Su ilusión infantil

___ MIKASA ___

Dejo que Eren se acomode en el salón mientras yo me apresuro a ir a por un vaso de agua a la cocina, mi cabeza repitiéndome que he cometido el mayor error de mi vida al dejarlo entrar. Me gustaría decir, en mi defensa, que ha sido porque no quiero dejarlo borracho a estas horas en la calle, pero sé perfectamente que no puedo negarme a Eren Jaeger.

Cuando vuelvo al salón, él está tumbado en el sillón donde se sentó la última vez, sus ojos esmeralda perdidos en el reflejo que se proyecta en los ventanales que dan al jardín. Tengo que morderme los carillos y suspirar sonoramente por la nariz para no regañarlo por haberse sentado con la ropa empapada, coloco el vaso de agua sobre la mesa de cristal y me quedo de pie, esperando una reacción por su parte.

Eren tarda un poco en volver en sí, extiende el brazo para alcanzar el vaso y da dos tragos cortos antes de dejarlo de nuevo en su sitio. Tiene los ojos llorosos y el cuerpo tembloroso.

-- Voy a por una toalla -- digo con un deje de duda en la voz --. No te muevas.

Eren asiente levemente con la cabeza sin molestarse en mirarme y yo deshago mis pasos hasta mi habitación, donde busco entre los montones de ropa de mi armario una camiseta ancha y una toalla limpia. Me resulta intimidante la velocidad y fuerza con la que me late el corazón y lo pesada que tengo la respiración. Todo rastro de sueño ha desaparecido y en mi mente solo está presente el recuerdo de Eren dándome las gracias por haberlo acogido. 

Sacudo un poco la cabeza para barrer esos pensamientos de mi mente y me apresuro a bajar las escaleras: no quiero dejarlo solo demasiado tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que está borracho.

-- Déjame en paz, joder -- gruñe cuando entro al salón, arrastrando las palabras.

Yo frunzo el ceño y hago amago de mandarlo a tomar por culo, pero me obligo a cerrar la boca tras percatarme de que está hablando por teléfono. Me acerco a él con cuidado de no sobresaltarlo y dejo la camiseta y la toalla en la parte libre del sofá al tiempo que aguzo el oído en un intento de escuchar a quien le habla desde el otro lado de la línea. No tardo en reconocer la apurada voz de Connie, que le espeta algo atropelladamente. 

-- Tío, hablamos mañana... -- sentencia Eren mientras se presiona las sienes con los dedos, cansado y aparentemente molesto. 

Me apresuro a arrancarle el móvil de las manos antes de que tenga oportunidad de colgar y me separo de él un par de pasos para evitar que su mirada fulminante me paralice de pies a cabeza.

-- Dame el puto teléfono -- me advierte con los músculos tensos, preparado para levantarse del sofá de un salto. Sus ojos amenazantes clavados en los míos.

-- Connie, soy Mikasa.

Eren se calma un tanto cuando trato de fingir una sonrisa tranquila. Se recuesta de nuevo en el respaldo y me observa atentamente con el ceño un poco fruncido, como si estuviera tratando de encajar las piezas de un rompecabezas.

-- Mikasa. ¿Estás bien? ¿Eren está bien? -- se apresura a preguntar Connie después de un breve silencio.

-- Sí, estamos perfectamente -- respondo lo más calmada que puedo.

Eren compone una expresión cargada de sorpresa y agradecimiento cuando entiende que no voy a decir nada sobre el enorme cardenal que luce en el pómulo derecho. La sombra de una sonrisa le cruza el rostro y un susurro acaricia sus labios: gracias.

Yo me limito a señalar con un dedo la camiseta y la toalla que he dejado sobre la mesa y le doy la espalda para evitar ponerme como un tomate cuando el moreno comienza a quitarse la sudadera.

-- ¿Dónde estáis?

-- En mi casa. Acaba de llegar.

-- ¿Te ha despertado? ¿Quieres que vaya a por él? -- dice, y detecto un deje de culpabilidad en su voz.

-- Qué va. No te preocupes. De todas formas ha dicho que se irá enseguida.

Connie guarda silencio unos segundos, dubitativo, antes de dejar escapar una bocanada de aire.

-- ¿Seguro que está bien? Cuando desaparece así no suele acabar bien...

