Capítulo XI
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No era idiota. Él sabía las intenciones de Pegaso, desde el momento en que escuchó a su hermana hablar de él en su reencuentro supo que Seiya no era solamente el amigo que ella decía ser. Ya sabía que Hinata estaba enamorada, pero él prefirió no hablar de eso tan pronto. Quería esperar a que ella tuviera la confianza de contarle tal cosa a su debido tiempo. Pero el asunto no quedó ahí.
Se notaba a millas que la unión de Pegaso y Delfín iba más allá de una simple amistad, sin embargo y para su suerte no eran nada. Hyōga dedujo que ambos sumergían sus sentimientos: la forma en la que se hablaban, la manera en que se miraban lo decía todo, eso los delató.
La noche anterior, luego de dejar a Hinata en su habitación para que descansara, oyó voces en el salón que involucraban a su pequeña. Ikki hablaba con más de la razón, desde el riesgo que sufría ella ahí metida y los estúpidos sentimientos que traían loco a Seiya. Cuando entró nadie dijo una palabra más, cambiaron el tema diciendo que se darían unos cuantos días de descanso antes del viaje al Santuario para la guerra final. Mejor para él, habría resultado muy imprudente de su parte el decir que había oído todo, armar un molote y hacer que su hermana se enojara. Como si no hubiese sido suficiente la tremenda regañada que le dió horas antes.
De vuelta a la gran ciudad, Saori dejó en libertad a Hinata para que pasara tiempo de calidad con él. Eligieron aventurarse en diversos sitios para distraerse de todo. Olvidar que eran caballeros para aparentar ser dos chicos normales.
Fuera de la batalla, Hinata era más entusiasta aunque a veces se avergonzaba por cosas comunes. Hyōga en cambio se veía más tranquilo y como todo hermano mayor responsable.
Pasaron horas afuera yendo de aquí para allá sin cansarse, divirtiéndose como cuando eran un par de chiquillos en su niñez. Como última parada, llegaron al zoológico, Hyōga insistió en ver primero a los animales provenientes de los hábitats helados; jaló a la chica de su mano hasta llegar y notar a los enormes osos de pelaje blanco. Se puso muy contento pues le recordaba a su querida Siberia y su entrenamiento con los mismos de aquella tierra.
La chica se mantuvo dos pasos alejada de la reja que los separaba, por otro lado el mayor, parecía que en cualquier descuido se colaría donde los osos para jugar con ellos.
—Vamos, Nat, acércate. No te van a hacer nada. —insistió, ella dio otro paso atrás y se cruzó de brazos.
—No, gracias. Aquí estoy bien. —sonrió nerviosa. Tal vez la gente la miraba raro pero no correría ese riesgo de ser tragada por un oso en cautiverio. —Mejor iré a ver a los pingüinos.
—Si te hace sentir mejor, está bien. Pero no te alejes mucho.
—No te preocupes.
Hyōga la vio irse y volvió la vista a las espléndidas bestias. Que belleza de criaturas, no podía esperar a llevar a Hinata de vuelta a Siberia, seguramente se pondría feliz de volver a casa. Sonrió al pensarlo, sería como revivir los viejos tiempos, para asegurarlo tenían que salir victoriosos de la batalla; según Fénix, Arles era tan terrible que logró poner a todo el Santuario de su lado y en cualquier momento podrían ser sorprendidos.
Sacudió su cabeza para espantar esos pensamientos, no era momento para retomarlos, ahora era un chico común como cualquier otro que sólo disfrutaba su juventud y libertad.
Una descarga recorrió su columna, misma que logró ponerlo alerta en un segundo. Eso era cosmos, un cosmos familiar. No era posible que tan pronto volvieran.
La energía era de Seiya y si él pudo sentirla no dudaba que Hinata también. Corrió en su búsqueda, no tardó en verla acercarse a donde él con la respiración agitada. La detuvo de los hombros para que se calmara pero lo que salió de sus labios terminó por asustarlo más.
