Muerte en el Cielo

Colaboración con Angelicalexia ❤

—𖧷—

Durante siglos, he visto a los humanos hacer locuras por amor a otros humanos, los he visto renunciar a sus más grandes posesiones terrenales y espirituales, abandonando lo que alguna vez fue más importante para ellos, todo para estar en brazos ajenos y vivir el resto de sus días en el pecado, sin temor a Dios o a Lucifer.
            
        
        

Nunca lo comprendí.
 

      

             
 

      
Siempre creí que no podía entenderlo porque eran cosas de humanos, mientras que yo fui creado en el Cielo y he vivido todos mis días en el Cielo, por lo que nunca experimenté otro amor que no fuera el de mi creador.

Una vez, y sólo una vez, he sentido algo parecido al amor humano, pero me deshice de ello porque los ángeles también tenemos mandamientos que cumplir. Además, aquel que lo provocaba en mí, fue expulsado, y nunca más volví a saber de él.

Así fue, hasta que el segundo milenio después de Cristo llegó a su fin, y llegó el momento para el cual se me preparó desde mi creación: La Guerra Espiritual, luz contra oscuridad.

El fin de los tiempos será dentro de poco, y por primera vez, tengo permitido bajar a la Tierra; sólo los arcángeles podían pasearse entre los humanos siendo invisibles, ayudándoles y salvándoles, siendo Gabriel el líder. Son ellos quienes nos han entrenado para servir a Dios en la guerra, y ahora nos han enviado a la Tierra para determinar quién será salvo y ascenderá a los Cielos, y quién será destruido en el apocalipsis.

No hay mucha esperanza para los humanos, realmente. Por ahora, me parece que sólo los niños irán al Cielo.  

La Tierra está plagada de guerras sin sentido, enfermedades mortíferas, falsas religiones, y humanos sin humanidad; la empatía y el respeto por la vida ajena son conceptos que dejaron de existir hace mucho. Los recursos naturales, la flora, la fauna, todo ha sido casi extinto por la raza humana y su egoísmo, y como ya no les queda nada que destruir, se destruyen entre ellos.

Se me dio un estudio y preparación durante toda mi vida, sin embargo, mi imaginación no se compara con las atrocidades que he visto.

En medio de la perdición, lo encontré a él…

Estaba dándome la espalda, pero lo reconocí por su cabello castaño, su silueta, y la marca en su espalda, donde alguna vez estuvieron sus alas. Sólo llevaba pantalones negros, por lo que noté a detalle cómo ahora su cuerpo está lleno de tatuajes.

De pronto, hizo algo que me dejó completamente horrorizado; le rompió el cuello a un niño, sólo para arrebatarle una botella de agua. Aquel acto, suscitó que surgiera un nuevo dibujo en su piel; unas manos en forma de plegaria, con la palabra “Perdido”.   

—¿F-Frank…? —Musité aterrado, mientras lo miraba bebiendo de la botella y empapándose de ella, como si llevara muchos días de sed. El cadáver del niño seguía a su lado, y a él no le interesaba, bebía el agua sin culpas, apretando la botella con su mano, retorciéndola hasta absorber la última gota. Al terminar, dejó ir una exhalación gutural de alivio, mientras limpiaba su boca con el dorso de su mano.

«No puede ser él». Me dije a mí mismo, porque él… Él no era así, él no actuaba como una bestia.

Pero cuando se volteó y me miró con esos ojos avellanas que en el pasado brillaban como las estrellas, todo dentro de mí se revolvió, mi garganta se secó, y se formó un gran nudo que duele.
         
           
          

¿Por qué, Frank?
 

             

             
 

      
—Gerard… —Se puso de pie, y caminó hacia mí con pasos firmes. Su cercanía logró intimidarme, en especial por la forma en que sus ojos se tomaron el tiempo de escanear mi cuerpo y mi rostro. —No has cambiado nada… Sigues siendo el ángel más hermoso en el Cielo. —Logró hacerme sonrojar. —Dime, ¿Qué haces en este sitio tan despreciable? ¿Vienes a verme?

—Frank, t-tú… —Titubeé. Su atroz acto se repitió una y otra vez en mi cabeza, haciendo contraste con las memorias del dulce ángel que surcaba los Cielos junto a mí.

—Oh, ¿Eso? —Señaló el cuerpo inerte del infante como si nada. —La vida aquí es dura, uno tiene que hacer de todo para sobrevivir, llevo varios días sin comer ni beber. Y ese humano, de todos modos, deseaba estar muerto; sólo le ahorré años de sufrimiento.

—Casi no te reconozco.

—No soy el mismo… A diferencia de ti. —Mi piel se puso de gallina cuando él acarició mi rostro, con esa mano que recién acababa de apagar una vida. —No respondiste mi pregunta, ¿Qué te trae por aquí? ¿Ya están haciendo el inventario de quién irá al Cielo y quién se quedará? Debe ser sencillo… No hay muchos corderos blancos estos días.

—Frank… ¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué estás tan tranquilo aquí en medio del caos? ¿Por qué no simplemente le pediste perdón a Dios? Así no estarías aquí y-

Abrí los ojos desmesuradamente cuando fui interrumpido por una carcajada de su parte.

—Eres tan jodidamente inocente, Gerard. Dios no perdona, y menos si no te arrepientes de lo que hiciste.

—No digas eso, él-

—No vengas aquí a repetir todos los discursos que nos hicieron memorizar: ¿“Dios es bueno”? ¿“Dios es amor”? ¿“Nosotros los ángeles fuimos hechos para luchar a su lado por el bien de sus hijos”?… Mira dónde están sus hijos ahora.

Me quedé pasmado ante sus palabras.
        
           
        

Frank… ¿Qué te hicieron para que pensaras así?
 

      
        
        
—Yo… Uh… Y-Ya tengo que irme.

—¿Tan pronto? —Inquirió enarcando una ceja.

Yo me limité a asentir, y darme la vuelta sin esperar su respuesta. Sin embargo, cuando estuve a punto de abrir mis alas para irme volando, me congelé porque él tomó mi muñeca con firmeza.

—Shh… —Susurró cerca de mi oído, provocando que los vellos de mi nuca se pusieran de punta. —No estés tan asustado.

