✥Little Cherry
Dedicado a: nathxpunkx y Princessblackfairy
Al alfa no le gustaba en absoluto tener que viajar al pueblo, seguía sin agradarle del todo las multitudes y aquellos saludos que recibía de extraños por doquier sin embargo se esforzaba por cambiar y mejorar para que su omega se sintiera bien y orgulloso de él, especialmente ahora que lo consentía como nunca.
Los últimos ocho meses y medio se había dedicado a mimarlo y cuidarlo con tanto esmero que parecía un sueño. El alfa sentía en su pecho aquel sentimiento abrumador cada que sostenía a su omega entre sus brazos tan tierno y delicado. Con cada cambio que había experimentado su cuerpo él simplemente se había vuelto más precioso que cuando lo conoció, y por supuesto Frank se lo hacía saber cada hora de cada día.
Como de costumbre en los últimos meses, Frank atravesaba el umbral del mercado en el pueblo. Había dejado atado su caballo en las pequeñas caballerizas de la entrada y caminaba a paso rápido hacia el puesto de la señora Grace, una omega simpática que se había ganado su cariño al ser su cómplice y su suplidora de frutas. En las últimas semanas los antojos de Gerard se habían reducido a frutas pero especialmente a las cerezas.
Desde que Frank había buscado desesperado las cerezas por todos lados sin tener éxito, Grace había sido su salvadora, entregándole las cerezas más rojas y jugosas de todo el pueblo. Incluso si no era temporada ella se las conseguía.
—¡Hola Frank! —le saludó al verlo—. Te tengo una doble porción de tus cerezas.
—Hola Grace, eres mi ángel. Gee está esperándome en casa muy ilusionado.
—Ya quiero volver a verlo por aquí pronto.
—Él también quiere salir pero tiene que descansar mucho.
—Lo sé cariño, tiene que cuidarse para que ese bebé nazca saludable y fuerte.
—Si... ambos estamos desesperados por conocerlo o conocerla.
—Será precioso, ya lo verás.
—Gracias.
Después de agradecer, Frank recibió las canastas con los frutos, pagó y se marchó de regreso a su castillo.
Conforme habían pasado los meses, los rumores acerca de la bestia que habitaba en el castillo a las afueras del pueblo se habían ido disipando; cuando a Gerard o Frank les preguntaban directamente, ellos simplemente contestaban que habían comprado la propiedad y se habían mudado, acabando así con casi todas las habladurías. Casi, pues siempre había alguna persona que soltaba algún comentario mordaz, más no importaba, ellos vivían felices con las pocas amistades que tenían, con sus familiares y ahora con su futuro bebé.
El alfa seguía sin creer completamente que todo eso hubiera sucedido, parecía ser un cuento de hadas. El omega que llegó a salvarlo de sí mismo y que le enseñó a ser alguien mejor. Claro, era la historia de Gerard, no la suya. Él era una simple bestia a la que se le dio una nueva oportunidad para cambiar y no iba a existir un solo instante en lo que le quedase de vida en que no lo agradecería.
El tiempo había transcurrido con una velocidad impresionante además, era mucho más increíble para el alfa pensar en que pronto cuidaría a un ser tan pequeño que nacería de ese amor tan grande que sentía por Gerard. Desde aquel instante en que se dieron cuenta que serían papás, él se juró internamente ser el mejor padre para su cría, cuidarlo y quererlo, pero sobre todo enseñarle a ir por un buen camino y que por nada en el mundo siguiera sus pasos.
El sonido de las herraduras impactar contra el camino era lo único que se escuchaba, ya se había adentrado en el bosque que ahora tenía un poco más de vida.
Todo lo que Gerard tocaba era vida, Frank simplemente no sabía como le hacía pero era como que si su alegría se expadiera e irradiara por doquier. Las hojas habían tomado un color verde llamativo y los árboles florecían, ya no era más un bosque tenebroso y oscuro. A los lados del sendero habían sembrado pequeños arbustos florales, con ayuda de algunos amigos de Gerard y Mikey, su hermano menor, habían hecho posible aquello algunos meses atrás.
