Cola y Ballantine's

Gracias a todos y cada uno de vosotros por los 20K leídos y por ser la inspiración suficiente para esta historia.

___ MIKASA ___

Me aliso la falda de tubo antes de dejarme caer sobre el asiento del copiloto y me ajusto las mangas de la blusa blanca a las muñecas mientras siento cómo los ojos de Eren me examinan de arriba abajo, asegurándose de que estoy cumpliendo con los requisitos que me dio hace un par de días.

Siento un sudor frío bajándome por la espalda cuando soy testigo del pesado ambiente que nos envuelve, y entiendo inmediatamente que no debería haber aceptado su proposición a pesar de sus advertencias.

Eren, por su parte, acaba apartando los ojos de mí para clavarlos en el volante, espira sonoramente por la nariz y termina de arreglarse el cuello de la camisa. Entonces me fijo en que prácticamente vamos a juego.

— He decidido no decirle nada a Ymir— anuncia con sobriedad, como si estuviera escogiendo cuidadosamente las palabras que va a decir—. No le parece muy bien que pase tiempo contigo.

Me encojo un poco en el asiento cuando recuerdo la violenta bienvenida con la que me recibió en la residencia la primea vez que nos vimos y se me forma un nudo en la garganta. 

— No creo que le caiga muy bien— pienso en voz alta.

Eren suaviza la mirada y sus labios dibujan una tierna sonrisa que termina por restarle importancia al asunto.

— No necesitas caerle bien a Ymir— ríe mientras arranca el motor y mete primera en la caja de cambios—. Pero facilitaría mucho las cosas que confiara en ti. Aunque para ello, deberás hacer todo lo que yo te diga.

Me limito a asentir en silencio y decido no indagar más en el asunto por el momento, recordándome que esta noche debo ser lo más discreta posible. Al fin y al cabo, Eren fue lo suficientemente claro al darme las instrucciones por teléfono: ropa negra y bolso bandolera a juego, maquillaje, estar pegada a él en todo momento y, sobre todo, nada de preguntas.

Al final de la llamada, había añadido que todavía estaba a tiempo de negarme y que no tenía por qué ir con él, y aunque tenía muy presentes las advertencias de Sasha y Jean, sabía que la única forma de ganarme la confianza de Eren era bailando a su compás.

Bajo un poco la ventanilla para que la brisa nocturna me ayude a aclarar el torrencial de pensamientos que me rondan desde entonces, todavía abrumada por la complejidad de la situación.

<< Quiero confiar en ti, Mikasa >> repite su voz en mi cabeza, y yo me recuerdo que la razón por la que estoy en este coche no es otra que recabar pruebas en su contra.

Él debe de percibir mi inquietud, pues esboza una sonrisa y coloca una mano en mi muslo sin apartar la mirada de la carretera.

— Tranquila— murmura, acariciándome en círculos con el pulgar—. Te prometo que lo pasarás bien.

Quiero creerle, pero su sonrisa no le llega a los ojos y la mano con que sujeta el volante está tan tensa que los nudillos han adoptado una tonalidad blanquecina. Vuelvo a fijar mi mirada en la oscuridad que hay al otro lado de la ventanilla y procuro aparentar serenidad, mi mente repasando los pasos que me he propuesto seguir esta noche.

Hacemos el resto del trayecto en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Él con las manos en el volante; yo con la mías en el bolso donde he escondido la grabadora.

Aparcamos en un descampado atestado de coches, frente a un edificio de fachada oscura donde destaca un llamativo letrero de neón que reza "Three Walls". Espero a que Eren se decida a abrir la puerta, pero se limita a detener el motor y apaga las luces, sumiéndonos en la oscuridad. Sigo su mirada y me fijo en que está estudiando con detenimiento la larga fila de gente que espera a que los porteros les permitan pasar al interior del establecimiento. Cuando vuelvo a mirarlo, lo sorprendo observándome con una sonrisa.

— ¿Segura que no prefieres otro sitio?

La pregunta me desconcierta un tanto.

— ¿Qué?

