Capítulo XIII

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Abrió los ojos al recibir los cálidos rayos de sol en su rostro. Lo primero que vio fue un verde césped con pequeñas flores saliendo de éste, a lo lejos se veían las enormes paredes de roca. Enseguida se levantó, notando que un enorme círculo de flores y hojas la rodeaban y lo demás era tierra con polvo. El recuerdo de la noche llegó a su mente como película. Había hablado con su amiga la santa del Delfín, después fue atacada y secuestrada por una parvada de cuervos, Seiya llegó en su rescate, se rompió el brazo y después saltó con él de un barranco del que pudieron haber muerto.

Su respiración se cortó un segundo ¿Dónde estaba Pegaso? ¿Por qué no estaba con ella? Saori se puso de pie, su vestido tenía suciedad y uno que otro agujero pequeño en la falda pero le dió igual. Miró a su alrededor en busca del caballero hasta que un ligero resplandor la ayudó a encontrarlo.

Corrió a él rápidamente, alzando la tela de su vestido para llegar más pronto, vio que el castaño no contó con la misma suerte que ella, si no fuera por el casco en su cabeza tal vez habría sucedido algo fatal.

—Seiya...— dijo angustiada, se arrodilló a su lado y su parte humana se conmovió a tal grado de llorar por él— Eres tan imprudente pero tu valentía es admirable, me has protegido a costa de tu vida y no hay nada que pueda hacer para agradecerte.— el chico no podía escucharla, pese a eso, las palabras de la Kido eran sinceras —Ahora entiendo porqué el corazón de Hinata te eligió.

Un hilo de sangre escurrió en la mejilla de Pegaso, la chica la limpió sin problema alguno de que la mancha quedara en sus dedos.

—Ella no está aquí ahora, pero en su nombre cuidaré de ti hasta entonces.

Seiya hizo un gesto de dolor pero aún así ni siquiera despertó.

—Cuando salgamos de esto, tienes que hablar con ella, te necesita, y sé que ese sentimiento es mutuo...

Las palabras de Pegaso resonaron en su mente como si fuesen dichas en ese instante. Que valor, que perseverancia y veracidad de ese muchacho. Saori notó que a pesar de su mal humor mantuvo en mente a la santa de Delfín, lástima que ninguno era capaz de dar otro paso; eso ya no era su asunto, por lo tanto tendría que respetarlo. En algún momento uno de ellos tendría que terminar con esas dudas. Tal vez no pronto pero lo presentía.

—¡Aquí están!— la voz de Shaina de Ofiuco rebotó y su eco se esparció por los alrededores. Aquella mujer provenía del Santuario en compañía de otro caballero responsable de capturarla con ayuda de esas pobres aves, ambos pertenecían al rango de plata y hasta donde Saori tenía entendido, Shaina le guardaba cierto rencor a Seiya, no sabía por qué, sólo lo escuchó de su boca una vez.

Saori se giró a la mujer, la cual no era más que una jovencita de la edad de Ikki. Su cabello largo y violeta se movió con mucha delicadeza, hasta en aprietos no dejaba la pureza y elegancia de lado, no era creída, tampoco vanidosa, simplemente era su naturaleza.

—Sabía que estaban vivos, conozco la voluntad de Seiya... Fui tonta al creer que de verdad habían muerto.

Jamián, el domador de cuervos apareció regañando a su compañera, los dos la acorralaron segundos después. Intentaron negociar con ella pero Saori se mantuvo recta y se negó a sus peticiones; sostuvo la mano de Seiya para no sentirse sola y guardar su postura. En el fondo tenía miedo.

Shaina amenazó atacarla, pero antes de hacerlo, la chica fijó su mirada en los santos, de sus ojos se vio un pequeño brillo y a continuación, una llama dorada la envolvió.

—Regresen al Santuario.— ordenó con firmeza para que luego, la fuerza de su cosmos incrementara.

Shaina y Jamián no daban crédito a lo que presenciaban. El caballero de plata ordenó a sus cuervos matarla de una vez. Las aves siendo sus esclavas volaron en  su dirección, en respuesta, Athena se puso de pie, extendió los brazos para expandir su energía, logrando de esta manera liberar a la parvada del poder de su líder. La misma manada de plumas, se volvieron contra Jamián para atacarlo, y por desgracia, cayó al vacío del valle de la decepción, debilidad y temor que la diosa, sin intención, le dió.

