𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐎𝟒
Eran dos puertas cerradas con pestillo y un corredor lo que les distanciaba, pero Vegetta sentía como si Willy estuviera a su lado, respirándole encima y acribillándole con las olas de molestia y sorpresa que le emergían de cada centímetro de piel.
Molestia y sorpresa que a él le provocaban saltar enérgicamente en el sitio en el que estaba parado, apretando los puños hasta hacerse heridas con las uñas; tipo rabieta de niño de no más de siete años que está desesperado. Y las palabras que había intercambiado con Willy no hacían más que repercutir en su cabeza con fuerza y violencia, sin darle tregua.
Siguió así, casi temblando, hasta que el pensamiento de que debía irse, le invadió.
Pasaba de la una de la mañana, pero era la presentación de una nueva exposición en la galería de su madre así que ella y Troten llegarían en la madrugada.
Tomó algo para abrigarse y salió de la casa. A los pocos minutos llegó al parque cercano y se sentó en una banca ubicada en la zona con más penumbra.
Encendió un cigarrillo y se perdió contemplado las volutas que se formaban al botar el humo y el vapor que salía de su nariz al respirar… Trataba por todos los medios de mantener la mente en blanco, sin hacer caso al frío ni a la constante vibración del móvil en su bolsillo (seguro Luzu, y no tenía humor ni siquiera para él).
—¿Planeas morir de hipotermia? —Se sobresaltó. La pregunta había provenido desde el otro extremo de la banca, era una voz que conocía demasiado.
¿Cómo Willy había llegado hasta allí? ¿Le había seguido? Era obvio.
—¿Qué? —fue lo que respondió, lanzando su colilla a sus pies para pisarla y luego voltear la cabeza un poco, enarcando una ceja—. ¿Qué quieres?
—Por la expresión que traes no me hubiera extrañado que digas que sí —evadió Willy, muy calmado, justo como si la discusión nunca hubiera tenido lugar.
Vegetta estaba por levantarse y emprender el camino de regreso, pensando que era estúpido iniciar una conversación que seguro terminaría en pelea. Sin embargo, se quedó quieto. Había recuperado un poco de control, y si su amigo estaba dispuesto a arreglar las cosas, lo harían. Siempre había sido así, solucionar por encima todo sin buscar los verdaderos motivos y seguir hacia adelante. Tal vez no lo más sano, pero sí lo más sencillo.
—¿Qué haces aquí? —repitió su pregunta. Ahora su amigo, en vez de responderle, frotó con ímpetu sus manos una con la otra buscando darse calor—. Me mandaste a la mierda.
—Y tú dijiste que querías que fuéramos más que amigos. —Hubo un silencio mucho más atronador que cualquier ruido—.Vamos a conversar —añadió Willy al cabo de unos minutos y después de un suspiro— sin gritos y con claridad.
Vegetta no respondió, su cuerpo cubierto por una fina capa de sudor helado, las manos y rodillas trémulas. Había explotado como una maldita bomba cuando Willy le reclamó su relación con Luzu luego de haber pasado en rato con sus amigos, él bien campante de la mano de una cita y dándole besos cada vez que la chica batía sus largas pestañas cargadas de rímel.
—¿Por qué mierda estabas agarrado al brazo de Luzu? —le había cuestionado con las cejas fruncidas cuando lanzó las llaves encima de la mesa de la cocina al llegar de la casa de Alexby—. Daban una impresión errónea, como si estuvieran juntos o una estupidez así.
En ese momento, se había mordido el labio inferior. Los juegos inocentes con Luzu ya iban a cumplir dos meses y no había contemplado aún la posibilidad de contárselo a su mejor amigo. Los sentimientos que tenía por él seguían ahí vigentes, perforándole un hoyo en el pecho, pero guardados. Bajo siete llaves. Y había estado perfectamente así desde que los sueños eróticos bajaron al descargar toda su energía sexual de otro modo.
Tomando aire, había dicho: —No es tan errónea, Willy. Desde hace un tiempo pasa algo más entre nosotros, y… no sé”. Ahí las expresiones de Willy se transformaron y no empezó a escuchar más que reclamos y tonterías que no hicieron sino enfurecerlo. Quejas porque una tercera persona había ingresado y no había estado enterado. ¡Y todavía Luzu!
