Tres acordes y un par de versos
______________________________________________
Para alondra0mulan y giordelys12202005
______________________________________________
--- Eren ---
Armin va disminuyendo el volumen de la música hasta que nuestra base de rap se convierte en un leve siseo que acaba dejando paso al silencio. El corazón me late con fuerza por la emoción y cruzo miradas con los ojos brillantes de Connie, a quien hacía bastante que no veía sonreír con tanto desenfado.
-- ¡Ahora sí que sí, Eren! -- canturrea victorioso antes de acercarse para darme unas palmaditas en el hombro --. ¡Con esto aún tenemos oportunidades de ganar el torneo!
Le devuelvo el gesto, sonriente, y no puedo evitar sentirme satisfecho con los increíbles resultados que hemos obtenido a lo largo de la semana. Es como si la inspiración nos hubiese golpeado a todos en la cara para espabilarnos en el último momento, a tiempo suficiente para las eliminatorias que tendrán lugar dentro de quince días.
-- ¿Lo tienes?
Armin, que aún está distraído con la música que sale de sus auriculares, cruza miradas conmigo y levanta el pulgar al tiempo que una sonrisa le desfila por el rostro, cómplice. Desconecta la grabadora y apaga todo el equipo.
Yo me dejo caer en uno de los taburetes de madera que hay en el estudio y suspiro al tiempo que me quito los cascos, cansado: casi no he podido pegar ojo desde hace tres días, cuando tuve la excelente idea de varios versos más para la canción y unas mejoras para la base en la que Connie había estado trabajando. El cambio no ha sido la gran cosa, pero los resultados sí que han sido notables, y para mi alivio, lo suficientes para hacer que la tensión que se había creado entre el calvo y yo a lo largo de la semana desaparezca por completo.
Connie me lanza un botellín de agua fría y yo lo atrapo al vuelo antes de sonreír a modo de agradecimiento. Me paso una mano por la cara para quitarme el sudor de la frente y doy un par de tragos, pensativo, mientras que los otros dos discuten sobre qué hacer a continuación con nuestra pequeña obra de arte.
-- Podríamos guardárnosla en la manga para las semifinales -- sugiere Armin al tiempo que se quita los cascos y los coloca junto al equipo de grabación.
Connie hace un mohín y se rasca la nuca, pensativo.
-- Es muy buena, pero no estoy seguro de que cumpla las expectativas de los jueces en las semifinales. Además, no creo que nos dé tiempo a componer otra antes de las eliminatorias.
-- No sé... -- responde Armin, encogiéndose de hombros para quitarle importancia --, Eren está en buena racha. Quizás nos sorprenda con otra de sus buenas ideas. ¿No es así, Eren?
Estoy tan centrado en la pantalla de mi móvil que no he escuchado lo que han estado diciendo, y para cuando quiero darme cuenta, Connie ya se ha colocado detrás de mí para espiar mis movimientos por encima de mi hombros.
-- Ackerman, ¿eh? -- murmura, socarrón, y una sonrisa ladina le cruza el rostro tras reconocer el perfil de WhatsApp de Mikasa.
Yo apago la pantalla y me guardo el móvil en el bolsillo trasero del pantalón, molesto.
-- Eres un pesado, Springles.
-- No me digas que esas "buenas ideas" tuyas te las ha dado ella -- canturrea Armin, y su cara imita la expresión ladina y estúpida de Connie.
Pongo los ojos en blanco: sé de sobra que si trato de negarme solo servirá para que sigan inventando estupideces.
-- O-Oye, ¿a dónde vas? -- pregunta el calvo cuando me pongo en pie para recoger mi mochila y mi skateboard del suelo.
-- Tengo cosas que hacer.
-- Aún es temprano: tenemos tiempo de sobra para trabajar en una nueva base -- sugiere Armin.
-- Lo siento, pero estoy liado -- me disculpo con mi mejor sonrisa y me encamino hacia la puerta.
-- Tío... -- lloriquea Connie, molesto.
-- Prometo que mañana solo me centraré en el concurso.
-- No prometas cosas que sabes que no vas a cumplir -- sonríe Armin al tiempo que desconecta el micrófono de los altavoces.
