14
Eleanor
Hoy saldría a ver unos cuantos pueblos alrededor de Verona.
¿Que si estaba emocionada? Demasiado.
La verdad es que había encontrado, de cierta manera, tranquilidad y tiempo para pensar. Si querías replantear tu vida, esa ciudad era el lugar perfecto para hacerlo.
Ya habían pasado unas cuantas semanas desde que había llegado, en esos días recorrí muchas partes y comí demasiado. La pasta es definitivamente lo mejor que he podido probar, junto con el vino y el queso.
Aún no tenía muchos amigos... aunque en el apartamento de al lado vivía una chica llamada Antonella. Ella casi todas las mañanas iba a desayunar a una cafetería a la que también iba yo, así que cada vez que nos encontrábamos comíamos juntas, charlábamos y disfrutábamos.
Era bastante agradable.
Recuerdo que en el primer desayuno que tuvimos me preguntó qué hacía en Italia, ya que era raro ver a una turista recorrer las calles donde se respiraba la pasión y el amor sin una pareja a su lado, y solo llevando una libreta y café en mano.
Recuerdo haber reído por la sincronización de sus palabras, luego le expliqué sin tanto detalle la razón de mi viaje pero al pasar las semanas, o para ser precisa había pasado un mes, me sentí en algo de confianza con ella, así que le conté todo sin ocultar nada.
Dijo que era muy valiente por haberle amado tantos años sabiendo que mis chances con él fueran "nulas." Por otro lado, se refirió a Evan como un "stronzo" que significaba estúpido y dijo que en este país muchos matarían por tener, aunque sea, una conversación con alguien tan interesante y bella como yo. Que no me preocupase por él y que me fijara en todos los hombres que la gran Verona me brindaba.
Traté de hacerlo. O estaba en el intento.
Por eso hoy visitaríamos algunos viñedos, queríamos probar cada botella de vino que se nos atravesara.
Ya estaba lista, traía puesto un vestido de lino que era de un verde pistacho junto con unas sandalias. Hacía algo de calor y también quería ir cómoda.
En mi bolsa guardé lo que creí que necesitaría: mi cámara, bloqueador, gafas de sol, entre otras cosas hasta que el timbre sonó. Dejé todo en la mesa, me dirigí a la puerta y la abrí.
Una sonrisa se formó en mi rostro.
—¡Nella! — dije emocionada. Mi vecina había llegado y estaba totalmente lista para nuestra pequeña excursión. Ella, en cambio, era más colorida en cuanto a la hora de vestir. También traía un vestido pero era naranja, y muchos accesorios dorados junto con una pañoleta adornando su larga cabellera.
—¡Ciao, mi Leah! ¿Estás lista? —movió los hombros, notablemente entusiasmada y yo solo me reí.
Definitivamente en la vida llegaban personas que te hacían ver el lado bueno y divertido de las cosas, sacándote de lo rutinario y monótono de tus días. Hasta donde la había analizado, era de esas amigas que son las más extrovertidas, protectoras y roba miradas. No era como algunas italianas que te trataban horrible y te miraban como si te fueran a matar.
—¡Estoy más que lista! —moví los brazos como si estuviera bailando.
—Entonces vámonos.
Y así fue, en un pequeño carro Volkswagen Escarabajo color blanco nos dirigíamos hacia la primera hacienda en donde mi vida cambiaría para siempre.
──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────
Cuando finalmente estábamos cerca del destino, divisé unas grandes rejas que bloqueaban el camino. Sin embargo, los espacios entre ellas permitían ver el camino recto bordeado de pinos, una vista realmente hermosa, como la entrada al paraíso.
Antonella frenó para apreciar la vista mientras yo aprovechaba para bajar del auto y capturar fotos desde varios ángulos. Todo era perfecto, la luz, la naturaleza, excepto por el calor. Cada clic de la cámara me hacía feliz; aunque no me consideraba la mejor fotógrafa, disfrutaba cada momento.
¿Por qué amaba capturar momentos?
Quizás porque sabía que mi mente eventualmente los olvidaría, pero las fotos mantendrían vividos esos recuerdos para siempre.
Así como los recuerdos con Evan vivirían para siempre conmigo.
Evan...
Y entonces, él volvió a mi mente después de una semana de haberlo dejado de pensar. ¿Una semana era mucho tiempo? Probablemente no para otros, pero para mí era bastante. Antes de venir a Italia, él ocupaba mis pensamientos día y noche.
Me preguntaba qué estaría haciendo en estos momentos.
¿Me extrañaría?
Porque yo sí lo extrañaba a él.
Aunque solo había pasado un mes, se sentía como si hubieran pasado diez años. Mi mayor miedo era convertirnos en extraños de nuevo.
Hice una mueca tratando de alejar la tristeza que me invadía, pero fui interrumpida por mi amiga.
—¿Pensando en ese idiota? —se paró a mi lado con una mirada preocupada.
Una risa se escapó de mis labios al ver su expresión.
