3: Presencia necesaria.
ADVERTENCIA: Detalles AU con muchos flashbacks. Post-Civil War.
"Lo llaman el Soldado del Invierno..."
Las palabras resonaron en su cabeza con la misma fuerza que cuando las oyó por vez primera, hacía mucho tiempo.
Todos lo conocían ahora. El asesino, el puño sangriento de HYDRA, el antiguo sargento y héroe de guerra que luego había sido capturado, reprogramado y enviado a sembrar el caos en el mundo durante los últimos 50 años. Todos le temían, le odiaban, le maldecían, buscaban castigarlo por todos sus crímenes y algunos hasta incluso decían que se merecía la muerte. Ella había oído muchas condenas y palabras de odio dirigidas hacia el considerado como el criminal más peligroso de todos los tiempos. Pero sabía que, si tan solo lo hubieran conocido como ella lo hizo, no pensarían así.
Si lo hubieran conocido como Natasha Romanoff lo hizo, sabrían que detrás del asesino se encontraba una persona como cualquier otra, con un corazón y sentimientos como cualquier otra, marcados por la única diferencia que llevaba un símbolo, una historia oscura y trágica que nunca eligió, y de la cuál jamás tuvo oportunidad de huir...
Ella era apenas una adolescente cuando lo conoció.
Estaba aún siendo entrenada en la KGB, frisaba los 19 años, y ante los ojos de cualquiera que la viera por casualidad en la calle, ella podía pasar como una adolescente normal como cualquier otra, con amigas, una familia e incluso algún novio. Sin embargo, las cosas eran diferentes. Ya no tenía familia, no tenía hogar, no tenía nadie a quién amar; y a su corta edad, ya había cometido más asesinatos en Rusia que cualquier otro, bajo las órdenes de sus superiores, sin ser atrapada jamás. A pesar de aparentar una falta de deseo ante la vida normal de las jóvenes que a veces veía por mera casualidad; de intentar convencerse de que no la necesitaba en absoluto, de que estaba bien así, la realidad era otra.
Lo extrañaba. Extrañaba su vida pasada.
La añoraba tanto que habían noches en las que quedaba en vela, llorando en silencio.
Quería salir de ahí. Huir.
Si no podía volver al pasado y evitar que todo sucediera de nuevo, entonces debía escapar para alejarse de ese infierno. Debía correr tan lejos como pudiera para ser libre, porque podía serlo, ¿no es así?
No. No tenía ninguna oportunidad.
No quería anteponer su vida ante su libertad. Tenía demasiado miedo para intentarlo.
Su único consuelo era cerrar los ojos y aparentar, convencerse de que no necesitaba al mundo, de que estaba bien así. O eso creía...
Hasta que un día lo vio llegar.
Y con él regresó la chispa de la rebelión que lentamente amenazaba con extinguirse.
Alto, imponente, serio y casi tan frío como el alias con el que era conocido. Se paró frente a ella y la miró sin emoción. Por su parte, la joven estaba claramente sorprendida. Era increíble... la leyenda de la que tanto le habían hablado estaba frente a ella.
-Natalia... seguro ya conoces a James Barnes. Lo llaman el Soldado del Invierno. Él se encargará de entrenarte y mejorarte para que finalmente podamos enviarte a misiones sin restricción alguna.- la pelirroja asintió en silencio, firme.- Sargento Barnes, esta es Natalia Romanova. Comenzará a entrenarla mañana mismo.- el hombre la analizó con la mirada. Y el que los había reunido se apartó en silencio dejándolos solos. Ninguno dijo nada más; James solamente inclinó la cabeza firmemente a modo de despedida y se alejó por el pasillo. La joven lo miró hasta que desapareció de su vista y casi de inmediato ella caminó en dirección contraria para encerrarse en su habitación...
Comenzando a preguntarse por qué la habían elegido a ella para ser entrenada en persona por la leyenda.