Mientras el corcel continuaba avanzando el alfa bajó su vista hacia los pequeños canastos con cerezas rojas en su regazo y sonrió, recordando aquella mañana que había hablado con Gee.
Lo encontró con sus brazos apoyados en la cerca del corral de los caballos, observando a Pansy. Gerard se miraba tan hermoso, con esa camisa de lino que le quedaba holgada y hacia que su vientre se viese grande y redondito. Tenía el cabello blanco mucho más largo y lo había recogido en media cola.
El alfa se acercó a él y lo abrazó por la cintura colocando sus manos fuertes sobre su vientre, repartiendo pequeñas caricias. Besó el costado derecho de su cuello, sobre la marca, provocando en ambos un escalofrío.
—Me siento muy cansado hoy —murmuró Gee. Recostó su cabeza en el hombro de Frank y cerró sus ojos—. El bebé ha estado muy quieto hoy.
—Quizás también tiene sueño. —Gerard sonrió.
—Puede ser, pero, ¿Sabes que queremos?
—Mmm... no me digas...
—Queremos cerezas alfa, por favor, ¿Puedes conseguir algunas para nosotros? —preguntó con un tono de voz dulce el cual el alfa nunca podría rechazar.
—¿No quedan más de las que traje el otro día?
—Nop, Linz las ocupó ayer en una tarta, que quedó divina.
—Me imagino que si.
—¿Nos irás a buscar más?
—Por supuesto amor, pero, cuando ese bebé nazca será una pequeña cerecita.
Gerard dejó escapar una pequeña carcajada y se giró hacia su alfa, le rodeó el cuello con los brazos y junto su rostro, su vientre impidiendo que estuviesen completamente juntos.
—Te amamos mucho, la cerecita y yo.
—Y yo los amo mucho mucho mucho más, son todo lo bueno y hermoso que tengo en la vida.
Con suma delicadeza Frank acarició la mejilla de su omega y lo besó, con suavidad y esmero. Sintiendo la textura dulce de los labios de Gerard.
Una opresión en su pecho le hizo abrir los ojos y sentirse desesperado, la marca en su cuello comenzó a quemar y un dolor agudo atravesó su cuerpo. Supo muy bien que ese dolor no era propio, era de Gerard.
Incitó al animal a galopar con rapidez, el viento alborotó sus cabellos y su corazón latió desenfrenado. Algo le pasaba a su omega y necesitaba llegar de inmediato al castillo para protegerlo y cuidarlo.
Sintió también temor al pensar en que algo le pudo haber pasado a su bebé, a la princesa que él añoraba cargar y sabía que Gerard también.
Un par de minutos después divisó las verjas de la entrada y se dio más prisa. Pasó directamente a las caballerizas y ató al caballo, sin pensar en nada más que el dolor en su cuerpo corrió a la cocina y ahí encontró a Lindsey. Ella tenía regados sobre una mesa de madera un montón de paños y colocaba agua tibia en un recipiente.
—Linz —habló demandante, logrando asustar a la omega. Además un gruñido había escapado de su garganta—. ¿Qué le pasó a Gee?
—Frank, Gee ya va a dar a luz.
—¿Qué?
—Después de que te fuiste comenzó a sentirse mal hasta que los dolores aumentaron y su fuente se rompió. Lo llevamos a su habitación y estamos preparando todo para ayudarlo, está siendo muy fuerte.
—Quiero estar ahí.
—No, no puedes Frank. Gee necesita esforzarse mucho y no quiere que lo veas así.
—Por favor —le pidió con súplica.
—No quiero dejarlo solo... —murmuró.
—No lo está. Te prometo que Freud y yo lo cuidaremos mucho.
