Capítulo XVIII

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Cáncer, cuarto signo del zodiaco. Se hallaba justo al frente y en ese momento, la tercera llama del reloj de fuego se extinguió, no sólo eso, el cosmos del santo Cisne desapareció sin razón alguna en un lugar lejano.

—¿Sintieron eso?

—Sí... El cosmos de Hyōga se ha desvanecido, no ha dejado ningún rastro.

Hinata observó el cielo como si aquel pudiera deshacer esa angustia; no había error, esa energía y esa voz eran de él.

Hermano, ¿Qué te ha sucedido? ¿Por qué juré escuchar tus lamentos? ¿Acaso te rendiste?

Sus compañeros la miraron con mucha pena, entendían su dolor pero no podían hacer nada por más que quisieran. Shiryū dió pasos adelante mientras Seiya apoyaba en silencio a su amiga.

—Yo me haré cargo del santo de esta casa —dijo con firmeza, logrando llamar la atención de ambos. La chica se secó las lágrimas traviesas que lograron salir, sin embargo esa amargura permaneció. —Nos quedan nueve horas. Ustedes sigan hasta la casa de Leo.

—¿Estás seguro, Shiryū?— cuestionó Pegaso, de alguna manera temeroso por lo que podría pasarle ahora que uno de ellos había caído.

—Por supuesto. Lo importante es avanzar y persistir. Tengo fé en que ambos podrán triunfar y salvar a Hyōga.

—Shiryū...—habló la rubia tomando sus manos —Prométeme que vas a tener cuidado y que nos alcanzarás después.

Dragón se calló breves segundos. La voz de Hinata tan dolida le tocaba el corazón; no quería imaginarse lo que debía estar sintiendo en realidad. ¿Cómo apagarle la esperanza de que saldrían vivos de ahí? Simplemente no pudo.

—Si mi falta de visión no me detuvo antes, nada más lo hará. Te doy mi palabra, Hinata.—la chica le dió un abrazo, parecía que lo necesitaba como una forma de hallar consuelo de la situación.

Caminaron a la entrada, un peste asqueroso los recibió, no se veía nada. Había algo parecido a una neblina blanca y espesa, muy apenas se lograban distinguir los pilares dentro del templo.

—Este lugar es aterrador— dijo Hinata sosteniendo fuertemente la mano de Pegaso.

—Huele a muerto... —se quejó aquel.

Sus pasos lentos hacían eco, como si estuviera vacío como la casa de Géminis. No podían confiarse en que así sería también.

Ni una voz, ni un alma. Shiryū se detuvo de la nada al pisar algo extraño. El Pegaso se acercó a examinar, y para sorpresa suya había un rostro humano putrefacto que desprendía sufrimiento a plena vista.

—¡Que demonios...!— el suelo estaba repleto de ellos, los pilares, las paredes, todo el templo estaba lleno de caras de quién sabe cuánto tiempo, habían incluso ancianos, mujeres y niños.

—Es horrible ¿Qué clase de persona sería capaz de hacer algo tan despiadado como esto?— La pequeña Delfín se hallaba asustada, enseguida el guardián apareció de entre las neblinas.

—Bienvenidos a la casa de Cáncer.— habló, el condenado sonreía de forma malévola— O debo decir, su tumba.

—Eres tú, Máscara de Muerte...

—Shiryū, te estaba esperando.

Dragón dió pasos al frente para interponerse entre el hombre y sus amigos, parecía ser que ellos ya se conocían.

—Esa ocasión, Mū interrumpió nuestra batalla, ahora nada lo hará. Te derrotaré y te unirás a mi colección de trofeos.

—¡¿Cómo pudiste hacer eso?!— estalló Seiya furioso— ¡¿Esta gente son personas inocentes acaso?!

—Son idiotas que se metieron en donde no debían. Es simple, así es la guerra, mocoso.

—¡Maldito, acabaste con niños! ¡Niños inocentes! ¡Se supone que los caballeros entrenamos para proteger la vida, no para acabarla a nuestro antojo!— Hinata lo obligó a dar pasos atrás, aquel hombre no entendería por sermones, ya era parte de su naturaleza y con ellos no sería la excepción.— No mereces ni siquiera portar una armadura como esa.