—N-No estoy asustado. —La voz me salió rota, y observé de reojo cómo él sonrió con cierta malicia ante esto.

—Ha sido bueno verte, Gee… He pensado mucho en ti. —Un escalofrío recorrió mi espalda cuando él depositó un beso suave y casto sobre el dorso de mi mano. —Ojalá te dieras cuenta de lo que te están haciendo en el Cielo.

—¿Qué? —Volteé a verlo, él no soltó mi mano. —¿Qué me están haciendo?

—Si abres un poco los ojos, te darás cuenta.  

Dicho esto, soltó mi mano y yo, confundido, aturdido y nervioso, abrí mis alas y me fui lo más rápido posible.

Aquellos sentimientos no se fueron de mí cuando retorné a mí hogar, más bien, seguían y seguían; aquel encuentro se reproducía en mi cabeza una y otra vez, mezclándose con mis maravillosos recuerdos de un Frank libre de perversidad.  
         
        
       

¿Por qué, Frank?
 

       
        
        
Aquí en el Cielo, lo tenemos todo, vestimos con la seda más fina y hermosa, disfrutamos de las cosas más bellas y vivimos del amor de servir a nuestro Dios; un amor tan puro que nos hace lo suficientemente valientes para morir por él en la batalla que al fin expiará la Tierra de los nefastos demonios y dará paso a un nuevo mundo donde no exista el dolor.  

¿Por qué? ¿Por qué Frank renunciaría a una vida en el Cielo para terminar en el estado más bajo y deplorable como un ángel caído?

Mis mejores recuerdos están en aquellos días en los que Frank y yo desplegábamos nuestras alas por los aires, dando volteretas en el hermoso azul, creando formas de animales con las esponjosas nubes. Estar con él, hacía que mi corazón revoloteara feliz.

Lástima que lo que yo sentía por él no estaba bien, era un amor que no podía ser. Los ángeles fuimos creados para amarnos como hermanos, y yo amaba a Frank como un ser individual, como alguien único y casi lejano a pesar de estar tan cerca. Era un amor que me hacía cosquillas en el estómago, que me hacía anhelar su tacto, y despertaba en mí el deseo carnal por el cual tantos humanos se han ganado el infierno; un deseo que entre ángeles no sólo está prohibido, sino que debería ser impensable.

Por eso me alejé de él, nuestros hermosos días juntos se acabaron porque yo no quería traicionar a Dios y la misión que me dio, no quería traicionar el amor más grande e importante.

Fue gracias a esa distancia que nunca logré entender por qué Frank se ganó su muerte en el Cielo, y ahora menos entiendo por qué parece tan contento con ello, como si la vida tan cruda que tiene ahora en medio de la carnicería que es la Tierra no fuese un castigo sino un premio.

Desde ese primer encuentro, no dejé de pensar en él, y en el fondo, deseaba volver a verlo durante mi próxima ronda por la Tierra, tanto así que por primera vez desde mi creación, me atreví a romper una regla.

Los ángeles nos nutrimos con el maná, el alimento que alguna vez Dios les envió a los israelitas durante los cuarenta años en los que estuvieron atravesando el desierto en busca de la Tierra Prometida.

El maná son hojuelas que tienen el sabor de lo que uno más desea, en el principio de los tiempos solía ser sólo para nosotros los ángeles, hasta que Jehová fue generoso con los israelitas y los surtió con él porque nunca los abandonó en aquella travesía, pero ellos fueron codiciosos, se quejaron, se pusieron exigentes, y nunca más el maná volvió a ser surtido a los humanos, volviendo a ser exclusivamente para ángeles. Sin permiso alguno, tomé un poco a escondidas para llevárselo a Frank, quien como pude ver, sufre de hambre y sed como casi todos los que habitan la Tierra.

Me da un poco de lástima… Lo que pasó antes con los israelitas fue muchísimo antes de que Jesús naciera, han pasado milenios desde entonces y nunca más se les volvió a dar una oportunidad como esa a los humanos. Se supone que Dios es amor y da segundas oportunidades, pero nunca más volvió a brindarles alimento directamente, o siquiera se planteó si después de tanto tiempo algo había cambiado, en especial después de que su hijo murió por los pecados de la gente. Simplemente…

Cuando me di cuenta de las cosas que estaba pensando, me detuve, y me cubrí la boca como si todo hubiese sido dicho de viva voz.

Me atreví a cuestionar a Dios y sus decisiones…                                          
           
         
         

¿Qué me está pasando?
 

       
          
        
No está permitido cuestionarlo, sólo él sabe qué es lo mejor para nosotros y para los humanos porque somos su creación más preciada y por lo tanto, nos ama.

Inmediatamente, comencé a pedir perdón de todo corazón por aquel cuestionamiento, pues no quise ser castigado por ello. Sin embargo, me puse a llorar, porque de todos modos estaba haciendo algo mucho peor; estaba robando.

Me costó mucho esconder el saco de maná en mi toga mientras volaba hasta la Tierra, pero afortunadamente no fui descubierto.

Con mi corazón desbocado por el miedo y los nervios, busqué a Frank cerca de la misma zona donde lo vi antes. Toda la Tierra hoy en día es básicamente una chatarrería donde la tecnología que alguna vez hizo a los humanos sentirse en la cima, ahora no son más que restos con los que se las arreglan para hacer armas o cualquier tipo de artefacto de supervivencia.

En eso, me asusté terriblemente al escuchar un grito desgarrador viniendo desde una estación del metro abandonada; he escuchado muchos de esos, pero no me acostumbro, cada vez que los oigo, mi sangre se siente helada.

En esta Tierra tan dañada he visto a mucha gente a la que quiero salvar, pero no tengo permitido interferir, llegué a preguntarle al arcángel Gabriel por qué es así, si se supone que los ángeles estamos para ayudar y salvar en nombre de Dios, y él me dijo que es porque los humanos ya tuvieron bastante tiempo para redimirse y mejorar, pero en lugar de ello, prefirieron seguir el camino de perdición que estaban siguiendo, así que ahora están pagando las consecuencias, y sólo les queda ser juzgados.

Acepté lo que me dijo sin protestar, y aparté todo pensamiento que me decía que aquella regla no es tan justa si se considera que muchos niños están naciendo en estas condiciones, y están pagando por pecados que no cometieron.

