2
Eleanor
Al día siguiente me levanté demasiado temprano, atormentada por los nervios y las dudas.
¿De verdad sería bueno arreglar las cosas? ¿Podría nuestra amistad funcionar otros años más, incluso viéndonos de forma diferente?
Eran las 6 a.m. y yo ya estaba inundada de preguntas, mirando el techo de mi habitación, esperando que fuera la hora de levantarme e ir a cocinar.
Ojalá Evan no se haya vuelto exigente con la comida. Aunque cocino decentemente, no esperaba preparar un plato súper costoso y exquisito.
Recordé nuestros desayunos de adolescencia, cuando casi siempre terminábamos haciendo pancakes con fresas y mucho chocolate, aunque después nos enfermábamos del estómago. Ahora que somos adultos, un poco de chocolate no debería hacer daño, espero.
Decidida, me levanté de la cama, me dirigí al baño para darme una ducha, vestirme y empezar con el desayuno. Opté por unos jeans sueltos, un suéter verde militar y medias de colores. Preferí no ponerme zapatos, me gusta andar en medias por mi casa.
Preparé la masa para los panqueques, lavé y corté las fresas, y saqué el chocolate.
¿Debería hacer los panqueques redondos o en figuras?
Qué infantil soy.
Opté por los normales para evitar pasar vergüenzas.
Mientras revolvía la masa y la vertía en el sartén, los recuerdos de Evan y yo devorando la nevera de mi madre a las 2 a.m. empezaron a inundar mi mente. Una vez, él trató de no hacer ruido con su risa y se tapó la boca mientras bajábamos las escaleras. Yo iba detrás de él, y por la fuerza que hizo para no reírse, se le escapó un gas ruidoso. Inmediatamente solté una carcajada y corrí escaleras arriba, con Evan persiguiéndome para que no nos regañaran.
Recuerdo que tenía el rostro rojo de vergüenza, su cabello algo largo y despeinado. Yo no podía parar de reír, sentada al borde de mi cama.
Él solo dijo "Perdón" evitando mirarme. Le respondí "Relájate, Peters. Es algo muy normal, sabes que tú y yo somos como hermanos."
Mentira. Nunca lo vi como un hermano.
Desde entonces, nunca más volvimos a bajar por comida a las 2 a.m.
Unos golpes en la puerta me sacaron de mis recuerdos. Me limpié las manos con el delantal y miré la hora.
Eran las 8 a.m.
Diablos, Evan ya había llegado y yo aún no había terminado.
Maldición.
Abrí la puerta y ahí estaba él, con su encantadora sonrisa y el hoyuelo en su mejilla.
—Hola, Leah. —se veía emocionado, así que le di paso a mi casa y él me abrazó.
Dios, ¿por qué siempre olía tan bien?
—Hola, Evan. Llegaste algo temprano.
Cerré la puerta.
—¿Tú crees? Perdón si fue así, es solo que... quería pasar el mayor tiempo contigo posible, Leah. —Caminaba pero se detuvo en el pasillo para mirarme de manera graciosa.
—¿Qué tengo? ¿Por qué me miras así? —fruncí el ceño.
—Es que te pareces a tu madre con ese delantal. —y se soltó a reír.
¿De verdad?
Indignada lo aparté del pasillo para poder mirarme en el espejo y claro, tenía harina en el rostro, en el cabello, en mi suéter, en todas partes.
Él apareció en el espejo haciendo caras raras mientras se reía.
—Cállate, idiota. No es gracioso. —Como siempre, me molestaba, le fascinaba hacer eso.
—Vale, vale. Vamos a desayunar.
Tomó mi mano para dirigirnos a la cocina y recordé que aún no había terminado de cocinar.
—Antes de que digas algo, me distraje y solo he hecho dos panqueques, ¿de acuerdo? —lo miré apenada. —Pero si quieres, ambos podemos terminarlos, sería como volver a retomar viejas costumbres.
Le sonreí tratando de convencerlo y al parecer lo había logrado, ya que se quitó la chaqueta de jean para no ensuciarla, dejando a la vista sus perfectos brazos.
Dios santo.
¿En qué momento se había puesto tan... ejercitado?
Evan siempre ha sido guapo, tengo que admitirlo, pero se notaba que hacía ejercicio y vaya que le sentaba muy bien.
—¿Leah? Tierra llamando a Leah. —chasqueó sus dedos, haciendo que saliera de mi pequeño momento de apreciación visual.
