2: Un pequeño baile.
ADVERTENCIA: AU situado entre Age of Ultron y Civil War.
5 de la mañana.
Eran las 5 de la mañana, algunos todavía estaban durmiendo, otros comenzaban a despertarse y espabilar para hacerse cargo del nuevo día, y algunos cuantos más recién se replegaban a sus hogares después de una noche llena de ajetreo y agotamiento. Sea como fuere, tanto dentro como fuera de la base, la vida a la llamada "hora celeste" apenas comenzaba a reiniciarse para muchos.
Pero para otros, esta ya había comenzado hacía unas cuantas horas, incluso antes del amanecer y el surgimiento de los primeros rayos del sol.
Y en este grupo se encontraba Natasha Romanoff.
5 de la mañana, y la sala de entrenamiento, a diferencia de otras ocasiones, se veía invadida por un dulce, suave sonido que inundaba el recinto, llenándolo de notas, vibratos, altibajos y acordes que armonizaban suavemente, dándole vida y belleza en medio del frío de la mañana y la estación. Algo que no la incomodaba en absoluto. Después de todo, estaba acostumbrada a entrenar en condiciones peores.
Solo que esta vez, su entrenamiento era un poco distinto.
En vez de duras patadas, sus piernas se alzaban en ángulos complicados de mantener, siempre en punta, permaneciendo alzados por largos segundos.
En vez de golpes directos, sus manos se deslizaban delicadas y gráciles, al ritmo de la música.
Sus saltos eran elevados y ligeros. Sus giros, controlados y fríamente calculados.
La música le indicaba qué hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo, y a pesar de no estar contra ningún contrincante, la expresión de su rostro, la línea fina de sus labios, sus ojos cerrados en una aparente máscara de serenidad, indicaban una concentración mayor a la que mostraba en las misiones.
Era un entrenamiento distinto, pero no por ello menos desafiante.
Y no era la única que podía dar fe de ello.
Desde una pequeña rendija en la puerta entreabierta, un par de ojos oceánicos observaban, curiosos y atentos a cada movimiento impreso con maestría por la pelirroja. La admiración era evidente en estos, su mente se repetía que era realmente afortunado por estar observando un espectáculo tan increíble, etéreo. Solamente había bajado a la sala de entrenamiento, dispuesto a entrenar, pero a cambio se había topado con algo imposible de describir en palabras. Nunca antes había presenciado algo tan bello y puro, y podía estar seguro de que nunca podría presenciar algo así en el futuro.
Porque eso era único. Porque la manera en la que ella lo hacía era única.
Porque ella no necesitaba de trajes bellamente adornados, no requería de un peinado elegante ni ornamentos que resaltasen cada movimiento y paso que daba.
Porque ella era única y brillaba por sí misma, sin ayuda alguna.
Y en ese momento, la pregunta vino a la mente del soldado rubio, que no podía apartar los ojos de la grácil bailarina, transfigurada por completo en otra persona, muy diferente a la que conocía él y a la vez capaz de seguir siendo la misma.
¿Cómo sería bailar con ella?
¿Cómo sería moverse con ella al ritmo de la música, fuera cual fuera esta, deslizándose al ritmo del compás?
Debía ser sincero consigo mismo. Nunca antes había pensado en un baile, al menos no después de haberse separado de Peggy. Durante los años que llevaba despierto después del hielo, lo había considerado una promesa hecha solo entre los dos, y nunca había considerado la idea de nuevo porque para él, pensar en llevar ese baile a cabo era como si estuviera traicionando la memoria de un recuerdo que, tal vez, era mejor que permaneciera así. Como la memoria de un bello ayer que nunca más volvería...
Y sin embargo, ahora...
No. Tal vez no ahora. Tal vez, había comenzado a crecer después de su travesía juntos.
Tal vez él había sido más consciente de ello mientras huían de Hydra, pero había preferido ignorarlo.
Tal vez esa había sido su mejor decisión. O tal vez no...
La música se detuvo después de un crescendo que culminó abrupta y gloriosamente. Natasha permaneció en puntas, con las manos alzadas al cielo en una pose escultural, altiva, perfecta como siempre. Steve sacudió la cabeza con una sonrisa triste, decidiendo retirarse antes de que lo descubrieran espiando. La magia se había roto. Él había vuelto a la realidad.
No quería traicionar la memoria del ayer que pudo ser y jamás fue. Y, además, aún si quisiera intentarlo, no podría.
Porque él no sabía bailar.