Yo le devuelvo el gesto: me conoce demasiado bien como para esperar algo bueno de mí. Me despido de nuevo con un gesto de la mano y ellos me imitan.
-- ¡No te metas en más líos! -- exclama la voz de Connie después de que haya cerrado la puerta.
Subo las escaleras que conducen a la planta principal y atravieso el pasillo en dirección a la puerta.
-- ¿Ya te vas, Eren? -- el abuelo de Armin está en la cocina, pelando unas cuantas patatas -- ¿Estás seguro de que no quieres quedarte a cenar?
-- He quedado con unos amigos. Muchas gracias por la invitación -- contesto desde la puerta.
-- Entonces pásalo bien. Espero que vuelvas pronto.
-- La próxima vez me quedaré a cenar -- trato de sonar convincente, aunque eso nunca se me ha dado muy bien.
Aún son las siete y pico cuando salgo de casa de Armin. El sol todavía no se ha puesto tras los edificios de la ciudad y, para mi sorpresa, el cielo está totalmente despejado. Subo a la tabla de skate y me dirijo hacia la residencia: hoy es otra de esas locas noches de fiesta con la que los universitarios han soñado durante toda la semana. Cualquiera pensaría que solo buscan emborracharse un poco, bailar algo o tener una escusa para liarse con la primera persona que encuentren, pero la verdad es bastante diferente. La verdad es que solo me buscan a mí.
Ymir y varias de sus compañeras todavía están limpiando las habitaciones y decorándolas un poco cuando aparezco por allí. Hoy han colgado del techo unas lámparas chinas de papel de distintos colores y han puesto luces a varias de las plantas que hay repartidas por las salas.
-- Jaeger -- me saluda Marco a los pocos segundos --. Te estábamos esperando.
Aprieto los labios y frunzo levemente el ceño para darle a entender que todavía no he olvidado su desliz de hace cinco días. Si se hubiera ido un poco más de la lengua y Mikasa hubiera dado parte a la policía, hubiera estado en serios problemas. Marco esquiva mi mirada, nervioso, aunque trata de aparentar resolución.
-- ¿Ha habido mucho jaleo? -- decido preguntar para romper el silencio.
-- Teniendo en cuenta que no te has dejado caer por aquí en una semana, sí -- responde el pecoso --. Han venido a buscarte cinco personas dos veces, sin contar a Ackerman. Les he dicho que hoy estarías sí o sí.
-- Bien. Entonces vamos a prepararlo todo antes de que lleguen nuestros invitados.
___________________________________________________________
--- Mikasa ---
Jean conduce con un ojo puesto en la carretera y el otro en la piel desnuda que no tapa mi falda plisada. Tras muchas horas insistiendo, me ha convencido para ir una vez más a la residencia a pasar el rato, esta vez solos.
Al principio no lo había considerado, pero tras pensarlo un poco, creo que podríamos aprovechar para dedicarnos un tiempo: últimamente no hemos tenido ocasión de hablar tranquilamente. No obstante, una parte de mí sabe que una de las razones por las que he acabado accediendo a su petición, es porque existe una mínima posibilidad de que Eren se encuentre allí esta noche.
La última vez que hablamos fue hace cinco días, y aunque le he mandado varios mensajes, no se ha molestado en responder a ninguno de ellos. Quizás haya estado demasiado ocupado con las reparaciones de nuestra base secreta, o a lo mejor ha vuelto a discutir con su padre...
Para cuando me doy cuenta, Jean ya ha aparcado frente a la residencia y ha apagado la radio. Me mira y me sonríe con jovialidad antes de salir del coche. Yo lo sigo, confiando en que la ropa que ha escogido Sasha no sea demasiado reveladora: el top negro que me ha prestado deja expuesta la piel que hay por encima de mi vientre y tiene un escote bastante significativo. La falda, por otro lado, cortesía de su irrefutable "para que te meta mano", tiene el largo ideal y queda a juego con las sandalias bancas.
El ambiente tumultuoso de la residencia no me causa tanta impresión como el primer día, y no tardo en acostumbrarme a la ensordecedora música que proviene de los altavoces y al intenso olor a alcohol que persiste en el aire. Jean me coge de la mano para que no nos acabemos separando y perdiéndonos entre la multitud, me guía entre la concentración de universitarios y terminamos sentados en el mismo sofá donde estuvimos la primera noche.
