-capítulo nueve: entrenamiento.


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MELODY
(ix. entrenamiento)
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— ¡Melody, ven! Te hice un espacio —llamó Lucy, con la misma calidez que había mostrado durante la cena de anoche, su voz resonando en el aire fresco de la mañana.

Melody suspiró lentamente, su corazón latiendo fuertemente por ser atrapada nuevamente por los vivaces ojos de Lucy. Giró a verla con su bandeja en la mano y una sonrisa apretada en sus labios. Rezaba en su interior para que no surgiera una discusión, no tenía ánimos para eso.

Con un gesto cauteloso, se sentó entre los hermanos saludándolos, incluyendo al recién llegado que aún parecía un poco perdido entre ellos.

— Hola, Edmund.

— Hola —respondió él con un tono suave, sus ojos reflejando una mezcla de timidez y gratitud.

Y todos empezaron a comer, un silencio reinó entre ellos mientras devoraban sus platos. Bueno, uno más que otros.

— Deja algo de comida para Narnia —comentó Lucy con una risa juguetona, tratando de aligerar el ambiente.

Edmund sonrió sin dejar de masticar.

— Te van a dar algo de comida de regreso. —anunció Peter desde un lugar más alejado, recostado en una piedra grande con un vaso de metal en la mano. Su mirada era pensativa, como si estuviera sopesando algo más profundo que la simple conversación.

— ¿Regresamos? —preguntó Susan con desconcierto, frunciendo el ceño mientras miraba a su hermano. La incertidumbre se reflejaba en sus ojos.

Melody tenía los ojos bien abiertos. Había hasta dejado de masticar.

— Ustedes sí —afirmó mientras se separaba de la piedra y se acercaba al grupo. Su expresión era seria y decidida. -Le prometí a mamá que los mantendría a salvo, pero lo mejor será que me quede aquí un tiempo.

El aire se volvió tenso.

— ¿Pero qué estás diciendo, Pevensie? —preguntó Melody con molestia, sintiendo cómo su sorpresa se transformaba rápidamente en frustración por esta repentina decisión.

— Pero nos necesitan —recordó la menor con fervor. Su voz estaba llena de determinación mientras miraba a su hermano. — A los cuatro, Peter.

— Es demasiado peligroso. Te ibas a ahogar; Edmund casi muere, Lucy.

Sus hermanos menores lo miraron en silencio, en sus cabezas se repetían aquellos recuerdos mencionados. Melody buscó un vaso para tragar el amargo nudo que se instaló en su garganta.

— Por eso debemos quedarnos — musitó Edmund, captando la atención de todos con su voz suave pero firme. Sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y resolución. — He visto lo que la bruja ha hecho y además, yo la ayudé...

Los labios de Susan se entreabrieron con sorpresa ante la confesión del menor.

— No quiero que por mi culpa sufran los demás — concluyó el pelinegro con voz decidida.

Todos los presentes observaron a Edmund con una mezcla de orgullo y admiración. Las palabras que acababa de pronunciar eran un verdadero reflejo de un cambio en él, una madurez que sus hermanos no podían pasar por alto. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, comprendieron que estaban viendo el nacimiento de un nuevo Edmund, uno que llevaba consigo el peso de la responsabilidad y el deseo de proteger a los suyos.

— Pues entonces está decidido —saltó Susan.

— ¿Adónde vas?

Susan tomó su arco y su carcaj, sus movimientos fluidos como los de una guerrera lista para la batalla.

— Tengo que practicar —dijo con una sonrisa resplandeciente, sus ojos brillando con entusiasmo antes de alejarse, dejando atrás el murmullo de voces y el aroma del desayuno.

Mientras Peter se servía más agua en su vaso metálico, la atmósfera se llenó del sonido del líquido fluyendo. Melody y Edmund terminaban de comer en silencio, disfrutando del momento compartido.

— Melody, ¿qué hiciste hoy temprano? Te escuché salir de la tienda —preguntó Lucy con curiosidad brillando en sus ojos.

Melody dejó su pan tostado a un lado, sintiendo cómo la conversación se tornaba hacia ella.

— Oh, fui a practicar en el lago. Ya sabes, el agua, magia y eso —respondió con un aire despreocupado.

— ¿Magia? —preguntó Edmund, su interés palpable. Sin embargo, había un deje de cautela en su tono.

