Confesiones y un trato

___ MIKASA ___

Jean no espera a que lo invite a pasar, sino que se escurre por el hueco que hay entre la entrada y yo para esconderse de la brisa que acompaña a la lluvia. Yo tardo un poco en reaccionar y cierro la puerta tras nosotros, todavía abrumada por la decepción que me ha abordado al no encontrarme a Eren.

— Qué frío hace— resuella, frotándose las manos.

Jean lleva viniendo a casa desde que éramos pequeños, así que no me molesta la confianza con la que recorre el pasillo hasta el perchero bajo el que deja el paraguas, y me limito a observarlo en silencio, esperando a escuchar lo que tiene que decir. Él por su parte, parece tan nervioso que dudo que sepa por dónde empezar.

— ¿Te apetece tomar algo?— le ofrezco una sonrisa para tranquilizarlo.

Jean me devuelve el gesto, pero rechaza mi invitación educadamente y vuelve a esconder las manos en el bolsillo de la sudadera. 

— ¿Tienes un momento?— parece preocupado y yo asiento con la cabeza—. Bien..., hay algo que debes saber.

Ha desviado la vista para no tener que sostenerme la mirada, como si fuera un niño a punto de ser juzgado por los ojos reprochantes de un adulto. Quiero invitarlo a pasar al salón para que se sienta más cómodo, pero descarto la idea cuando entiendo que eso solo va a retrasar la salida de eso que está luchando por escupir y sacar de su conciencia.

— Sé que te llevas muy bien con Jaeger— comienza, esquivando todavía mi mirada—. Pero creo que no deberías andar mucho con él.

Yo tardo un poco en digerir sus palabras. ¿De verdad estamos teniendo esta conversación?

— ¿Has venido hasta aquí para decirme que no me junte con Eren?— no sé si reírme u ofenderme.

— ¡Te lo estoy diciendo como amigo, Mikasa!— se defiende con un deje de indignación cuando detecta el sarcasmo en mi voz.

Ahora soy yo la que desvía la mirada mientras niego suavemente con la cabeza, molesta y terriblemente decepcionada. La pequeña enemistad que se profesan Jean y Eren no es un secreto para nadie, y aunque no es el mejor escenario, los he respetado a ambos, manteniéndome al margen de sus discusiones lo mejor que he sabido y confiando en que ellos harían lo propio conmigo. Por eso no esperaba tener esta conversación. 

Y mucho menos con Jean.

— Creo que los dos somos mayorcitos para escoger nuestras amistades, ¿no?— estoy molesta, pero procuro que no se me note en la voz.

— ¿Sabes que vende droga?

Lo ha escupido sin vacilar, como si escondiera todo un estudio probabilístico en el bolsillo de la sudadera y estuviera dispuesto a probar su veracidad con él. Busca con sus ojos oscuros alguna reacción en los míos, pero lo cierto es que su declaración me ha sorprendido tanto que no me creo capaz ni de pestañear.

Los engranajes de mi cabeza se ponen a trabajar a toda pastilla y de repente empiezo a relacionar sus líos con la policía, sus desapariciones espontáneas, sus asuntos pendientes con un montón de desconocidos en la residencia.

<< No tienes cara de que te guste colocarte >> las palabras que me ofreció Marco la primera vez que fui a buscar a Eren a la residencia se reproducen en mi mente con un eco remoto. << Mierda, Eren me va a matar... >>

Entonces me siento estúpida.

— ¿Estás bien?— Jean me observa preocupado, con las cejas arqueadas y los labios fruncidos.

— Sí, es solo que...— niego suavemente con la cabeza para restarle importancia al asunto, y sonrío—. No me lo había dicho.

Igual que no me dijo nada la noche en que se presentó en mi casa con un moratón en el pómulo. Igual que nunca dice a dónde va ni cuándo va a volver. Igual que nunca habla de su familia ni de su pasado.

<< Lo que tiene Eren, es que es muy bueno guardando secretos >> me recuerda la voz de Sasha.

— Gracias, Jean— sonrío finalmente—. Prometo que llevaré cuidado.