—Seiya está en peligro, hay un cosmos terrible que ha eliminado el suyo.
—Iremos por él.
Habían empujado a unas cuantas personas cuando iban de salida del lugar. Él sosteniendo su pequeña mano para no perderla entre la multitud, emprendieron una larga carrera para volver lo antes posible a la mansión.
No podían darse ni un maldito día libre.
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—¡¿Dónde está?! —Hinata preguntó a Miho. Su exclamacion asustó a la susodicha y a Saori. Hyōga se detuvo y se recargó en sus rodillas para recuperarse.
Las dos mujeres estaban igual de asustadas que la rubia, frente a la mansión Kido —con la fachada negruzca de ceniza —se reunió ella con la esperanza de que tuvieran una respuesta favorable.
—Hinata, respira —pidió su hermano recuperando su postura.
—En la playa— reveló Miho temblando —unos caballeros atraparon a Seiya, en este momento está peleando con ellos.
—Voy enseguida— dijo la rubia, se dio la vuelta dispuesta a correr, más fue detenida por su sangre.
—No estarás pensando ir sin tu armadura ¿o sí?
—No tengo tiempo para ir a buscarla, debemos ayudar a Seiya.
—Nat...
—Hyōga, tú más que nadie sabe lo mucho que quiero a Seiya. No puedo permitirme perder más tiempo, los caballeros de plata están aquí y tenemos que hacer algo.
El cosmos de Pegaso estuvo activo un momento pero se apagó de nuevo, Hinata siguió el rastro, detrás suyo iba su hermano con tal de evitar que hiciera algo imprudente. La presión a la que su corazón estaba siendo sometido le comenzaba a doler, su estómago aun estaba frágil pero sería capaz de defender. Corrió lo más rápido que sus cortas piernas le permitieron, su cabello se desacomodó pero le restó importancia.
Podía sentir distintas energías chocar entre sí, una de ellas la conocía perfectamente. Se preguntaba por qué estaba ahí, solamente sería por orden del Pontífice, con más razón debía darse prisa, ella le daría respuesta al respecto sobre su maestra.
La arena se hizo presente en su vista minutos después, había llegado.
—¡Seiya! —gritó su nombre y no hubo respuesta. Volvió a hacerlo poco después, no importaba si desgarraba su garganta para encontrarlo. —¡Seiya!
Vio entonces una manita siendo agitada, Hinata se dirigió allí para encontrarse a Kiki y a Pegaso inconsciente sobre la arena. Rápidamente se acercó al niño para inspeccionarlo físicamente como si fuese su madre.
—¿Qué ha pasado, Kiki? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —respondió el pequeño con una calma sorprendente, alejando las manos de la chica de su cara —vaya, se nota que corriste mucho, respira un poco ¿Quieres?
—¿Seiya, me escuchas? —se volvió al castaño, sostuvo su mejilla y pudo notar que seguía respirando.
Hyōga llegó para hacer la misma pregunta que la chica.
—¿Qué ha pasado? ¿Están bien?
—Que sí, hombre. Ahora no me cabe duda que son hermanos, son muy paranoicos. —Kiki se cruzó de brazos.
—Kiki, ¿qué pasó aquí?
—¿Por dónde empiezo? Apareció Misty el caballero de plata, Marín y otros que no recuerdo sus nombres...
“¿Misty? ¿El mentor de Trixy? Él sin duda venía por mí.” Pensó la rubia.
—Atacaron a Seiya pero Marín logró detenerlos. Él está vivo, tranquilos, deberían ver sus caras.
Los hermanos por fin se dieron la oportunidad de respirar debidamente. Pegaso comenzó a despertar, por lo que Hinata lo ayudó a sentarse.
—¿Dónde está Marín? —preguntó en un susurro.
—Se fue... —dijo la chica.
—No, no. Necesito verla, tengo que verla ahora mismo. —trató de levantarse, Hinata no lo dejó porque se veía muy frágil —Nat, tengo que ver a Marín.
—Pero no está aquí, Seiya ¿cuál es la urgencia?
