luces de la ciudad y la arboleda que descendía por una bella colina alrededor de su residencia. Miró su celular para comprobar la hora: las 11 de la noche. Tomó una chaqueta y se la puso.

Salió y bajó las escaleras. Pasó por la sala, donde su madre y su padre estaban recostados en uno de los sillones viendo una película. Se quitó los zapatos y, con pasos sigilosos, cruzó por detrás de ellos. Siguió bajando hasta el sótano. Allí escuchó risas y se asomó para observar a los jóvenes que trabajaban para su padre en la vigilancia de la propiedad; estaban distraídos jugando videojuegos.

Regresó al exterior, donde dos de los perros guardianes corrieron hacia ella con entusiasmo, deseosos de jugar. Gaia los acarició y se sentó en uno de los escalones de la entrada. Sabía que el lugar estaba lleno de cámaras, diseñadas para detectar cualquier movimiento. Tenía que mantenerse a la vista para que los vigilantes identificaran que era ella y perdieran el interés.

Esperó unos minutos mientras jugaba con los animales. Como lo había previsto, las cámaras registraron el movimiento, y los jóvenes revisaron los monitores.

—¿Quién es? —preguntó uno de ellos.

—Es la señorita Gaia. Dios, esa chica tiene el culo más lindo que he visto —respondió otro, soltando una risa.

—Cállate, idiota. Si te escuchan, te matarán. Vamos, sigamos jugando.

Los jóvenes volvieron a lo suyo. Gaia, por su parte, extendió sus alas y ascendió por encima de la propiedad, alejándose en silencio.

Scott acababa de salir del baño. Se enrolló una toalla alrededor de la cintura y con otra secaba su largo cabello negro y lacio. El timbre sonó, y fue hacia la puerta.

Cuando la abrió, sus ojos bicolores se encontraron con los azules de Gaia. Ella, sintiéndose intimidada, se sonrojó y tragó en seco. Abrió la boca para decir algo, pero no pudo; en su lugar, se dio la vuelta e intentó huir. Sin embargo, él fue más rápido y la atrapó, envolviéndola con sus brazos desde atrás.

—Me alegra que esta vez hayas usado la puerta —dijo, apoyando su mentón en la coronilla de su cabeza.

—La ventana estaba cerrada —respondió ella, con el corazón latiendo a toda velocidad.

Una ligera risa grave escapó de la garganta de Scott. Luego, la guió hacia el interior, hasta la habitación y, una vez allí, Gaia se giró para enfrentarlo directamente.

Al verlo semidesnudo, el calor invadió todo su cuerpo, concentrándose en su entrepierna. Él pasó sus amplias manos por sus mejillas y hundió sus dedos en su cabello blanco, obligándola a mirar hacia arriba. Se acercó a sus labios y plantó un beso.

—Tranquila, si en algún momento no te sientes cómoda y quieres que pare, dímelo y lo haré —dijo con voz susurrante junto a sus labios.

Ella asintió y él se adueñó de su boca.




Gaia:

Mis piernas temblaban al estar de pie frente a él. Sus hermosos ojos de diferentes colores miraron mi rostro como si lo examinara. Los vi bajar a mi pecho y comenzó a desabrochar uno a uno los botones de mi blusa. Una vez que terminó, la abrió y la dejó caer al suelo. Recorrió el tirante de mi sostén y besó mi hombro.

Volvió a buscar mis labios y a adueñarse de ellos. Mientras me besaba, me guió hasta la cama, me recostó y se posó sobre mí. Sentir su piel desnuda y fresca sobre la mía provocó que el calor aumentara aún más. Comenzó a recorrer sus manos por todo mi cuerpo junto con sus besos y se deshizo de aquellas prendas que le estorbaban.

Una necesidad crecía en mí, cada vez era más fuerte. Lo quería, quería unirme a él de todas las formas posibles. Entregarme por completo sin importar nada. Sin darme cuenta, comencé a gemir al sentir cómo besaba lo más íntimo y sensible de mi ser. Desesperada, lo tomé del cabello y lo hundí más entre mis piernas, como si eso fuera posible. Apreté los ojos y una fuerte oleada de placer me golpeó.

No pude evitar quejarme. El placer era inmenso. Incluso sentí mis piernas temblar. Si hubiera estado de pie, seguro caería al suelo. Abrí los ojos y su rostro estaba frente al mío con la respiración acelerada y un fuego en su mirada. Se acomodó entre mis piernas y pude sentir su miembro duro en mi entrada. Pegó su frente a la mía y empujó despacio, sentí como iba abriéndose paso y provocando una fuerte presión. Apreté los ojos y él se detuvo.

—No, Gaia, mírame —dijo con una voz tan suave que parecía un ronroneo—. No despegues tu mirada de la mía.

Yo solo obedecí y él volvió a empujar. Sentí una fuerte punzada que me hizo gemir y volvió a detenerse. El calor en mi rostro era tan fuerte que lo sentía arder.

—No te detengas —susurré sin aliento.

Comenzó a mover sus caderas, hundiéndose y saliendo de mi interior. El dolor rápidamente se fue, dando paso al placer y a la necesidad de él. Quería entregarme en cuerpo y alma. Lo escuché jadear y decir algo en alemán. Aceleró sus movimientos y yo me dejé llevar.

Me besó mientras yo no dejaba de gemir en su boca. Lo sentí tensarse, y empuñar su mano junto con las sábanas. Me aferré a él, hundiendo mis uñas en su espalda, hasta que el placer nos alcanzó, llevándonos juntos a la cima. Esa noche me quedé ahí, a su lado. No nos importó nada. Solo éramos él y yo, reforzando todo ese deseo que sentíamos el uno por el otro.