—Tonterías. En este mundo, o vives o mueres... Fácil. Ustedes son demasiado jóvenes para entenderlo.

—Tranquilo, Seiya. Siento el mismo enojo que tú— dijo Shiryū seriamente —Tal como lo acordamos, yo me encargaré de él, mientras tanto ustedes dos deberán irse a la casa de Leo ahora.

—Está bien. Ten cuidado.

Shiryū ejecutó una de sus técnicas para darles paso. Enseguida, los dos chicos corrieron al frente aprovechando la distracción. Máscara de Muerte por supuesto era hábil y libró el cosmos de Shiryū para ir detrás de aquellos.

—¡No escaparán, pequeñas sabandijas!

El Pegaso aceleró sin soltar la muñeca de su amiga, sin duda, parecía que la estaba arrastrando. El caballero del Dragón persistió y no dejó que el dorado siquiera los alcanzara.

Los dos siguieron la carrera hasta salir del templo y subir unas cuantas escaleras; tuvieron que detenerse a recuperar el aire. Hinata se hallaba roja e inhalaba con rápidez. Entre Géminis y Cáncer, la casa más aterradora era ésta última sin duda.

—Shiryū va estar bien, estoy seguro— animó el castaño.— Tenemos que seguir y pedir apoyo a Aioria. Aun hay tiempo.

La rubia asintió. Sabía que en poco tiempo June y Shun los alcanzarían, si seguían así terminarían pronto.

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Desde que la orden de exterminar a los caballeros de bronce fue lanzada, Marín se había negado a ser partícipe de la masacre, más todavía porque ella conocía los oscuros secretos de aquel lugar sagrado. Se las arregló para persuadir a Gigas, con tal de llegar a su discípulo y advertirle del peligro que amenazaban los otros caballeros de plata.

Semanas después de su abandono, mantuvo comunicación leve con la santa de Grulla, quien le informaba cuanto sucedía en el Santuario y a su vez contactaba en ocasiones a su alumna. Sin embargo, cuando Aioria de Leo fue enviado a matar a Seiya y compañía, Mónica trató de salir a impedirlo pero fue interceptada por los soldados haciendo imposible para ella razonar con él. Sorprendente fue cuando aquel regresó con Shaina en brazos y luego la buscó para hablar con su persona acerca de la verdad, convirtiéndolo en un aliado más; por otra parte, se sabía que Aioria al ser enviado de Arles, tenía que darle una explicación de su cometido. Luego de ello, Mónica dijo a Hinata que Marín no respondía sus mensajes e iría a buscarla, únicamente para recibir en pocos días, que Athena llegaría pronto al Santuario a retar al Patriarca.

Águila y Grulla no estaban en buenos términos desde que eran jóvenes; unirse luego de mucho tiempo sólo era por la causa y sus discípulos. Se vieron en la necesidad de tener que volver pues Hinata escribió que estaban dispuestos a atravesar los doce templos zodiacales. Mónica sabía que Mū no los atacaría, y confiaban bastante en que Aioria seguiría firme ante su decisión si ya había hecho frente a la verdadera diosa. Aun así estaban dispuestas a ayudar a los santos de bronce.

La desaparición de ambas había dado mucho de que hablar pero nadie le tomó importancia debida; sin embargo, la seguridad en las fronteras aumentó con la intención de no dejar a nadie más entrar. Las dos evadieron a aquellos que impidieron su paso; trabajaron juntas logrando pasar con éxito, hasta cierto punto por desgracia. Tenían que apresurarse.

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Hinata y Seiya llegaron de forma entusiasta al quinto templo. Gritar el nombre de su guardián era como si dos niños regresaran a casa a contarle lo que había pasado a su hermano mayor. No hizo falta esperar para ver al santo tal y como la primera vez; una chispa de alegría desprendieron ambos. No tenían idea de que, incluso allí, sus vidas correrían peligro.

—Que gusto verte, Aioria— dijo Seiya aliviado —estábamos algo preocupados pensando en que nuestro encuentro te metería en problemas.

El hombre no contestó, siguió de pie sin moverse mirando con una tranquilidad enorme a los dos chicos.

—¿Sabes cómo se encuentra Shaina? añadió Hinata tan ingenuamente— Por desgracia no pudimos toparnos con ella cuando llegamos, espero que se recupere pronto.

