3.1.: Espíritu de fuego.
ADVERTENCIA: Segunda parte de "Presencia Necesaria". AU situado después de Endgame, en el que Natasha todavía sigue viva (SÍ, LA TRAJERON DE VUELTA, NO SÉ CÓMO PERO LA TRAJERON DE VUELTA Y ESTÁ VIVA, PUNTO).
Era una noche tranquila. Muy tranquila, a decir verdad.
Las calles de Brooklyn solían ser algo bulliciosas cuando se ponía el sol y él lo sabía, pero esa noche, la quietud había hecho presa del ambiente. Tal vez sería el clima más frío de lo normal, tal vez sería alguna festividad que su mente desvencijada -según él- no conseguía recordar, pero aquello le importaba muy poco en ese momento, a decir verdad.
Porque esa era una noche tranquila, y preciosa. La luna brillaba, suave y conciliadora, una suave brisa recorría las calles desiertas, y él estaba sufriendo de una noche más en medio de una racha de insomnio que parecía no terminar pronto, encerrado en un pequeño apartamento que, si no lo veía dar vueltas encima de su futón, noche tras noche, rehusándose a usar la cama como siempre, lo veía despertar agitado y lloroso después de las pesadillas que seguían persiguiéndolo. Tal vez esta vez sería una buena oportunidad para poder salir de aquella rutina de miseria y caminar un poco para despejarse de los pensamientos oscuros que siempre lo atacaban cuando se encontraba en aquella soledad enclaustrante, cada vez que caía el sol.
Él necesitaba salir de ahí al menos por una vez, y eso fue lo que hizo. Y ahí se encontraba, vagando sin rumbo en medio del silencio, disfrutando ligeramente del ambiente solitario y el ruido lejano del corazón de Nueva York, del frío discreto que lo hacía estremecerse y sonreír, de las calles que lo hacían recordar tiempos mejores, antiguos...
Estuvo avanzando tan distraídamente, que cuando se dio cuenta del cambio en la iluminación y el sonido, retrocedió instintivamente, cubriendo su rostro como lo había hecho todas las veces desde que recuperó la memoria, y maldiciendo su abstracción entre dientes.
Tan a gusto y tan distraído había estado, que había terminado por alejarse bastante de su apartamento, y ahora se encontraba cerca de una pequeña feria ambulante.
Oculto en las sombras, rogó que nadie lo hubiera visto, mucho menos reconocido, pero la gente parecía tan absorta en sus propios asuntos que ignoraron completamente su presencia, algo que agradeció de manera profusa y silenciosa. Y ya se disponía a regresar por el mismo camino por el que había venido, hasta que se dio cuenta de algo.
No era importante, solo un pequeño detalle tan insignificante que podría haberlo pasado por alto, pero que por alguna razón no lo hizo. Curioso, se inclinó un poco, saliendo del callejón con discreción, observando...
Era una pareja. Unas jóvenes que muy probablemente no habían salido de la veintena aún. Habían estado ahí por un largo rato ya, entre risas, abrazos, susurros y besos, pero eso no había sido lo que llamó su atención, sino lo que vino después. Después, cuando la más alta de las féminas, susurrando algo al oído de su compañera, hizo que esta se parase frente a las luces de la gran ciudad, iluminada graciosamente por las suaves luces de la feria a su alrededor, y con una gran sonrisa, seguramente impulsada por su pareja y por el jolgorio que claramente podía respirarse en el ambiente.
Fue ahí, cuando de pie en un hermoso encuadre, su novia tomó su teléfono, le indicó algo que no logró entender, y entonces él lo vio. Un pequeño flash, un sonido que, si bien no le era muy familiar, sí sirvió para traer a su mente recuerdos que creía perdidos para siempre. El resto del momento se le antojó irrelevante y fácil de olvidar, pero sus pensamientos estaban fijos en el flash y el sonido, y lo que aquello significaba.
Una fotografía.