Y sobre todo, cuestionándose el por qué de su aspecto tan humano, detrás de su apariencia despiadada.
Por enésima vez, la pelirroja cayó presionada contra el suelo. Detrás de ella, mirándola con cierta desaprobación, el castaño hacía un leve chasquido con la lengua. Comenzaba a irritarse, pero no contra él, contra sí misma. Hasta ese entonces había tenido la idea de que era la mejor, y al parecer lo era entre todas sus compañeras, pero comparada con otros... seguía teniendo un nivel deplorable. Inaceptable. Con rabia, golpeó el suelo fuertemente. Eso no arregló mucho la situación.
-Sigues cometiendo el mismo error Natalia. -dijo con la voz fría como siempre.- Te dejas dominar por tus emociones. En una misión real, si dejas que la frustración mande, te harás matar. Debes ser fría, capaz de controlarte y manejar la situación a tu antojo. -solo obtuvo un gruñido como respuesta. Su aprendiz no se atrevía a girar y mirarlo.- Además, no puedes darme la espalda. Si lo haces en un combate...
-Me matarían, lo sé. -respondió en el mismo tono molesto.
-Que yo sea tu entrenador y que este no sea un combate a muerte no cambia eso. No puedes confiar en nadie, no puedes confiar en mí. En cualquier momento este podría dejar de ser un combate de entrenamiento y yo no te diría nada. ¿No pensaste en eso nunca? -la joven apretó los labios. Esas reprimendas eran demasiado incómodas. Sin duda prefería los primeros días, donde se limitaba a corregirla o a señalar sus errores, sin decir nada. Era parco, pero preferible a nada.- Eso pensé. Aún eres una niña inmadura, Natalia.
Y esa fue la gota que derramó el vaso.
Sin dudarlo, se levantó de un salto y atacó sin avisar, tomando por sorpresa al hombre, que ya se había dado la vuelta dando el entrenamiento por terminado. Este se zafó con una maniobra hábil e intentó golpearla con su brazo metálico, pero la pelirroja era más ágil, y en unos minutos, finalmente lo tenía acorralado contra una pared. La furia brillaba en sus ojos verdes, que si hubieran tenido la habilidad de matar, en ese instante habrían fulminado al soldado. Pero para su sorpresa y mayor enojo, este solo sonrió.
-¿Ahora de qué te ríes? La niña te venció, idiota. -gruñó olvidando el respeto que hasta ese momento le había tenido.
-Es por eso que me río. Finalmente, aprendiste a canalizar tus emociones del modo correcto. -Natalia giró la cabeza, levemente confundida.- Fue un progreso muy bueno, lo admito.- solo en ese momento, las palabras cobraron sentido para ella y esbozó una sonrisa amplia, orgullosa. -Pero no cantes victoria, me aseguraré que la siguiente vez no me atrapes desprevenido.
-Mantente alerta siempre, entonces. -dijo la espía con cierta altivez. Él solo asintió y giró para irse a su habitación. -¡James, espera!- el soldado giró para verla.- Gracias... por enseñarme. -de nuevo parco y cerrado, asintió con la cabeza y se alejó. Natalia se dejó caer sobre el suelo, suspirando de felicidad, una que pocas veces sentía. Ignoraba la razón de su regocijo, pero no le importaba saberla. Solo quería disfrutar su momento.
Por su parte, el castaño se encerró en su recámara y dio vueltas como fiera enjaulada. Estaba confundido. ¿Por qué había reído? ¿Por qué le había felicitado? En ocasiones anteriores, habría contestado parco y se habría retirado, pero esta vez... sintió algo. ¿Felicidad? ¿Y por qué sentía felicidad? No lo entendía. Debía ser el cansancio que le provocaba debilidad. Quedando con esa conclusión en su memoria, se recostó sobre su litera y procuró quedarse dormido.
Pero no fue fácil.