No puedo ocultar por más tiempo mi nerviosismo y me estrujo los dedos a la espera de que Jean decida empezar a hablar de esa cosa tan importante que tenía que decirme. Una parte de mí imagina lo que es, y esa es una de las muchas razones por las que esta noche estoy tan expectante, aunque reconozco que podría haber escogido otro lugar mucho más tranquilo.
-- ¿Te apetece algo de beber? -- se decanta por decir.
Yo asiento tímidamente con la cabeza y él me sonríe con ternura, risueño. Me dice que espere sentada mientras va a por un par de refrescos y veo cómo desaparece entre la multitud. Cuando lo pierdo de vista, no puedo evitar fijarme en la gente que me rodea: hay varias personas vestidas grotescamente bailando con un par de cubatas en la mano, una pareja se está besando descaradamente en el sofá que hay frente a mí y un grupo de chicas me observa minuciosamente mientras cuchichean algo por lo bajo, probablemente sobre mi vestimenta. O puede que Eren tuviera razón y ya circulen rumores extraños sobre mí por haberlo buscado en la residencia.
Un tipo de melena roja y ondulada se deja caer junto a mí y pasa su brazo sin miramientos por encima del respaldo que tengo detrás, invadiendo mi espacio personal con unas intenciones predecibles. Yo, por mi parte, no me lo pienso dos veces y me pongo en pie antes de que el muchacho tenga oportunidad de hacer algún comentario que pueda ponerme nerviosa. Busco a Jean entre la multitud, pero no consigo dar con él, por lo que decido probar suerte en la segunda planta.
Hay varios universitarios obstaculizando las escaleras, y yo tengo que gritar para que mi voz se escuche por encima de la música, hacerme notar, y pedir paso. Ellos se disculpan y el alcohol les dibuja una sonrisa torpe en el rostro antes de que se hagan a un lado para dejar un hueco por el que me apresuro a subir. También hay gente en el segundo piso, aunque bastante menos, de modo que el aire está menos congestionado.
Me fijo en que hay un par de puertas que no dejan de abrirse y cerrarse continuamente, por lo que deduzco que son los aseos; el resto de habitaciones están cerradas al público, y unos enormes carteles de "no molestar" decoran algunas de ellas.
Reconozco el rostro sonriente de Marco al final del pasillo. Lleva puesta una camisa a cuadros de color azul y unos pantalones cortos blancos. Está hablando animadamente con un tipo que parece tener un par de años más que él, o al menos esa es la edad que le da su barba recortada. Me abro paso entre la gente para llegar hasta ellos: quizás hayan visto a Jean.
El muchacho de la barba es el primero en darse cuenta de mi presencia, y deja de hablar con Marco para mirarme y ofrecerme una sonrisa un tanto insinuante. Es bastante más alto que yo, y sus pequeños ojos oscuros me escrutan de arriba abajo en menos tiempo del que se tarda en pestañear.
-- Hey, Mikasa -- me saluda cordialmente Marco --. No esperaba verte por aquí.
-- Estoy buscando a Jean -- me apresuro a decir al tiempo que trato de ignorar al otro chico.
-- Por aquí no ha pasado. Eso te lo garantizo -- ríe Marco --. Quizás haya ido a lavarse la cara o algo. La gente suele marearse mucho por aquí.
Asiento con la cabeza y desvío la mirada hacia la puerta que tiene a la derecha, avergonzada por la situación: tengo miedo de volver a la planta principal por si vuelvo a encontrarme con el pelirrojo insinuante, pero tampoco quiero molestar a Marco. No obstante, es mi mejor opción hasta que encuentre a Jean. Entonces caigo en la cuenta de dónde estamos.
-- ¿Está Eren? -- le pregunto a Marco al tiempo que señalo la puerta: quizás me deje quedarme en su cuarto hasta que pueda contactar a Jean.
El brillo de la duda asalta los ojos de Marco durante unos instantes, pero acaba negando con la cabeza. Por otra parte, al barbudo parece haberle divertido mi pregunta.
-- ¿Quién es esta señorita, Marco?
