Un buen trato
—Dejaré que haga este trabajo para ti, pero tendrás que compensarlo muy bien.
—Si es tan bueno como dices, le pagaré lo que quiera.
El padre de Víctor hizo una seña a uno de los hombres que custodiaban el lugar para que llamaran al joven. Sin embargo, antes de que se lo indicaran, este ya se había levantado. Caminó entre la gente hacia las escaleras que llevaban a la sala donde se encontraban ambos hombres.
Al llegar, Víctor pudo observarlo con más detenimiento: era un joven muy alto, cercano a los dos metros. Su piel era extremadamente blanca, y sus ojos azules parecían cristalinos, con un brillo único que los hacía parecer diamantes. Era un azul peculiar, casi sobrenatural, como si emanaran una luz propia. Tenía una ligera barba que apenas se perfilaba en el mentón y las mejillas, un rostro anguloso, labios rosados y bien formados. Su cuerpo atlético mostraba pectorales marcados, hombros anchos y brazos definidos.
Llevaba puesta una chamarra negra con el gorro puesto, abierta al frente, dejando ver una camiseta blanca de algodón sin mangas que ocultaba parcialmente un tatuaje en su pecho. Su pantalón gris, tenis negros y calcetines deportivos blancos completaban su atuendo.
A simple vista, parecía un joven común y corriente. Difícilmente se podría creer que alguien como él estuviera involucrado con la mafia, y mucho menos que fuera un asesino.
Entró a la sala sin mirar a nadie, se dejó caer en uno de los sillones y subió los pies a la mesa de vidrio, derramando un poco de las bebidas que estaban sobre ella. Víctor frunció el ceño, molesto por el acto tan grosero, pero se contuvo al notar la reacción de su padre.
—Hijo, te presento a mi mejor hombre: Samael.
Víctor extendió la mano para saludarlo, pero Samael la ignoró por completo, tomó una cerveza y bebió un largo trago. Víctor, incómodo, desvió la mirada hacia su padre, quien le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que ignorara el comportamiento del joven.
—¿Qué es lo que quieres ahora, Alexander? —preguntó Samael, sin molestarse en mirarlo, mientras le daba otro trago a su bebida.
—Tengo un trabajo para ti.
Samael desvió la mirada hacia Víctor. Su expresión era seria y su mirada penetrante, como si lo analizara a fondo. Víctor se removió en su asiento, claramente incómodo.
—¿A quién quieres que mate ahora? —preguntó con frialdad.
—No se trata de asesinar a nadie. Quiero que consigas una droga y la fórmula para elaborarla. Se encuentra en un laboratorio de máxima seguridad. Tendrás que infiltrarte con ayuda de un equipo especializado. Víctor te dará los detalles.
Víctor sacó un celular y lo colocó en la mesa. Samael lo observó con calma, bajó los pies de la mesa, tomó el dispositivo y lo guardó en el bolsillo de su chamarra, sin apartar la vista de Víctor. Su mirada era tan intensa que resultaba intimidante.
Víctor tragó saliva y apartó la vista mientras carraspeaba antes de comenzar a hablar:
—Te mandarán toda la información al celular. Encontrarás un mapa detallado del edificio y del laboratorio, además de los perfiles de los trabajadores del área de investigación. El área restringida está en el último piso del edificio. Se te proporcionará el equipo necesario y estarás en comunicación constante con el equipo técnico para guiarte y coordinar a los infiltrados.
Samael se recostó en el sillón, cruzando los brazos. Luego, dirigió su mirada a Alexander y habló con calma:
—¿No le dijiste a tu hijo que yo trabajo solo? ¿Y cuánto estamos hablando?
Alexander sonrió complacido. Víctor, sorprendido por la forma en que Samael sabía que era su hijo, miró de reojo a su padre, quien parecía disfrutar del desconcierto de Víctor.
—Se te pagará 250,000 al terminar el trabajo —respondió Victor.
Samael sonrió de medio labio y negó con la cabeza, dejando claro que esperaba más.
—500,000. Quiero 250,000 ahora, en efectivo, y 250,000 al terminar. Tengo que pensar en mi retiro —dijo, arqueando una ceja.