En su mente, para su regocijo y desgracia, una imagen alteraba sus emociones transformándolas en torbellinos indescifrables. Una imagen familiar que, solo hasta ese momento, se había atrevido a ser nítida e invadir sus sueños sin permiso alguno. Una imagen menuda, esbelta y ágil, de cabello rojo como el fuego y ojos verdes como esmeraldas.
La imagen de su aprendiz, Natalia Romanova.
★★★
-Terminamos por hoy.
James se levantó del suelo y tomó una toalla para secarse el sudor que escurría por su frente. Natalia se estiró e hizo lo mismo. Desde esa ocasión en la que ella lo había vencido, la relación entre ambos había mejorado considerablemente, a tal punto que en ciertas ocasiones él reemplazaba los entrenamientos por conversaciones cada vez más largas, más amenas... más profundas. A ella le había confundido ese cambio en un principio, pero ahora no podía estar más feliz por ello. Finalmente comenzaba a conocer al hombre tras la máscara. Por su parte, James principiaba a disfrutar de la compañía de la joven. No solo era impredecible y letal, sino que también era astuta, pícara, y sus comentarios agudos casi siempre le sacaban risas y lo ponían de mejor humor. Lo hacían rodearse de un sentimiento inexplicable, que había tratado de repeler al inicio, por mucho tiempo, pero que había persistido tanto hasta volver a aunarse a él, a despertar algo que creía dormido para siempre.
Su humanidad.
La joven espía lo estaba volviendo más humano, más consciente. Más libre de lo que nunca se imaginó. Lentamente, las barreras impuestas por sus captores iban decayendo, flaqueando, y a pesar de que nunca se iban del todo, al menos ahora le permitían recordar, entender, sentir. Y esto era una maldición y una bendición a la vez, porque ahora comprendía que tenía un corazón. Que tenía un nombre. Que era humano como todos los demás, y no un arma como "siempre" había creído.
Y sin embargo...
Sin embargo, los recuerdos también podían ser amargos y crueles además de dulces y pacíficos. Porque en muchas ocasiones, a su mente volvía el caos y el dolor que había dejado sin pestañear, sin conmoverse en lo más mínimo. La sangre de cientos, sino miles, de inocentes lo ahogaban durante sus pesadillas nocturnas cada vez más recurrentes, y la culpa lo consumía vivo. La culpa de saber que ahora él estaba sucio, roto, manchado, a pesar de no haber tenido ni el control, ni el deseo de realizar algo que, de haber tenido la oportunidad, habría detenido gustoso aún si eso le costaba la vida.
Aquel día, él se había comportado más parco de lo normal. Las pesadillas habían sido muy explícitas la noche anterior, pero como si no tuviera suficiente tortura emocional, sumado a los recuerdos del pasado, se sumaron dos imágenes que quemaron su mente al rojo vivo, imprimiéndose con tal fuerza que él consideró saltarse el entrenamiento de ese día. Mas no era una opción. Si lo intentaba, sospecharían, y entonces volvería al inicio de todo, una marioneta sin nombre, sin identidad, sin alma.
Así que había ido, evitando constantemente la mirada vivaz de la espía, y si bien no habían peleado como tal, sí que habían intercambiado tácticas de lucha -a pesar que él las conocía casi todas- y James le había dado consejos para mejorar su técnica, llevándolos finalmente a la práctica casi en el final del entrenamiento, para alegría de ella.
-Tus progresos son mucho más notorios, Nat. -ella sonrió discretamente, agradecida con el cumplido. Ese apodo, si bien la había confundido al inicio, ahora le encantaba, la hacía sentirse más humana. Más normal.- Creo que en poco tiempo vas a vencerme sin esfuerzo.
-No bromees James. Ambos sabemos que nadie sin superpoderes puede vencerte. -y sonrió, tierna y fugaz. Sintiendo su corazón latir desbocado y alegre. Mas el sentimiento se desvaneció en cuanto el castaño agachó la cabeza, ocultando un mohín de tristeza. Ella tenía razón. Siempre lo habían intentado... y jamás lo lograron. Ninguno lo logró.
