16



Eleanor

Cinco minutos.

Para muchos es poco, pero para mí en este momento fueron los minutos más largos de toda mi vida. ¿El dueño de este lugar y del vino podría ser Carlo?

Y si fuera así, ¿qué haría?

Cinco minutos fue el tiempo en que se demoró Dante en volver a la habitación con una bandeja en sus manos, trayendo copas de vino.

Lo vi, pero no le presté atención.

Yo solo estaba dedicada a analizar la situación y ver todas las posibilidades.

—Oye... ¿Leah? — Antonella me sacó del mundo en el que estaba y la observé.

—¿Sí?

Frunció el ceño. —¿Estás bien?

—Por supuesto, estoy bien... es solo que estoy algo impactada. — le regalé una amable sonrisa. — puede que tal vez conozca al gran amor de mi madre y ella ni siquiera esté enterada.

Nella me sonrió dulcemente.

—Lo sé, suena bastante raro, y más si uno de los vinos más conocidos en Italia tiene el nombre de tu madre. — ambas reímos por lo loco que sonaba eso.

—Es que lo dices y no me lo creo.

—¿Le dirás que eres la hija de la mujer que él amó? —preguntó, curiosa.

—Mmm, no lo sé. No quiero armar un escándalo. — la verdad es que tenía algo de miedo.

Dante carraspeó, y por un momento se me había olvidado que él se encontraba ahí.

—¿Les gustaría probar nuestro mejor vino, signorinas? —preguntó amablemente, y se acercó a nosotras ofreciéndonos la bandeja.

—¡Claro que sí! — Nella le respondió emocionada, a la vez que tomaba dos copas, y luego me ofreció una, pero la rechacé.

—Quiero tener la mente clara cuando llegue el dueño. —porque sí, yo era una persona que se emborrachaba muy rápido, especialmente con el vino.

Ella rodó los ojos y bufó.

—¡Ay, por favor, Leah! Solo es para que lo pruebes y disfrutes. — suspiró — Que las cosas del camino no te distraigan del objetivo de este viaje, signorina. — me ofreció la copa de nuevo, y dudé unos segundos, pero luego acepté.

Empecé a oler el vino como si fuera toda una experta en el tema, cosa que no soy. Yo solo lo bebo, y digo si está rico o no, y eso es todo.

Acerqué la copa a mis labios y tomé un sorbo.

Mi boca se deleitó con el sabor tan increíble que tenía. Tenía un toque dulce que no era muy fuerte, y un ligero sabor a madera. O eso creía que sabía.

Yo solo estaba segura de que era lo mejor que había probado en mi vida.

Seguí tomando sorbos hasta que no me resistí más y  me lo tomé todo de un solo trago. Todos los ojos estaban puestos en mí, y se notaban bastante sorprendidos por mi acción. A causa de eso, se me formó una sonrisa inocente.

È squisito, Dante. ¿Di che anno è questa meraviglia? - le pregunté de qué año era el vino, y él me iba a responder hasta que fue interrumpido por alguien más.

Quel vino, signorina, è di un'annata 1989. — llevé mi vista hasta el susodicho, y mi piel se erizó. — È stato uno dei primi vini che ho fatto, grazie a lui ho tutto quello che ho.

Había dicho:

"Ese vino, señorita, es de una cosecha del 1989. Fue uno de los primeros vinos que hice, gracias a él tengo todo lo que tengo."

Su voz era algo gruesa, se podría decir que era agradable de escuchar. No sé por qué, cuando lo vi, sentí que lo conocía de algún lado. Él me regaló una leve sonrisa, y yo sé la devolví confundida.

¿Me conocía?

Era un señor de unos 40 y tantos años, cabello castaño claro y  ojos azules, también era alto e iba bien vestido.

—Bastante añejo... —susurré, mientras dejaba la copa en la bandeja que estaba en la mesa. Antonella hizo lo mismo, y de inmediato se hizo a mi lado. Creo que ella también presentía lo que estaba a punto de pasar.

Él, al parecer, logró escuchar lo que había dicho, y creo que me comprendió porque hizo una expresión de sorpresa.

Raro.

—Desde hacía mucho tiempo no venían personas que hablaran español. —dijo, y pude notar algo de melancolía en su voz. — pero sí, signorina, es bastante añejo.

Yo quería abrir mi boca y hablar, pero simplemente no podía. Estaba mirándolo fijamente. Gracias al cielo, Antonella lo notó, y empezó a decir cosas en italiano que no entendía, ya que mi mente estaba en otro lugar.

Ella tomó mi brazo por detrás de mi espalda, dio un leve apretón, y la observé. Con su mirada, supe que ella iba a hacer la pregunta, y necesitaba de mi aprobación. Asentí para que ella pudiera hablar.

—Excelente vino, nos gustaría que nos mostrara lo demás, si se puede, señor...? - hizo una pausa esperando a que le dijera su nombre.

-Carlo. Ese es mi nombre.

Ay, mierda.

Esto no podía ser cierto.

En ese momento, solo quería indagar, llamar a mi madre, y obligarla a venir a Italia.

