18
Eleanor
Habían pasado dos semanas, y aún me encontraba en la hacienda de Carlo.
¿Por qué?
Porque sentía algo extraño acerca de él, como si lo conociera de alguna parte, pero no tenía idea de dónde. Debo aclarar que nunca había visto una foto suya antes; era como si algo me susurrara al oído y me alentara a indagar más.
Pero, ¿Debía hacerlo?
Y si lo hacía, ¿desataría un infierno o un paraíso?
Las preguntas carcomían mi ser.
Pero ya no quería más ese sentimiento de no poder hacer lo que quería solo por miedo a lo desconocido.
Para empezar, Carlo debía saber quién era yo.
Salí de la habitación en la que me habían hospedado y me enfoqué en buscarlo. No estaba en la sala de estar, tampoco lo vi en su salón de música, porque sí, tenía uno. En la cocina tampoco se encontraba, pero solo me faltaba un lugar.
El establo.
De camino allí me encontré con Dante, que muy amablemente me invitó a tomar unas copas, pero le dije que lo haríamos después con todo gusto. Él me sonrió y siguió su camino.
Carlo era amante de los animales, pero sobre todo de los caballos. En una de nuestras charlas me contó que amaba salir a cabalgar en medio de los viñedos mientras el atardecer estaba en función; era una de las mejores sensaciones, y creo que eso era lo que iba a hacer en ese mismo instante.
Lo vi acomodar el sillín en un caballo negro, y ahora que lo analizaba, ese era el caballo que estuvo a punto de matarme.
Notó mi presencia y me saludó dulcemente.
—Bella, Eleanor.
—Ciao, Carlo. ¿Vas a cabalgar?
—Así es, ya casi empieza el atardecer y no me quiero perder el espectáculo. ¿Quieres acompañarme? —alzó una ceja y pude notar cierta emoción en su voz.
Hice una mueca cuando miré al gran caballo, y él rió.
—Sabes que no soy la mejor montando.
—¡Per favore, Leah! Te daré un caballo más tranquilo, así podrás disfrutar del paisaje.
Me reí por su intento de convencerme y acepté.
—Va bene. —me rendí — Te acompañaré.
—¡Grazie, Dio! — había dicho dramáticamente y luego se perdió unos segundos para después aparecer con una hermosa yegua blanca. — Ella es Molly, es un amor y tiene una belleza que es algo... salvaje.
Fruncí el ceño por su rara descripción del animal.
Me acerqué lentamente, alcé mi mano para acariciarla, pero algo que me tomó por sorpresa es que ella dio unos pasos hacia mí como si rogara porque la tocara.
—Le agradas. —susurró Carlo.
—Eso veo. —toqué la gran melena blanca que cargaba; sus pequeños e inquietos ojos eran hermosos, Molly lucía cariñosa pero a la vez imponente. Una combinación perfecta.
Minutos más tarde, Carlo terminó de preparar ambos caballos; me demoré en subirme al sillín, pero con ayuda de un banco de madera lo logré, y emprendimos camino hacia los viñedos.
Yo me encontraba nerviosa; además, no sabía cómo soltarle la bomba de que era la hija de la mujer a la que más amó y a la que le creó un vino en honor a ella.
¿Cómo le decías a alguien eso?
No era una experta en cuanto a confesiones.
—¿Por qué tan callada, signorina Eleanor? —íbamos despacio, observando los alrededores del viñedo, esperando a que el sol diera su espectáculo.
—Pensando en lo hermoso que es su acto de amor hacia su dama prohibida. — él soltó una risa — ¿Qué haría usted si supiera que ella tuvo una hija? — solté y deseé no haber sonado demasiado obvia.
Suspiró y luego de un silencio, respondió.
—No lo sé... quizás estaría feliz por ella porque sé que siempre quiso ser madre, pero también triste porque me hubiera gustado ser parte de la vida de sus hijos. — me miró irónicamente — pero no sé si los tuvo o si aún sigue viva.
Su último comentario me dio mucha risa y solo pude decir:
—Créeme que está más que viva, es una de las personas más fuertes que conozc-
Frenó en seco el caballo y me miró perplejo. Debido a esto, también frené y me pasé las manos por mi cabello.
—¿Qué dijiste, Eleanor? —sus ojos pasaron de estar tristes todo el tiempo, a unos con la esperanza y la ilusión en ellos. —¿La conoces?
Tragué grueso.
—Sí la conozco.
—¿Pero, cómo? — estaba realmente sorprendido, sus ojos tenían un leve brillo debido al sol, y su cabello se veía algo alborotado.
—Bianca es mi madre.
Solté todo el aire que tenía contenido debido a los nervios. Ya lo había dicho. Él analizó cada parte de mis ojos, boca, nariz, cabello, todo. ¿Qué trataba de descifrar? Tenía una mirada de ilusión, y su rostro lo adornaba una nostálgica sonrisa. Sin dudarlo, se bajó del caballo, se acercó hasta a mí y habló suavemente aún sin dejar de sonreír.
