Lluvia, ofertas y una visita
___ EREN ___
Un poco de lluvia es todo lo que puedo esperar de otro día nublado en Londres. El cielo plomizo casa perfectamente con mi estado de ánimo, reservado y meditativo, mientras me adentro en las frías sombras que proyectan los altos edificios sobre los callejones que conducen a Piccadilly Circus.
Siento la humedad del aire helándome los dedos y tengo que esconder las manos en los bolsillos de la chaqueta para ampararme del frío. Casi hubiera preferido ignorar la llamada de Zeke y quedarme vagueando en la cama hasta que mi padre hubiera vuelto de su viaje de negocios, pero sé que no debo provocar al tipo que me dio una oportunidad.
Sorteo a la gente que camina a buen paso a lo largo de la calle bajo sus respectivos paraguas, presumiblemente apurados para llegar a tiempo al trabajo, o simplemente envueltos en una acalorada conversación con sus superiores por teléfono, tan perdidos en sus propios pensamientos que no se detienen a contemplar la forma en que las finas gotas de lluvia se funden con los charcos del suelo.
Frunzo el ceño cuando soy consciente de que me recuerdan a mi padre, demasiado ocupado como para prestar atención a cualquier cosa fuera de su trabajo.
Mis pasos me guían hasta la plaza de Piccadilly Circus, donde se alza la icónica fuente de Eros. La lluvia repiquetea contra su bronce, espantando a los bailarines y artistas callejeros que suelen reunirse a su alrededor para ofrecer espectáculo a los transeúntes. Él está allí, plantado de pie junto a los escalones que rodean la fuente, envuelto en un largo abrigo negro y amparado bajo la protección de un paraguas oscuro.
Inspiro profundamente y chasqueo la lengua cuando soy testigo de cómo se me tensan los músculos a medida que reduzco la distancia que nos separa: hace varios meses que no lo veo, pero su presencia sigue siendo igual de imponente que cuando lo conocí. Él esboza una sonrisa ladina cuando sus ojos se cruzan con los míos.
— Hola, Eren— saluda mientras me estudia con la mirada—. No pareces muy contento de verme...
— Estoy cansado y hace frío— me limito a responder, retomando la marcha de nuevo—. Acabemos rápido con esto.
Zeke sonríe y se ajusta las gafas al puente de la nariz antes de seguirme. Caminamos en silencio durante unos minutos, sin un rumbo preestablecido: andar me ayuda a aplacar los nervios y a despejar la mente.
— Los chicos me han dicho que lo has hecho muy bien en mi ausencia— dice finalmente, lo suficientemente alto como para que solo yo pueda oírlo—. Me hubiera gustado comprobarlo por mí mismo, pero he tenido a la policía pisándome los talones durante un tiempo.
— ¿Ya lo has solucionado?
— Todo arreglado— canturrea—. Sin embargo, quiero dejar pasar un tiempo para que se relajen las cosas. De modo que no voy a volver todavía. Me gustaría contar contigo, Eren.
Yo frunzo el ceño mientras considero su propuesta: vender droga para Zeke no es un trabajo complicado y se gana bastante, pero también me expone a líos con la ley y yo ya he tenido demasiados de esos.
— Te daré el treinta y cinco por ciento de los beneficios y me encargaré de todo si te metes en algún lío— negocia mientras estudia mi reacción por el rabillo del ojo.
No es una mala oferta teniendo en cuenta que hasta ahora solo ganaba el veinte por ciento de los ingresos que obteníamos, y el hecho de que se comprometa a salvarme el pellejo si la cosa de complica, es casi tentador.
— ¿De cuánto tiempo estamos hablando?— inquiero antes de devolverle la mirada.
Él alza las cejas.
— Unos dos meses como mucho— medita al tiempo que se lleva una mano al mentón—. Tendrás que desplazarte a otros distritos. Te dejaría la mercancía donde siempre y te asignaría dos acompañantes.
Dejo de caminar mientras barajo mis opciones, mi mirada perdida en la punta de mis zapatos. Evadir a la policía y a los curiosos durante dos meses quizás no sea moco de pavo, pero ya me las he apañado antes en condiciones peores, así que dudo que la situación se me escape de las manos. Además, con el treinta y cinco por ciento de los beneficios durante ese tiempo tendría dinero suficiente para volver a Washington y desaparecer por un tiempo. De hecho, no suena nada mal.
— Está bien, Zeke— respondo finalmente, mis ojos buscando los suyos—. Pero tengo dos condiciones.