—No me creerías pero, tengo la sospecha de que Marín podría ser mi hermana.
—¿Qué? — no estaba entendiendo nada ¿no sería su reacción por los golpes recibidos?
—Oye ¿qué es eso? —señaló Cisne detrás de ellos.
Los jóvenes se levantaron y notaron un mensaje escrito sobre la arena.
—Es la letra de Marín —afirmó Seiya antes de leer el recado.
—“... Protege a Athena...” —leyó el Cisne —¿Qué quiere decir?
—Ni idea.
—¡Oh, casi lo olvido! —habló el pequeño espantado al trío. —Hinata, Marín me dio esto para ti. —le extendió una hoja doblada. La joven la tomó dudosa, hasta donde sabía, ella nunca le agradó a la mencionada ¿razón? Su propia maestra, quizá. —Te lo envía Mónica, no sé qué dice.
La chica abrió la carta y comenzó a leer mientras los dos chicos la veían, esperando pacientemente por si tenía algún recado importante. Hinata suspiró.
—Gracias, Kiki.
—¿Qué dice Mónica, Nat?— dijo Seiya esperanzado.
—El Santuario está peor de lo que imaginamos. No debemos confiarnos, Mónica nos advierte que vendrán más caballeros de plata en nuestra cacería.
—¿Por qué no me sorprende?
—También mencionó a Athena, que debemos protegerla porque es nuestra última esperanza.
—¿Qué tiene que ver Athena con esto? —añadió Hyōga.
—Tengo una teoría pero es bastante loca.
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Reunidos los seis caballeros en el gran coliseo abandonado, resguardaban a la señorita y al casco dorado en caso de algún otro posible ataque. Seiya contó lo que había sucedido, así también el apoyo que le otorgó su maestra al aparecer y salvarle la vida, sin embargo yacía inquieto, pues uno de los santos de plata le reveló que Marín podría ser la hermana que tanto tiempo deseó buscar.
Hinata estaba pensando al respecto, si aquel tenía razón ¿por qué Marín nunca dijo algo al respecto? ¿Era para proteger a Seiya acaso? En su opinión no creía en esa suposición aunque sonara feo, pues según lo poco que sabía, Mónica y Marín se conocían desde que eran jóvenes, antes de la llegada de ambos, por lo que era imposible que aquella santa fuera su familiar y al mismo tiempo una guerrera de plata. Sin embargo, Hinata no dijo nada, bien podía estar equivocada. Marín definitivamente era un completo misterio, nadie sabía nada de ella.
—También dejó un mensaje... —la voz de Hyōga la sacó de sus pensamientos, Nat llevó un mechón de su cabello tras su oreja, recordando ahora la carta de su mentora— “Seiya, protege a Athena...” Y la maestra de Hinata le escribió algo parecido. ¿Qué creen que signifique?
—Alguna vez escuché que la diosa Athena reencarna cada 200 años para liberar a la humanidad del mal. — dijo Ikki.
—Yo también. Recuerdo que Mónica me contó algo parecido —agregó Hinata —se supone que los soldados que reciben sus armaduras luchan para salvaguardar la justicia en nombre de la diosa.
—Pero Athena no existe en la actualidad. —habló Shiryū.
—Si unimos los puntos, es posible que Athena aparezca en este tiempo, y nosotros debemos estar ahí para ella. —ante la conclusión de Pegaso, Tatsumi no se tardó en hablar al respecto.
—Es correcto. —dijo aquel sosteniendo la pieza, mirando a los jóvenes guerreros. —La diosa Athena se encuentra entre nosotros —se giró a la señorita Saori, quien no comprendía lo que acababa de decir, ni ella ni los muchachos.
—Tatsumi. No digas disparates.
—No son disparates, mi señora. Lo que le digo es verdad, su abuelo, su padre, —vio a los rubios —se encargó de decirme toda la verdad sobre usted y de Athena.
