Te propongo un trato
Lo prometido es deuda: aquí tenéis los dos capítulos de vuestra historia favorita. Gracias por vuestra espera y por todos los ánimos que me habéis estado dando hasta ahora. Nos vemos pronto y ¡feliz Navidad!
~ La Pulga.
___ MIKASA ___
Hay tres cosas que he odiado siempre: la hipocresía, las minifaldas y los cacaos mentales, y definitivamente, puedo decir sin temor a equivocarme que Eren Jaeger ha conseguido ponerse en el top de la lista sin despeinarse.
Si bien he logrado que Jean deje de preguntarme qué demonios hacía Jaeger en mi casa, el propio Eren no ha dejado de provocarlo con sutiles indirectas que brotaban de su ingenio, logrando aumentar sus sospechas infundadas. Y para colmo, Sasha no se ha molestado en ocultad la ilusión que le inspira que Eren me visitara.
-- Estuvo bien, ¿a que sí? -- y detecto en su sonrisa algo más que pura complicidad.
-- Sasha, solo estuvimos hablando...
-- Ya, ya -- responde, irónica, al tiempo que hace un gesto con la mano para quitarle importancia a mis aburridas declaraciones.
Frunzo el ceño sin dejar de observar cómo mi amiga se termina su batido de chocolate, repela la nata con una cuchara y se limpia la boca en una servilleta. A Sasha siempre le ha encantado venir a esta heladería, no importa en qué época del año estemos, para pedirse lo mismo de siempre. Los camareros ya la consideran una cliente VIP y le reservan la misma mesa todos los días, la cual se sitúa al fondo del local, junto a la ventana.
Yo me termino mi café con leche y vuelvo a permitir que mi mirada se pierda en un punto indeterminado del enlosado del establecimiento. ¿Por qué Eren se niega a acabar "Mientras caiga la lluvia"? ¿Qué lo haría abandonar Washington y mudarse aquí? ¿Por qué ha dejado de escribir?
-- Mikasa, ¿te pasa algo?
Mis ojos se cruzan con la mirada de Sasha y detecto un deje de preocupación en su voz.
-- ¿Qué? ¡No, qué va! -- y esbozo mi mejor sonrisa para quitarle importancia --. Es solo..., que me he dado cuenta de que no conozco a Eren tanto como imaginaba.
-- No te calientes mucho la cabeza, nena. A los tíos solo les importa una cosa...
-- Follar -- suspiro, resignada.
Sasha se encoge de hombros.
-- Iba a decir "emborracharse". Pero sí, follar también. Pero Eren no te lo propuso, ¿verdad? Ni si quiera te lo insinuó...
-- ¿Qué quieres decir? -- su comentario consigue hacerme pensar que esta conversación puede tener algún desenlace productivo.
-- Que Eren no quiere lío contigo. No de ese modo. Lo que quería hablar contigo debía de ser algo que lo inquietaba bastante. Lo digo porque Jaeger no es un tipo al que le guste quedar para charlar y jugar al parchís. Y la última vez que estuvo en casa de una chica fue para empotrarla contra una pared, así que...
-- Espera, ¿cómo sabes todas esas cosas? -- gruño, molesta.
-- Connie me las cuenta cuando nos cansamos de insultarnos. Dice que Eren es un buen tío, pero que está desestructurado por temas familiares y esas cosas, así que a veces se le va un poco la cabeza. Por ejemplo, cuando desafía a los Titanes.
Yo asiento mientras intento digerir toda esa información, y me pregunto qué puede estar pasando entre la familia del moreno para haberlo convertido en alguien tan insensato.
-- Lo que tiene Eren, es que es muy bueno guardando secretos, aunque no puedo decir lo mismo de sus amigos -- bufa Sasha --. Jamás cuenta sus problemas a nadie y trata de vivir en su propio mundo para que las cosas no le afecten demasiado.
-- Si no le cuenta sus cosas a nadie, ¿cómo es que Connie sabe todo eso? -- cuestiono al tiempo que me cruzo de brazos.
-- Porque escuchó a Eren discutir con su padre por teléfono. Dijo que no fue nada agradable y que Eren se marchó después de eso y no volvieron a verle el pelo en una semana.
-- ¿A caso lo castiga su padre? -- pregunto, sorprendida.
Sasha niega con la cabeza levemente y la sombra de una sonrisa nostálgica aparece en sus labios.
-- A Eren le gusta desaparecer hasta que las cosas se calman un poco. Esta semana tampoco ha venido a clase, ¿verdad? -- yo niego con la cabeza y Sasha deja escapar un suspiro --. Lo sabía.
