Una pérdida invaluable
Existe un solo tema en el mundo del cual siempre trato de escapar. No me importa con quién esté hablando, su sola mención me pone los vellos de gallina.
La muerte. La despedida final.
Todos se empecinan en hablar de ella, en los libros, en las canciones, en las películas, a donde sea que mires ahí hay alguna señal.
No entiendo cual es el capricho de nombrarla a cada momento, incluso en los espacios que tratan de brindar un poco de paz y satisfacción. Me niego a aceptarla y sé que es demasiado tonto de mi parte, porqué también sé que la muerte es algo que todos tenemos asegurados desde el momento de nacer.
Creo que es porque he experimentado un par de perdidas dolorosas en mi vida que odio tanto hablar de ella. Mi abuelo fue una víctima, mi pequeño bebé que estaba en el vientre de mi esposo, ver sus ojos llenos de lágrimas y la forma en que lloraba me desgarró más el alma. Deben ser esos los mayores motivos por los que lo evito, me causa rechazo incluso decirlo en voz alta, siento que si lo hago, la atraigo.
Pero ahora, en este preciso momento, deseo no ser yo él que esté en este lugar. Soy egoísta porque me niego a dejar partir a un miembro tan importante de mi familia, a pesar de que está en su agonía. No quiero que nos deje con este vacío profundo, no quiero que mis hijos lloren y sufran por culpa del velo inevitable que quiere arrancar a Lois de nuestro lado.
—Lo siento señor Way —dice la veterinaria y me obliga a levantar mi rostro—. No hay nada que pueda hacer, sus intestinos volvieron a fallar y esta vez ya no se puede volver a operar...
Siento que un nudo se forma en mi garganta, quiero gritar y no puedo. Siento que muchas agujas se ensartan en mi corazón y no permite más que sollozar frente a ella. Es la segunda vez que estamos en la clínica veterinaria a estas horas de la noche, la primera fue hace unas semanas cuando Lois se sintió mal y se quejaba de dolor, la traje y pidieron intervenir a tiempo, pero ahora, parece que no hay más salida.
—Lo siento mucho —escuchó que ella vuelve a decir y sostiene mi hombro, mientras yo, lo único que puedo hacer es sostener su pata y acariciar su cabecita—. No le queda mucho tiempo, le aconsejo que vayan a casa y la acompañen en sus últimos minutos.
Mordí mis labios con fuerza y simplemente asentí. Un par de sus estudiantes me ayudaron a llevarla hasta el auto, con mucho cuidado de no lastimarla la acomodaron en la cajuela. Había doblado los asientos hacia adelante y mis hijos habían colocado un par de mantas ahí para que estuviese cómoda.
Le acaricié su cabeza mientras lágrimas incontrolables salen de mis ojos, cual río caudaloso y le ayudó a cerrar sus ojitos un rato mientras llegamos a casa. Soup se pondrá tan triste al verla, al igual que todos nosotros.
—Bebé —digo después del primer timbre, mi esposo ha contestado rápidamente.
—¿Qué pasó, Gee? Los niños y yo estamos despiertos, esperando.
—Ya vamos para allá. Preparen su cama, junto a la chimenea, donde a ella le gusta estar —conseguí decir con un poco de cordura en mi voz, pero fallo, porque vuelvo a llorar incansable—. Lo siento...
—Está bien, amor, ten cuidado... —es lo único que me dice después de unos minutos, él también se ha puesto a llorar pero está siendo fuerte, no le gusta que nuestros niños lo vean así.
Apagué mi teléfono y cerré la cajuela, subí al auto y de inmediato comencé a conducir a casa. Agradezco tanto ser yo quien esté con ella, recibiendo esta noticia de primera mano, mi Frankie no hubiese podido con tanto, y a pesar de que yo quiero que ya no sufra más, es inevitable sentirme así. Es una pérdida invaluable de la que mi familia nunca podrá recuperarse.
Mientras vamos en el camino a casa y mi llanto continua, me permito recordar muchos de los momentos que tuve con Lois. El día que llegó a nuestras vidas, éramos solo Frank y yo, una pequeña familia, ella nos completó y nos dio su amor incondicional. Cuando Soup llegó unos meses después, Lois fue la cachorra más feliz del mundo.
Tener una compañera de aventuras nunca la inhibió de hacer sus propios desastres. Ella le tenía tanto temor a las tormentas, se bebía el agua del baño, comía cualquier cosa que encontrara, un papel incluso. Siempre íbamos a caminar por la playa, fue Lois la que le dio consuelo a Frank cuando perdimos a nuestro bebé y fue ella la que me ayudó a abrir todas las cajas de las cosas de Miles cuando iba a nacer. Es ella quién ha acompañado a mis hijos desde bebés, cuidándolos, jugando con ellos, dándonos mucha felicidad.
