-capítulo cinco: regalos

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MELODY
(v. regalos)
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❄️

     

     El corazón estaba a unos cuantos latidos más de salirse del pecho de Melody. Sentía el frío aire entrar furiosamente a sus pulmones y quemar su garganta a su paso. Sus piernas ya estaban cansadas y su herida de la cabeza palpitaba molestosamente.

Pero sus oídos sólo captaban aquél molesto tintineo de pequeñas campanitas y eso sólo inyectaba más adrenalina en sus venas. Corrió más, aterrada.

En su camino al campamento de Aslan, un trineo con campanas había comenzado a seguirlos velozmente. Y últimamente la única criatura que paseaba por el territorio narniano en un trineo era la bruja.

Jadis los estaba siguiendo, y si no se apresuraban los atraparía.

Cuando dejaron el claro que atravesaban y se adentraron al bosque lograron refugiarse en un desnivel del suelo cubierto de nieve y hielo. Con un gran esfuerzo trataron de calmar sus jadeantes respiraciones para no ser descubiertos, la joven ojiazul podía ver y sentir las temblorosas manos de Peter intentando cubrirlos a todos.

Tragó saliva y posó su mano sobre la de él. Los intensos ojos del muchacho se posaron en ella. — Iré a ver.

— ¡No! — Todos voltearon a ver al señor Castor. — ¿Estás loca? ¿Si te atrapa cómo vas a liberar Narnia?

— Pero...

Peter negó con su cabeza.

— No, iré yo. — Melody alzó una ceja cuestionando la intervención del rubio y el como la había echado para atrás con su brazo.

Melody empezaba a sentir esto como una competencia de quién es más heroíco. Se cruzó de brazos fastidiada.

El castor pasó sus patas por su cabeza con frustración.

— Uno peor que el otro... — murmuró frustrado. Los miró severo después de quejarse. — No niños, iré yo. Fin de la discusión.

Y salió del escondite.

Tanto Peter como Lucy, Susan, la señora Castor y Melody estaban con piernas temblorosas de los nervios. no escuchaban nada, ni un grito, ni un paso, ni una voz.

Hasta que la cabeza del castor se asomó por encima de ellos con una sonrisa. Lucy no pudo evitar pegar un gritito.

— ¡Todo está bien, salgan! — Siendo seguido de suspiros aliviados, el castor salió del escondite ahora con los niños y su esposa. — Espero que se hayan portado bien porque alguien ha venido a visitarlos.

Un señor de edad avanzada, con un muy abrigado chaleco y botas para la nieve, mostraba una alegre y cálida sonrisa entre esa larga y espesa barba blanca que adornaba su anciano rostro.

Melody y Lucy sonrieron con ilusión.

— Feliz navidad, señor.

Él dejó salir esa característica risa suya que los contagió al instante de felicidad.

El hombre de la barba blanca se agachó, dejando caer un saco repleto de regalos a su lado. Con un brillo travieso en los ojos, miró a cada uno de los niños.

— ¡Feliz Navidad! — exclamó, su voz profunda como un eco en la cueva.

   Para Melody, ese momento era pura magia. La aparición de Santa Claus llenó su corazón de una alegría desbordante; era la única que realmente entendía el significado de la Navidad, ya que en su vida anterior la Bruja Blanca había sumido a Narnia en un invierno eterno, donde las luces y los colores de la celebración habían desaparecido por completo. La nieve siempre caía sin cesar, y el frío había enterrado cualquier rastro de alegría. Pero ahora, ver a Santa allí, era como si una chispa de esperanza hubiera encendido una llama que había estado apagada durante demasiado tiempo.

  — ¿Eres tú... Santa Claus? —preguntó Melody con una mezcla de asombro y emoción.

  — Así es, pequeña. — Él sonrió ampliamente y levantó una mano enguantada para acariciar la cabeza de Lucy, quien estaba radiante de felicidad. — He estado observando cómo se comportan todos ustedes en Narnia.

  — Pero... ¿cómo? — preguntó Susan, aún con incredulidad.

  — Ah, mis queridos amigos, cuando hay valentía y bondad en el corazón de los niños, no hay nada que me impida llegar. — Los niños asintieron. El señor suspiró — He traído regalos para cada uno de ustedes. Regalos que les ayudarán en lo que está por venir.