— Por lo que tengo entendido, sueles agobiarte en este tipo de ambientes— explica a la par que se pasa una mano por el cuello—. Podemos ir a otro lado, si quieres.

Barajo mis opciones durante unos instantes y no puedo descartar que su oferta solo sea una forma de probarme. Después de todo, parecía bastante decidido por teléfono. Me decanto por alzar una ceja y ofrecerle una mirada sardónica.

— Tienes mucho morro para decirme eso después de haberme visto con esto puesto— bromeo, señalando la falda de tubo que se ciñe a mis muslos.

Eren me devuelve el gesto y la tensión que nos había estado envolviendo hasta entonces se disipa cuando ambos dejamos escapar una carcajada. Entonces parece abandonarlo la preocupación que lo ha tenido tan absorto durante este tiempo, haciéndolo recuperar su temple confiado y tranquilo.

— Perfecto, entonces— declara antes de salir del Renault.

Hago lo propio y me cuelgo el bolso en bandolera antes de seguirlo fuera del descampado. Eren se alisa las mangas de la camisa blanca y las solapas del cuello. Su cartera de cuero asoma discretamente del bolsillo trasero del pantalón negro y las deportivas a juego levantan una pequeña nube de polvo al pisar la tierra.

Cuando llegamos al asfalto me ofrece la mano y yo vacilo un instante antes de tomarla, los arreboles acudiendo a la llamada de mis mejillas.

— No te separes de mí— me recuerda entre susurros cuando nos colocamos los últimos en la fila de jóvenes que esperan a que los porteros les permitan el paso al interior del local.

Asiento con la cabeza y desvío la mirada al suelo mientras siento cómo los nervios hacen estragos en la paz de mi conciencia. Al alzar la vista hacia el frente me encuentro con la incómoda imagen de un chico manoseándole el culo por debajo de la falda a la joven junto a la que espera, y yo cada vez estoy más convencida de que ha sido una idea horrible venir aquí.

— Estás seria.

La voz de Eren me saca de mi ensimismamiento, y cuando me giro me topo de bruces con su mirada escrutadora. Si yo estoy seria, no quiero ni imaginar cómo debe estar él, porque parece molesto desde que he subido al coche.

— Estaba pensando que quizás debería haberme puesto algo más apropiado— me limito a responder, dispuesta a indagar un poco más en sus motivos.

Eren alza una ceja y estudia mi expresión con detenimiento.

— Te sugerí algo discreto porque daba por hecho que preferirías pasar desapercibida.

Y tiene razón, pero al lado de todas estas chicas no puedo evitar sentirme como la secretaria de una foto de stock. Barro esos pensamientos a un lado de mi mente y decido fijarme en él.

— ¿Y tú?— pregunto tras analizar su vestimenta, tan discreta como la mía—. ¿También quieres pasar desapercibido?

La sombra que le oscurece los ojos me da a entender que he dado en el clavo, y a pesar de que siento que he logrado una pequeña victoria, no puedo evitar que la inquietud eche raíces en mi pecho. Espero a que Eren responda algo, pero se limita a sonreír y me acaricia el dorso de la mano con el pulgar.

— No sé si sentirme aliviado de que haya alguien que me entienda, o si preocuparme por lo perspicaz que puedes llegar a ser...— ríe por lo bajo, y le brillan los ojos.

Me sorprende que no trate de negarlo o justificarse, y me frustra no haberlo provocado lo suficiente como para que se sienta acorralado. 

Seguimos avanzando y enseguida nos toca enfrentarnos a los porteros que custodian la entrada de Three Walls. Los dos altos, robustos y trajeados de negro. Nos estudian de arriba abajo con sus severas miradas y piden las entradas y nuestros DNI. A mí me lo devuelven enseguida; el de Eren se lo quedan mirando por un tiempo.

Los seguratas cruzan miradas y adoptan una expresión más seria de la que ya tenían cuando le devuelven el carné.

— Adelante— dice uno de ellos al tiempo que me invita a pasar con un gesto. Pero cuando Eren hace ademán de seguirme, lo sujeta con fuerza por el hombro—. Tú no.