—Si serás imbécil, ¿a qué te refieres con eso de tercera persona? No me salgas con ese tipo de mierdas que ya estoy harto de tus celos. ¿Acaso me ves diciéndote algo sobre tu noviecita nueva? Verdad que no, entonces compórtate igual. —Como no escuchó réplica, siguió hablando—: Sabes qué, Willy, a veces creo que todavía tienes la falsa impresión de que el mundo puede empezar por uno y acabar en el otro. Pero no es de esa forma. Nuestra relación ha sufrido grietas profundas desde que dejamos de ser niños…
Y como siguió sin escuchar réplicas, siguió hablando, y hablando. Hablando hasta por los codos, hasta que hubo soltado todo lo que tenía aprisionado en el tórax, todas esos pensamientos pecaminosos y la tristeza que sentía en ocasiones, la felicidad de tenerlo como miejo amigo y la melancolía de solo tenerlo como un amigo; hasta que no le quedó nada, ni palabras, ni aire. Entonces, Willy había guardado silencio por unos minutos antes de vociferar, asombrado, hiriente y dolido.
—Vegetta… —llamó Willy, regresándolo al presente.
—Me haces pensar en mariposas —hizo una mueca que intentó parecer una sonrisa—, en mariposas de varios colores que me invaden por dentro, que remueven todo a su paso mientras vuelan desesperadas por conseguir algo… Y amo esa sensación, pero he llegado a entender que es porque te amo a ti, que tú eres lo que ellas quieren conseguir. Horriblemente cursi como suena, así es. No me arrepiento de todo lo que te dije.
—¿Mariposas?
—Sí, mariposas de celos, de amor, que provocan pinchazos de dolor y corrientes eléctricas…
—Cursi, tienes razón —sentenció Willy en voz baja, sin dejar leer qué era lo que cruzaba su cabeza.
Vegetta no sabía cómo interpretar esa serenidad. Pero sin importar eso, estaban muchísimo mejor que cuando se hallaban peleando en casa, muy a punto de lanzarse objetos o acabar en el suelo revolcándose porque no se entendían.
Sin embargo, ¿ahora, en esa calma ficticia, era distinto?
—Puede que sí lo sea. —Pasaron unos minutos sin oírse más que sus respiraciones. Vegetta alzó su cabeza, aspirando el aire a grandes borbotones, aspirando voluntad—. ¿Crees que podamos volver a como éramos antes?
—No lo sé —fue la respuesta sincera que le dio Willy después de una breve pausa.
***
—Oh, lo siento. —Una chica tropezó y sus pantalones que habían sufrido las consecuencias, ahora estaban vergonzosamente húmedos en la parte de la entrepierna. Willy soltó un bufido e hizo un gesto con la mano—. Realmente lo siento, quizá pueda hacer… —El cambio en la voz le hizo levantar la vista de inmediato, como si se tratara de un imán.
No era una chica, corrigió mentalmente, era una mujer, en todas sus sílabas.
Una muy bonita, con cabello negro azabache y unos ojos increíblemente azules; lo podía decir a pesar de que la única luz que tenía era la que proyectaba la gran pantalla. Quizá ya rondaba los veinte años, y que súbitamente hubiese demostrado interés en él, porque eso era lo que leía en la penetrante mirada, podía sentirse como un triunfo.
Tragó saliva duro y aparentó una sonrisa, indicando que no era nada, sin embargo, ella no se movió y algunos silbidos cortos de Alex, que se encontraban en la fila superior, hicieron que su rostro se encendiera.
Sintió ganas de entablar una conversación, tal vez pedirle su número telefónico, cuando un codazo en su lado izquierdo, en la parte que sabía que estaba Vegetta, le impidió hacerlo.
—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro. No molesto, no aunque la mujer más bonita que había visto en su vida desapareciera para seguramente nunca más volver a verla.
—Fíjate en la película, que para eso vinimos —fue todo lo obtuvo en respuesta.
Arrugando la frente, Willy resopló pero no dijo nada.
El comportamiento de Vegetta, en general, se había vuelto distinto desde aquella innombrable ocasión. Él mismo había cuestionado un “¿crees que podamos volver a como éramos antes?” con un tono que indicaba que quería que fuera así, sin embargo, no ponía de su parte, y era extenuante.
