Buenas nuevas en Nochebuena
Gerard se mordía los labios mientras veía a través del cristal como los suaves copos de nieve caían y se acumulaban unos sobre otros, haciendo que el metro y medio que había estado creciendo durante la tarde creciera más.
Suspiró frustrado y miró el viejo reloj en su muñeca, faltaban pocos minutos para irse y todavía no se sentía preparado para la noche que le esperaba. Por un lado agradecía enormemente el haber tenido que trabajar horas antes de la nochebuena pero por otra parte hubiese querido no haber ido, así no habría descubierto las no tan buenas nuevas que iba a llevar a casa esa noche; aunque, de cualquier manera iba a descubrirlo.
La campanilla sonó indicando que su compañera había llegado y así por fin, el turno de Gerard había terminado. Se despidió de Ashley con un corto abrazo y después de desearle una feliz navidad, el joven de cabello negro con raíces turquesas dejó el delantal sobre el perchero y tomó su abrigo y sus guantes.
Apenas salió a la fría ventisca de la calle se abrazó a sí mismo y comenzó a caminar, con el fin de retrasar su llegada a casa lo más que pudiera. Avanzó paso a paso y se relajó un poco con el hielo golpeando su rostro, sentía incluso que tenía ya pequeños cortes en las mejillas. Observó con tranquilidad como los autos se parqueaban afuera de las casas y salían los familiares gritando de emoción para dar la bienvenida.
La sonrisa se perdió del rostro de Gerard cuando llegó al parque en el centro de la ciudad y se topó con la imagen de una joven mujer con un bebé en sus brazos. Su corazón se apretó dentro de su pecho y de inmediato las lágrimas se acumularon en sus ojos; ese podría ser él dentro de un año y la verdad, no se podía ver más allá de el presente día.
Cuando las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, no pudo hacer más que buscar una banca y tomar asiento ahí hasta sentirse mejor. Una de sus manos fue a guardarse dentro del bolsillo de su abrigo y la culpa y todos esos sentimientos que había estado reteniendo todo el día volvieron de golpe cuando sus dedos tocaron la prueba de embarazo que estaba guardando ahí.
No tenía la más mínima idea de como iba a llegar a casa y darle a su novio el increíble regalo de navidad que iban a ser papás. Había sido un maldito egoísta y descuidado al haber creído que lo que le había dicho su mamá acerca de concebir era verdad, solo porque si había dejado de usar su protección y ni siquiera había comentado con Frank nada de aquello.
Y si, era muy egoísta porque después de tantos años de sacrificios y trabajo audio, su novio al fin estaba logrando cumplir sus sueños. Su banda, L.S. Dunes había salido al mundo hacia apenas unos tres meses y para la felicidad de Frank, la acogida había sido increíble, los ventas de los discos se habían agotado en la fecha de lanzamiento y casi todos los shows por Estados Unidos habían sido agotados.
Con la reciente fama que su novio estaba alcanzando, Gerard sentía mucha presión sobre él. Las personas en las redes sociales eran crueles y en su mayoría le hacían sentir mal. Frank siempre lo defendía y le daba su lugar delante de todas aquellas personas, pero era verdad, un hermoso y talentoso chico no debería estar junto a un gordito que trabajaba en una tienda de cómics.
Para ponerle la cereza al pastel, Gerard sentía que aquel bebé que iba a tener le iba a arruinar la vida a Frank. No iba a negar que al ver ese par de rayitas en la prueba, a parte de sentirse muerto de miedo y nervios, se sintió feliz. Una pequeña vida, producto del amor que había entre Frank y él, estaba creciendo en su interior.
Gerard alzó su rostro hacia el cielo y mantuvo sus ojos cerrados, mientras las lágrimas seguían su rumbo. Sin embargo, un tacto suave y gentil sobre su mejilla le hizo abrir los ojos asustado. Se encontró con un par de ojos avellanas, grandes y brillantes, viéndole expectantes.
—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó Frank—. ¿Por qué lloras?
—Frankie... ¿Qué haces aquí?
—Vine a buscarte, ya no falta mucho para la medianoche y no quería estar sin ti.
La culpa, el miedo y la expectativa galopaban en el pecho de Gerard. Necesitaba decirle pronto a Frank o de lo contrario iba a explotar, pero no podía hacerlo en aquel lugar. Vaya novio que era, no había comprado un regalo para él pero si le tenía aquella noticia.
Frank le limpió las mejillas pero Gerard huyó del tacto y se puso de pie, viendo a su pareja como un animal herido. Frank no entendía qué pasaba pero podía culpar a las estúpidas redes de la tristeza de Gerard. Quiso abrazarlo y decirle que todo estaba bien pero el rechazo se repitió.
—Necesitamos hablar, pero vamos a casa —dijo con un nudo en la garganta y el corazón apretado.