Una pareja que había decidido inmortalizar un momento feliz en la vida de ambas en una imagen exacta que mantendría aquel recuerdo, aquella sonrisa, eterna e inmortal, solo para ellas y nadie más.
James Barnes venía de tiempos muy diferentes, tiempos en los que muchas cosas habían dejado de existir y otras ni siquiera figuraban en la mente de aquella sociedad. Había conocido las fotografías, sí, pero eran muy diferentes a las actuales, y mientras ahora se las consideraba como una forma más de guardar memorias de todo tipo, todas las veces que quisieran, en aquel pasado lejano eran un lujo que muy pocos podrían conseguir, y que, si lo lograban, debían asegurarse de que fuera exactamente lo que querían, sin errores o imprevistos que se volvieran imperecederos en la imagen.
James había visto y vivido muchas experiencias con las fotografías antes de la desgracia que le borró la sonrisa de los labios, y debía reconocerlo, esto lo había vuelto algo perfeccionista y detallista cuando se trataba de esta clase de detalles. Pese a la facilidad con la que ahora podía encontrar y tomar las fotografías que quisiera, él prefería que la magia de aquel acto solamente se destinase a determinadas ocasiones...
Y en aquel momento, sus deseos de poder tener una fotografía especial renacieron con fuerza, cuando se dio cuenta que finalmente había encontrado el momento ideal que quería inmortalizar.
Una sonrisa.
La sonrisa que él consideraba como la más hermosa del mundo.
Aquella que lo hacía sonreír, que lo hacía sentir feliz, y más vivo que nunca.
La sonrisa de su espía favorita.
Y es que, a pesar de todos los años que llevaban estando juntos, eran muy contadas las veces en las que la había visto sonreír. Y no hablaba de sus clásicas sonrisas perfectamente ensayadas, pícaras, con un aire seductor y confiado, sino de aquellas que le nacían en aquellos momentos inesperados, aquellos que precedían a una risa sonora y dulce, contagiosa, capaz de conmover su corazón adolorido. Eran pocas, sí, pero él podía recordarlas todas a la perfección, mientras deseaba que fueran más...
La primera vez que la vio, ella aún era joven e inexperta, y acababa de vencerlo en un combate de entrenamiento por primera vez. En medio de las emociones mezcladas, cuando finalmente pudo comprender lo que había pasado, lo que había hecho, y entonces sonrió... orgullosa, altiva, pero genuinamente emocionada por haber ganado un enfrentamiento contra el poderoso Soldado del Invierno...
Si tan solo hubiera sabido que desde ese día ella había ganado algo más valioso...
La siguiente vez pasó cuando estaban en una misión juntos, una de las pocas que pudieron compartir. Bajo una coartada de dos amigos que estaban de vacaciones en un país con alta afluencia de turismo, ambos tuvieron la oportunidad de disfrutar disimuladamente de la riqueza cultural del lugar, y fue cuando él, movido por un impulso ciego y confuso, decidió comprarle un brazalete hecho por un artesano de la zona como regalo, que la vio sonreír por segunda vez.
Y aquella sonrisa era completamente diferente a la primera, sin ningún aura de orgullo rodéandola, en vez de ella solamente había ternura, aprecio, curiosidad por recibir algo que no fueran órdenes o armas. Incluso pudo atisbar cierta nostalgia en su mirada brillante, misma que, agradecida, acompañó esa pequeña sonrisa tierna que se acercaba para rodearlo en un abrazo cálido... el último que habría de recibir de ella por mucho tiempo...
La tercera vez sucedió no hacía mucho, a decir verdad. Al menos para él, no había sido así, hasta que se dio cuenta que en realidad, había pasado más de un lustro desde aquel día. Muchos de sus recuerdos de aquella temporada eran borrosos y atropellados, pero podía decir que, de entre las pocas cosas que podía recordar con claridad, aquella era la más diáfana, seguida solamente por la vez en la que finalmente pudo recordar quién era él, gracias a Steve...