—Es demasiado —exclamó Víctor, volviendo la vista hacia Alexander, quien simplemente sonrió y asintió con la cabeza, dándole a entender que aceptara—. Bien, pediré que traigan el dinero.
Víctor se levantó y se alejó para hacer una llamada desde la distancia miraba a Samael. Su actitud altiva y la preferencia que su padre mostraba hacia él le molestaban profundamente. Una vez terminada la llamada, Víctor regresó y volvió a sentarse frente a ellos.
—Bueno, señores, hay que celebrar por un buen trato y relajarnos un poco. Hijo, ya sabes que puedes pedir lo que quieras aquí o tomar a la chica que te guste. Estás demasiado tenso, niño.
Alexander le dio unas palmadas en la espalda a Samael y, haciendo un gesto con la mano, llamó a uno de los hombres que custodiaban la entrada. Poco después, dos meseras llegaron con bandejas llenas de bebidas y cocaína.
Samael tomó un pequeño tazón de cristal con el polvo blanco, lo acomodó junto a unos popotes y lo inhaló, primero por un orificio nasal y luego por el otro. Su consumo era notablemente excesivo, pero no parecía afectarlo en lo más mínimo.
Una de las meseras, joven y hermosa, se sentó a su lado, acariciándole la pierna con coquetería. Samael la miró con hastío, se levantó del sillón y salió de la sala. La música retumbaba por todo el lugar, que estaba más abarrotado que antes.
Caminó hacia el baño de caballeros. Mientras se desplazaba entre las personas, varias mujeres intentaron atraer su atención con sonrisas y miradas seductoras, pero él las ignoró.
Al salir del baño, una de las mujeres que servían bebidas lo esperaba afuera.
—Samael, no te ves muy bien, amor —dijo ella.
Él la ignoró y siguió caminando.
—Cariño, yo podría hacerte compañía —insistió la mujer, adelantándose para bloquearle el paso.
Le puso la mano en el pecho y comenzó a acariciarlo. Samael se detuvo, su rostro permaneció inexpresivo mientras la observaba.
—Vamos, relájate un poco.
—Déjame en paz. No molestes —respondió, empujándola a un lado para abrirse camino.
Ella lo tomó del brazo, tirando de él.
—Samael, por favor, ¿qué sucede? No estés así conmigo. —Al ver que no reaccionaba, añadió—: ¡Ezequiel!
Samael se detuvo en seco. Regresó, la tomó del brazo y la arrastró hacia el baño. Cerró la puerta de golpe y la empujó contra la pared, atrapándola entre su cuerpo y la superficie.
Apoyó ambas manos en la pared, a la altura de su cabeza, y se inclinó sobre ella debido a su altura. Su boca se acercó a su oído, y sus palabras fueron apenas un susurro.
—No vuelvas a llamarme así, Nina. Para ti y para toda esta escoria, soy Samael.
—¿Y si lo hago qué? ¿Me matarás?
—Es muy probable. Si descubro que por tu culpa alguien sabe mi verdadero nombre, te arrancaré la lengua.
Ella giró el rostro hacia él, buscando sus labios, y lo besó con desesperación. Él respondió con la misma intensidad, presionándola aún más contra la pared. Sus manos exploraron su cuerpo, levantándole la falda y apartando su ropa interior. Bajó un poco su pantalón y la tomó con una lujuria desmedida. Fue un acto puramente carnal, como el de dos animales guiados únicamente por sus instintos, sin importarles el entorno sucio y desagradable del lugar.
Algunos hombres entraron al baño y los miraron, pero a ninguno de los dos les importó.
Cuando terminaron, Samael salió del baño sin dirigirle una palabra. Nina lo observó mientras él se alejaba, indiferente. Regresó a la sala con Alexander y Víctor, quien sostenía un maletín en la mano. Lo abrió para mostrarle el dinero prometido. Samael le echó un vistazo, cerró el maletín y lo tomó.
—Bien. Me largo.
Ambos hombres asintieron en silencio mientras Samael se marchaba.
Nina lo vio salir entre la multitud y corrió tras él.
—¡Samael! —gritó.
Él rodó los ojos y siguió caminando sin voltear a verla.
—No te vayas. Sabes que te quiero. ¿Por qué me tratas así?
—¿Por qué no entiendes, Nina? No me interesas. Déjame en paz.