Él frunce más los labios, quizás en un deje de culpabilidad por habérmelo confesado de esa forma. Me ofrece un abrazo y yo acudo a la llamada de sus brazos para esconder mi rostro de su mirada: no quiero que advierta el dolor y la frustración que me bulle por dentro. Jean me acaricia el pelo como siempre hace para tranquilizarme, y yo me permito relajarme porque sé que es la mejor persona en quien podría confiar.

Un sutil carraspeo nos incita a separarnos y ambos alzamos la mirada hacia el final de las escaleras, desde donde nos observa Sasha con una sonrisa estúpida dibujada en los labios. Jean se sonroja y yo le lanzo a mi amiga una mirada de advertencia antes de que tenga tiempo de abrir la boca para hacer un comentario indecente.

— ¿Le falta mucho a mi Sunrise, Mikasa?— canturrea, divertida.

Entonces recuerdo las bebidas que dejé abandonadas en el recibidor cuando Jean llamó a la puerta y no puedo evitar sentirme un poco avergonzada por haberme olvidado de Sasha. 

— Jean, ¿por qué no te unes a nosotras?— le ofrece—. Estábamos a punto de ver una película.

Yo me quedo boquiabierta, sorprendida por la facilidad que tiene tanto para mentir— puesto que estábamos estudiando— como para invitar a gente a quedarse en mi casa. Jean, por su parte, deja escapar una risita nerviosa a modo de respuesta y me dedica una mirada interrogante.

— C-Claro, quédate— termino animándolo—. Además, está lloviendo a cántaros. 

— Y todos sabemos que no sabes nadar— añade Sasha con una sonrisa cómplice.

Jean se rasca la nuca y suelta una risita que delata su nerviosismo, pero decide aceptar nuestra invitación y yo vuelvo a la cocina a por una tercera bebida antes de que subamos las escaleras. Tenerlo cerca después de tanto tiempo y dispuesto a protegerme a pesar de que ya no nos vemos tanto, me tranquiliza considerablemente. 

___ EREN ___

— Ni de coña.

— Vamos, Ymir— lloriqueo mientras forcejeo con la puerta que ella intenta cerrarme en la cara—. Eres muy buena en esto y necesito a alguien de confianza que...

Ella deja de empujar de golpe y yo tengo que sujetarme a la pared para no perder el equilibrio, y aunque cruzo miradas con ella dispuesto a ofrecerle una sonrisa, la furia que irradian sus ojos hace que me replantee el plan.

— Mira, Jaeger, la única razón por la que permito que vendas aquí es porque siempre vienen más idiotas a los que puedo enganchar— me explica, señalándome con un dedo acusador—. Pero sabes de sobra que cualquier mierda que venga Zeke no es bienvenida.

— Solo serán dos meses— me apresuro a añadir—. Además, puedes traerte la tuya si quieres. Entre los dos no será complicado vend...

Ymir me interrumpe presionando su mano contra mi boca mientras mira a ambos lados del pasillo de la residencia, como si acabara de acordarse que no estamos solos en el complejo y que alguien puede oírnos. Entonces chasquea la lengua y me lanza una mirada de advertencia antes de cogerme por el cuello de la chaqueta y arrastrarme a su habitación.

— Eres un puto grano en el culo— escupe, cabreada.

Yo me zafo de su agarre y me aliso la ropa antes de pasear la mirada discretamente por su cuarto. Es oscuro, aunque acogedor, y huele a tabaco para cachimba. Es como un paraíso en miniatura.

— Bien. Habla— me espeta.

— Zeke y yo tenemos un trato. Vendo para él dos meses más y se acabó— me apresuro a explicar con las manos escondidas en los bolsillos de la chaqueta—. Tendré que moverme y asegurarme de que todo esté en orden. Bueno, conoces bien el protocolo. Hemos acordado un treinta y cinco por ciento, pero soy yo quien escoge a mis compañeros.

Ymir frunce levemente el ceño, pensativa, y los piercings de la cara se mueven un tanto cuando ella ahoga una expresión de disconformidad.

— ¿Sabe que me has pedido ayuda?

— ¿Y para qué coño se lo iba a decir si te estoy diciendo que quiero quitármelo de encima?— bufo.

La chica compone una sonrisa de suficiencia y atraviesa la habitación para dejarse caer en la silla con ruedas que hay frente a su escritorio. Entonces pone los pies sobre la mesa y se recuesta un poco.

