Buenos compañeros

___ EREN ___

— No.

Es todo lo que dice desde que me ofrece pasar al interior de su piso hasta que termino de explicar el motivo de mi visita. Su respuesta es decisiva y tajante, como si no le hubiera hecho falta barajar sus opciones dos veces.

— ¿Algo más?— se apresura a añadir, aprovechando que yo todavía estoy tratando de improvisar una oferta mejor.

— No— reconozco.

Levi asiente con la cabeza y me señala la salida con el mentón.

— Pues ahí tienes la puerta.

Vale. Lo he captado. Llevar mis movidas hasta su casa e invitarlo a ser parte de un plan que muy probablemente acabe poniéndolo de nuevo en el punto de mira de la policía no ha sido lo más acertado, sobre todo teniendo en cuenta su admirable expediente.

Levi ha trabajado con muchos de los camellos más prestigiados, y por qué no, peligrosos de Inglaterra. Conoce bien el protocolo, las estrategias de venta, una amplia agenda de contactos y la mejor forma de allanarse el terreno en caso de que la cosa se complique y sea necesario salir por patas. 

Cuando me mudé a Londres y comencé a buscar un trabajo que me permitiera ganar mucho dinero de forma rápida, aquellos que sabían qué tipo de curro estaba buscando me ayudaron a llegar hasta él. Levi solía frecuentar mucho el Three Walls pero poco después descubrí que también vendía en varias discotecas más. 

Empecé a trabajar para él y me enseñó todo lo que sabía sobre el negocio. De hecho, ambos aprendimos varias cosas del otro. Por ejemplo, al tiempo de trabajar con él descubrí que era tan fan del rap y las composiciones como yo, y aquel hecho solo me animó a admirarlo un poco más.

Nadie conoce los motivos por los que abandonó ambas cosas. Solo sé que de la noche a la mañana, Levi decidió decirle al equipo que capitaneaba que se retiraba y que tenía planeado desaparecer. Y parece que se lo tomó bastante en serio, porque muchos intentaron volver a contactarlo y nadie pudo seguirle la pista. Ni siquiera los mandamases de los que tanto solía despotricar.

Yo mismo acabé dándolo por muerto hasta que un día se presentó en mi casa como mi "tutor particular". Al parecer estaba intentando rehacer su vida y había decidido empezar con pequeños trabajos a tiempo parcial. Mi padre le había ofrecido ser mi tutor en un desesperado intento de encarrilarme por los raíles con destino "una vida de provecho", pero de haber conocido el expediente de Levi, probablemente jamás lo hubiera dejado entrar en casa.

Levi no me dio explicaciones ni yo se las pedí. Solo le dije que desde que él se había marchado había decidido dejar las drogas por motivos de seguridad: ninguno de los cenutrios que ocuparon su puesto después de él lograron mantenerse a salvo del alcance de la policía y la desconfianza y la codicia habían empezado a envenenar las mentes y los corazones del equipo. 

Una de dos: o robabas a los jefes que te pagaban una miseria a sabiendas de que te matarían si te pillaban, o te largabas antes de que las cosas se complicaran demasiado.

A Levi parecía haberle aliviado que abandonara el negocio, pero yo percibí una sombra inquietante en su mirada que logró hacer mella en mi conciencia. El motivo que obligó a Levi a marcharse tenía toda la pinta de ser mucho más personal y sombrío de lo que muchos aseguraban. Un secreto del que propio Levi parecía habernos protegido al ocultarnos la verdad y desaparecer del mapa...

— Eren— su voz me sobresalta, como un trueno rompiendo el silencio—. Márchate.

Yo asiento con la cabeza tras tomar una bocana de aire y dejarla escapar en un suspiro cargado de resignación: esperaba que Levi rechazara aquella parte de su pasado que tanto se había esforzado por enterrar, pero una parte de mi tenía la esperanza de que se uniera al equipo.

Me apresuro a ponerme en pie, la piel de la tapicería del sofá siguiendo mis movimientos, y escondo las manos en el bolsillo de la sudadera para ocultar mi nerviosismo. No me gusta ser rechazado, pero por encima de eso, detesto tener que recurrir al plan B. Sobre todo cuando el plan B es dejar el destino de la operación en las inexpertas manos de Marco Bott. 

Sigo a Levi hasta la puerta mientras paseo la mirada por el interior de la estancia, reparando en las paredes desconchadas, en la agonizante luz que parpadea al fondo de la cocina que comunica con el salón y en la torre de cartas con el sello bancario que se erige imponente sobre la mesita que hay junto al recibidor. 

Las cosas no parecen haberle ido tan bien como imaginaba.

Una parte de mi mente— la más pesimista— no tarda en preguntarse si ese es el destino que me aguarda. Una vida llena de tetricismo, aislamiento y deudas.

