CAPITULO 1 CONFUSIÓN

*Solo bastó un instante para cambiar el rumbo de mi vida, solo bastó una mirada para darme cuenta de que estaba tan perdido.

—¡Prepárense! Hoy iremos de cacería. Me han informado sobre un grupo de demonios que intenta escapar cruzando al mundo terrenal. La orden es matar a todos, pero sobre todo a una maldita demonio que va con ellos. Gracias a ella se fugaron dos hembras: una madre y una sanadora.

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono, alzando sus espadas.

Una cuadrilla de arcángeles salió en busca de los demonios fugitivos que habían cruzado los límites permitidos. Al encontrarlos, se desató una feroz batalla, que rápidamente se convirtió en una masacre. La superioridad numérica y armamentística del ejército de los arcángeles garantizó su victoria.

—Revisen toda el área. Asegúrense de no dejar ni uno vivo. Y tráiganme la cabeza del demonio.

—¡Sí, señor! ¡Ya escucharon! Revisen toda el área —ordenó el segundo al mando.

Uno de los arcángeles más jóvenes del escuadrón se separó del grupo mientras inspeccionaba las ruinas que dejó el enfrentamiento. En su búsqueda, se topó con la demonio hembra que buscaban.

Ella estaba sentada sobre una roca, con una herida profunda en el pecho. Sus manos descansaban protectoras sobre su vientre, mientras su mirada se perdía en el horizonte. El viento movía su larga cabellera ondulada, y junto a ella yacía el cuerpo agonizante de un arcángel, con múltiples heridas de arma blanca.

Al notar su presencia, la demonio giró la cabeza y lo observó de arriba abajo. Su ceño se frunció levemente antes de regresar la mirada al vacío, como si él no tuviera importancia alguna. Intrigado y a la vez cauteloso, el joven arcángel avanzó unos pasos. La observó, esperando que intentara escapar o atacar. Sin embargo, ella no hizo nada.

Él, confundido, desenvainó su espada. El arma, de cristal negro con un mango dorado adornado con piedras preciosas, brillaba a la luz del día. Colocó la punta bajo el mentón de la demonio en una clara amenaza.

Para su sorpresa, ella no reaccionó. Permanecía inmóvil, ignorando su presencia y el filo mortal que le apuntaba.

El arcángel, molesto y desconcertado, la miró fijamente. Después de unos largos segundos, ella finalmente alzó sus ojos hacia él. Fue entonces cuando lo entendió: esos ojos azules, tan hermosos como piedras preciosas, no reflejaban miedo ni desafío, sino rendición.

Su silencio, su mirada llena de tristeza y agotamiento, hablaban más fuerte que cualquier palabra. Incluso el lugar, un hermoso prado de pastizales verdes, parecía desolado, como si compartiera su melancolía.

El joven carraspeó, tragó saliva y bajó ligeramente la espada, incapaz de comprender por qué este encuentro lo perturbaba tanto.

—Ha cruzado la línea del límite permitido y se le acusa de traición al permitir la fuga de dos hembras del palacio. Por ende, ha sido sentenciada a muerte.

—Lo sé. ¡Haz tu trabajo y lárgate!

Sus palabras eran firmes, sin una pizca de temor. El joven arcángel se sorprendió; su rostro no podía reflejar más asombro. Se quedó en silencio durante un momento, sin saber qué decir. Se sentía tan extraño que ella no demostrara temor al saber que sería asesinada. Él, un arcángel, un guerrero de alto rango... ¿Por qué ella le hablaba como si fuera cualquier guardia? ¿Por qué ella lo hacía sentir inferior e inseguro?

—¿No pelearás?

—¿Acaso tiene algún sentido?

El arcángel sabía que debía cumplir con la orden de su superior, pero algo en su interior lo hacía dudar. Aclaró su garganta nuevamente y desvió la mirada de un lado a otro, sintiéndose incómodo e incluso intimidado. ¿Qué rayos era esto? ¿Por qué le hacía sentir eso? Esa maldita raza inferior... ella solo era una esclava, una sirvienta del palacio.

—No me respondas con otra pregunta. ¿Qué pretendes, demonio? Por tu culpa se escaparon dos hembras. Te diste a la fuga junto con otros demonios renegados, cruzando los límites permitidos. Y no conforme con eso, has asesinado a un soldado. ¿Ahora solo te sientas a esperar que te mate?

