❛ 𝘃. 𝗂 𝖺𝗅𝗐𝖺𝗒𝗌 𝗅𝗈𝗈𝗄 𝗀𝗈𝗈𝖽.
❛ 𓄼 CAPÍTULO CINCO 𓄹 ៹
—¿CÓMO SE SIENTEN? —pregunta la mujer de servicios sociales, a unos jóvenes Dick y Lydia. Dick desvía la mirada como respuesta—. Entiendo, entiendo. Fue tonto preguntar, lo sé.
Lydia, por su parte, parecía ignorarla, sin emitir ruido alguno desde que pisaron la oficina y mucho menos haber soltado la mano de Dick. Sus ojos se encontraban mirando a la mujer frente a ella, pero su mente estaba en otro lugar, aislada. Dick deseó ser capaz de ignorar aquello como ella lo hacía.
—Tengo una buena noticia —habló de pronto la mujer—. Alguien quiere ser su padre adoptivo, el de ambos, y no tendrán que separarse. Bruce Wayne estaba en el circo la noche que murieron tus padres. Vio lo que...
—Eran nuestros padres —corrigió el adolescente sin mirarla, porque Lydia era parte de su familia, y ahora la única que tenía.
—Claro. Si saben quién es el señor Wayne, ¿Verdad? —ante el silencio, decidió ir por otro camino—. Chicos, hay algo más de lo que tenemos que hablar. La policía ya analizó la situación y... —los ojos de Dick viajan hacia la mujer y Lydia recobra sus sentidos, enfocándolos a la trabajadora—. Creen que no fue un accidente.
—¿Qué? —preguntan afectados, haciendo presión en sus manos—. ¿Alguien mató a nuestros padres? —vuelve a preguntar Lydia con el labio tembloroso.
—Son sospechas, no están seguros. Lo siento.
Cuando el automóvil de su nuevo tutor los recoge, y después de media hora de viaje se detiene frente a la mansión Wayne, Dick se asombra y mueve el brazo de Lydia abrazada a él, queriendo hacerla ver lo mismo.
Al principio, Petrova y Grayson no se agradaban, pero con el pasar de los años se volvieron inseparables y más aún después de la muerte de sus padres. La fecha en donde la unión se fortaleció, fue la adopción de Bruce Wayne dándoles la oportunidad de permanecer juntos.
Alfred Pennyworth, el mayordomo de Bruce Wayne, les señaló su habitación queriendo darles espacio. Dick y Lydia miraron con sorpresa su habitación, las dos camas estaban casi juntas y habían dos armarios con toda clase de ropa para cada uno.
Bruce Wayne entendía más que nadie el sentimiento de abandono, al haber pasado lo mismo por sus padres. Él no tuvo nadie con quién apoyarse, no como Lydia y Dick se tenían. Y aún no esperaban separarse, eso lo demostraron cuando se negaron a ver a la psicóloga por separado. O lo hacían juntos, o no lo hacían, ese era su trato. Por eso no eran dos habitaciones una frente a la otra, era una para ambos, que más tarde —al crecer y cambiar sus cuerpos— se convertiría en una para Dick y la de Lydia enfrente de él.
—¿Estás lista, Petrova? —preguntó Dick parado en la ventana mirando a su amiga por detrás.
Ella asintió con inseguridad antes de que Dick se lanzara a un árbol usando los trucos de trapecista a su favor y cayendo con agilidad en el suelo. —No creo poder hacerlo, Dick —niega titubeando.
Él la anima diciendo lo mucho que había practicado como para que fuera en vano. En un impulso de valentía, Lydia se lanzó al árbol balanceándose hasta caer en los brazos de Dick por inestabilidad en último momento. Pero él también cayó al atraparla. —Fue mejor de lo que esperabamos —asegura tomando su mano y corriendo lejos de la mansión entre risas sin tomar en cuenta que Bruce los miraba desde una ventana.
DESPUÉS DE ASEGURARLE A HANK QUE ATRAPARÍAN A LOS CULPABLES DEL COMA DE DAWN, Richard recibió un llamado de una detective de Detroit, informándoles acerca de una intrusa en la casa de Rachel Roth. Una mujer afroamericana de tal vez uno ochenta y cabello magenta. Luego, le informó sobre la muerte de su compañera —aunque no lo hubiese sido para Dick— Amy Rohrbach.
DICK CONDUCÍA HACIA UNA GASOLINERA, con la sirena a su lado, en la carretera cuatro noventa y cinco donde vieron a la mujer que irrumpió en la casa Roth y que recogió de ahí a una chica con el aspecto similar al de Rachel. Lydia miró a Dick tras el volante, observando un ceño fruncido.
—Estás subiendo la velocidad, ¿Por qué estás subiendo la velocidad? —inquiere acomodándose en el asiento, recargando su hombro contra el cristal.
—Debemos hallar a Rachel —responde, mirándola a los ojos brevemente.
—Creí que querías abandonarla.
—No la estaba abandonando —niega, buscando una excusa, y a eso, Lydia rodó los ojos con una sonrisa sarcástica.