Volví a pensar en eso cuando Frank apareció ante los gritos, y apenas me dirigió la mirada cuando salió corriendo al interior de la estación del metro, con un cuchillo en su mano, lo cual motivó a ir tras él.

Otro evento sanguinario estuvo a punto de acontecer, pero esta vez, me sorprendió ver quién estaba a punto de cometerlo; era un hombre-bestia, con una altura y masa muscular inhumana, que sólo se asemeja a los gigantes que, muchos años antes de Cristo, fueron destruidos en el diluvio. Incluso, es igual de violento que aquellos seres que fueron exterminados en su momento, y se notaba en cómo intentó violar a su pequeña hija en frente de su madre, quien está embarazada; la pobre mujer intentaba detenerlo con todas sus fuerzas pero fue golpeada y herida. Vi a Frank luchar con aquel gigante y cortarle la garganta, causando una espantosa explosión de sangre.

—¿Están bien? —Les preguntó a la madre, pero ella no contesta y abraza muy fuerte a su pequeña contra su pecho, ambas lloran, tiemblan y están en un estado de shock que les hace temer a su salvador, un miedo que es racional considerando que están viviendo tiempos en los que hasta tu sombra puede traicionarte.

—Frank… —Lo llamé a sus espaldas, él se dio la vuelta, viniendo hacia mí, entonces saqué de mi toga el pequeño saco de maná que estaba escondiendo y se lo entregué en sus manos. —Había traído esto para ti, p-pero…

—Yo estaré bien, ellas son lo más importante ahora. —Me responde, y admiro sorprendido cómo aparece un tatuaje más entre los montones que hay en su pecho, el cual es casi opacado por el resto que ocupa más espacio; una pequeña llama con la palabra “Esperanza”.

La mujer, que intenta consolar a su pobre hija en sus brazos mira extrañada la escena, debe pensar que Frank habla solo, ya que soy invisible para los humanos. Él le entregó el alimento, y ellas, después de dar las gracias huyeron a un lugar más seguro.

—Ven aquí. —Tomó mi mano. —Nosotros también debemos refugiarnos.

Entonces me llevó a su guarida.

Frank vive en una biblioteca, un lugar que ya no es habitado en estos tiempos. Tiene una cama improvisada de colchones viejos que luce cómoda pese a las circunstancias, además de ello, veo que ha recolectado una buena cantidad de artículos de supervivencia, instrumentos musicales y artilugios tecnológicos. A pesar de todo, estar aquí con él se siente acogedor, su presencia me sigue poniendo nervioso pero aun así, este lugar me aporta cierta aura de seguridad en medio del desastre.

—¿En serio me trajiste alimento? —Rompió el silencio, sentándose en la cama, por lo cual tomé asiento junto a él, manteniendo una consciente distancia. —¿No te meterás en problemas por eso?

—Espero que no… Traté de ser lo más discreto posible.

—Whoa… El pequeño e inocente Gee, el ángel más puro de todos, ¿Rompiendo las reglas y robando maná del Cielo? ¿Quién lo diría? —Rió.

—Y-Yo…—Bajo la mirada avergonzado, se me hace un nudo en la garganta de pensar en las reglas que he roto y los castigos que podría conseguir. —No digas eso.

—Gracias, de todos modos.

—Si no me meto en problemas, intentaré traerte mañana.

—Tranquilo, Gee. No me gustaría que te castiguen por mi culpa, a menos que quisieras perder tus alas como yo.
        
          
        

El sólo pensarlo, me aterra.
 

        

         
 

        
—¿Te dolió perder tus alas?

—¿Físicamente? Sí… Duele como el infierno, y es aún más insoportable considerando que un ángel nunca siente dolor físico.

—¿Pero no te dolió dejar el Cielo? ¿Alejarte de Dios?

—Nunca me sentí más libre desde que dejé el Cielo. —Me quedé boquiabierto. —Sé que no puedes entenderlo y no espero que lo hagas, pero a pesar de que este mundo puede ser un asco, aún mantiene sus cosas buenas y placeres que hacen ver el Cielo como un campo de concentración.

—¿Q-Qué… Clase de placeres?

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando lo vi esbozar una sonrisa perversa, y lo próximo que supe es que él estaba arriba de mí.

—¿Quieres que te muestre? —Susurró a mi oído. Un jadeo se escapó de mis labios cuando comenzó a deslizar su lengua desde mi cuello, hasta mi nuca, llegando hasta mi oído. —¿Quieres saber lo bien que puedo hacerte sentir?

—Y-Yo… —Tragué saliva nervioso, mientras él empieza a trazar pequeños besos en mi piel.

«Esto está muy mal». Me dije, por la forma en la que me derretía ante su tacto, teniendo una mezcla de sensaciones en mi cuerpo que sé, de sobra, que están prohibidas, ya las he tenido antes, imaginándonos a él y a mí en esta posición; pensamientos que he tenido que borrar tan pronto como aparecen.

—Frank, no hagas eso. —Tomé la fuerza suficiente para separarme y ponerme de pie. —Yo n-no puedo… —Sentí mis ojos aguarse. —Haber venido fue un error; esto está mal y-

—Gerard, ¿Crees que es normal el temor que sientes? —Suspira. —Por eso perdí mis alas.

—¿Q-Qué?

—Perdí mis alas porque dejé de sentir temor a Dios; me permití cuestionarlo y darme cuenta de que él no es el bueno de la historia.

—A-Adiós, Frank.

Intenté irme, pero él me tomó de la muñeca.

—Déjame ir, por favor… —Le supliqué, con los ojos empapados.

—Que el mundo esté como esté, y la guerra espiritual que se avecina… Todo eso era parte del plan de Dios. Dime, ¿Qué clase de padre amoroso sería tan despiadado?

—¿De qué hablas?

—¿Cuánta gente inocente no ha sufrido injustamente desde hace siglos? Lucifer y sus demonios andan por ahí atormentando a los humanos, ¿Pero qué ha hecho Dios? Tiene millones de ángeles en el Cielo, pero siempre los mantiene allá arriba, preparándose para su dichosa guerra que tanto quiere pelear, donde ustedes se enfrentarán a los demonios y morirán por él… Fui expulsado porque hice demasiadas preguntas y así, me di cuenta de la verdad: Los ángeles sólo son soldados, no fueron hechos para salvar a la gente.