-- Una amiga de Jeager -- se encoge de hombros para quitarle importancia.
-- ¿Una amiga?
-- Una amiga -- dice Marco, serio, y el tipo pierde al instante la sonrisa ladina que se le había dibujado en los labios.
Me fijo en que el aura de Marco ha cambiado un tanto y que el barbudo ya no se siente tan confidente. Estoy a punto de preguntar cuál es el problema cuando escucho unas voces provenientes de la habitación, entonces se abre la puerta y sale al pasillo un chico pelirrojo que se pierde entre la gente antes de que tenga tiempo de verle la cara.
-- ¡Otro! -- exclama la voz de Eren desde la habitación.
Marco asiente, le sonríe con entusiasmo al tipo de la barba y le hace un gesto con la mano para que entre.
-- ¡Hey, Jeager! -- saluda el tipo, pero la puerta se cierra antes de que pueda escuchar nada más.
Miro boquiabierta a Marco, incrédula.
-- ¿Qués es lo que quieres, Mikasa? -- pregunta finalmente cuando ya no sabe cómo rehuir el reproche que irradian mis ojos.
-- Has dicho que no estaba.
-- No lo sabía... -- se apresura a responder, pero sé que está mintiendo por la forma en que esquiva mi mirada.
Frunzo el ceño, molesta, pero decido que no va a ser Marco quien me ponga de mal humor esta noche, de modo que me decanto por dejarlo estar y me dispongo a tocar la puerta. No obstante, el pecoso me sujeta por la muñeca antes de que pueda hacerlo. Cuando mis ojos se cruzan de nuevo con los suyos, siento que el ambiente se ha vuelto más tenso.
-- Eren está ocupado ahora mismo -- trata de explicarme --. Deberías buscar a Jean. Seguro que está muy preocupado -- y aunque me lo sugiere con una de sus mejores sonrisas, sé por la intensidad de su mirada que se trata de una advertencia.
La puerta se abre de nuevo un poco y el tipo de la barba se apresura a desaparecer por el pasillo sin molestarse en despedirse. Marco lo sigue con la mirada, y yo aprovecho que está distraído para zafarme de su agarre y tratar de entrar en la habitación, pero él se interpone entre la puerta y yo, claramente molesto.
-- Lo digo enserio, Mikasa. Será mejor que te vayas.
La puerta termina de abrirse y Eren se nos queda mirando con el ceño fruncido, confuso.
-- Ya hablaré contigo más tarde -- le espeta a Marco con seriedad tras haber analizado la situación.
El pecoso balbucea algo, pero Eren no lo deja hablar; lo hace a un lado con un brazo y me coge de la mano para arrastrarme al interior de su habitación. Cierra la puerta con llave y se deja caer en la cama, frustrado, sus codos apoyados en las rodillas. Me quedo de pie en silencio, sin saber qué decir ni hacer ante la situación: está bastante cabreado. Finalmente, Eren suelta una bocanada de aire, se masajea un poco el cuello y entrelaza las manos antes de cruzar miradas conmigo.
-- ¿Qué quieres?
El tono insondable de sus palabras me deja desconcertada; casi prefiero que se ponga a gritar como un desquiciado. Paso el peso de mi cuerpo a la otra pierna, incómoda, y me abrazo al tiempo que esquivo sus ojos verdosos.
-- Te dije que no volvieras a buscar...
-- No te estaba buscando a ti -- me apresuro a espetarle, hastiada de su actitud ególatra --. Buscaba a Jean.
Mi respuesta lo desconcierta un tanto, de hecho, parece que lo ha molestado un poco. Desvía la mirada al suelo, entre pensativo e irritado, se pasa una mano por el pelo y deja escapar un profundo suspiro de resignación.
-- ¿Has probado a llamarlo? -- sugiere, sardónico.
Su tono me saca de quicio, pero al mismo tiempo me abruma y hace que quiera desaparecer de allí lo antes posible.
-- No me he traído el móvil... -- reconozco un tanto avergonzada.
Él pone los ojos en blanco, pero si tiene algo que decir, decide callárselo, y yo agradezco no tener que escuchar otro de sus comentarios. Se lleva la mano al bolsillo trasero del pantalón y me tiende su móvil sin molestarse en mirarme a la cara. Yo prefiero ignorar su actitud infantil y trato de ponerme en contacto con Jean, pero no coge el teléfono a pesar de que lo llamo varias veces.