— ¿Qué pasa Jaeger?— sonríe con sarcasmo tras adivinar la duda en mis ojos—. Ya no pareces tan convencido como antes.

Su comentario me anima a barrer mis pensamientos a un lado de mi mente y le ofrezco una sonrisa despreocupada al tiempo que me encojo de hombros, resuelto.

— Fuiste tú quien me enseñó que nunca se está lo suficientemente preparado para lo que te depara la vida— me limito a responder.

A Levi nunca le ha gustado que usen sus frases en su contra. Pero más que molestarlo, mi crítica parece ponerlo en guardia. A dos giros de muñeca para abrir la puerta e invitarme a dejarlo en paz, se gira para ofrecerme una mirada cargada de escrutinio, como si pretendiera leer mis pensamientos. 

Por un momento, creo que tiene la habilidad suficiente para hacerlo.

— ¿De qué tienes tanto miedo?— y lo consigue.

Trago saliva con dificultad. No es que no confíe en la discreción de Levi, pero soy consciente de que cuanto menos me vaya de la lengua, más protegido tendré al resto. De hecho, la idea era contarle los detalles una vez hubiera aceptado unirse al plan. Pero nunca al revés. 

Y sin embargo, la experiencia de haber trabajado con él durante dos años me da la suficiente confianza como para contarle los motivos de mi oferta a sabiendas de que nunca me traicionará.

Vuelvo a suspirar, azorado, mientras gano tiempo para poner en orden mis pensamientos.

— Hay un tío para el que trabajo— comienzo con voz queda, temeroso de que alguien pueda escucharme desde el pasillo—. Es de los mandamases. No lleva mucho tiempo, pero ha conseguido hacerse con todo el monopolio desde Liverpool hasta Londres.

Hablando en términos generales, eso son miles de millones de libras. Y Levi no tarda en hacer los cálculos:

— Ocho mil millones.

Asiento con la cabeza.

— Es bueno...— reconozco—. He escuchado que está pendiente de cerrar un acuerdo con Marruecos y Medellín, y que también tiene los ojos puestos en el mercado de la prostitución. Últimamente no ha tenido mucho margen de actuación porque la policía le ha estado pisando los talones.

Levi achica los ojos al tiempo que frunce levemente el ceño, aguzando los sentidos para no perderse ningún detalle del reporte. 

— Empecé a trabajar para él después de que me captase— continuo—. No sé qué es lo que le llamó la atención de mí, pero me ofreció mucho dinero a cambio de currar para él un par de meses. Al principio me pareció una estafa: nadie ofrece tanta pasta a un peón al que se puede reemplazar a la mínima de cambio. Pero me dio un adelanto y me prometió el otro cincuenta por ciento a final de mes.

Levi asiente con la cabeza, instándome a seguir.

— Esperaba aprovechar que tenía a la policía encima para despedirme: escuché que se estaba metiendo en demasiadas movidas y yo no quiero más líos. Pero vino a buscarme para negociar conmigo otro trato...

La expresión de Levi cambia a una de sorpresa y yo entiendo su asombro perfectamente: ningún camello que se precie se presenta en persona a la escoria que trabaja para él para pedirle que siga en el negocio.

— ¿Qué trato?

— Treinta y cinco por ciento de los beneficios y protección a cambio de dos meses más de trabajo.

— ¿Quién coño ofrece tanto?— gruñe Levi, incrédulo.

Yo me encojo de hombros.

— También quería prestarme a algunos de sus hombres, supongo que para asegurar el contacto entre nosotros por medio de intermediarios. Eso, y más control, por supuesto.

Un breve silencio se instala entre nosotros, un instante que ambos aprovechamos para meditar sobre el tema.

— ¿Qué le respondiste?

— Que después de esos dos meses no volvería a trabajar para él y que yo me encargaría de elegir a mi equipo— vuelvo a encogerme de hombros y frunzo los labios, pensativo—. Quiere que asegure la venta en Londres mientras él se quita de encima a la policía. 

— Si le das tantos beneficios, no va a dejar que te vayas— me advierte Levi.

— Lo sé. Por eso tengo que desaparecer.

Él deja escapar una suave risotada cargada de sarcasmo, como si fuera el chiste más patético que haya escuchado nunca.

— Escucha, Eren: la única forma de desaparecer completamente es que te pegues un tiro entre las cejas— asegura mientras me señala con un dedo acusador—. Siempre hay alguien que sabe cómo encontrarte. Y si lo que quieren es que trabajes para ellos, siempre habrá una forma de extorsionarte a la que no podrás resistirte.

— Tú conseguiste desaparecer...

Mi declaración enciende la llama de la ira en sus ojos, como si hubiera metido las manos de lleno en el interior de la caja que dice "NO TOCAR". De pronto siento que el ambiente que nos rodea se vuelve frío y hostil.

