4.1: Y al atardecer...

ADVERTENCIA: Segunda parte de "Promesas Nocturnas". AU con presencia de OC. Situado entre Infinity War y Endgame, y después de Endgame.

Habían muchas cosas que Miryenna Wynthrev había tenido que experimentar. La mayoría de estas, habían sido malas.

Y por lo mismo, ella estaba muy familiarizada con el dolor.

Podía soportar un golpe capaz de sacarle el aire y más en menos de un segundo. Podía soportar el impacto de una caída dura que muy probablemente le rompería los huesos a cualquiera. Podía resistir bien los cortes de cualquier cuchillo, o el impacto de una bala. Podía soportar los choques eléctricos que la dejaban inconsciente pese a su resistencia, podía hacerle frente al dolor de las agujas, a la sensación igualmente abrasadora del frío o el calor, podía resistir los sueros de experimentación a los que fue sometida siendo aún muy joven.

Ella estaba familiarizada con el dolor, pero solamente era el físico.
Y el emocional...

Ella descubrió su vulnerabilidad ante el dolor emocional una vez que pudo ser libre de Hydra. Se dio cuenta que era su debilidad. Pero nunca había podido dimensionar del todo cuán desgarrador podía ser, y qué tan destructivo en comparación al dolor físico... hasta el día en el que, después de despertar aturdida por una batalla, la primera batalla que no pudo ganar, descubrió la horrible verdad.

El día que perdió ante Thanos, también perdió algo mucho más valioso.
Se vio separada de la gema que tanto quiso proteger. A pesar de todos sus esfuerzos, esa parte de ella le fue arrebatada irremediablemente.
Y ese día también perdió a su corazón.
Perdió a James Barnes.

Y Miryenna no sabía cómo vivir con ello. Jamás lo hizo.

Ni siquiera cuando comenzó a pasar por aquello que todos llamaban "las 5 fases del duelo", frase que no le gustaba usar. Ella no estaba en duelo. No podía estarlo porque él no estaba muerto para empezar...

¿No lo estaba, verdad?

Él simplemente no podía estarlo, y su mente se aferró a esa negación con todas sus fuerzas, incapaz de entender cómo, o por qué. Simplemente sentía en lo más profundo de su ser que no podía ser así. Era inaceptable, imposible. Nunca podría enfrentar algo así. No lo haría.

Y no salió de aquel trance interno. Ni siquiera cuando del llanto pasaba a la ira y viceversa, después de un momento fugaz de comprensión ante lo que estaba pasando.
Incluso cuando todos los demás comenzaban a avanzar. Incluso cuando Tony regresó del espacio con noticias que, en medio de la sensación de vacío, pudieron dale la esperanza que tanto necesitaba.
Incluso cuando esas noticias fallaron y ella regresó de su primer viaje fuera del planeta, solo para encerrarse en su vieja habitación de la base y poder llorar desconsoladamente al darse cuenta de la realidad.

Lo había perdido para siempre. Lo había perdido todo.

Miryenna no podía vivir así. Simple y llanamente no sabía cómo. Las noches volvieron a tomar el color del insomnio, y los días se volvieron grises. No podía comer y solamente se sentía languidecer en una espiral de nostalgia infinita, y las únicas personas que estuvieron para ella cuando aquello pasó, fueron Steve Rogers y Natasha Romanoff. Las únicas personas, a las que luego se sumaría Anthony Stark, que intentaron ayudar a la joven doliente. Las personas que intentaron, y fallaron, porque también estaban sufriendo. Porque todas habían perdido a alguien en ese fatídico día, y todas estaban intentando averiguar qué demonios hacer para salir de ello. Porque ninguno tenía que afrontar lo que ella, por más cruel que sonase, y porque era mejor así desde cierto punto de vista, según la misma Miryenna.

E incluso cuando, al final, de todo el equipo solamente quedaba una persona que estaba realmente dispuesta a hacer algo por la situación; la misma persona que, en un esfuerzo por sacarla de aquella espiral, la convenció de ayudarla en su cruzada y, mientras se esforzaban para tratar de arreglar las cosas o hacer que, cuando menos, funcionen en medio del caos, trataba de mantenerlas unidas y completas. Incluso cuando, gracias a esa persona, ella comenzó a ser finalmente capaz de hacerse a la idea de que, tal vez, él no volvería a ella,  esta vez de forma definitiva...