-- ¿Crees que ha vuelto a discutir con su padre?
-- Para ser sincera, creo que esta vez, el detonante ha sido vuestra conversación en tu casa...
Yo pestañeo varias veces, sin comprender.
-- Pero si estaba súper tranquilo...
-- Eren solo busca una escusa para desaparecer del mundo, Mikasa. Le gusta ahogarse en un vaso de agua, y seguro que solo ha necesitado sentirse un poco acorralado para esconderse en una madriguera.
A mi mente acude su imagen, sentado en el muro de ladrillos que rodea la residencia con un cigarro entre los labios y la mirada perdida en el firmamento que hay por encima de su cabeza. Está solo, rodeado de porretas y la única prenda que lo protege del frío es una fina chaqueta de lana. Pero a él no parece importarle nada de eso: vive en su propio mundo.
-- ¿A dónde vas? -- me pregunta Sasha cuando comienzo a recoger mis cosas y dejo el dinero del café sobre la mesa.
-- Lo siento, Sasha, acabo de acordarme de que debo terminar un trabajo de la universidad para mañana.
-- ¿Quieres que te acompañe a casa?
-- No, no. No hace falta -- sonrío, me despido de ella con un par de besos y abro el paraguas cuando salgo de la heladería.
Una espesa capa de nubes grises cubre la totalidad de Londres, y la lluvia se precipita sobre la ciudad, formando enormes charcos en el suelo y humedeciendo el ambiente. La fachada de la residencia está empapada, y el agua se acumula sobre el césped de la parcela que rodea la edificación. Aunque eso no parece ser ningún inconveniente para un grupo de universitarios que se ha aglomerado bajo un árbol para compartir un porro. Un escalofrío me recorre la espalda cuando siento sus miradas clavadas en mí, cierro el paraguas y me apresuro a entrar a la residencia.
En el recibidor reconozco el olor del alcohol y el tabaco, y supongo que anoche hubo otra de esas fiestas como a la que Jean me insistió presenciar. Una chica con la melena castaña recogida en una coleta baja no tarda en plantarse frente a mí para cortarme el paso. Los piercings que le decoran el rostro aplacan el aspecto infantil que le dan las pecas que le salpican la cara, y sus ojos me escrutan de arriba abajo, analizándome detenidamente. La chica se cruza de brazos y hace un gesto desdeñoso que consigue hacerme sentir diminuta.
-- ¿Quién demonios eres? -- su recibimiento me abruma.
-- Me llamo Mikasa Ackerman -- sonrío, tratando de ser amable y pasar por alto la intimidación que me inspira la chica --. Estoy buscando a Eren Jaeger.
-- ¿A Jaeger? -- alza una ceja y vuelve a mirarme de arriba abajo --. No hay ningún Jaeger registrado en esta residencia.
-- Ymir, no te preocupes, ya me encargo yo -- dice una voz masculina desde el otro lado del pasillo.
La tal Ymir y yo nos giramos para cruzar miradas con Marco, quien se acerca a nosotras a paso decidido. El pelo oscuro contrasta sutilmente con la chaqueta blanca en la que hay bordada en color negro, la letra A. Supongo que una alusión al grupo de las Alas.
-- Yo me encargo -- dice.
Ymir lo fulmina con la mirada cuando él le pone una mano en el hombro, maldice algo en voz baja y se libra del agarre de Marco con un manotazo antes de desaparecer al otro lado del recibidor.
-- Discúlpala, tiene bastante carácter -- ríe el pecoso --. ¿Has dicho que buscas a Eren?
-- Sí..., ¿sabes dónde puedo encontrarlo? -- murmuro, y me ajusto la correa del bolso que llevo en bandolera.
Marco chasquea la lengua, y se rasca la cabeza, pensativo.
-- Lo cierto es que hace como una semana que no lo veo por aquí. Lo suyo va por rachas, ¿sabes? A veces viene aquí para descansar de su padre y a veces no sale de casa. Pero si quieres podemos ir hasta su habitación a ver si está.
Le doy las gracias y Marco me guía por la residencia hasta unas escaleras que conducen al segundo piso. Parece acostumbrado a desenvolverse por el lugar, y saluda a toda la gente con la que nos cruzamos.
-- ¿Vives aquí, Marco? -- me aventuro a preguntar para romper el silencio.
-- Sí. Los pisos de estudiantes que hay en el centro son demasiado caros, y aunque aquí se celebren fiestas cada dos días, prefiero un poco de ruido a tener que costearme una habitación de ochocientas libras al mes -- reconoce --. Además, es divertido ver a la gente pasándoselo bien.