Siento una punzada de culpabilidad al darme cuenta de que voy a mentir por proteger la imagen de un tipo que ha tocado a mi puerta ebrio a las tres de la madrugada. Me muerdo el labio inferior y me giro un poco para espiar los movimientos de Eren por el rabillo del ojo: se ha cubierto el cuerpo con la toalla y está terminando de apurar el agua que le queda en el vaso.

-- Sí, no te preocupes. Solo está un poco borracho -- respondo finalmente.

Connie suspira de nuevo, esta vez más aliviado.

-- Bueno, entonces ya me quedo más tranquilo... 

-- ¿Por qué has dicho que ha desaparecido? -- inquiero a la par que frunzo el ceño.

-- Bueno, habíamos quedado a las once, pero cuando han empezado a pasar las horas y he visto que no me cogía las llamadas me he preocupado un poco...

Asiento con la cabeza y le lanzo una mirada reprochante a Eren, aunque él está tan embobado mirando cómo cae la lluvia al otro lado de los ventanales que ni se percata de ello. 

-- No se lo tengas en cuenta, por favor -- le pido --. Ahora mismo parece un poco desorientado.

-- No, si da igual. Ya ajustaré cuentas con él otro día -- responde, aunque deduzco por el tono de su voz que está bromeando --. Lo dejo entonces en tus manos. Siento que seas tú quien tenga que aguantar sus berrinches. Si tienes algún problema, no dudes en decírmelo e iré para allá, ¿de acuerdo?

Dejo escapar una risita y le aseguro una vez más que no tiene de qué preocuparse antes de que Connie se decante por finalizar la llamada. Cuando cuelga, me acerco de nuevo a Eren y le tiendo su teléfono. Él se me queda mirando un rato antes de tomarlo y dejarlo a un lado del sofá. Se encoje un poco más en la calidez de la toalla y vuelve a posar su mirada esmeralda en los ventanales que asoman por detrás del sofá que hay al otro lado de la mesita de cristal. 

Decido que este es el momento más extraño e incómodo de toda mi vida y paso el peso de mi cuerpo a la otra pierna a la vez que me froto un poco los brazos, inquieta.

-- ¿Quieres que te traiga un poco de hielo? -- digo después de que mis ojos se hayan fijado de nuevo en el moretón que le abulta la parte inferior del ojo.

Niega con la cabeza, se descalza los pies y se encoge sobre el sofá, envolviendo sus piernas con la toalla y escondiendo el rostro entre sus rodillas.

-- Quiero que te sientes conmigo... -- su voz no es más que un susurro casi eclipsado por el repiqueteo de la lluvia.

El corazón se me acelera involuntariamente y siento que me suben los colores mientras barajo mis opciones. Ahora mismo parece más roto que borracho, pero no puedo ignorar el hecho de que Eren no está ahora mismo en sus cabales. Aprieto los labios y rodeo el sofá como una niña obediente para sentarme lo más separada que puedo de él, con cuidado, como si el más mínimo movimiento pudiera espantarlo. Lo observo removerse inquieto cuando nota el movimiento de la espuma bajo mi peso, y se abraza más las piernas.

Espero en silencio una reacción por su parte, pero me conformo con saber que esto tampoco está siendo fácil para él. Tengo tantas dudas amontonadas en la cabeza que me pregunto cuánto tiempo más aguantaré callada. Desvío la mirada hacia la sudadera empapada que hay arrugada sobre la mesa y dejo escapar un suspiro de resignación, decidida a no presionarlo demasiado.

-- Lo que le has hecho a Connie ha estado fatal... -- me arriesgo a decir finalmente.

-- No estoy para escuchar sermones, Mikasa -- me advierte, cortante.

Yo frunzo el ceño.

-- Si no estás para sermones, coge tus cosas y vete a molestar a otro -- le espeto, hastiada de su arrogancia.

Eren guarda silencio y esconde un poco más la cabeza, posiblemente avergonzado. Tiene el pelo alborotado y húmedo, y sus pies envueltos en calcetines blancos asoman por el borde del sofá.

-- ¿Crees que soy molesto? -- pregunta con un hilo de voz, y enseguida me arrepiento de haberlo amenazado con echarlo de casa.

-- Yo no he dicho eso -- digo mientras trato de escoger las palabras adecuadas --. Es solo que estoy un poco asustada.

Mi respuesta parece haber captado toda su atención, pues gira un poco la cabeza para estudiarme con detenimiento. Su melena castaña sigue sus movimientos, deslizándose lo suficiente como para descubrir su ojo izquierdo, que me observa con una curiosidad casi infantil.