—No es verdad lo que dices.

—Gerard, esta es tu primera vez en la Tierra y ni siquiera tienes permitido salvar a nadie.

—Porque ya es muy tarde para que los humanos se salven.

—No te engañes. Dime, si Dios realmente es tan Todopoderoso y realmente le importa el bien de su creación, ¿Por qué no destruyó a Lucifer desde el primer momento? En lugar de eso lo dejó ir, lo dejó armarse, conseguir seguidores, y hacer todos los estragos que quisiera… ¿Recuerdas la historia de Job?

—P-Pero eso…

—Ya te dije, no espero que lo entiendas.

—Entonces ya no digas nada.

—Está bien, no diré nada, pero al menos déjame verte un poco más, ¿Sí?

—¿Por qué?

—Porque te extrañé mucho.

Al escuchar eso, volví a encararlo, tratando de no verme tan vulnerable a pesar de lo mucho que me siento así.

—¿Ves estos tatuajes? —Llevó mi mano hasta su vientre, donde está el dibujo de dos golondrinas, mi cuerpo tembló al tocar su piel. —Somos nosotros.

—¿N-Nosotros?

—¿Sabes por qué tengo estos tatuajes? —Negué con la cabeza. —Ellos determinan mis sentimientos, y las acciones que realizo. El tatuaje de las golondrinas apareció por el amor que siempre sentí por ti.

Me llamó la atención que, entre las golondrinas, estuviera la palabra “y”, eso me llevó a rodear a Frank, dándome cuenta de que aquellas palabras envuelven su vientre y forman una oración.

—¿Por qué dice… “Buscar y destruir”?

—Ese es un tatuaje ajeno al de las golondrinas. Siempre aparecen prácticamente uno encima del otro. Las golondrinas son mi primer tatuaje que te representa a ti, y a mis hermosos recuerdos contigo, y tiempo después, apareció éste. —Soltó mi mano, para mostrarme un pequeño tatuaje en la parte de atrás de su brazo; un corazón cruzado por espadas, con la frase “Te extraño terriblemente”. —He estado extrañándote tanto… Deseando haberte traído conmigo.

—No soportaría verte matando gente todo el tiempo.

—Ves a Dios hacerlo todo el tiempo.

Me dejó sin habla, totalmente fuera de combate.

—Tú dirás que la vida aquí es horrible en comparación con el Cielo, pero al menos soy libre de amar a quien quiera, de disfrutar de los libros, la música, y poder hacer y hasta pensar cualquier cosa sin miedo a un castigo… ¿Crees que es sano vivir con miedo, Gerard?

Sus palabras me hacen llorar, con un dolor en el pecho porque por más que trato de no creerle, lo hago…

Siempre vivo con miedo, y eso me ha privado de muchas cosas hermosas como amar o salvar a los humanos.

—D-Dime una cosa, Frank… El hombre que mataste hace rato… ¿Era realmente un hombre? ¿O era un gigante? Ya sabes, como los de los tiempos del diluvio.

—Sí, era un gigante, ¿No sabías que en la Tierra hay muchos de ellos? Son una de las causas que llevaron a la humanidad a este punto, y Dios lo sabe.
         
          
          

¿Por qué?
 

     
         
         
Mi llanto se vuelve más intenso, hace que mis piernas pierdan la fuerza, y por lo tanto, caigo de rodillas. Sólo siento consuelo cuando Frank se agacha junto a mí y me toma delicadamente en sus brazos.

Los gigantes que atormentaban a los humanos en los tiempos de Noé y ahora también, son hijos de humanos y ángeles caídos; sin sentimientos o respeto por cualquier tipo de vida. El diluvio fue enviado para destruir a esos gigantes y a todas las demás personas que cayeron en el nivel más bajo de humanidad, después de eso, se prometió que la Tierra no sería destruida de nuevo, y que ya no habría más gigantes ni nada de eso… Y los hay… Los hay porque Dios siguió enviando ángeles caídos a la Tierra a hacer desastres, y el mundo será destruido de nuevo… Todo por una guerra absurda.

Dios es tan malo como Lucifer; quizás por eso lo dejó vivir y hacer lo que quisiera.
          
          
         

¿Por qué?
 

          
           
          
En el pecho de Frank, encuentro un refugio ante lo horrible que se siente el haber sido traicionado por mi creador, el que me prometió que mi papel era el de proteger la Tierra. Ese mismo creador que también les prometió un mundo mejor a sus hijos una y otra vez, una y otra vez.

—Necesito respuestas. —Digo separándome de él, reuniendo la fuerza necesaria para levantarme y salir corriendo.

Quiero enfrentar a Dios, o mejor dicho, a los arcángeles, porque siempre son ellos los que dan la cara por él ante nosotros los ángeles. Quiero hacer preguntas, quiero que me den la seguridad de que todo lo que dice Frank es mentira porque yo… No puedo creer que lo sea; estoy viendo todo con mis propios ojos.
            
        
          

He vivido tan ciego todo este tiempo…
 

       

         
 

       
Al salir de la biblioteca, sin importar que Frank me persiguió pidiéndome regresar adentro con él, desplegué mis alas y ascendí, dirigiéndome a la cárcel de cinco estrellas que por mucho tiempo consideré mi hogar.

Subo, subo, subo...

La Tierra se hace cada vez más pequeña.

Pero cuando estoy en lo alto, a punto de llegar…
        
             
        

Como Ícaro, empecé a descender.
 

       
          
         
Un grito me desgarró la garganta, porque me invadió un dolor nunca antes experimentado; a medida que caigo, mis alas se consumen por feroces llamas.

Duele tanto…

Tanto…

Tanto…

Tuve mi muerte en el Cielo sin previo aviso.
           
          
       

Pero al menos me queda Frank.
 

     

         
 

      
Este pensamiento queda confirmado cuando mi débil cuerpo cayó en sus brazos. Siento un intenso ardor donde antes estaban mis alas, pero creo que más duele estar consciente de la realidad.  

—Ven aquí… —Dice con lástima, llevándome al interior de su refugio nuevamente.

Yo lo abrazo con fuerza, sin querer soltarlo, ni siquiera cuando me deja sobre la cama.