La joven demonio sonrió con ironía y le miró directamente a los ojos. Él pudo notar que estos lucían vidriosos por las lágrimas que aguantaba.

—Es fácil para ti decir eso cuando no eres tratado como esclavo. Nosotros solo deseamos ser libres, y no vivir más bajo la tiranía de tu raza y su estúpida dictadura, en donde ni siquiera sus hembras pueden ser libres. ¿Acaso eso es un pecado?

—Eres un demonio, tienes una obligación, al igual que cada hembra en este mundo. Deberías estar agradecida por haber servido en el palacio y gozar de privilegios.

—¿Agradecida? ¡Soy un demonio, y eso me hace ser esclavo! Con privilegios o no, sigo siendo una esclava de tu raza. ¡Acaba con tu orden y lárgate! No discutiré más contigo. Está claro que tu nivel intelectual no te permite entender el significado de libertad —respondió molesta, regresando la mirada al frente, fingiendo ignorarlo.

El arcángel abrió más los ojos y luego frunció el entrecejo. Era algo realmente nuevo para él: que un demonio le hablara con ese tono y fuera capaz de faltarle al respeto de esa forma. ¿Acaso en verdad quería morir?

La tomó del cabello con agresividad, obligándola a verlo. Un ligero olor a flores invadió el lugar. Era un aroma tan delicioso que provenía de ella; tan difícil de ignorar. Ella lo miró a los ojos, y él mantuvo la mirada, observando sus ojos de nuevo. Ahí estaba, otra vez reflejada esa profunda tristeza en su mirada. No reflejaba miedo, solo tristeza, a pesar de su firmeza. Ella elevó ligeramente un lado de su labio superior. Él no pudo evitar desviar su vista hacia sus labios, que tenían un color tinto oscuro, gruesos y carnosos. Con rapidez regresó la mirada al azul de su iris. Incluso la cercanía con ella le provocaba una sensación extraña que nunca había sentido. Y ese olor... era tan embriagante. No entendía qué le estaba pasando. ¿Por qué le costaba tanto llevar a cabo la orden? Solo era un demonio.

El viento movía algunos mechones de su cabello negro que caían entre los dos, en ocasiones cubriendo parte de su rostro. Era una hembra hermosa y muy joven. Ella mantenía una mano sobre su vientre y otra en la herida de su pecho, la cual seguía sangrando entre sus dedos. Él acercó más su espada a su cuello sin despegar sus ojos de los de ella. El filo de su espada provocó que una fina gota de sangre brotara de su piel, deslizándose entre sus senos, que se movían suavemente con su respiración ligeramente agitada. Ella seguía con la mirada fija. Él vio cómo sus ojos, poco a poco, se llenaban aún más de lágrimas que comenzaron a caer lentamente, resbalando por sus mejillas.

Se mantuvo así por más de un minuto y, de repente, la soltó. Su frustración se hizo evidente: dejó caer su espada y se frotó el rostro con las manos, luego las pasó hacia su nuca. No podía seguir mirándola, se sentía miserable, confundido y frustrado. Era una sensación amarga.

—Lárgate.

—No puedo. Es imposible. Tus compañeros están por todo el lugar; igual moriré. Haz tu trabajo y vete.

—Deja de decir eso. ¿Por qué no me escuchas y te largas? ¿Acaso quieres que te mate? —dijo levantando la voz, exasperado.

—¿Crees que tengo alguna razón para vivir? Toda mi familia y mi manada están muertas, gracias a ustedes. Solo viviré un tiempo más para ser cazada como un animal.

—Tal vez si te llevo frente al supremo y pides perdón, te regresen a tu lugar —dijo para sí mismo, pensando en voz alta.

—¡Jajaja! ¿Perdón de qué? ¿De querer ser libre? —habló entre risas y sarcasmo.

—¡Cállate! Déjame pensar.

—¿Por qué no me matas ya, soldado?

Él la tomó de los brazos con fuerza, obligándola a levantarse y mirarlo.

—¡No lo sé! —respondió confundido y frustrado.

Los dos se mantuvieron en silencio por un momento, sin saber qué decir. De repente, se escucharon voces que se acercaban, sacándolos de ese momento extraño.

—Rápido, ocúltate y no te muevas de aquí, volveré por ti.

—¿Qué?