El resultado era que estaban más alejados que nunca en sus dieciocho años. Era doloroso, sí, pero los dos lo sobrellevaban a su manera: Vegetta aparentaba estar bien, y Willy respiraba tranquilo, excluyéndose, y ¿qué más daba? Las cosas tenían su por qué, e indudablemente se merecían el castigo del distanciamiento sano por distorsionar en su cabeza (en su corazón, sobre todo) los sentimientos filiales a unos que cargaban una tensa carga sexual y amor de ese que no estaba bien sentir por su propia amistad.
Porque para Willy, la confesión de amor, la mención de mariposas había sido como un puto catalizador.
Los créditos en la pantalla y las luces encendiéndose le hicieron parpadear seguidamente, como si despertara de un sueño.
—Qué mala —comentó Alex, con pereza. Vegetta estuvo de acuerdo, reclamándole por elegirla—. No es mi culpa —se encogió de hombros—, tenía buenas reseñas.
—El final fue tan predecible —intervino Álex cuando el aire frío les chocó en la cara al salir del cine—, pero admitan que la protagonista estaba para comérsela y no dejar ni un pedazo de piel sin probar… —El menor de los amigos hizo un gesto fastidiado, haciéndole reír—. Hablando de eso, ¿qué pasó con el bomboncito ese, eh Willy? La chica que te estaba hablando.
—¿Aparte de mojarme los pantalones? —preguntó, señalando la humedad ya poco evidente y haciendo que los otros, que no se habían percatado del incidente, estallaran en risa—. Mierda, no se rían, tengo todo congelado.
Willy barajó el mencionar que pensó que daría un brazo para obtener “algo” de esa chica, pero que no lo hizo porque Vegetta había estaba ahí, porque le había dado un codazo. Porque tenía sentimientos hacia él.
Para cuando llegaron a la cafetería donde siempre comían cuando estaban cerca, el tema había sido olvidado, siendo suplantado por otros igual de triviales. Alex, Fargan y los mejores amigos ya llevaban casi cuatro años de buena amistad, y aparte de Luzu, eran los únicos a los que verdaderamente llamaban amigos…
O por lo menos así era antes de que Luzu considerara que el besar a Vegetta para pasar el tiempo era más interesante que jugar cartas o mirar tele, que a Luzu la idea no le hubiese parecido desagradable, y que Willy lo fichara mentalmente como un intruso del que no podía ni debía deshacerse a menos, claro, de que le hiciese daño a su mejor amigo
—Me voy —anunció Vegetta al terminar la porción de torta que había pedido—. He quedado en encontrarme con Luzu
—¿El pequeño Vegetta tiene una cita? —El asentimiento y la sonrisa descarada que le respondieron a Fargan le hizo decir un “aceptarlo tan abiertamente no es divertido, ¿sabes?” casi con resentimiento.
Willy mantuvo los ojos fijos en su sándwich, masticándolo con lentitud y sin despedir a Vegetta, a diferencia de los otros dos.
—¿Sigues en tus días rojos? —cuestionó Fargan con la boca llena haciendo que Alex le pateara por debajo de la mesa y le hiciera despedir un gemido de dolor y un “¡Salvaje de mierda!”.
—Compórtate —censuró Alex mientras Willy reía, aunque fue interrumpido abruptamente cuando éste viró hacia él y le increpó—: ¿Y tú qué tantos problemas tienes con Luzu?
Se notaba que el asunto era algo de lo que querían hablar, y que no habían encontrado el momento adecuado. Podrían ser tildados de entrometidos o curiosos, pero eran a-mi-gos, así que era preocupación. ¿Qué debería decir? Porque no había forma de escapar de la situación.
—No les incumbe. —En su cabeza escuchó un retumbante sonido de “error” y suspiró—. Me siento relegado. Sé que es raro y todo, no tengo necesidad de que me molesten —advirtió. Estaba diciendo la verdad, no completa, pero sí una parte de ella.
Sorpresivamente, Fargan y Alex no quisieron indagar más al respecto, así que no hicieron más preguntas, y el resto de tiempo se lo pasaron hablando de novias, de falta de ellas y de música hasta que, para su asombro, la misma chica del cine apareció en la cafetería con un grupo de muchachas.