—No dejes que nada malo les pase, yo... me quedaré aquí...
—Está bien, tranquilo. Gee y el bebé estarán bien. En cuanto puedas ir, te vendré a llamar.
Sin más ella lo dejó solo con la preocupación y el dolor de no poder estar junto a Gee pero con el sentimiento de alegría muy en el fondo de su corazón. Se sentó en la mesa de la cocina y comenzó a jugar con las cerezas que había llevado.
Se trató de tranquilizar para para su omega no sintiera su inquietud pero fue imposible cuando escuchó los gritos de dolor de Gerard, empezó a gruñir y a sentirse frustrado por no poder hacer más.
――✽+†+✽
Casi dos horas después el castillo quedó en un silencio sepulcral. El alfa había subido al segundo piso, y caminaba sin parar en el pasillo del ala este afuera de su habitación. Sin embargo su pecho se inundó de paz y calidez absoluta.
Un pequeño y casi inaudible llanto llegó a sus oídos derritiendo su corazón al instante. Su bebé ya había nacido y estaba bien, en brazos de Gee, seguro y protegido, lleno de amor.
Frank esperó con impaciencia hasta que la gruesa puerta de roble de la habitación se abrió. Freud salió primero, sudado y con rastros de sangre en la ropa, aún así le sonrió y le felicitó.
Lindsey le siguió con charola en sus manos con todas las toallas que habían usado, la ropa de cama y la ropa de Gerard. Ella sonreía mucho, feliz y emocionada.
—Felicidades Frank —dijo—. Ya puedes pasar a ver a Gee, está un poco adolorido pero todo salió bien.
—Mi corazón valiente lo hizo de maravilla —dijo orgulloso.
La omega se retiró y le dejó el espacio para entrar. Frank empujó un poco la puerta e ingresó a la habitación, cubrió su boca con su mano mientras sus ojos llorosos dejaban escapar algunas lágrimas.
Se aproximó hasta el borde de la cama y le sonrió a Gerard, su rostro lucía cansado pero irradiaba felicidad.
—Hola amor —susurró Frank.
—Frankie... todo sucedió tan rápido, no puedo creerlo.
—Lo sé pero fuiste tan valiente Gee, mi omega.
—Ven, acércate, necesitamos el calor de nuestro alfa.
Frank obedeció y se sentó con mucho cuidado junto a Gerard. Él estaba sentado contra el respaldar de la cama, con un pequeño bulto entre sus brazos.
Gerard tomó una mano de Frank y mientras le sonreía, la colocó sobre el bebé.
—Es una niña —dijo Gerard, completamente feliz—. Nuestra pequeña Cherry.
—¿Cherry? —Frank apoyó su mentón en el hombro de Gerard, con uno de dedos acarició el rostro tranquilo de la bebé que se estaba alimentando. Su piel era suave y blanca, tenía un poco de cabello negro, que contrastaba perfectamente con la colcha crema que le cubría.
—Si, es una pequeña cerecita, rojita y gordita.
—Es preciosa —murmuró Frank—. Te amo Cherry, bienvenida a mi vida princesa. —Se inclinó y depositó un pequeño beso sobre la frente de la niña.
—Frankie...
El alfa se incorporó y rodeó entre sus brazos a su omega, con amor y felicidad. Lo estrechó y besó su cabeza.
—Gracias mi omega.
—Te amo alfa.
Frank jaló un poco a Gerard contra su pecho y comenzó a acariciar su cabello, no dejó de ver por ningún instante a Cherry. Era tan bonita, el alfa seguía sin poder creer que todo aquello fuera realidad.
Una bestia que después de tanto sufrimiento y lecciones de vida, había recibido amor incondicional de un omega con corazón valiente, que estuvo dispuesto a hacer todo por él para salvarlo. Y que ahora le regalaba la mejor de la felicidades.
Frank ya no era más una bestia herida, era un alfa protector y feliz.
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