Porque de ser así, él no estaría vivo, y todos esos inocentes sí.
-Si tu lo hicieras sería bueno... tal vez así controlarías al monstruo.- las palabras de James calaron profundamente en el corazón de Natalia. Ahí estaba, otra vez ese fantasma sombrío que atormentaba el corazón del soldado. Uno que apenas si se mostraba, pero que cuando lo hacía, lo golpeaba implacablemente por la culpa. Una que solo podían sentir aquellos que nunca tuvieron elección.
-James, basta. Tú no eres ningún monstruo. Jamás lo fuiste y nunca lo serás.
-Natalia... ¿acaso sabes lo que hice en el pasado? -ella asintió firmemente y él bajó la cabeza.- No puedes decirme que no soy algo que todos saben que soy.
-No me importa lo que diga y piense el mundo, no me importa lo que hayas hecho o no. Yo he visto que eres diferente a lo que todos creen, y te quiero así.- el castaño alzó la cabeza con brusquedad.
-Tú... ¿qué? -la joven bajó la cabeza ruborizada. No había controlado sus palabras y se había ido de lengua cuando nunca antes lo había hecho. Quiso darse un golpe y retractarse de inmediato, pero cuando miró a los ojos azules del hombre, comprendió que su secreto había sido revelado.- Natalia... ¿qué dijiste?
Por toda respuesta, ella suspiró. Ya no tenía caso ocultar la verdad. Estaba completamente segura de que él la había escuchado. Lo sabía. Tenía la oportunidad de retirar sus palabras, pero esta era vana ahora. Él lo sabía.
-No voy a mentir. No si ya sabes lo que dije. -James sintió su corazón doler ante la oleada de sentimientos que lo golpeó con fuerza.- Te quiero Barnes.
"Te quiero..."
Las palabras resonaron en el ambiente cerrado. Lo quería... Natalia lo quería. Ella aguardó su respuesta ansiosa y temerosa a partes iguales, por largos minutos y segundos. Cuando él finalmente reaccionó, las esperanzas de la joven estaban casi destruidas y comenzaba a girar lentamente para irse, comprendiendo que él no sentía lo mismo por ella, que solamente habían sido sus ilusiones, las de un sentimiento desconocido que nunca debió instaurarse, pero que habían llegado tan repentinamente y de las que no se arrepentía en absoluto porque le habían traído una dulce felicidad...
No se esperó aquel tirón suave y repentino en su brazo derecho, que la hizo girar rápidamente, aturdida.
No se esperó ese abrazo intenso, necesitado, sediento del contacto negado por años, que él le brindó.
Su primer impulso fue apartarse, como siempre lo hacía ante todo contacto, pero no pudo. Su cuerpo no reaccionó. Después de cinco largos segundos, recién asimiló lo que sucedía y correspondió al abrazo sin temor ni dudas, sin que le importara nada más que su corazón latiendo con fuerza ante las emociones que la invadieron en tropel, en casi perfecta sincronía con el de su compañero, que temblaba suavemente entre sus brazos, y que se negaba a separarla de sí, sosteniéndola contra su pecho como si ella un tesoro que mantenía la vida del antiguo soldado. Cuando finalmente se separó, ella le sonreía.
-Te necesito en mi vida James. -confesó finalmente, segura de que eso era lo que su alma deseaba.
-Y yo te necesito en la mía Nat. Pero no puedo arriesgarte. -la pelirroja sintió que algo se rompía en su interior.- Si descubren que existe algo más entre nosotros... te harán daño... me apartarán de ti. No puedo permitir que te lastimen.- ahora ambos comenzaban a volver a la realidad.
La cruel realidad que los separaba, que les quitaba la felicidad una vez más.