El pelinegro no esperó respuesta, comenzó a caminar a paso rápido hacia el apartamento donde vivía con Frank. No se sentía capaz de poder aguantar más sin soltarse a llorar y lanzarse a los brazos de Frank, le dolía el alma actuar de aquella manera pero si no lo hacía, sería el mismo copo de nieve de siempre que terminaba sus noches sobre el pecho de su novio, recibiendo dulces palabras y caricias sinceras.
Al colocar la llave en la ranura y girar el pomo para entrar, Frank lo tomó del brazo para impedir que entrara; fue demasiado tarde, la puerta ya había sido empujada y la imagen frente a él sólo logró hacerlo sentir peor. A medida que avanzaba hasta el pequeño comedor, sus lágrimas descendían.
Frank cerró la puerta y le siguió los pasos, más preocupado que nunca. Gerard era el chico más dulce, tierno y hermoso del planeta; casi nunca se enojaba pero esta faceta que estaba viendo de él era nueva. Pero lo que Frank no entendía era el porque, se suponía que era una fecha especial y que iban a pasarla bien, de sus años juntos era la primera vez que iban a pasarla solos.
—Gee… —musitó al ver que Gerard se había quedado de pie frente al comedor, temblando por la fuerza de sus sollozos.
Gerard se sintió mal al ver lo que Frank había preparado. Guirnaldas de luces en las paredes y un pequeño arbolito de navidad al centro de la mesa, no habían podido decorar nada pero en su regreso de la gira, Frank se había tomado la molestia de comprar cosas y decorar.
Lo que sin dudas había conmovido a Gerard mucho más eran el par de tazas con chocolate caliente y malvaviscos que estaban a un lado del arbolito. Era una tradición de ellos compartir aquella bebida en las vísperas de navidad; después de todo había sido gracias a una taza de chocolate que se habían conocido.
—El chocolate debe estar un poco frío —mencionó Frank abrazando a Gerard por la espalda, tratando de contenerlo—. Pero te prometo que esta como te gusta.
—Frankie…
—¿Qué pasa, bebé? Sea lo que sea, puedes decírmelo.
Gerard se giró despacio y se refugió en los brazos de Frank. El llanto sacudía su cuerpo y la desesperación de no saber cómo hablar se hacía cada vez más presente.
—Lo siento, Frankie… en verdad. Yo no quiero arruinar nada, solamente, no lo sabía —susurró.
—¿Qué lamentas? —preguntó Frank confundido.
No tuvo el valor de decirlo en voz alta, el miedo le estaba calando los huesos, quizás ese era el último abrazo que recibía de Frank. Con cuidado sacó la prueba de su bolsillo y la colocó en las manos de Frank, esperando su respuesta se alejó del abrazo y se sentó en la mesa. Quitó los guantes de sus manos y esperó.
Las campanas y el sonido de los fuegos artificiales se escuchó por doquier, la Navidad ya había llegado.
Gerard pasó un trago grueso de saliva tratando de calmarse, pinchó con su dedo los malvaviscos que flotaban dentro de su taza. El silencio de Frank era sepulcral y sólo conseguía agobiarlo.
—Gerard —dijo Frank, fuerte y claro para llamar su atención. El nombrado alzó la mirada pero Frank no le dio tiempo de disculparse de nuevo, o dar explicaciones. Él se dejó caer sobre sus rodillas y lo abrazó por la cintura—. Es el mejor regalo que pude imaginar, mi amor. Un bebé nuestro.
El rostro de Gerard se iluminó por una delicada sonrisa, anonadado por las palabras de Frank y su genuina felicidad al tocarle el vientre y hablarle.
—Creo que no hay palabras que puedan hacerle justicia a todo lo que siento, mi flor —dijo e incorporó la mitad de su cuerpo, estiró su mano y tomó una cajita de terciopelo que estaba escondida debajo del arbolito—. La inmensa alegría que siento a tu lado, la felicidad que me da ver tu hermoso rostro y los latidos erráticos de mi corazón cada vez que me besas, eres todo para mi, Gee, y nuestro bebé está llegando a nuestras vidas en el momento indicado…
—Pero… tu carrera, Frankie. La banda…
—La banda va a estar bien, todo va a estar bien, siempre que tu estés a mi lado —recitó seguro y abrió la cajita revelando un delicado anillo dorado con una piedra verde en el centro—. ¿Me concederías el honor de ser tu esposo?
Gerard podía jurar que nunca había llorado tanto en su vida. La llegada del bebé, la felicidad de que era un bebé inesperado pero deseado por sus papás, tener a Frank en su vida y la propuesta de matrimonio, hacía que su vida, a pesar de todos sus altos y bajos, fuese la más perfecta.
—Claro que quiero, mi amor —consiguió responder entre hipidos.
Frank sonrió y le colocó con cuidado el anillo en el dedo anular izquierdo. Sellaron su compromiso con un beso delicado y celebraron la llegada del bebé con un brindis. Alzaron sus tazas con chocolate y chocaron sus cristales llenos de alegría.
Definitivamente una nochebuena con hermosas buenas nuevas.
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