Los cuatro nos quedamos estáticos durante unos instantes a la par que el ambiente se condensa a nuestro alrededor, como si estuviéramos esperando el pistoletazo de salida.

— No puedes entrar— repite el tipo, serio.

Eren intercambia una mirada conmigo y vuelvo a sentir que un sudor frío me baja por la espalda. Él, por su parte, parece despreocupado.

— Vamos, tío, solo quiero tomarme un par de copas— comienza Eren entre risas para quitarle hierro al asunto. 

No obstante vuelven a cerrarle el paso.

— Ey, viene conmigo— me apresuro a decir, el corazón golpeándome con fuerza el pecho.

Los porteros se giran para mirarme y vuelven a examinarme de arriba abajo, pero si hay alguien que de verdad está sorprendido, es Eren, que me observa como si no esperara que interviniera.

— Está conmigo— insisto para sacarlos del trance en el que parecen estar metidos.

Ambos hombres vuelven a cruzar miradas y el más alto se decanta por llevarse un par de dedos al oído, posiblemente para activar un pinganillo.

— Jaeger— se limita a decir.

Tras unos segundos, el tipo asiente y le hace un gesto con la cabeza a su compañero para que nos siga al interior del local, donde nos hace esperar en lo que parece ser un pequeño recibidor en penumbras. Desde aquí ya se escucha el remoto sonido de la música retumbando contra las paredes.

— Ponte contra la pared— le indica a Eren.

Él pone los ojos en blanco y chasquea la lengua, sin molestarse en ocultar su enojo, pero obedece y alza los brazos para apoyar las manos en el papel negro que decora la pared antes de que el portero tenga tiempo de darle más instrucciones, los pies separados y la cabeza inclinada ligeramente hacia abajo.

Espero a que lo cachee en silencio, sorprendiéndome de lo familiarizado que parece estar con este tipo de protocolos. A mí solo me pide que abra el bolso para mostrarle el contenido, y aunque el segurata arquea las cejas cuando descubre la grabadora, no hace ningún comentario. Entonces imita los gestos de su compañero y se lleva los dedos al oído.

— Nada— declara.

Quienquiera que esté al otro lado de la línea decide que no inspiramos ninguna amenaza y el tipo nos pide disculpas por el malentendido y nos desea una buena noche antes de indicarnos que podemos continuar. Solo entonces, Eren se separa de la pared y vuelve a alisarse la camisa.

Cuando el hombre nos deja a solas para volver junto a su compañero, me giro para intercambiar una mirada con el moreno. Él, por su parte, frunce los labios antes de ofrecerme una sonrisa a modo de disculpa, rehuyendo mis ojos.

— Siento que hayas tenido que ver eso.

Parece avergonzado y es evidente que la situación lo ha puesto nervioso, de modo que hago un gesto para restarle importancia al asunto y vuelvo a colgarme el bolso en bandolera; necesito que recupere su buen humor despreocupado para reunir toda la información que pueda.

— Parece que he logrado sorprenderte— trato de provocarlo, aludiendo al momento en que he intervenido en su enfrentamiento con los porteros, socarrona.

Él sonríe a la par que rueda los ojos y apura la distancia que nos separa.

— No esperaba menos de mi chica de Londres— dice, y me besa la frente.

No puedo evitar sonrojarme violentamente al escuchar sus palabras y no se me ocurre hacer otra cosa que esconder el rostro en su pecho para ocultarme de sus ojos verdes. Eren me pasa las manos alrededor de la cintura, envolviéndome en un abrazo.

— Oh, ¿te gusta ese nombre?— bromea, devolviéndome la jugada con intereses.

Me separo de él para propinarle un codazo a modo de advertencia, divertida, y él suelta una risita que le devuelve su lado infantil.

— ¿Sabes, Mikasa?— murmura y entrelaza su mano con la mía—. No hay nada que me dé más asco que una puta discoteca.

La música suena ridículamente alta y en la pista siguen bailando las mismas personas que hace una hora y media, pero a diferencia de mí, ellas no parecen cansarse.

Eren tenía razón al decir que el blanco y el negro son más discretos para este tipo de ambientes, sobre todo si me detengo a comparar mi ropa con los generosos escotes de algunas de las muchachas que contornean sus cuerpos frente a sus parejas de baile. 