Sólo quiero abrazarlo, enterrar mi cara en su pecho y sentir que todo va a estar bien.

Puede ser que este mundo tan visceral haya cambiado a Frank y lo haya hecho más duro y tosco, pero conmigo… Conmigo es tan amoroso como siempre, y eso se nota en la delicadeza con la que sostiene mi frágil cuerpo, y en las palabras que me dice para calmarme.

No sé si fui desterrado por robar el maná, por cuestionar a Dios, o amar a Frank; creo que fue un poco de todo.

—Shh… —Musita mientras me acaricia la espalda. —Ya pasó… Estarás bien… —Me dio un beso en la cabeza. —Todo estará bien; al menos no caíste solo en este mundo cruel como yo. Yo te voy a proteger, te voy a hacer muy feliz durante el tiempo que nos quede antes de ser destruidos en el apocalipsis, y ya no vas a vivir con miedo nunca más.

—Por favor, quédate conmigo…

Ya lo perdí todo, Dios no me permitirá volver a ser un ángel, no tengo forma de ser salvo, y creo que lo que más me duele, es sentir que he perdido mucho tiempo tratando de mantener contento al creador a expensas de mi propia felicidad, porque estando en los brazos de Frank, me siento seguro, como nunca me he sentido.
    
     
    

¿Por qué no recuperar el tiempo perdido?
 

      
         
          
—Frankie, yo también te he amado siempre, y quiero ser libre de hacerlo, aunque vivamos en un mundo horrible y seamos destruidos junto a él, quiero ser feliz contigo y saber de todas las cosas que me he estado perdiendo. Creo que, mientras esté contigo y me sienta libre, ni siquiera voy a extrañar mis alas.

—Oh, cariño… —Depositó un suave beso en mis labios, que hizo que mi corazón vibrara con una alegría que nunca antes había sentido. —Yo puedo hacerte volar sin necesidad de alas.

Sus palabras me hacen sentir de una forma tan diferente; es una sensación cálida que, al mismo tiempo, hace que mi vientre cosquillee. Esas cosquillas aumentaron cuando sus manos comenzaron a palpar la piel de mis brazos y sus labios marcaron un camino por mi mejilla hasta alcanzar la parte baja de mi oído. Sé lo que su tacto significa, sé que él lo quiere tanto como yo, ya no tengo por qué obligarme a reprimir mis deseos, así que cuando él me sienta sobre su regazo para despojarme de mi toga, simplemente me dejo hacer.

Su cálida respiración impacta sobre mi nuca, eriza los vellos de mi cuerpo y me estremezco como nunca cuando sus manos acarician mis hombros desnudos. En algún momento de mi vida fantaseé con un momento así; algo esporádico que me obligó a rezar y a guardar ayuno por tres días seguidos, pero ahora, que es real y que Frank me acaricia de esa forma con sus manos fuertes, no me siento mal ni tampoco un pecador.

—Mmhm… —Jadeé, sin terminar de asimilar que soy yo el autor de esos sonidos, pero el ritmo frenético de mi corazón y la suave sensación de los labios de Frank sobre mi reciente herida me obligan a seguir expresándome de esa manera tan obscena.

Su mano atrevida y experta sigue deslizándose por todo mi vientre, baja la tela hasta el inicio de mi cadera y continúa el mismo camino hacia abajo hasta que alcanza mi miembro. Cuando lo toma, arqueo mi espalda y mis manos se aferran a su antebrazo con fuerza. Su tacto es gentil, acariciándome de forma lenta y enloquecedora. Siento cómo mi miembro crece en su mano conforme a cada caricia recibida y él se apega a la piel de mi cuello, sonríe contra ella.

Alcé mis caderas para buscar un contacto más profundo y él gruñó, calentado mi cuerpo mucho más. Sentí como si flamas de fuego candente envolvieran mi piel cuando sus dedos jugaron en la cabeza de mi miembro; nunca había disfrutado del placer carnal pero Frank me está demostrando lo dulce y hermoso que es.

Tuve que apoyarme de sus muslos cuando toma mi cintura con su mano libre y me apega con fuerza a él, mi espalda en su pecho. Sonrío complacido al sentir su dureza. Él, al igual que yo, siente el mismo deseo. Y sólo el mismo Dios sabe cuánto he anhelado y reprimido mis sentimientos acerca de este momento.

—Te voy a hacer sentir tan bien, angelito. —Besa mi hombro y poco a poco aleja la atención sobre mí.

Quiero más, necesito más; mi cuerpo me lo pide y yo sólo quiero obedecer a la piel, y a este necio corazón que se desenfrena cuando esas manos me empujan a la cama.

—Sobre tus rodillas y codos, Gee. Quiero verte.

Mi piel tiembla y ese cosquilleo en mi vientre aumenta más después que giré mi cabeza y lo vi... Con esa aura de dominancia y su piel expidiendo aroma de sexo, sus ojos están más oscuros y su mirada afilada y penetrante me convenció de obedecerlo. No siento miedo, sé que Frank me ama, aun con el tiempo que ha transcurrido y de las cosas que él ha tenido que pasar en la Tierra, con todo eso, ese amor que siente por mí se mantiene en su corazón, vivo y latente, al igual que el mío por él.

En sus brazos me siento cómodo y en casa. No siento ni una pizca de temor. Confío en él.

Le obedecí y me apoyé en su cama sobre mi pecho y mis rodillas, mis brazos siendo soporte para mi rostro. Mientras lo espero, puedo ver por el rabillo de mi ojo lo que hace; se deshizo de su pantalón y pude ver más manchas de tatuajes en sus piernas pero no puedo distinguir qué son, mi vista se pierde en su miembro, pues al igual que yo, no usa más que la leve capa de tela que cubre su cuerpo.

Muerdo mis labios al verlo tomar su miembro en su mano; es muy hermoso, apenas puede tomar la mitad en su puño, y me maravillé, nunca había admirado la belleza física, eso es sólo un privilegio que se les permite a los humanos pero no a todos, sólo a aquellos que lo hacen bajo la unión del matrimonio, los demás pecadores obtienen un castigo por incumplir con uno de los tantos mandatos del Padre Celestial.