Ambas nos miramos notablemente exaltadas, pero tuvimos que mantener la calma. Yo conté hasta cincuenta para distraerme y alejar los nervios, mientras que Antonella le respondió con "un gusto conocerlo".

Pero luego él habló.

—¿Y cuáles son sus nombres?

—Antonella. — dijo mi amiga, y él luego posó su mirada en mí, esperando a que respondiera.

Tragué grueso. — Me llamo Eleanor. — le di una sonrisa amable, y Carlo hizo una  expresión como si hubiera recordado algo.

Se acercó a nosotras para estrecharnos las manos, y dijo:

—Tienen muy lindos nombres. Si gustan, podemos iniciar ya el recorrido.

—Claro.

Va bene, síganme por aquí.

Lo seguimos como él dijo, pero en el camino, no pude evitar detenerme en la exhibición de joyas que suponía que le pertenecían a mi madre.

¿Por qué sabía que eran de ella?

Era imposible que existieran más Carlos con la descripción que me había dado mi mamá. Estaba segura de que era él.

—¿Estás bien? — Nella me sorprendió, y di un leve brinco por el susto.

—Sí... no te preocupes, es solo que la situación es muy rara. —me encogí de hombros.

Ella puso su cabeza en mi hombro.

—Lo son, Leah. ¿No crees que son muy bellas? — señaló el collar repleto de perlas y diminutos diamantes.

—Demasiado, diría yo. — me reí.

A los segundos, vimos a Carlo entrar a la exhibición como si estuviera buscándonos, y cuando nos vio, suspiró tranquilo.

—Creí que se habían perdido. —rió, apenado.

—No, no, solo estábamos observando y preguntándonos su historia — señaló el collar y el anillo — el porqué alguien tendría esto tan valioso en una exposición. — dijo Antonella.

Ya sabía lo que quería hacer.

Carlo me observó fijamente de manera dulce, como si le recordara a alguien. Yo, por otro lado, trataba de evitarlo.

—Tú te pareces a ella cuando la conocí. —me señaló, y yo solo pude sonreír —Mi scuso se ti ho fissato troppo, ma la somiglianza è incredibile. — habló algo avergonzado.

Había dicho:

"Me disculpo si te miré demasiado, pero el parecido es asombroso."

—No se preocupe. Supongo que es entendible. — me respondí.

—Grazie. Creo que empezaré el recorrido desde aquí contándoles quien es o quien fue la dueña de estas joyas, digo "fue" porque no se nada se ella desde que la dejé ir.

—Leah, esto es muy romántico... —me susurró, Nella.

Yo la miré y asentí.

—Su nombre era Bianca —ahora sí que estaba más que confirmado que este era el Carlo de mi madre. — era muy hermosa. La conocí a principios de 1987 ya que venía a estudiar, sabía que se quedaba con su tía que por cierto vivía cerca de la casa de mis padres, así que la veía pasar todos los días montando bicicleta hacia el pueblo, casi siempre llevaba algún vestido blanco y su cabello recogido. Un día, me decidí hablarle, y me paré al lado de la puerta de mi casa para que cuando la viera, me acercara y me presentara. - se rió suavemente como si estuviera viendo el recuerdo en su mente- y pasó solo que no como lo planeé. Cuando la vi acercarse me paré en toda la mitad del callejón cosa que causó que se asustara, frenara en seco y se cayera encima de mí.

Ambas también reímos por lo dulce y gracioso que sonaba.

—Era muy idiota que no pensé muy todo, se lastimó su pierna e inmediatamente me sentí mal. Ella empezó a hablarme en español, o bueno, casi gritándome, y yo con mi español, que era muy malo, intenté disculparme. Se rió por mi terrible acento y dijo "no te preocupes". Desde ese día nos volvimos inseparables, cada vez que ella quería ir al pueblo la acompañaba, la invité a mi casa, le presenté a mis padres, entre otras cosas. Era como mi mejor amiga. Hasta que un día me di cuenta que me había engañado a mí mismo, la amaba de otra forma, la amaba con locura, ella era lo que había esperado toda mi vida. — Carlo hablaba de manera suave y delicada, como si tuviera miedo de decirlo en voz alta que cayera en cuenta de la realidad. Creo que él aún no quería aceptarlo. — y se lo dije, le dije que la amaba, fui correspondido y vivimos unos meses de felicidad en los cuales le di estos regalos. El collar fue por su cumpleaños, el joyero de mi familia lo hizo especialmente para ella, y el anillo lo había hecho yo, para pedirle si podía pasar el resto de mi vida con ella. — estás últimas palabras salieron de su boca con mucho esfuerzo, como si le doliera decirlas. Sus ojos miel estaban algo cristalizados. Carlo sufría.

—¿Y usted pudo proponérselo? — inquirí, nerviosa y a la vez bastante conmovida.

Él me miró e hizo silencio unos segundos, como preparándose para decir lo que lo atormentaba día y noche.

—No. Me casaron antes y ella huyó. Solo dejó el collar y una carta, desde ese entonces no sé nada de ella. —se encogió de hombros —un año después en el 89 saqué mi propio vino en honor a ella, por eso se llama Dolce Bianca.

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