Espiro sonoramente por la nariz y apoyo el mentón sobre la palma de la mano al tiempo que desvío la mirada hacia mi bolso, el cual descansa junto a mí en el sillón de piel. Con tanto jaleo es imposible que la grabadora haya podido registrar bien ninguna de las conversaciones que hemos tenido desde que entramos a la discoteca, pero lo que más me frustra es que Eren no me ha dejado llevar ninguna de nuestras charlas a mi terreno.

En conclusión: no tengo nada.

Tampoco es que me sorprenda. Al fin y al cabo, tampoco habría sabido qué hacer de haber conseguido algo. Reconozco que me he tomado en serio las advertencias de Jean y que me había parecido una buena idea jugar a los detectives y conseguir pruebas por mí misma. Pero sé perfectamente que sería incapaz de delatarlo a la policía. 

Se ha tomado muchas molestias para hacerme sentir cómoda después del susto que nos hemos llevado al entrar, de hecho, se ha disculpado un par de veces más. Cuando nos hemos cansado de despotricar de la vida en general se ha ofrecido a invitarme a unas bebidas. Es más, por ahí viene. Con mi segunda cola y su tercer Ballantine's.

Me ofrece su mejor sonrisa cuando nuestras miradas se cruzan y yo siento que el corazón me late con fuerza.

Me jode reconocerlo, pero me tiene calada.

— Siento la espera— dice tras sentarse a mi lado—. Hay un montón de gente.

Niego con la cabeza para restarle importancia y tomo el vaso que me tiende. Él le da un trago largo al suyo antes de volver a mirarme.

— ¿Entonces teníais algo?

— ¿Quién?

Alza una ceja y sus labios dibujan una sonrisa ladina cuando descubre que estoy evitando retomar la conversación por donde la habíamos dejado. Por lo visto, hacerme la loca con él no sirve de nada.

— Jean y tú— se inclina y apoya los antebrazos en las rodillas, observándome con curiosidad.

— No. No. Definitivamente, no— río.

— Pues se te veía bastante colada.

A estas alturas Eren Jaeger no tiene pelos en la lengua y su excelente ánimo, a pesar de las circunstancias, me incita a seguirle el juego.

— Sí...— confieso, arrastrando la S—. Lo conozco desde que era pequeña y siempre ha estado conmigo. Apoyándome en todo.

— ¿Pero?

Yo hago girar los hielos de mi vaso y aprieto los labios.

— Pero siente la ridícula necesidad de protegerme de cualquier cosa.

Eren frunce ligeramente el ceño.

— ¿Y eso no es bueno?

— ¿Te gustaría que alguien te tuviera bajo su ala todo el tiempo?— replico.

Él parece pensárselo.

— No. Pero me encantaría que alguien se tomara la molestia de intentarlo— añade antes de dar otro sorbo al licor.

Yo asiento, meditativa.

— ¿Y tú?— mi pregunta parece pillarlo desprevenido, lo que me saca una sonrisa—. Por lo que tengo entendido, has estado con muchas chicas. ¿Alguna proeza merecedora de un trago?

Eren parece quedarse mudo al principio; después suelta una animada carcajada que muestra su perfecta dentadura.

— Créeme— dice entre risas, sus labios rozando el vaso—, hay temas de conversación mucho más interesantes que esas tías.

— ¿En serio?— insisto.

— Tú prueba.

Y esto, damas y caballeros, es lo que se llama aprovechar una oportunidad:

— ¿Como por ejemplo, el motivo por el que necesitabas que viniera contigo...?

Deja de beber y se separa el vaso de la boca despacio, como si acabara de darse cuenta de la jugada maestra con la que él mismo se ha marcado un jaque y mate. Frunce los labios antes de componer una sonrisa incrédula, y alza la mirada para cruzar sus ojos con los míos.

— Por ejemplo— reconoce. Yo casi siento la mandíbula rozando el suelo cuando entiendo que esta vez no va a esquivar ninguna de mis preguntas— Adelante, dispara. Te has estado mordiendo la lengua desde la última vez que nos vimos. No te cortes.