-- No contesta...
-- Qué lástima -- ríe Eren, mordaz.
Yo lo fulmino con la mirada, molesta, y él se encoge de hombros para quitarle importancia al asunto, resuelto. Se tumba sobre el colchón con las manos detrás de la cabeza y una sonrisa de complicidad cruzándole el rostro.
-- Supongo que tendrás que quedarte aquí hasta que tu príncipe azul venga a buscarte...
-- Pensaba que no era bienvenida... -- murmuro por lo bajo mientras trato de controlar el rojo que amenaza con acudir a mis mejillas.
-- ¿Y qué hago? No puedo dejar que vayas a tu suerte con todos esos borrachos por ahí.
-- Podrías ayudarme a buscar a Jean.
-- Podría, pero no voy a hacerlo -- se encoje de hombros ante mi mirada de desaprobación --. Hay mucha gente, la residencia es enorme y paso de ir preguntando uno por uno si han visto a un tipo con cara de caballo.
Dejo escapar un suspiro de resignación; al fin y al cabo, tiene razón. Como Eren no se mueve de la cama, decido aprovechar para echar un vistazo a su cuarto; es la primera vez que entro en una de las habitaciones de la residencia, y aunque había escuchado que eran grandes, la suya es particularmente espaciosa. Hay un ancho escritorio pegado a la ventana, la cual tiene vistas al campus de la universidad, y junto a ella, varios estantes vacíos ocupan la pared. El armario es empotrado y no tiene puertas, pero en su interior apenas hay un par de camisetas y unos pantalones. De hecho, no tardo en pensar que si la habitación se ve tan grande, es por el escaso mobiliario y por la falta de decoración. Ni si quiera parece acogedora.
No obstante, sí que hay algo que me llama la atención dentro de la monotonía de la habitación: una guitarra española que descansa en su soporte, impecable.
-- ¿Tocas la guitarra? -- exclamo sin poder esconder mi sorpresa al tiempo que me acerco al instrumento.
Eren hace un gesto desdeñoso con la mano para quitarle importancia, sus ojos clavados en el techo y la espalda todavía recostada sobre el colchón.
-- La compré hace tiempo para aprender a tocar, pero al final no pude sacar tiempo -- explica --. Además, le falta una cuerda.
Examino la guitarra y compruebo que lo que me dice es cierto, pero a pesar de eso, no parece estar en mal estado. Me siento en el suelo con las piernas cruzadas, procurando que la falda no exponga más piel de la necesaria, saco la guitarra del soporte y la coloco sobre mi regazo para afinar las cuerdas. Las pellizco varias veces una a una, emitiendo sonidos cada vez más nítidos hasta que obtengo los resultados que busco. Entonces rasgo las cuerdas y las notas se unen para formar un acorde que no tarda en desvanecerse en el aire.
Observo por el rabillo del ojo que Eren se remueve un poco sobre el colchón, inquieto. Las piernas le cuelgan de la cama, de modo que las puntas de los zapatos tocan el suelo, y todavía tiene las manos colocadas debajo de la cabeza. Vuelvo a bajar la vista hacia la guitarra y trato de recordar otro acorde que acabo tocando, y a raíz de su melodía, consigo otro. Entonces intento combinarlos para entonar una pieza de Chain of Fools, de Aretha Franklin, una de mis canciones favoritas. Cuando vuelvo a alzar la cabeza, mi mirada se topa con unos ojos verdosos que me observan curiosos desde la cama.
-- ¿Tocas la guitarra? -- se ha incorporado un poco para poder estudiar mis movimientos mejor, dejando todo el peso de su cuerpo sobre los codos.
-- Cuando era pequeña -- respondo con una tímida sonrisa --. Ahora solo me acuerdo de algunas cosas.
Dicho eso, sigo tocando Chain of Fools, deslizando mi mano izquierda por el brazo del instrumento, y pellizcando y rasgando las cuerdas con la derecha. Eren se levanta y atraviesa la habitación para sentarse a mi lado, acabando con la tensa situación en la que estábamos sumidos hasta hace poco.