—¿Cómo es posible que una chiquilla como tú sea capaz de emanar tal cantidad de cosmos?— gruñó la santa de plata —La única con un poder así se encuentra en el Santuario bajo el cuidado de Arles... A menos que tú... ¡No, eso es imposible!

—Te pediré de la manera más amable posible que te retires ahora mismo.

—¿Si no qué? ¿Me matarás?

—¿Es ese tu deseo?

—Muy graciosa, niña. Le llevaré tu cuerpo al patriarca cuando termine contigo. ¡Garra del Trueno!—la mano de Shaina se alzó como si fuera una cobra lista para atacar, su cosmos desprendió la furia de una tormenta eléctrica.

Saori siguió firme y se concentró para recibir la técnica de la chica, sólo que antes de que siquiera pudiera soltarlo, una cadena enrolló uno de los puños de la santa, logrando detener su energía. La cadena significaba que la ayuda finalmente había llegado, los tres caballeros aparecieron por un callejón rocoso amenazando atacar sin la más duda existente.

—¡Hinata, Shun, Hyōga!— exclamó la Kido aliviada al verlos — Que bueno que han llegado, Seiya está muy herido, debemos salir de aquí ahora...

—No se preocupe, señorita, ya estamos aquí. Nosotros nos haremos cargo.— respondió el Cisne. Shaina forcejeó con la cadena para liberarse, por ello, Shun la jaló hacia atrás de manera que quería alejarla de Saori. Los tres entonces se acercaron a la joven y se quedaron delante de ella.

—Malditos sean...—murmuró la enemiga, enseguida enfocó su vista en el castaño y después en la rubia— Los eliminaré a todos...

—Retírate, Shaina— agregó Delfín —somos tres caballeros y una diosa contra ti, ni de chiste podrías con nosotros. La señorita te dió la oportunidad de irte, por favor tómala, lo último que queremos es llevarnos más vidas.

—Ustedes no son más que basura de bronce, ni juntos serían capaces de detenerme.

Shun observó a la chica, está última a su hermano, así de manera sucesiva hasta entenderse como una sola mente.

Hyōga se lanzó primero para lanzar su técnica, su intención no era matarla, si no hacerla rendirse. Shaina lo evitó sin problemas, la cadena de Andrómeda seguía en su puño así que jaló contra su cuerpo para sacar a Shun al combate; de inmediato, aquel buscó detenerla pero usó su arma como cuerda floja para correr sobre ella y lanzarle un puntapié en el mentón. En ese instante, Cisne volvió a acercarse sólo que ahora con la mujer libre, recibió su Garra del Trueno y lo derribó.

Shaina buscó a Hinata, quien yacía parada delante de la Kido creyéndose la gran cosa.

—Sólo quedas tú, engendro. Derrotaste a Trixy, a Geist y a sus hombres, has perdido tu dignidad al dejar a Seiya con vida después de lo que te hizo. Destruirte será mi más grande placer y lo voy a disfrutar como no tienes idea.

La rubia dió un paso al frente, el rencor de Shaina crecía cada vez más. Era conocedora de su odio a Pegaso por haber vencido a su alumno también estaba segura de que su resentimiento contra él no era sólo por eso, era obvio.

Hinata miró tras su espalda un segundo en busca de la mirada inconsciente de Seiya, Shaina tenía un poco de razón pero su propia decisión la hizo sentir bien. Por ello, cuando la enfocó de nuevo frunció ligeramente su entrecejo.

—Después de ti, mataré a Seiya para que no te sientas sola en el infierno.

—Es una pena que no comprendas los motivos por el que he protegido tanto a Seiya desde mi accidente y dudo que los llegues a entender. —Hinata levantó sus puños y se colocó en posición —Tu odio contra nosotros acabará hoy. Adelante, Shaina, estoy lista.

