Tres mentiras
___ EREN ___
Levi me lanza una mirada interrogante desde la cama, chasquea la lengua y vuelve a centrarse en la pantalla de su móvil, sumergido en sus pensamientos. Noto que cambia de postura un par de veces, quizás tratando de encontrar una posición en la que los muelles del colchón no se le claven en la espalda. Entonces se incorpora bruscamente y lanza el móvil a la otra punta de la cama, donde las sábanas se arremolinan para componer una curiosa mezcla de colores.
-- ¡Menuda mierda! -- gruñe, irritado.
Yo me giro un tanto para poder estudiar su expresión molesta, me encojo de hombros y vuelvo a concentrarme en el abanico de papeles que hay repartidos frente a mí en el suelo.
-- Estás en la residencia, no en un hotel de cuatro estrellas. ¿Qué esperabas?
Siento la mirada asesina de Levi taladrándome la nuca, pero decido ignorarla: estoy demasiado acostumbrado a su humor irascible como para dejar que eso me distraiga. Vuelvo a leer lo que he escrito hace unos minutos, me parece una mierda y me apresuro a tacharlo con el bolígrafo antes de que me entre diabetes por tanta cursilería.
-- Bueno, al menos no tienes la habitación hecha un asco... -- bufa. Y tiene razón: mi cuarto de la residencia apenas tiene cinco muebles, y la mayoría de ellos vacíos.
La residencia siempre ha sido un buen refugio en el que esconderse del mundo, y aunque algunos universitarios tienen una habitación aquí porque no pueden permitirse los caros pisos de estudiantes del centro de la ciudad, la mayoría venimos para tener algo de privacidad, fuera del control exorbitante de los padres y de las parejas celosas.
Escucho los pasos del enano aproximarse por mi espalda y me inclino un poco hacia delante en un intento de que mi cuerpo se interponga entre mis escritos y su mirada escrutadora, pero a la Señora de la Bayeta nunca se le pasa nada por alto.
-- ¿Qué mierda escribes? ¿Otro fracaso de rap? -- ríe, mordaz.
Frunzo el ceño sin poder evitar que el comentario me afecte, y es que Levi tiene un don especial para sacar de quicio a cualquiera. Desde que lo conozco, he tratado varias veces de convencerlo para que nos ayudase a los chicos y a mí con el concurso de rap, pero siempre se ha negado en rotundo, y ha aprovechado todas las oportunidades que ha tenido para reírse de nuestra funesta coordinación. Por otro lado, prefiero que piense que estoy escribiendo la letra de alguna canción a que descubra que en realidad estoy haciendo un tosco intento de epístola.
-- ¿Qué te importa? Ni que ahora te interesase mi vida -- gruño y vuelvo a centrar toda mi atención en las palabras que llevan un tiempo aglomeradas en mi cabeza.
Levi compone una sutil mueca de asco con la que decide mandarme a la mierda y comienza a pasearse por la habitación para aplacar su aburrimiento. Me sorprende el tiempo que está aguantado en silencio, teniendo en cuenta que detesta quedarse encerrado conmigo sin tener nada que hacer. Al menos en mi dormitorio puede coger un libro, entretenerse jugando a la Play, o invadir mi privacidad mirando las fotos que tengo en el ordenador, pero en la habitación de la residencia no. Lo más entretenido que podría hacer sería ponerse a tocar la guitarra, pero ya le he advertido al entrar en el cuarto que ni se le ocurriera ponerle un dedo encima.
Aunque me pone nervioso que chasquee la lengua cada poco tiempo y que esté paseándose de un sitio a otro, tampoco tengo más alternativa que conformarme con su actitud inquieta: papá va a pasarse el día en casa y yo me niego a estar bajo el mismo techo que él, y menos con Levi y yo gritándonos en todo momento.
-- Mocoso, te están llamando otra vez -- dice cuando se percata del brillo que emite la pantalla de mi móvil, el cual he dejado silenciado sobre el escritorio que hay junto a la cama.
-- ¿Quién es?
Levi cruza la habitación de tres largas zancadas.
-- Veamos... Ta, ta, ta... Cara caballo.
-- Cuelga -- sentencio, y hago un gesto con la mano para restarle importancia.
Él pone los ojos en blanco, pero acaba deslizando el dedo por la pantalla. Al fin y al cabo, tampoco tiene algo mejor que hacer.