Pero Aioria tampoco respondió. Su silencio extrañó bastante a los santos, y los puso incómodos.

En segundos el momento se sintió pesado. La chica se vió obligada a retroceder un paso sosteniendo la mano de Seiya para olvidar que su instinto le gritaba que algo andaba mal. El castaño la observó confundido, su rostro fue suficiente para comenzar a desconfiar.

—No tenemos mucho tiempo —siguió el muchacho —Athena fue herida con una flecha de oro, sólo el Patriarca es capaz de sacarla. Además, recibimos información sobre el templo de Géminis. Hay que continuar ahora.

—Nadie hará nada— dijo Aioria por fin —mientras yo esté aquí, ningún ser vivo podrá atravesar la casa de Leo.

Los muchachos no daban crédito a lo que acababan de oír. No entendían nada. Seiya también dio un paso atrás para apartar a Hinata de cualquier movimiento sorpresa; el santo de oro no demoró mucho y arrojó rayos dorados en dirección a ellos. Había sido tan rápido que ninguno de los dos chicos logró evitarlo; la gravedad con la que fueron golpeados los dejó mal heridos, apenas se podían poner de pie.

—Aioria, no entiendo…— habló el chico adolorido —¿Por qué te comportas así? Athena sufre, necesitamos tu ayuda.

La rubia estaba temblando, alzó la vista para ver al hombre pero en él se mostraba una sonrisa maldosa y una mirada sin brillo tan frívola como si aquello le divirtiera. Su propia sangre brotó de su frente y escurrió para caer de su barbilla manchando el piso en segundos.

Aioria caminó tranquilamente hasta Seiya, éste trató de levantarse pero hasta los huesos le pesaban. Enseguida, el caballero levantó la mano para liberar la misma técnica pero no a sus enemigos, sino a un pilar cercano donde dos soldados lo estaban espiando.

—Fuera de aquí —les ordenó.

—El maestro Arles nos pidió que vinieramos...—se excusó uno, el santo dorado no lo dejó continuar.

—A vigilarme ¿Verdad? Díganle al maestro que no se preocupe, yo me encargaré de éstos dos.

Los hombres no sabían si creerle pero tampoco querían enfadar al santo de oro.

—¿No escucharon mi orden? Largo de aquí sino yo mismo los mataré —añadió molesto, finalmente los soldados se marcharon rumbo al sexto templo.

Los jadeos de los caballeros resonaron en las paredes, ahora comprendían, era un acto para despistarlos.

“Hera bendita, que susto...”

Pegaso buscó a su compañera, a unos metros de él, aquella se veía bastante confundida pero cuando el León volvió su atención ellos, fue allí que sus creencias decidieron irse al caño.

—Muere, Seiya— dijo en voz alta, al chico envió otra lluvia de relámpagos mientras la más joven gritaba en busca de despertar la razón en el dorado.

Seiya jadeó sin apartar su atención del atacante, ¿Qué demonios estaba pasando? Aioria juró su lealtad a Saori que se presentó a él como la real diosa que el Pontífice había intentado eliminar ¿Por qué de pronto quería destruir a los caballeros encargados de protegerla?

—No te comprendo...—se hallaba débil, la sangre caía lentamente por sus sienes, unas gotas dificultaron su visión pero logró levantarse.— ¿Qué te pasó, Aioria? Tú sentiste el cosmos de Athena aquel día, juraste protegerla, ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—No les incumbe...— respondió, carente de emoción como si fuera una máquina.

—¡Claro que sí!— añadió la rubia para evitar que Seiya fuera herido de nuevo— No es posible que en tan sólo un par de días decidas eliminarnos. ¡La señorita Saori se está muriendo y sólo Arles es capaz de salvarla, debemos actuar ya e irnos!— ojalá sus palabras hubieran servido de algo; la mirada verdosa del León fue a parar en ella. Hinata, en su temor por morir no fue capaz de soportar sus ojos, por ello, los propios bajó al suelo y para su desagradable suerte la imagen de su amiga con la flecha en el pecho logró atacarla para que pudiera soltar casi en murmullos— Si no hacemos nada... Athena morirá...