— ¡Sí! ¿Ves ese collar? -preguntó Lucy con entusiasmo desbordante señalando el pecho de la ojiazul. — Al parecer, el collar de Melody es una de las joyas antiguas que controlan o el agua, el aire, fuego o tierra.

Peter escuchaba en silencio, su expresión impenetrable como la superficie de un lago en calma, mientras las palabras flotaban en el aire a su alrededor.

Lucy se removió emocionada en su asiento.

— Aslan le dio la misión de reunir esas joyas otra vez -completó Lucy, con una emoción como si fuera a ella misma que se le había asignado aquella responsabilidad.

— ¿Y dónde están? -preguntó el ojiazul, tomando una pequeña uva del plato y metiéndola en su boca.

La pelinegra apretó los labios.

— Aún no lo sé... —respondió con un susurro, el peso de la incertidumbre reflejado en su rostro. Un silencio profundo se instaló en el grupo, como si el mundo exterior hubiera desaparecido por un momento.

— ¿Y ese collar qué hace? —intervino Edmund, rompiendo la quietud. Su curiosidad era palpable.

Melody lo levantó en sus manos.

— Este controla el agua.

El ojiazul ladeó su cabeza.

— Eso nos puede ayudar en la batalla —admitió asintiendo lentamente mientras imaginaba las posibilidades que se abrían ante ellos. Su mente ya estaba trabajando en estrategias y tácticas que podrían cambiar el rumbo de los acontecimientos.

Melody hizo una mueca en desacuerdo.

— Sí, pero no es tan fácil como pensé. Me está costando.

La frustración se asomaban en su voz a la vez que sus dedos jugueteaban nerviosamente con el collar, como si intentara hacer fluir su magia a voluntad.

Peter la observó durante unos segundos, notando la lucha interna que se reflejaba en su rostro. Una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios al arrebatarle el collar con un movimiento rápido y ágil.

El entrecejo arrugado de la ojiazul fue instantáneo.

— Tengo una idea —dijo el muchacho con confianza, sus ojos iluminándose con un brillo travieso.

Los puños de Melody se cerraron.

— Devuélveme mi collar, Pevensie.

Él retrocedió un paso, pero aún así no podía quitarse esa sonrisa traviesa de la cara. Con un aire de desafío, dijo: - ¿O si no qué?

Y siguió retrocediendo, disfrutando del juego. Melody, sintiendo cómo la frustración se convertía en rabia, se levantó de un salto hecha una furia, su cabello ondeando tras ella como si también tuviera vida propia.

— Espero sepas correr.

Peter aprendió una cosa con eso: para llamar la atención de una fiera, quítale su juguete.

El sol mañanero se reflejaba en el agua como si fuera un espejo. Peter corría con una risa contagiosa, mientras detrás de él, la pelinegra lo seguía con determinación, sus pasos resonando en la orilla. En un momento de diversión despreocupada, Peter se giró con una sonrisa traviesa y extendió los brazos, como si al hacerlo pudiera detenerla.

— ¡Detente! —gritó entre risas.

Melody, que había estado observando la escena con ojos amenazantes pero con una chispa de diversión, se detuvo abruptamente, alzando una ceja mientras su respiración se agitaba por la carrera.

En un gesto inesperado, Peter lanzó el collar que llevaba en las manos hacia ella. Melody atrapó la joya en el aire con precisión, mirándolo a los ojos mientras su expresión se tornaba seria.

Pasó la vista del collar al muchacho que tenía en frente.

— ¿Para qué nos trajiste aquí? —preguntó, su tono lleno de curiosidad y desafío.

—¿Cómo vas controlando tus emociones? — replicó él, sin poder contener una sonrisa traviesa.

—¿Y eso a ti qué te incumbe o qué? — Se cruzó de brazos.

— Nunca has escuchado metáforas de las emociones que usen el agua? -preguntó Peter ladeando su cabeza

— Explícate.

— Trabajar con el agua es saber identificar y expresar nuestras emociones y sentimientos —dijo él con seriedad.

Melody lo miró fijamente; había algo en sus palabras que resonaba en su interior. Lo miró dudosa.

— En mi mundo se usan esas metáforas — continuó él —, y relacionan las emociones con ciertas representaciones del agua. Tal vez aquí resulten ser más que sólo metáforas...

