Leaves are Brown 🍂

Los delicados copos de nieve se acumulaban uno sobre otro en el amplio alféizar de ébano, y el frío trataba de colarse a través de los cristales de los ventanales. Todo aquel día había estado cargado de sombra brumosa de invierno.

El cielo ya estaba oscurecido y el viento continuaba azotando el follaje de los árboles con sus fuertes ráfagas. Entretanto dentro de la cálida casa que se alzaba solitaria al centro de los más bonitos y cuidados jardines de flores entre los reinos de Fredberg y Friburgo, los príncipes se preparaban para recibir juntos su segundo año nuevo.

El príncipe Frank estaba hincado sobre el suelo de madera colocando trozos de leña seca dentro de la chimenea ardiente, frente a ésta ya estaba la mesa decorada con platos y copas de oro, el exquisito bufete enviado de sus reinos y un hermoso florero con peonías rojas, las favoritas del príncipe Gerard.

Con un suspiro contento, el castaño se incorporó y avanzó hacia el final de las escaleras que les llevaban al segundo piso, donde estaban las habitaciones. Se quedó ahí en pie a la espera de su amado, quién ahora llevaba en su vientre al segundo amor de su vida.

Frank sonrió pues después de escuchar una puerta cerrarse, el sonido de la melodiosa voz de Gerard comenzó a inundar el lugar, llenando no sólo su hogar de confort y calidez sino también su pecho y corazón. El príncipe Gerard estaba cantando su canción, la cuál quería que también fuese de su bebé y que tuviera de ella los recuerdos más bonitos, como cuando él era un niño y su nana lo cuidaba.

Leaves are brown... —tarareo Frank al verlo en el inicio de las escaleras. En los rostros de ambos se pintaron amplias sonrisas y sus ojos brillaron al hacer contacto.

And the sky, is a Hazy Shade of Winter... —completó Gerard mientras descendía los escalones, su mano deslizándose con delicadeza sobre el barandal de madera pulida.

La sonrisa radiante en los labios rojos como la sangre del príncipe Gerard hacia que el corazón de Frank latiera desbocado y que en su estómago se produjera un torbellino de mariposas y las flores más coloridas. Su cabello negro como el ébano continuaba largo hasta su cintura, estaba adornado con una trenza y sobre su cabeza descansaba una pequeña tiara con diamantes; combinando a la perfección con su piel blanca como la nieve. Todo en él seguía siendo tan perfecto como desde el día que el príncipe Frank lo conoció; y a su belleza se sumaba el pequeño bulto que se asomaba en su vientre, dándole un aspecto casi etéreo a los ojos de su príncipe.

La armonía y tranquilidad que embarga su pequeño hogar en las afueras de los reinos solo se completó cuando el príncipe Gerard estuvo entre los brazos protectores y fuertes de Frank; y cuando sus corazones latentes palpitaban acelerados por la felicidad del contrario, su cuento de hadas era más real que nunca.

Caminaron tomados de la mano en dirección al pequeño comedor donde el banquete les estaba esperando, sin embargo antes que llegaran hasta ahí los fuegos artificiales comenzaron a explotar en sus reinos, a lo lejos podían escuchar el retumbar de cada uno de ellos y su reflejo colorido se fundía con la neblina que cubría la noche. Por el reflejo de los cristales se podía apreciar la danza de colores sobre la copa de los árboles.

El príncipe Gerard sonrió soñador y se abalanzó a los brazos de su amor. Se abrazaron y un beso de amor verdadero fue depositado en sus labios, tímido y sincero, como aquel que le había despertado del sueño eterno.

—Eres mi príncipe azul, lo que yo siempre soñé —dijo Gerard en voz baja, recitando promesas para el año venidero. Su frente permanecía unida a la de Frank mientras sus manos se sujetaban al cuello del otro príncipe—. Solo pido que cada día venidero sea más feliz para nosotros que el anterior, y que este bebé crezca rodeado de mucho amor y cariño.

—Te prometo que lo será. Yo daré lo que sea para que tú y él o ella sonrían siempre, llenos de alegría, amor y ese aire tan hermoso que solo tú posees. Los voy a proteger del mundo de ser necesario.

—Te amo, Frankie... —murmuró despacio y cerró sus ojos al sentir las suaves caricias del príncipe Frank sobre los pequeños mechones de su cabello que estaban sueltos a un lado de su rostro.

—Los amo muchísimo más —contestó y depositó un casto beso sobre su nariz, profundizó el abrazo mientras a lo lejos se escuchó el repique de las campanadas de media noche—. Mi ángel...

El príncipe Gerard se sentía el más afortunado del mundo y una paz absoluta inundaba su corazón. No cabía duda de lo agradecido que estaba con su deseo a la estrella fugaz. Gracias a ella sabía que seguirían viviendo felices para siempre.

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