—Lamentablemente, sí. —estaba a punto de recibir un sermón, pero la interrumpí—Eh, antes de que digas algo, solo quiero que me entiendas, Nella. No es fácil dejar de amar o apartar a esa persona que te atormenta hasta en tus sueños — su rostro cambió a uno más comprensivo —además... no estoy segura de querer dejar de amarlo.
Era la verdad.
Ella suspiró y se acercó para abrazarme.
—Ay, mi bella ragazza, créeme que te entiendo. Sé que no quieres que tu corazón deje de latir por él, pero ¿Y si nunca te busca? ¿Qué vas a hacer? — alzó las cejas —No digo que sea necesario dejar de amarlo, solo digo que intentes aceptar la realidad y aprender a vivir con ello. Quién sabe, podrías encontrar a alguien mejor. — soltó una risa y me empujó con el hombro.
No había considerado esa posibilidad de que él no me buscara, porque tenía esperanza. Quería ser sorprendida.
—No lo sé, Nella. Soy una persona que sigue su corazón y se deja llevar por sus sentimientos, cosa que no está del todo bien, pero de alguna manera hace que mi vida sea más emocionante. —entrecerré los ojos y miré al cielo.
Ojalá no le hubiera confesado nada a él.
—Solo piénsalo, Leah. Sería muy desgastante pasar el resto de tu vida amando a alguien que no se arriesga por ti.
No quería aceptarlo, pero en parte tenía razón. Era joven y el mundo era demasiado grande para seguir esperando por él, ¿No?
—Supongo —suspiré para dejar atrás esos pensamientos, no quería enfocarme en ellos ahora — por ahora, Nella, no quiero pensar en eso. Más bien, vámonos.
Guardé mi cámara y le sonreí a mi amiga. El viento revolvía mi cabello, pero mis gafas lo protegían del polvo. Sin más, entramos al auto, nos acomodamos y Antonella buscó las llaves para encenderlo, pero al hacerlo, el escarabajo emitió un ruido extraño y empezó a salir humo del motor.
—¡Maldita sea! ¡Salgamos! — agarramos nuestras cosas y nos alejamos unos pasos, sabiendo que ninguna de las dos podía arreglar aquel daño.
Bufé.
—Creo que no tenemos más opción que caminar — dije molesta, pero Antonella solo se reía.
—¿Qué te causa tanta gracia, Antonella? — pregunté, exasperada.
Esperó a calmarse para responder.
—No te enojes, pero tu expresión cuando dijiste que teníamos que caminar fue un espectáculo total, Leah —sus ojos estaban llorosos por tanto reír, y no pude evitar contagiarme y reír también.
—Tranquila, está bastante cerca —dijo, mirando a través de las rejas para convencerse.
—¡Genial! —fingí entusiasmo y ella me respondió con unos ojos acusadores.
Lo que me gustaba de Nella era su positivismo y su entusiasmo por la vida. Era un alma libre.
Decidimos entrar, y desde allí pudimos ver la gigante casa que nos esperaba, o mejor dicho, la mansión. Todo a su alrededor era verde, con flores, pinos, árboles y, por supuesto, viñedos. También había bancos y mesas como decoración, y cada vez que nos acercábamos, todo se notaba más.
—¿Oyes eso? — mi amiga frenó en seco.
Fruncí el ceño.
—¿Qué cosa?
Ella se dio la vuelta y sonrió, confundida. También miré hacia atrás.
Eran caballos.
—Ay, no... — susurré, tratando de no entrar en pánico.
Yo tenía un problema con los caballos. No sabía montar y, en parte, me daban miedo porque parecían demasiado imponentes e indomables. Les tenía respeto de alguna manera.
Tragué duro.
Cada vez que se acercaban, la figura de un hombre joven se formaba. Estaba bien vestido, con ropa sencilla pero lujosa. Al llegar hasta nosotras, se detuvo y nos observó por unos segundos antes de hablar.
—¿Ciao, bella, vieni a vedere la vigna? —preguntó si veníamos a recorrer el viñedo. Me costaba ver su rostro debido al sol y a sus gafas de sol. Su cabello era de un café claro, con labios finos y una voz encantadora.
Antonella estaba igual que yo, concentrada en cada parte de su rostro y tratando de imaginar cómo serían sus ojos. ¿Serían verdes, marrones o azules?
Quería saberlo.
—Ehh... Ciao, sì, è per questo che siamo venuti. — le respondí que sí, que por eso estábamos ahí.
—Va bene, lascia che ti aiuti a salire sui cavalli.
¿Qué? No, no y no.
Quería ayudarnos a subir a los caballos.
Se bajó del caballo blanco en el que estaba y se acercó a mí con una tímida sonrisa en su rostro. Ahora que lo tenía de frente, pude ver que definitivamente llevaba ropa costosa.
—Un piacere, signorina...? — alzó una ceja mientras extendía su mano.
—Eleanor. —dije y le extendí mi mano para que la estrechara, pero pasó algo totalmente diferente. Besó el dorso de mi mano.
Sentí una leve corriente recorrer toda mi espalda.
—Piacere mio, Eleanor. Sono Dante.
Dante...
Un hermoso nombre.
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