Aquel día él había despertado, aturdido, cegado por las brillantes luces y los sonidos distantes que poco a poco salían de la bruma que parecía envolverlo. Aún confundido, movió la cabeza suavemente, buscando ver dónde estaba, entender qué estaba sucediendo... hasta que la escuchó.
Fue solamente cuando vio su rostro, plasmado en una mueca de tristeza y alegría mezcladas, acercarse a él para envolverlo en un tierno abrazo que se le antojó bellamente eterno, que finalmente pudo recordarlo todo... quién era él, dónde estaba, qué estaba pasando... y quién era esa mujer...
Su bella dama sonriente. Aquella que le brindaba el tercer tipo de sonrisa que pudo ver y recordar. La que dejaba en evidencia todas las emociones que la invadían en ese momento y que mostraba que ahora ya no sentía ningún temor ni vergüenza en mostrarlas. Una sonrisa triste, pero que aún conservaba cierto matiz de esperanza en su interior.
Tres veces la había visto sonreír desde la vez en la que se conocieron, hacía ya tantos años. Tres veces, todas separadas por varios años de diferencia... y todas acompañadas con el riesgo de haber casi sido las últimas...
Cerró los ojos con fuerza, recordando lo que le había dicho Steve Rogers. Lo que había pasado mientras él seguía desaparecido por culpa del chasquido de Thanos. La vez en la que la perdió para siempre sin haber sido consciente o tan siquiera haber estado ahí, todo porque ella, desinteresada y abnegada como siempre, había decidido que las vidas de todos... la vida de él, eran mucho más valiosas, dignas de hacer algo tan arriesgado y permanente... como perder la suya propia.
"Si su espíritu moría... él se marchitaría también..."
Había sido solamente el esfuerzo y constancia de todo el equipo para revertir el sacrificio, pero el reencuentro anhelado entre ambos se había visto truncado por los rezagos del miedo y de todas las horas de angustia que cada uno tuvo que vivir, pensando que su historia había terminado definitivamente incluso antes de empezar...
Y ahora que lo veía, era como si las sonrisas de su amada se hubieran desvanecido el día que él desapareció. La sola idea lo sacudió, genuinamente aterrado ante la idea. La idea de ver la luz extinguirse de sus bellos ojos verdes... de no verla sonreír nunca más...
Si su espíritu de fuego moría, él también se marchitaría.
Fue entonces que decidió volver a hacerla sonreír.
Y ver las fotografías le dio la que, probablemente y por primera vez en mucho tiempo, le parecía una buena idea para variar...
Natasha Romanoff había terminado otro día más de entrenamiento.
A decir verdad no lo necesitaba, y tampoco era que le gustase. Simplemente quería desvanecer la sensación de vacío que la acompañaba desde que había regresado de la muerte. Cada vez menor, pero desgraciadamente, aún presente, siendo su única compañera en la soledad que la rodeaba. Misma soledad que había elegido, pensando que sería una buena manera de procesar sus sentimientos... pero que había terminado siendo un remedio peor que la enfermedad.
Negó con fuerza mientras apretaba los labios y se deshacía de las vendas, pensando que tal vez, era demasiado. Todo era demasiado. El mundo demasiado cruel como para seguir avanzando sin esperarla, y ella demasiado orgullosa, o demasiado cobarde como para admitir que no podía con toda la tormenta sin ayuda. O mejor dicho... que no quería que vieran que se estaba apagando.
Todo el tiempo, desde que Thanos le había quitado a todos los que amaba hacía 5 años, la fuerte había sido ella. La que siguió adelante fue ella. La que nunca se rindió, la que pasaba noches en vela, tratando de arreglar el desastre causado por otros. La que buscaba información en todos los confines del universo, alternativas, soluciones, incluso venganza como última opción...
La que, cuando le dijeron que tenía que morir para que todos los demás volviesen a la vida, no dudó ni un solo momento, y decidió que aquel era un intercambio justo que valía la pena.