La santa de plata fue directo a ella, la rubia igualmente avanzó y fue entonces que sus ondas cósmicas se mezclaron. Ambas guerreras forcejeaban las manos con las de la otra, empujándose con el peso de sus cuerpos y aferrándose al suelo con sus pies. Shaina era un poco más fuerte que Hinata así que poseía mayor ventaja sobre ella; ésta última soportó tanto como pudo y se mantenía quieta sobre la tierra para buscar un equilibrio perfecto. Una vez que lo encontró, soltó el Remolino Celestial para inmovilizarla con sus burbujas.

—¡Ahora, chicos!— gritó la chica. Andrómeda y Cisne volvieron contra la mujer, lanzaron sus cosmos a Shaina, quien por la energía acumulada resultó herida y así, fue derribada hacia el acantilado del que cayó Jamián.

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Pegaso fue hospitalizado enseguida, las condiciones en las que había llegado eran críticas, sus heridas comenzaban a infectarse y una fiebre intensa lo hacía sufrir aun inconsciente, eso más un riesgo a tener complicaciones cerebrales por haberse arriesgado demasiado. Sino fuera por el casco que le protegía el cráneo, seguramente habría muerto.

Hinata por otra parte andaba de pésimo humor. Igualmente fue atendida por las contusiones que había recibido la noche anterior sin embargo, su propio estado no le interesaba. Desde que regresaron se quedó en la habitación del muchacho cuidando de él acompañada por sus amigos.

“Eres un idiota, pusiste en peligro la vida de Saori y la tuya. ¿En qué estabas pensando? ¿Acaso quieres matarme?” pensaba ella.

Seiya se quejaba sin tener conocimiento. Primero Shiryū, después él, e Ikki había decidido irse por su lado. Horas antes recibieron información acerca de aquel, que había enfrentado a dos caballeros de plata en alguna parte, por fortuna aquel resultó vencedor. Para su desgracia, la situación empeoró con la desaparición del casco de Sagitario, cuya razón era desconocida.

—¿Cómo es posible que las cosas nos estén saliendo tan mal?— pensó Shun en voz alta.

—Sin Ikki aquí, no sé qué tanto podremos avanzar…— respondió Hyōga algo molesto.

—Al menos tenemos la certeza de que sigue de nuestro lado.— dijo Saori.

—De todas maneras eso no es de ayuda. Es verdad que es poderoso y nos ha ayudado pero su ausencia es un problema. Tenemos a dos integrantes del equipo fuera, aunque suene mal, nosotros cuatro solos no lograremos nada.

—Escribiré otra carta a Mónica —añadió Hinata sin mirarles la cara —para explicarle lo sucedido y perdirle que nos apoye. Tal vez tenga alguna idea de qué hacer.

“Sí esto sigue así, perderemos seremos derrotados.”

Pasaron dos días. Hasta ese entonces no habían noticias del casco, de Fénix o Dragón. El mensaje a Mónica seguía sin ser respondido y Hinata estaba más angustiada que nunca, además, por estar pendiente de Seiya a penas y se prestaba atención a ella misma. Su hermano comprendía en parte el como se sentía respecto a su amigo, por lo que trataba de animarla y cuidar de aquellas heridas leves cuando a Nat se le olvidaba, a pesar de que mostraba desinterés ante lo que le decía de Pegaso por aquel escenario antes del ataque de Jamián. Ella no le dijo nada a Hyōga acerca de su pelea y lo que habló con Saori, pero no quitaba el hecho de que ponía a Seiya cómo el culpable.

En ese poco tiempo, Hinata pasaba el rato en la habitación de su amigo. No comía ni dormía bien, por ello se exasperaba con facilidad por el miedo de ser atacados de nuevo, así que permanecía alerta para defenderse de ser necesario.

Evidentemente, no importaba si había discutido con Pegaso, no importaba que la hubiese lastimado, él le seguía preocupando y lo que sucedió no era impedimento para dejarlo a su suerte.
Aunque cuando Seiya despertó, aquel sentir intranquilo y frágil de apego se desvaneció en un dos por tres.

