𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐎


Suelto un largo suspiro y observo el cielo, tan claro como el agua cristalina y atiborrado de frondosas nubes poseedoras de diversas y extravagantes formas, que son arrastradas a paso de tortuga por una ligera ráfaga de viento proveniente del sur, ¡y es entonces cuando caigo en la cuenta de que será la última vez!

Recuerdo que, poco después de que cumplí los dos años de edad, él y yo adquirimos la costumbre de recostarnos en el patio trasero y contemplar juntos el cielo... y nos retábamos a localizar la nube más grande y la más extraña. Y quien lo conseguía, se quedaba con el postre del otro: Una rica rebanada de pizza de salchicha e hígado con doble hígado, preparado por el mismísimo señor Porter. ¡Dios! Lo que daría por estar ahí ahora, en aquel patio junto a él, con mi hermano, aceptar su desafío una vez más y reírme a pleno pulmón de sus intentos fallidos por encontrar la nube más grande y más extraña, en lugar de estar aquí, en medio de una ruta de grava, con un intenso dolor infernal recorriéndome todo el cuerpo, sin poder moverme o hablar, mientras escucho tus gritos de consternación. Estás junto a mí, sin soltar mi pata derecha. Y desde hacía diez minutos me sigues diciendo que todo estará bien. Que la ayuda no tardará en llegar y que me voy a recuperar. Que saldré de esta y que una vez que me recupere escalaremos la montaña más alta de Bahía Aventura, que me enseñarás a conducir cuando cumpla la mayoría de edad y que me inscribirás en la escuela privada de canto y baile a la que siempre quise asistir. Pero tus ojos, aquellos ojos color ámbar y que yo heredé de ti, y que ahora están rojos por tanto llorar, me dicen lo contrario, y lo que tú y yo sabemos muy bien: este es mi fin.

Siempre pensé que moriría de otra forma. ¿Y cómo no? Después de todo, todavía me encuentro en la niñez. Una etapa llena de inocencia pura, en donde casi todo mundo ignora los peligros reales de este mundo cruel e indiferente. Siempre pensé que moriría de vieja, durante una siesta de la tarde, en algún asilo de ancianos, al lado de mis amigos de toda la vida. Pero como puedes ver, no ha sido así. Y la vida, aquella que alguna vez me sonrió todos los días desde que tengo memoria y que me regaló los mejores momentos, acaba de darme un duro golpe —literalmente— y ha decidido acabar con mi existencia antes de tiempo, cuando apenas empezaba a vivir.

Puedo sentir como mi alma está abandonando mi menudo y maltrecho cuerpo y una luz, tan blanca y cegadora como el sol en un día de verano, empieza a cernirse sobre mí. Ya no siento nada, tan solo un intenso pesar y sueño. Mi vista ya comenzó a nublarse, mis párpados caen. Oigo tu voz consternada suplicando una vez más: <<¡Despierta! ¡No te vayas a dormir, por favor!>>, y yo intento decirte que, sin importar qué, y sin importar adónde vaya, siempre te voy a querer. Y que ahora tendrás que quedarte con mi hermano y jugar con él, y aceptar su desafío de encontrar la nube más grande y más extraña y ganarle su postre; aquella rebanada de pizza de salchicha e hígado con doble hígado.

Pero tan solo pude decir dos palabras. Dos palabras que, y sin saber muy bien por qué, siento que marcarán un antes y un después que no solo te afectará a ti, sino también a muchos otros. Abro los ojos, y antes de perder la conciencia para ya nunca despertar, logro visualizar, a duras penas, tu silueta. Y una vez más, con ligera dificultad, digo:

—Te quiero.


[622 PALABRAS]

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