-- No sé por qué estás aquí, no sé por qué tienes un moretón en la cara, no sé por qué te comportas así con Connie... -- trato de explicarme, aunque no puedo evitar soltarle todo eso con un tono de reproche --. Desapareces, me dices que no te busque pero te presentas borracho en mi casa por la madrugada... No sé, Eren, pero no creas ni por un segundo que voy a acostumbrarme a esto. 

Analizo sus movimientos mientras me pregunto si mis palabras habrán surtido algún efecto e él, pero Eren se mantiene insondable, sosteniéndome la mirada durante unos segundos en los que no soy capaz de respirar. Finalmente, desvía la vista para volver a esconder la cabeza entre sus rodillas. 

-- Eres la única que me ha echado la bronca por esto -- y parece que sonríe.

Yo hago un mohín cuando reparo en que no sé si tomarme su declaración como un insulto. Entonces apoya la cabeza en el respaldo de sofá y me ofrece una sonrisa sincera.

-- Eres increíble.

Hago un vano esfuerzo para no sonrojarme, y tengo que esquivar la intensidad de su mirada esmeralda para que no pueda apreciar el leve rubor que me ha aparecido en las mejillas. Se hace un silencio entre nosotros que nos acompaña durante varios minutos, poniéndome incluso más nerviosa de lo que ya estoy. 

-- ¿Vas a pedirme que me vaya? -- murmura él con voz quebrada.

-- Mañana hay clase y no sería muy apropiado que dejase que pases la noche aquí -- trato de sonar convincente.

Él asiente con la cabeza un par de veces, su mirada perdida en algún punto indeterminado del cristal de la mesa. Se inclina un poco hacia delante para apoyar el mentón sobre las rodillas y entristece el rostro un tanto.

-- Déjame por esta noche...

-- No.

-- Por favor...

-- ¿Por qué? -- le espeto al tiempo que pongo los ojos en blanco, molesta.

-- Porque este es el único lugar en el mundo donde no me siento solo -- se apresura a responder. Frunce el ceño al poco tiempo de analizar sus palabras y un débil bochorno le asedia las mejillas. Entonces aprieta los labios y vuelve a esconder la cabeza entre las piernas --. El mundo parece totalmente diferente cuando estoy contigo. Es como si el cielo se aclarase un poco más...

Siento que el corazón me da un vuelco, y es que sus palabras no solo consiguen enternecerme, sino que me hacen entender que nada de lo que dice la gente sobre él es cierto. Eren no es tan implacable como lo describen, ni tan despreocupado, ni tan rudo. Quien dice eso es porque no se ha molestado en hablar con él más de cinco minutos. 

El recuerdo del moreno aprendiendo a tocar la guitarra se reproduce en mi mente y decido que el corazón de Eren es tan frágil como el de un niño. Su curiosidad es casi infantil; su sonrisa, un reto; sus secretos, un tesoro. Es distinto de todas las personas que he conocido en mi vida y la gente pretende justificar cada uno de sus actos sin molestarse en comprenderlo primero. Por otro lado, tampoco puedo decir que yo esté exenta de esa acusación.

Extiendo el brazo para posar una mano sobre su espalda y noto cómo esta responde inmediatamente a mi tacto, arqueándose por unos instantes. Siento el calor de su piel a través de la toalla y tengo que morderme los carillos para mantener la calma. Eren se queda estático y entiendo que está esperando unas palabras por mi parte.

-- Estoy aquí -- murmuro, procurando aparentar serenidad --. No voy a ir a ningún lado. Puedes venir siempre que lo necesites, pero no volveré a abrirte la puerta si estás borracho, ¿entendido?

Eren deja escapar un débil gruñido a modo de respuesta y yo sonrío ante su actitud obediente. Le froto la espalda de arriba abajo, despacio, tratando de transmitirle todo el apoyo del que soy capaz. No me ha contado absolutamente nada de lo que ha ocurrido, pero soy consciente de que lo ha pasado mal y que sus emociones deben doler más que el cardenal de su pómulo.

-- ¿Estás mejor? -- pregunto tras unos minutos de silencio en los que barajo la opción de que se haya quedado dormido.

Él asiente con la cabeza y se incorpora para ofrecerme una sonrisa colmada de agradecimiento y cansancio. Se pasa una mano por el pelo y estrecha contra su pecho la llave que esconde bajo la camiseta negra que le he prestado, la cual le viene un poco justa de los hombros. Cuando alzo la vista hacia los ventanales salpicados que dan hacia el jardín, compruebo que ha dejado de llover.