—¿Athena morirá?— repitió el León, tal cual como una máquina. Mirando a la rubia sufrió un pequeño episodio de migraña que logró que soltara sus molestias además de sostener su sien de los piquetes. La niña se dió cuenta de eso.

—Aioria... ¿Estás bien?

—Hinata, aléjate de él...— pidió Pegaso en un intento de auxilio. Sostuvo sus manos, vigilando al caballero y en cuanto su compañera estuvo de pie, se colocó delante de ella para darle oportunidad de escapar por si era necesario.—Ella ha dicho la verdad —se volvió al santo —si no nos dejas pasar, Saori morirá en menos de nueve horas y ninguno de nosotros va a permitirlo. Déjanos irnos, que no tenemos tu tiempo.

El caballero poco a poco se recuperó, esta ocasión, en sus ojos se veía un estado de duda e incertidumbre. En dirección a ambos chicos, respondió como si no estuviera seguro de lo que hacía.

—No puedo hacerlo, lo siento.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Ya lo dije, nadie debe pasar por la casa de Leo. Si quieren hacerlo será únicamente sobre mi cadáver.— alzó su puño el cual temblaba ¿Qué le pasaba?

“Maldita sea, no entiendo por qué Aioria se comporta así... Saori está sufriendo, debemos darnos prisa o será muy tarde... Si debo enfrentarme a él, que así sea.”

Pegaso miró de reojo a la rubia, lo más prudente sería que ella siguiera adelante como Shiryū había dicho. Cuando atrapó su mirada, su silencio le dijo lo que estaba pensando; la idea de que se fuera sola no le agradaba pero si permanecía, quizás moriría junto a él por nada. Esta ocasión no dejaría siquiera que Aioria la tocara.

“Sigue a la casa de Virgo.”

Con la energía del cosmos se lo dijo. La sangre en el rostro de ella fue una perdición, la causa era primero no era el momento para sentimentalismos. A la chica le brillaron los ojos, parecía estar teniendo un debate mental pero no tardó demasiado pues unas gotas se asomaron en los lagrimales. Seiya estaba casi seguro de que no era por él, sino en lo que vería ella sola más adelante.

“Puedes hacerlo, prometo ir detrás de ti cuando termine.”

La santa asintió, seguido retrocedió unos pasos como si se preparara mentalmente antes de salir al escape. En ese momento, el muchacho avanzó dispuesto a luchar.

—Entonces que así sea. Pelearé contigo y después pasaré este templo sin importar qué.

—Sentencias tu propia muerte, te ayudaré con eso ¡Recibe esto!— nuevamente el chico fue lanzando hacia los pilares mientras su cuerpo era golpeado por múltiples rayos de luz que eran tan rápidos que no se podían ver; un segundo antes empujó a Hinata para que aprovechara ese tiempo para poder huir.

—¡Seiya!— lo vió caer al suelo, más débil que las primeras veces; no podía quedarse mirando, tenía que hacer algo pero igual debía de continuar.

Aioria escuchó los pasos que resonaban gracias al eco, buscó a la joven y frunció ligeramente su entrecejo al verla marchar rumbo a la salida.

—Nadie se irá de aquí.— gruñó, a continuación, los relámpagos fueron a la dirección donde la santa corría. Hinata miró detrás de sí para después ser derribada al suelo otra vez mientras su piel ardía como si el fuego la estuviera quemando. Sino fuera por su armadura, tal vez Aioria habría terminado con ella de manera definitiva.

Su pecho comenzó a subir y bajar sin control, sus manos estaban temblando, muy apenas soportaban el peso de su torso en un desesperado intento por arrastrarse e irse al tiempo de que veía a cada segundo tras su espalda para recibir al León caminando hacia ella sin sentir absolutamente nada de arrepentimiento.

—¡Aioria, estoy aquí!— exclamó Seiya estando de milagro en pie.— ¡Que tu pelea sea conmigo! ¡Déjala a ella en paz!

El caballero se detuvo y por fin pareció que su cerebro comenzó a trabajar pues se quedó en silencio, como si estuviera decidiendo a quién eliminar primero. Aioria miró a Hinata a los ojos y enseguida sufrió otra migraña.

—No... Nadie pasará el templo de Leo... Nadie... Nadie...