Quiero pedirle a Frank que me deje tocarlo, así como lo hizo conmigo, quiero hacerlo sentir igual o mejor, pese a que sé que él ha disfrutado mucho más este tipo de placeres. Él lo notó porque me sonrió, repasó sus labios con su lengua en un movimiento circular y se acercó a mí.

Me bajó lo que restaba de la toga hasta la parte posterior de mis muslos y no lo pude prever, me sentí nervioso, estaba desnudo y vulnerable frente a él, entregándome dócilmente después de haber perdido mis alas. El dolor que dejó la cruel perdida se convirtió en un mudo picor, gracias a las caricias de mi ángel caído.

Las dos palmas de sus manos caen con fuerza sobre mi trasero, me despertaron de mi letargo. Fue tan inesperado y dejó una sensación que sólo puedo clasificar como deliciosa en mi piel, me empujé contra él en busca de más y recibí a cambio una carcajada descarada y a sus dedos estrujando mi piel.

—Te daré algo mucho mejor. —Dijo, y de pronto sentí su lengua húmeda trazando espirales en mi espalda baja, bajando por la piel de mis glúteos donde un par de mordidas y la fuerza de sus dedos me hicieron gemir. —Eso es, angelito. Que en el Cielo escuchen cómo te hago mío y te lleno de placer.

Quise decirle que no, que no era correcto, pero recordé cómo había sido traicionado por mi Dios y que quizás todo lo que había aprendido y puesto en práctica en el Cielo era mentira. No pude decir nada, gemidos fuertes y súplicas salieron de mis labios, sintiendo cómo él pasa sus labios por mis muslos, repitiendo los mordiscos y las succiones.

Mi blanca piel convertida en un mar de marchas rojas que simbolizan mi entrega a Frank.

Mis brazos dejaron de ser mi soporte y mis dedos buscan cómo aferrarse a la mullida sábana. Él subió sus besos a mis glúteos de nuevo, y su lengua ávida pronto encontró un nuevo camino hacia un lugar que nadie nunca había visto, ni mucho menos tocado, ni siquiera yo mismo. Frank me tomó entre sus manos y me dejó más expuesto que nunca. Con su lengua, juega con mi entrada, hace círculos pequeños y deja que su saliva corra libre por ahí.

—¡F-Frank! —Grito cuando sus dientes me muerden ahí con suavidad, pero forzándome a poner mis ojos en blanco. —Más… Ahhh… —Pido entre gemidos.

Todo rastro de racionalidad se borra de mi mente cuando él succiona, y de pronto, introduce su lengua, moviéndola rápida de un lado hacia otro. Nunca en mi vida pude imaginar nada de esto; me siento libre gimiendo su nombre y disfrutando sus atenciones.

Su lengua entra y sale, se mueve de un lado a otro, puedo sentirlo con tanta perfección; cómo respira, succiona y vuelve a jugar. Su saliva corre entre mis glúteos, me siento muy húmedo pero no es desagradable, me gusta.

Cuando pensé que no podía sentirme más cerca del paraíso, Frank succionó esa parte de mí y sin vergüenza alguna descendió con pequeñas lamidas hasta la parte de mi miembro que podía alcanzar en medio de mis piernas. Con eso, sentí que me mareaba y que mis piernas temblaban, los apretones en mis muslos y los rasguños con sus uñas cortas acabaron conmigo. Un fuerte espasmo me sacudió y de mi boca salieron pequeños alaridos cuando mi vientre se contrajo y la sensación de cosquilleo se expandió por el largo de mi miembro, culminando en un hilo blanquecino en la mano de Frank, que se había movido para acariciar mi punta con rapidez.

—Qué perfecto, ángel. —Musita separándose de mi piel, dándome un minuto de paz. Puedo sentir cada mínima caricia suya; el rastro casi imperceptible que dejan sus uñas en mis muslos y suben hasta mis glúteos, erizándome de nuevo. —¿Te gustó?

—Sí…—Respondo en medio de una exhalación que, antes de culminar, se convierte en un gemido. —Frank-k. —Mi voz sale temblorosa, mientras un escalofrío se escurre por mi columna.

Él ha tomado mis dos glúteos con ímpetu, abriéndome para su gusto y coloca la punta de su miembro en mi entrada. Muerdo mis labios y mis manos me aferran con fuerza a las sabanas.

«¡Dios!». Pienso, pero me retracto cuando él empuja y se comienza a hundir en mí. Lejos de todo dolor, mis labios se abren completamente y aprieto mis ojos; una sensación nueva me cubre todo el cuerpo y me acelera más el corazón, sólo las fuertes manos de Frank tomando mis caderas me mantienen anclado en la Tierra.

A medida que él entra por completo, mejor me siento; es una presión sofocante y un ardor placentero los que se apoderan de mí. Y cuando él empieza a salir y vuelve a entrar con más dureza, mi cuerpo deja de responder a mis pensamientos, simplemente me dejo hacer por Frank, tratando de mantener mis rodillas firmes y mis caderas alzadas, con mi rostro hundido en la cama y mis jadeos continuos explotando en la habitación mientras él arremete sin piedad contra mí.

El sonido del choque de nuestras pieles me encanta, es tan armonioso y los gruñidos de Frank mientras empuja violentamente provocan que mi miembro vuelva despertar. Mis manos no dejan de hacer puños con la tela entre ellas cada que un golpe contra mis caderas es más fuerte y me obliga a gemir sin control, el leve ardor que sentí cuando él entró en mí, desapareció después de unos minutos y sólo quiero que siga, más rápido y más duro.

No me di cuenta cuando esos pensamientos y esos susurros se volvieron gritos desesperados; no lo supe hasta que Frank apretó mis caderas y en un sólo movimiento salió de mí, dejándome una sensación rara, como si estuviera vacío. Alcé mi rostro y, como pude, me giré hacia él, viéndolo subir a la cama.

—Acuéstate, Gee. Quiero ver tu rostro. Quiero verte mientras te hago mío. —Murmura con su voz ronca.

Asentí, dejando caer mi cuerpo tembloroso sobre el colchón, mi espalda lo resintió pues sentí una punzada ardorosa en el lugar donde habían estado mis alas, pero los besos de Frank en mi tobillo derecho me robaron los suspiros y la atención de nuevo. Me mira con sus intensos y profundos ojos avellana mientras deja un camino de besos húmedos por mi pantorrilla hasta llegar a la tela de mi toga y quitarla por completo, lanzándola a algún lugar. Finalmente, avanza gateando hasta colocarse en medio de mis piernas.