Quince años parecen tan poco cuando se recuerda pero todos los momentos juntos que guardo en mi memoria me aseguran que no lo son. Que han sido años magníficos junto a la mejor compañía.
Que difícil es decir adiós, no quiero, odio esto. Quisiera tener el poder de evitarlo, de curarla y que sea muy feliz a nuestro lado por otros quince años más, pero no puedo, no voy a retener a Lois en este sufrimiento. Ella ya es mayor y ha disfrutado mucho, se irá contenta con todo lo que hemos hecho por ella.
Bajé del auto con los ojos inundados de lágrimas, pero las limpio antes de tomarla en mis brazos. No quiero que me vean así. Y mientras avanzo con ella por el jardín, veo a Frank y a mis hijos esperarnos en la puerta de la entrada, no quiero avanzar, no.
Finalmente lo hago y Frank me ayuda a cargarla, para colocarla con cariño sobre su camita y sus sábanas. Bandit, mi niña más pequeña llora incontrolable y, Miles y Arthur la abrazan, dándole consuelo.
—Papi —dice Miles, acercándose a nosotros que nos hemos sentado en el suelo—. Papi Frank nos explicó que Lois nos necesita e hicimos unas pequeñas cosas para ella, para que se sienta mejor... ¿podemos dárselas?
—Claro, cariño —le digo con pesar.
Mis tres pequeños se acercaron más a Lois y ella con sus ojos tristes los mira, y sé que con mucho esfuerzo les mueve su colita, por última vez. Soup también se acerca y se acomoda junto a ella mientras desde la sala puedo escuchar los videos en la tele, aquellos videos con nuestros recuerdos vividos, en cumpleaños, fiestas en la piscina y demás.
—Querida Lois, te amaré por siempre y esto es para que me recuerdes. Es la ovejita a la que te le comiste una oreja... te amo mucho. —Bandit fue la primera en hablar, con su tierna voz y unas lágrimas resbalando en sus mejillas de algodón. Le colocó su peluche favorito a Lois a un lado, era un gran regalo.
Frankie la llamó después que se despidió de Lois, y la arrulló entre sus brazos con cariño.
—Sigues tú, Arthie...
—Querida Lois, te he amado toda mi vida. Espero que en el Cielo tengas una familia que te ame como nosotros. Tu amigo, hermano, Arthur.
Las palabras de Arthur me conmovieron y las lágrimas que había luchado por retener, volvieron a escapar, está vez sin darme un ápice de respiro. Lois comenzó a respirar más rápido y Miles tomó su pata con suavidad entre sus manos.
—Escribí una carta para ti pero lo mejor es que te diga lo mucho que te amo y lo feliz que estoy de que hayas sido mi amiga incondicional —dijo acariciando su cabeza y Lois dejó escapar un pequeño gemido, su respiración más lenta. Miles se inclinó sobre ella y besó su pelaje, como cuando era un bebé y se arrullaba en ella.
—Yo también quiero darle algo —dijo Frank cuando Miles se incorporó pero permaneció junto a ella—. Quiero que te lleves esto contigo, Lois. Este collar ha hecho un largo viaje...
Mi corazón se estruja más en mi pecho cuando mi Frankie se inclina hacia adelante y coloca el collar en su pata, está helada pero aún así él la acaricia y acomoda la prenda con cariño.
—Gee me la dio para celebrar el inicio de nuestra familia, pero... bebé, nuestra familia ya había iniciado...
Todos lloramos pero nosotros dos con más fuerza y dolor. Esa cadena se la di a Frankie unas noches después que me dio la noticia que estaba esperando a nuestro primer hijo, recuerdo muy bien que Lois la tomó en su boca antes de que se la pudiera poner en el cuello a mi esposo. Desde que la recuperamos, él no se la ha quitado nunca.
—Adiós, querida Lois...
En el momento en que Frankie vuelve a mis brazos, y se acomoda en mi pecho, Lois exhala y con ello se lleva parte de nuestros corazones. Nadie podrá olvidarla nunca, a pesar de que ya no estará más físicamente entre nosotros, no habrá día en que no la recordemos.
Hoy, es un día de esos, de los que odio hablar. Porque el ángel oscuro se ha llevado a un miembro de nuestra familia, pero eso no quiere decir que yo voy a dejar de amarla, yo también la mantendré viva en mis recuerdos.
Y con mi último pensamiento feliz con Lois, colocó sobre ella una foto de todos nosotros. Juntos como familia.
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