  A medida que hablaba, comenzó a sacar del saco objetos brillantes y poderosos. Cada uno parecía estar envuelto en un aura mágica que iluminaba el oscuro entorno:  — Para ti, Lucy, una daga —dijo mientras le entregaba una pequeña pero filosa daga envuelta en cuero rojo, y luego, le entregó un pequeño frasco—, y aquí tienes un jarabe curativo, hecho con flor de fuego. Con solo una gota es suficiente para sanar las heridas más graves.

  Lucy lo tomó con ambas manos, sus ojos brillando de gratitud.

  — Y para ti, Susan —continuó Santa—, aquí tienes un hermoso arco con un carcaj lleno de flechas. Además, este cuerno te ayudará cuando más lo necesites.

  Susan sonrió al recibir su regalo. —Creí que las guerras eran horrendas...

  —Y lo son. — Confirmó el señor con una sonrisa. Luego, el señor se giró a Peter. — Para ti, Peter —dijo Santa con solemnidad—, una gran y poderosa espada junto a este emblemático escudo. Necesitarás su fuerza en la batalla que se avecina.

  Peter asintió gravemente mientras aceptaba la espada y el escudo, sintiendo el peso de su responsabilidad sobre sus hombros.

  Y luego llegó el momento esperado para Melody:  — Y ahora... para ti, fantasma viviente —dijo Santa con una mirada especial—, he traído el Nexus Cartográfico, un mapa mágico que reflejará a tus amigos y aquellos con buenos corazones. Te ayudará a encontrar el camino correcto en los momentos más oscuros.

  Melody sintió cómo la emoción la invadía al tomar el mapa entre sus manos; las líneas brillaban suavemente y parecían moverse como si tuvieran vida propia. Era como si el mapa conociera su destino incluso antes que ella misma.

  — Además —continuó— aquí tienes una espada, tan hermosa y radiante como su pareja — mira de reojo la espada del rubio y Melody alza una ceja. — Juntas se convertirán en las espadas más fuertes y poderosas que jamás hayas visto. Casi invencibles cuando se combinen en batalla.

Ella ladeó la cabeza.

  — ¿Hasta las espadas tienen pareja? —bromeó.

Santa carcajeó.

  — Bueno, ¿Una sóla espada con tanto poder sería peligroso, no? —la niña lo detalló con interés — Un balance y poder equilibrado son esenciales para mantener el orden y la paz en Narnia. Sin eso, incluso las mejores intenciones pueden llevar a la confusión.

Claro, tenía sentido, sin equilibrio, no hay paz.

   En otras palabras, las espadas funcionan sólo en pareja por si, en el dado caso, Peter o Melody se vuelven locos, ninguno de los dos tendría tanto poder.

   Al menos que los dos pierdan la cabeza al mismo tiempo.

  Sus armas están destinadas a luchar por un objetivo compartido.

  Cuando finalmente recibió la espada en sus manos, junto a la emoción y gratitud que la embargaban también apareció un sabor amargo. Sabía que tendría que luchar lado a lado con Peter Pevensie para ser verdaderamente poderosa. Esa idea no la ponía de muy buen humor, especialmente considerando el mal genio que había estado mostrando el muchacho últimamente y el cómo ella ha estado reaccionando volátilmente en contra de él. Sin embargo, comprendía que era una parte esencial de su destino.

  Una parte esencial para cumplir su objetivo.

   Con cada palabra de Santa Claus resonando en sus oídos como melodías navideñas olvidadas por mucho tiempo, Melody sintió cómo su corazón latía con fuerza al pensar en lo que significaba esa entrega: esperanza renovada para Narnia y otro indicio claro de que el malvado reinado de la Bruja Blanca estaba llegando a su fin.  Con el corazón rebosante de gratitud y determinación pero también con ese ligero desasosiego en su interior, Melody abrazó a Santa Claus antes de mirar a su grupo.

El destino una vez más les recordaba que debían pelear juntos.

La Navidad había regresado a Narnia; era hora de luchar por un futuro lleno de luz y alegría.

❄️

—Oigan —clavó sus ojos en Peter—, ya el invierno se está acabando...

La azabache bufó.