Los hermanos se dieron una mirada, de un momento a otro escucharon al mayordomo con suma atención, volviendo justo trece años atrás, cuando el señor Kido estaba de viaje en las ruinas de la antigua Grecia...
Nat se frotó la sien buscando no alterarse más de lo que había estado. La señorita Saori rompió en llanto al saber que a pesar de todo, el señor Kido hizo lo posible por abrirle las puertas de su vida, por acogerla sabiendo el secreto de su sola presencia existente y más que nada, por darle cariño y amor hasta donde su ciclo le permitió.
Un silencio incómodo se presentó, no era una noticia tan fácil de digerir, por lo que antes de que alguien pudiera volver a hablar, se tomaron el tiempo de ver más clara la situación: Mitsumasa había encontrado a la pequeña Saori, quien era la reencarnación de Athena y que en su momento fue amenazada de muerte por algún ser maligno del Santuario. El portador de la armadura de Sagitario, Aioros, fue el responsable de sacarla con vida antes de que fuera demasiado tarde, por estas razones, el actual Patriarca estaba detrás de todos ellos al poseer una de tantas armaduras sagradas para él dominar la tierra.
La señorita Kido aun con una mirada incrédula, observó a los jóvenes caballeros no sabiendo si ella sería capaz de ser la gran diosa de los mitos. Como si se tratase de un sistema automático, el cosmos de Saori se encendió por sí solo, éste no era nada comparado a un cosmos normal como el de los santos guerreros, aquel era único, enorme y más brillante que el mismo oro e igual de ardiente como el mismo sol durante el día; desprendía mucha tranquilidad, bondad, paz.
Los chicos, asombrados por la llamarada, se arrodillaron ante ella como señal de respeto y reconocimiento verdadero de que sería su guía de ahora en adelante. La que estaba frente a ellos ya no sólo era la nieta adoptiva de un importante empresario, era una deidad con mente y cuerpo. Athena finalmente había despertado.
—Ustedes han sido elegidos para proteger a la reencarnación de la diosa de la Guerra —dijo Tatsumi con firmeza —¿Han de jurar lealtad y confianza ante Athena, y sacrificar sus vidas si es necesario por el bien de la humanidad?
—Lo juro. —exclamaron los santos casi al unísono, levantando sus manos con dirección a su pecho, afirmando sus palabras.
—Dicho esto, el mundo ahora depende de ustedes, caballeros.
La rubia alzó su cabeza y se encontró con la vista intranquila de la Kido, fue así que, como si fuera un imán, atrajo la mirada de Saori a la de ella y permanecieron unidas unos segundos. Hinata buscó sonreírle para calmarla, consiguiendo así que aquella se la devolviera como agradecimiento.
—Con Athena de nuestro lado, seguramente obtendremos la victoria en la guerra contra el Patriarca. —mencionó Shun entusiasta mirando a sus compañeros.
—No lo dudo.— lo apoyó Shiryū.
—Si me permiten dar una sugerencia, pienso que es momento de que tomemos por sorpresa al Santuario y ataquemos.— agregó Seiya poniéndose de pie.
—Es arriesgado, lo mejor para ello es armar un plan.— opinó Hyōga imitándolo.
—Yo puedo ayudar con eso.— afirmó la Kido.
Dicho esto, los guío al interior del coliseo para revelarles la existencia de un cuartel secreto bajo el mismo, en el cual muchas personas yacían trabajando en quién sabe qué cosas.
—Antes de que nos arriesguemos a entrar a la boca del lobo, deberemos estar muy conscientes de lo que podría suceder— explicó la señorita —por ello, en este cuartel nos hemos dedicado a investigar un poco más al respecto sobre ese Santuario.
—Me parece perfecto. Opino que actuemos cuanto antes ¿Cuál es el plan?—dijo Seiya.
—Dado que poseemos poca información, pensaba que la mejor opción sería invadir desde adentro, según lo que Hinata me ha comentado, su maestra está de nuestro lado y podría sernos de mucha ayuda para conseguir más aliados.
—¿Llamará a Jabu y a los otros caballeros de bronce, señorita Saori?— preguntó Nat.