—¡Hinata, corre!— gritó el chico —¡Yo lo distraeré, vete!

El recuerdo de hacía unos días atacó la mente de la rubia. Una fuerza anormal la hizo levantarse para obedecer la orden. Seguramente Aioria debió intentar frenarla pero conforme ella avanzaba, otro cosmos estallaba dentro, prohibiendo que la alcanzara; no quiso darse la vuelta, sólo siguió adelante porque si hacía lo contrario, su corazón no soportaría ver al chico que amaba pelear con sus débiles fuerzas para que ella pudiera irse y continuar la importante misión.

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Se había ido. Logró irse. Era una maravillosa noticia. Quizás tendría que pelear sola pero aprendió que no debía subestimarla ni dudar de sus capacidades. Ella le defendió de una santa de plata muy poderosa sin flaquear, hacía sus esfuerzos a su manera, confiaba en que no se rendiría fácilmente.

Sucedió que mientras Hinata se marchaba, Seiya había encendido su cosmos y golpeó en la barbilla al santo de Leo. Lo dejó algo aturdido unos largos segundos, cosa que le ayudó un poco a ganar algo más de fuerza. Se miró a sí mismo, por un instante logró ver los movimientos del santo, lo que facilitó el hecho de despistarlo para que su amiga se fuera. No lo había hecho solo, por ello comenzó a ponerse algo inquieto; el cosmos de Marín se mezcló con el propio, como si los ojos de ella se hubieran combinado con los suyos dándole la respuesta correcta. Por desgracia, ahora que podía hacerle frente a Aioria, las probabilidades de que Marín seguía viva eran escasas. Ya no sentía ni un rastro de su esencia.

El caballero de oro volvió a erguirse para atentar nuevamente, Seiya salió de sus pensamientos para adelantarse a patearlo; Aioria cayó de espaldas pero cuando se levantó otra vez, algo aterrador dejó al Pegaso anonadado. El León dorado ya no tenía la mirada verde y amable que lo caracterizaba, ahora era de color carmín como si deseara devorar a su presa; se veía más tenso de lo habitual, ese hombre parecía ser una bestia, incapaz de razonar o escuchar.

“¿Pero qué...?”

El León apretó el puño, de éste salieron chispas blancas que amenazaban herir al santo de bronce. Seiya se hizo a un lado por mera suerte para evitarlo, no sabía si su vista le estaba fallando pero juró que su adversario tenía todas las ganas de matarlo por la maldita sonrisa sádica que logró ver antes de que se estampara contra la pared.

Otra vez, por nada quería dejarlo ir. Pegaso escapó varias veces de sus relámpagos pero no corrió con tanta suerte. Mientras que la quinta casa se destruía con cada ataque, los pilares y otras estructuras dentro se fueron cayendo en la sala principal, algunos de ellos terminaron diviendo en partes la habitación, ayudando al chico a esconderse en ocasiones a pesar de que ya eran escombros; en un descuido por evadir al hombre, uno de los relámpagos le dió en la pierna derecha, esto ocasionó que tropezara y se lastimara más. Su armadura se había agrietado en dicha área para que dejara salir algunas gotas de su sangre.

—Tienes la pierna rota, ahora no podrás moverte como antes —le dijo el caballero, Seiya se tambaleó hasta dar con la espalda en un pilar de piedra; el dolor era insoportable y apenas creía ser capaz de moverse con libertad.

¿Qué podía hacer? No iba a dejarse vencer, más sabiendo que su querida amiga estaba yendo también a una posible muerte segura. Le prometió a Hyōga cuidarla, y él jamás rompía una promesa. Tenía la certeza de que, si ambos morían, el Cisne sería capaz de hacerlo sufrir en el más allá por el resto de la eternidad.

—Ha llegado el momento...—Aioria lo sacó de sus pensamientos absurdos— Te quitaré todo dolor y sufrimiento de una vez por todas, Seiya...— lo estaba mirando fijamente con esos ojos rojos que daban terror, no parecía que fuera él mismo— Por Hinata no te preocupes, no durará mucho tiempo viva a manos de Shaka, si es que no logro alcanzarla.

“Maldición. Hinata... Yo debo ir con ella. No puedo dejarla sola...”