El silencio se instaló entre ellos. Peter sintió que tal vez había dicho una tontería y decidió callar. Luego de unos segundos en donde la mirada de Melody se hizo muy pesada para él, un "olvídalo" salió de sus labios mientras daba dos pasos para alejarse.

— ¡Hey, hey, espera! — Melody lo detuvo con una mirada intensa, como si realmente entendiera lo que él estaba tratando de decir-. Háblame más de esas metáforas.

Peter suspiró, aliviado de que su intento de ayuda no hubiera sido en vano. Se volvió hacia ella, buscando las palabras adecuadas.

— Bueno — comenzó —, en mi mundo, el agua simboliza la fluidez de las emociones. Por ejemplo, cuando el agua está tranquila, representa paz y serenidad. Pero cuando se agita, puede ser como la ira o la tristeza. Es un recordatorio de que nuestras emociones son naturales y deben ser expresadas.

Melody escuchaba atentamente, asintiendo lentamente mientras procesaba la información. Su mente trabajaba a mil por hora; había algo en esas palabras que resonaba con su propia experiencia.

— Si aprendes a canalizar las emociones, puedes encontrar formas de liberarlas.

Melody reflexionó sobre esto varios segundos.

— ¿Cuándo te hiciste inteligente?

— Ay cállate. — Una sonrisa apareció en la cara de la pelinegra. De repente, Peter decidió llevar la conversación a un lugar más profundo. Con voz suave pero firme, dijo: — Imagina un escenario en tu mente. Algo fuerte, Jadis por ejemplo. Piensa en todo el mal que ha expandido en Narnia. Las vidas que ha quitado, las estaciones que ha robado... La libertad que todos perdieron a causa de su tiranía.

Melody cerró los ojos, dejando que las palabras de Peter se infiltraran en su mente. A medida que pensaba en Jadis, una ola de rabia comenzó a crecer dentro de ella. El agua a su alrededor empezó a moverse de manera intensa, como si respondiera a su furia.

— Sí, eso es — continuó Peter —. Deja que esa rabia crezca. Piensa en lo injusto que fue todo lo que hizo. En cómo destruyó sueños y esperanzas.

Peter se quedó hipnotizado observando las formas cambiantes del agua, que se retorcía y giraba con cada palabra que pronunciaba. Era como si la magia misma estuviera alimentándose de la ira de Melody.

— Sigue pensando en eso —le animó—. Piensa en mí.

Melody frunció el ceño y abrió los ojos un instante, sorprendida por la dirección inesperada de sus pensamientos. Las corrientes de agua a su alrededor parecían vibrar con su confusión, reflejando la agitación en su interior.

— ¿Qué? —dijo mientras intentaba concentrarse, sintiendo cómo la energía del agua pulsaba a su alrededor.

— ¡Sí! En nuestras discusiones, como te desagrado y tú a mí, no nos soportamos —respondió Peter, su voz resonando en el aire como una melodía desafiante.

Las imágenes comenzaron a entrelazarse en su mente como las olas que chocan entre sí. A medida que intentaba enfocarse en las veces que Peter le había hablado con desdén, recordando su tono cortante y sus ojos azules chispeantes de enojo, otros recuerdos también surgieron: momentos espontáneos en que habían colaborado juntos, el sonido de su risa campaneante al burlarse del Señor Castor, y las sonrisas cómplices que compartía con sus hermanas.

Con cada evocación, el agua a su alrededor respondía; danzaba y giraba en un espectáculo hipnótico que reflejaba sus emociones. La tensión inicial comenzó a disiparse poco a poco; las olas se tornaron más suaves, como si el propio lago se calmara ante la confusión de Melody. Pero aún había destellos de furia en sus ojos.

Finalmente, Melody abrió los ojos disgustada y miró a Peter con frustración. La magia del agua parecía haber absorbido parte de su rabia, pero aún latía fuerte en su corazón.

— ¡Lo arruinaste! —acusó—. No puedes poner tu nombre luego de haber nombrado a Jadis.

Peter alzó una ceja, sorprendido por la reacción visceral de Melody pero también divertido por la intensidad de sus emociones. La conexión entre ellos era palpable; el aire estaba cargado con la electricidad de sus sentimientos encontrados.

—¿Arruiné algo? —respondió con una sonrisa desafiante—. Solo intentaba hacerte enojar un poco más, pero veo que no me odias tanto.

Melody lo acribilló con la mirada, deseando borrar esa sonrisa burlona de su rostro. El agua alrededor empezó a burbujear suavemente, como si compartiera su frustración.