Ella siempre fue el fuego del equipo, el impulso que todos necesitaban para ponerse de pie, seguir luchando y repetir la dinámica. Pero después de haber pasado por el cielo y el infierno, de haber muerto y vuelto a la vida, sus fuerzas parecían haber llegado a su límite, y a pesar de haber intentado recuperarlas como solía hacerlo, esta vez parecían estar completamente agotadas. Una vez más, se sentía como una autómata, y aquello la disgustaba... y la asustaba.
Rendida, estaba dispuesta a tomar una ducha y volver a su habitación a dormir un poco, esperando que la constante pesadez se desvaneciese con el sueño, pero el repentino pitido de su teléfono la sobresaltó. Había pedido que no la llamasen y todos lo habían cumplido... y al parecer, alguien no pudo hacerlo por mucho tiempo...
—Bucky. —respondió, parcialmente lacónica, dejando lo que estaba haciendo por un momento.
—Espero no ser inoportuno... —sonó la voz al otro lado del auricular. —Pero quería saber si querrías salir un momento. Solos los dos. —la mujer parpadeó en silencio, pensativa. Tal vez no sería tan mala idea, después de todo, necesitaba salir de la rutina.
—¿A qué hora? —respondió finalmente.
Y esa misma noche, con una vestimenta que no era realmente formal, pero que había procurado que no pareciese elegida al azar, Natasha se encontró esperando en las escaleras, observando cómo la figura del hombre surgía de entre la penumbra, con una sonrisa misteriosa y una canasta bajo el brazo.
—¿Picnic de medianoche? —se excusó él ante la expresión confundida de la mujer.
—Creí que habías dicho que te parecían poco interesantes...
—Bueno, tal vez quiero probar cómo es la experiencia... —mintió sonriendo levemente, antes de tenderle la mano y llevarla hacia un pequeño prado a las afueras de la ciudad. Por toda respuesta, la espía esbozó una pequeña sonrisa, asintió y decidió seguirlo, aún sin comprender de qué se trataba todo eso...
Se trataba de un espacio bellamente adornado por unas cuantas linternas y farolillos, con flores encima de la manta que ya estaba tendida en el suelo y vigilada por uno de los drones de Sam Wilson para que ningún visitante inesperado hiciera de las suyas con el ambiente -y haciendo que ahora la mujer se preguntase cómo lo había convencido para formar parte de aquel plan- Y honestamente, la experiencia no fue nada del otro mundo a decir verdad. Pero para ella, realmente signficó algo. Un golpe fuerte que desestabilizó su rutina. Un gesto que no supo cómo interpretar, pero que dejó en su corazón una sensación cálida y dulce. Todo aquello, el esfuerzo por preparar esa salida, las horas que seguramente invirtió para que el evento saliera tal y como lo tenía previsto, sabiendo lo perfeccionista que era.
Y eso parecía todo. Una romántica y agradable velada en medio de la nada, observando la lejada ciudad desde su posición, y deleitándose con los sonidos del bosque que venían desde los alrededores. Por eso fue que su sorpresa creció cuando, repentinamente, el soldado la detuvo al ver que iba a ponerse de pie con intenciones de irse, y le pidió esperar un poco más.
Y en un primer momento, no supo por qué estaba haciendo aqquello. No veía nada peculiar, nada raro...
Hasta que la suave capa de nubes que cubrían el cielo nocturno se disipó, y finalmente pudo comprender por qué había hecho todo eso...
Su mente le trajo un recuerdo que había olvidado hacía ya un tiempo. Una memoria en la que ella era joven y él... él simplemente la acompañaba en sus escapadas nocturnas hacia la terraza, buscando ver algo que no podía. Completar una memoria que curiosamente, jamás se había presentado en su corta pero ya intensa vida...