—¿Te puedo abrazar? — me ofreció su mano para ayudarme a bajar del caballo, y yo la acepté.
Le sonreí de vuelta, contagiada por su rara melancólica alegría y una pequeña señal de impacto de haber descubierto algo.
Sus fuertes brazos me rodearon delicadamente, y al poner mi cabeza en su pecho sentí paz, como si hubiera anhelado ese abrazo toda mi vida y al fin hubiera llegado ese momento. Mis ojos se encharcaron, cosa que me confundió; solo era una muestra de afecto. ¿Verdad?
—Eres tú... — susurró Carlo sobre mi cabeza. - Siempre pensé en eso y creí que era imposible... pero ahora lo veo.
¿Qué?
Parpadeé varias veces y fruncí el ceño.
—¿Imposible? ¿De qué estás hablando, Carlo?
—Tu madre no te lo ha dicho. — se rió irónicamente y negó con la cabeza. — Ay, mia Bianca, ancora non hai imparato... —susurró para sí.
Y entonces me cansé.
—¿Qué cosa no me ha dicho mi madre, Carlo? —hablé de manera dura y exasperada. Su respuesta fue encogerse de hombros y unas palabras que lo cambiarían todo.
—Llámala y pídele que venga para que te lo diga en el lugar correcto.
Y eso hice.
──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────
Una semana había pasado desde ese momento tan fuerte. Cuando la invité a venir, le dije que había encontrado a Carlo y quería que ella me visitara, traté de sonar normal y segura de lo que decía. Tuve varios días para reflexionar sobre aquello que me ocultaban. Carlo insistía en que no me contaría nada aún, ya que era algo que le correspondía a mi madre en parte, y quería que todo saliera bien. Él también se notaba bastante ansioso, mandó a hacerle unos cambios a la hacienda para recibir como debía a mi madre o eso dijo. Además... su comportamiento conmigo había cambiado totalmente; era más atento, cariñoso y protector. Eso me causaba gracia porque creo que, de cierta manera, veía a mi joven madre en mí.
Y aquí estábamos los dos, afuera de la puerta de la gran casa, esperando a la visita. Él llevaba en sus manos un pequeño ramo de margaritas amarillas que traían un listón blanco. Se veía emocionado, pero su mirada cambiaba cuando me observaba, a una preocupada. No entendía nada. Todo a mi alrededor se estaba volviendo surrealista. A esto paso temía enloquecer.
—¡Ya llegó! — Dijo Carlo y bajó los pequeños escalones y se situó al lado de la Fuente, dándole entender al conductor que parara ahí. El taxi aún estaba a unos metros y mi corazón empezó a latir rápido. Tenía miedo. No sabía lo que me esperaba.
—Mia bella Leah, devi calmarti. Vedrai che andrà tutto bene, io sono con te. —Antonella habló detrás de mí, su mano acarició mi brazo en señal de apoyo, luego se situó a mi lado y me sonrió levemente.
Le di una sonrisa sin mostrar mis dientes en forma de agradecimiento por lo que había dicho. "Mi hermosa Leah, necesitas calmarte. Verás que todo saldrá bien, yo estoy contigo."
El auto finalmente llegó a la fuente, pero no logré ver muy bien si alguien ya había bajado, así que decidí ir hasta allá y verlo todo de cerca, con Nella siguiéndome. Hasta que de pronto una voz hizo que los pelos se me pusieran de punta y un viejo cosquilleo en mi estómago volviera a mí. Me detuve de manera brusca y me giré para mirar de forma asustada a Antonella, ella hizo una expresión confundida y señaló algo que, claramente, no podía ver, pero luego regresé a mi posición inicial.
Y entonces lo vi. Su cabello estaba algo alborotado pero sin dejar de verse bien, su rostro gritaba alegría al verme y quiso acercarse a mí, pero no lo dejé. Retrocedí, cosa que a él le dolió.
—No.
Empecé a negar con la cabeza repetidas veces mientras caminaba en dirección a la casa. Escuché los pasos de Evan detrás de mí intentando alcanzarme.
—Leah, por favor, solo déjame...
Me volteé para mirarlo y decirle:
—No más, Evan. Me cansé de tener que esperar algo que no sabía si algún día iba a llegar. Eres una mierda por haberte ido así. — lo señalé y puse mi dedo en su pecho — solo quiero que sepas que yo... si me hubiera arriesgado por ti.
Sus ojos estaban rojos debido a las lágrimas y supongo que también la impotencia. Yo estaba temblando debido a la adrenalina del momento y debía aprovecharla para decirle lo que otra vez me había causado con sus decisiones.
—A veces me pregunto cuánto debo seguir esperándote, Evan.
Él solo me miraba triste.
—Solo déjame explicarte. — intentó tomar mi mano, pero yo la alejé.
—Ya no sé si quiero seguir en esto.
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