—Sí, pero para aparentar normalidad les he pedido que se mantengan en su posición, ellos nos alcanzarán cuando sea el momento apropiado.
—En ese caso y siguiendo tu plan, yo los guiaré —retomó Pegaso— después de todo crecí ahí, aunque para ser sincero nunca me he acercado al recinto del Patriarca.
—No veo problema alguno con eso, Mónica está ahí, ella deberá tener alguna influencia dentro. Iré contigo.
—No, Hinata.— El castaño observó a su amiga, misma que se quedó algo extrañada por su respuesta —Tú te quedarás aquí con Saori, si nos están vigilando que es algo que no dudo, y te ven a ti, creerán que estoy contigo, por lo tanto no levantarán la guardia.
—Sí, es un buen punto.
—Shun, Shiryū, les pediré a ustedes que me acompañen. — ambos aceptaron— Hyōga e Ikki, actúen normal para no levantar sospechas.
—¿No te parece mejor que yo vaya también?— opinó Fénix.
—Acabas de regresar de la muerte, sería mucho pedir.
—Tranquilo, hermano, todo va a salir bien —calmó Shun.
—No hay más que discutir, Saori ¿Cuándo partiremos?
—¿Les parece mañana a primera hora?
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Tal y como dijo Saori, Pegaso, Dragón y Andrómeda serían transportados a Grecia esa mañana. El resto de santos despidió a sus compañeros, con la esperanza de que lograran su objetivo.
Viéndolos partir desde el coliseo, Hyōga abrazó los hombros de Hinata, ya no le era una sorpresa verla preocupada por todo, sin embargo, eso le generaba mucha angustia, misma que le haría daño a su salud física y mental.
—No te alarmes, ellos van a estar bien. Shun es precavido, Shiryū es listo y Seiya, es... Seiya... —la joven asintió y sonrió a penas —Si encuentran a tu maestra, no habrá que alarmarse.
—Es cierto. Tengo que confiar en ellos. Mónica les dará instrucciones y los guiará, no entiendo por qué esta inquietud mía.
—Descansa, tantas preocupaciones son malas para tu salud. Volvamos al cuartel, te haré un té para esos nervios.
Ikki siguió a aquel dúo en silencio, a su manera entendiendo a la rubia. Al bajar nuevamente, Hyōga cumplió su palabra y llevó una infusión a su hermana, quien acompañaba a Saori en la sala principal.
Los cuatro ahora no mostraron el interés por querer hablar; dentro de aquel sitio, los operadores mantenían en contacto la ubicación exacta del avión que se encargaba de transportar a la otra mitad de los guerreros de bronce en caso de alguna emergencia, pero después de las primeras dos horas del despegue, pensaron que no habría nada más por qué preocuparse.
Hinata logró mantenerse un poco tranquila, la presencia de su hermano la calmaba mucho pues la distraía de la realidad, aunque sentía que no hacían nada importante ahí abajo. Permanecieron cerca sólo para acompañar a la Kido.
Desvió la vista hacia el portador del Fénix, que tenía sus brazos cruzados y yacía recargado a una pared, probablemente estaba aburrido pero su expresión facial decía otra cosa distinta. Hizo señas a Hyōga por el extraño silencio de Ikki. Aquel se quedó pensando un momento y gracias a una comunicación visual, se acercaron a él para romper la tensión y, quién sabe, tal vez distraerlo.
—Ikki...—lo llamó Hinata, colocó una de sus manos en sus brazos para atraer su atención.— ¿Pasa algo? Te noto fuera de ti.
—No, no pasa nada.— respondió él habiendo dudado un poco para responder. Nat dejó salir esa expresión que le dejaba la duda, lo que hizo más fácil para ella recibir otra respuesta —Es sólo que me inquieta el hecho de que Shun vaya a ese lugar tan peligroso.
Hyōga sonrió al oírlo, se recargó en el hombro de la chica y comentó.