—Esas excusas tuyas no te servirán, Grayson. Las conozco, todas ellas —soltó un quejido tan pronto pasaron sobre un bache.
—¿Estás segura de continuar? —pregunta con su mano en la pierna de la mujer, proporcionando un poco de calidez—. Necesitas un baño, no te ves bien.
—Siempre me veo bien —protesta, dándole un manotazo—. No me siento bien, no. Pero alguien tiene que convencer a Rachel de volver... Y tomaré esa ducha cuando esté con nosotros, mi curación es lenta, no nula.
—LYDIA —Bruce le llama, lo que hace a la chica detenerse en su andar junto a Dick—. Debemos hablar. Faltarás a la clase de judo, y es mejor que tú también faltes, Richard —Lydia sigue confundida a Bruce a su despacho, mientras que Alfred dirige a Dick de regreso a su cuarto con las mochilas de ambos.
—¿Sucede algo malo? —pregunta, sentada frente al escritorio con las manos entrelazadas.
Bruce suspira sin saber cómo empezar la conversación. —¿Qué sabes acerca de tus padres? Los biológicos —aclara antes de que pudiera responder.
—Solo sé sus apellidos. Petrova. Me dejaron en el circo, en ese entonces solo recordaba mi nombre y mi apellido, mi cumpleaños y mi obsesión por el verde. A esa edad no necesitaba saber más. ¿Qué pasa con ellos?
—¿Has oído hablar de las sirenas? —cambia de tema, sentándose en la silla a su lado.
—¿Qué tienen que ver unas criaturas mitológicas con mis padres...? ¿Acaso ellos lo eran? —pregunta con la ironía en su voz, sin permitir a la esperanza de conocer su pasado entrar.
—Hace varios años ya, conocí a una mujer que se volvió una amiga querida, y trabajamos juntos un par de veces. Ella se enamoró de un hombre que había visto viajando por las costas europeas, por el Mar Negro. Él era bondadoso y carismático, ella era imprudente y valiente, siempre se arrojaba al peligro hasta que lo conoció a él. Como cualquier otra historia, ellos se enamoraron y tuvieron una hija, la bendición del mal y el bien. Podría llegar a ser una de las almas más puras del universo con solo sonreír, pero también podría llegar a desatar el infierno con un llanto. Un balance, pero más que nada luz.
—Ellos eran mis padres, y esa bendición del mal y el bien soy yo —comprendió con sus ojos cristalizados, negándose a mirar a su padre adoptivo a los ojos, temiendo que si lo hacía, se desmoronaría—. Soy una sirena, ¿No?
—Mitad sirena, en realidad —el señor Wayne posó suavemente su mano en el hombro de ella—. Pero no esperábamos que el gen de tu madre le ganara al humano de tu padre. Era muy improbable que fueras sirena.
—¿Qué fue lo que realmente sucedió con ellos? ¿Es por eso que estabas en el circo esa noche? —pregunta tras otra se formulaban en su mente queriendo descubrir su verdadero origen.
—Ellos murieron tratando de salvarte —contesta, queriendo dar apoyo y hacerle saber todo lo que él conocía—. Tu madre antes de eso, me pidió que en el momento de su muerte fuera a buscarte al circo Haly, y lo hice. Lydia, jamás supe cómo murieron tus padres, pero los rumores se esparcieron y un viejo compañero del mar lo confirmó. Lo siento.
Esa noche Lydia lloró en los brazos de Dick hasta caer dormida.
—¡LYDIA! —la castaña se sobresalta, despertando del recuerdo al escuchar su nombre siendo llamado.
—¿Qué sucede? —preguntó, enfocando su vista en Dick a su lado.
—Lo siento. Creí que... —la miró a los ojos sin saber qué decir, sin saber cómo abordar el tema de sus lágrimas mientras dormía—. Nada. Olvídalo —sonríe como disculpa.
Lydia se endereza en el asiento donde dormía cómodamente antes de despertar, y le preguntó a Dick qué es lo que había averiguado. —La misma chica que vieron en casa de Rachel ha quemado al hombre a quién le pateaste el trasero la otra noche y se la ha llevado.
—¿Y en dónde las localiza su auto? —pregunta. Dick suspira por no haber pensado en esa idea.
—... En un convento en Covington, Ohio —responde luego de concretar su búsqueda.
—Bien. Llamaré a Hank para saber cómo va Dawn —palmea el hombro de Dick buscando debajo del asiento otra chaqueta para cubrirse del frío—. ¿Sabes dónde dejé mis chaquetas? Estoy segura de que tenía un armario aquí.
—Las bajé todas porque acumulaban espacio, te lo dije —le dio la razón volviendo al asiento.
—Hace un jodido frío aquí. Vámonos —el castaño suelta una risa seca quitándose su cazadora y tendiéndosela, quedando solo en su camiseta gris de manga larga—. Morirás de frío —la toma, sin embargo.
—El frío nunca ha sido tu aliado en cuanto a sanar. Créeme, valdrá la pena —asegura, encendiendo el motor.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top