<<Querrás decir "verlos borrachos como una cuba">> pienso para mis adentros.
-- Vaya..., pues no tienes cara de que te guste la fiesta -- río por lo bajo.
-- Ni tú de que te guste colocarte -- y me lanza una mirada y sonrisa de complicidad.
Yo frunzo el ceño, molesta, sin saber a qué se refiere.
-- ¿Qué?
Mi tono y expresión de desconcierto deben de haberlo hecho recapacitar sobre sus palabras, pues se pone rojo como un tomate y por alguna razón, el miedo se apodera de él.
-- Oh, p-pensaba que... Mierda -- y se golpea la frente con la palma de la mano --. Eren me va a matar...
-- Marco, ¿qué...?
-- No es nada. Olvídalo. Lo siento mucho; no pretendía ofenderte -- se apresura a añadir, ofreciéndome una sonrisa.
Yo se la devuelvo para tranquilizarlo y él parece relajarse un poco. Nos detenemos frente a una puerta que se encuentra al fondo del pasillo del segundo piso y Marco la golpea varias veces con los nudillos.
-- ¡Eren, tienes visita, tío! -- hace una pausa y paga la oreja a la puerta para detectar algún ruido que provenga de la habitación --. ¿Está enfadado contigo? -- pregunta, esta vez en voz baja.
-- No, que yo sepa -- respondo con el mismo tono.
Entonces Marco golpea de nuevo la puerta, esta vez con más insistencia.
-- ¡Ackerman está aquí y dice que quiere hablar contigo!
Esperamos en silencio durante unos minutos, pero no recibimos ninguna respuesta.
-- No, no esta -- declara Marco, resuelto.
-- Voy a llamarlo -- murmuro mientras busco el móvil en el interior de mi bolso. Sin embargo, no han sonado ni tres tonos para que me salte el contestador --. Eren, soy Mikasa. He venido a buscarte a la residencia, pero no estás. Llámame; necesito hablar contigo.
Cuando acabo, me fijo en la expresión sorprendida de Marco, quien parece haber visto un fantasma.
-- Creo que eres la tercera persona en conseguir su número de teléfono -- explica sin salir de su asombro --; hasta ahora, solo podían contactarlo Armin y Connie.
Yo le quito importancia al asunto con un ademán y vuelvo a guardar el teléfono en el bolso.
-- ¿Sabes dónde vive? -- insisto.
-- Sí, claro... Aunque no sé si deberías ir.
-- ¿Por qué?
-- Pues... -- parece estar debatiéndose entre contármelo o no.
Yo pongo los ojos en blanco, molesta.
-- Marco, no tengo todo el día. ¿Vas a darme su dirección, o no?
La casa de Eren es más pequeña de lo que imaginaba. No tiene jardín delantero y por las dimensiones de la casa, juraría que no tiene un patio trasero. La fachada es de color gris y las ventanas son escasas y estrechas. El clima nublado de Londres le da un aire incluso más tétrico, y el agua salpica los cristales y tiñe las paredes de un tono más oscuro.
Llevo cuidado al subir los peldaños de la entrada para no resbalar y cierro el paraguas cuando me encuentro bajo el amparo del tejado saliente de la puerta. Me aliso los vaqueros, me arreglo el pelo con las manos e inspiro profundamente antes de hacer acopio de valor para llamar al timbre un par de veces.
Aún no me ha dado tiempo a imaginarme si será el señor Jaeger quien me reciba cuando alguien me agarra firmemente por la muñeca y me arrastra lejos de la puerta hasta el estrecho callejón que separa la casa de los Jaeger de otra vivienda.
Me zafo de su agarre con un movimiento brusco, y me giro dispuesta a cruzarle al imbécil la cara de un guantazo, pero me detengo en seco cuando mi mirada se topa con unos ojos verdosos que me fulminan con odio.
La expresión de Eren me deja claro que mi decisión de ir a buscarlo a su casa no ha sido para nada sensata. Está empapado de pies a cabeza, tiene los zapatos manchados de barro y sujeta con fuerza su tabla de skate en la mano, por lo que deduzco que lleva un buen rato andando bajo la lluvia.
El odio que inspira su mirada se acentúa cuando escuchamos abrirse la puerta de su casa y unos pasos en el portal, hay un silencio irreal y la puerta vuelve a cerrarse. Quiero abrir el paraguas para evitar que la lluvia me siga calando la ropa, pero el instinto me advierte de que no mueva ni un músculo mientras no sepa qué le pasa a Eren.