-- No seas modesta, tocas muy bien -- procura mantener un tono tranquilo, pero el brillo que irradian sus ojos delatan una emoción casi infantil.
Sonrió a modo de respuesta, nerviosa por su proximidad, y me coloco un mechón del flequillo tras la oreja.
-- Esta es una de las pocas canciones que recuerdo que puedan tocarse con tres acordes -- explico al tiempo que repiqueteo el cuerpo del instrumento con los dedos.
Eren sigue el movimiento de mis manos, asombrado, y me fijo en que acaba separando levemente los labios cuando continuó tocando.
-- ¿Puedo probar? -- murmura por lo bajo cuando termino.
Ha esquivado mi mirada y el rubor le ha acudido a las mejillas, aplacando ese aura hostil con el que me ha recibido al principio. Le tiendo la guitarra, pero cuando la coloca entre los brazos y el cuerpo, me fijo en que no sabe cómo sujetarla correctamente, lo que me saca una sonrisa.
-- Así se te va a cansar el brazo -- digo mientras imito su postura --. De esta forma estarás más cómodo.
Me sitúo detrás de él y voy guiando sus movimientos mientras le justifico el motivo, colocando mi mano sobre la suya para que deje correctamente los dedos en los trastes. Me fijo en que está tenso, como si el más mínimo movimiento pudiera hacer añicos la guitarra, y que su respiración es lenta, pero también pesada.
Es divertido verlo tan inseguro: parece un niño frente a un nuevo terreno a explorar, expectante y ansioso por saber qué nuevas experiencias y secretos descubrirá. Pero no es el único que se encuentra sobrecogido por el momento: sus manos son ligeramente más grandes que las mías, suaves y cálidas, y su tacto me dispara los sentidos.
Tras un par de minutos, consigo que toque un acorde, y después de cinco, la primera pieza de Chain of Fools. Me sorprende la velocidad a la que aprende y la concentración que pone en cada mínimo movimiento, de hecho, no tarda en deslizar las manos por el brazo de la guitarra sin mi ayuda. Se le ha dibujado una sonrisa en los labios y el brillo de sus ojos aún no ha desaparecido.
Me separo un poco de él y me limito a observar cómo intenta repetir uno de los acordes que le he enseñado, entonando una melodía dulce que eclipsa el remoto sonido de la música que proviene de la planta de abajo. Entonces encuentra el ritmo que buscaba y comienza a recitar:
-- La luna de par en par, caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño con sauces en las barreras. ¡Que no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Que no quiero verla!
Ahora soy yo quien está boquiabierta. Él alza la vista del instrumento para cruzar miradas conmigo, y en sus labios aparece la sombra de una sonrisa ladina.
-- La sangre derramada. Federico García Lorca -- expone --. Uno de mis favoritos.
-- No sabía que tenías tanta debilidad por autores españoles -- comento tras recordar que también hizo una cita de Cervantes.
Él se encoge de hombros sin perder la sonrisa y vuelve a tocar.
-- Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos, vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura , triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas.
Finjo ser el mejor de los públicos y aplaudo con una sonrisa; Eren, por su parte, se quita un sombrero invisible e inclina levemente la cabeza a modo de reverencia, entonces devuelve la guitarra a su soporte y nos quedamos sentados en el suelo el uno frente al otro.
-- ¿Por qué no has respondido a mis mensajes? -- pregunto tras unos minutos de silencio.
-- He estado liado con las reparaciones de la base y ensayando rap con los chicos. Casi no he tenido tiempo de pensar en otra cosa -- reconoce al tiempo que se frota el cuello --. Lo siento.
Niego con la cabeza para quitarle importancia y volvemos a sumirnos en un silencio que se hace cada vez más incómodo. Eren consulta la hora en la pantalla de su móvil, y tras un rato deliberando, se pone en pie.
-- Escucha, ese idiota no va a venir a por ti -- espeta, y esconde las manos en el bolsillo de su sudadera --. Vamos, te llevo a casa.