—Eh, eh, sí, sí. Hay que cocinarte, digo, cocinar. —carajo, ya empezaba a ponerme nerviosa y sentía cómo poco a poco mis mejillas se calentaban.
Mierda, este será un largo día.
—Entonces... ¿terminamos de hacer el desayuno? —Evan me miró, arqueando una ceja.
Dios mío, ¿por qué todo lo que él hacía era perfecto?
—Claro, terminemos para poder irnos. ¿Ya sabes a dónde quieres ir?
Él sonrió de manera cómplice.
Ay no.
Ya sabía lo que quería.
—¿De verdad quieres ir ahí, Evan? —lo miré incrédula.
—Ay, Leah, por favor, yo sé que tú también quieres ir.
Bufé. —Está bien, iremos. Solo te advierto que no he regresado desde que te fuiste, así que probablemente esté sucio.
—No pasa nada, todo sea por estar contigo y recordar los buenos momentos de nuestra amistad. —Se acercó y me dio un pequeño abrazo antes de buscar otro delantal y comenzar a verter la mezcla de panqueques en el sartén.
Observando a Evan cocinar con tanta alegría, su cabello algo desorganizado brillando bajo la luz, no pude evitar sonreír. Él balanceaba su cabeza al ritmo de alguna melodía silenciosa mientras esperaba a que estuvieran listos.
Yo me encargué de buscar dos platos, colocándome al lado de Evan, quien diligentemente depositaba los panqueques en cada plato. Yo seguía su ritmo colocando las fresas y el chocolate.
—¿Por qué no hiciste panqueques con formas? Recuerdo que antes los preparabas así.
—Es que no quería que pensaras que era algo muy infantil, somos adultos, ¿no?
—Lo somos, pero en el fondo aún seguimos siendo esos adolescentes a los que les gustan los panqueques en forma de pez y flor. —Su risa me contagió y no pude evitar reír también.
—Aún lo recuerdas... —murmuré, un poco avergonzada.
—Recuerdo muchas cosas, Leah. —susurró a su vez—, cosas que me dijiste que olvidara.
Carajo.
Por favor que no sea lo que estoy pensando.
Lo sabía, sabía que él nunca se iba a sacar eso de la cabeza aunque se lo pidiera un millón de veces.
—Lo sé.
Eso fue lo único que me atreví a decir, porque ¿qué más podría decir?
No podía decirle "Me parece fantástico que no hayas olvidado el día en que nos besamos gracias a los efectos colaterales del alcohol y estoy tan agradecida por eso."
Claro que no.
—¿Leah?
—Dime.
—Eso se quedó en el pasado, ¿verdad? Quiero decir, lo que me dijiste que sentías esa noche. —me miró, esperando una respuesta.
—Claro que sí, Evan. —Me reí nerviosa—, eso quedó atrás.
Mentira.
—De acuerdo. —Sonrió dulcemente, sin mostrar sus dientes—. Iré llevando los platos a la mesa.
Tomó ambos platos y lo seguí con los cubiertos. Acomodó todo en la mesa y se sentó. Yo regresé a la cocina por los cafés y luego también tomé asiento.
Evan no se resistió y probó los panqueques.
Su expresión era una mezcla perfecta de satisfacción y nostalgia.
—Dios santo, están deliciosos, Leah.
—¿Verdad que sí?
Evan me miró y bromeó: —Ese ego tuyo no se ha ido, por lo que veo.
Lo miré mal. —Evan, eso no es ego, solo digo la verdad.
—Claro, claro.
—Solo calla y come.
Y así fue, ambos comimos en silencio pero no era nada incómodo. Supongo que cada uno estaba deleitándose con los sabores mientras recordábamos cosas o simplemente disfrutábamos de la compañía del otro.
Me encontraba preparándome mentalmente para regresar a ese lugar lleno de recuerdos que hicimos juntos.
En la casa de mi madre había un ático que nadie utilizaba, así que cuando Evan y yo lo descubrimos, nos adueñamos de él. Ese era nuestro espacio, nuestro lugar secreto.
Teníamos reglas, algunas bobas y otras no tanto.
Una de ellas era que nadie, a excepción de nosotros, podía entrar allí.
Y la otra es que cuando estuviéramos adultos, por lo menos nos verí amos cuatro veces al mes en ese lugar para que así la amistad no se dañara por la lejanía.
Pero como ven, nada de eso pasó.