-- ¿Puedo quedarme un poco más? -- se apresura a preguntar Eren, temeroso de que lo eche de casa.

Quiero decirle que no me importa esperar otros diez minutos, pero sé que si acepto su petición, no se irá. No obstante, siento que si lo rechazo, no confiará en mis palabras y volverá a cometer alguna estupidez. Parece un niño asustado de escuchar una respuesta que no quiere oír.

Opto por escoger cuidadosamente las palabras que voy a decir a continuación, coloco una mano sobre la suya y esbozo mi mejor sonrisa.

-- ¿Qué te parece si mañana vamos a la base secreta después de clases?

Eren me mira a los ojos y yo reconozco el brillo de la emoción en los suyos. Le ha cambiado por completo la expresión del rostro y ahora tiene una sonrisa radiante dibujada en la cara. Definitivamente, mi propuesta lo ha sorprendido bastante.

-- ¿Después de clases? -- repite.

Asiento con la cabeza y la curva de sus labios se pronuncia un tanto. Entonces Eren se quita la toalla que le cubre los hombros, se coloca primero los zapatos, después la sudadera por encima de la camiseta y se pone en pie, dispuesto a marcharse. Lo acompaño hasta el pasillo que conduce al recibidor y le abro la puerta. Está serio otra vez, pero no parece para nada molesto. 

-- ¿Puedo venir cuando quiera? -- procura asegurarse.

-- Siempre que respetes mis horas de descanso y no aparezcas borracho -- puntualizo, sonriente.

Eren asiente levemente con la cabeza y me estudia con su mirada esmeralda de arriba abajo, deteniéndose más de lo necesario en el dibujo de una oveja durmiendo que hay bordada en el centro de mi camiseta. 

-- Bonito pijama -- bromea tras soltar una adorable risita.

Frunzo el ceño y le propino un golpe en el hombro a modo de venganza, pero Eren me sujeta la mano antes de que tenga oportunidad de retirarla. Se me queda mirando un instante, como si estuviera evaluando mi reacción, y después de un momento, guía mis movimientos hasta presionar mi mano contra el lado derecho de su cara. Su tez es tersa y cálida, y me estremezco involuntariamente cuando siento su respiración en mi piel. Cuando deslizo con cuidado el pulgar sobre el hematoma que le abulta el pómulo, él cierra los ojos y entrelaza su mano con la mía, encajando más el rostro en el hueco que forma mi palma.

Parece un cachorro buscando el calor de una caricia.

Sé que esta imagen va a ser muy difícil de borrar de mi mente, pero tampoco es que vaya a molestarme en intentarlo: dudo que mucha gente haya tenido el privilegio de ver a Eren Jaeger tan tierno e indefenso como lo está ahora. Aunque no sé hasta qué punto puede llegar a serlo. Después de todo, ese cardenal tiene pinta de ser el fatal resultado de una pelea. 

-- ¿Quién te ha hecho esto? -- logro preguntar en un susurro.

Eren abre los ojos para buscar los míos y compone una sonrisa cansada para restarle importancia. Entonces se me queda mirando un rato con el ceño fruncido, y extiende la mano que tiene libre para deslizar el pulgar por la parte inferior de mi ojo. Es en ese momento cuando me percato de que estoy llorando.

-- "Las lágrimas que no se lloran, ¿esperan en pequeños lagos? ¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?" -- musita él, su mirada perdida en la mía.

Sé que acaba de citar a otro autor, y aunque no sé decir cuál, me encanta que tenga una frase guardada en la manga para toda clase de situaciones. 

El camino que siguen sus dedos desemboca en mi cuello, y siento que un escalofrío me recorre la espalda en respuesta de su tacto, volviendo mis piernas pura gelatina. Él se acerca un poco más al tiempo que suelta mi mano, reduciendo la distancia que nos separa y provocando los latidos desenfrenados de mi corazón. 

Tengo miedo de hacer algún movimiento por si lo saco del trance en el que parece estar sumido. Su actitud es tan imprevisible que me desconcierta, y tan íntima que me abruma. Eren está absorto con el relieve que dibujan mis labios, y aunque una parte de mí teme que esto termine en un beso, mi lado más razonable me tranquiliza al recordándome que no está tan borracho como para hacerlo.