—Qué hermoso eres. —Jadea.

Sus brazos están colocados a cada lado de mi cabeza y su rostro tan cerca del mío, sus labios rojos… Se ven tan suaves y apetitosos, como una versión moderna de la fruta prohibida; eso es lo que son.

—Bésame. —Pido con un deje de voz.

Él se inclina, y sin palabras de por medio o algún gesto, me besa con profundidad y violencia, muerde mi labio inferior y después lo lame, dándome confort inmediato y ganas de más.

Alzo mis piernas y rodeo sus caderas, sintiendo cómo su miembro roza la parte baja del mío. Frank se remueve sobre sus rodillas y se separa con suavidad del beso, por lo que soy yo el que toma la delantera para colar una de mis manos en medio de nuestros cuerpos, alcanzando su erección y colocándola en mi entrada, está tan caliente y muero de deseo por probarla.

Él me mira y sonríe travieso, me muerdo el labio inferior y lo acarició un poco hasta que él empuja sus caderas, haciendo que mi mano retroceda y me sujete de sus caderas con fuerza. Me quedo sin aire y mi boca se abre como pez fuera del agua cuando Frank entra de golpe en mí; lo siento más grande, más profundo y me gusta más, puedo verlo a él y esa preciosa aura radiante que parece salir de su cuerpo.

—Me gusta cómo te ves así angelito; perfecto y sólo mío.

—Sí, sólo tuyo. —Suspiro, sintiendo sus embestidas comenzar a tomar rapidez otra vez.

Gotas de sudor se deslizan de su pecho entintado, y añoro saber la historia detrás de cada uno de sus tatuajes, no me importa de dónde provengan, sólo quiero escuchar los relatos de sus dulces labios.
     
      
     

Te amo, Frank…
 

   

      
 

   
Un beso en mi barbilla me hace sonreír, pero pronto mis ojos vuelven a estar en blanco. Él se incorpora y desliza sus dedos desde mi pecho hasta mi vientre una y otra vez sin dejar de moverse. Una de las manos que me toca sube a mi cuello y se instala ahí, la otra se ancla un poco más abajo, y cuando la que está en mi cuello ejerce fuerza y me asfixia con suavidad, enloquezco por completo.

Mi cuerpo está siendo víctima de tantos placeres que simplemente no creo poder soportar.

Esto es mejor que estar en el Cielo. Un millón de veces mejor. Los dedos de mis pies se contraen y mis manos se aferran desesperadas a esos brazos fuertes y llenos de tinta que me ahorcan. La sensación es tan buena, que me hace escuchar mi pulso latir en mis oídos y sentir las penetraciones de Frank más duras.

Abro mis labios intentando jadear y liberarme de la presión que me ahoga, pero él se inclina sobre mí, su ritmo ha bajado un poco, sólo empuja con fuerza inclemente y sus cejas están rectas. Afloja una poco su agarre y deja caer una cantidad de su saliva en mi boca; la trago desesperado, y relamo mis labios por más. Fue tan dulce, tan bueno, tan excitante y caliente, que mi cuerpo se contrae y mis ojos lagrimean cuando mi segundo orgasmo me golpea y termino contra el abdomen de Frank.

Él suelta mi cuello y sus manos se quedan quietas sobre mis clavículas, todo su cuerpo se puso tenso y con una última embestida, permaneció dentro de mí. Siento cómo su líquido cálido me llena y cuando él retira su miembro de mi interior, éste empieza a fluir hacia afuera.

Me siento cansado y un poco sucio, pero no quiero lavarme; quiero simplemente quedarme en los brazos de Frank. Bajo mis piernas entumecidas, él retira con cuidado sus manos de mi cuerpo, me incorporo sobre mis antebrazos y le sonrío, pero él no me está viendo, mantiene la vista gacha.

—¿Amor? —Me atrevo a llamarlo de esa forma, porque lo es.

Frank es mi amor, me enamoré de él siendo un ángel, teniendo que contenerme porque no podíamos amarnos con libertad, y ahora, en el exilio, no tengo por qué seguir reprimiendo lo que siento y quiero decir.

Una lágrima cae sobre mi pierna y me alerta de que algo no está bien. Trato de alcanzarlo, pero Frank retrocede, y cuando logró sentarme, ignorando todo lo que mi cuerpo sentía, él me miró, con los ojos rojos llenos de dolor.

—Lo siento tanto… —Musita, y sin más, se levanta de la cama dándome la espalda.

Su cuerpo desnudo se pasea por toda la habitación en busca de algo, no lo sé. Sólo me quedo estático esperando alguna explicación. Me sentía en el paraíso, y de pronto, todo se derrumba, de la misma manera repentina e inexplicable que mis alas. Hasta que al final se voltea, y pregunta:

—¿Quieres saber por qué en mi vientre, con las golondrinas, dice: “Buscar y destruir”?

—¿Qué pasa? —Frunzo el ceño, sin entender.

Aunque se gira hacia mí, evita dirigirme la mirada.

—Gee…

Repasó su cabello con sus manos, me dio la espalda una vez más, y cuando vi el humo emerger de sus viejas cicatrices, donde sus alas habían estado, no lo pude contener; cubrí mis labios y lágrimas cristalinas salieron de mis ojos.

—Cuando caí en la Tierra, deambulé sin rumbo por un largo tiempo, busqué la forma de encontrarte pero nunca pude. Los ángeles como tú no podían ser enviados en ese momento, o esa fue la excusa de Dios para que yo no pudiera estar contigo. Entonces sentí que nada tenía sentido, me cegué con sentimientos negativos y me dejé llevar por todos los instintos terrenales.

Quiero huir, no quiero escucharlo, no quiero pensar.
      

      
 

      

No...
 

    
       
     
Mientras Frank sigue hablando y continúa emanando humo de su cuerpo, un par de alas negras salen de su espada; son grandes y tétricas.

Y sus ojos…

Sus hermosos ojos que se robaron mi corazón, perdieron su excelso color avellana, y se volvieron rojo escarlata.

Sólo deseo no haber perdido mis alas, para poder extenderlas con libertad y alejarme de aquí, volando por el alto del Cielo para que el viento se lleve mis sentimientos y mis pensamientos.
      