Fargan le felicitó con escandaloso brío por los buenos gustos cuando ella reparó en su presencia y le sonrió. Willy nunca tenía problemas con chicas, no con un poco de alcohol en su sistema, o con una que ya conocía con anterioridad; sin embargo, fue suficiente que Fargan y Alex molestasen y le dijeran “gallina” para que se levantara y fuese hacia la mesa donde se encontraba sentada.
Pocos minutos después estaba con una cita programada para el fin de semana y una mueca de victoria adherida a la cara. Arianne, además de bonita, resultó agradable y accesible. Muy accesible. Con cara de victoria regresó hacia donde sus amigos que estaban esperándolo en las afueras del local, y recibiendo una palmada en la espalda, se encaminó a su casa.
***
La había pasado bien. Una cita con una bella chica y bastante fácil de bajarle los pantalones. O subirle la falda, como había ocurrido. Pero luego del clímax, no quedó más que las palabras de Vegetta en su cabeza: “Me haces pensar en mariposas”.
Inevitablemente, le echó la culpa a Vegetta cuando subió a su auto y encendió el motor. Debía de sentirse satisfecho después de disfrutar de una sesión de sexo enardecida y casual, pero no era así. Lo que había quedado era confuso mixtura de querer bajarse del auto y vomitar en la acera, de conducir hacia la casa, meterse en el dormitorio del pelinegro y empujarlo contra una pared para besarlo con violencia descargando toda su frustración.
Las mariposas no le gustaban, por más que tuvieran colores vistosos o bonitas formas. Y las interiores, siguiendo la forma estúpida en la que su mejor amigo las había bautizado, tampoco, porque desesperaban. Porque con Arianne no hubieron jodidas mariposas. Porque de pronto, fue como poner dos más dos, o algo así, lo podría jurar a ojos cerrados, y tuvo seguridad venenosa al imaginarse un primer roce de labios con Vegetta, una primera verdadera mirada que evidenciaría que albergaban para más, para muchísimo más.
***
—A veces ellas no están presentes, ese el problema. —Willy levantó la vista de su guitarra y la fijó en Vegetta que estaba en la puerta de su habitación, dudoso de entrar—. Me refiero a las mariposas —explicó de inmediato— ausentes en mí y en ti.
Era la primera vez que Vegetta mencionaba directamente el tema desde su declaración a gritos seis semanas atrás. Willy dejó a un lado su guitarra y le pidió que se acercara. No era claro a dónde iban o cómo acabarían, y así sería siempre. Todavía dubitativo, Vegetta le hizo caso y se sentó en la cama, al otro extremo.
—Oye, Willy, voy a pedirte algo extraño, pero… ¿puedes abrazarme?
Su pregunta había sido lanzada con un miedo latente a recibir una negativa, sin embargo, Willy le jaló de un brazo con brusquedad, dejándolo horizontal en la cama, y haciendo en tal posición y desde un costado, lo que le había pedido. El calor irradiado traspasó la tela de ambas camisetas hasta llegarles, haciéndole que Vegetta apretara la cara contra la curva del cuello de su amigo, sonriendo contra esa partecita cálida, sintiéndose curiosamente a salvo.
—Hueles bien… —Willy comentó en un susurro.
—Tú también. —Los ojos de Vegetta se iluminaron y, retirándose sin previo aviso del abrazo, sujetó el rostro de Willy con ambas manos, acercándose hasta que quedar a solo un par de centímetros—. Tú me diste mi primer beso —dijo pausadamente—, ¿te acuerdas?
—No.
—Fue cuando papá se marchó y yo no podía parar de llorar… me prometiste que siempre te tendría a ti y me diste un beso en la boca. Un beso así. —Salvando la poca distancia, rozó sus labios con los de Willy y se separó.
—Vegetta, yo…
—Willy, no digas nada.
Y así fue, sin más palabras de por medio. Porque era Willy y él era Vegetta, y casi fue demasiado pensar en añadir algo más… La cercanía que tenían ahora bastaba, porque más que física, era emocional, una que causaba reacciones físicas y simultáneas en su cuerpo, de golpe y con brusquedad, casi le quebrándole; pero las mariposas, los bichos que le habían acompañado en cada reacción, seguían manteniéndolo de una pieza.
Fin.
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