No podría intentar tan siquiera seguir el ritmo de la bella bailarina que era su compañera. Ni en sus mejores sueños.
Resignado, suspiró, reprimiendo sus deseos de aplaudir, y emprendió el camino de regreso por las escaleras. Ya podría entrenar más tarde, cuando aquel deseo en su corazón se hubiese aplacado y su mente dejase la nostalgia de las memorias. Se alejó lentamente, repitiendo la coreografía en su mente, una y otra vez...
Ignorando que, del otro lado de la puerta, unos pequeños labios rojos sonreían discretos, con ese aire característico de picardía que tenía ella.
"Steve, mi buen Steve... definitivamente necesitas aprender a espiar..."
Lo había estado observando desde que había llegado, abriendo la puerta y deteniéndose a tiempo, semicerrándola sin hacer ruido. Era discreto, sí, pero no lo suficiente como para pasar desapercibido frente a ella, quien pudo percibir su silenciosa atención a través de la rendija, misma que, por alguna razón, la hizo bailar con más pasión y ahínco, dejando atrás la fría monotonía recta de sus movimientos, tal y como lo hiciese una bailarina que busca impresionar al público que le regalaba su atención.
Había bailado como muy pocas veces, podía decir de hecho que para ella, ese había sido su "nunca", su cuento de hadas en el cuál podía bailar sin cansarse, y llegar hasta el país soñado de sus deseos para quedarse ahí por siempre.
Sin embargo, el cuento tenía un final, como todos los demás. Y el suyo había llegado en el momento en el que, al detenerse la música, se oyó un suspiro de derrota y unos pasos que comenzaban a subir lentamente hacia los pisos superiores.
Fue en ese momento que el corazón de Natasha se estrujó en un sentimiento extraño, inusual. Creía conocer el motivo de esto, en el fondo tal vez hasta esperaba conocerlo, porque eso significaba que tal vez podría intentar encontrar la solución correcta.
Pero de no ser así... si ella lo hacía sentir insultado, o molesto...
Sin saber que su amigo había hecho lo mismo, ella sacudió la cabeza con algo más de ímpetu y decisión.
Deseaba ayudarlo, realmente lo hacía. Pero la posibilidad de ser más perjudicial que de ayuda estaba ahí.
Y esta vez, por primera vez en mucho tiempo o tal vez toda su vida, ella decidió que, solo por él, no correría el riesgo esta vez.
—¿Recuerdas aquel baile que nos prometimos? —preguntó mientras sostenía suavemente la mano de la mujer, con una sonrisa triste. Esos últimos días, su salud se había visto mucho más mermada, y ahora apenas podía mantener la consciencia por unos minutos antes de olvidarlo todo y regresar al pasado...
Aquel pasado que parecía seguir siendo una espina eterna para él.
—¿Lo recuerdas todavía? —susurró ella, sus ojos siempre brillantes se entreabrieron un poco para observarlo.— Steve...
—Sabes que nunca podría olvidarlo. —acarició sus manos con cariño, tiernamente. La mujer esbozó una suave sonrisa ante el acto.— Sabes que quisiera cumplir esa promesa como fuera...
—Al igual que yo. Pero el tiempo no deja de pasar, y lo sabes. —su mirada se tiñó de nostalgia.— Debes seguir viviendo Steve...
—Lo intento, todo el tiempo. Pero hay cosas que no puedo reemplazar. —cerró los ojos con fuerza.— No puedo romper una promesa.
Peggy Carter había vivido una vida hermosa, llena de aventuras, altibajos, luchas constantes que la impulsaron siempre a seguir adelante, fiel a sus principios y objetivos. Había conseguido avanzar, amar de nuevo, tener hijos, una gran familia, y un legado que sabía, perduraría por mucho tiempo en la historia y en la humanidad. Había conseguido la felicidad, y él no podía sentirse más orgulloso y feliz por ella.
Pero cuando se miraba a sí mismo, no podía sino encontrar a un hombre que no tenía idea de qué hacer. Atrapado en el pasado, sin poder avanzar, y a la vez obligado a hacerlo antes de que el tiempo siguiera sin él. Alguien que quería hacer caso al constante consejo de su primer amor por un lado, pero que por el otro era incapaz, por un miedo que vivía latente, apretando su corazón sin piedad.
Peggy Carter era consciente de esto, de la culpa que iba creciendo, dominándolo, y empezaba a temer que, si seguía así, jamás podría vivir de nuevo.