— ¿Y has dicho que puedo llevar de lo mío?

Yo suspiro y pongo los ojos en blanco.

— De eso va el negocio, ¿no?

— Espera...— se incorpora un poco y se gira para mirarme, boquiabierta—. No estarás pensando...

Como parece que por fin estamos hablando en el mismo idioma, tomo asiento en la cama que hay junto a la puerta, le ofrezco una sonrisa ladina y me encojo de hombros para restarle importancia al asunto.

— ¿Y si se entera Zeke?— parece demasiado sorprendida como para molestarse en esconder su emoción.

Sí, reconozco que las consecuencias de engañar a Zeke no son ni pocas ni buenas, pero si consiguiéramos hacerlo sin levantar sospechas, podríamos forrarnos y todavía sobraría droga para regalársela a un amigo. Solo tendríamos que llevar cuidado de no vendérsela a uno de los perros de Zeke.

La mercancía de Ymir no es tan buena, y por ello, más barata, pero si la mezcláramos con la de Zeke, podríamos vender más kilos y sacarle partido. Reuniríamos más cantidad, le daríamos a Zeke su parte, y nosotros nos quedaríamos con el resto.

— Si se entera, nos mata— medito en voz alta—. Pero si no se entera, todos salimos ganando.

Ymir chasquea la lengua, pensativa: la oferta es demasiado buena como para no pensársela dos veces. 

— Estás como una puta cabra— carcajea con los pies todavía sobre el escritorio, incrédula—. Está bien. Me apunto. Pero quiero el quince por ciento de lo que toque de Zeke.

Yo fruncí el ceño.

— Bueno, vale— suspira finalmente, alzando las manos en señal de rendición—. El diez por ciento. El resto nos lo repartimos. 

— Perfecto entonces— canturreo, dispuesto a marcharme.

— Necesitamos a alguien que lleve las cuentas— se apresura a decir, deteniéndome en seco. Yo me giro para lanzarle una mirada interrogante—. Es mucha mierda y mucho dinero. Nosotros vamos a estar demasiado ocupados procurando que Zeke no nos pise el cuello. Necesitamos a alguien que cuente o nos volveremos locos.

Ymir tiene razón. Es una responsabilidad que nos viene demasiado grande a los dos. 

— ¿Marco?

— Ni de coña, se irá de la lengua. Como siempre— respondo con una mano en el mentón, pensativo.

— Puedo hablar con Reiner, si quieres...

Yo la miro atónito, sin terminar de creerme que de verdad se haya atrevido a proponerlo siquiera.

— Sí, ya sé que te pilló vendiendo por su zona...

— ¿Y sabes cómo me dejó la cara después?

— Hecha un cuadro— responde con una risa estúpida.

— Pues eso— chasqueo la lengua, molesto—. No, no podemos contar con el capullo. Ya me encargaré de encontrar a alguien.

— ¿Y qué piensas hacer con la poli? Has dicho que tendremos que movernos. Y a ti ya te tienen fichado en Watford, Camden Town y en Hackney— entrelaza los dedos a la altura de su regazo y se encoge de hombros, resuelta—. Como te vean dando vueltas, te van a coger por las pelotas.

Esta vez soy yo quien sonríe.

— No te preocupes por eso. Voy de incógnito. 

La curiosidad asoma a sus ojos unos instantes, pero no le doy tiempo de hacer más preguntas, sino que abro la puerta y me dispongo a volver por donde he venido.

— Mañana terminaremos de ajustar cuentas. Ahora tengo asuntos que atender.

— No te lo tengas tan creído, Jaeger— ríe ella desde la silla—. Solo eres un idiota con suerte.

Yo sonrío porque sé que no se equivoca y me apresuro a salir de la residencia. Fuera ha dejado de llover, aunque el ambiente sigue cargado de humedad y me hiela las manos. Busco el móvil en los bolsillos de mi pantalón y vuelvo a marcar su número con la esperanza de que esta vez lo coja, pero el resultado vuelve a ser el mismo que el desde hace dos días.

Chasqueo la lengua y me paso una mano por el pelo, nervioso. Sin ella el plan no sirve de una puta mierda.

— Joder, Mikasa...

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