—Que observador —ironizó Melody, ganándose una mala mirada del muchacho. Ella resopló adelantando el paso y dejándolo atrás. — Con cada minuto que pasan ustedes aquí, la magia de la bruja se debilita de gran manera. Era de esperarse.

Lo que había dicho Peter era completamente obvio; el sol brillaba con más intensidad, y sus zapatillas ya estaban mojadas por la nieve que se derretía más rápido debajo de sus pies. Además, era algo que se le había mencionado apenas llegaron.

—Sí, lo sé pero...

—Claro, — Ella se cruzó de brazos.— como soy una mentirosa no esperabas que fuera verdad, ¿cierto?

Peter soltó la mano de Lucy y arrugó el entrecejo encarándola: — Por confiar en ti es que estamos aquí.

— No, por las decisiones de tu hermano estamos aquí.

— ¡Sea como sea! Tu objetivo era llevarnos a la guerra. ¿Debes estar feliz no?

Melody de acercó aún más a él y lo señaló con un dedo.

— No, tu hermano dificultó por mucho las cosas, — El rubio rodó los ojos. — sí me hubieras hecho caso ya estuviéramos en el campamento todos juntos. ¡A salvo!

Y Peter, explotó.

—¡Eres una egoísta!

Claro, no pensó en las consecuencias de aquella acusación.

Melody no dudó en clavar su puño en la mejilla del chico. El sonido del impacto resonó en el aire, un golpe seco que dejó a todos en silencio por un instante, nadie se atrevía a intervenir. Sus ojos ardían con furia, mientras su respiración se aceleraba. Se acercó aún más a él, su voz baja y amenazante como un susurro de tormenta: —No te atrevas a llamarme egoísta otra vez.

Peter giró la cabeza tras el golpe, aturdido, y su mirada se encontró con la de Melody. El ardor en su mejilla le recordaba que había cruzado una línea peligrosa. Sin embargo, el desafío en sus ojos no se desvaneció; ambos sabían que la tensión entre ellos había alcanzado un punto crítico.

La muchacha se dió la vuelta y siguió caminando, sintiendo la mirada de todos en sus hombros.

— ¿Quieres dejar de ser tan cabezota por un momento?

— Peter ya basta. — Advirtió Susan.

Melody abrió la boca sorprendida por la astucia de él por querer seguir la discusión después de aquello. Ella se detuvo y volteó a mirarlo sin poder creer lo que dijo.

— ¿Yo soy la cabezota? — Melody lo detalló con burla y enojo. — ¿Quieres seguir la discusión?

Peter resopló y sobó su mejilla.

—Eres tú quien ni siquiera me deja terminar de hablar.

—¡Oh y y qué será lo que dirá este magnífico y sabio chico!

—¡Se está derritiendo el hielo!

—¡Qué novedad! — Aunque una palabra atravesó su cabeza caliente por el enojo y refrescó sus pensamientos, haciéndola pensar con claridad. El entrecejo de la muchacha se relajó dando paso a una mirada algo temerosa. Giró su cabeza en la dirección a la que se dirigían. — ... El río.

—¿Entonces qué ibas a decir? —escupió con desdén el rubio.

Como cuchillos de hielo la mirada de la joven se volvió a clavar en él con furia, haciéndolo internamente temblar por el impacto de esos ojos.

—Cierra la boc... —Un aullido rompió el hilo de la discusión que se desataba entre ellos. El pánico empezó a escalar en su organismo. —¡Lobos!

— ¡Qué novedad! —atacó Peter imitándo su voz chillona. Bajo la mirada asesina de la muchacha tomó la pequeña mano de su hermana y empezó a correr.

Melody recogió su vestido y comenzó a correr también.

Giró hacia atrás y se sintió aliviada al ver que todos la seguían. Subió una pequeña colina y al llegar a la cima observó que a unos cuantos pasos se encontraba el Gran Río congelado, todos emprendieron una carrera hacia el cuerpo de agua. Melody corrió y corrió con la falda en sus manos, sintiendo las garras de los lobos en su espalda. Hasta que se detuvo al llegar al agua congelada.

《El agua es engañosa. A veces puede parecer congelada, pero cuando la pisas, te das cuenta demasiado tarde de que no lo estaba por completo.》Las palabras de Faustus, uno de los centauros, llegaron a su mente. Deteniendo su carrera y haciéndola poner los pies sobre la tierra nuevamente.