No entiendo qué bicho le ha picado para que esté actuando de esta forma, pero me destroza verlo tan desorientado. Decido envolverlo en un abrazo para que su proximidad no se me haga tan incómoda, y él tarda un poco en devolverme el gesto, probablemente sorprendido. Por mi parte, tengo que esconder el rostro en su pecho para que no aprecie lo sonrojada que estoy: encajamos como dos bailarines, como si hubiéramos estado practicando este abrazo un millar de veces.

-- Qué bien -- dice él, más relajado --. Es como si hasta ahora siempre hubiera tenido frío.

Me estrecha con fuerza, rodeándome la cintura y enterrando los dedos en mi pelo, como si le asustara que pudiese desaparecer de un momento a otro. Las pulsaciones de su corazón me percuten el oído y una parte de mí decide bautizar su ritmo como mi melodía favorita. No me importa que la humedad de la sudadera se me pegue a la camiseta del pijama, ni tampoco le doy importancia al remoto olor a alcohol que proviene de él. 

Cuando me separo de Eren, me fijo en que tiene los ojos vidriosos, pero también una sonrisa radiante iluminándole el rostro. A dos palmos de sus labios, sus ojos me parecen más hipnóticos que de costumbre.

-- Gracias por quedarte conmigo -- dice con un hilo de voz, sus dedos posándose de nuevo en mi cuello.

-- Gracias por confiar en mí.

Eren se muerde distraídamente el labio inferior, y unos instantes después de sostenerme la mirada, retrocede un par de pasos y se rasca la cabeza a la vez que desvía la vista, nervioso, como si acabara de ser consciente de la situación.

-- Buenas noches, Eren -- digo con un hilo de voz al tiempo que abro un poco más la puerta, avergonzada.

Él cruza el umbral y baja las escaleras con cuidado de no resbalarse con el agua. Entonces se gira para mirarme una vez más.

-- ¡Estoy enamorado de ti, Ackerman! -- canturrea, y se lleva ambas manos al cuello, resuelto.

Inmediatamente me llevo un dedo a los labios para indicarle que cierre la boca, molesta por su actitud. No son horas de ir gritando por la calle. 

-- Estás loco... -- susurro lo suficientemente alto como para que pueda escucharme desde la calle.

-- Estoy contento -- me corrige en el mismo tono --. ¿Puedo decirlo otra vez?

Dejo escapar un suspiro de resignación y me pellizco el punte de la nariz con los dedos, incrédula. El corazón me late con fuerza.

-- Haz lo que quieras, pero vete de una vez, idiota.

Eren sonríe con la ilusión de un niño que acaba de desenvolver un regalo, deshace sus pasos para subir las escaleras de casa y se planta frente a mí con un brillo especial en los ojos.

-- Estoy enamorado de ti, Ackerman -- repite, esta vez con un hilo de voz que echa anclas en lo más profundo de mí.

Me sonrojo violentamente cuando vuelve a sonreír, como si ni él mismo se terminara de creer lo que acaba de decir. Da unos pasos hacia mí y se inclina para besarme, pero yo me apresuro a sujetarlo por los hombros, darle media vuelta y propinarle un pequeño empujón para que se marche.

-- Estás como una puta cabra -- digo entre risas --. Lleva cuidado, anda.

-- Buenas noches, Mikasa -- le escucho decir antes de que haya terminado de cerrar la puerta.

Pego la espalda a la pared y dejo que mi mirada se pierda en algún punto indeterminado del suelo mientras siento cómo se me va formando una sonrisa divertida en el rostro. 

Acabo de declararme adicta al sonido de su voz, al ritmo desenfrenado de su corazón al abrazarme, su sonrisa cansada y su ilusión infantil. 

-- ¿Por qué tienes que ser tan idiota? -- me reprocho a mí misma cuando entiendo que acabo de desperdiciar una oportunidad única de besar a Eren Jaeger.

Sacudo la cabeza para apartar esos pensamientos de mi mente, apago las luces y subo las escaleras que conducen a mi habitación para intentar retomar mi sueño. Cuando me envuelvo con las sábanas, se me ocurre consultar el móvil una última vez para asegurarme de que la alarma está activada, no obstante, me sorprende encontrarme con dos mensajes de Eren.

Eren ~ Gracias por lo de esta noche.

Eren ~ Te quiero.

Dejo escapar una risita y me muerdo el labio inferior, entusiasmada, mis dedos deslizándose solos por el teclado táctil de la pantalla:

Tú ~ Yo también te quiero.

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