-- ¿Sueles rechazar las llamadas de tus amigos? -- bromea al tiempo que se deja caer de nuevo en el colchón.
-- No es mi amigo. Es un pesado de mierda que solo quiere tener guerra. Sabe dónde encontrarme. Si es tan importante lo que tiene que decirme, que venga y me lo diga a la cara.
No sé que expresión ha puesto porque estoy sentado de espaldas al colchón, pero imagino que le habrá cruzado por la cara una sonrisa de suficiencia. Pasados otros pocos minutos, lo escucho levantarse de un salto.
-- El tiempo se ha acabado, Jaeger -- sentencia.
-- No hables como una puta. Puedes largarte cuando te salga del pelo más largo del huevo izquierdo.
Siento un dolor intermitente en las costillas cuando Levi me propina una patada al pasar por mi lado. Me pregunto si alguna vez acabaré en el hospital por una de sus despedidas. Lo veo detenerse a la altura de la puerta, cuando su mano ya se ha cerrado en torno al pomo y está a punto de girarlo.
-- Eren..., ¿sabe tu padre que has vuelto a vender drogas?
Le lanzo una mirada fulminante a modo de advertencia y Levi alza rápidamente las manos para darme a entender que no tengo de qué preocuparme. No tengo ni idea de cómo se ha enterado, pero no pienso dejar que esa información llegue a oídos de gente que no me interesa.
-- Puedes estar tranquilo. Tu padre me paga para hacer que estudies un poco, no para decirte lo que debes y no debes hacer. Ya eres mayorcito para eso -- alega mientras sus ojos me examinan minuciosamente de arriba abajo.
Suavizo un poco la mirada, aunque prefiero no responder: sé que Levi me ha dejado caer el tema para que lleve cuidado y que puedo confiar en que no se lo dirá a nadie. A pesar de su cara de "todo me importa una mierda", no puedo ignorar el hecho de que fue él quien pagó mi fianza para que me dejaran salir de prisión hace unos cuantos meses.
Levi es gilipollas, pero eso no quita que sea buena persona.
Se despide con un gesto de la cabeza y me quedo quieto mientras él cierra la puerta, y solo cuando dejo de escuchar sus pasos en el pasillo, me pongo en pie inmediatamente para atender el móvil. Tengo varios mensajes de Jean y las cuatro llamadas que Levi se ha encargado de colgar por mí.
-- ¡Te he llamado mil veces! -- es lo primero que me grita después de que los tonos de su teléfono me percutan el oído.
-- Hubiera bastado con una -- respondo, cortante.
-- Marco me ha dicho que te llame, que Mikasa estuvo contigo anoche -- se apresura a decir. Parce bastante alterado --. Lo siento, Eren. Solo fui a por unas bebidas y luego ya no estaba...
-- Te dije que no la trajeras de nuevo. Es demasiado impertinente y no deja de hacer preguntas, y no me gustan los curiosos, Jean -- murmuro al tiempo que mis pies me conducen hasta la ventana que hay junto al escritorio. Veo a Levi ponerse el casco y subirse a una moto negra que hay aparcada a un lado de la residencia.
Jean guarda silencio unos segundos, como si estuviera meditando qué decir a continuación. Me tumbo sobre el colchón y dejo que mi mirada se pierda en algún punto indeterminado del techo, cansado.
-- Escucha, dale el dinero a Marco. El martes tendrás tu coca en la taquilla de siempre -- digo al tiempo que me paso una mano por la cara --. Pasa a recogerla por la tarde. A las seis. Hay menos profesores y a los que les toque seminario estarán dando clase.
-- ¿El martes? ¿No puede ser mañana?
-- El martes, Jean. Esto no es negociable. Sabes muy bien que me juego el tipo para...
-- ¡Vale, vale, vale! No pasa nada -- se apresura a contestar --. ¿Crees que Mikasa sabe algo?
Frunzo el ceño, molesto. Me parece bastante irónico que me pregunte por este tipo de cosas y que luego siga tratándome como a una puta mierda.
-- Si crees que vas a poder esconderle esto mucho más tiempo, vas de listo -- me limito a espetarle, resuelto --. Haz lo que te dé la gana, Jean. Me la suda tanto como si se lo cuentas como si no, pero a mí dejadme al margen de vuestras mierdas. Lo único que no quiero es tener líos con la policía después.