—Yo amaba estos desayunos cuando me quedaba en tu casa. —dijo Evan de la nada.
Lo miré y asentí sonriendo.
—Yo igual, solo espero que no me duela el estómago.
—Espero que a mí tampoco. —rió.
Reí también y me levanté a recoger los platos ya vacíos para lavarlos, pero Evan inmediatamente se cruzó en mi camino hacia la cocina para quitarme los platos y decir:
—Yo los lavo, tú ve a ponerte tus zapatos. —Me miró de manera tierna, como si le hubiese hablado a una niña de 9 años que anda en medias por su casa.
Rodé los ojos. —Está bien, Evan. Pero por favor no hagas regueros de agua por todo el espacio. —Lo señalé con mi dedo, pero él lo tomó y se lo metió a la boca. —¡Evan, eres un asqueroso! Qué asco.
Hice una mueca de fastidio y él solo reía a carcajadas. Esa era una vieja costumbre de Evan, molestarme con cualquier cosa y más con algo que me diera asco.
Después de lavarme el dedo varias veces, fui a ponerme los zapatos mientras Evan finalmente se decidía a lavar los platos.
Seré sincera.
Sí, lo extrañaba.
Extrañaba verlo ahí en la cocina, limpiando, molestándome, simplemente siendo él conmigo. Lo extrañaba todo de él.
Pero sabía que había algo que iba a extrañar aún más, algo que imaginaba todas las noches; soñar con la posibilidad de tener algo más con él. Sabía que tendría que alejar esos pensamientos si quería que esto realmente funcionara.
No sé cómo llamar a eso.
¿Valentía, tal vez?
Más bien era una cobarde que se moría de ganas de ser la otra mitad de Evan.
—Bien, ya veo que te pusiste tus zapatos. Eres una buena niña, Leah. —Evan se acercó y me dio dos palmaditas en la cabeza, pero rápidamente le di un manotazo.
—Basta, Evan. —rodé los ojos, fingiendo enojo— ¿Te parece si nos vamos ya?
—Claro, Leah. ¿Quién conduce?
Sin dudarlo, lo miré con picardía y alcé mis cejas varias veces.
—No, no y no. Tú sabes que siempre pierdo. —Evan se cruzó de brazos.
—Ay, vamos, es solo un juego al azar.
Yo era muy buena en piedra, papel o tijera, y como notan, mi amigo no tanto.
Él solo me miró unos segundos como si lo estuviera considerando hasta que hizo un gesto de resignación.
—¡Sí! —exclamé.
Evan rodó los ojos, puso sus manos detrás de su espalda y yo hice lo mismo.
—Piedra, papel o tijera. —dijo Evan y al mismo tiempo sacamos papel.
—Mierda, de nuevo.
—Piedra, papel o tijera. —y entonces pasó lo que esperaba. Saqué piedra y él tijera.
Di un pequeño grito de emoción y le dije:
—¡En tu cara, Evan Peters! —hice un exagerado y muy mal preparado baile.
Ehh, digamos que soy algo competitiva.
Mi amigo solo me miraba con ganas de reírse pero intentaba mantenerse serio, como si le hubiera dolido perder.
No sabía cómo es que era actor.
Él carraspeó, intentando suprimir la risa y dijo:
—Bien, creo que conduciré yo. ¿Vamos?
—Sí, seguro. Solo déjame ir por mi bolso y podemos irnos. —le sonreí, evitando mostrar mis dientes y me dirigí hacia mi habitación para tomar mis cosas.
Considero que soy una persona sencilla. No soy de las que aman usar tacones, vestidos o utilizar una tonelada de maquillaje. Simplemente no era lo mío.
Mi habitación estaba organizada, no de manera perfecta, pero trataba de mantenerla bien. Me gustaban las fotos, así que tenía algunos marcos en las paredes con ciudades que me gustaría visitar algún día y otras eran las que yo había tomado.
Los primeros meses después de que Evan se fue, estuve tomando fotos de lugares que me recordaban a él, recorriendo muchos sitios a los que fuimos juntos con la esperanza de encontrármelo en cualquier momento.
Supongo que era una forma de sentirme cerca de él.
Los recuerdos mantenían viva la esperanza de que Evan algún día regresara. Pero también me hacían daño, porque el miedo me acechaba, obligándome a hacerme preguntas como: "¿Por qué dejó de hablarme?" "¿Y si nunca vuelve?"