Por un instante, el insondable rostro del rubio se tuerce un tanto cuando frunce el ceño, soprendido por mi propuesta, y por su reacción intuyo que es la primera vez que uno de sus camellos intenta negociar con él.
— Te escucho.
Yo trato de reprimir una sonrisa divertida.
— La primera es que después de esto no volveré a trabajar para ti— digo al tiempo que voy alzando los dedos de una mano—. La segunda, que seré yo quien elija a mis compañeros.
___ MIKASA ___
Vuelvo a consultar la pantalla de mi móvil, impaciente: nada. Ni un mensaje desde la última vez que nos vimos en la base, hace tres días.
— No sé de qué me extraño...— suspiro cuando recuerdo las advertencias de Sasha.
Puede que sea normal en Eren desaparecer y no dar señales de vida durante un tiempo, pero no entiendo por qué ha decidido hacerlo justo después de que nos besáramos.
Tamborileo los apuntes de matemáticas con el bolígrafo mientras apoyo la cabeza en la palma de mi mano, meditativa. Suspiro y vuelvo a mirar por la ventana que hay junto a mi escritorio. Empiezo a sentirme estúpida.
— Tía, deja de rayarte— me aconseja Sasha desde la cama, donde se dedica a acechar los perfiles de Instagram de los chicos.
— ¿Y si me he precipitado demasiado?— comienzo, exponiendo mis preocupaciones— ¿Y si lo he espantado? ¿Y si es cierto lo que dijiste y Eren solo quiere un lío sin compromisos?
Cruzo los brazos sobre los libros y escondo la cabeza entre ellos, agotada de haberle dado tantas vueltas al tema todo el día. Sasha, por su parte, suspira profundamente y se incorpora sobre el colchón, dejando el móvil a un lado y sentándose con las piernas cruzadas.
— No le des más vueltas, Mikasa— insiste con un deje de preocupación en la voz—. Es gilipollas, y punto. Estará por ahí dando vueltas con un cubata en la mano. A su bola, como siempre.
— La última vez que desapareció así, de golpe, apareció aquí. Borracho y con un cardenal bajo el ojo— explico, alzando la cabeza lo suficiente como para intercambiar una mirada con la castaña—. No sé yo si es muy prudente "dejarlo a su bola".
Sasha desvía la vista hacia un punto indeterminado de la habitación y ambas nos quedamos en silencio durante un par de minutos.
— A lo mejor ha tenido un lío con la policía.
— Sasha. No me estás tranquilizando...
— ¿Qué? Solo estoy dando ideas— se defiende ella mientras se encoge de hombros para restarle importancia al asunto.
Pongo los ojos en blanco y niego levemente con la cabeza, decidida a hacer aquel pensamiento a un lado de mi mente. Me desperezo sobre la silla y me pongo en pie para estirar las piernas un poco.
— Voy a por un vaso de agua. ¿Quieres algo?
— Un Sunrise estaría bien— canturrea ella al tiempo que vuelve a dejarse caer sobre las almohadas—. Pero échale mucho tequila.
Yo la observo desde el umbral de la puerta mientras intento ocultar una sonrisa: el humor natural de Sasha siempre consigue ponerme de buen humor.
— Te traeré una Coca-Cola...— río antes de dejar atrás mi dormitorio para bajar las escaleras hasta la cocina.
El frío anuncia la llegada del invierno y la lluvia, como siempre, repiquetea en las ventanas con suavidad, acariciando los cristales en su descenso. Me apresuro a buscar las bebidas en la cocina, dispuesta a volver al calor de mi habitación lo más pronto posible. Sin embargo, me detengo en seco en el pasillo cuando alguien llama al timbre.
El corazón me da un vuelco, dejo el vaso y la lata en el recibidor, y permito que mis pies descalzos me conduzcan hasta la puerta principal. Siento cómo se me acelera la respiración de una forma casi estúpida y me sorprendo sonriendo como una cría.
No sabía lo mucho que lo he echado de menos hasta ahora.
Vuelven a tocar y yo me dispongo a retirar los cerrojos antes de abrir la puerta. El umbral está a oscuras y el sonido y la humedad de la lluvia me saludan desde el exterior. Está ahí de pie, con las manos escondidas en los bolsillos de su sudadera. Enciendo la luz.
Pero no es él.
— Jean, ¿qué haces aquí?— inquiero, sorprendida de verlo.
Él me observa con una mezcla de severidad y preocupación.
— Tenemos que hablar.
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