—Apúrate, solo haz lo que te digo y no hagas ruido.
La jaló del brazo y la obligó a esconderse entre unas rocas. Ella obedeció sin poner resistencia y se ocultó.

—¿Está todo bien, Curiel?

—Sí, está libre por aquí, Daniel. Vamos, ha sido una excelente pelea. —Recogió su espada del suelo y caminó para encontrar a su compañero.

—Sí, estuvo genial. Esos malditos creen que nos pueden enfrentar.

—Sí, jeje. Bien, vámonos muchachos.

—Uno de los soldados cree haber apuñalado a la demonio, pero ha huido y no la hemos encontrado.

—¿Sí? Bueno, seguramente no llegará lejos y probablemente muera.

—Eso creo yo.

Mientras seguían peinando el área, Curiel miraba constantemente a todos lados, en especial al lugar donde había escondido a la joven.

—¿Estás bien? Te ves inquieto y distraído, ¿no te hirieron?

—No, claro que no. Solo estoy un poco cansado, creo que mi energía ha bajado mucho.

—Entiendo, no te preocupes, ya casi nos vamos.

Curiel solo asintió con la cabeza. Después de que todos los arcángeles registraran toda el área, se reunieron y partieron. Al llegar al cuartel, todos se dispusieron a festejar y descansar. Curiel salió del lugar con cautela, cuidando no ser visto. Regresó al lugar de la pelea y buscó a la demonio. Ella permanecía en el lugar donde la había ocultado. Se encontraba sentada, recargada en una de las rocas. Su piel se veía aún más pálida de lo normal, y la herida en su pecho seguía sangrando; ella aún la presionaba para no desangrarse.

—Necesito que te quites eso. —Se refería al corset plateado que llevaba puesto.

—Sí, claro.

Obedeció, se puso de espaldas y comenzó a quitárselo, tapando sus senos con su brazo. Él parecía sonrojarse mientras evitaba mirar.

—Listo.

Se acercó a ella y puso algunas hierbas en la herida para detener el sangrado. Ella lo observaba con atención, él, de vez en cuando, la miraba, pero rápidamente desviaba su vista hacia lo que hacía. Comenzó a ponerle un vendaje mientras ella seguía observándolo en silencio.

—Qué bellos son.

—¿Qué?

—Tu raza. Es hermosa, siempre me ha parecido una raza preciosa. Tus ojos parecen el azul del cielo y tu cabello es dorado como el sol, tu piel blanca y suave como la de un recién nacido. Cualquiera diría que son dioses. Unos dioses muy tiranos.

Él no dijo nada, ignoró su comentario mientras evitaba su mirada.

—¿Por qué me ayudas? Te castigarán por eso.

—No importa.

—¡Vaya! Un ángel rebelde. Curiel, ese es tu nombre, ¿verdad?

—Sí, y no soy un ángel, soy un arcángel. Son diferentes jerarquías.

—Da igual, los escuché llamarte así. No hablas mucho, ¿verdad, Curiel?

Él la miró a los ojos y sonrió.

—Y tú hablas demasiado. Está listo, detuve tu sangrado con las hierbas, pero la herida es profunda, tardará en sanar.

—Bien, eso es genial.

—Ven, te llevaré a un lugar donde estés segura mientras te recuperas.

El arcángel la tomó en brazos, pasando una mano por detrás de su espalda y la otra por detrás de sus rodillas. Ella recargó su cabeza en su pecho y pasó su mano por detrás de su cuello. Extendió sus alas y se elevó, aleteando como una enorme ave. La llevó a un lugar donde solía ir cuando quería estar solo. Era una pequeña casa apartada y rodeada de jardines.

—¿Qué es este lugar?

—Digamos que son territorios celestiales. Es mía, aquí vengo cuando estoy cansado del bullicio. No me has dicho tu nombre.

—Alumit.

—Bueno, Alumit, aquí te quedarás por un tiempo, mientras veo cómo te saco de aquí. Vendré a verte cada vez que pueda y traeré lo necesario para que estés cómoda.
—Gracias, Curiel. Te estaré esperando.

La demonio lo abrazó y besó su mejilla.

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Querido lector: gracias por pasar por aquí y leer este mi primer capítulo, espero y que haya sido de tu agrado, he disfrutado mucho escribiendo esta novela y me decidí compartirla con ustedes. Espero y deseo ganarme su amor, sus votos y leer sus comentarios. Gracias y mis mejores vibras para todos.

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