El abogado en funciones
___ MIKASA ___
— Lo siento mucho— me limito a repetir, desconcertada.
El tal Zeke niega con la cabeza y se ajusta las gafas al puente de la nariz, la sonrisa esculpiéndole los labios finos y pálidos. No puedo evitar fijarme en el Rolex que luce en la muñeca izquierda, a juego con sus lentes y su cabello dorados. Los mocasines, presumiblemente importados desde Italia a juzgar por la marca que inspira el diseño, y los gemelos de oro que decoran los ojales de la camisa que hasta hace unos minutos era de un blanco nuclear, me dan a entender que no se trata de un invitado cualquiera.
No es un Tybur. De lo contrario, Levi lo hubiera incluido en la lista de rostros que nos ha obligado a memorizar con tal de evitarlos. Y sin embargo, este hombre parece ser lo suficientemente influyente como para permitirse destacar su rostro entre tantas caras ocultas.
¿El motivo? Todo un misterio.
— No recuerdo haberla visto en el cóctel de bienvenida— intuye a la par que se lleva una mano al mentón, analizándome con su mirada clara.
El hecho de que pueda permitirse sospechar pese a la máscara que me oculta el rostro y la cantidad de invitados que abarrotan las instalaciones, hace que me salten las alertas, obligándome a recuperar parte de las lecciones que he ido adoptando a medida que he pasado las noches con Eren en los diferentes clubes de Londres.
— Me he retrasado un poco— explico fingiendo un deje de bochorno en la voz—. Aunque dicen que lo bueno se hace esperar...
El último comentario suaviza inmediatamente la expresión del hombre, que responde con una suave risa.
— Estoy de acuerdo— coincide tras escanearme de arriba a abajo con la mirada, como si fuera necesario confirmar el pretexto. Y yo agradezco que el largo vestido satinado ocre que escogió Ymir, haya convencido al misterioso invitado.
Mi mirada vuelve a volar a la mancha burdeos, ya casi seca, de su camisa.
— Oh, créame, será una excelente forma de iniciar una conversación en lo que queda de noche— bromea.
— Es un alivio que no haya pensado en devolverme el favor— añado.
— Bueno, si tan en deuda se siente, lo mínimo que puede hacer es invitarme a una copa...
Acostumbrada a escuchar los asquerosos comentarios que pueden lloverme en una noche en Three Walls, la propuesta del tipo, pese a atrevida, no me parece nada indecorosa. De hecho, su insinuación cargada de picardía me saca una sonrisa.
— Algo me dice que me guarda rencor por lo de su camisa...— me burlo, sardónica, no sabiendo cómo negarme a su invitación sin parecer maleducada.
Él se encoge de hombros, fingiendo inocencia.
— Quizás reconsidere la situación si me dice su nombre.
— Mi...— solo tardo una décima de segundo en recordar a qué he venido—. Milena.
Zeke repite mi nombre inventado, saboreándolo. O quizás, intentando recordar si lo ha escuchado en el cóctel de bienvenida.
Sé que es un buen momento para excusarme y desaparecer antes de que la conversación vaya escalando, pero antes de que Zeke pueda responder, noto una mano tomándome por el brazo.
— No puedo creerme que me hayas dejado a manos de esos fósiles aburridos para quedarte a solas con el señor Jaeger.
Yo sigo la dirección en la que Ymir señala a un grupo de cincuentones atrapados en sus barrigas cebadas, después miro desconcertada a Zeke, asombrada por el apellido.
— Yulia Mova— se adelanta ella a la par que le ofrece una mano, arrastrando las consonantes para jugar su mejor acento ruso—. Es un placer.
Zeke le besa la mano en un protocolario gesto de cortesía y le devuelve la sonrisa. Al contrario que conmigo, no parece tener la necesidad de recordar su nombre. Entonces Ymir salta su mirada afilada a la mancha que destaca en la camisa de Zeke y yo tengo que desviar la vista y tragarme una sonrisa, culpable. Un gesto que no pasa desapercibido por el invitado especial.
— Si nos disculpa...— se despide Ymir, clavándome las uñas en el brazo.
Zeke inclina levemente la cabeza a modo de despedida y me ofrece una mirada y sonrisa cómplices antes de que Ymir me arrastre lejos de su vista, moviéndonos entre la gente a paso tranquilo, como si fuéramos parte del evento.
— ¿Lo tienes?
— Sí— respondo, estrechándome contra el pecho el bolso que contiene la droga. Ella sigue sin dignarse a mirarme, con la vista al frente y la mandíbula tensa bajo su antifaz violeta—. ¿Se puede saber qué te pasa?