—Caes mal, Pevensie —replicó ella, resoplando mientras sentía cómo una mezcla de rabia y confusión se intensificaba dentro de ella. Era difícil negar lo cierto de sus palabras; había tantas facetas en sus interacciones con él.

—Quizá, —admitió él, dejando escapar una risa suave— pero no puedes ignorar el hecho de que mis palabras tienen un efecto sobre ti.

Y antes de que pudiera terminar la frase, ella le dio un puñetazo en el brazo. La acción fue rápida y casi instintiva; el golpe hizo que el agua estallara en una serie de pequeñas salpicaduras a su alrededor, como si incluso el líquido mágico reaccionara ante sus emociones desbordadas.




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      El sol brillaba en lo alto mientras Peter y Melody regresaban del bosque. El aire fresco estaba impregnado de la fragancia a tierra húmeda y hojas secas. La tensión entre ellos aún flotaba en el ambiente, como el eco de sus discusiones previas.

-—No estoy diciendo que no sea tentador —comenzó Peter, rompiendo el silencio—, pero la magia del agua no es algo que puedas controlar como desearías.

Melody frunció el ceño, recordando los momentos en que la magia había brotado de ella, poderosa pero incontrolada. Había sido un destello de luz y emoción, pero también había traído consigo caos y confusión.

—Lo sé -respondió a regañadientes, su voz más suave. —. Pero no puedo evitar sentir que podría ser útil... en ciertas situaciones.

Peter sacudió la cabeza, su expresión seria. — Tu habilidad con las armas es mucho mejor. Tal vez deberíamos centrarnos en eso por ahora.

Ella asintió lentamente, sintiendo cómo la resolución comenzaba a formarse dentro de ella. La idea de practicar con las armas le daba una sensación de control que la hacía sentir más tranquila.

Al llegar al claro Peter decidió acompañar a Edmund en su entrenamiento. Se despidió de Melody con un gesto decidido, mientras ella se dirigía hacia Faustus, el centauro que siempre había creído en su potencial.

Faustus la recibió con una sonrisa cálida y sabia. Melody apretó el mango de su espada y se acomodó sobre su caballo, miró al centauro frente a ella con emoción. -Hoy practicaremos combinaciones -dijo él, su voz profunda resonando como un tambor en el aire-. Quiero que sientas la conexión entre tu espada y tu cuerpo.

Con un movimiento fluido, Faustus desenfundó su espada larga, su figura imponente brillando bajo los rayos del sol. Melody imitó sus movimientos con gracia; cada golpe era una danza entre ellos, una coreografía perfecta donde ambos se complementaban.

Las espadas chocaron con un sonido resonante, creando una melodía de acero que vibraba en el aire. Con cada estocada y maniobra, Melody sentía cómo su confianza crecía; el frío metal se convertía en una extensión de sí misma mientras realizaban giros y saltos acrobáticos. Faustus la guiaba con paciencia y destreza, mostrándole cómo combinar ataques rápidos con movimientos defensivos.

Después de un intenso entrenamiento donde sus espadas se estrellaron en un espectáculo de destreza y fuerza, Melody sintió que había encontrado su centro. El sudor perlaba su frente, pero la satisfacción llenaba su corazón.

Al finalizar la práctica, con los brazos hormigueando y la respiración aún agitada, Melody se acercó a Susan y Lucy, que estaban trabajando en un claro cercano para perfeccionar su puntería con arcos y flechas. El ambiente estaba impregnado de la fragancia del campo, y el sonido del viento al atravesar los árboles creaba una melodía tranquila que contrastaba con la intensidad de su entrenamiento.

Las hermanas estaban completamente concentradas; cada tiro que lanzaban estaba lleno de determinación y esfuerzo. Melody se detuvo por un momento a observarlas, notando cómo el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo con tonos dorados y anaranjados.

Intentando calmar su respiración entrecortada, buscó el suelo mientras los jadeos no disminuían. La adrenalina seguía corriendo por sus venas.

— ¡Susan! —llamó, capturando la atención de la chica justo cuando se preparaba para lanzar otra flecha—. Así no le darás al blanco, baja más el codo y llévalo hacia atrás.

Una punzada repentina apareció en su cabeza, pero se esforzó por ignorarla, enfocándose en las muchachas.