Lo hicimos tantas veces que perdi la cuenta. Hasta que por fin no pude más y el cansancio me venció. Lo último que recuerdo fueron sus brazos envolviéndome, besando mi frente y volviendo a repetir esas palabras en alemán que no comprendía, pero sabía
que era una especie de sobrenombre que solo usaba para mí.

"Ich liebe dich, kleiner weißer Stern"


Gaia abrió los ojos al sentir una mano acariciando su rostro. Frente a ella, sentado en el borde de la cama, estaba Scott.

—Iré al hospital. Necesito unos días para arreglar algunos asuntos. Mientras tanto, quédate oculta aquí. Más tarde te llevaré a otro lugar donde nadie pueda encontrarte.

—¿Qué?

—No podrás regresar a tu hogar porque, cuando descubran que te tomé, tu familia querrá matarme.

—¿De qué hablas?

—Partiremos a Alemania mientras todo se calma. Allí podrás llamarlos, pero por ahora no podemos arriesgarnos.

—¿Pero...?

—Pequeña, no quiero dejarte ir. Si me arriesgo y ellos descubren que estás conmigo, me matarán o te alejarán de mí, y eso no lo voy a permitir. Ahora eres mía.

Scott besó sus labios. Ella solo asintió, observándolo mientras tomaba su saco y salía de la habitación. Cuando se fue, Gaia miró la hora: todavía era muy temprano, faltaba una hora para que se prepararan para ir a la escuela. Se levantó y se dio un baño. Al darse cuenta de que no tenía más ropa que la que llevaba puesta, decidió regresar a su casa para recoger algunas de sus pertenencias.

En casa, Stefany seguía acostada, aunque ya había despertado. Su celular sonó; era Gaia.

—¿Hola?

—Necesito tu ayuda.

—¿Qué pasa?

—Estoy afuera de la propiedad. Quiero que distraigas a los chicos de vigilancia para que pueda entrar.

—¿Qué? ¿Cómo saliste?

—Te lo explico cuando esté adentro. Por favor, ayúdame.

—Está bien, iré al sótano. No cuelgues.

Stefany bajó al sótano y vio a los dos jóvenes dormidos en sillones reclinables frente a los monitores.

—Están dormidos. Voy a apagar las cámaras de la entrada para que no detecten el movimiento —susurró.

—Bien.

Con sigilo, Stefany apagó dos monitores.

—Listo, entra rápido.

Gaia extendió sus alas y voló hacia el interior de la propiedad.

—Ya estoy adentro.

Stefany encendió los monitores nuevamente y salió del sótano. Se dirigió hacia las habitaciones de los mellizos y entró a la de Gaia, donde esta ya estaba.

—¿Dónde estabas?

—Con Scott.

—¿Qué? ¿Estuviste con él toda la noche?

—Sí.

—¿Cómo saliste? —preguntó sorprendida, mientras observaba cómo Gaia sacaba todos sus libros de la mochila para llenarla de ropa.

—Volé mientras los chicos jugaban.

—¿Qué estás haciendo?

—Me iré con él. Nos iremos a Alemania.

—¿Estás loca?

—Si mis padres se enteran de que estoy con él, lo matarán.

—Claro, porque él fue el causante de la muerte de la tía Neimy.

—Estoy harta de que siempre digan eso. Ni siquiera la conocí.

—Papá dice que también le hizo mucho daño a tu mamá.

Gaia se detuvo y miró a Stefany.

—Él ha cambiado. Es bueno. Yo lo amo y él también me ama. Queremos estar juntos.

Más tarde, los chicos se prepararon para ir a la escuela. Melissa las dejó de paso antes de dirigirse al hospital. En la escuela, Gaia abrazó a Curiel, quien la miró extrañado.

—¿Qué pasa?

—Nada. Solo tenía ganas de abrazarte y decirte que te amo.

—¿Ah, sí? Pues no tengo dinero.

Gaia rió y siguió hacia su aula, tomada de la mano de Stefany. Cuando perdieron de vista a Curiel, Stefany intentó convencerla nuevamente.

—No lo hagas.

—Por favor, no le digas a nadie. Prometo llamarles, pero déjame hacerlo a mi tiempo.

Gaia la abrazó, se despidió y salió de la escuela. Stefany, preocupada, minutos después llamó a su madre. Al darse cuenta de lo que Gaia planeaba, Melissa giró en dirección al departamento de Scott, pero en el camino vio a Gaia hablando con un joven de cabello blanco y dos rubios. Melissa reconoció de inmediato quiénes eran y estacionó su camioneta tras otro auto.

—¡Gaia, aléjate de ellos!

El arcángel que estaba con Gaia reconoció a Melissa al instante; sabía que pertenecía a la familia de Ezequiel. Tomó del brazo a Gaia y la obligó a entrar al auto.

—¡Suéltame!

Melissa salió de la camioneta.

—¡Déjenla! ¡Suéltala! —gritó, pero el auto arrancó.

Melissa volvió a su vehículo y los siguió.

—Deshazte de esa humana —ordenó Nicolás al arcángel que iba en el asiento del copiloto.

El arcángel saltó del auto en movimiento, extendió sus alas y cayó sobre el cofre de la camioneta de Melissa. El fuerte golpe la hizo perder el control. Frenó bruscamente, pero el vehículo derrapó y cruzó al carril contrario. Un camión de carga golpeó la camioneta con fuerza, destrozándola casi por completo.

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