— No tienes ni puta idea de las cosas que he tenido que hacer para conseguir algo de paz— declara con ensañamiento, un susurro que arrastra las palabras y que inspira un dolor inhumano—. Así que no hables tan a la ligera de algo que no sabes...

La dureza de su mirada y la crudeza de sus palabras me obligan a permanecer en silencio y a tragarme la impotencia. Conozco bien el precio que pagan los desertores del negocio, sobre todo el castigo de los ladrones. Y sin embargo, mi deseo de volver a Washington con una riqueza que me permita llevar una vida tranquila es incentivo suficiente para animarme a seguir con esta locura.

Levi, por su parte, se pasa una mano por la cabeza para peinarse el pelo hacia atrás, irritado, y desvía la vista hacia un punto indeterminado de la pared de gotelé gris, como si estuviera teniendo un debate interno.

— Si te ha ofrecido un treinta y cinco por ciento y deja que hagas lo que te sale de los huevos deberías aceptar el dinero y dejarte de tonterías— gruñe—. Es mucho más de lo que le pagan a cualquiera y encima te ha prometido protección. No entiendo por qué coño quieres arriesgarte a traicionarlo y jugarte el cuello de esa manera.

Escucharlo suspirar de exasperación después de que me haya soltado semejante sermón hace que me sienta como un crío al que han regañado por meter la mano en el tarro de los caramelos. Me retuerzo los dedos con nerviosismo en el interior del bolsillo de la sudadera y frunzo los labios, pensativo.

— ¿Quién coño es el gilipollas?— pregunta finalmente.

A mí me hace gracia su expresión a pesar de que me esfuerzo por mantener la seriedad, porque el gilipollas al que se refiere es el tipo de gilipollas que podría hacerte la vida imposible precisamente si te escuchara llamarlo gilipollas. 

Me muerdo los carrillos inconscientemente mientras barajo la opción de decírselo y Levi espera con paciencia, a sabiendas de que si me niego a revelárselo, estoy en todo mi derecho. En este mundillo, hablar de más implica cavar tu propia tumba. Y a su vez, saber de más implica estar un paso más cerca de la muerte.

Así que pasa un tiempo hasta que me decido a hablar y durante el que Levi no abre la boca.

— Su verdadero nombre es Zeke. Pero muchos en la organización lo llaman...

— La Bestia.

Mi mirada se cruza con la suya, y la sombra de aquel secreto que siempre ha escondido, oscuro y misterioso, vuelve a mostrarse en sus ojos. El hecho de que Levi haya escuchado algo sobre Zeke no me extraña— todo el mundo ha oído hablar de él—; lo que me sorprende es la cortina de odio y miedo que ha velado el brillo de su mirada.

De pronto siento una curiosidad irrefrenable por conocer el origen de esos sentimientos que se aprecian en la expresión de su rostro, pero apenas tengo tiempo de abrir la boca cuando él ya me está invitando a marcharme.

— Mucha suerte, mocoso— es todo cuanto dice antes de cerrarme la puerta en las narices.

Por un segundo me alegro de que no haya nadie en el pasillo que pueda admirar mi cara de gilipollas. Es la expresión que se suele poner cuando tienes todas tus esperanzas puestas en alguien y esa persona decide que no quiere tener nada que ver contigo. 

Eso es lo que pasa cuando dependes de alguien.

Me recuerdo que ya era un factor con el que contaba: Levi es lo suficientemente inteligente como saber que no gana nada— o al menos, que no le renta— meterse de nuevo en estos trapicheos. Sobre todo cuando por fin parece haber alcanzado la paz que tanto ansiaba, aunque sea rodeado de paredes tristes y cartas con amenazas de Hacienda. 

Fuera se escucha el repiqueteo de la lluvia contra la fachada del edificio y yo me alegro de haberle pedido el coche a Bott para venir hasta aquí. Después de todo, si Levi no se ha ido a vivir más lejos del centro es porque el capullo no ha podido.

Esta vez sí que tomo el ascensor para descender las tres plantas que me separan de la salida. Solo tengo ganas de volver a la base para pensar en la mejor estrategia que podemos adoptar ahora. O en su defecto, esconderme entre los brazos de Mikasa hasta que tenga las ideas más claras.

La lluvia incesante me cala la ropa hasta que logro llegar al coche, me recuesto en el asiento mientras dejo que mi mirada se entretenga con las gotas que descienden por el parabrisas y pienso en cómo he llegado hasta este punto.

Para empezar, nada de esto hubiera pasado si papá no nos hubiera abandonado. Mamá no hubiese perdido la cabeza ni yo tendría que haberme visto obligado a pasar dos años bajo el cargo de la asistencia social hasta cumplir la mayoría de edad. 