Susan asintió, siguiendo el consejo de Melody. Después de inhalar profundamente varias veces para calmarse, tensó la cuerda del arco y soltó la flecha. Esta voló por el aire con gracia, impactando en el blanco con un sonido satisfactorio; aunque casi se salió del círculo central, logró atinarle.

Las risas y los gritos alegres de Lucy llenaron el aire como música. Melody sonrió al ver la alegría en sus rostros.

— Hey, ¿estás bien? —preguntó Susan al dejar su arco y acercarse a Melody, notando que esta aún permanecía sentada en la hierba fresca.

Melody hizo un gesto despreocupado con la mano, restándole importancia a lo que sentía. — Sí, solo un poco cansada.

Era una mentira piadosa; sabía que no era solo cansancio lo que la abrumaba. Algo más se agazapaba en su interior: los jadeos persistían y sentía sus músculos entumecidos como si hubiera corrido una maratón.

Susan la miró con un atisbo de sospecha en sus ojos azules, pero decidió no indagar más, confiando en que Melody pronto se recuperaría.

De repente, todas las miradas se posaron en el Señor Castor, quien venía apresurado hacia ellas. Su expresión era grave y sus pasos resonaban en el silencio del bosque.

— La bruja demanda una audiencia con Aslan —anunció con voz temblorosa. Los ojos de todos se abrieron de sorpresa y preocupación.

Melody sintió cómo su cuerpo se helaba al escuchar esas palabras; un escalofrío recorrió su espalda como si presintiera un peligro inminente.

— ¡Se dirige hacia acá! —concluyó el Señor Castor, y la tensión en el aire se volvió palpable mientras cada uno procesaba la magnitud de lo que eso significaba.


❄️

      El aire se tornó denso con una mezcla de temor y expectación mientras el Señor Castor se apartaba, y las miradas de todos los presentes se dirigían hacia el sendero que conducía al campamento de Aslan. Un silencio inquietante llenó el ambiente; incluso los pájaros parecían haber dejado de cantar.

Fue entonces cuando, a lo lejos, se escuchó un sonido ominoso: el crujir de ramas y el retumbar de pasos pesados. Melody sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Sabía lo que eso significaba.

A medida que la figura se acercaba, se reveló una silla de plata, llevada por un grupo imponente de cíclopes. La bruja estaba sentada en una de ellas, envuelta en un manto blanco como la nieve, que contrastaba con su piel pálida y sus labios rojos como sangre. A su lado, un enano con una expresión amarga y ceñuda caminaba con paso firme, asegurándose de que la llegada de "la Reina de Narnia" y "Emperatriz de las islas solitarias" fuera lo más majestuosa posible.

Melody observó con desprecio cómo la bruja se erguía con arrogancia en su trono improvisado, su mirada helada escaneando el campamento como si estuviera evaluando a cada uno de ellos como meras piezas en su juego. El odio crecía dentro de ella; no podía soportar la forma en que esa mujer despojaba a Narnia de su luz y esperanza. Pero a pesar de su furia, también sentía un profundo terror que la paralizaba. No importaba cuán valiente intentara ser, deseaba con todas sus fuerzas que los fríos ojos de la bruja no se posaran sobre ella.

La bruja levantó una mano y gesticuló suavemente, ordenando a los cíclopes que la llevaran más cerca del centro del campamento. Cada paso resonaba como un eco en el corazón de Melody. Los cíclopes avanzaron con torpeza pero determinación, sus grandes brazos musculosos sosteniendo las sillas con una fuerza aterradora.

A medida que la bruja avanzaba, el aire parecía volverse más frío; una sensación gélida invadió el lugar, como si incluso el sol estuviera temiendo su presencia. Melody sintió cómo su corazón latía desbocado en su pecho; cada latido parecía gritarle que huyera, pero sus pies estaban pegados al suelo.

Cuando finalmente llegó al corazón del campamento, la bruja descendió de su silla con una gracia inquietante. Su mirada fija recorrió a todos los presentes, y Melody contuvo el aliento al sentir cómo esos ojos helados buscaban algo en ella. La bruja sonrió levemente, un gesto que no contenía ni un atisbo de calidez; pero sin dejarla escudriñar su mirada, La bruja clavó su mirada penetrante en el imponente león que se erguía frente a ella, una figura majestuosa y poderosa en medio del conflicto.