La luz en los ojos del héroe de América podría apagarse, tal vez para siempre. Y la sola idea hizo que su corazón diera un vuelco. Porque él no podía terminar así. No él.
—Steve, mírame... —susurró, apretando su mano con suavidad. El rubio se negó por un instante, incapaz de alzar la vista y enfrentarla.— Mírame. Por favor. —repitió en un tono más suave, suplicante. Ante esto, él abrió los ojos con lentitud y los fijó en los orbes pardos que lo observaban con ternura y tristeza.— Baila.
Una palabra. Una sola, pequeña, simple palabra, con la fuerza suficiente para descolocarlo y hacer que parpadeara un par de veces, incrédulo.
—¿Qué...?
—Baila... —repitió con una suave sonrisa.— Por favor. Cumple tu deseo. Ten el baile que tanto anhelas.
Y en ese momento él lo entendió. Entendió que no se trataba del baile.
Nunca había sido el baile realmente. Era algo más.
Para él, lo era todo, y lo había sido para ella también, estaba seguro. Pero ella ya había tenido su propio baile, durante tanto tiempo, hasta que el sol se había puesto en su vida y la música lentamente llegaba a su fin.
El dolor se retorció dentro de su pecho una última vez, pero ahora mezclado con ese extraño sentimiento que había intentado rehuir, y que ahora volvía a él con más ímpetu que nunca. Quiso negarse, tratar de rebatirlo, pero la mirada pacífica de la ahora anciana era determinada. Tal vez, eso era lo único que el tiempo no había podido arrebatarle. El espíritu que hacía tantos años lo enamoró.
El mismo espíritu que ahora lo estaba dejando ir, para vivir su propio camino.
—Peggy... —esbozó una sonrisa temblorosa, contemplándola. Las palabras se habían anudado en su garganta, impidiéndole hablar con claridad.— Lo siento tanto... por haberte dejado esperando.
Y confesó. La culpa que no lo había dejado en paz desde que volvió a despertar de aquel sueño de 70 años. 70 años en los que el mundo no se había detenido. 70 años que a pesar de todo, le pedían avanzar, concentrados en una mirada que no necesitó de ninguna palabra para decirle que no debía pedirle perdón. Que ella ya había bailado, y que ahora el tocadiscos esperaba con una nueva canción, completamente desconocida y diferente, pero que seguramente era la indicada para él.
—En otra vida, bailaremos juntos, capitán. —susurró ella, conciliadora, con el alivio que le daba la certeza de que la luz en aquel hombre maravilloso no se extinguiría.
Y por primera vez en mucho tiempo, Steve Rogers sonrió.
Esa noche, se habían quedado solos en la base.
Tony había decidido sacarlos a todos a una noche de cine por el primer "cumpleaños" de Visión para familiarizar a este último con el mundo del cine, asegurando que solo serían ellos en una sala privada y una larga maratón de las películas favoritas de cada vengador. Después de rogar un poco, solo Natasha y él mismo habían declinado la oferta, él porque no sentía muchos deseos de salir en ese momento, y ella, porque no quería dejarlo solo.
Así que ahí estaban. Ella escribiendo algo en un pequeño diario, y él terminando de completar un pequeño bloc de dibujos hechos por sí mismo que pensaba regalarle al androide, decidido a no recibir un "no" por respuesta. Y tan absorto estaba, que no fue hasta que la canción en el reproductor de la base cambió, que una sorpresa inesperada llegó a sus oídos.
La armonía de los violines, un ritmo con sabor a nostalgia. La voz de Ilene Woods, característica de aquella edad que lo había visto nacer y crecer. La reconoció al instante, parpadeando con incredulidad.
"Esa canción..."
Lentamente, aún en shock, dejó el lápiz a un lado, incorporándose, sintiendo que el tiempo de repente se detenía y retrocedía, devolviéndolo en el tiempo. Todo a su alrededor cambió, el panorama dentro de su mente cobró nostálgica familiaridad, y en ese momento, la vio.
Absorta en sus escritos, cantando en voz baja. Parpadeó de nuevo, preguntándose si era un sueño o la realidad.
—So this is love, mmm, so this is love... —canturreó abstraídamente Natasha, moviendo la cabeza al ritmo de la música. Ignorando que alguien se unió a su canto unos segundos después...
—So this is what makes life divine... —respondió, mientras sentía su corazón latir desbocado, con fuerza. La pelirroja alzó la cabeza, saliendo de su ensueño para observarlo.