Incluso ahí, ella se sorprendió en muchas de las tardes, sin dejar de esperar.

Observando tanto desde la ventana de su habitación como la de una pequeña cabaña que construyó con ayuda de Stark, mirando hacia el lejano horizonte, hacia el atardecer, sin dejar de esperar.
Observaba con un anhelo silencioso, rogando que él regrese, una y otra vez, todos los días, desde que iniciaba la puesta de sol hasta que la noche caía finalmente. Ya no lloraba, lentamente había aprendido a vivir con el dolor hasta que dejó de sentirlo como algo tan ajeno. Ahora, solamente esperaba... con la misma sensación habiéndose convertido ya en una especie de amiga, una luz que a pesar de todo no se extinguía y gracias a ello se había convertido en valiosa y especial para la joven rubia. Esperaba y rezaba en silencio, observando hacia el mismo punto por alguna razón que no podía comprender, pero que parecía ser una reacción innata a esas alturas.

No fue pronto, pero descubrió que aquella decisión de esperar no había estado errada, cuando, después de 5 años, fue convocada por sus compañeros y descubrió que existía una forma de recuperar a aquellos que habían perdido.
No fue pronto, pero descubrió que ese instinto misterioso de observar siempre en la misma dirección había sido un presagio. Una señal de un futuro dudoso que ella eligió creer a pesar de todo, y que confirmó cuando, antes de la feroz batalla final, herida y agotada, pero decidida a no perder la última esperanza que la vida le había dado, volvió a girar hacia su lado izquierdo y observar, incrédula, cómo un portal mágico se abría...

Y en medio de todos los soldados, como si no hubiera pasado más de un segundo... él.
La misma ropa. La misma apariencia. La misma determinación en su mirada feroz, que se tornó aliviada al verla ahí, aparentemente a salvo, para luego tomar un matiz de preocupación cuando observó los golpes y heridas en su cuerpo, y luego convertirse en angustiosa cuando ella, incapaz de contenerse más tiempo y sin importarle si era o no real, o cuán doloroso sería si no lo era, corrió hacia él y se lanzó a sus brazos sin dudarlo, temblando sin control, incapaz de llorar pero experimentando el inicio del aluvión de emociones que inconscientemente había llevado conteniendo desde aquel trágico día en el que se descubrió sola, temiendo constantemente que tal vez su soledad esta vez durase para siempre...

—Miryenna... —susurró él, confundido y contristado, mientras la sostenía entre sus brazos en ese momento en el que nada, absolutamente, podía importarle más. Sólo ella.

La estrella más brillante de su universo.

Y ella no pudo hacer nada más que abrazarlo con todas sus fuerzas, abrazarlo con todo el fervor, el amor, y la tristeza contenidas por 5 años de añoranzas y memorias. 5 años y el esfuerzo de una gran parte de su vida que finalmente los habían llevado a aquel punto en el cuál ambos se volvían a ver, tal vez no en el mejor de los escenarios, pero volvían a estar juntos, sintiéndose, escuchando sus corazones latir con la fuerza que no habían sentido desde aquel trágico día.
El recuerdo del momento y lugar en el que se encontraban rompió su burbuja y ella se vio obligada a separarse del pecho de su amado y girarse en cuanto oyó aquellos gruñidos y sonidos amenazantes provenir detrás suyo, a varios metros de distancia.

Aquello no había terminado, no aún. Aún les quedaba una última batalla por enfrentar, antes de dedicarse a las preguntas y a las respuestas, a recuperar todo el tiempo que habían pasado separados, a contarse y comprender el lado de la historia que contenía aquel lustro de distancia. La joven rubia lo sabía bien, y por ello, sin decir nada, pero sabiendo que él lo entendería, lo soltó y preparó sus armas, dispuesta a pelear, y a sobrevivir el enfrentamiento para volver a encontrarlo...