Y no lo hago.

— ¿Por qué no querían dejarte pasar los porteros?

Eren alza las cejas, como si hubiera estado esperando otra cuestión.

— Estoy segurísimo que has tenido que oír algo en...

— Me han contado muchas cosas— me apresuro a responder—. Pero quiero que me lo digas tú.

Sus ojos me observan con incredulidad; después con alivio. Sonríe y su mirada adquiere un brillo especial.

— Mi mala reputación. La razón por la que no quería que me buscaras en la residencia. El motivo por el que desaparezco durante días. Ese lado de mi vida que tanto me empeño en alejar de mis amigos. Todo viene a ser por lo mismo— hace una pausa en la que un suspiro cargado de resignación le trepa por la garganta—. La razón por la que esos capullos me han montado semejante numerito al entrar, es que vendo droga.

Que lo haya reconocido con la misma naturalidad con la que alguien dice su nombre me desconcierta de sobremanera. Siento que me hago más pequeña bajo la minuciosidad de su mirada y rehúyo sus ojos, abrumada por la situación. Él, por su parte, suspira. Como si acabara de quitarse un peso de encima.

— Cuando decido desaparecer suele ser para desconectar del tema. Alejarme de algunos gilipollas, sobre todo. No quería que te vieran conmigo para que nadie intentara contactarme a través de ti. No quería meterte en mis mierdas.

— ¿Y ha cambiado algo de eso para que hayas decidido contármelo?

— ¡Por supuesto que no!— se apresura a responder, escandalizado—. Pero me preocupa que al volver tú no me estés esperando.

<< Necesito saber que no vas a dejarme solo >> su voz vuelve a reproducirse en mi mente, evocando a ese niño que quiere sentirse protegido. Asiento levemente con la cabeza y busco sus ojos. Ellos me encuentran primero.

— No entraba en mis planes contarte nada— reconoce mientras se frota la nuca, inquieto—, y menos cuando descubrí que eras la chica de mis cartas. De hecho, después de eso una parte de mí quería evitarte por todos los medios. Pero me siento tan cómodo cuando estoy contigo que casi es como una redención.

Se muerde el labio en un vano intento de ocultar una sonrisa nerviosa y deja el vaso a sus pies para entrelazar las manos a la altura de sus rodillas.

— Me alegra ser la excepción— murmuro, y siento que me sonrojo.

— Siempre la has sido— declara, y su expresión se vuelve más seria—. Por eso quiero saber tu postura y si estás dispuesta a ayudarme.

— ¿Quieres que venga droga?— exclamo entre susurros, ofendida.

— No. Quiero que hagas lo que a ti te dé la gana— explica con tranquilidad—. Pero me fio más de ti que de ningún otro y necesito que alguien me eche un cable. No voy a mandarte a hacer algo que no puedas o vaya en contra de tu voluntad...

Se me ha acelerado el pulso y el sonido de la música empieza a darme dolores de cabeza. Sí que quería hablar con Eren del tema, pero no esperaba que me ofreciera algo como esto. Él me pone una mano en el muslo para tranquilizarme y el calor de su piel invade la mía.

— No tienes que responderme ahora— continúa con el mismo tono suave y cauteloso—. Tampoco tenemos que volver a vernos si no quieres...

Me apresuro a negar con la cabeza y suspiro para poner en orden mis pensamientos. Él, por su parte, decide retirar la mano que tiene sobre mi muslo para darme algo de espacio. 

— ¿Hemos venido aquí para que puedas vender?

Eren deja escapar una risita y me ofrece una mirada cargada de ternura.

— No, hemos venido a divertirnos— y sus palabras me relajan un tanto—. Pero Ymir sí que está trabajando y la verdad es que le vendría de puta madre que alguien le ayudase a sacar los ingresos.

— Esto es flipante...— murmuro a la par que pongo los ojos en blanco y esquivo su mirada, molesta.

— Ya te he dicho que no tienes por qué hacerlo si no quieres. De hecho, Ymir preferiría que no te metieras en esto, pero necesita ayuda y como habrás notado, a mí ya me tienen fichado.