Poco tiempo después, escuchó los pasos apresurados de los chicos y los castores a sus espaldas.

Recorrió el río con detalle y se dio cuenta de que más adelante había una parte descongelada del río donde podía observarse el agua comenzando a correr.

Por Aslan, ¿ahora qué?

Peter, tomando la iniciativa, dio un paso hacia el lago congelado y este produjo un sonido no muy agradable, haciendo que Peter retirara rápidamente su pie.

—Mejor voy yo delante.

Quitó su mirada del agua para ver al señor Castor dirigiéndose con cuidado al hielo.

—Sí... creo que es mejor —respondió Peter; junto a ellas esperaron a que el señor Castor diera una señal para seguirlo. Él giró y les hizo una señal, dándoles a entender que podían caminar sobre el hielo.

Avanzaban con cautela, cada uno de ellos sumido en sus pensamientos, intentando mantener la calma en medio de la creciente tensión que los rodeaba. El aire era helado, y el silencio estaba cargado de un presentimiento ominoso. De repente, como sombras que emergen de la penumbra, los lobos comenzaron a aparecer por todas partes, rodeándolos con miradas hambrientas y ojos brillantes.

  El grupo aceleró el paso, pero pronto se dieron cuenta de que estaban completamente cercados. En un instante, con un salto que parecía desafiar las leyes de la gravedad, se presentó ante ellos el imponente jefe de los lobos: Maugrim. Su pelaje negro como la noche brillaba con un fulgor casi sobrenatural bajo la tenue luz, y su mirada desbordaba una confianza aterradora.

  Los nervios se intensificaban en el aire helado; a pesar del frío intenso, el sudor comenzó a brotar en sus frentes como una traición a su valentía. Peter, sintiendo la presión del peligro inminente, desenvainó su espada con un movimiento decidido pero tembloroso, apuntando al lobo con miedo evidente en su rostro y tensión acumulada en sus hombros.

  —Peter... —murmuró Susan con una voz que apenas logró salir entre los dientes apretados.

  —Vamos, muchacho, baja eso si no quieres hacerte daño —gruñó Maugrim con burla, su voz profunda resonando como un eco amenazante en el silencio.

  Melody, aunque odiaba al animal que tenía frente a ella, no podía evitar pensar que el lobo tenía razón. Su propia espada permanecía aún en su vaina, vibrando con una emoción contenida. Sujetó el mango con firmeza y dio un paso atrás, rehusándose a desenvainarla. La tensión entre ellos era palpable; sabía que cualquier movimiento en falso podría ser fatal.

  —Tiene razón, Pevensie. Baja la espada —dijo Melody con una mezcla de urgencia y temor.

  El rubio gruñó entre dientes en desacuerdo; su frustración era evidente mientras Melody apretaba el mango de su espada en la cintura. De repente, un crujido aterrador resonó bajo sus pies: el hielo comenzaba a quebrarse.

  Sus manos temblaban no solo por el frío helador que les cortaba la piel; era el miedo lo que hacía que sus corazones latieran desbocados. Peter alzó su espada y la clavó con fuerza en el hielo. Este se rompió aún más bajo su peso.

  —¡Sujétense de mí! —gritó él con desesperación.

  Melody seguía procesando lo que sucedía cuando el suelo comenzó a moverse e inestabilizarse. Sin pensarlo dos veces, saltó hacia él y abrazó uno de sus brazos con todas sus fuerzas. La adrenalina corría por sus venas mientras sentía cómo el hielo se rompía a su alrededor.

De repente, Lucy, distraída por un destello en el agua, perdió el equilibrio y comenzó a caer. Sin pensarlo dos veces, Peter se lanzó hacia ella, extendiendo su mano para atraparla antes de que cayera al agua. Con un movimiento rápido y decidido, logró sujetarla por la muñeca, pero el impulso lo hizo perder el equilibrio. En un instante desgarrador, él cayó al agua helada mientras Lucy se mantenía a salvo.

El frío era abrasador. Peter luchó por salir a flote en las turbulentas aguas heladas. A su alrededor, la corriente lo arrastraba con fuerza. En un acto reflejo, se aferró a la capa de Melody que colgaba cerca de él.