Y mientras avanzaba, ya sin temor, hacia el peligro que corría hacia ella, pudo oír algo que había extrañado. Los latidos de un corazón, fuerte y gallardo, decidido, tal vez más de lo que jamás había estado.
Él también lo sentía. Él no estaba dispuesto a perder la vida en esta ocasión. No estaba dispuesto a perderla en ninguna otra ocasión.
Sin importar qué pasase, él no volvería a separarse del gran amor de su vida. Nunca más.

James Barnes había experimentado muchas cosas. Ninguna, de lejos, se acercaba en lo más mínimo a la enorme maraña de sentimientos que lo había inundado en el preciso momento en el que abrió los ojos en absoluta confusión, tendido en el suelo, preguntándose qué diablos había pasado. Preguntándose si el hecho de ver cómo su mano se desintegraba como si fuera arena ante sus ojos, seguido del resto de su cuerpo, no había sido nada más que una ilusión o una especie de retorcida pesadilla...

No tuvo tiempo de volver a preguntarse nada más. No cuando un resplandor misterioso y repentino lo cegó, y a pocos metros de él pudo ver una luz brillante que se expandía poco a poco entre patrones curiosos, formando una figura circular y emitiendo unas misteriosas chispas. Fue entonces que se dio cuenta que no estaba solo. Habían más personas a su alrededor. Personas que reconoció en parte por haber sido las mismas que se unieron a él en el campo de batalla, para defender su única esperanza de vida. Personas que ahora estaban paradas junto a él, con la misma expresión asustada y confundida, pero que al mismo tiempo, movidas por alguna fuerza misteriosa, se acercaban lentamente a lo que ahora comprendía, eran múltiples luces centelleantes que se expandían, rasgando el cielo y el aire, y abriendo una puerta hacia un paisaje desolado...

Fue entonces que los vio. Frente a él, múltiples criaturas igual o incluso más aterradoras que las que había enfrentado hacía solo unos minutos dentro de su mente. Seres imponentes y escalofriantes que se resguardaban en su feroz cantidad, y en el medio de todo, él. Aquel ser de otro mundo que ahora se veía mucho más amenazante que antes. Pero eso no fue lo que llamó su atención. No. Lo que él vio fue a un grupo pequeño y maltrecho de personas que estaba intentando reunirse para pelear contra un enemigo invencible en apariencia. Lo que él vio fue una figura familiar que sostenía un escudo destrozado, maltrecho, él mismo lleno de heridas y sangre, pero que prevalecía, dispuesto a pelear hasta el final o a dar su vida en el intento.

No le importó nada, ni lo que decía el hombre misterioso que flotaba cerca de él, o el rey del país que lo había acogido a pesar de su tormentoso pasado. No le importaron los gritos de guerra ni las arengas. Solo avanzó, sosteniendo el arma que había encontrado tirada cerca de donde él yacía al inicio, decidido a proteger a su amigo...
Hasta que su vista enfocó algo más. Y toda su determinación inicial se vio abrumada por el aluvión de sentimientos.

Ella. Siempre ella. Hermosa y radiante como el sol del amanecer. Viva y fuerte, pero también herida y agotada, y aun así, dispuesta a entregar cada aliento yaciente en ella para enfrentar a alguien que, dedujo por la mirada llena de ira y angustia, le había hecho daño. A ella. A todos.
El corazón le dio un vuelco cuando la joven finalmente giró a ver al grupo y sus ojos, anhelantes el uno del otro, se encontraron. Aquellos ojos hermosos que lo habían enamorado le mostraron en segundos una tormenta que desconoció, una tormenta que temió y lo hizo sentir culpable cuando ella, conteniendo a duras penas las lágrimas que amenazaban con salir, emprendió una carrera desenfrenada hacia él y se lanzó a sus brazos sin dudarlo.

—Miryenna... —susurró él, mientras la sostenía entre sus brazos en ese momento en el que nada, absolutamente, podía importarle más.

Sólo ella. Siempre ella.