-- E-Eren, yo... -- comienzo mientras rehúyo su mirada.
-- ¿Se puede saber qué coño te pasa? -- me espeta entre susurros; obviamente, prefiere que no nos oiga su padre --. ¿Qué diablos se supone que haces?
No entiendo cómo puedo sentirme tan intimidada por él, y mucho menos, la tranquilidad que me transmite el saber que está bien a pesar de haber estado desparecido una semana.
-- Q-Quería hablar contigo... -- murmuro, consternada --. Te he dejado un mensaje.
Su expresión se suaviza un poco y me relajo un tanto cuando lo escuchó expirar sonoramente por la nariz.
-- Lo sé -- dice, calmado --. ¿Aún quieres hablar?
Me atrevo a mirarlo a los ojos y creo distinguir una fugaz sombra de preocupación en sus orbes verdes. Asiento con la cabeza y él frunce un poco el ceño, como si la idea de intercambiar unas palabras conmigo lo molestase. Eren se muerde el labio inferior, desvía la mirada a sus zapatos sucios al tiempo que sospesa su tabla de skate, se remueve incómodo en su sitio y deja escapar un suspiro de exasperación.
-- Bien, porque quiero enseñarte una cosa. Hablaremos entonces -- declara, y me mira a los ojos, serio --. Espero que no tengas planes para esta tarde. Ven.
Yo acepto la mano que me tiende y él vuelve a tirar de mí para conducirnos a una parada de autobús que queda a dos manzanas de allí. El conductor nos lanza una mirada de desaprobación cuando nos ve entrar empapados, pero no hace ningún comentario al respecto. Eren me suelta de la mano y me señala con un gesto de cabeza dónde sentarme. Para mi sorpresa, él toma asiento justo en las butacas de atrás.
-- Te propongo un trato -- susurra a pesar de que el autobús está casi vacío --: yo respondo a todas tus preguntas y tú dejas de meter las narices en mi vida.
Más que sonar a trato, tiene pinta de advertencia. Me retuerzo los dedos en mi regazo y me limito a guardar silencio, dejando que mi mirada se pierda en la lluvia que cae al otro lado de la ventanilla.
-- Has cometido un grave error al preguntar por mí en la residencia, y puede que eso tenga una repercusión bastante negativa en tu reputación social y académica. Así que, si aún te preocupa lo que piense la gente de ti, te aconsejo que bajes del autobús ahora mismo.
Mentiría si dijera que no me lo he planteado, pero siento tanta curiosidad que no puedo evitar quedarme a ver cómo acabará todo esto. El autobús se pone en marcha y un sentimiento de incertidumbre y adrenalina se arremolinan en mi interior: ¿a dónde piensa llevarme?
El moreno, por su parte, más que eufórico parece aliviado.
-- Así que te quedas conmigo, ¿eh? -- murmura, y apoya la frente en el respaldo de mi asiento --. Si te soy sincero, no tengo ni idea de cómo sentirme al respecto.
-- ¿A caso deberías sentir algo? -- trato de provocarlo.
-- ¿Te parece normal que un tipo al que apenas conoces te meta en un autobús y te haga elegir entre tu reputación o seguirlo hasta un destino el cual no conoces? -- ríe él --. Vaya, eres más atrevida de lo que imaginaba.
Siento que toda la tensión de antes ha desaparecido y consigo relajarme un tanto, sin embargo...
-- ¿Por qué crees que voy a arrepentirme de haberte buscado en la residencia?
-- Porque no tengo buena fama, y por ende, los que se juntan conmigo, tampoco -- suspira --. Por eso te va a afectar también el hecho de que la gente descubra que te has aventurado a montarte conmigo en un autobús.
-- No lo entiendo; siempre estás rodeado de gente, ¿cómo es que tienes tan mala fama?
Eren deja escapar una risita.
-- Sigues siendo la princesa que lo observa todo desde la torre de su palacio de cristal -- declara --. Tuvimos una conversación parecida en el muro de la residencia, ¿recuerdas? Cuando estás rodeado de gente sociable, conviene ser gracioso y amable para pasar desapercibido; si te encuentras entre un grupo de porretas, es aconsejable llevar un cigarro entre los labios...
-- ¿Y quién eres ahora exactamente, Eren? -- lo desafío --. ¿Una persona sociable, o un porreta?
Él hace una breve reflexión durante la que se remueve incómodo en su asiento.
-- Alguien capaz de hacer cualquier cosa por la chica a la que quiere.
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