—Cálmate, él sabe cuidarse solo. Entiendo que te preocupe pero no lo trates como si fuera un niño.
Ikki y la rubia hicieron contacto visual en pocos segundos. Él en algún momento tendría que admitirlo, pero Hinata le recordaba tanto a Shun que por alguna razón dejó que su aura lo invadiera y en el fondo se sintiese culpable por haber pensado en matarla.
—No hay que alarmarnos, ya verás que todo saldrá bien, Ikki.— la chica sonrió ampliamente.
Fénix relajó la tensión en sus brazos y fijó por un momento la vista a la mano de Hinata que seguía sobre su piel; era la primera vez que veía con un poco más de atención esos ojos azules de cielo, sin importarle que fueran iguales a los de su hermano, a ella se le veían más lindos, más vivos.
Cisne, atento a todo —como siempre— viajó su mirada a esos dos con disimulo, sabía que Ikki no había convivido tanto tiempo con ellos, por lo que hacer caso a sus pensamientos en ese momento le parecía una completa estupidez.
—¡Alerta!— oyeron de uno de los agentes, los tres caballeros se aproximaron a donde Saori ya estaba atendiendo el llamado.
El avión que se dirigía a Grecia acababa de desaparecer por algún extraño motivo, según las últimas coordenadas localizadas estuvieron unos segundos en una isla cercana a su sitio de destino. Entonces, los malos pensamientos de la chica volvieron a atacarla, compartiendo así la inquietud de Ikki. Y para asegurarse de que nada malo sucedía, convencieron a la señorita de enviarlos a tal lugar como precaución.
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El viaje, la espera y la incertidumbre fue para su desgracia algo duradera. Con mucho esfuerzo lograron obtener la ubicación exacta de los muchachos, habían caído en una trampa, y en cuánto llegaron a aquella isla en su búsqueda, no ocurrió demasiado para encontrarlos.
Según sospechas, los tres fueron atacados por Shaina de Ofiuco y otros sujetos; casi por un milagro seguían con vida, sin embargo ese privilegio cobró su precio: Shiryū había quedado ciego al arrebatarse su vista por voluntad propia, esto para salvar a Seiya y a Shun del hechizo arrojado por el escudo mortal de la Gorgona Medusa bajo el poder de un caballero de plata. Cuando Hinata y los demás llegaron no podían creerlo, pero Shiryū insistió en encontrarse bien y más feliz que nunca al escuchar a todos. Por si fuera poco, su acto valeroso empezó a tener sus consecuencias en él, así que sin perder más tiempo, volvieron a Japón esa misma noche. Inmediatamente fue llevado al hospital privado de la Fundación Graad con el objetivo de que el personal intentara recuperar su visión.
Shun, Hyōga y Hinata permanecieron horas afuera del quirófano, esperando. Todos angustiados por lo que podría suceder en cuánto la operación terminara. En esos últimos días no había existido la oportunidad de librarse de los problemas, siempre algo malo tenía que suceder.
Más tarde, Saori, Seiya e Ikki fueron a verlos, y aunque todos hicieron el esfuerzo por no ser pesimistas, algo dentro de sí les decía que eso no saldría bien.
Para agregar otro problema a la lista, el doctor salió mientras sus compañeros trasladaban al muchacho a la sala de recuperación. La Kido y el resto de jóvenes casi asfixiaban al médico con sus preguntas, pero habiendo establecido orden, la noticia a continuación los desgarró por completo.
—Hicimos lo que estuvo a nuestro alcance, desgraciadamente no contamos con lo necesario para devolverle la vista... De verdad, lo lamento mucho.
Seiya estaba demasiado frustrado e incrédulo, tanto él y Shun, ese pesar los agobió demás que no evitaron escurrir lágrimas de culpa, incluso Nat que ni siquiera había estado presente en la batalla. Hyōga e Ikki permanecieron en silencio, lamentándose desde adentro esta fatídica noticia.
Si ellos estaban tan mal ¿Cómo lo tomaría Shiryū?
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*Today es el cumpleaños de Natsita :3
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