La mujer no respondió. No lo haría. No rompería la magia con palabras que no tenían sentido. Solo se aferró a él como si fuera la vida. Se apretó contra su pecho y dejó que él la refugiase, confundido, furioso, angustiado, temiendo que algo horrible hubiese sucedido sin él saberlo. Quiso preguntar, consolarla, sostenerla entre sus brazos y calmar su congoja, pero los rugidos de los enemigos lo obligaron a soltarla y separarse de ella para ver a la lejanía, a los ejércitos oscuros acercarse, amenazantes y dispuestos a segar todas las vidas que pudieran llevarse consigo.

Aquello no había terminado, no aún.

Y hasta que no hubiese un final, él debía esperar. Junto con sus preguntas. Junto con sus temores y sus culpas.
Esperaría, una última vez. Y por su vida, juró en ese instante y en silencio, que esta vez la volvería a encontrar luego de la batalla, y después no volvería a alejarse nunca más, ni a dejarla ir otra vez. La volvería a encontrar, con vida.
Tenía que encontrarla con vida.

—Sobrevive, James... —pidió ella, como si adivinase sus pensamientos, sus temores. Obligándose a empujar su tribulación a los rincones más oscuros y alejados de su mente, el soldado asintió con firmeza. escuchando los pasos de sus compañeros. El llamado de Steve a la guerra que definiría el futuro y el destino no solo de los que estaban luchando ahí, pero de todos aquellos que vivían y habían vuelto a la vida.

A él no podía importarle menos. No cuando su juramento, su corazón, el amo de sus sentimientos y anhelos ya estaba consagrado por completo a otra persona. Persona que estaba a punto de correr esos mismos riesgos sin hesitación, sin miedo.

—Volveré. —susurró finalmente, llamando la atención de la rubia, que se giró para verlo una última vez. Sus ojos, cielo y tierra, finalmente se encontraron, y se siguieron hasta perderse cuando el grito de batalla los hizo correr hacia el enemigo. Más valientes que nunca. Dispuestos a matar. Decididos a ganar.

Anhelando volverse a ver... volverse a amar.

"Volveré" era lo único que pensaba el antiguo sargento, decidido a pelear contra el cielo y la tierra, contra el maldito destino, y contra los mismos dioses de ser necesario, si es que alguno tenía la desgracia de interrumpir más la odisea de sus vidas. "Volveré" juró en silencio, incluso cuando estaba tendido en el suelo, su vida al borde del peligro en más de una ocasión, mas no así su determinación de cumplir con la promesa que se hizo a sí mismo, en nombre de ella.

Y finalmente, pudo decirlo en voz baja, cuando el desastre terminó y la victoria con sabor a lágrimas de incredulidad y de triunfo ganado bajo un costo tan grande como inimaginable, llegó a ellos. A él, en el momento en el que su amada, con lágrimas llenas de emociones encontradas y salvajes como un torbellino, se acercó a él para abrazarlo con todas sus fuerzas, y finalmente, permitirse besarlo con anhelo, un anhelo contenido por media década de incierta soledad.

"He vuelto... Miryenna" susurró sobre sus labios, acunándola contra sí.

"He vuelto a tu lado."

—¿A dónde vamos? —preguntó casi como si fuera un niño pequeño, después de haberse despedido de Stark.

Después de la derrota de Thanos y sus huestes, gracias al gran sacrificio hecho por el hombre, había sido un milagro, y una ayuda combinada de algunos hechiceros guiados por aquel sujeto que se hacía llamar Dr. Strange, y una recién revivida Wanda Maximoff, el que pudiera sobrevivir a sus lesiones casi sin daños y solo con algunas cicatrices que le recordarían de por vida lo que él, y todo ese grupo de personas sin duda maravillosas, pudieron hacer con tal de devolverle a la humanidad algo que incluso ellos mismos habían perdido.

Hogares. Amor. Esperanza. Perdón.

Libertad.

Miryenna Wynthrev y James Barnes habían pensado por tanto tiempo que no podrían obtener ninguna de esas cosas en sus vidas, y sin embargo, luego de haber visitado a un convaleciente Tony —no sin cierta reticencia por parte de Bucky—, este había sido muy directo en sus palabras respecto al tema. Para nada carente de razón, mas bien, debía agregar.