— Cállate.
— Me estás haciendo daño— insisto, más seria, cuando vuelve a clavarme las uñas.
Ella cede un tanto.
— No tienes ni puta idea de con quién estabas hablando— escupe entre susurros, furiosa—. No puedo creerme que esté aquí.
— ¿Qué quieres decir? ¿Quién es?
— Un hombre muy peligroso.
___ EREN ___
El cómo he acabado en la comisaría de policía con la camisa desgarrada y el pómulo morado, es una historia breve pero no por ello aburrida, que debería servirme de lección para no embarcarme en más ideas suicidas, como la de colarnos en una propiedad privada para vender la droga de un magnate al que estamos estafando y que curiosamente se encontraba en la fiesta. Pero me conozco lo suficiente como para saber que eso no va a pasar.
Honestidad ante todo.
Básicamente, todo puede resumirse en tres palabras: Levi tenía razón. Tuvimos la mala suerte de coincidir con una redada por parte de la policía británica para apresar a Zeke, al que llevan siguiéndole la pista varios meses, y motivo por el que el cabrón había decidido que sería yo quien vendiera la mercancía por él.
La parte interesante comenzó cuando uno de los perros de Zeke dio la voz de alarma, el cabrón intentó escapar, la policía reveló su identidad para abrirse paso entre el gentío, los Tybur se llevaron las manos a la cabeza, y la mitad de los invitados— todos casados con el mercado clandestino— empezaron a correr como pollos sin cabeza por el hall del edificio. Yo entre ellos, no iba a ser menos.
A pesar de mis esfuerzos para esquivar el tumulto y salir de allí sin que me relacionasen con Zeke ni ninguno de sus negocios, un armario de noventa kilos con pinganillo, antibalas y uniforme a juego, me sujetó por la camiseta con una precisión que me hizo frenar en seco, con la mala suerte de que caí de bruces sobre el pico de una de las mesas que exhibían toda una colección de exquisiteces que conformaban el catering del evento.
Mi vida es que es muy interesante.
Tanto, que ahora estoy en el despacho del puto Erwin Smith, esperando a que se canse de hacerme la misma maldita pregunta...
— Lo repetiré otra vez: ¿dónde está Zeke?
Y el cabrón no se cansa.
Mi experiencia en la comisaría y mi paso por el reformatorio han sido vivencias muy distintas, pero que tienen en común una lección muy simple: si quieres ahorrarte más problemas, cállate. Y eso es a lo que se refieren realmente cuando te dicen "tiene derecho a permanecer en silencio".
Smith parece bastante impacientado, sobre todo por la forma en que se limita a caminar de un lado para otro cuando entiende que no voy a mediar palabra con él. Ni siquiera para incriminar a Zeke: todo lo que me relacione con él, puede ir en mi contra. El jefe de policía vuelve a plantarse frente a mí, clavando las palmas de las manos sobre la mesa que se interpone entre nosotros, notablemente hastiado.
— Jaeger, si no colaboras, voy a tener que verme obligado a....
No termina la frase porque el chirriante sonido de la puerta de su despacho al abrirse lo interrumpe. Smith parpadea varias veces, anonadado.
— ¿Tú qué coño haces aquí?— espeta, entre sorprendido y enfadado.
Levi se encoge de hombros, cierra la puerta y recorre la habitación hasta situarse a mi izquierda. Decide no tomar asiento por motivos comprensibles: el escritorio de Erwin es demasiado alto y ponerse cómodo disminuiría su campo visual considerablemente. Se limita a dejar caer un maletín sobre la mesa, bajo las pasmadas miradas del policía y la mía.
Fijándome más detenidamente, me doy cuenta de que trae puesta una camisa de siete libras del Primark a la que se le ha pasado quitarle la etiqueta, y unos vaqueros desgastados.
— ¿Qué coño haces aquí?— repite Smith, y empiezo a creerme que su personalidad no se diferencia de un disco rayado.
— Soy su abogado en funciones— responde, neutral.
— ¿Mi qué?
— Tú cállate— y me propina una colleja.
— ¿Cómo has entrado?
— Pues por la puerta. Como todo el mundo en este puto antro— espeta el enano, sin molestarse en disimular una mirada sardónica.
El agente endurece más la mirada, achicando los ojos.
— Puedo hacer que te detengan por esto.
Levi enarca una ceja.
— ¿Y con qué piensas esposarme? ¿Con el papel de tu suspensión?