Hinata iba en compañía de Miho porque su hermano se negó a ir por otros asuntos. Cuando Seiya abrió los ojos y se acostumbró a su entorno, Miho enseguida comenzó a hablar de lo feliz que estaba de verlo y lo preocupada que la había dejado cuando la noticia llegó a ella. La santa por otra parte también sentía alivio, sin embargo no quiso verse muy interesada por el resentimiento de haberla hecho sentir mal. Pudo irse pero se quedó escuchando todo lo que la otra muchacha le decía, tardó unos minutos e inventó que tenía que hacer otras cosas, sólo para evitar el momento en que quisieran meterla a su conversación.

Seiya la siguió con su vista hasta que desapareció, suspiró y volvió a mirar a Miho, frustrado.

—Ha estado muy angustiada —reveló aquella imaginando el porqué de esa actitud —según la señorita Kido, ha estado muy apagada y triste. Estuvo dando vueltas de aquí para allá mientras estabas inconsciente. Casi no comía, dormía poco, hacía lo que ella quería y no escuchaba a nadie.

Típico de Hinata. Pensó Pegaso. Conocía muy bien esas actitudes.

—Ahora que ya despertaste podrá estar más tranquila. La hubieras visto, el otro día se peleó con una enfermera en el pasillo...—Seiya dejó de escuchar a Miho;
se dió cuenta que a pesar de todo ella seguía al pendiente de él, después de haberle dicho que era prácticamente inútil aun le importaba y seguía cuidándolo. No quería darle a Ikki la razón por su intención de protegerla, pero parecía ser inevitable alejarla de todos esos problemas. No tenía la cara suficiente para rendirse ante su idea, o al menos no todavía.— Por poco la echan, por suerte su hermano impidió que se metiera en un problema más grande.

—Vaya, conozco lo suficiente a mi Nat y generalmente no suele ser tan impulsiva.

—Te perdiste de muchas cosas, así que más te vale recuperarte pronto. Los chicos te extrañan, más ella.

Los tres días siguientes Pegaso recibió visitas de sus compañeros, la que nunca faltó fue la santa, que siempre estaba al pendiente de que hiciera caso a las órdenes del médico y las enfermeras. Le hablaba a penas, las miradas que recibía de ella eran realmente vacías. A Seiya no le sorprendía pero tampoco lo tenía tranquilo; la indiferencia de Nat le molestaba mucho, él igual no le dirigía la palabra, porque quería que ella se doblegara primero. Y por la gravedad del asunto sería algo difícil ¿Qué pensaba al decirle esas cosas?

Una mañana después, Hinata lo vigilaba mientras limpiaba algún desorden en el cuarto, también se aseguraba que comiera su porción de la tarde y de alguna manera le hacía compañía. Cuando aquella lo vio terminar, se acercó a su lado para poner en la mesa la bandeja con los platos vacíos, sostuvo la servilleta con la pastilla que le tocaba tomar, levantó el vaso de agua y se lo entregó.

Seiya hizo todo el proceso de ingestión bajo su vista hostil, misma que por un momento se vio intimidado. Se dijo “es hora”. Dejó el vaso en su antiguo lugar sin saber exactamente qué decir cuando notó que la chica dió señales de irse, se apresuró a sostener su muñeca para impedirle otro paso. Hinata, obviamente tuvo que mirar a su dirección, estaba un tanto sorprendida pero se esforzó por mantenerse seria.

—¿Necesitas algo?— preguntó, el chico se quedó un segundo mirando su rostro, el cual tenía pequeñas bolsas bajo sus ojos.

Abrió sus labios y dijo lo primero que llegó a su mente.

—Tenemos que hablar.— fue como si le quitara las palabras de la boca, la tomó desprevenida, eso era un hecho. La chica tardó en responder, pensando en alguna excusa para no tener que quedarse más tiempo.

—No ahora...— desvió la mirada.— Tienes que descansar.

—Necesito que me escuches.

—Estoy retrasada, tengo pendientes por realizar. —falso— Será en otro momento, Seiya.

Soltó su mano, enseguida que dejó de sentir su piel, Hinata salió casi corriendo de la habitación. Se preguntaba hasta cuándo duraría esa distancia entre ellos. Debía hacer un último intento para convencerla de dejar la batalla.

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No tenía idea de lo que quería decir aunque ya se lo imaginaba. La mano en su pecho quería calmar sus latidos como si eso fuera útil para lograrlo. Nunca abandonó la institución médica, sólo se escondió en alguna sala lejana al cuarto de Seiya más que nada para despejar su mente; no estaba tan enojada con él pero no se lo haría saber.