"¿Y ahora a quién demonios les interesa la estúpida deuda que dicen tienen ustedes con el mundo? Ya la saldaron, lo hicieron más de una vez. Váyanse a vivir sus vidas en paz. Es lo mínimo que merecen."

Amor... ya tenían amor. Se amaban el uno al otro, tal vez más que nunca en esos instantes, y ahora que también tenían el perdón, y posiblemente, la esperanza de un futuro mejor también, podían decir que finalmente eran libres de vivir. De amar. De existir. De tener un hogar.

Y sin embargo, cuando él trajo el tema a colación, a sabiendas de que tal vez era algo apresurado en esos instantes, Miryenna dejó de reír y bromear, solo para, después de unos minutos, despedirse, subir al auto, y de repente conducir lejos de todo bajo la agradable luz del atardecer, hacia una parcela agradable que, al parecer y según lo que dijo la rubia mientras comentaba sus largos meses de espera, era el hogar que ella había elegido, lejos de la ciudad, lo suficientemente aislado como para permitirle estar en calma y...

Y el corazón de James repentinamente dio un brinco cuando, de repente, el auto se detuvo frente a una adorable y espaciosa construcción, y ella bajó de este solo para tocar y abrir la puerta de la casa, controlada remotamente por Friday, cortesía del, curiosamente y al parecer muy generoso Tony Stark.

No se esperaba que, del interior de esta, dos criaturitas saliesen corriendo con sus pequeñas y regordetas piernecitas, entre chillidos alegres y risitas, echándose a los brazos de su amada, que los recibió entre estos con cariño, acariciando sus cabecitas y hablándoles con una voz tan dulce como quebrada, y llena de alegría.

Dos pequeñas criaturitas que, por alguna razón que su cerebro no lograba captar en ese momento, tenían el mismo color azul de sus propios ojos, la forma del rostro de ella, la manera de reírse de él, y, al menos la niñita, también esos hermosos bucles del color del sol que tanto llegaron a enamorarlo a él en su momento.

Dos niñitos de la misma edad, que ante su incrédulo conocimiento, besaban el rostro lleno de lágrimas de Miryenna... llamándola mamá.

Mamá...

De repente algo cayó en cuenta frente a él.

Si sus cálculos eran correctos, esos pequeños debían tener entre 4 a 5 años.
Casi el mismo tiempo que... que él...

"Jamás dejé de esperar. Incluso mientras miraba el atardecer con desesperanza, siempre esperé. Esperé por un milagro, James..." recordó que dijo, poco antes de despedirse de Tony y su familia.

Y efectivamente, había esperado. Había esperado tanto... pero no solo por él. Y definitivamente, no solo por ella tampoco.

—¿Mamá? —preguntó el niñito cuando finalmente reparó en su presencia, tan receloso como interesado con esa inocencia que solo los niños de su edad poseían. Ese pequeño, un niñito de cabellos que ahora sabía, eran tan castaños como los suyos. Tan idénticos a los suyos...

Tan suyos.

—¿Mami, quién es? —preguntó a su vez la pequeña niña rubia, idéntica a su amada, mientras se acercaba con más audacia a ese hombre. O tal vez, tan movida por su curiosidad, al ver que se parecía mucho a su hermanito gemelo, que la seguía cauteloso, intentando entender qué pasaba, tal vez...

Por toda respuesta, Miryenna lo miró, expectante. Tan expectante como los niños.

Tan profundamente emocionada, tanto com él. Como su voz temblorosa cuando finalmente dijo la verdad y, por toda respuesta, fue atacado por risitas, abracitos, y una sonriente y cálida sonrisa seguida de dulces besos.

Él era James Barnes. Antiguo héroe de guerra. Sobreviviente del mismísimo infierno. Hombre enamorado. Pareja amorosa. Padre de familia.

Él era James Barnes, y había cumplido con su promesa, porque finalmente había vuelto. A un hogar anhelado, con una familia que tanto soñó, bajo la esperanza de un futuro mejor, el perdón tan buscado por su corazón angustiado, y la libertad que alguna vez le había sido arrebatada.

Finalmente, Bucky Barnes volvía a estar vivo. Y ahora tenía una oportunidad de volver a ser feliz.

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