Smith está a punto de decir algo, pero acaba mordiéndose los carrillos y apretando los puños, como si las palabras de Levi hubieran lanzado un golpe directo a su orgullo. Yo, por el contrario, empiezo a creer que estos dos se conocen de algo, que hay información que se me escapa, y que Levi quizás es más gilipollas de lo que pensaba.
— ¿Cómo te has enterado?— masculla Erwin, un tanto avergonzado.
Levi chasquea la lengua.
— No he venido aquí para hablar de tonterías— confiesa, y algo me dice que tiene que ver con el misterioso contenido del maletín—. Estoy aquí para hablar de negocios.
Su declaración consigue captar toda nuestra atención de inmediato, como si Smith y yo no hubiéramos estado jugando a los interrogatorios antes de que él entrara por la puerta. Levi no se anda con rodeos y abre los cierres del maletín, que ceden con un disimulado "click", y levanta la tapa para mostrarle al agente tres preciosos kilos de droga cuidadosamente empaquetados.
Erwin Smith retrocede de un salto como un escéptico huyendo de las promesas de un político, y se apresura a cerrar las persianas que separan su despacho acristalado del resto de la comisaría. Yo solo sigo flipando.
— ¿Se puede saber qué haces con eso?
— Eso quisiera saber yo también— respondo por lo bajo, más pálido que un folio en blanco cuando entiendo que todos mis esfuerzos pueden irse a la mierda si Erwin decide requisarnos la mercancía y detenernos a los dos.
Levi se encoje de hombros.
— Estamos vendiendo droga— explica, resulto.
— ¿Tú eres gilipollas?— río, incrédulo.
— Eso es bastante obvio...— responde Smith, aunque no sabría decir a quién de los dos contesta.
— Eren trabaja para Zeke, y actualmente es el que más ventas tiene de todo el monopolio de Londres— continúa, haciendo que se me corte la respiración—. Vino a pedirme ayuda para salir del negocio y le estoy echando un cable porque por muy patético que sea, me recuerda a mí hace varios años.
Le lanzo una mirada fulminante, pero el canijo se limita a ignorarme como si fuera un cuadro colgado en la pared.
— ¿Y se puede saber por qué me cuentas esto?
— Porque si nos detienes, si lo detienes a él, habrás dado la voz de alarma en todo el distrito y Zeke sabrá que estás más cerca de atraparlo de lo que pensaba. Probablemente envíe a alguien a matarnos para asegurarse de que no soltamos prenda. Y si lo consigue, le habrás perdido la pista y probablemente te retiren el caso.
Erwin tensa la mandíbula, probablemente barajando sus opciones. Quizás la idea del enano no haya sido tan suicida después de todo.
— Si nos ayudas— continúa Levi—, no solo tendrás dos topos en la comitiva de Zeke, sino que además te ayudaremos a capturarlo y podrás requisar toda la droga. Nosotros no responderemos ante la ley, y tú no perderás tu valioso puesto.
Yo estoy a punto de protestar, pero Levi me da un puntapié en la espinilla por debajo de la mesa, obligándome a morderme la lengua.
— Hay gente en el cuartel mucho más cualificada que yo para echarte una mano y que pagaría muy bien por tu información. ¿Por qué confías en mí?— inquiere.
Levi no vacila ni un segundo:
— Porque eres el único que me ayudó a salir de toda esa mierda cuando más lo necesitaba y todo el mundo me dio la espalda.
El agente le sostiene la mirada durante lo que a mí me parece una eternidad. Aún no entiendo qué tipo de relación han podido tener estos dos, pero está claro que no es la primera vez que negocian algo parecido. Erwin Smith se incorpora un tanto, da un par de vueltas por el despacho y suspira sonoramente por la nariz, como si estuviera librando una batalla interna. Levi, por su parte, se limita a esperar una respuesta en silencio, tan insondable como siempre.
Si la jugada del canijo sale bien, no solo saldría de la comisaría sin una mancha en mi expediente, sino que además contaríamos con el apoyo de la policía y esa es una ventaja que jugaría a nuestro favor considerablemente.
Para mi sorpresa, Smith se detiene frente a nosotros de nuevo, pero esta vez se dirige a mí:
— Tienes suerte de tener un buen abogado, chaval— responde.
Levi se permite componer una sonrisa a modo de triunfo, y yo, en parte, siento un alivio descongestionándome el pecho.
La otra parte, sin embargo, me repite la misma pregunta incluso horas después de salir libre de la comisaría, como un eco sonando en mi cabeza:
¿Cómo coño vamos a atrapar a Zeke?
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