Big Heart

Sus pequeñas y delgadas manos temblaban al igual que sus piernas, sus dedos se sentían helados y sus ojos se movían inquietos sobre la superficie aburrida de su escritorio de madera.

—¡Pueden sacar sus meriendas y comer! —dijo alegremente la maestra.

Y su estómago se encogió al igual que él en su puesto. El golpeteo de las botellas de jugo y los toppers con comida abriéndose resonaban en sus oídos, de la misma forma que su corazón vibrante que latía sin control en su pecho.

Quería alzar la vista, sonreír y comentar al igual que sus demás compañeros pero simplemente no podía, se había instaurado en su estómago un nudo grueso que no le permitía actuar.

Tras largos e incesantes minutos giró sobre su costado y extrajo de su mochila vieja su propio topper, liviano. Su estómago gruñó al levantar la tapa y observar que dentro no había nada. Se sintió más triste y más pequeño, pues a pesar de saber a la perfección que no tenía nada la esperanza de encontrar un poco de comida ahí no lo abandonaba.

Sintió sus ojos llenarse de lágrimas al instante, así que haciendo su mayor esfuerzo levantó su mano derecha y con voz temblorosa habló.

—Maestra, ¿Puedo ir al baño? —pidió y al finalizar mordió su labio, tenía que ser fuerte y no derrumbarse ahí.

—Si Frank, puedes ir. ¿Todo bien? —preguntó ella al notar su semblante más apagado que nunca.

Frank simplemente asintió y abandonando su topper vacío sobre la superficie plana se levantó de su lugar y comenzó a avanzar hacia la puerta. No quiso levantar su vista y apreciar las miradas interrogantes sobre él, no quería ver la lástima reflejada en los ojos de sus compañeros y tampoco quería tener que decir en voz alta lo que ya muchos suponían.

Caminó por el pasillo desierto hasta los baños, abrazando sus brazos mientras su estómago gruñía agresivo, tenía tanta hambre y ni siquiera una moneda para poder comprar algo. Una lágrima cristalina resbaló por su mejilla al pensar en su situación, quizás ya no vivir más era el camino para ya no seguir sintiendo y sufriendo.

Su vida siempre era más de lo mismo desde el último año. Trabajaba por las tardes para conseguir dinero para su tía, su única familiar con derecho a su custodia pues después de la muerte de sus padres en un accidente aéreo no le quedó nadie más en el mundo. Al principio ella se había hecho cargo de él con gusto ya que les habían entregado dinero del seguro de vida de Linda y Cheech, pero cuando esa plata se acabó, para Frank también terminó lo bueno.

Trabajando por las tardes y durmiendo en la pequeña habitación debajo de las escaleras, escuchando gritos por cada cosa que hacía y sufriendo hambre pues ella lo alimentaba simplemente una vez al día. Más no podía decir o hacer nada para defenderse porque ella le había dicho que iría a un hogar para huérfanos y con casi quince años nadie querría adoptarlo, lo cual terminaría en que él viviese en las calles como vagabundo.

Frank no quería eso para él, quería ser músico y tener un apartamento con tres perritos. Por ello aguantaba cada cosa, cada palabra hiriente y cada mala mirada. Solo tenía que ser fuerte hasta alcanzar la mayoría de edad y así poder abandonar ese lugar, continuar trabajando y entrar a la universidad.

Sin embargo, en ocasiones como ésta, en las que sufría y recordaba lo que le tocaba vivir solo añoraba poder cerrar sus ojos y no pensar en nada más. Incluso ese sentimiento le había obligado a alejarse de sus amigos, no quería contarle a nadie lo que sufría pero a juzgar por la forma en que vestía los demás ya debían saberlo. Tampoco quería tener amigos para llevarlos a sus casas y que ellos fuesen testigos de la mala vida que llevaba.

Bebió un poco de agua de un oasis para aplacar la furia de su estómago y avanzó pocos pasos hasta llegar al ventanal de cristal que tenía enfrente suyo, recordó las palabras de su querida mamá.

"Las personas buenas siempre reciben cosas buenas, y la malas recogen lo que siembran". Ese pensamiento lo mantenía anclado, sobreviviendo y tratando de encontrar el lado positivo a su joven vida.

—A new day's coming for me... —cantó un verso de la canción que había estado escribiendo en noches anteriores, cuando no podía dormir.

Limpió su rostro con el dorso de su mano y se encaminó de regreso al salón de clases. Entró y notó como sus compañeros continuaban en su burbuja, Ray le saludó como de costumbre y Bob, su amigo de toda la vida, le sonrió tranquilo.

Frank se sentó en su lugar y después de apretar sus manos en su regazo recogió el topper vacío para guardarlo nuevamente. Sin embargo al levantarlo sintió que éste pesaba un poco, lo abrió sorprendido y una nueva lágrima salió al ver el interior.

Un gajo de uvas verdes y la mitad de un sándwich de jamón, queso, lechuga y tomate estaba ahí. Frank alzó la vista inmediatamente hacia sus compañeros de adelante pero nadie le miraba, giró su rostro hacia la izquierda notando que su compañero de al lado también comía uvas verdes y que en su plato estaba la otra mitad del sándwich.

Él, el niño de ojos verdes que siempre estaba dibujando y solía usar ropa negra todo el tiempo. Él, al que no le gustaba hablar con nadie y que era buen alumno. Frank le vio al rostro con temor pero nunca imaginó que la sonrisa cálida que él le ofreció le calmaría el latir desenfrenado en su pecho.

—Gracias... —susurró Frank un poco apenado.

—¿Te gustaría acompañarme a casa a almorzar hoy? —preguntó él. Gerard Way, el niño que no le gustaba tener amigos.

—Yo... no lo sé... —dijo inseguro.

Gerard arrastró su pupitre con suavidad y se acercó un poco a Frank, sacó su carpeta de dibujos y continuó comiendo sus uvas.

—No te preocupes, no estarás más solo. Yo seré tu amigo ahora y te acompañaré siempre. —Finalizó con una sonrisa. Sus mejillas rellenitas un poco rojizas y su negro cabello corto pegándose a su rostro.

Sin palabras con que responder, Frank se lanzó sobre Gerard y le abrazó. Escuchar palabras como esas eran las que un niño como él necesitaba en ese momento. Un amigo que a pesar de saber por lo que estaba pasando le ofreciera su ayuda.

Alguien con gran corazón que le tendiese su ayuda sin pedir nada a cambio. Gerard Way quien no hablaba con nadie, rompió sus barreras para estar junto a una persona que a su juicio debería ser feliz y brillar con su propia luz.

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