-Entonces te esperaré. Hasta que seamos libres... hasta que el peligro nos deje en paz y podamos estar juntos. -él abrió la boca pero ella volvió a callarlo.- No puedo simplemente olvidarlo todo y dejarte atrás, como si nunca hubieses existido en mi vida. Por favor... no me niegues esta esperanza.- el castaño bajó la cabeza por largos segundos. Preguntándose qué tan posible era ganar su libertad, salir de ahí, empezar un camino juntos. Finalmente, y después de otros largos segundos, asintió. Después de todo... la esperanza de la joven era la única que le quedaba a él.
-Entonces jamás me dejes ir. Mientras me recuerdes... habrá una esperanza para nosotros. -ella asintió, ansiosa, y se volvió a fundir con él en un abrazo que contenía la misma pasión entre ambos corazones.
-Lo recordaré, lo prometo. Te recordaré siempre.
Y lo haría, a pesar de todo. De eso no le cabía duda.
El recuerdo de la promesa caló profundamente en ella, como cada vez que la imagen volvía a su memoria.
Los años sin él habían sido duros, dolorosos, marcados bajo el estigma de que, ahora que ella había terminado su formación final, la presencia del soldado ya no era necesaria. Se lo llevaron, sin que él pudiera protestar. Lo separaron de ella sin que pudieran despedirse.
Pero los años que pasó después de los encuentros trágicos en los que intentó matarla, sin recuerdos de su presencia en su vida, fueron incluso peores. Ella sabía que él no era malo como todos creían. Ella lo conocía y sabía que no era así. Y sin embargo, había tenido que enfrentarse a él para evitar que la matara. Había recibido heridas y las había brindado, su corazón siempre retorciéndose de dolor mientras, a su mente, venían los recuerdos de la persona gentil que había vuelto a desaparecer, arrastrada a un vórtice de eterno sufrimiento.
Deseaba con fuerza que él supiera que había cumplido la promesa a pesar de todo...
Deseaba que él no hubiera olvidado lo que alguna vez fueron...
Su mirada cansada lo observó, con algunos atisbos de esperanza. Miró su rostro durmiente y recordó el momento en el que la cápsula era abierta por Shuri, mientras decía algo sobre los recuerdos que despertarían en ese lapso y que poco a poco se activarían en su mente. Recordó el momento en el que lo trasladaron a esa cabaña alejada en Wakanda, aún dormido, y cómo ella lo siguió en silencio, decidida a quedarse a su lado hasta que despertara. Recordó las horas en las que había permanecido tomando su mano, esperando a que despertara.
Y en medio de sus recuerdos... él finalmente reaccionó.
-Nat... -susurró mirándola tímidamente. Su voz provocó que su corazón se detuviera bruscamente y giró con rapidez, incrédula. Por un momento pensó que estaba soñando, delirando como tantas otras noches. Pero al verlo incorporarse y sonreírle, lo comprendió todo.
-¡James! -casi gritó mientras se lanzaba a abrazarlo, dejando salir algunas lágrimas rebeldes. Él había vuelto. Había vuelto a ella.- Estás aquí... estás conmigo. -el soldado sonrió con algo de pena.
-Dijiste que me necesitabas en tu vida... y te dije que también te necesitaba en la mía. No podía apartarme y dejarte sola. Lo prometí, ¿no lo recuerdas? -ella sonrió mientras sentía su mano secar sus lágrimas con delicadeza.
-Gracias... gracias por cumplir tu promesa. Gracias por volver a mí. -sin dudarlo, Natasha se inclinó sobre él, y esta vez lo besó, con el amor contenido por tanto tiempo, siendo correspondida con la misma intensidad.
Finalmente, después de tanto tiempo, después de tantos intentos de separarlos y enfrentarlos, después de tantas esperanzas rotas y perdidas... ellos lo habían conseguido.
Finalmente el soldado y la espía, podían estar juntos.
¡Tercer ship de regalito!
Mañana se viene la segunda parte de este, lo prometo.
ValerieMN
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