Unas personas pasaron cerca de ella mirándola con extrañeza, lo que hizo que se arrepintiera por haberse alejado, por escapar de lo inevitable.

“Que ridículo, Hinata. Ya no eres una niña para estar huyendo de sus problemas.”

Se puso derecha, iba a regresar para tomar esa conversación aunque en el fondo no quisiese. De repente, se detuvo a media caminata por una descarga atroz que sólo ella pudo sentir en todo su organismo.

“Maldición... Maldición... ¡Maldición!”

Conocía las reglas de los hospitales: no gritar, no empujar, no correr, pero ésta última tuvo que romperla. Muchos de los trabajadores la regañaron al verla. Hinata tuvo que ignorarlos y continuar al frente.

Al llegar al cuarto correcto azotó la puerta y encontró un desastre dentro, ahora estaba segura de que nunca recuperaría su calma mental. La cama estaba toda tirada, la ventana rota con vidrios de la misma en el suelo, los muebles desacomodados; por lo menos él había escapado, aunque no sería suficiente si se quedaba solo.

Vio tras su espalda, luego a la ventana sin otra opción. Exhaló con pesadez, tardaría tiempo valioso si bajaba por las escaleras. Seiya dependía de ella por ahora.

“No puedo creer lo que voy a hacer.”

Dió un paso atrás para tomar impulso, corrió al frente y cerró los ojos cuando saltó a través del hueco, pequeños vidrios rozaron su piel pero lo único que le importó fue aterrizar viva del tercer piso de ese edificio. Casi se tropezaba por querer bajar su falda alzada por el viento y su peso, sus pies tocaron el suelo, con suerte conservó el equilibrio que le permitió levantarse para seguir el cosmos que se perdía en el bosque trasero del edificio.

—¡Seiya!— gritó sintiendo la energía crecer, se suponía que la habían vencido.

Una llama roja vio a lo lejos, apresuró el paso mientras rezaba por llegar a tiempo. Las voces se fueron haciendo más claras para que después se esforzara por detener el siguiente rayo de cosmos con el propio.

—¡Salpicadura del Ángel!— perdió un segundo al detenerse para realizar la patada hacia atrás, sin embargo, la corriente logró alcanzar a su enemigo tal y como planeó.

Nat no se detuvo y alcanzó a un Seiya confundido con la pijama del hospital.

—¿Hinata, qué haces aquí?

—¡¿Estás bien?!— tomó sus manos, sus ojos lo inspeccionaron, luego sostuvo su rostro, él sólo traía polvo y tierra encima para su fortuna.— Por mi madre Asherah y Hera, que susto... Vámonos, tengo que sacarte de aquí, ahora.

—No tan rápido.— los chicos dejaron su atención en Shaina, esta vez su rostro era tocado por el aire fresco a diferencia de las otras ocasiones que nunca dejaba su máscara de lado, lo que dejó asombrada a la santa de bronce.

—Shaina...

—Hinata. ¿Pensaste que te habías librado de mí? Grave error.— la nombrada se separó del castaño para darle cara a esa mujer, Pegaso sostuvo su hombro .— Apártate, hoy no he venido por ti.

—Lo noté. Estás muy enfocada en obedecer la ley de las máscaras.

—No soy tú para dejar mi orgullo y mi dignidad por un hombre.

—¿De verdad? ¿Entonces me dirás que no dejaste tu rostro libre sólo porque sí?

Shaina gruñó.

—¿Ustedes de qué hablan?— dijo Seiya más confundido que nunca.

—No lo entenderías...— respondió Delfín.

—¿No crees que es tiempo de decirle?— la mujer sonrió al ver la cara asustada de la rubia. —Dices que es tu mejor amigo pero ni siquiera le has dicho el por qué de tu cambio.

—¿Qué ganas tú con esa verdad?

—Mi venganza, aquí lo interesante es... ¿Se lo dices tú, o se lo digo yo?

—Fue un accidente, Shaina, olvídalo.

—¿Crees que es fácil olvidar algo tan severo como lo que nos ha sucedido?