—¿Es porque no quise irme contigo? Querías que viviera contigo, pero no me querías como tu esposa. ¿Qué se supone que sería yo? ¿Tu compañera de cuarto?
—Quizás. Pero preferiste ser la puta de este club.
—No necesito que nadie me rescate.
—Ya me di cuenta. Prefieres seguir revolcándote en esta mierda.
—Samael, por favor, escúchame.
—Deja de molestarme. No me interesa lo que tengas que decir. Tomaste tu decisión, y yo no estoy para juegos.
Samael subió a su auto y se marchó, dejando a Nina parada en el mismo lugar.
Condujo durante un rato hasta llegar a su casa, una vivienda grande en las afueras de la ciudad, aislada de las demás. La construcción de dos plantas tenía dos jardineras en la entrada y un gran portón automático.
Dos perros xoloitzcuintle de gran tamaño lo recibieron, saltando de alegría al ver a su amo. Samael estacionó el auto, acarició a los perros y entró a la casa.
—Vaya, no te esperaba tan temprano. He traído comida china para la cena —dijo un joven desde el interior, dedicándole una gran sonrisa.
Ezequiel dirigió la mirada hacia la comida y luego al joven, de unos 18 años, que estaba sentado en una silla alta junto a la barra del desayunador. Sin decir palabra, colocó el maletín frente a él. El chico, de cabello negro ligeramente ondulado, lo observó con curiosidad antes de abrirlo. Sus ojos marrones se agrandaron con asombro al ver el contenido.
—¿Qué has hecho ahora, Ezequiel?
—Eso no te incumbe, Elliot. Solo guárdalo y toma lo que necesites. Voy a darme un baño antes de cenar y dormir.
—Buena idea, apestas a alcohol.
—¿Quieres que te prepare la tina de baño?
—Como quieras.
—Lo haré. No pareces de muy buen humor; eso te relajará.
Ezequiel no respondió, se limitó a entrar a su habitación. Mientras tanto, Elliot se levantó y fue a preparar el baño. Más tarde, Ezequiel salió del cuarto envuelto en una toalla alrededor de la cintura y otra con la que se secaba el cabello. Al pasar junto a la barra del desayunador, notó que Elliot seguía allí, concentrado en su laptop.
—¿Qué haces?
—Tarea. —Elliot levantó la vista un momento—. Toma tu cena, se está enfriando. ¿Estás bien? Has estado algo irritado últimamente.
—¿Ah, sí? —respondió con sarcasmo—. Deja de meterte en lo que no te importa.
—¿Sabes cuál es el problema? Que sí me importa. Tú me importas, eres mi familia, y no puedo evitarlo. Desde que me sacaste del orfanato y me diste esta vida, eres mi familia. Te lo debo todo, así que no me digas que no me importa.
—No me debes nada. Lo hice porque quise... y porque eras un niño tan horrendo que nadie más te habría adoptado.
—Ja, ja, muy gracioso. —Elliot le lanzó una mirada sarcástica antes de añadir, en un tono más serio—: Sé qué es lo que te tiene tan molesto. Sé que despediste al investigador privado. ¿Dejarás de buscar a Elizabeth?
Ezequiel se tensó.
—No quiero hablar de eso. Estoy cansado y solo quiero dormir. Deja de pensar en estupideces y haz tu tarea. Nunca te callas.
—Entendido. —cerró su laptop, exhalando con frustración—. Nunca quieres hablar de eso. Siempre te encierras en ti mismo.
Ezequiel no respondió. Tomó su cena y se dirigió a la sala. Encendió el televisor y comenzó a comer en silencio. Elliot negó con la cabeza, resignado, y volvió a concentrarse en su tarea.
Una vez que los dos se fueron a dormir:
Como tantas otras noches, Ezequiel volvió a tener ese sueño que lo perseguía como una pesadilla recurrente, obligándolo a revivir el día más aterrador de su vida.
A Saraí, diciéndole que debía cuidar de Elizabeth. Y como poco después, era asesinada, junto con sus padres.
Ezequiel no podía olvidar aquel día. La habilidad de escuchar a grandes distancias y de percibir siluetas a través de paredes, dependiendo de su grosor, le permitió oír cada grito y ver como las sombras de aquellos hombres acababan con su familia.
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