Escucho su respiración al otro lado de la línea y sé que está digiriendo mis palabras, consciente de la situación. A fin de cuentas, si me pillan a mí, también se le caería el pelo a él. A él y a toda la residencia.
-- Llevaré cuidado.
-- Eso espero -- bufo --. Nos vemos el sábado.
Cuelgo la llamada y extiendo los bazos a ambos lados del cuerpo, rendido. El cómo he acabado vendiéndole droga a Jean es otra de las muchas ironías de mi vida, y aunque me gustaría decir que tiene su historia, lo cierto es que no. Es tan básico como entrar a la residencia y preguntarle al primero con el que te encuentres: "¿sabes dónde puedo encontrar algo?" Todos en la residencia saben cómo responder a esa pregunta. Se sobreentiende. Entonces responden: "busca a Jaeger". Quienes me conocen, saben cómo contactarme; los que no, solo tienen un sitio donde buscarme y prueban suerte. Casi siempre dan conmigo a la primera.
Hago la mayor parte de mi vida encerrado en la residencia, facilitándole diferentes tipos de mercancía a quienes me la piden. Cuando me canso de ellos, el estudio de Armin es el mejor lugar para despejar la mente con algo de música, y compongo y ensayo. Pero Armin no puede tenerme allí escondido demasiado tiempo, y entonces me queda volver a casa, ¿pero lo hago? No. Cruzarme con mi padre es algo que prefiero evitar a toda costa.
Acudo a mi base siempre que puedo permitírmelo, pero cumplir con el horario que sigue la línea de autobuses de Londres es bastante tedioso, de modo que cada vez que voy al granero, me paso varios días allí.
Recojo los papeles del suelo, los rompo en varios trozos tras releer mi fracaso de epístola y los tiro a la papelera que hay bajo el escritorio. Al consultar la pantalla de mi móvil compruebo que son las 18:37, una hora perfecta para abandonar la residencia sin ser visto. Podría quedarme, pero sé que es a partir de las nueve cuando los más interesados vienen preguntando por mi nombre.
<< Si, ¿pero a dónde coño voy? >>
Es ridículo que teniendo tantos lugares a los que ir, no me sintiera cómodo en ninguno de ellos. A lo mejor Connie puede dejarme dormir esta noche en su casa. No sería la primera vez que lo hace. Estoy marcando su número en la pantalla de mi móvil cuando de pronto, una fuerza invisible hace que mis ojos se desvíen hacia la guitarra que descansa sobre su soporte, al otro lado de la habitación. Se me acelera el corazón.
<< Esa idiota va a acabar en un lío muy gordo si sigue metiendo las narices donde no la llaman, y si es eso lo que quiere, paso de tener algo que ver >> declaro para mis adentros, molesto por su actitud curiosa.
Recuerdo con sumo detalle la forma en que sus manos colocaron las mías sobre las cuerdas de la guitarra, la agradable sonrisa que dibujaron sus labios cuando recité los versos de Lorca y la expresión de horror que asaltó su rostro cuando bromeé sobre el carné.
Pensar en ella se ha convertido en una de mis principales rutinas, y aunque todavía no estoy muy seguro de si quiero que siga siendo así, no puedo negar que disfruto con cada puto segundo que le dedico. El sentido no me funciona con esa mujer: a veces la detesto y otras solo pienso en lo mucho que necesito escribirle poesía. De hecho, hago ambas cosas cuando puedo permitirme escaquearme de mis responsabilidades.
Ya se lo dije y no he cambiado de parecer en lo más mínimo: es mi escusa favorita.
-- ¿Ereeen? ¿Holaaa?
Desvío inmediatamente los ojos hacia la pantalla de mi móvil. ¡Mierda, Connie!
-- Perdona, no me he dado cuenta de que te he marcado -- me apresuro a responder.
-- Gilipollas.
-- Capullo.
-- Mira, podemos liarnos a hostias, o puedes decirme qué te pasa -- se decide a preguntar. La mecánica de nuestra relación es sencillamente maravillosa.
-- No tengo nada que hacer. ¿Noche de tíos?
El calvo guarda un sospechoso silencio durante unos instantes.
-- Hoy no, Eren. Me pillas mal.
-- Vamos, Connie. No puedes dejarme colgado...