No puedo evitar sentirme decepcionada: esperaba que pudiésemos hablar de la base secreta, de nuestros gustos musicales o de poesía. Algo que me permitiera conocer un poco más al reservado Eren Jaeger. Me levanto y me aliso la falda mientras Eren coge un juego de llaves que hay guardadas en uno de los cajones del escritorio, apaga la luces y salimos al pasillo.
Marco todavía está allí plantado, y su expresión relajada pasa a reflejar agobio cuando ve a Eren cerrando la puerta con llave.
-- Necesito que me dejes tu coche -- le dice al pecoso.
-- ¿Qué estás haciendo, Eren? -- le reprocha --. ¡Todavía son las doce! ¡Aún faltan por venir otros siete!
-- No es mi problema. Que hubiesen llegado antes -- espeta, molesto --. A ver si se creen que voy a estar toda la puta noche ahí dentro... Dame las llaves.
-- Ya, a ti te da igual, pero el que tiene que lidiar con ellos soy yo...
-- Diles que me ha surgido un imprevisto y que se pasen mañana -- sugiere Eren, y hace un ademán para quitarle importancia --. Ahora dame las llaves.
Marco vacila un instante antes de llevarse las mano al bolsillo y tenderle las llaves del coche.
-- ¿A dónde vas?
-- A llevarla a su casa -- responde al tiempo que me señala con la cabeza --. Si ves a Kirstein, dile que me he llevado a Mikasa, y que me llame.
Marco parece sorprendido, pero acaba asintiendo con la cabeza. No entiendo de qué han hablado, pero Eren ha echado a andar antes de que pueda preguntarle nada. La música comienza a escucharse con más intensidad a medida que nos aceramos a las escaleras, y es en ese punto, justo cuando estamos fuera del campo visual de Marco, que Eren me coge de la mano y comienza a guiarme entre la multitud. No es como Jean, que se abre paso pidiendo disculpas, sino que va apartando a la gente con un brazo o diciendo que se hagan a un lado. Me fijo en que sabe moverse entre el gentío, y que los estudiantes que todavía no están demasiado borrachos le dejan paso nada más reconocerlo. Pero lo que más me impresiona, es la forma en que se ponen a chismorrear una vez que los hemos dejado atrás.
Trato de ignorarlos y decido centrarme en la imagen de nuestras manos entrelazadas o en que mis pies no tropiecen con algún vaso de cubata. En poco tiempo, ya estamos fuera de la residencia y podemos respirar aire fresco y apreciar el desfile de estrellas que luce el cielo londinense. Al mirar a la carretera compruebo que el coche de Jean todavía sigue allí, y no puedo evitar sentirme algo culpable.
Salgo de mi ensimismamiento cuando siento que Eren suelta mi mano, lo sigo hasta el aparcamiento que hay frente a la residencia y nos detenemos frente al coche de Marco: un Renault Scénic de color verde. Tomo asiento junto a él y espero nerviosa a que arranque el vehículo, estrujándome los dedos y con los ojos clavados en los pliegues de mi falda.
Él, por su parte, parece bastante serio; fuera lo que fuese que ha hablado con Marco, debe haberlo dejado bastante pensativo. Hacemos el trayecto sin música, en silencio, yo mirando por la ventana y él con los ojos clavados en la carretera. Nos vemos obligados a aparcar a una manzana de casa debido a que han cortado la calle por obras, pero a mí no me importa andar un poco, y a Eren parece que tampoco.
Me acompaña en silencio con las manos escondidas en el bolsillo de la sudadera y la mirada perdida en las baldosas del suelo. El eco de nuestros pasos resuenan por los callejones que hay entre las casas, y la luz proveniente de las farolas proyectan sombras en todas direcciones.
Cuando llegamos, Eren sube conmigo las escaleras que llevan al umbral de la casa, abro la puerta y me giro para mirarlo a los ojos.
-- Siento las molestias...
-- ¿Estás de broma? -- ríe, y una sonrisa de complicidad le cruza el rostro --. ¡Me has salvado la vida! Un poco más allí encerrado y me hubiera vuelto loco.
-- ¿Y por qué no te vas y ya está?
-- Tengo responsabilidades de las que ocuparme en la residencia...
-- ¿No serán esas responsabilidades, por casualidad, esas siete personas que te quedan por ver? -- bromeo, aunque la verdad es que me muero de curiosidad.