Venir a Londres en busca de papá para pedir ayuda había sido la idea más inocente y tonta que podría habérseme ocurrido. Sobre todo sin tener ni un duro y esperando que papá se ofreciera a volver conmigo a Washington para ayudar a mamá. 

Y así volver a ser la perfecta familia feliz de la que todo el mundo hablaba.

Quién iba a imaginar que papá estaba endeudado hasta las cejas hasta el punto de obligarlo a tener que trabajar en el extranjero durante varias semanas sin pasarse por casa. Que no tenía ni un coche con el que llevar a su hijo a la universidad en la que lo obligaba a estudiar bajo un "ya que has venido, podrías hacer algo de utilidad", aprovechándose del dinero que recibía de mis becas para saldar sus viejas cuentas.

Mi llegada a Londres había supuesto todo un lastre para él. Ahora tenía un hijo del que ocuparse. Otra boca más que alimentar. Un recurso que exprimir del que poder sacar el dinero que necesitaba para terminar de pagar sus deudas.

El rap me ayudó a despejarme, y los torneos, a ganar algo de pasta con la que permitirme una noche en Camden Town con mis amigos. El resto de la pasta desaparecía en las cuentas de mi padre. El banco se chupaba los billetes en menos tiempo del que se tarda en ingresarlo y eso provocó más conflictos entre nosotros.

"Es mi dinero."

"Eres un gasto y mientras vivas bajo mi techo ayudarás en lo que haga falta."

Las becas, insuficientes. El primer premio en los torneos de rap apenas daba para permitirme una triste bicicleta de segunda mano con la que poder desplazarme. Al final me compré una skateboard, y el resto del dinero lo usé para encontrar a la persona que me daría mi primer trabajo como traficante. 

Levi tenía el silencio de sus clientes bien comprado. Así que conseguir una dirección me costó la mitad del dinero que me quedaba. La otra mitad se me fue en el transporte que me condujo hasta su casa.

Levi tenía mala leche y al principio me costó empezar a trabajar con él. Tenía la mala costumbre de ponerme a prueba y me obligaba a hacer tareas menores como limpiar el piso que teníamos alquilado exclusivamente para realizar las ventas. Los rumores decían que había sido campeón de rap a los quince, y aquello me incentivó a querer llevarme mejor con él, pero el canijo era difícil de manejar.

Al poco tiempo de trabajar juntos nos acostumbramos a las manías del otro. Me hacía acompañarlo todas las noches a los suburbios de la ciudad para venderle la mercancía a drogadictos en potencia. Gente desesperada por algo que pincharse o con lo reventarse el tabique nasal. Cualquier cosa que los hiciera sentir menos muertos aunque irónicamente aquello acortase su esperanza de vida exponencialmente.

Pero no toda la gente era así. A veces íbamos a vender a fiestas ilegales que presidían las altas esferas del bajo mundo. De esas en las que hace falta una invitación especial para entrar o un sello de identificación. En esas fiestas conocía a gente importante y uno podía ampliar su agenda de contactos si sabía cómo camelarse a aquellos idiotas de grandes bolsillos. Levi me enseñó cómo hacerlo.

Me enseñó a reconocer los territorios de otros camellos y a respetar sus reglas, a seguir el protocolo de forma sistémica y a descubrir cuándo la policía se hacía pasar por un comprador primerizo.

Me enseñó a moverme entre la multitud de forma inadvertida, a que un buen traficante vende pero nunca consume y que las órdenes se acatan en silencio y con suma obediencia. 

Éramos buenos compañeros. Pero esa no es la vida que quiero.

Contemplo la lluvia que salpica el parabrisas, pienso en Mikasa y la echo de menos. Es la única persona que, pese a los kilómetros, ha logrado aportar algo de paz a mi vida desde el principio. Incluso después de que la asistencia social me separase de mi madre y perdiera el contacto con ella, nunca me olvidó. Y yo a ella tampoco.

No me considero un predicador del destino. Tampoco del amor. Pero sé que si nuestros caminos han vuelto a cruzarse, es porque hay algo que la vida tiene planeado para mí. Y Mikasa es una pieza indispensable de ese plan.

Inmediatamente recuerdo las advertencias de Ymir y vuelvo a dudar de si ha sido una idea acertada invitar a Mikasa a formar parte del golpe que planeo contra Zeke. Ponerla en peligro jamás podría estar más lejos de mi intención, pero siento que podré protegerla si la tengo cerca.

Necesito tenerla cerca.

El inconfundible tono de llamada de mi móvil me saca de mi ensimismamiento, recordándome lo empapado que estoy y el frío que hace, de modo que me apresuro a arrancar el coche para enchufar la calefacción y saco el aparato del bolsillo trasero del pantalón para atender la llamada.

Es Levi.

— Dime. 

Al otro lado, el silencio solo deja paso a su respiración todavía agitada, y yo recuerdo su mirada cargada de odio y secretos.

— Te ayudaré.

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