-- Tío, estoy con Sasha.
Razón más que justificada para dejarme plantado. Motivo suficiente para reírme de él lo que queda de mes.
-- ¿Tú? ¿Con Blouse? Vaya, vaya, vaya, Springles... Me dejas anonadado. ¿Ya te la has tirado?
Se produce un silencio más al otro lado de la línea y suelto una estridente carcajada al imaginar la cara sonrojada de Connie.
-- Cuando te vea, te voy a pegar un tiro en el pecho y me voy a cagar en el agujero. ¡Por subnormal!
-- Asqueroso.
-- Imbécil.
Sonrío y me paso una mano por el cuello, pensativo.
-- Bueno, Connie. Ya hablaremos -- me despido, dispuesto a colgar.
-- ¡Espera! ¿Qué vas a hacer?
-- No lo sé... No quiero quedarme en la residencia: hoy es domingo y esta noche habrá lío. Mi padre está en mi casa, y a estas horas no puedo pedirle a Armin que me deje quedarme en su casa. No quiero molestar a su abuelo -- dejo escapar un suspiro, rendido --. No sé. A lo mejor me doy una vuelta para aclararme un poco y vuelvo..., ¡yo qué sé!
-- ¿Vas a venir mañana a clase?
-- Ni idea -- me encojo de hombros --. En principio no, aunque ya lo veré. Depende de lo que haga esta noche.
Escucho la débil voz de Blouse diciéndole algo a Connie, y tras unos segundos, el calvo vuelve a centrarse en nuestra conversación.
-- Escucha. Puedes quedarte a dormir. Pero vente a partir de las once, ¿de acuerdo?
-- Gracias, Connie. Te quiero -- sonrío.
-- Ya, ya... Te espero despierto, ¿vale? Así que no saltes la verja.
-- De acuerdo, nos vemos luego.
Connie finaliza la llamada y yo me dispongo a salir de la residencia. Aún tengo tiempo de pasarme por algún bar para tomar unas copas y planear qué voy a hacer a lo largo de la semana que viene. Acabo de dejar atrás la entrada del edificio cuando escucho una voz familiar a mis espaldas.
-- Conque aquí estabas. Vaya, te has escondido muy bien, ¿eh, hijo de puta?
Siento que se me pone el vello de la nunca de punta y un sudor frío me recorre lentamente la espalda. Trato de aparentar seguridad y palpo con la mano mi sudadera, buscando el tacto de la llave que siempre llevo conmigo a la altura del pecho. Sonrío de lado y barajo todos los posibles finales que pueden concluir de un enfrentamiento directo contra Reiner Braun.
___ MIKASA ___
Son las 03:12 cuando mis ojos se topan con las cifras verdes del reloj digital que descansa encima de mi mesita de noche. La lluvia repiquetea contra los cristales de la ventana, componiendo un repetitivo compás que me insta a envolverme con las sábanas y seguir durmiendo.
Cierro de nuevo los párpados arrullada por el débil sonido del agua golpeando el tejado, y aunque trato de volver a dormirme, ese ruido vuelve a sobresaltarme. Alguien está llamando al timbre.
Frunzo el ceño cuando mis ojos se detienen de nuevo en el reloj: estas no son horas, pero un sentimiento expectante aflora en mi pecho cuando pienso que quizás sean papá y mamá. Al fin y al cabo, llamaron hace un par de días para decirme que volverían pronto, y nos sería la primera vez que se presentan de un momento a otro para darme una sorpresa.
Bajo las escaleras a toda prisa y enciendo la luz del recibidor, pero al asomarme por la mirilla de la puerta solo hay una figura. Tiene la capucha de la sudadera echada, por lo que no se le ve la cara, y la poca iluminación de la calle no ayuda en lo más mínimo. Aguzo la vista para ver si distingo algo más, y cuando el sujeto se remueve en el umbral, inquieto, percibo el débil brillo que emite el reflejo de la luz de las farolas en la llave que le cuelga del cuello. Es Eren.
-- Mikasa, abre la puerta... -- farfulla con un hilo de voz arrastrando las palabras, sus ojos clavados en algún punto impreciso del suelo.
No sé si es consciente de que estoy espiando sus movimientos desde el otro lado de la puerta, pero imagino que la luz del recibidor no pasa desapercibida. Frunzo el ceño para tratar de espabilarme un poco: ¿qué hace Eren a estas horas en la calle, y lloviendo? ¿Sabe que mañana hay clases?