       
        

Fui usado.
 

     
      
     
—Un día apareció ante mí un hombre… Yo no tenía absolutamente nada, vivía de la caridad que en esos días aún existía en los humanos. Él me tendió la mano y me ofreció alimento, se presentó con el nombre de Luz. Sus ojos de un profundo azul, tanto como el fondo del mar, llamaron mi atención y tenía el vago recuero de saber de dónde provenían pero no me di cuenta hasta que él me dijo que tenía la solución para mis penas en la Tierra.

«No, por favor, ¡Dios! Te lo suplico. Si eres justo y me amas como un hijo tuyo; que no sea cierto, te lo pido por favor».

—No tenía más que perder, así que le dije que sí y después de escuchar la respuesta me largué a reír. Era imposible que el mismo Lucifer estuviese frente a mí y me diese una solución tan fácil.

—¿Cómo sabes que era él? —Lo interrumpí, con deje de esperanza, aunque es inútil, lo siento en mi corazón.

—Se lo pregunté y él me mostró la sortija de los arcángeles, la misma que tienen Gabriel, Miguel y Rafael. Me contó cómo fue arrojado a la Tierra después de que Miguel lo desterrara por mandato de Dios, como todo lo que hace siempre; manda a destruir pero nunca lo hace él mismo.

—Frank...—Susurré, y más lágrimas cayeron de mis ojos al ver sus alas completas, moviéndose con un poco de fuerza y casi llegando al techo de la habitación. Hizo el ademán de acercarse a mí pero me abracé a mi cuerpo. —No. —Dije firme. —Continua, quiero saberlo todo.

—Pensé que era una patraña, pero aun así tomé la mano de Lucifer y acepté su trato. En cuanto lo hice, los tatuajes se dibujaron en mi piel: Busca, a un ángel bueno y puro. Destruye, removiendo sus pensamientos para provocar su muerte en el Cielo. Y para darme la calidad de demonio y poder salvarme, Lucifer dijo que no bastaba con eso, tenía que quitarle la pureza al ángel…

Cubrí mi rostro con mis manos y lloré, lloré como nunca en mi vida.

—Ese ángel tenías que ser tú y solamente tú, porque él sabe cuánto te amo…

—¿Y por qué aceptaste? ¿Por qué me hiciste esto?
     
       
     

¿Por qué, Frank?
 

   

        
 

    
—Porque no quería morir, y cuando te vi ahí, tan inocente buscando la salvación de los humanos me sentí molesto y lleno de envidia. Pero luego, cuando volviste aquí, y trajiste maná contigo, me di cuenta que aún me amabas. Entonces, después de tu pronta pérdida, pensé que cuando supieras esto, harías lo mismo que yo… Para que podamos vivir juntos, Gee…

—¿En el infierno? Qué tan poco me conoces, Frank.

—Esto no fue fácil para mí, Gerard. No te imaginas cómo mi corazón se estrujó. Yo te amo…

«Mentiroso, el que ama de verdad no destruye, no lastima, no hiere y no rompe el corazón». Dije para mis adentros, y me armé de valor para verlo a la cara.

—Pues yo ya no te amo. —Mi corazón se partió mucho más al decirlo. —No puedo amar a un traidor, Frank. Espero que en el infierno tengas buena vida. —Escupí e hice el ademán de levantarme.

—No te vayas, por favor. —Suplicó, y de nuevo, intento acercarse. Mi mirada dura lo detuvo y simplemente asintió, caminando hacia la ventana de la habitación, la abrió y una fresca ventisca golpeó nuestros rostros. —Quédate aquí, es un lugar seguro. No quiero que nada te pase.
      
     
      

Cobarde…
 

   

    
 

   
Me reí por su hipocresía, pero no dije nada. Lo vi subir a la ventana y cerrar sus alas, preparándose para saltar.

—Espero que pronto podamos vernos. Para entonces, tal vez puedas entender por qué hice lo que hice y perdonarme… Te amo.

Quise levantarme y golpearlo. Quise tomar una espada y traspasar su corazón. Quise dejarlo caer desde el Cielo.

Pero no pude hacer nada, me dejé caer en la cama, desnudo, traicionado, sin corazón y sin nada.

Perdí mi hogar, mis alas, mi fe, mi amor… Lo perdí todo por alguien que me usó y simplemente se fue, dejándome a mi suerte; él se fue a disfrutar de una vida nueva e inmortal, y luchará junto a Lucifer en la Guerra Espiritual contra ángeles inocentes como yo alguna vez lo fui.  
     
    
     

¿Qué tan estúpido tengo que ser como para que todos se aprovechen de mí?
 

    
     
       
Sé que nunca podré regresar al Cielo, ya tampoco creo en la palabra del buen Dios ni en la del arcángel Gabriel.

Tampoco me quiero arrepentir de mis decisiones. Si bien Frank tiene culpa, yo también por haberme dejado envolver y haberme cuestionado todo. No puedo simplemente arrepentirme y hacer de cuenta que nada pasó. El dolor en mi pecho y las caricias de mi cuerpo nada ni nadie podrá borrarlas.

Sin embargo hay un pensamiento fuerte, que envía una punzada a mi corazón.
       
      
     

Un sentimiento hambriento
 

   

Que es el que me da la fuerza para despertar de mi letargo.
 

   
      
     
No sé cuánto tiempo pasó, si fueron horas, días o minutos. Me puse de pie, y aunque débil y adolorido, caminé hasta el espejo, vi las marcas en mi cuerpo y el calor en mi pecho aumentó.

Decidido, peiné mi cabello y después de vestirme con mi toga, sentí un ardor en mi mano derecha. La vi, y unas líneas de color rojo se comienzan a dibujar, vivas y del color de la sangre, así como el del amor que una vez sentí.

Un tatuaje de unas pistolas enlazadas entre ellas está en mi mano. Sonreí sincero pues ese dibujo simple significa que, cueste lo que cueste, me burlaré de todos los que se aprovecharon de mí.

Se encargaron de romperme como un cristal, y como cristal, voy a empezar a cortar.

Ahora tengo un nuevo y más profundo deseo; más fuerte que el amor y la devoción…
  
    
  

Quiero venganza.

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