-- Más o menos -- dice mientras se encoge de hombros. Entonces su expresión se vuelve fría --. ¿Se ha pasado Marco contigo?
La pregunta me desconcierta un tanto, pero finalmente niego con la cabeza.
-- Solo pretendía que no te molestase. Eso es todo.
Eren frunce un poco más el ceño, pero acaba desviando la mirada y asiente con la cabeza. Yo paso el peso de mi cuerpo a la otra pierna, incómoda, y trato de cambiar de tema antes de que vuelva a asaltarnos un silencio incómodo.
-- No tenía ni idea de que supieras conducir -- reconozco.
Él suelta una carcajada.
-- Bueno, más o menos... -- dice a la vez que se frota la nuca, nervioso.
-- ¿Cómo que más o menos?
-- Aún no me he sacado el carné. Pero el abuelo de Armin me deja ponerme al volante cada vez que vamos al campo, así que he aprendido lo básico...
Lo miro boquiabierta, incapaz de comprender cómo puede ser tan insensato.
-- ¿Estás loco, o qué demonios te pasa? -- exclamo --. ¿Qué crees que hubiera pasado si hubiéramos tenido un accidente, o si te hubiera parado la policía?
Mis acusaciones solo consiguen sacarle una sonrisa que me parece adorable, y aunque trato de permanecer seria, Eren da unos pasos hacia mí, obligándome a retroceder hasta que entramos en la penumbra del recibidor. En la oscuridad, sus ojos brillan con más intensidad, y cuando soy consciente de la forma en que me miran, siento que me tiemblan las piernas.
-- ¿Estás enfadada? -- ríe por lo bajo.
Tenerlo a un palmo de mí me pone nerviosa hasta el punto de no ser capaz de responder, y mi reacción, por supuesto, lo divierte bastante. Se me está entrecortando la respiración y me empieza a abrumar el hecho de que ni siquiera encuentro la fuerza suficiente para recomponerme y decirle que se marche.
-- Eren... -- digo con un hilo de voz, nerviosa.
Él alza las cejas y esboza una sonrisa, divertido por mi estado. Entonces extiende el brazo y envuelve mi mano con la suya, atrayéndome hacia su cuerpo lentamente.
-- ¿Sabes, Mikasa? -- murmura cuando coloca mi mano sobre su abdomen --. Eres mi escusa favorita.
Guía mis movimientos, despacio, hasta que alcanzo su pecho, y es ahí, junto a las pulsaciones aceleradas de su corazón, donde descubro el tacto de un saliente bajo su sudadera. Busco sus ojos, sorprendida, y es cuando nuestras miradas se cruzan que lo entiendo: ha llevado la llave todo este tiempo.
Eren presiona mi mano contra su pecho mientras me coloca el pelo tras la oreja con la otra, nuestras respiraciones entrecortadas mezclándose en el aire. Siento que mis piernas se vuelven gelatina y el corazón amenaza con salírseme del pecho, pero de alguna forma, consigo seguir en pie y sostener la mirada brillante de Eren. Él se inclina un poco y yo cierro los ojos, expectante, sin embargo, sus labios no llegan a tocar los míos en ningún momento.
-- Es broma: sí que tengo el carné -- susurra a la altura de mi oído.
Se separa de mí para estudiar mi reacción, y debe de haber obtenido los resultados esperados, pues deja escapar una risita que saca a relucir su lado infantil. Extiende el brazo para propinarme un pequeño golpe en el hombro y hace un gesto con la cabeza a modo de despedida.
-- Ya nos veremos por ahí, Ackerman -- dice a la vez que me guiña un ojo. Me da la espalda y se dispone a salir --. ¡Y no vuelvas a la residencia! -- canturrea.
Baja las escaleras a toda prisa y yo espero a que desaparezca al otro lado de la calle para cerrar la puerta. Me quedo sola a oscuras, con la respiración agitada y el corazón a cien por hora, entre indignada y avergonzada por las ciento de cosas indecentes que se me han pasado por la cabeza hace un momento.
Pero si hay algo que de verdad me molesta, es el hecho de saber que volvería a la residencia las veces que hiciera falta con tal de poder cogerlo de la mano una vez más.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top