-- Por favor...
Pongo los ojos en blanco, resignada, y me decanto por abrir un poco la puerta, lo justo para asomar la cabeza. Eren alzó la vista para cruzar miradas conmigo. Estaba empapado.
-- ¿Qué haces aquí? ¿Sabes la hora que es?
-- ¿Están tus padres? ¿Te he despertado? -- pregunta atropelladamente al tiempo que da un par de pasos hacia mí --. ¿Puedo quedarme?
Frunzo el ceño y me coloco en el hueco que deja la puerta para bloquearle el paso. Casi no puedo pensar con claridad de lo enfadada que estoy.
-- ¿Eres tonto, o qué te pasa? -- le espeto --. Vete ahora mismo. ¿Te parece normal venir a estas horas para preguntarme eso?
Jean ya me ha advertido varias veces que juntarme con Jaeger no me traería nada bueno, y Sasha me ha comentado alguna vez que Eren no está bien de la cabeza, pero no imaginaba que de verdad le faltase un tornillo.
La expresión de terror que se apodera de él casi hace que vacile. Casi.
-- No... -- traga saliva y se lleva una mano a la boca al tiempo que frunce el ceño, como si se hubiese contenido de decir algo que en realidad no quiere. ¿Está borracho? --. Déjame entrar.
-- Eren... -- me aprieto el puente de la nariz con los dedos a la par que cierro los ojos, pensando la mejor manera de razonar con él --. Es tarde. Mañana hablamos, si quieres. Vete a casa y descansa un poco, ¿de acuerdo?
-- ¡Espera! -- implora, y sujeta la puerta con la mano cuando yo hago amago de cerrarla.
Ahora que ha entrado en el círculo de luz que emana de la lámpara del recibidor puedo distinguir mejor las facciones de su rostro, y lo que más me llama la atención esta noche no es el color de sus ojos, sino el enorme cardenal violáceo que tiene en el pómulo derecho. Su expresión cambia radicalmente de determinación a miedo tras analizar la mía, quizás más consciente de la situación. Retrocede un par de pasos y se gira rápidamente para marcharse, pero yo soy más rápida y ya he salido al umbral para sujetarlo por la sudadera.
-- ¡Suéltame, joder! -- gruñe con voz ronca, y yo obedezco antes de que me aparte de un manotazo.
Me abrazo sin saber muy bien qué hacer y él desvía la mirada hacia la carretera. La lluvia repiquetea insistente sobre el saliente del tejado que nos ampara a ambos, aunque hace un poco de frío.
-- ¿Qué ha pasado? -- pregunto, preocupada.
Eren aprieta los labios hasta que estos forman una delgada línea y se remueve inquieto, cerrando los puños en el único bolsillo central de su sudadera. No parece dispuesto a decir nada, y va de listo si piensa que voy a dejarle entrar si no me explica a qué viene todo esto. ¿Por qué tiene que meterme en sus problemas?
-- ¿Qué ha pasado? -- repito, tenaz. Él no se mueve y permanece en silencio, insondable. Tras unos minutos, decido que he tenido suficiente --. Buenas noches, Eren.
-- ¡Estoy borracho! ¿Vale? -- espeta cuando estoy a punto de cerrar. Busco sus ojos y él me devuelve la mirada sin moverse del sitio. Parece estar a punto de romper a llorar --. Estoy borracho y no tengo a dónde ir.
Dejo escapar un suspiro de exasperación, pero sé que no voy a poder dormir tranquila si lo dejo en la calle después de haberme dicho eso. A pesar de que el origen de mi pregunta es el moretón que luce en la cara, no estoy segura de que pueda exigirle una respuesta más trabajada que la que me ha dado. A fin de cuentas, Eren es famoso por ser un tipo bastante reservado. Pongo los ojos en blanco, molesta por el cúmulo de sentimientos encontrados que han florecido en mi interior, me hago a un lado y abro la puerta, invitándolo a pasar.
Él se queda estático unos instantes, pero entonces en su rostro aparece la sombra de una sonrisa rota. Un cóctel de tristeza, agradecimiento y alegría.
-- Gracias -- musita, y las lágrimas asoman a sus ojos --. Gracias por no dejarme solo.
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