— ¿Y por qué tienes que ayudarla, si es su trabajo?

Eren hace ademán de abrir la boca para añadir algo, pero parece pensárselo.

— Si quieres mantenerte al margen de todo esto, no puedo decírtelo. 

Quiero protestar, pero el sonido de su móvil interrumpe nuestra conversación.

— Es Ymir— dice antes de colgar.

— ¿No deberías haberlo cogido?— inquiero, prudente.

— No. Es solo para hacerme saber que ha terminado. Que estará esperando en los servicios quince minutos y se irá— explica.

— ¿Incluso si no aparezco yo?

— Incluso si no apareces tú. Ya te he dicho que Ymir no espera tu ayuda. Pero tengo motivos para interesarme por que esto salga bien. Si no, lo vamos a tener jodidamente complicado a partir de ahora.

— ¿Y qué pasa con eso de que no me separase de ti? ¿Qué pasa si tengo problemas porque ya me han visto contigo?

— Te estaré mirando desde aquí— asegura tranquilamente a la par que señala los letreros de los aseos que hay al otro lado de un tropel de gente bailando—. Y te estaré esperando. Si no has vuelto en quince minutos, te prometo que iré a buscarte.

— ¿Lo prometes?— insisto.

Eren compone una sonrisa ladina y sus ojos desbordan determinación.

— Jamás he faltado a mi palabra.

Llegar a los servicios ha sido mucho más complicado que esas carreras con obstáculos que se ven tan divertidas en los folletos de los campamentos de verano. Casi he tenido que recurrir al funambulismo para no tropezar con los vasos de plástico que la gente ha dejado tirados por el suelo y he conseguido dejar atrás los denigrantes piropeos de dos tipos que iban de alcohol hasta las cejas.

Me giro para asegurarme de que Eren no se ha movido del sitio y me lo encuentro tal y como ha prometido, observándome atentamente desde el sofá donde estábamos sentados. Cierro los ojos, inspiro profundamente y hago un acopio de valor para terminar de meterme en el lío al que me ha llevado mi testarudez. 

Si hubiera escuchado las advertencias de Jean y Sasha, definitivamente no estaría a punto de ser cómplice de semejante locura.

Los baños están muy bien iluminados y los ojos me lloran un poco cuando entro al vestíbulo femenino. Ymir está frente a los espejos, retocándose el maquillaje con el pintalabios. Va vestida prácticamente igual que Eren, solo que lleva una chaqueta de piel negra sobre la camisa. 

— Vaya, al final sí que te ha comido la oreja bien— gruñe cuando nuestros ojos se cruzan en el espejo—. Aunque no sé de qué me extraño; después de todo, el cabrón tiene buena labia.

Aprieta los labios para fijar el carmín y se gira para, esta vez sí, mirarme de arriba abajo con la misma altivez con la que me recibió en la residencia. 

— ¿A qué estás esperando? Dámelo— espeta, señalando mi bolso. Yo vacilo un instante y ella pone los ojos en blanco—. Vamos, no tengo toda la noche.

Se lo tiendo y ella me ofrece el suyo, que también es bandolera y negro, y enseguida entiendo la razón por la que Eren había insistido tanto en que cumpliera las instrucciones que me había dado por teléfono. 

— Escúchame, cuídalo como si la vida te fuera en ello, ¿me has entendido?— ordena a la par que me señala con uno de sus dedos tatuados—. Dáselo a Eren cuando estéis en el coche. Ya te devolveré este cuando nos veamos.

Abro la boca para decir algo, pero no me salen las palabras.

— ¿Qué?

— El bolso— consigo decir tras relajarme un tanto—. Necesito coger algo del bolso.

Ymir frunce el ceño para ofrecerme una mirada cargada de recelo, pero no dice nada. Extiende el brazo para tendérmelo, pero cuando estoy a punto de tomarlo decide que es mejor idea comprobar el contenido por ella misma. Es entonces cuando descubre la grabadora, y su mirada iracunda y desconfiada instala un miedo oprimente en mi pecho.

— Ahora sí que la has cagado, Ackerman.

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