— Hay un traidor oculto entre tus tropas, Aslan —afirmó con voz firme, desafiando la calma del momento.

El león, con su pelaje dorado brillando a la luz tenue, respondió con una voz profunda y resonante.

— Su ofensa no te ha causado ningún daño, bruja —replicó, frunciendo el ceño con evidente desdén.

— ¿Acaso has olvidado las leyes sagradas que forjaron Narnia? —inquirió ella, su tono cargado de reproche.

El rugido de Aslan retumbó en el aire como un trueno, su frustración palpable.

— No recites la Gran Magia delante de mí, bruja —demandó, arrugando la nariz con desagrado—. Estuve presente cuando se escribió.

Jadis inclinó levemente la cabeza, una sonrisa astuta asomando en sus labios.

— Entonces sabes que, según la ley, todo traidor me pertenece. Su sangre es de mi propiedad —declaró con una frialdad inquietante.

El sonido metálico de una espada desenvainándose cortó el aire tenso, atrayendo la atención de la bruja.

— ¡Intenta llevártelo! —exclamó Peter, su voz llena de determinación y desafío.

Una sonrisa sardónica se dibujó en los labios de Jadis mientras contemplaba la escena.

— ¿Y crees que podrías oponerte a mí por la fuerza y negarme mi derecho? —preguntó con un tono burlón.

En ese instante, una segunda espada fue desenvainada. Melody se adelantó un paso frente a Peter y rugió con rabia:

— ¡Tú, bruja, me negaste mi derecho hace muchos años! — Los ojos helados de la Emperatriz se posaron sobre ella con sorpresa y curiosidad analítica. Melody entrecerró los ojos y escupió con determinación: — Ojo por ojo.

Jadis sonrió con una amabilidad inesperada que desconcertó a la joven guerrera.

— Pequeña vieja amiga, ¿dónde habías estado todo este tiempo? — La voz de Jadis resonó con un tono melódico, casi burlón. En el rostro de la ojiazul, solo había confusión; sus ojos buscaron la mirada del gran felino, pero Aslan permanecía en silencio, observando la escena con una calma imponente. — Es una lástima que me temas — añadió, su risa suave como un susurro helado.

— Yo no soy tu amiga. Ni tampoco te tengo miedo — replicó Melody, aunque su voz tembló ligeramente.

— No..., tú no. Primera, segunda, tercera y cuarta probablemente... — respondió Jadis, sus ojos fijos en ella como si pudiera penetrar en su alma y desentrañar cada uno de sus pensamientos y recuerdos. Melody sintió una incomodidad profunda, como si estuviera desnuda ante esa mirada inquisitiva. Su cuerpo se helaba ante el silencio opresivo de la bruja. Jadis dejó escapar una expresión de comprensión que la inquietó aún más. — Melody, Melody, Melody... — cantó ella con burla. La espada de Melody comenzó a caer lentamente, incapaz de sostenerse ante la creciente confusión que invadía su mente. — Melody y Melody; Las respuestas se esconden tras el velo del miedo.

¿Qué tramaba realmente la bruja? No lograba entender su extraño comportamiento ni las palabras enigmáticas que profería, pero había dado en un punto sensible para ella.

Respuestas. Respuestas que anhelaba con desesperación y que parecían siempre fuera de su alcance.

Los fríos ojos de la bruja se posaron en el público.

— Aslan sabe que si no recibo la sangre que la ley demanda, toda Narnia se sumergirá en el caos; perecerá en fuego y agua — anunció Jadis con firmeza, su voz reverberando en el aire tenso y haciendo temblar a los presentes. Con un movimiento dramático, se giró hacia Edmund y lo señaló con un dedo acusador. — Ese muchacho morirá en la Mesa de Piedra. Así lo dicta la tradición.

Un murmullo de miedo recorrió a los narnianos; los rostros se tornaron pálidos ante tal revelación.

— Es cierto y lo sabes bien — continuó Jadis, dirigiendo su mirada desafiante al gran león que había permanecido en silencio hasta ese momento.

— Suficiente — proclamó Aslan, su voz resonante cortando la tensión como un rayo. Un profundo silencio se apoderó del lugar mientras todos contenían la respiración ante su autoridad. El felino posó sus dorados ojos en la bruja con una intensidad que parecía capaz de derretir el hielo que rodeaba a Jadis. — Lo discutiré contigo a solas.








2 0 1 5 | V I L L A N Y S A ©

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