—¡Agárrense de la espada! —ordenó Melody con voz firme pero llena de preocupación a las chicas. Sin dudarlo, se lanzó hacia el borde del hielo donde había caído Peter. La superficie era traicionera; cada movimiento requería esfuerzo y cuidado.

Con cada segundo que pasaba bajo el agua helada, Peter sentía que sus fuerzas disminuían. Melody presionó sus brazos contra los bordes afilados del hielo para acercarse lo más posible a él. El dolor punzante le recorría los brazos mientras los filos del hielo cortaban su piel en una lucha desesperada por ayudarlo.

Finalmente, con un último esfuerzo titánico y sintiendo cómo la sangre comenzaba a resbalar por sus brazos heridos, Melody logró jalarlo hacia arriba. Con determinación inquebrantable, lo levantó del abismo helado hasta que logró que sus manos temblorosas se aferraran a la espada.

Peter respiró hondo cuando finalmente emergió a la superficie; el aire helado llenó sus pulmones mientras miraba a Melody con asombro y miedo. Ella lo miró con una mezcla de preocupación y alivio; su cuerpo cosquilleaba de adrenalina.

Llevó las manos del chico de vuelta al mango de la espada clavada en el hielo.

—No vuelvas a hacer algo tan imprudente —le dijo ella entre jadeos, aunque en sus ojos había destellos de admiración por su valentía y sacrificio.

Con esfuerzo conjunto junto a los Castores, nadaron hacia la orilla hasta sentir ese suelo firme bajo sus manos —cubierto por una mezcla de nieve y pequeñas plantas—. Con dificultad debido al peso del vestido empapado, se dejó caer al suelo boca abajo y respiró descontroladamente por la boca mientras su corazón comenzaba a calmarse lentamente. Pero ese alivio fue efímero: un grito desgarrador de Susan hizo que su pulso se acelerara nuevamente; se sentó rápidamente con los ojos muy abiertos buscando esa cabellera rojiza entre las sombras del caos, pero no lograba encontrarla.

—¡Lucy! —Se unió Melody a la busqueda de la pequeña Pevensie mientras se levantaba con dificultad.

— ¿Alguien tiene mi abrigo?

Todos los presentes suspiraron con alivio al verla salir de detrás de unos arbustos.

—Créeme, no será necesario. —comentó el señor castor y señaló los arboles que ya empezaban a sacar sus hermosas hojas y flores.

De repente, una suave brisa, nada fría, chocó contra ellos, y Melody sintió un ardor punzante en sus antebrazos. Al voltear sus brazos, se dio cuenta de que tenía rasguños; la sangre se deslizaba lentamente hacia sus manos, creando un contraste inquietante con su piel.

Con un profundo suspiro, intentó calmarse y tomó aire, tratando de que el ardor no se intensificara. Se sentó en el suelo, y con su capa empapada de agua, comenzó a limpiar suavemente las heridas. Cada roce de la tela sobre su piel era un recordatorio del dolor que había sufrido. A medida que continuaba, soltó un gran suspiro y mordió su labio inferior, sintiendo una mezcla de alivio e incomodidad al lidiar con sus lesiones bajo la atenta mirada de los hermanos.

Fue entonces cuando Susan, con una expresión inesperadamente dulce en el rostro, se acercó a ella.

—Permíteme.

Melody alzó una ceja y dejó que las delicadas y frías manos tomaran los retazos de tela de las suyas.

Aunque su relación había sido tensa y arisca hasta ese momento, Susan ofreció ayudarla a vendar las heridas. Este gesto descolocó a Melody; nunca había imaginado que Susan se preocuparía por ella de esa manera. Sin embargo, a pesar de su sorpresa, aceptó la oferta con gratitud.

Y a pesar de sus diferencias, Melody sabía ser agradecida.

—Gracias Susan.

Luego de levantarse del suelo, miró a los castores.

—Vamos en marcha —dijo el señor Castor—. Aslan nos debe estar esperando; ya estamos cerca.

Ante esas palabras, Melody sintió cómo una inmensa alegría llenaba su pecho al saber que estaban tan cerca de Aslan. La tensión en el aire se disipó ligeramente y la esperanza comenzó a florecer en su corazón.












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