Después de un tiempo decidí no hacerme ilusiones y dejé de visitar esos lugares que tenían memorias de nosotros. No quería aferrarme a él, porque mientras más me aferraba, más lejano lo sentía.
Así que dejé de esperar para no decepcionarme y simplemente ser sorprendida si algo sucedía.
Y lo fui.
Cuando ya tuve mi bolso conmigo, me dirigí hacia la salida donde Evan me estaba esperando con una cálida sonrisa que marcaba sus hoyuelos.
Al instante sentí un cosquilleo en mi estómago.
Íbamos en camino a la casa de mi madre, o mejor dicho, a la que fue mi casa.
Ese lugar albergaba tantos momentos que siempre llevaría conmigo. Fui feliz allí muchas veces, y si tuviera la oportunidad de repetir esos momentos, no lo dudaría ni un segundo.
Creo que ese lugar fue mi refugio por mucho tiempo.
—Así que... dime, Leah, ¿qué esperas encontrar en ese ático? —preguntó Evan, su voz vibrante de emoción mientras conducía.
—No lo había pensado, ¿sabes? —fruncí el ceño, tratando de imaginar algo de lo mucho que habíamos dejado allí. —Oh, ya sé. ¿Recuerdas que estaba, bueno, que yo estaba obsesionada con grabar todo lo que hacíamos, o las cosas divertidas que nos pasaban? —Evan me observó mientras sonreía, como si estuviera recordando algo.
Asintió y dijo:
—Claro que lo recuerdo, y mucho.
Le devolví la sonrisa.
—Bueno, eso espero encontrar para reírme un buen rato de ti. ¿Y tú qué esperas hallar?
Pude notar cómo escondía una risa y, a la vez, su rostro mostraba una pizca de vergüenza.
—Quiero ver mi antigua ropa de adolescente raro —confesó— para poder preguntarme en qué diablos estaba pensando.
Empecé a reír y él se unió.
Era cierto. No sé qué pasaba por su mente en aquel entonces para decidir vestirse así.
Aunque, para ser honesta, no era el único con problemas de moda. Mis atuendos eran los típicos jeans descaderados y blusas con estampados extraños.
Y aún así éramos felices.
Creo que en el fondo ambos sabíamos que lucíamos verdaderamente mal, pero supongo que eso era lo nuestro, ser los bichos raros que se tienen el uno al otro.
—Bien, creo que ya llegamos.
Evan se estacionó y pude ver a mi mamá en la puerta de la casa esperándonos.
Se veía contenta.
Inmediatamente me bajé del auto, dejando atrás a mi amigo, y corrí hasta mamá para abrazarla. La amaba mucho.
—Hola, corazón mío —dijo ella, acariciando delicadamente mi espalda.
—Hola, mamá —respondí con ternura.
Terminé el abrazo para que Evan pudiera saludarla también.
—Mi querido, Ev. ¿Cómo estás? —por supuesto, se abrazaron y se dieron un beso en la mejilla.
—Muy bien, Señora Bianca. Siempre es un placer verla —y le regaló una de sus sonrisas más bellas, esas donde se le marcaba el hoyuelo.
Qué lindo.
Evan siempre ha sido muy amable con mi familia, y con todos en general, aunque a veces su timidez le ganaba, pero eso solo lo hacía ver más tierno.
Sin más, nos adentramos en la gigante casa y el olor a madera, café y aire fresco se apoderó de mí.
Me sentía bien.
Solo me dejé llevar por el ambiente que permeaba cada espacio de ese lugar, hasta adentrarme en el jardín trasero. Ese había sido uno de mis lugares favoritos cuando era adolescente; amaba ir allí y simplemente no hacer nada más que sentir el viento en la cara, escuchar el sonido de las hojas de los árboles y vaciar mi mente.
A mi abuela y a mi mamá les encantaban las flores y las plantas, así que cuando mi madre compró la casa, fue casi obligatorio construir un jardín.
Amaba todo eso y creo que siempre lo haré.
—¡Leah!
Escuché que me llamaban desde la casa y me dirigí hacia allí.
—¿Quieres ir ya? —Evan me preguntó, algo emocionado, pareciendo un niño pequeño.
—Claro, vamos —miré a mi mamá para sonreírle, pero lo que me detuvo fue su cara de picardía.
Elevaba las cejas de manera muy graciosa.
—Ya basta, mamá —susurré, temiendo que Evan pudiera escucharme.
Ella solo se rió por lo bajo y me guiñó un ojo.
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