—Ya me perdí...— murmuró Pegaso. Las dos mujeres hicieron gestos de molestia por sus palabras.

—Estoy cansada de perder el tiempo. —retomó la de plata —Seiya ¿Alguna vez te preguntaste por qué los santos femeninos usamos máscaras para entrar al ejército atheniense?

—¡Shaina, no!

La rubia comenzó a tiritar en su sitio mirando a Ofiuco.

—La respuesta es sencilla...— la mujer explicó la historia de esa antigua ley, el hecho de que las mujeres no estaban calificadas para ser guerreras logró que por años los hombres fueran los únicos enlistados en las guerras. Siglos después, se les permitió a las damas formar parte del ejército si no querían seguir la formación de doncella y sirvienta, sólo había una condición: portar la máscara para aceptar abandonar su feminidad en muestra de fidelidad a Athena. Por esto eran tratadas como soldados cualquiera. —Si una mujer es vista sin su máscara por un hombre, ella debe matarlo pues es un insulto hacia su persona. Nuestros rostros son lo más puro entre la gente de nuestro territorio, pero Hinata no cumplió la regla contigo. Debió matarte y no lo hizo...

La santa estaba de pie de milagro, su labio inferior estaba rojo y a casi nada de comenzar a sangrar. Seiya comprendió, lo que no entendía eran las razones de su amiga para no respetar tal ley.

—...Sin embargo, yo sí lo haré, pero no por ella, sino por mí.

—¡No lo harás!— dictó la rubia.— Porque no te lo voy a permitir.

—¡Basta las dos!— Pegaso se interpuso en el medio del pequeño claro.— No permitiré que ninguna manche sus manos de sangre por mí. No comprendo los problemas que tienen con esa estúpida máscara pero les pediré que lo olviden. Es imperdonable para mí tener que ver a dos mujeres fuertes —observó a Shaina, teniéndole cierto respeto — e inteligentes— vió a Hinata— pelear por alguien tan insignificante como un hombre como yo.

Las hojas de los árboles alrededor se movieron suavemente, las dos santas se quedaron anonadadas por esas palabras, provenientes del imprudente Seiya de Pegaso que seguía lo que su corazón seguía sin dudar. El chico buscó la mirada de la rubia casi con desespero.

—Hinata...— volvió con ella, tomó sus manos y las apretó, luego se fijó en sus ojos de cielo como si le suplicara— No lo hagas, no vale la pena. Este ni siquiera es un asunto que te concierne.

—Eres un tonto, Seiya...

—Seré lo que quieras pero no luches contra Shaina.

Delfín subió sus manos a sus hombros sin apartar la mirada.

—Perdóname...— lo atrajó hacia su cuerpo, a continuación alzó su rodilla para golpearle no sólo en la entrepierna. Pegaso sintió el ardor recorrer, soltó a la joven para dejarse caer sobre la tierra— No-no quise hacer eso, en serio... — se apresuró a decir— Pero si me sigues deteniendo, ella no te dejará en paz.

—Nat...

—Dijiste que confiabas en mí y me lastimaste con tu actitud. Observa ahora lo que puedo hacer sin tu ayuda.

“Santo cielo ¿Qué se supone que voy a hacer? Esto no estaba en mi plan de escape.”

La santa de Ofiuco se posicionó para atacar, Hinata dió pasos al frente mientras se controlaba mentalmente.

—Escucha, Shaina. Tenemos asuntos más importantes por atender que resolver tus resentimientos... Así que haremos esto, tú y yo pelearemos, si yo gano dejarás a Seiya en paz y guardarás mi secreto, asimismo yo guardaré el tuyo y habremos de olvidar este escenario.

—Adelante, suponiendo que ganas... Si yo gano, que es lo más seguro, haré lo que quiera con él.

Liberó un suspiro pesado. Cerró los ojos un segundo, para el siguiente, Hinata alzó sus puños y frunció el ceño.

—Hecho.

Seiya tenía miedo por su amiga, sólo una vez logró vencer a Shaina ¿Qué oportunidad tendría Hinata si nunca la enfrentó antes? Para colmo ella no llevaba su armadura.

Hizo una promesa y la cumpliría, debía evitar esa maldita pelea.

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