Observar las estrellas. Identificar las constelaciones en el vasto firmamento. Conocer las historias de las mismas, y crear otras para aquellas que no la tenían, o que no la convencían. Más pronto que tarde descubrió que aquel era un deseo tonto, y decidió no perseverar en él...
Pero mientras ella olvidaba, él no al parecer. Y después de tanto tiempo desde que descubrió aquella historia, él había decidido cumplir aquel sueño frustrado de su infancia y, aprovechando la fecha en la que podría ver las constelaciones, había preparado aquella salida con ahínco...
Su corazón latió con fuerza al comprender la magnitud y belleza del momento, y entonces, mientras observaba al cielo y veía una estrella fugaz cruzar la infinita negrura, mientras lo veía emocionarse, sonreírle, y pedirle que pida un deseo ante la aparición de la misma... el milagro sucedió.
Los muros se agrietaron y comenzaron a caer. Lentos y ominosos, pero finalmente, débiles.
El brillo en sus ojos, aquella chispa enceguecedora que creía perdida para siempre, resurgió lentamente, sorprendiéndola de una manera bella y grata. La sensación de ternura y agradecimiento consiguió hacer que su corazón se hinchiese de orgullo...
El milagro que ambos esperaban sucedió.
La cuarta sonrisa. La que, a los ojos de James era, sin duda, la más hermosa de todas. Aquella que no solía esbozar frente a nadie, pero que era la que más valor tenía, porque era el tipo de sonrisa que se esbozaba cuando se acababa de salir de una gran tormenta y se recibía el alivio renovante de la luz en medio de las nubes que se disipaban. La sonrisa que tanto habían anhelado esbozar y ver, respectivamente.
Aquella que él quería ver inmortalizada por una razón especial. Lentamente, extendió una mano y tomó aquella cámara instantánea que había pedido prestada de Sam, y le hizo un gesto que ella entendió de inmediato.
"Mírame... quédate así... no dejes de sonreír..."
De hecho, su sonrisa se tiñó de ternura y se ensanchó levemente al oír la proposición a la que obedeció sin poner pegas. Con cuidado, acercó la cámara a su rostro, se aseguró de que el ángulo fuera perfecto, y apretó el obturador...
—¿Por qué lo haces? —preguntó ella repentinamente, curiosa ante el actuar del hombre que en ese momento observaba la foto y la observaba a ella con la misma adoración, tierna y sin ninguna intención oculta de por medio. Por toda respuesta, Bucky le tendió la fotografía, y mientras ella la observaba en silencio, comprendiendo lentamente el por qué, él decidió hablar.
—Para recordarte que, a pesar de todo, siempre has sonreído. Siempre has tenido la fuerza y el valor para derrotar todas las adversidades, para volver a ponerte de pie, para sonreír. —los ojos de ella brillaron, acuosos, dos selvas profundas uniéndose con el azul nocturno del cielo que se reflejaba en los orbes de él.— Porque tu sonrisa, en todas tus facetas, siempre me ha mostrado lo que ya sabía...
Ella lo miró, curiosa en medio de la emoción. Y él le sonrió, tierno y misterioso, antes de hablar.
—Por eso es que nadie jamás ha podido derrotarte por mucho tiempo. Porque eres fuego, y eres un fuego que nada, ni siquiera la muerte, ha podido extinguir.
Los ojos de la pelirroja se llenaron de lágrimas por un momento.
Sus brazos se unieron en un abrazo necesitado, uno que sabía, debió recibir hacía mucho tiempo y que rehusó tontamente.
Sus labios se unieron, con necesidad y agradecimiento, diciéndose en aquellos ósculos el amor que se tenían...
Y Natasha Romanoff... finalmente volvió a sonreír.
Debo decir que esta fue la segunda parte más difícil de escribir, y no solo porque se me pusieron muchas trabas en el camino mientras escribía, sino porque también cambió mucho de concepto y ninguno me convencía hasta este último. De corazón, ¡espero que haya quedado bien!
ValerieMN
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top