El León guardó su distancia, en sus puños se acumulaba el cosmos dorado y electrizante preparándose para salir en el momento deseado. Al chico se le estaban agotando las ideas y con su reciente lesión era más vulnerable todavía.

No oyó la voz de su enemigo cuando ejecutó su técnica, su vista se apagó y en segundos fue azotado por los relámpagos en todo su cuerpo; la pared detrás de él se rompió y salió disparado a la otra habitación que se hallaba igual de deplorable que lo demás. Su resistencia se estaba agotando, era un milagro que aun siguiera vivo y consciente.

De boca al suelo, apenas estaba respirando pero sus extremidades no querían responder de lo débiles que se encontraban. Sus quejas se escuchaban perfectamente en el templo lo que le hizo saber a Aioria que todavía no terminaba su deber.

—Me sorprende tu perseverancia —oyó tras de sí. A continuación, un terrible dolor punzante sintió en su pierna fracturada. Aioria estaba pisándola y si era poco, se tomó la molestia de empezar a tratarlo como si fuera un balón de fútbol.— Ya ha pasado mucho tiempo, tengo que eliminar a tu amada también antes de que llegue a Virgo. Les arrancaré el corazón a ambos y dejaré que se conviertan en polvo a merced del tiempo...

¿Este era su final? Seiya no quería que fuera así. Jamás en su vida se había rendido y menos aun lo haría. Con mucho esfuerzo se apartó del León para verlo a los ojos de carmín, en ese momento, el santo trató de ir directamente a atacar en su pecho pero por un segundo había logrado esquivarlo. El corazón de Seiya saltaba por sus emociones angustiosas, empezaba a dolerle pero con tantas heridas no sabía el origen exacto de tal molestia.

“Tengo que ganarle... Shiryū, Shun y June serán sus víctimas también...”

Jadeó, en su mente seguía buscando soluciones. Si era golpeado otra vez por esos malditos relámpagos sería su fin, su cuerpo ya no estaba en las condiciones de seguir soportando tanto daño. Tenía que esforzarse para ver la dirección de cada uno, si lo logró una vez, debía intentarlo de nuevo.

—No...— contestó siendo bastante firme en su decisión —Yo seguiré peleando. No voy a permitir que sigas el camino del mal, tampoco dejaré que vuelvas a lastimar a Hinata. Fui capaz de ver tus movimientos y lo haré otra vez.

—¿Te refieres a éstos movimientos?— al principio Seiya pensó que revelar ese pensamiento había sido algo estúpido pero gracias al cielo o lo que sea que le hubiese ayudado, le permitió ver cada relámpago y su trayectoria.— No te emociones— lo pateó, la sangre del chico brotó con más fuerza —yo mismo he cambiado la velocidad de la luz para que pudieras verla... Eres vulnerable ya, me sorprende como es que aun sigues vivo.

Eso también era sorprendente para él pero quiso no darle importancia. Con sólo estar consciente de lo que sucedía estaba muy agradecido aunque casi inmóvil. Si aquel de verdad era el poder más leve de los caballeros de oro, no quería imaginarse cómo serían los niveles supremos. Los caballeros de bronce no tenían oportunidad alguna si no obtenían su séptimo sentido, y ni Seiya ni los demás lo tenían aun.

—Ojalá hubieras pensado mejor las cosas... ¡Hasta nunca, Seiya!— vió la luz en su puño, admitió así mismo tener miedo.

—¡Aioria!— el cosmos del León despareció por tal interrupción. Ahora comprendía la paranoia de la santa por ese tipo de situaciones, ella las vivía en carne propia. Era un martirio permanecer en la duda de si moriría pronto o no.

Seiya pensó que quien gritó había sido alguno de sus amigos pero se equivocó. Quién llegó era Cassios, el alumno de Shaina y con quien luchó por la armadura de Pegaso antes. Cassios era bastante alto y fuerte, más que Aioria incluso, pero carecía de una dominación de cosmos.

El recién llegado era gruñón e impulsivo, mostraba lealtad pura a la santa de Ofiuco con quien compartía un deseo de venganza en contra de Seiya; pero esa ocasión, por increíble que pareciera, llegó para ayudarle.

—Yo me encargaré de él.— y fue directo a atacar al León sin pensárselo dos veces.

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