—La conoces. —musitó antes de reprenderse a sí misma internamente. ¡Claro que la conocía! Después de todo, Tony y Wanda habían insistido para que viera "La Cenicienta" tantas veces que había terminado por hacerlo, después de algunas pequeñas confusiones entre tantas versiones.
—Es una de mis favoritas. —admitió con un mohín tímido que la hizo sonreír, preguntándose qué fue lo que pudo captar la atención del capitán.— Esa canción me recuerda a lo que solía oír antes de... lo del avión... ya sabes... —hizo una pequeña mueca que rápidamente trocó la curiosidad en culpa dentro del corazón de Natasha.
—Lo siento... si te incomoda yo...
—¡No! —la reacción del rubio sobresaltó a ambos ligeramente.— No, no... quiero decir... déjala. Por favor.
Aún dudosa, pero decidiendo hacerle caso, dejó que la melodía siguiera su curso, y ella intentó volver a su propio actuar, sin éxito. Ahora ya no podía dejar de escuchar la canción, no podía dejar de pensar en esta. Y aún si sonara como una niña, no podía dejar de recordar el baile de la película que había visto cuando aún era pequeña...
—Baila conmigo.
La petición lanzada a bocajarro la descolocó, y se preguntó si había oído bien o si solo era una alucinación suya. Giró de nuevo, casi completamente convencida de que lo había imaginado, pero la expresión de Steve le indicó todo lo contrario.
—¿Qué?
—Eso... —retorció sus manos, ligeramente incómodo.— Si no es incómodo para ti... me gustaría que bailes conmigo.
Las palabras surgieron mucho más seguras y menos apresuradas de como había creído que saldrían. El mensaje era claro. Un silencio pesado cayó entre ambos y él temió haberla incomodado con su petición. Estaba listo a retractarse, cuando ella asintió, aún silenciosa, y se puso de pie, caminando hacia él con lentitud.
—Te advierto que no soy muy buena con los ritmos lentos. —intentó bromear para aligerar la tensión en el ambiente. Él sonrió un poco, bajando la mirada. Para ser sincero, y cuando había tomado la decisión de pedirle ese baile, tenía planeado pedirle que le enseñara a bailar. Temía, incluso, no ser un digno compañero o buen aprendiz para ella.
Pero con esta confesión, su confianza creció ligeramente.
—Entonces aprenderemos juntos. —aseguró, tomando su mano con delicadeza y afirmando la otra en su cintura, siempre respetuoso, buscando no incomodarla. Por un momento creyó advertir un rubor discreto en las mejillas de Natasha, pero al observarla mejor y no encontrarlo, decidió dejarlo pasar y tratar de concentrarse en el ritmo de la música.
Suave, lenta... simplemente, un ensueño.
Los que habían hecho la película habían elegido bien, sin duda. Porque esa canción era perfecta para el primer baile de un príncipe y una princesa.
O, en este caso, de dos personas que dejaban cualquier título de lado mientras se iban perdiendo entre las voces que le cantaban al amor.
Sin duda, el ambiente perfecto que podría existir para dos almas enamoradas.
Solo que ellos no estaban enamorados...
¿O sí?
La revelación le cayó encima cual obús, cuando, al ralentizarse el ritmo y armonizarse las voces, ella se dejó llevar y dejó caer su cabeza sobre el firme pecho del soldado, completamente ignorante de los latidos desenfrenados del corazón del mismo.
Ambos habían dejado de bailar ya.
Era imposible, o tal vez no.
Tal vez había estado ahí desde hacía más tiempo del que quería admitir.
Tal vez había querido cegarse a la verdad, huir de esta a pesar de saber que tarde o temprano lo alcanzaría.
Tal vez había sido necesario que alguien más lo invitase a bailar para comprender aquello que llevaba intentando ignorar, sin éxito. Porque ya no podía ignorarlo más.
Porque la canción era nueva para él, porque la había escuchado solamente después de despertar de un sueño frío de 70 años.
Porque era desconocida, y diferente, pero lo había estado esperando, porque era la indicada para él.
Porque a pesar de todo, la venda finalmente se había caído. La canción había dejado de reproducirse. Ella seguía con los ojos cerrados y una suave sonrisa pacífica, sin separarse de él.
Porque eso era amor, y Steve Rogers ahora comprendía que se había enamorado de Natasha Romanoff.
Y finalmente, el tan esperado baile.
Confesaré que originalmente iba a hacerlo con "It's been a long long time", pero me dio por ver Cenicienta de nuevo, y esa canción me pareció la ideal, así que, aquí está.
ValerieMN
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